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jueves, 21 de julio de 2022

Metodología para resolver problemas de ingeniería con Delphi, interpolación

 Metodología para resolver problemas de ingeniería con Delphi, interpolación

Fecha Miércoles, 11 noviembre a las 08:42:09
Tema Delphi


Os explicamos cómo realizar una aplicación con el lenguaje de programación Borland (ahora Codegear) Delphi que calcula la interpolación: construcción de nuevos puntos partiendo del conocimiento de un conjunto discreto de puntos. Os explicamos la metodología para resolver problemas de ingeniería con Delphi, válido para otros lenguajes de programación. En el ejemplo calculamos la interpolación lineal y polinómica.



 

Metodología para resolver problemas de ingeniería con Delphi

La resolución de problemas es una parte clave de los cursos de ingeniería y de las de ciencias de la computación. Es importante tener una estrategia consistente para resolver los problemas que se nos puedan plantear.

Es conveniente que esa estrategia sea lo bastante general como para funcionar en todos los campos de la ingeniería y no tener que aprender una metodología para los problemas de química, otra distinta para los de electricidad, una nueva para los de mecánica, etc.

La metodología propuesta funciona para cualquier problema tipo de ingeniería y puede adaptarse para problemas de otras áreas de conocimiento, siempre dando por hecho que vamos a usar un ordenador para resolver el citado problema. El programa informático que se use para programar la solución es independiente del método que nos conduce a él, pudiéndose realizar con cualquiera de las herramientas informáticas que para este fin se nos ofrecen. Concretamente nosotros recomendamos Delphi por su potencia y versatilidad.

 

Planteamiento del problema

El primer paso que hemos de dar consiste en plantear claramente el problema, siendo muy importante preparar un enunciado claro y conciso del problema.

Pongamos un ejemplo práctico: tenemos una bomba que trasvasa agua entre dos depósitos. Esta bomba está accionada por un variador de velocidad que hará que la bomba suministre un caudal u otro en función de la frecuencia. Hemos tomado para varias frecuencias varios datos del caudal suministrado. Lo que queremos es obtener una función (basada en esos datos) que nos diga el caudal que nos dará la bomba para cualquier frecuencia que suministremos con el variador. Esto es lo que tradicionalmente se conoce como interpolar puntos de una gráfica. Así pues el enunciado de nuestro problema sería: "Obtener cualquier punto de una función desconocida, conocidos algunos de ellos de forma empírica"

 

Describir la información de entrada y de salida

El segundo paso consistirá en describir cuidadosamente los datos que tenemos e identificar los valores hacia los que queremos llegar. Esto es lo que comúmente se conoce como entradas y salidas de nuestro problema, que serán las que luego utilizaremos en nuestro desarrollo de software.

Siguiendo con nuestro ejemplo: las entradas serán los puntos conocidos completos, coordenadas "x" e "y" obtenidas empíricamente, así como las coordenadas "x" de los puntos que queremos conocer. Las salida será las coordenadas "y", correspondientes a los valores que nuestra función desconocida tomará para esos valores de ordenada.

 

Resolver el problema a mano para un conjunto de datos sencillo

El tercer parso cosiste en resolver el problema de una manera manual, o con una calculadora, para un conjunto de datos sencillo. Se trata de un paso muy importante y no debe de dejar de hacerse ni tan siquiera en los problemas más simples. En este paso se detalla la solución del problema. Si no estamos preparados para obtener de una manera manual la solución de un caso sencillo, no debemos seguir adelante y deberemos releer el problema o tal vez consultar más documentación de referencia.

En el ejemplo propuesto resolveremos "a mano" el problema para un conjunto de puntos sencillos con los conocidos métodos de interpolación lineal y por el método de interpolación polinómica.

 

Crear una solución de interpolación con el lenguaje de programación Delphi

Una vez que sabemos que tenemos métodos de resolución que funcionan y sabemos bien cómo funcionan, pasamos a la siguiente fase que es la de poner esos métodos en el ordenador para que éste nos ayude en casos más complejos. Este proceso se conoce como la elaboración de un algoritmo, el cual se define como la creación de un bosquejo paso a paso de la solución al problema. Esta es la fase en las que se nos exige tener los conocimientos de programación propiamente dichos, en Delphi en nuestro caso.

La creación del algoritmo la realizaremos usando los comandos de programación de Delphi. Unas veces será sencillo este algoritmo y bastará la utilización de unos pocos de ellos, como el caso de nuestro ejemplo de interpolación como se puede ver en el código fuente del programa realizado, pero habrá casos más complejos en que se necesitará dividir el problema principal en otros más pequeños y se necesitará el uso de muchos y complejos comandos de programación.

 

Probar la solución (programa o aplicación) con diversos datos

Una vez se tiene el algoritmo realizado y programado pasaremos a validarlo, es decir, a probar que la solución que nos da el programa coincide con la que nosotros hemos calculado a mano y, si es posible, coincide también para otros casos singulares conocidos.

En nuestro programa de ejemplo lo podríamos comprobar para los cálculos "manuales" previos a la creación del programa y para otros puntos que podamos tener tomados de los datos de la experiencia empírica de la variación del caudal en función de la frecuencia.

Nota: como hemos visto se puede hacer un programa genérico de interpolación para cualquier tipo de datos o dedicarlo exclusivamente al cálculo del caudal en función de la frecuencia. Ya será cuestión del programador, y del caso específico al que se enfrente, el decidir si puede desarrollar un programa genérico o algo muy específico para el problema al que tiene que enfrentarse. Igualmente reseñar que se puede utilizar posteriormente el código de los algoritmos de solución de unos problemas para otros más complejos que puedan estar relacionados.

 

El código fuente completo de la aplicación AjpdSoft Cálculo Interpolación

La aplicación AjpdSoft Cálculo Interpolación en funcionamiento:

AjpdSoft Cálculo Interpolación

A continuación os mostramos el código fuente de la aplicación AjpdSoft Cálculo Interpolación, cuya descarga gratuita (freeware) 100% open source, con código fuente disponible en:

AjpdSoft Cálculo Interpolación

unit hallar_puntos2;

interface

uses
  Windows, Messages, SysUtils, Variants, Classes, Graphics, Controls, Forms,
  Dialogs, StdCtrls, ExtCtrls, ExtDlgs;

type
  Tinterpolar = class(TForm)
    e_x1: TEdit;
    E_y1: TEdit;
    E_x2: TEdit;
    E_y2: TEdit;
    L_punto1: TLabel;
    L_punto2: TLabel;
    P_solucion: TPanel;
    B_comenzar: TButton;
    B_calcular: TButton;
    B_salir: TButton;
    L_x: TLabel;
    E_x: TEdit;
    b_nuevaX: TButton;
    L_punto3: TLabel;
    E_x3: TEdit;
    E_y3: TEdit;
    M_datos: TMemo;
    RB_interpPolinomica: TRadioButton;
    RB_interpLineal: TRadioButton;
    L_puntosEncontrados: TLabel;
    B_terminar: TButton;
    SaveDialog1: TSaveDialog;
    B_comen: TButton;
    B_salvarDatos: TButton;
    B_almacenar: TButton;
    procedure B_salirClick(Sender: TObject);
    procedure B_comenzarClick(Sender: TObject);
    procedure B_calcularClick(Sender: TObject);
    procedure b_nuevaXClick(Sender: TObject);
    procedure B_terminarClick(Sender: TObject);
    procedure B_salvarDatosClick(Sender: TObject);
    procedure B_almacenarClick(Sender: TObject);
    
  private

    { Private declarations }
  public
    { Public declarations }
  end;

var
  interpolar: Tinterpolar;

implementation

{$R *.dfm}

procedure Tinterpolar.B_salirClick(Sender: TObject);
begin
  close;
end;

procedure Tinterpolar.B_comenzarClick(Sender: TObject);
begin
  E_x1.clear;
  E_y1.clear;
  E_x2.clear;
  E_y2.clear;
  E_x.clear;
  E_x3.Clear;
  E_y3.clear;
  E_x1.Enabled := true;
  E_y1.Enabled := true;
  E_x2.Enabled := true;
  E_y2.Enabled := true;
  E_x3.Enabled := true;
  E_y3.Enabled := true;
  E_x.Enabled := true;
  E_x1.Setfocus;
  P_solucion.Caption := 'SOLUCIÓN';
  B_comenzar.enabled := false;
  B_calcular.enabled := true;
  B_nuevaX.enabled := false;
  B_salvarDatos.enabled := false;
  RB_interpLineal.enabled := false;
  RB_interpPolinomica.enabled := false;
  M_datos.clear;

end;


{ El boton calcular aplica Método de interpolación polinómico de las Diferencias
Divididas de Newton o el método de interpolación lineal según se elija}


procedure Tinterpolar.B_calcularClick(Sender: TObject);
var
  x,x1,x2,x3,y,y1,y2,y3,a,b,c : real;
  solucion : string;
begin
  B_almacenar.Enabled := true;
  B_terminar.Enabled := true;
  if (RB_interpPolinomica.Checked) then
    begin
      if (E_x.text = '')or (E_x1.text = '') or (E_x2.text = '') or (E_y1.text = '')
      or (E_y2.text = '')  or (E_x3.text = '') or (E_y3.text = '') then
        begin
          showmessage('Introduzca los datos necesarios');
          E_x1.SetFocus;
        end
    else
      begin
         x := strtofloat(E_x.text);
        x1 := strtofloat(E_x1.text);
        y1 := strtofloat(E_y1.Text); //equivale a f(x0) del método
        x2 := strtofloat(E_x2.Text);
        Y2 := strtofloat(E_y2.Text); // idem. f(x1)
        x3 := strtofloat(E_x3.Text);
        Y3 := strtofloat(E_y3.Text); // idem f(x2)
        a :=  (y2-y1)/(x2-x1);        // idem f(x0,x1)
        b := (y3-y2)/(X3-x2);       // idem f(x1,x2)
        c := (b-a)/(x3-x1);           // idem f(x0,x1,x2)
        If (x1 = x2) or (x2 = x3) or (x1 = x3) then
          begin
            showmessage('Los valores de X deber ser diferentes');
            E_x1.setfocus;
          end
        else
          begin
            Y := y1+a*(x-x1)+c*(x-x1)*(x-x2);
            str(y:6:2,solucion);
            P_solucion.Caption := 'Y='+solucion;
            E_x1.Enabled := false;
            E_y1.Enabled := false;
            E_x2.Enabled := false;
            E_y2.Enabled := false;
            E_x.Enabled := false;
            E_x3.Enabled := false;
            E_y3.Enabled := false;
            B_calcular.Enabled := false;
            B_nuevaX.enabled := true;
            B_almacenar.setfocus;
          end;
        end;
      end
  else
    begin
      if (E_x.text = '')or (E_x1.text = '') or (E_x2.text = '') or
      (E_y1.text = '') or (E_y2.text = '')  then
         begin
         showmessage('Introduzca los datos necesarios');
         E_x1.SetFocus;
         end
      else
        begin
          x := strtofloat(E_x.text);
          x1 := strtofloat(E_x1.text);
          y1 := strtofloat(E_y1.Text);
          x2 := strtofloat(E_x2.Text);
          Y2 := strtofloat(E_y2.Text);
          If (x1 = x2) then
            begin
              showmessage('Los valores de X1 y X2 deber ser diferentes');
              E_x2.setfocus;
            end
        else
          begin
            Y := y1+(x-x1)*((y2-y1)/(x2-x1));
            str(y:6:2,solucion);
            P_solucion.Caption := 'Y='+solucion;
            E_x1.Enabled := false;
            E_y1.Enabled := false;
            E_x2.Enabled := false;
            E_y2.Enabled := false;
            E_x.Enabled := false;
            B_calcular.Enabled := false;
            B_nuevaX.enabled := true;
            B_almacenar.setfocus;
          end;
        end;
    end;
end;

  
procedure Tinterpolar.b_nuevaXClick(Sender: TObject);
begin
  E_x.Enabled := true;
  E_x.Setfocus;
  B_calcular.Enabled := true;
  B_comenzar.Enabled := false;
  B_nuevaX.Enabled := false;
end;


procedure Tinterpolar.B_terminarClick(Sender: TObject);
begin
  B_calcular.Enabled := false;
  B_comenzar.Enabled := true;
  B_nuevaX.Enabled := false;
  RB_interpLineal.enabled := true;
  RB_interpPolinomica.enabled := true;
  B_almacenar.Enabled := false;
  B_terminar.Enabled := false;
end;

procedure Tinterpolar.B_salvarDatosClick(Sender: TObject);
begin
  savedialog1.title := 'Guardar interpolaciones realizadas';
  savedialog1.defaultExt := 'txt';
  Savedialog1.filter := 'Archivos de texto (*.txt)|*.txt|Todos los archivos|*.*';
  if saveDialog1.execute then
    begin
      M_datos.Lines.savetofile(savedialog1.filename);
      M_datos.clear;
      B_salvarDatos.Enabled :=false;
    end
  else
    showmessage('Los datos NO han sido salvados');
end;


procedure Tinterpolar.B_almacenarClick(Sender: TObject);
begin
if (E_x.Text <> '')  then
  begin
    if RB_interpLineal.checked then
      begin
        M_datos.Lines[0] := 'INT.LINEAL';
        M_datos.lines.add('X='+E_x.Text+'; '+p_solucion.Caption);
        B_almacenar.enabled := false;
        B_salvardatos.enabled := true;
        b_nuevaX.setfocus;
      end
    else
      begin
        M_datos.Lines[0] := 'INT.POLINÓMICA';
        M_datos.lines.add('X='+E_x.Text+'; '+p_solucion.Caption);
        B_almacenar.enabled := false;
        B_salvardatos.enabled := true;
        b_nuevaX.setfocus;
      end;
  end
else
  showmessage('No tiene datos para almacenar');
end;

end.

 

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Créditos

Artículo realizado íntegramente por Alino (Ingeniero Industrial) miembro del proyecto AjpdSoft.

 

“Neoliberalismo y disputas políticas durante el segundo gobierno aprista. Un análisis de la teoría de la hegemonía”

 Los estudios sobre el neoliberalismo en el Perú 

Entre legitimadores del discurso y críticos de la dominación1 

Jorge Luis Duárez Mendoza

Resumen 

Desde diferentes disciplinas académicas se han analizado la continuidad y consecuencias del neoliberalismo en el Perú, llegando a conclusiones muchas veces divergentes. Dichas conclusiones pueden a groso modo clasificarse entre una perspectiva legitimadora del neoliberalismo y otra crítica a la dominación que produce. Mientras la primera destaca un país más integrado gracias a la iniciativa privada y al manejo responsable de la macroeconomía, la segunda presenta un país escindido y dominado por una élite de poder. Consideramos que para entender la continuidad del neoliberalismo en el Perú es clave superar una lógica de apocalípticos e integrados. Para ello, proponemos analizar al neoliberalismo como un discurso político. 

En el Perú de las últimas décadas la producción de sentidos políticos, influida por el capitalismo tardío, habría redefinido las subjetividades políticas de los sujetos. Palabras clave: neoliberalismo, discurso, legitimidad, dominación. Abstract Since different academic disciplines have analyzed the continuity and consequences of neoliberalism in Peru, reaching sometimes diverging conclusions.

 These conclusions can be classified between a legitimizing perspective of neoliberalism and a critique of domination that produces. While the first emphasizes a more integrated through private initiative and responsible management of the macroeconomy, the second shows a country divided and dominated by a power elite. We argue that to understand the continuity of neoliberalism in Peru is key to overcome the logic of apocalyptic and integrated. For that, we propose analyzing neoliberalism as a political discourse. In Peru in the last decades the production of political senses, influenced by late capitalism, have redefined the political subjectivities of subjects. 

Keywords: neoliberalism, discourse, legitimacy, domination, ideology.

El presente artículo ha sido elaborado a partir del estudio titulado “Neoliberalismo y disputas políticas durante el segundo gobierno aprista. Un análisis de la teoría de la hegemonía”, el cual realicé para obtener el grado de maestro en ciencias sociales en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales – Sede Académica México. 

Introducción 

¿ Qué explicaciones desde la academia han sido ya planteadas sobre la continuidad del neoliberalismo aplicado en el Perú desde inicios de la década de los noventa? Desde diferentes disciplinas académicas se han analizado la continuidad y consecuencias del neoliberalismo en el Perú, llegando a conclusiones muchas veces divergentes. Dichas conclusiones pueden a groso modo clasificarse entre una perspectiva legitimadora del discurso neoliberal y otra crítica a la dominación que este produce. La primera destaca positivamente la redefinición de la relación entre el Estado y el mercado iniciada en los años noventa, mientras que la segunda enfatiza en la redefinición de las articulaciones entre los poderes fácticos y el Estado.2 Esto no quiere decir que aquellos estudios que pueden identificarse en la perspectiva legitimadora no sean conscientes de los puntos críticos y los desafíos del neoliberalismo en el Perú, sino que los énfasis que plantean señalan una forma básica de relación entre Estado y mercado, que habría abierto la senda del desarrollo para el Perú. Y viceversa, los estudios que han analizado los impactos del neoliberalismo desde una perspectiva crítica no desconocen los logros económicos del neoliberalismo, sino que enfatizan en la dominación que desde inicios de los años noventa ejercería una élite político-económica sobre las mayorías. En el presente artículo analizamos los argumentos planteados sobre el neoliberalismo en el Perú en estudios realizados en los últimos años. De esta manera buscamos situarnos en el debate, para así plantear algunas reflexiones en discusión con lo hasta ahora sostenido por diferentes autores. Para analizar lo que hemos llamado “la perspectiva legitimadora del discurso neoliberal” tomamos los trabajos de Arellano (2010), Torres (2010), y Althaus (2009). 

Para el análisis de “la perspectiva crítica a la dominación neoliberal” tomamos los trabajos de Durand (2010), Adrianzén (2009), y Lynch (2009). 

2 Cuando nos referimos a una perspectiva legitimadora no asumimos la existencia de un “pacto” entre los autores que identificamos dentro de esta perspectiva y los sujetos políticos y socioeconómicos que reproducen el orden neoliberal. 

 Seleccionamos estos trabajos para el análisis ya que se aproximan al fenómeno del neoliberalismo desde un enfoque multidisciplinario, refiriendo a aspectos no solo económicos, sino también políticos y culturales.3 

El análisis de los trabajos arriba mencionados está guiado por tres dicotomías que consideramos emergen al comparar lo que hemos denominado la perspectiva legitimadora y la perspectiva crítica: 

(i) Acción privada/acción pública. Esta dicotomía hace referencia al ámbito desde el cual según cada perspectiva se generan las posibilidades de desarrollo para el Perú. La acción privada, enfatizada por la perspectiva legitimadora, destaca a la iniciativa individual y a la competencia en el mercado como medios para lograr mejores condiciones de vida. Por el contrario, la acción pública, destacada por la perspectiva crítica, reivindica la importancia de la organización social, la intervención estatal y la praxis política para el desarrollo nacional. 

(ii) Integración social/fragmentación social. Esta segunda dicotomía refiere al diagnóstico global que cada perspectiva propone sobre el país. Así, mientras la perspectiva legitimadora presenta a un país en donde sus diversos sectores sociales y regiones se integran cada vez más a partir de un mercado que se muestra incluyente, la perspectiva crítica presenta a un país fragmentado por los conflictos sociales, la desigualdad socioeconómica y la exclusión. 

(iii) Técnica/ideología. Por último, la tercera dicotomía refiere a la manera en que cada perspectiva destaca a las principales medidas económico-políticas aplicadas desde los años noventa. Para la perspectiva legitimadora el diseño y ejecución de estas medidas respondieron principalmente a un manejo técnico, sin cálculos políticos. La perspectiva crítica, por su parte, reconoce el componente ideológico presente en dichas medidas, en el cual se manifiestan las disputas por el poder político de diferentes agentes. 

Concluiremos este artículo presentando algunos indicios sobre las transformaciones que habrían ocurrido en las subjetividades políticas en el Perú de las últimas décadas. Para ello nos remitiremos a los llamados estudios culturales, los cuales nos brindan una aproximación al fenómeno neoliberal y su impacto en la redefinición de los sentidos políticos. 

3 El neoliberalismo en el Perú ha sido estudiado ampliamente como fenómeno económico. Ver: Wise, 2003; Estela, 2001; Abusada, Du Bois, Morón y Valderrama, 2000; Ortiz de Zevallos, Eyzaguirre, Palacios y Pollarolo, 1999; Abugattás, 1999; Dancourt, 1999; Campodónico, 1998; Gonzales de Olarte, 1998; Seminario, 1995; y Webb, 1994.  


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La Crisis Financiera Actual

 La Crisis Financiera Actual: 

¿Qué Debemos Aprender de las Grandes Depresiones del Siglo XX? 

Gonzalo Fernández de Córdoba (Universidad de Salamanca) y

 Timothy J. Kehoe(*) (University of Minnesota y Federal Reserve Bank of Minneapolis )


La actual crisis financiera plantea una serie de preguntas: ¿puede la economía mundial entrar en una gran depresión como ya lo hiciera en los años 30? Y, en su caso, ¿qué pueden hacer los Gobiernos para evitarlo? 

La experiencia histórica nos puede ayudar a responder estas preguntas. Desde el año 2000, Timothy Kehoe y Edward Prescott vienen desarrollando un proyecto de investigación desde la Reserva Federal de Minneapolis para estudiar las grandes depresiones que ocurrieron a lo largo del siglo XX. Kehoe y Prescott definen “gran depresión” como una caída larga y sostenida por debajo de la tendencia en el producto por persona en edad de trabajar. 

Para hacernos una idea de la diferencia entre una gran depresión y una típica recesión cíclica, podemos echar un vistazo a una gráfica en la que veamos el PIB real por trabajador entre los 15–64 años de edad, en el periodo 1900–2007 en Estados Unidos. Sobre una escala logarítmica, vemos que las fluctuaciones cíclicas en torno a una tendencia de crecimiento del 2 por ciento por año son muy pequeñas. Sin embargo, la gran depresión de 1929–39 y la expansión durante la Segunda Guerra Mundial suponen enormes desviaciones sobre esa tendencia. (*) Las opiniones expresadas aquí son las de los autores y no necesariamente las del Federal Reserve Bank of Minneapolis o las del Federal Reserve System. 

En el libro Great Depressions of the Twentieth Century, publicado en 2007 por la Reserva Federal de Mineápolis, Kehoe y Prescott, junto con un equipo de 24 economistas de todo el mundo, han estudiado las grandes depresiones ocurridas en América del Norte y en Europa Occidental en los años 30, también las ocurridas en los años 80 en América Latina, así como otros episodios aislados en otras fechas y lugares. ¿Qué lecciones podemos extraer de la comparación entre estas experiencias históricas? Los autores de los estudios recogidos en el libro comienzan descomponiendo las caídas en la producción durante la depresión en caídas en la utilización de los factores trabajo y capital y en caídas en la eficiencia con la que estos factores son utilizados, medida como productividad. El hallazgo es que una gran caída en la productividad siempre juega un papel importante al explicar la depresión. En algunos episodios, como la depresión que sufrió Estados Unidos en los años 30, caídas en la utilización del trabajo también jugaron un papel considerable. En otros episodios, como la depresión mexicana de los 80, las caídas en productividad casi explican por sí solas las caídas en producción. 

Observando la experiencia histórica, Kehoe y Prescott concluyen que son las malas políticas gubernamentales las que ocasionan las grandes depresiones. Más concretamente, su hipótesis es que, en tanto que una multiplicidad de choques puede conducir a una economía a las habituales fluctuaciones cíclicas, es la excesiva reacción del Gobierno la que transforma éstas, prolongándolas y profundizándolas, hasta convertirlas en una depresión. 

Resulta instructivo comparar las experiencias de Chile y México de los años 80, estudiadas en el libro citado por Raphael Bergoeing, Patrick Kehoe, Timothy Kehoe, y Raimundo Soto. Ambas fueron causadas por un súbito aumento de los tipos de interés internacionales en 1981–82, simultáneamente a una caída en los precios de las mercancías que estos países exportan; cobre en el caso de Chile y petróleo en el caso de México. Estos choques pusieron de manifiesto unas debilidades no detectadas con anticipación en el sistema bancario, y condujo a estos países a una crisis financiera. 

En 1982, en Chile, unos bancos poseedores de la mitad de los depósitos totales sufrieron una severa crisis de liquidez. La respuesta del Gobierno fue controlar esos bancos, liquidar aquellos que eran insolventes y privatizar los que eran viables, proceso que duró menos de tres años. El Gobierno, a continuación, aprobó un nuevo sistema de regulaciones que trataba de prevenir abusos en la gestión. Estas nuevas regulaciones permitían a los mercados determinar los tipos de interés y la asignación del crédito a las empresas. Los costes a corto plazo de la crisis chilena fueron grandes, con fuertes caídas del PIB real en los años 1982 y 1983. No obstante, en 1984, la economía chilena comenzó a crecer de nuevo, hasta convertirse desde entonces en el país con mayor crecimiento de América Latina. 

En 1982, en México, el Gobierno nacionalizó el sistema bancario al completo, siendo reprivatizados los bancos a principios de los años 90. A lo largo de los años 80, en un esfuerzo por mantener el empleo y las inversiones, los bancos controlados por el Gobierno concedían crédito a tipos por debajo de los tipos de interés de mercado a algunas grandes empresas, en tanto que no daba ninguno a otras. Ni siquiera la posterior privatización bancaria de principios de los 90, ni las reformas que se sucedieron en 1995, fueron eficaces para crear un sistema bancario capaz de conceder crédito a las empresas a unos tipos fijados por el mercado. El resultado ha sido un desastre económico para México: entre los años 1982 y 1995, México no creció, y desde 1996 en adelante lo ha hecho muy modestamente. 

Las diferencias en el nivel de desempeño entre Chile y México desde 1980 no han sido debidas al empleo o la inversión, sino a la productividad. En Chile, las empresas improductivas mueren, y unas empresas productivas nacen para reemplazarlas, de modo que el empleo y el capital encuentran un canal a través del cual sobrevivir en un entorno que hace a ambos más productivos. En México un sistema financiero defectuoso impide este proceso de muerte y renacimiento. 

Algunas circunstancias muy específicas de Chile y México deben ser adelantadas para evitar hacer extensiones apresuradas en el contexto de la actual crisis financiera a países como Estados Unidos o Europa Occidental: Chile y México eran más pobres y la crisis financiera estaba restringida a los países de América Latina. Además, cuando Chile llevó a cabo sus costosas reformas el sistema de Gobierno era una dictadura militar, eliminando por tanto las dificultades asociadas a la obtención del consenso político necesario en una democracia. 

No obstante, hecha esta aclaración, las lecciones aprendidas de Chile y México pueden ser generalizadas. Consideremos el caso de Japón y Finlandia, también estudiados en el libro de Kehoe y Prescott, el caso de Japón por Prescott y Fumio Hayashi y el caso de Finlandia por Juan Carlos Conesa, Kehoe, y Kim Ruhl. Japón sufrió una crisis financiera a principios de los años 90 y siguió un patrón de políticas similar al de México, dando vida a bancos insolventes, manteniendo un sistema financiero renqueante que daba crédito a unas empresas y a otras no, y combinando estas medidas con estímulos fiscales masivos para mantener la inversión y el empleo; Japón se ha detenido desde entonces. Finlandia también sufrió una crisis financiera a principios de los años 90, pero siguió a diferencia de Japón la senda marcada por Chile, pagando los costes de una reforma y dejando que fuera el mercado quien dictara la asignación del crédito en el sector privado; Finlandia ha crecido espectacularmente desde entonces. 

Ahora son los países de Europa Occidental y Estados Unidos los que están metidos de lleno en una crisis financiera y deben escapar de ella como lo hizo Chile y después Finlandia, y no quedar atrapados en ella como lo hicieron primero México y luego Japón. Para ello es necesario evitar las políticas que deprimen la productividad creando incentivos incorrectos en el sector privado. Con los bancos y las instituciones financieras en crisis, el Gobierno tiene que concentrarse en proveer liquidez usando los mecanismos de mercado para que éstos provean crédito a los tipos de mercado a las empresas productivas. A las empresas improductivas y no viables no se las debe sostener artificialmente, y esto aplica por igual al sector del automóvil como al sector financiero. Los planes de rescate y esfuerzos financieros similares mantienen a las empresas improductivas en funcionamiento y deprime la productividad, además estas empresas drenan trabajo y recursos financieros que tendrían un mejor empleo en las empresas más productivas. El mercado juzga mejor que el Gobierno qué empresas deben morir y cuáles sobrevivir. 

Los choques a la economía que pueden desencadenar una crisis financiera son muchos y variados. Algunos son choques externos a la economía: en los casos de México y Chile, fueron la elevación de los tipos de interés internacionales y la caída de los precios de exportación de sus mercancías. En el de Finlandia fue el abrupto cese del comercio con la antigua Unión Soviética. Otros son choques internos: en el caso de Japón fue la caída de los precios de los bienes inmuebles comerciales, y ahora, en Europa y Estados Unidos es la caída del valor de los activos inmuebles residenciales, es decir, las casas. El estudio de las grandes depresiones pone de manifiesto que la causa que desencadena una crisis es menos importante que la reacción de la economía, y muy en particular, la reacción del Gobierno. 

A lo largo de la última década, la capacidad de préstamo de China y de otros países del Asia Oriental alimentada por sus enormes superávit comerciales, han mantenido los tipos de interés mundiales a niveles muy bajos. Los consumidores norteamericanos y europeos han disfrutado de esos bajos intereses consumiendo e invirtiendo más. Una gran parte de esas inversiones tuvieron como destino el mercado inmobiliario residencial. En Estados Unidos, una gran parte de esas inversiones se han concentrado regionalmente y se han localizado en ciudades concretas. En Europa, se ha observado un patrón de concentración similar, y ha sido España uno de esos lugares donde la inversión en inmuebles se ha dirigido. En una Europa más integrada, España juega de forma muy natural el mismo papel que la Florida o Arizona juegan en Estados Unidos. No hay nada malo en que las inversiones, ya sean inmobiliarias o de otra naturaleza, vengan y se concentren en España siempre que los inversores comprendan los riesgos asociados a su inversión. 

El problema específico con el boom inmobiliario de principios de la década es que generó un riesgo agregado desde el momento en que los inversores empezaron a pensar que los precios de la vivienda no podían ir en otra dirección que no fuera hacia arriba. Los agentes financieros — en particular, los bancos, los reguladores, y las agencias de rating — o no vieron que el riesgo de una caída en los precios de la vivienda era real, o no entendieron sus implicaciones. Esta ausencia de percepción y entendimiento creó un riesgo sistémico. Cuando los precios de la vivienda comenzaron a caer, muchos activos respaldados con hipotecas que obtuvieron una triple A por las agencias de rating resultaron ser más peligrosos que un bono argentino de finales de los 90. Si los riesgos hubieran sido valorados correctamente, los tipos de interés aplicados a los proyectos de construcción más aventurados y a la adquisición de hipotecas por parte de ciudadanos que no aportaban todas las garantías habrían sido más altos y el problema se habría corregido solo. La falta de entendimiento por parte de los bancos, los reguladores y las agencias de rating invitan a pensar en reformas del sistema y, quizás, nuevas regulaciones. 

Pero la caída de los precios de la vivienda ha revelado un problema aún más fundamental dentro del sistema financiero. Inversores y gobernantes han venido creyendo que algunas instituciones financieras, e incluso algunas empresas, eran demasiado grandes como para caer insolventes, demasiado grandes para morir, como dirían en Estados Unidos. En el sistema bancario se produce una disyuntiva por parte del Gobierno entre asegurar los depósitos y regular los bancos. Un principio fundamental en la asignación eficiente del riesgo es que cada seguro debe ir acompañado de su correspondiente regulación. Cualquier institución demasiado grande debe ser regulada. 

Ahora nos encontramos en una situación en la que los Gobiernos están gastando vastísimas sumas de dinero público en planes de rescate en instituciones que no habían regulado previamente. Abstrayéndonos de los costes generados por la elevación de impuestos que supondrán estos planes, los rescates van a crear otros problemas en el futuro: inversiones que resultaron fallidas van a pagar dividendos, capital y trabajo van a quedar anclados en empresas improductivas, incentivos distorsionados y problemas de riesgo moral son algunos de esos problemas. Estamos en la crisis financiera actual debido a una mala evaluación del riesgo. Los rescates indiscriminados van a recompensar a los que tomaron decisiones equivocadas y va a distorsionar la percepción del riesgo en inversiones futuras, y debido a que los rescates indiscriminados crean problemas de riesgo moral, tanto el público como la clase política va a exigir una regulación demasiado estricta sobre el sistema financiero. Directa e indirectamente, los rescates masivos e indiscriminados generarán ineficiencias y baja productividad. 

Entonces, ¿qué debemos hacer ahora? Los bancos centrales deben seguir prestando para mantener la liquidez. Cualquier rescate a instituciones financieras no bancarias debe ir acompañado de regulaciones estrictas al menos temporalmente. El rescate no debe ser usado para mantener la rentabilidad de los accionistas o tenedores de bonos de esas instituciones. Los inversores que realizaron inversiones arriesgadas no pueden ser recompensados de ninguna manera. Los gastos públicos en infraestructuras deben ser justificados por su utilidad y necesidad intrínseca, no como alivio a empresas ineficientes, poniendo especial énfasis en proyectos públicos que incrementen la productividad de los factores. En todo caso, dejar que sea el mercado el que señale qué empresas deben ir a la bancarrota, dejando que se liberen recursos para que otras empresas más productivas y eficientes los absorban. Acelerar la eficiencia de este proceso puede suponer la modificación de las leyes de suspensión de pagos que regulan los concursos de acreedores, o incrementar la dotación de recursos públicos para su gestión eficiente. 

Los ciudadanos y sus representantes pueden desear establecer algún tipo de cobertura adicional para aquellos trabajadores que pierdan su trabajo, para familias que pierdan su casa, o incluso para algunas empresas en algunos sectores o regiones. En ese caso, estos seguros o ayudas deben ser entregados directamente, y no a través de rescates indiscriminados a las empresas. 

Hay costes que pagar por los errores cometidos en el pasado, pero si aprovechamos esta oportunidad para hacer las correcciones que permitan reasignar recursos a los usos más productivos, las economías europeas y norteamericana pueden salir de la crisis como lo hicieron Chile y Finlandia, rápidamente y más fortalecidas que nunca. En todo caso no debemos olvidar que no hay situación que no pueda empeorar. Si la crisis financiera interrumpe el flujo de ahorro proveniente de China y otros países del Asia Oriental, los tipos de interés aumentarán y el ajuste será más duro aún. 

El estudio de los países que han padecido episodios de gran depresión a lo largo del siglo XX, nos enseña una lección muy importante: las intervenciones masivas en la economía que tienen la finalidad de mantener el empleo y la inversión pueden distorsionar los incentivos hasta el punto de llevar a la economía a una gran depresión. Aquellos que tratan de justificar el tipo de políticas keynesianas implementadas por el Gobierno mexicano en los años 80, y por el Gobierno japonés en los 90, suelen recurrir a la famosa frase de Keynes recogida en su Breve Tratado sobre la Reforma Monetaria, que dice: “El largo plazo es una mala guía para los asuntos de hoy. En el largo plazo todos estaremos muertos”. El estudio de las grandes depresiones del pasado puede revertir el sentido de la frase: “Si no tenemos en cuenta las consecuencias de la política del Gobierno sobre la productividad, en el largo plazo podríamos caer todos en una gran depresión”. 

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El liberalismo económico y la crisis


El liberalismo económico y la crisis

Economic liberalism and crisis

Le liberalisme économique et la crise 

 

Michel De Vroey1

1 Michel De Vroey: Profesor de Economía de la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Dirección electrónica: michel.devroey@uclouvain.be. Dirección postal: IRES, Université Catholique de Louvain, Place Montesquieu 3, d.210, 1348 Louvain–La–Neuve, Bélgica.

Este artículo está basado en dos conferencias dictadas en el centro de investigaciwones económicas EconomiX de la Universidad de Paris Ouest Nanterre–La Défense y en la Sociedad Real de Economía Política de Bruselas. No he querido modificar el estilo oral de la presentación. Traducido por Alexander Tobón, profesor del Departamento de Economía de la Universidad de Antioquia.

 


Resumen

En los numerosos debates que evocan el liberalismo económico, éste se presenta como una realidad monolítica; el objetivo de este artículo consiste en poner de manifiesto que distintos grados de liberalismo deben distinguirse: el pleno liberalismo, el liberalismo mitigado y el antiliberalismo mitigado, con subdistinciones al interior de las dos primeras categorías. En la primera parte se recuerdan las características que marcan el liberalismo económico en general. En la segunda se menciona la justificación que Adam Smith ha dado del liberalismo. Finalmente, en la tercera parte, inicio el trabajo de des–homogenización del liberalismo económico y muestro cómo distintas formas de éste se han encadenado históricamente, en particular, respecto a las grandes crisis económicas.

Palabras clave: Smith, liberalismo, tipos de liberalismo, economía de mercado, crisis. Clasificación JEL: A11, B10, N00


Abstract

In the many debates concerning economic liberalism, this appears as a monolithic reality. The aim of this paper is to show that this is not the case and that different degrees of liberalism must be distinguished: total liberalism, mitigated liberalism and mitigated anti–liberalism, with subdistinctions within the first two categories. In the first part of the paper, the characteristics of economic liberalism overall are recalled. Subsequently, Adam Smith's justification of liberalism is introduced. Finally, in the third part, I attempt to des–homogenize economic liberalism and show how different forms of this have been linked historically, particularly with respect to the great economic crises.Abstract: In the many debates concerning economic liberalism, this appears as a monolithic reality. The aim of this paper is to show that this is not the case and that different degrees of liberalism must be distinguished: total liberalism, mitigated liberalism and mitigated anti–liberalism, with subdistinctions within the first two categories. In the first part of the paper, the characteristics of economic liberalism overall are recalled. Subsequently, Adam Smith's justification of liberalism is introduced. Finally, in the third part, I attempt to des–homogenize economic liberalism and show how different forms of this have been linked historically, particularly with respect to the great economic crises.

Keywords: Smith, liberalism, types of liberalism, market economy, crisis. Classification JEL: A11, B10, N00.


Résumé

Dans les nombreux débats évoquant le libéralisme économique, celui–ci est présenté comme une réalité monolithique. L'objectif de cet article est de montrer que ceci n'est pas le cas et que différents degrés de libéralisme doivent être distingués : le plein libéralisme, le libéralisme mitigé et l'anti–libéralisme mitigé, avec des sous–distinctions au niveau des deux premières catégories. Dans sa première partie, les traits saillants du libéralisme économique en général sont rappelés. Dans la seconde, j'évoque la justification qu'Adam Smith en a donnée. Enfin, dans la troisième partie, j'entreprends le travail de dés–homogénéisation du libéralisme économique et montre comment différentes formes de celui–ci se sont enchaînées historiquement, notamment en réaction aux grandes crises économiques.

Mots clé: Smith, libéralisme, types de libéralisme, économie de marché, crises. Clasification JEL : A11, B10, N00.


 

 

INTRODUCCIÓN

Mi objeto de reflexión en este artículo es el liberalismo económico, entendido como una doctrina específica en cuanto a la organización económica de las sociedades, y su relación con el fenómeno de la crisis económica. La motivación que me impulsó a abordar este tema es mi descontento respecto a la manera como se trata la cuestión del liberalismo. El defecto metodológico en los debates sobre el liberalismo es que, en general, se basan en una representación monolítica de éste. Avanzaré la idea según la cual, por contrario, es necesario separar distintos grados de liberalismo.

En la primera parte del artículo recordaré lo que me parece constituye las características destacadas del liberalismo económico en general. En la segunda parte evocaré la justificación que Adam Smith ha dado de dichas características, y que hoy por hoy me parece siempre estimulante. En la tercera parte, emprenderé un trabajo de deshomogenización del liberalismo económico y mostraré cómo distintas formas de éste se encuentran encadenadas históricamente, en particular, en reacción a las grandes crisis económicas. Es necesario precisar que no analizo el vínculo entre liberalismo económico y liberalismo político, aunque están intrínsecamente ligados. En adelante, cuando utilice el término de liberalismo, será necesario entenderlo como una abreviatura de la expresión completa ''liberalismo económico''.

I. ¿Qué es necesario entender por liberalismo económico?

El liberalismo económico afirma que la economía de mercado constituye la mejor manera de garantizar el crecimiento económico y de mejorar el nivel de vida de la población de una sociedad dada. Cuando se habla de mejorar el nivel de vida, se refiere a todos los estratos sociales y en particular los más desamparados. Este punto merece destacarse dada la opinión ampliamente aceptada según la cual el liberalismo es una ideología al servicio de la clase social menos favorecida. Lo contrario es, en general, verdadero: los partidarios del liberalismo adoptan esta posición porque piensan que este sistema ofrece las condiciones para mejorar la suerte de las clases desfavorecidas de la sociedad. Así, yo hablé de economía de mercado, pero podría también hablar de economía capitalista. Una economía de mercado no capitalista, es decir, una economía de mercado compuesta de productores independientes o empresas autogestionadas, es un concepto que nunca se ha personificado históricamente. En los hechos, sólo hay economías de mercado que eran también economías capitalistas. Los dos términos serán pues utilizados indistintamente.

Se trata de un sistema basado en la propiedad privada y en el cual las decisiones de producción se hacen por la iniciativa descentralizada de los agentes económicos, principalmente por las empresas, con el objetivo de obtener beneficios, bajo la señal del sistema de precios y en un contexto de competencia. La obtención del beneficio recompensa el hecho de que la iniciativa privada anticipó correctamente las necesidades sociales, tal y como se manifiestan en una demanda en los mercados. La falta de obtención de los beneficios sanciona la situación opuesta, es decir, un error en cuanto a la anticipación de la demanda social. Tanto las pérdidas como los beneficios se asumen privadamente, los fracasos acumulados conllevan, a través de un proceso darwiniano, a la desaparición de las empresas. Para funcionar, este sistema se basa en una palanca de comportamiento muy potente: la búsqueda del interés personal. Se afirma que esta palanca implica un mecanismo autorregulador llamado la ''mano invisible del mercado'', una metáfora propuesta por Adam Smith para designar la competencia económica, y declarada como el motor del desarrollo. En resumen, el liberalismo económico afirma que la economía de mercado es superior en términos de eficiencia, de creación de riqueza y de crecimiento respecto a un sistema en el cual la economía es regulada por el Estado, su caso extremo siendo la economía planificada, o respecto a un sistema en el cual los roles económicos se transmiten hereditariamente de una generación a otra.

Completemos esta presentación sintética con tres observaciones adicionales. Primero, la premisa según la cual los agentes actúan en función de sus intereses implica que, en el análisis, la atención está centrada en los incentivos para los agentes; en consecuencia, el dispositivo institucional apropiado debe ser tal que los agentes asisten a la realización efectiva del objetivo perseguido mientras persiguen su interés personal. Segundo, la opinión liberal destaca la existencia de un conflicto entre el corto plazo y el largo plazo, el escollo que debe evitarse es el corto–placismo, es decir, la aplicación de medidas saludables a corto plazo pero dañinas a largo plazo; los ejemplos abundan aquí, siendo el más clásico es de mantener con vida los sectores económicos en declive para mantener el empleo, otro ejemplo es ofrecer subsidios de desempleo a duración ilimitada. Tercero, es necesario destacar que la tesis liberal no es tan intuitiva como se cree; yo llegaría incluso a decir que es menos intuitiva que la tesis contraria que admite la organización de la economía por un Estado. Sobre este último punto es necesario detenerse.

Estudiando la literatura que critica el liberalismo, se tiene la idea según la cual el liberalismo es la doctrina dominante y que, en consecuencia, ella se impone como una evidencia; es solo a través de un desprendimiento crítico que sería posible admitir una organización alternativa de la economía. Esta percepción me parece incorrecta. Ciertamente, el hecho de que hayamos nacido y vivamos en un sistema en el cual el mercado ocupa un lugar predominante nos puede incitar a considerarlo como natural; pero, si se intenta abstraerse de esta familiaridad, un escenario diferente aparece. Imaginémonos una asamblea de filósofos griegos del siglo V a.C. que discute sobre la organización ideal de la economía, si uno de ellos propone que la mejor manera de organizar la economía sería no intentar dirigirla desde lo más alto de la pirámide, sino dejar a los individuos que forman su base tomar la iniciativa que les parezca apropiada, sus colegas filósofos solo podrían encontrarlo excéntrico y le dirían que tal sistema conduciría al caos.

Esta reacción no es sorprendente. Si nos preguntamos sobre la racionalidad que regula las decisiones económicas de las entidades constitutivas de la sociedad como los hogares, las empresas y el ejército, nos damos cuenta que funcionan sobre un principio de la planificación: se establecen objetivos, se hacen inventarios de los recursos, se hacen arbitrajes, se decide y ejecuta. Como lo decía Marx, ''lo que distingue desde el inicio al más malo de los arquitectos, de la abeja más experta, es que él construye la cámara de cría en su cabeza antes de construir la colmena'' (Marx, 1969, p. 139). La ruptura del punto de vista liberal reside en la afirmación de que un procedimiento de toma de decisiones racional en los agentes individuales y unidades constitutivas de la sociedad, deja de serlo cuando se considera la economía en su conjunto. Debería allí substituirse un principio, que puede parecer extraño al principio, según el cual si cada uno sigue su interés personal, se obtiene un resultado superior a aquel resultado obtenido a través de una organización planificadora. En resumen, la tesis liberal es que el conjunto no debe funcionar como las partes, que la economía en su conjunto no debe dirigirse como una empresa o un hogar. La planificación es buena para las partes de la economía, pero no para ella en su conjunto.

El hecho de que el liberalismo económico sea contra–intuitivo obliga a sus partidarios a hacer la prueba de su superioridad. Antes de la expansión del capitalismo, el problema económico era demasiado transparente para movilizar los espíritus. Para entender el funcionamiento económico de una sociedad, solo había que extender a la sociedad en su conjunto las observaciones hechas para la economía doméstica, como se lo ve en Aristóteles o en San Tomás de Aquino. Por el contrario, con la economía de mercado aparecen objetos de estudio sobre los cuales se puede investigar, hay entonces una necesidad de análisis. Es porque existen enigmas, que debe existir teoría. De ahí la proposición: la economía política nace con su enigma.

Esta es la manera en que yo volvería a traducir el proyecto subyacente del famoso libro de Adam Smith, La riqueza de las naciones. Veo este libro como un argumento para la defensa de la economía de mercado, en un contexto en el cual su aparición era obstaculizada por la administración de la economía por parte del Estado.

 

II. La justificación del liberalismo económico propuesta por Adam Smith

Adam Smith sigue siendo hasta el día de hoy una referencia inevitable a la hora de tratar de fundar la defensa del liberalismo económico. Dos líneas de argumentación ligadas entre sí están presentes en sus escritos. La primera se encuentra en la Teoría de los sentimientos morales mientras que la segunda se halla en La riqueza de las naciones. Las examino sucesivamente.

A. Del mal (según el moralista) surge el bien (según el economista)

Uno de los placeres de leer la Teoría de los sentimientos morales es que Smith, para hacer pasar sus puntos de vistas, utiliza a menudo parábolas, soberbiamente dichas por añadidura. La que nos interesa es la parábola del joven pobre ambicioso.

El hijo del pobre, a quien la ira de los cielos ha vuelto ambicioso, cuando empieza a observar en torno suyo admira la condición del rico. Encuentra que la cabaña de su padre es demasiado pequeña para él y fantasea con que debería vivir más comodamente en un palacio. No le gusta el tener que andar o padecer el cansancio de montar a caballo. Ve cómo sus superiores son transportados en diversos medios y se imagina que en uno de ellos podría viajar con menos incomodidades. Se considera naturalmente indolente y está muy poco dispuesto a esforzarse; opina que un vasto séquito de sirvientes le ahorraría muchas molestias. Piensa que una vez logrado todo esto se sentaría tranquilamente y no haría nada, limitándose a disfrutar con la noción de la dicha y sosiego de su situación. Está encantado con la imagen distante de esa felicidad. En su fantasía parece la vida de unos seres superiores, y para alcanzar esa meta se dedica para siempre a la búsqueda de la riqueza y los honores (Smith, 2004, p. 319–320).

Años más tarde, todo indica sin embargo que el joven hombre pobre, que ahora se convirtió en rico y realizó sus aspiraciones, encuentra banal e inútil los placeres de las distinciones y del engrandecimiento, por lo que no obtiene ninguna verdadera satisfacción.

El poder y la riqueza aparecen entonces como son en realidad: unas máquinas enormes y laboriosas preparadas para producir unas insignificantes conveniencias para el cuerpo... Si consideramos la satisfacción auténtica que todas estas cosas pueden proporcionar, por sí mismas e independientemente del orden dispuesto para producirla, siempre nos parecerá en sumo grado desdeñable e insignificante (Smith, 2004, p. 323).

En esta fase de su relato, Smith se acerca a un tema presente en otras partes de la Teoría de los sentimientos morales, en los cuales afirma que aquellos que buscan la verdadera felicidad y la sabiduría deben evitar entrar en el círculo de la vanidad. Solamente de esta manera podemos escapar a la trampa, muy peligrosa, de preferir las imágenes a la realidad. El lector espera, por lo tanto, una conclusión fuertemente moral: que los jóvenes ambiciosos no cedan ante las sirenas de la ambición. Pero no es la vía tomada por Smith. Al contrario, se congratula por este estado de las cosas. En sus términos:

Y está bien que la naturaleza nos engañe de esa manera. Esta superchería es lo que despierta y mantiene en continuo movimiento la laboriosidad de los humanos. Fue eso lo que les impulsó primero a cultivar la tierra, a construir casas, a fundar ciudades y comunidades, a inventar y mejorar todas las ciencias y las artes que ennoblecen y embellecen la vida humana; lo que ha cambiado por completo la faz de la tierra, que ha transformado las rudas selvas de la naturaleza en llanuras agradables y fértiles, y ha hecho del océano intransitado y estéril un nuevo fondo para la subsistencia y una gran carretera que comunica las diversas naciones del globo... Los ricos sólo seleccionan del conjunto lo que es más precioso y agradable. Ellos consumen apenas más que los pobres, y a pesar de su natural egoísmo y avaricia, aunque sólo buscan su propia conveniencia, aunque el único fin que se proponen es la satisfacción de sus propios vanos e insaciables deseos, dividen con los pobres el fruto de todas sus propiedades. Una mano invisible los conduce a realizar casi la misma distribución de las cosas necesarias para la vida que habría tenido lugar si la tierra hubiese sido dividida en porciones iguales entre todos sus habitantes, y así sin pretenderlo, promueven el interés de la sociedad y aportan medios para la multiplicación de la especie (Smith, 2004, p. 323–324).

El interés de este texto reside en la ruptura hecha por el mismo Smith entre su primera y su última parte. Después de haber querido llevar al lector hacia la conclusión que se espera del moralista ?evitemos caer en la trampa de 18 los pretextos? lleva a cabo un vuelco total, afirmando que tenemos suerte de contar con gente como el joven hombre ambicioso ya que, sin tener la intención, ellos mejoran la suerte de los otros miembros de la sociedad. Por un efecto de consecuencias no deseadas, el egoísmo se revela como el resorte del desarrollo económico. La observación lamentable para el moralista es una buena noticia para el economista.

Personalmente, encuentro la argumentación de Smith interesante porque anticipa una crítica hecha hoy al capitalismo, poniendo en duda el carácter moral de la búsqueda del beneficio. Smith la desactiva, pero no abogando por el sentido de responsabilidad social de los capitalistas ya que, según él, el resorte último de la búsqueda del beneficio es el egoísmo y la vanidad. En otras palabras, lejos de Smith está la voluntad de darle un estatuto moral a la búsqueda del beneficio. Su defensa del sistema de libertad proviene de otro orden de ideas. Smith se pregunta ¿deseamos nosotros un aumento de nivel de vida de la población, en particular de los más pobres? En caso afirmativo, la vía es crear, dice Smith, un entorno económico en el cuál se deje en libertad la búsqueda de los intereses individuales.

Por muy interesante que sea, el razonamiento de Smith no es, en esta etapa del análisis, más que una afirmación perentoria. Para que pueda provocar la adhesión, su validez debe ser demostrada, tarea difícil que será esbozada por Smith en La riqueza de las naciones y que no está terminada en la actualidad ¿y podrá esa tarea ser terminada algún día? A pesar de ello, este razonamiento encuentra un obstáculo enorme; suponiendo que sea correcto, es difícil de ''vender'' porque está mal visto subrayar el lado positivo de los defectos de la personalidad que los moralistas nos invitan a sobrepasar.

B. Detrás de la metáfora de la mano invisible: la competencia

El defensor de la economía liberal debe explicar por qué un sistema, cuyas características podría creerse que llevan a la anarquía, sería viable y eficaz. La respuesta en esencia no es sorprendente. La anarquía es sólo aparente ya que existe un sistema de reglas, similares a las leyes de la física newtoniana ?de ahí el nombre de leyes naturales? que restringirían el comportamiento de los agentes. Este principio director es el de competencia, la rivalidad entre los agentes, la cual es la encargada de traer la economía hacia un estado de equilibrio. La defensa de Smith toma, por lo tanto, la forma de una teoría del valor, es decir, una teoría del equilibrio del sistema. El concepto de precio de equilibrio juega el papel de pivote (Smith emplea el término de precio natural).

Smith presenta el embozo de tal teoría, que hemos llamado Teoría de la gravitación, en el capítulo VII del libro I de La riqueza de las naciones. La idea subyacente es que existe una situación de equilibrio cuyo logro representa una situación de óptimo social. La pregunta consiste en saber si existen fuerzas que permitan que los agentes económicos, movidos únicamente por su interés personal, actúen de tal manera que la realización del equilibrio o al menos la tendencia hacia este estado, resulte de sus acciones. A esta pregunta Smith responde que sí. Supongamos que, por razones dadas, los precios de mercado son diferentes de los precios de equilibrio. En consecuencia, el factor trabajo o el factor capital no se remunerarán a su magnitud normal. En el sector donde el precio de mercado es superior al precio natural, su remuneración será superior a la tasa natural, en la situación contraria la remuneración será inferior. Esta ausencia de beneficios va a incitar a los agentes, que son las víctimas, a reconsiderar sus actividades y desplazarlas hacia los sectores en los cuales la remuneración de los factores es más ventajosa. La esencia del proceso competitivo reside en esta presión a la movilidad de los agentes, pero sobre todo de los capitales, de los sectores con baja rentabilidad hacia aquellos donde la rentabilidad es mayor. Pero para que esta tendencia juegue, numerosas condiciones deben cumplirse; es necesario que los precios sean flexibles, que no haya obstáculos a la movilidad, ni situaciones que les permitan a los agentes conservar posiciones dominantes sobre sus ingresos, poniéndolos al refugio del proceso competitivo, como es el monopolio.

Destaquemos también que la igualdad no es un tema tratado por Smith. Dos características explican su falta de interés. La primera es la tesis del trickle down o tesis del derramamiento. La riqueza creada por los capitalistas a través de un objetivo egoísta se extiende poco a poco hacia las clases más desfavorecidas. Para Smith, lo que cuenta no es reducir la brecha entre ricos y pobres, sino que el nivel de vida absoluto de los más desfavorecidos aumente gracias al crecimiento económico. La segunda característica es que la desigualdad no es dramática si se acompaña de la posibilidad de la movilidad social. Es necesario que los miembros de la clase inferior, que quieran y estén dispuestos a hacer los sacrificios necesarios, tengan la posibilidad de subir la escala social.

El liberalismo económico es claramente una doctrina que defiende el capitalismo. Pero, y es un aspecto poco reconocido, esta defensa se acompaña de un apoyo condicional de los capitalistas. Para Smith, el escollo que debe evitarse es que los capitalistas desvían el sistema a su ventaja, lo que es posible tan pronto como la competencia se hace ausente y cuando ellos obtienen posiciones dominantes sobre sus ingresos. Adam Smith tiene palabras muy duras contra lo que él llama los ''amos'', dado que el término de capitalista aún no se utilizaba. En efecto, en el capítulo VIII de La riqueza de las naciones, dedicado al problema de los salarios, los acusa siempre de elaborar complot para abusar de los trabajadores. Esta es también la tesis de Rajan y Zingales, autores de un reciente libro titulado Saving Capitalism from the Capitalists, del cual hablaré más adelante. La opinión liberal se encuentra aquí entre dos semáforos. El ejemplo siguiente lo muestra. Una editorial de The Economist del 4 de abril de 2009 se interesa en el tema de las disparidades en el ingreso, su autor declara que la situación actual de distribución de ingresos no es aceptable (en 2006, uno de cada mil de los americanos más ricos ganaban 77 veces más que el 90% del conjunto de la población, contra una cifra de 20 veces más en 1979); los deseos de venganza son entonces comprensibles. Sin embargo, a la hora de concluir la editorial, se observa un círculo; por una parte, se afirma que la existencia misma de la crisis va a restringir los excesos de riqueza y, por otra parte, se declara que un ataque frontal contra los ricos sería contraproducente. ''The rich are an easy target. But when you try to bash them, you usually end up pinching yourself in the nose''. (The Economist, 2009).

C. En síntesis

El gran mérito de Adam Smith es haber expresado tales puntos de vistas en el momento en el cual el capitalismo a penas se ponía en marcha. él nunca se refiere a este término, utiliza más bien la expresión ''sistema de libertad natural''. Fatalmente, su discurso solo podía ser general y alusivo; tampoco fue plenamente coherente. Así pues, mientras que el contenido central del enfoque liberal se apoya en la afirmación que la clase capitalista es el agente activo del desarrollo económico, se encuentra también en La riqueza de las naciones algunos párrafos que van en sentido contrario.1 Finalmente, queda claro que numerosas objeciones pueden ir dirigidas a la tesis de Smith: podemos estar en desacuerdo con la concepción smithiana de la naturaleza humana, se puede impugnar el efecto de cascada alegado por Smith, podemos estar en desacuerdo con su tratamiento del problema de la desigualdad, solo por mencionar algunos de los puntos más controvertidos.

En la sección siguiente de este artículo, hago referencia a un pensamiento liberal más elaborado. La diferencia respecto a Smith tiene que ver con la relación entre la teoría y la realidad. Smith parte de una intuición respecto a la realidad y se encamina en una argumentación teórica con el fin de justificarla. Más tarde, con la aparición de la teoría neoclásica, este método va a invertirse. Un gran número de economistas contemporáneos piensan, erróneamente o con justa razón, que la demostración teórica de la superioridad de la economía de mercado ya ha sido lograda. Una vez aceptamos este punto, el problema que se plantea es el de la aplicabilidad de la teoría. Se trata de establecer si lo que se justifica en la teoría lo está también en la realidad, habida cuenta de las divergencias entre el modelo teórico y la realidad. El pensamiento liberal consiste entonces en afirmar que, puesto que en teoría la competencia lleva a un estado de optimalidad social, es necesario transformar la economía real de modo que se ajuste al modelo teórico.

 

III. Una deshomogeneización de la concepción liberal

La tesis que quiero desarrollar en esta tercera parte del artículo es que no se puede hoy en día considerar el liberalismo como una realidad monolítica, mientras que esto sí era posible anteriormente, digamos durante los años treinta. La adhesión o rechazo del liberalismo es, frecuentemente, un asunto de gradualidad.

Antes de entrar en el nudo del asunto, es útil precisar mi propósito. Yo deseo mostrar las distintas modalidades de adhesión al liberalismo económico. Destaco que se trata de posiciones normativas referentes a la manera ideal de organizar la sociedad en su dimensión económica. Se puede hablar en este caso de posiciones ideológicas, pero sin que haya una connotación peyorativa detrás de este último término (es decir, entendiendo el término de ideología como una visión del mundo y no como una actitud de mala fe). Estas concepciones se desarrollaron en una dialéctica entre la evolución histórica y el discurso teórico de los economistas. Ciertamente son opiniones pero más que eso, y en la medida en que ellas se basan en una argumentación teórica, son producidas por los economistas. En otras palabras, si existe convicción, se trata de apoyarlas en una argumentación sujeta a la crítica del conjunto de la comunidad de los economistas. Mi objetivo consiste en describir estas concepciones, en la medida en que fueron soportadas en un discurso teórico, solo haré alusión a éste y nada más.

Al afirmar que las teorías se basan en un a priori normativo previo, yo me separo de la visión tradicional de los economistas. Según esta visión, la ciencia económica se inscribe en un enfoque positivista, de modo que la exigencia mínima esperada de los economistas es que dejen de lado cualquier juicio de valor. Creo que esta actitud es posible para distintas subcategorías de la disciplina económica, pero no para el estudio del funcionamiento de una economía en su conjunto, para este objeto de análisis, el positivismo resulta ser una carnada. Aquí, la dimensión normativa está siempre presente y, a mis ojos, ella precede la construcción teórica y la modelización. Cuando los macroeconomistas inventan modelos, pocas veces lo hacen sin saber de antemano cuál será la conclusión política. Al contrario, frecuentemente es esta última lo primero, por lo que el modelo es un vehículo que sirve para justificar una intuición política previa. Es por otra parte sintomático que uno de los textos de referencia que defienden el enfoque positivista en economía haya sido escrito precisamente por uno de los economistas más comprometidos ideológicamente, The Methodology of Positive Economics, de Milton Friedman (1953). Yo preferiría que los economistas pusieran sobre la mesa sus concepciones respecto a la forma ideal de organizar la economía en lugar de ocultarlas, pero estamos lejos de eso.

A. Las décadas que preceden la gran crisis de los años treinta: dos posiciones en presencia, el liberalismo y el socialismo

Pretendiendo identificar la posición opuesta al liberalismo, es por supuesto hacia el marxismo que debemos volvernos. Marx presenta una tesis radicalmente opuesta a la de Smith. A su modo de ver, la economía capitalista reposa en la explotación de los asalariados por parte de los capitalistas. Estamos aquí ante un antagonismo fundamental que, todavía hoy, impregna los espíritus. Por un lado está Smith quien afirma que, siempre que exista un marco competitivo, los amos y los trabajadores están en una situación win–win. Del otro lado está Marx que ve esta relación como una lucha para la división de una torta ofrecida entre dos partes con intereses opuestos, una situación win–loose. Mientras que Marx reconoce al sistema capitalista el mérito de permitir un desarrollo extraordinario de las fuerzas productivas, no puede ser admisible su superioridad en términos de eficiencia, para no hablar de justicia, con relación a una economía planificada. Según él, el problema puede ni siquiera plantearse en términos de una comparación entre dos sistemas posibles. El capitalismo, dice Marx, contiene en sí mismo los gérmenes de su propia destrucción y su avance hacia una organización socialista de la economía, basada en la propiedad colectiva de los medios de producción y la planificación. El socialismo así entendido (es decir, como sinónimo de comunismo) es, por lo tanto, opuesto a la economía de mercado. Este constituye el grado cero de liberalismo económico.

Si existe un período durante el cual el liberalismo económico y el socialismo, así definido, se han afrontado radicalmente, de manera que la crítica del liberalismo tuviera un sentido inequívoco, es la década que precede la crisis de los años treinta. Pero esta crisis cambió la forma de ver este afrontamiento. Para mostrarlo, debo partir de la forma como el pensamiento liberal interpreta el fenómeno de la crisis.

Todos hemos constatado en varias ocasiones cierto júbilo de los adversarios del liberalismo ante la llegada de las crisis. Caminando sobre los pasos de Marx, ellos las interpretan como la primera señal del hundimiento del capitalismo. Pero los autores liberales no aceptan esta opinión. Para ellos, la existencia de fases de recesión es inherente a la economía de mercado. Como lo vimos en este sistema, las decisiones de producción (en su sentido más amplio) se toman sobre iniciativa privada respecto a las anticipaciones sobre los beneficios. No hay razón para que estas iniciativas sean siempre coronadas de éxito; incluso en las fases coyunturales de prosperidad, que se podrían llamar mini–crisis (que afectan a agentes o a empresas particulares) estas fases se presentan permanentemente, conduciendo eventualmente a la desaparición de las empresas comprometidas en el fracaso. Estos fenómenos merecen llamarse de fracasos comerciales, es decir, una ausencia de validación por la demanda en los mercados de las inversiones de las empresas. Cuando estas crisis se amplifican y se generalizan, la economía entra en una fase de recesión. La existencia de ésta no es tampoco chocante para un defensor de la economía liberal. En vez de verlos como la señal premonitoria de su hundimiento, los ve como un tipo de válvula del sistema.

En esta perspectiva, la crisis se considera como un desenlace, la constatación de un encadenamiento de errores en la toma de decisiones y el inicio de un proceso de liquidación de sus efectos, un castigo de purificación hasta cierto punto. Es necesario, afirmamos entonces, dejar este proceso seguir su curso hasta que lo contrario se produzca.

La piedra angular de la doctrina liberal reposa, en efecto, en la afirmación de existencia de fuerzas de cambio: la crisis es vista como un período de liquidación de los excesos. Ella presenta también nuevas oportunidades de beneficio, las cuales permiten a los agentes activar el fenómeno del reajuste. Para los liberales, el Estado no tiene que intervenir de una manera directa en este proceso, ni siquiera a través de una política de reactivación; esta política sólo haría retrasar la operación de liquidación. La actitud que debe adoptarse ante la crisis es por lo tanto dar la espalda. El sufrimiento a corto plazo será beneficioso a largo plazo.

B. Keynes y la aparición del liberalismo mitigado

El liberalismo mitigado ha sido el marco de análisis a través del cual, a principios de los años treinta, la mayoría de los economistas interpretaban la situación económica de su época, su diagnóstico era que el otorgamiento de créditos demasiado elevados había provocado un exceso de inversión. La vía que debía seguirse era dejar el proceso de caída de los precios seguir su curso hasta que el reajuste ocurriera. Esto era también válido para el mercado de trabajo; la solución del desempleo residía en la baja de salarios. Pero, en la realidad, dicho ajuste esperado no se producía. Lo que debió ser una deflación de reajuste se transformaba en una deflación acumulativa, un círculo vicioso.

Keynes se puso a la cabeza de la insurrección contra esta visión estándar. Aunque él no fue el único, su originalidad fue querer abordar la cuestión a nivel teórico; éste era el objetivo de su libro, La teoría general: demostrar que la economía de mercado puede encontrarse bloqueada en un equilibrio subóptimo con desempleo involuntario, mientras que la teoría económica de la época se basaba en premisas que excluían esta posibilidad. De ahí su insuficiencia para aclarar lo que pasaba en la economía real. Para Keynes, la causa era una insuficiencia a gran escala de la demanda global, lo que frustraba tanto los consumidores, que ofrecen trabajo, como a las empresas, que ofrecen bienes. Se trataba entonces de modificar la teoría estándar para que el resultado excluido pueda encontrar allí su lugar.

La amplia aceptación de las ideas de Keynes, modificó la configuración de las posiciones, que aportan nuevos elementos en la confrontación entre el liberalismo tal y como era concebido por la teoría económica y el socialismo; el cual existía sobre todo como una alternativa política seductora en esa época. Yo propongo llamar esta nueva postura como el liberalismo mitigado.

El trabajo teórico de Keynes estaba basado por un proyecto político, el mantenimiento de la economía capitalista. La siguiente cita del capítulo de conclusión La teoría general lo ilustra bien:

''Whilst, therefore, the enlargement of the functions of government (...) would seem to a nineteenth–century publicist or to a contemporary American financier to be a terrific encroachment on individualism, I defend it, on the contrary, both as the only practicable means of avoiding the destruction of existing economic forms in their entirety and as the condition of successful functioning of individual initiatives'' (Keynes, 1936, p. 380).

A raíz de La teoría general, emergen dos nuevas concepciones en cuanto a liberalismo económico, una directamente resultado de la obra de Keynes y la otra desarrollándose de una manera pragmática como resultado de una proyección teórica. Estas dos alternativas conforman dos variantes del liberalismo mitigado.

La primera se arraiga en el núcleo analítico La teoría general y se refiere a la explicación del desempleo involuntario. Debido a las contribuciones de Hicks y Modigliani, las intuiciones de Keynes se modificaron para convertirse en el modelo IS–LM. éste se convirtió en la piedra angular de una nueva subdisciplina económica, la macroeconomía. Sobre el plan doctrinal, ella afirma que, si la economía de mercado es, en principio, el sistema económico más eficaz, se pueden constatar algunos fallos, por ejemplo, insuficiencias de demanda. El papel del Estado es conducir la economía hacia un estado de pleno empleo. Llamo liberalismo keynesiano esta forma particular, relativamente pequeña, del liberalismo mitigado y admito inmediatamente que el adjetivo es ambiguo. Designando así la opinión adoptada por los macroeconomistas keynesianos, usuarios del modelo IS–LM, quienes expresan más la opinión de los keynesianos que del mismo Keynes. En efecto, si nos referimos al capítulo de conclusión de La teoría general, se constata que Keynes concebía otros tipos de intervenciones del Estado, de modo que él sería menos liberal que los economistas keynesianos.2

La segunda variante del liberalismo mitigado que surge a partir de las primeras décadas de la posguerra puede llamarse el liberalismo de coexistencia. Este agrupa a los defensores de lo que se llamó la economía mixta. Según ellos, el campo de acción del Estado supera el ámbito de la estabilización coyuntural de la economía. Afirman que existe un amplio grupo de necesidades sociales por las cuales el Estado es responsable y superior a una organización de laissezfaire. La salud, las pensiones, la seguridad social, la educación, eventualmente los transportes y las comunicaciones, son los principales ámbitos en cuestión. Permanecemos sin embargo en un contexto liberal en la medida en que la eficiencia del sistema de mercado no se niega mientras asuma las responsabilidades que se le asigna.

Históricamente, el liberalismo keynesiano y el liberalismo de coexistencia tomaron cuerpo paralelamente, de modo que los defensores de uno puedan también defender el otro ?lo que fue el caso más en Europa que en los Estados Unidos?, pero intelectualmente son diferentes. El liberalismo keynesiano no implica la adhesión al sistema de economía mixta. Del mismo modo, se puede defender la economía mixta sin adoptar la tesis de una insuficiencia crónica de la demanda agregada.

El surgimiento de la concepción de liberalismo mitigado vuelve la simple noción de liberalismo muy inadecuada, puesto que designaría a la vez el conjunto (el liberalismo económico en general, que incluye el liberalismo mitigado) y una parte (el liberalismo no mitigado). La línea de demarcación es el grado de adhesión al liberalismo económico. En un caso, hay una plena adhesión, en otro una adhesión mitigada. Yo propongo en adelante llamar al pleno liberalismo, liberalismo no mitigado.

C. El regreso del pleno liberalismo

Considerando la teoría macroeconómica como una lucha deportiva, el score en las dos primeras décadas de la posguerra fue la victoria del liberalismo mitigado sobre el pleno liberalismo. Pero las cosas no permanecieron allí. Una respuesta al keynesianismo a nombre del pleno liberalismo, se desarrolló gradualmente. Tres grandes economistas están a la cabeza de dicha respuesta, Hayek, Coase y Friedman. Hayek propuso la tesis del surgimiento de la economía de mercado como un orden espontáneo, y defendió el carácter autorregenerador del sistema de precios. Coase, por su parte, propuso la tesis según la cual el sistema competitivo está en condiciones de solucionar los problemas de externalidades gracias a la posibilidad de transferir los derechos de propiedad. Pero es indiscutiblemente Friedman quien ejerció la más mayor influencia, casi que fue él solo quien logró revivir el pleno liberalismo.

Entre las distintas contribuciones de Friedman, yo quiero escoger una sola, su reinterpretación de la crisis de los años treinta propuesta en su libro sobre la historia monetaria de los Estados Unidos, coescrito con Anna Schwartz. Para los keynesianos, esta crisis fue la manifestación de un fracaso a gran escala del funcionamiento de la economía de mercado. Friedman y Schwartz (1963) ofrecen una interpretación alternativa. Basándose en un análisis detallado de los hechos, ellos afirman que los Estados Unidos conocieron en los primeros años de la década de los treinta una crisis bursátil y bancaria normal que se habría reabsorbido por sí misma, si el banco central americano, la FED, no se hubiera comprometido en una política monetaria de restricción de la masa monetaria, mientras que debía haber hecho precisamente lo contrario. En esta perspectiva, la causa de la crisis no es un fallo de las fuerzas de mercado, sino un error de política económica. El culpable no es ya el mercado, sino el Estado. Además, la política del New Deal de Roosevelt, tan elogiada, se critica también porque retrasó el regreso de la economía americana a la prosperidad, al haber instalado restricciones a la competencia.

La pelea entre plenos liberales à la Friedman y los liberales mitigados, se refiere a su visión del Estado. Los liberales mitigados ven a los gobiernos como entes compuestos de individuos desinteresados e iluminados; la eficiencia del Estado no se pone en entredicho. Al contrario, los plenos liberales desconfían del Estado; consideran que la clase política sirve, principalmente, su interés propio; afirman que las dificultades de la reelección, fenómeno a corto plazo, entran a menudo en contradicción con la lógica del largo plazo; consideran también que el Estado no dispone de la información útil necesaria para percibir la demanda social; finalmente, asumen que el funcionamiento del Estado es a menudo ineficaz fundado sobre una estructura de incentivo inadecuada. Para ellos, el Estado es el problema y no la solución.

Los trabajos de Friedman, así como los trabajos de otros autores que ya mencioné, abrieron la vía a dos tipos de desarrollos. El primero es de orden político y el segundo, de orden teórico. En el orden político, se asiste a una ofensiva contra el Estado de bienestar, aprovechando el declive de éste. Los héroes son Thatcher y Reagan. En el orden teórico, se asiste a la revolución de los nuevos clásicos, bajo el impulso de economistas como Lucas, Sargent, Kydland y Prescott y Barro, estos autores destronan la macroeconomía keynesiana e imponen una macroeconomía dinámica–estocástica y los modelos de ciclos reales. En adelante, se analiza el fenómeno de los ciclos en el marco de la teoría de valor, mientras que antes estos dos ámbitos estaban separados. Se hace más hincapié en las fluctuaciones que en las crisis, pues las primeras se interpretan como resultado de las reacciones optimistas de los agentes frente a choques exógenos, normalmente de naturaleza tecnológica. En este sentido, se rechaza la idea según la cual la fase de recesión manifestaría una situación de desequilibrio. Las fluctuaciones coyunturales dejan de ser vistas como fracasos del mercado.

Tengamos en cuenta finalmente que otro tipo de pleno liberalismo surgió o resurgió paralelamente con el liberalismo de Friedman, se trata del Liberalismo al estilo austriaco. Esta concepción, que permanece minoritaria, considera que la existencia de los bancos centrales constituye en sí misma una infracción contra la perspectiva liberal.3 Friedman es criticado así, al interior de su propia posición de derecha, por aceptar estos bancos.

D. La aparición de una nueva variante del pleno liberalismo

Los años recientes han sido testigos de un cambio al interior de la posición de pleno liberalismo. La nueva variante, que propongo llamar la defensa de un liberalismo regulado, emana también de Chicago. Esta variante comparte con Friedman la misma fe en la economía de mercado, pero es más lúcida en cuanto a las dificultades encontradas por la instalación y el mantenimiento de la competencia.

La diferencia entre las dos variantes puede comprenderse reflexionando sobre el sentido de la expresión ''mercado autorregulado''. La autorregulación puede referirse al funcionamiento de los mercados una vez que se establece apropiadamente el marco competitivo. Entendido de esta manera, la autorregulación significa que un estado de desequilibrio engendra un proceso correctivo que lleva los resultados del mercado hacia una posición de equilibrio. Pero la autorregulación puede referirse también al mantenimiento del marco institucional. Hay autorregulación de los mercados en este segundo sentido si, cuando por una razón u otra el mercado deja de ser competitivo, un efecto de regreso se produce. Friedman creía en la presencia de este doble mecanismo de autorregulación. En este sentido, instaurar autoridades de control de la competencia se revela inútil ya que ésta puede generarse por sí misma. Los defensores del liberalismo regulado son menos optimistas; percibiendo la fragilidad de la competencia, son conscientes de que la economía de mercado requiere condiciones culturales e institucionales preliminares. Ellos admiten también que la competencia puede tener fallos y necesitar intervenciones del Estado; no obstante, estas intervenciones solo pueden referirse al marco institucional. Las acciones de interferencia con el mercado, como las políticas de reactivación de la economía o la ayuda a los sectores en declive, están excluidas. Que el Estado pueda comprometerse en actividades no estimuladas espontáneamente por el mercado, como el ámbito de los seguros de desempleo, son aceptables, pero nuevamente, solo en el papel de instauración y de control de normas institucionales.

Tal concepción no implica el abandono del liberalismo económico como ideal que debe alcanzarse. La acción reguladora no tiene por objeto reducir la competencia, sino eliminar los obstáculos que encuentra. El libro de Rajan y Zingales (2004), constituye un buen ejemplo. Ellos subrayan que el desarrollo económico es un proceso de creación destructiva, retomando la expresión de Schumpeter. Si las ventajas de la competencia prevalecen en el largo plazo, entonces a corto plazo, el proceso es doloroso. Ellos tienen el mérito de no complicarse con circunloquios para exponer sus puntos de vista, como lo muestra el siguiente párrafo:

''Competition naturally distinguishes the competent from the incompetent, the hard working from the lazy, the lucky from the unlucky. It thus adds to the risk that firms and individuals face. It also increases risk by expanding opportunities in good times and reducing them in bad ones thus subjecting people to a roller coaster of a ride. Ultimately, most people are better off, but the ride is not always pleasant and some fall off'' (Rajan y Zingales, 2004, p. 17).

Rajan y Zingales consideran que el mantenimiento de una competencia viva (''vibrante'', término que ellos utilizan) puede ser frenado o detenido por dos fuerzas conservadoras, diferentes pero susceptibles de unirse. La primera está constituida por las empresas capitalistas existentes; una vez bien establecidas, ellas tienen menos razones de favorecer el libre mercado, en consecuencia, ellas movilizarán sus influencias políticas e institucionales para preservar su poder de mercado. La segunda fuerza está conformada por el grupo de las víctimas de la competencia, puesto que si hay destrucción, hay necesariamente víctimas; su desamparo inmediato, admiten nuestros autores, es innegable. Este grupo va a organizarse y a pretender actuar por la vía política. De hecho, los dos grupos, los ''establecidos'' y los ''amenazados'', tienen interés en unirse y en luchar contra el proceso competitivo.

''Markets will always create losers if they are to do their job. There is no denying that the costs of competition and technological change fall disproportionate on some.Unfortunately, it is largely their voices, rather than the desires of the silent majority or the interest of future generations, that will influence politicians. The danger stemming from conservative politics is to ignore the concerns of the losers or the threat they pose to general prosperity. Liberal politics is equally misguided when it attacks the system that creates losers, instead of seeing that it is an inevitable aspect of the market'' (Rajan y Zingales, 2004, p. 19).

Tan pronto como se admite la utilidad de proceder a una separación entre estas dos variantes del pleno liberalismo, debo revisar de nuevo mi terminología. Para ello, propongo reanudar la expresión a menudo empleada de laissez–faire para designar el punto de vista de Friedman de una autorregulación a dos niveles (una apelación alternativa sería Liberalismo desregularizado).

Recapitulando los distintos grados de liberalismo que hemos distinguido. Por un lado, tenemos que el pleno liberalismo se compone por el laissez–faire y por el liberalismo regulado y, por otro lado, el liberalismo mitigado se compone del liberalismo keynesiano y del liberalismo de coexistencia.

Si adoptamos esta taxonomía, sería necesario concluir que la mayoría de los economistas, así como de los ciudadanos de nuestras sociedades, son liberales en la medida en que ser no liberal equivale a ser marxista, mientras que poca gente se adhiere al marxismo. Sin embargo, tal constatación no es satisfactoria y sugiere que mi clasificación está incompleta. Una posición falta allí y decido englobarla bajo el término de ''postura híbrida'' o ''adhesión reticente'' al liberalismo. Ella agrupa las personas que aceptan la economía de mercado, siempre y cuando consideren que sus excesos deben ser reprimidos, en otras palabras, combinan una adhesión al sistema de mercado y una desconfianza vis–à–vis de la competencia; consideran que ésta debe amarrarse en lugar de evolucionar sin obstáculos, no apoyan plenamente el objetivo de beneficio y piensan que el crecimiento debe limitarse, consideran que el Estado debe tener una política industrial y subvencionar las empresas nacionales; no son necesariamente adversarios del proteccionismo.

Siendo sensatos, las opiniones moderadas son preferibles a las opiniones radicales. Desde el punto de vista lógico, la postura híbrida encuentra problemas de posicionamiento; en efecto, nos podemos preguntar si lo que se define como un exceso no constituye la naturaleza profunda del sistema. La ambigüedad se refleja en el lenguaje utilizado. Así, se critica la búsqueda desenfrenada del beneficio o de la competencia exacerbada y se avanza la idea que es necesario controlar el mercado, sin que ningún de estos términos tenga un sentido preciso. Cuando hacemos referencia a los economistas, esta postura es sin duda la expresión de una relación ambigua respecto a la teoría neoclásica, esta teoría no es rechazada, sino más bien considerada como insatisfactoria.

Esta nueva postura es diferente de aquellas que hemos examinado anteriormente, se diferencia del liberalismo mitigado ya que los defensores de este último no preconizan el fin del funcionamiento de la competencia una vez que se delimita su campo de acción, y se diferencia aún más del liberalismo regulado. En estos dos casos, podemos referirnos a la necesidad de regular o controlar el mercado, pero las lógicas subyacentes son paradójicas. Para los plenos liberales reguladores, la regulación es necesaria para que la competencia no sea frenada por los comportamientos de adquisición de ingresos. Para los defensores de la postura híbrida, se trata, por el contrario, de impedir que la competencia juegue al máximo. Clasifiqué la posición keynesiana y aquella del liberalismo de coexistencia dentro de la etiqueta de liberalismo mitigado porque considero que, en su caso, el sustantivo triunfa sobre el adjetivo. Por el contrario, considero la postura híbrida como un caso de antiliberalismo y no porque sus adeptos rechacen la etiqueta liberal. Pero hay que anexar el calificativo ''mitigado'' para tener en cuenta el hecho de que su rechazo no es radical. La categoría de antiliberalismo radical o de complot conviene, por el contrario, a los defensores del sistema comunista. La taxonomía completa se presenta en las tablas 1 y 2.

E. El impacto de la crisis actual en las posiciones respecto al liberalismo

No es necesario que mis propósitos entren en una descripción detallada de la crisis contemporánea. Hay un acuerdo bastante general sobre la secuencia de los acontecimientos, principalmente localizados en los Estados Unidos donde se han iniciado. Mencionemos tan solo algunos: los disfuncionamientos en el mercado hipotecario de este país, el crecimiento en la detención de los títulos, los fallos de las agencias de rating. Las malas adecuaciones respecto a la regulación financiera han sido igualmente señaladas, así como muchos aspectos referentes al desmonte de las regulaciones existentes y una ausencia de reglamentación en los nuevos productos del sector financiero. Mi intención es más bien estudiar el impacto de la crisis en las concepciones respecto al liberalismo económico.

Una de las primeras características que deben mencionarse es la modificación de la relación de las fuerza entre las distintas concepciones en discusión. La aparición de la crisis pone a la defensiva a los defensores del pleno liberalismo. En efecto, nos encontramos ante una secuencia de acontecimientos que es difícil, a primera vista, no considerar como un mal funcionamiento de la economía de mercado. Al contrario, los liberales mitigados y los antiliberales pueden sentirse reconfortados, sintiéndose como si regresaran de un exilio.

¿Cuál es la estrategia de defensa adoptada por los seguidores del pleno liberalismo? Es demasiado pronto para disponer de un amplio abanico de artículos al respecto, pero los primeros comienzan a surgir. Me concentro sobre los debates llevados a cabo en los Estados Unidos y por los economistas académicos, basándome en los textos de Fernández y Kehoe (2009), Zingales (2009) y Barro (2009). Estos últimos asumen una cierta distancia respecto al laissez–faire en la medida en que admiten disfunciones del mercado y una insuficiente regulación. Así pues, Fernández y Kehoe escriben:

''If the risk of a fall in housing prices had been understood and priced correctly; higher interest rates on lending for construction projects and mortgage would have corrected the problem. The lack of understanding of systemic risk on the part of banks, regulators and bond rating agents calls for reforms and, perhaps new regulations'' (Fernández y Kehoe, 2009, p. 5).

Sin embargo, en el fondo, ellos permanecen en la posición de pleno liberalismo. Por otra parte, la línea que adoptan es la que Friedman y Schwartz habían propuesto con respecto a la crisis de los años treinta, la cual consiste en declarar que, sin errores de política económica, una crisis banal no habría degenerado en una grave depresión. Ellos alegan dos errores. El primero es la política de tasa de interés efectuada por la FED, éstas siguieron siendo demasiado bajas durante mucho tiempo. Puesto que el mismo Keynes había ya preconizado tal política (con el fin de favorecer las inversiones y, en esa línea, de provocar la eutanasia de los rentistas), esta situación permite a Zingales, en su participación en el debate sobre el keynesianismo organizado por The Economist, fustigar la política de la administración Bush y de la FED para su keynesianismo desbordado.4

El segundo error de política económica denunciado por los defensores del pleno liberalismo se refiere a la política de la administración Clinton en cuanto a la política de vivienda. Se le critíca por hacer una presión indebida sobre las compañías hipotecarias bajo su influencia, tales como Fannie May, para que amplíen sus préstamos a los hogares que, en otro tiempo, habrían sido excluidos.5

En cuanto a la línea de conducta que debe seguirse para salir de la crisis, la posición de estos autores se ajusta a su visión fundamental. Para ellos, es esencial que los gobiernos se abstengan de interferir con las fuerzas de mercado. En los términos de Fernández y Kehoe:

''We need to avoid implementing policies that stifle productivity by providing bad incentives to the private sector. With banks and other financial institutions in crisis, the government needs to focus on providing liquidity so that banks can provide credit at market interest rates, and using the market mechanism, to productive firms. Unproductive firms need to die. This is as true for the automobile industry as for the banking system. Bailouts and other financial efforts to keep unproductive firms in operation depress productivity. These firms absorb labor and capital that are better used by productive firms. The market makes better decisions than does the government on which firms should survive and which should die'' (Fernández y Kehoe, 2009, p. 3).

Esta cita pone en evidencia la convicción de los defensores del pleno liberalismo: el mercado hace mejor las cosas que el gobierno y es necesario confiar en su capacidad de ajuste. Si se preconiza la quiebra de General Motors (pero en los Estados Unidos una quiebra no tiene el mismo sentido que en Europa), es porque no se prevén efectos de tipo dominó. La similitud con la posición defendida por los liberales en la época de la Gran Crisis de los años treinta está muy clara.

Los plenos liberales son pues perentorios: es necesario reparar el sistema financiero pero no comprometerse con una política de reactivación de la demanda. Una vez restablecido el sistema financiero, las fuerzas de mercado bastarán para empujar de nuevo la economía. Esta opinión es defendida por Barro (2009) en su artículo Voodoo Multipliers. Las políticas de reactivación de la economía, afirma, se basan en la idea de un multiplicador de los gastos con una magnitud positiva. En consecuencia, los bienes públicos así creados parecen constituir un free lunch: la producción aumenta sin que el consumo o la inversión de alguien sufran alteración. Pero para el autor esta idea no es aceptable.

''The theory (a simple Keynesian macroeconomic model) implicitly assumes that the government is better than the private market at marshaling idle resource to produce useful stuff. Unemployed labor and capital can be utilized at essentially zero social cost, but the private market is somehow unable to figure any of this out. Implicitly there is something wrong with the price system'' (Barro, 2009, p. 1–2).

Barro considera que el multiplicador es igual a cero, de modo que la reactivación gubernamental impide las actividades del sector privado. Según Barro, el único criterio que debe tenerse en cuenta para emprender obras públicas es, al igual que cuando no hay situaciones de crisis, ver si estas obras poseen un buen análisis de costo–beneficio.

Tal es la opinión de los defensores del pleno liberalismo. En cuanto a los keynesianos, su lectura es opuesta. Admitiendo que el origen de la crisis no es keynesiano ―en otras palabras, que una insuficiencia de demanda no ha sido el punto de partida― ellos sostienen que una crisis de confianza generalizada se produjo en un segundo tiempo, requiriendo una política de reactivación como solución. Paul Krugman es hoy en día el representante emblemático de esta visión. En su artículo What to do?, publicado en diciembre de 2008 en el New York Review of Books, él desarrolla puntos de vista completamente opuestos a Barro. Krugman admite que la solución de la crisis pasa por el rescate del sistema financiero, pero, a sus ojos, esto no basta. El enorme repliegue de la demanda agregada exige una política de reactivación fiscal a gran escala. Según él, estamos de nuevo en un caso hipotético keynesiano.

''Even if the rescue of the financial system starts to bring credit markets back to life, we still face a global slump that’s gathering momentum. What should be done about that ? The answer, almost surel, is good old Keynesian fiscal simulus. (…) The next plan should focus on sustaining anf expanding government spending — sustaining it by providing aid to state and local governments, expanding it with spending on roads, bridges and other forms of infrastructure'' (Krugman, 2008, p. 8).

Respecto a la crítica de Barro sobre el free lunch, este autor la refuta del siguiente modo:

''As readers may have gathered, I believe not only that we’re living in a new era of depression economics, but also that John Maynard Keynes — the economist who made sense of the Great Depression— is now more relevant than ever. (…) The quintessential economic sentence is supposed to be ‘There is no free lunch’; it says that there are limited resources, that to have more of one thing you must accept less of another, that there is no gain without pain. Depresssion economics, however, is the study of situations where there is a free lunch, if we can only figure out how to get our hands on it, because there are unemployed resources that could be put to work'' (Barro, 2009, p. 10).

Este sobrevuelo rápido sobre las controversias entre plenos liberales y liberales keynesianos basta para mostrar el impacto de la crisis actual en la configuración de las concepciones en cuanto al liberalismo. Dos características se retienen, la primera es un círculo en las ideas de los plenos liberales, puesto que admiten la existencia de un fracaso del mercado y atribuyen al Estado un papel activo en la resolución de la crisis. Se recibe en contrapartida un regreso en potencia del liberalismo mitigado à la Keynes, preconizando una política de reactivación fiscal. No solamente los keynesianos retoman la vocería sino que el gobierno ha seguido en gran parte la línea que ellos mismos han preconizado. La segunda característica, y en todos los casos, los medios académicos americanos distan mucho de una crítica radical al liberalismo económico. Las confrontaciones oponen dos campos que se sitúan dentro de la familia liberal, aunque solo uno de ellos pertenece de manera mitigada. A pesar de su multiplicación, autores como Stiglitz y Krugman son economistas liberales. Estamos muy lejos de la crítica del capitalismo que se encuentra por ejemplo en la prensa de izquierda en Francia.

F. Dos cuadros sintéticos

Las dos tablas siguientes resumen nuestra argumentación, según la cual el liberalismo económico no es monolítico. La tabla 3 resume la evolución cronológica de hemos relatado, mientras que la tabla 4 presenta los grados de liberalismo de una manera paralela respecto a una escala en grados que va del grado máximo al grado mínimo de liberalismo.

 

Conclusiones

Mi estudio tuvo por objeto retomar los debates sobre el liberalismo que resurgieron con motivo de las crisis. Se deriva de este análisis que el título mismo de mi artículo es dudoso en la medida en que distintos grados de liberalismo coexisten. Desgraciadamente, esta diferencia es poco tenida en cuenta.

Mi enfoque de análisis permite clarificar los debates. Tomemos la expresión ''neoliberalismo'' que a menudo es utilizada por los detractores del liberalismo. Si hacemos referencia a mi análisis del liberalismo en general, especialmente al principio del artículo, se constata que el término de neoliberalismo no es diferente, en términos de contenido, del liberalismo en general. Por lo tanto, no se ve la razón del cambio de terminología. Por el contrario, una vez que se distinguen los grados del liberalismo, vemos un poco mejor lo que los usuarios de esta expresión quieren decir. Su objetivo es mostrar el regreso al pleno liberalismo después de un período de dominación del liberalismo keynesiano y del liberalismo de coexistencia. El neoliberalismo no es más que el pleno liberalismo à la Friedman. Pero esta crítica sigue siendo tan ambigua como su punto de partida, la posición del liberalismo en nombre de la cual ella ha sido hecha, no se ha precisado. ¿Se trata del liberalismo mitigado, del liberalismo de coexistencia, la adhesión reticente al liberalismo o de la posición marxista? Mientras esta pregunta no tenga una respuesta, la crítica faltará de punto de apoyo.

Por otra parte, es importante tener en cuenta que mi trabajo se refirió a un abanico de posturas teóricas. Su estudio puede servir de telón de fondo a un examen de las concepciones adoptadas por los partidos políticos, por organizaciones sociales, como los sindicatos o las organizaciones patronales, o hasta de los periódicos. Pero el paso de un orden a otro no es evidente en la medida en que estos distintos órganos no se someten a una exigencia de coherencia lógica. En efecto, al descifrar sus doctrinas, nos damos cuenta que son a menudo, y por distintas razones, una mezcla de las distintas posturas teóricas, de modo que su clasificación se revela difícil. Mi tipología no es puesta en entredicho por el hecho de que una revisión de estas posiciones, por ejemplo, por parte de un partido político, conduciría a clasificarlo en varias de las concepciones que he separado. Estaría en entredicho si, por el contrario, personas o grupos no pudieran situarse en alguna de ellas.

Mi análisis revela también la existencia de una paradoja, el contraste entre la propagación de la crítica al liberalismo ―tal y como lo vemos por estos días― y el hecho de que la gran mayoría de la gente se adhiere a la economía de mercado y, por lo tanto, al liberalismo económico; admitiendo que la opinión marxista es minoritaria y que esa adherencia puede hacerse con reticencia o parcialmente. Esta separación entre el discurso y la posición real es sorprendente, todavía más cuando vemos que la mayoría de los detractores del liberalismo económico son, lo presumimos, ardientes defensores del liberalismo político.

Finalmente, la pregunta que uno se hace al término de mi análisis consiste en saber si puede establecerse un consenso en cuanto a la mejor concepción sobre el liberalismo, no lo creo. Cada una de ellas dispone de abogados maliciosos y de argumentos en su favor. Fundamentalmente, si lo que está en el centro de los debates es la organización ideal de las sociedades en su dimensión económica, no se ve por qué las visiones opuestas que allí se manifiestan podrían reconciliarse. En el campo ficticio de la teoría económica, es posible demostrar, con hipótesis más o menos heroicas, que una economía fundada sobre la competencia es eficaz. Es verdad también que el capitalismo permitió durante los dos últimos siglos un aumento extraordinario del nivel de vida de las poblaciones en las sociedades en las cuales se instaló. Pero el capitalismo del mundo teórico y el capitalismo de la realidad no son los mismos. La pregunta sin respuesta consiste en saber si el capitalismo real podría haber llegado a un nivel superior de bienestar si se hubiera ajustado al capitalismo teórico; o si al contrario, sus resultados, globalmente impresionantes, se deben precisamente al hecho de haberse separado del modelo teórico (es decir que haya funcionado según una modalidad de liberalismo mitigado). Que esta pregunta no pueda tener una respuesta y que una de las posturas expuestas aquí no pueda imponerse con relación a las otras, tienen el mismo significado. La gradualidad existente entre las distintas posturas de liberalismo puede, por lo tanto, interpretarse como una cuestión de fe en la posibilidad de modelar la realidad según los estándares de la teoría económica.

 

Referencias

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14. Zingales, Luigi (2009). ''The opposition's opening remarks'', The Economist, 10 de marzo. Disponible en: http://www.economist.com/debate/days/ view/276 (13 de julio de 2009).        [ Links ]

 

 

Primera versión recibida en marzo de 2009; versión final aceptada en junio de 2009

 

 

NOTAS

1. Por ejemplo el siguiente párrafo: ''Sin embargo, como sus pensamientos (de quienes viven del beneficio, los comerciantes e industriales) se ejercitan normalmente en torno a los intereses de su rama particular de actividad y no a los intereses sociales, sus opiniones, aunque se expresen con la mayor buena fe (lo que no siempre es el caso), tendrán más peso en relación con el primero de estos objetivos que con el segundo… El interés de los empresarios siempre es ensanchar el mercado pero estrechar la competencia… Cualquier propuesta de una nueva ley o regulación comercial que provenga de esta categoría de personas debe siempre ser considerada con la máxima precaución'' (Smith, 1994, p. 343–344).

2. El principio de una diferencia entre la teoría de Keynes y la teoría keynesiana fue propuesto por Leijonhufvud (1968).

3. Ver por ejemplo, Greenfiels y Yeager (1983).

4. ''With zero personal saving and a large budget deficit the Bush administratin has run one of the most aggressive Keynesian policy in history. Not only has adherence to Keyne’s principles not averted the current economic disaster, it it has greatly contributed to causing it. The Keynesian desire to manage aggregate demand, ignoring the long–run costs, pushed Alan Greenspan and Ben Bernanke to keep interest rates extremely low in 2002, fuelling excessive consumption by the household sector and excessive risk–taking by the financial sector. (…) If Keynesian principles and education are the cause of the current depression, it is hard to imagine that they can be the solution'' (Zingales, 2009).

5. Este argumento está presente en un reciente número de The Economist (semana del 18 de abril de 2009).

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