El liberalismo económico y la crisis
Economic liberalism and crisis
Le liberalisme économique et la crise
Michel De Vroey1
1 Michel De Vroey: Profesor de Economía de la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica. Dirección electrónica: michel.devroey@uclouvain.be. Dirección postal: IRES, Université Catholique de Louvain, Place Montesquieu 3, d.210, 1348 Louvain–La–Neuve, Bélgica.
Este artículo está basado en dos conferencias dictadas en el centro de investigaciwones económicas EconomiX de la Universidad de Paris Ouest Nanterre–La Défense y en la Sociedad Real de Economía Política de Bruselas. No he querido modificar el estilo oral de la presentación. Traducido por Alexander Tobón, profesor del Departamento de Economía de la Universidad de Antioquia.
Resumen
En los numerosos debates que evocan el liberalismo económico, éste se presenta como una realidad monolítica; el objetivo de este artículo consiste en poner de manifiesto que distintos grados de liberalismo deben distinguirse: el pleno liberalismo, el liberalismo mitigado y el antiliberalismo mitigado, con subdistinciones al interior de las dos primeras categorías. En la primera parte se recuerdan las características que marcan el liberalismo económico en general. En la segunda se menciona la justificación que Adam Smith ha dado del liberalismo. Finalmente, en la tercera parte, inicio el trabajo de des–homogenización del liberalismo económico y muestro cómo distintas formas de éste se han encadenado históricamente, en particular, respecto a las grandes crisis económicas.
Palabras clave: Smith, liberalismo, tipos de liberalismo, economía de mercado, crisis. Clasificación JEL: A11, B10, N00
Abstract
In the many debates concerning economic liberalism, this appears as a monolithic reality. The aim of this paper is to show that this is not the case and that different degrees of liberalism must be distinguished: total liberalism, mitigated liberalism and mitigated anti–liberalism, with subdistinctions within the first two categories. In the first part of the paper, the characteristics of economic liberalism overall are recalled. Subsequently, Adam Smith's justification of liberalism is introduced. Finally, in the third part, I attempt to des–homogenize economic liberalism and show how different forms of this have been linked historically, particularly with respect to the great economic crises.Abstract: In the many debates concerning economic liberalism, this appears as a monolithic reality. The aim of this paper is to show that this is not the case and that different degrees of liberalism must be distinguished: total liberalism, mitigated liberalism and mitigated anti–liberalism, with subdistinctions within the first two categories. In the first part of the paper, the characteristics of economic liberalism overall are recalled. Subsequently, Adam Smith's justification of liberalism is introduced. Finally, in the third part, I attempt to des–homogenize economic liberalism and show how different forms of this have been linked historically, particularly with respect to the great economic crises.
Keywords: Smith, liberalism, types of liberalism, market economy, crisis. Classification JEL: A11, B10, N00.
Résumé
Dans les nombreux débats évoquant le libéralisme économique, celui–ci est présenté comme une réalité monolithique. L'objectif de cet article est de montrer que ceci n'est pas le cas et que différents degrés de libéralisme doivent être distingués : le plein libéralisme, le libéralisme mitigé et l'anti–libéralisme mitigé, avec des sous–distinctions au niveau des deux premières catégories. Dans sa première partie, les traits saillants du libéralisme économique en général sont rappelés. Dans la seconde, j'évoque la justification qu'Adam Smith en a donnée. Enfin, dans la troisième partie, j'entreprends le travail de dés–homogénéisation du libéralisme économique et montre comment différentes formes de celui–ci se sont enchaînées historiquement, notamment en réaction aux grandes crises économiques.
Mots clé: Smith, libéralisme, types de libéralisme, économie de marché, crises. Clasification JEL : A11, B10, N00.
INTRODUCCIÓN
Mi objeto de reflexión en este artículo es el liberalismo económico, entendido como una doctrina específica en cuanto a la organización económica de las sociedades, y su relación con el fenómeno de la crisis económica. La motivación que me impulsó a abordar este tema es mi descontento respecto a la manera como se trata la cuestión del liberalismo. El defecto metodológico en los debates sobre el liberalismo es que, en general, se basan en una representación monolítica de éste. Avanzaré la idea según la cual, por contrario, es necesario separar distintos grados de liberalismo.
En la primera parte del artículo recordaré lo que me parece constituye las características destacadas del liberalismo económico en general. En la segunda parte evocaré la justificación que Adam Smith ha dado de dichas características, y que hoy por hoy me parece siempre estimulante. En la tercera parte, emprenderé un trabajo de deshomogenización del liberalismo económico y mostraré cómo distintas formas de éste se encuentran encadenadas históricamente, en particular, en reacción a las grandes crisis económicas. Es necesario precisar que no analizo el vínculo entre liberalismo económico y liberalismo político, aunque están intrínsecamente ligados. En adelante, cuando utilice el término de liberalismo, será necesario entenderlo como una abreviatura de la expresión completa ''liberalismo económico''.
I. ¿Qué es necesario entender por liberalismo económico?
El liberalismo económico afirma que la economía de mercado constituye la mejor manera de garantizar el crecimiento económico y de mejorar el nivel de vida de la población de una sociedad dada. Cuando se habla de mejorar el nivel de vida, se refiere a todos los estratos sociales y en particular los más desamparados. Este punto merece destacarse dada la opinión ampliamente aceptada según la cual el liberalismo es una ideología al servicio de la clase social menos favorecida. Lo contrario es, en general, verdadero: los partidarios del liberalismo adoptan esta posición porque piensan que este sistema ofrece las condiciones para mejorar la suerte de las clases desfavorecidas de la sociedad. Así, yo hablé de economía de mercado, pero podría también hablar de economía capitalista. Una economía de mercado no capitalista, es decir, una economía de mercado compuesta de productores independientes o empresas autogestionadas, es un concepto que nunca se ha personificado históricamente. En los hechos, sólo hay economías de mercado que eran también economías capitalistas. Los dos términos serán pues utilizados indistintamente.
Se trata de un sistema basado en la propiedad privada y en el cual las decisiones de producción se hacen por la iniciativa descentralizada de los agentes económicos, principalmente por las empresas, con el objetivo de obtener beneficios, bajo la señal del sistema de precios y en un contexto de competencia. La obtención del beneficio recompensa el hecho de que la iniciativa privada anticipó correctamente las necesidades sociales, tal y como se manifiestan en una demanda en los mercados. La falta de obtención de los beneficios sanciona la situación opuesta, es decir, un error en cuanto a la anticipación de la demanda social. Tanto las pérdidas como los beneficios se asumen privadamente, los fracasos acumulados conllevan, a través de un proceso darwiniano, a la desaparición de las empresas. Para funcionar, este sistema se basa en una palanca de comportamiento muy potente: la búsqueda del interés personal. Se afirma que esta palanca implica un mecanismo autorregulador llamado la ''mano invisible del mercado'', una metáfora propuesta por Adam Smith para designar la competencia económica, y declarada como el motor del desarrollo. En resumen, el liberalismo económico afirma que la economía de mercado es superior en términos de eficiencia, de creación de riqueza y de crecimiento respecto a un sistema en el cual la economía es regulada por el Estado, su caso extremo siendo la economía planificada, o respecto a un sistema en el cual los roles económicos se transmiten hereditariamente de una generación a otra.
Completemos esta presentación sintética con tres observaciones adicionales. Primero, la premisa según la cual los agentes actúan en función de sus intereses implica que, en el análisis, la atención está centrada en los incentivos para los agentes; en consecuencia, el dispositivo institucional apropiado debe ser tal que los agentes asisten a la realización efectiva del objetivo perseguido mientras persiguen su interés personal. Segundo, la opinión liberal destaca la existencia de un conflicto entre el corto plazo y el largo plazo, el escollo que debe evitarse es el corto–placismo, es decir, la aplicación de medidas saludables a corto plazo pero dañinas a largo plazo; los ejemplos abundan aquí, siendo el más clásico es de mantener con vida los sectores económicos en declive para mantener el empleo, otro ejemplo es ofrecer subsidios de desempleo a duración ilimitada. Tercero, es necesario destacar que la tesis liberal no es tan intuitiva como se cree; yo llegaría incluso a decir que es menos intuitiva que la tesis contraria que admite la organización de la economía por un Estado. Sobre este último punto es necesario detenerse.
Estudiando la literatura que critica el liberalismo, se tiene la idea según la cual el liberalismo es la doctrina dominante y que, en consecuencia, ella se impone como una evidencia; es solo a través de un desprendimiento crítico que sería posible admitir una organización alternativa de la economía. Esta percepción me parece incorrecta. Ciertamente, el hecho de que hayamos nacido y vivamos en un sistema en el cual el mercado ocupa un lugar predominante nos puede incitar a considerarlo como natural; pero, si se intenta abstraerse de esta familiaridad, un escenario diferente aparece. Imaginémonos una asamblea de filósofos griegos del siglo V a.C. que discute sobre la organización ideal de la economía, si uno de ellos propone que la mejor manera de organizar la economía sería no intentar dirigirla desde lo más alto de la pirámide, sino dejar a los individuos que forman su base tomar la iniciativa que les parezca apropiada, sus colegas filósofos solo podrían encontrarlo excéntrico y le dirían que tal sistema conduciría al caos.
Esta reacción no es sorprendente. Si nos preguntamos sobre la racionalidad que regula las decisiones económicas de las entidades constitutivas de la sociedad como los hogares, las empresas y el ejército, nos damos cuenta que funcionan sobre un principio de la planificación: se establecen objetivos, se hacen inventarios de los recursos, se hacen arbitrajes, se decide y ejecuta. Como lo decía Marx, ''lo que distingue desde el inicio al más malo de los arquitectos, de la abeja más experta, es que él construye la cámara de cría en su cabeza antes de construir la colmena'' (Marx, 1969, p. 139). La ruptura del punto de vista liberal reside en la afirmación de que un procedimiento de toma de decisiones racional en los agentes individuales y unidades constitutivas de la sociedad, deja de serlo cuando se considera la economía en su conjunto. Debería allí substituirse un principio, que puede parecer extraño al principio, según el cual si cada uno sigue su interés personal, se obtiene un resultado superior a aquel resultado obtenido a través de una organización planificadora. En resumen, la tesis liberal es que el conjunto no debe funcionar como las partes, que la economía en su conjunto no debe dirigirse como una empresa o un hogar. La planificación es buena para las partes de la economía, pero no para ella en su conjunto.
El hecho de que el liberalismo económico sea contra–intuitivo obliga a sus partidarios a hacer la prueba de su superioridad. Antes de la expansión del capitalismo, el problema económico era demasiado transparente para movilizar los espíritus. Para entender el funcionamiento económico de una sociedad, solo había que extender a la sociedad en su conjunto las observaciones hechas para la economía doméstica, como se lo ve en Aristóteles o en San Tomás de Aquino. Por el contrario, con la economía de mercado aparecen objetos de estudio sobre los cuales se puede investigar, hay entonces una necesidad de análisis. Es porque existen enigmas, que debe existir teoría. De ahí la proposición: la economía política nace con su enigma.
Esta es la manera en que yo volvería a traducir el proyecto subyacente del famoso libro de Adam Smith, La riqueza de las naciones. Veo este libro como un argumento para la defensa de la economía de mercado, en un contexto en el cual su aparición era obstaculizada por la administración de la economía por parte del Estado.
II. La justificación del liberalismo económico propuesta por Adam Smith
Adam Smith sigue siendo hasta el día de hoy una referencia inevitable a la hora de tratar de fundar la defensa del liberalismo económico. Dos líneas de argumentación ligadas entre sí están presentes en sus escritos. La primera se encuentra en la Teoría de los sentimientos morales mientras que la segunda se halla en La riqueza de las naciones. Las examino sucesivamente.
A. Del mal (según el moralista) surge el bien (según el economista)
Uno de los placeres de leer la Teoría de los sentimientos morales es que Smith, para hacer pasar sus puntos de vistas, utiliza a menudo parábolas, soberbiamente dichas por añadidura. La que nos interesa es la parábola del joven pobre ambicioso.
El hijo del pobre, a quien la ira de los cielos ha vuelto ambicioso, cuando empieza a observar en torno suyo admira la condición del rico. Encuentra que la cabaña de su padre es demasiado pequeña para él y fantasea con que debería vivir más comodamente en un palacio. No le gusta el tener que andar o padecer el cansancio de montar a caballo. Ve cómo sus superiores son transportados en diversos medios y se imagina que en uno de ellos podría viajar con menos incomodidades. Se considera naturalmente indolente y está muy poco dispuesto a esforzarse; opina que un vasto séquito de sirvientes le ahorraría muchas molestias. Piensa que una vez logrado todo esto se sentaría tranquilamente y no haría nada, limitándose a disfrutar con la noción de la dicha y sosiego de su situación. Está encantado con la imagen distante de esa felicidad. En su fantasía parece la vida de unos seres superiores, y para alcanzar esa meta se dedica para siempre a la búsqueda de la riqueza y los honores (Smith, 2004, p. 319–320).
Años más tarde, todo indica sin embargo que el joven hombre pobre, que ahora se convirtió en rico y realizó sus aspiraciones, encuentra banal e inútil los placeres de las distinciones y del engrandecimiento, por lo que no obtiene ninguna verdadera satisfacción.
El poder y la riqueza aparecen entonces como son en realidad: unas máquinas enormes y laboriosas preparadas para producir unas insignificantes conveniencias para el cuerpo... Si consideramos la satisfacción auténtica que todas estas cosas pueden proporcionar, por sí mismas e independientemente del orden dispuesto para producirla, siempre nos parecerá en sumo grado desdeñable e insignificante (Smith, 2004, p. 323).
En esta fase de su relato, Smith se acerca a un tema presente en otras partes de la Teoría de los sentimientos morales, en los cuales afirma que aquellos que buscan la verdadera felicidad y la sabiduría deben evitar entrar en el círculo de la vanidad. Solamente de esta manera podemos escapar a la trampa, muy peligrosa, de preferir las imágenes a la realidad. El lector espera, por lo tanto, una conclusión fuertemente moral: que los jóvenes ambiciosos no cedan ante las sirenas de la ambición. Pero no es la vía tomada por Smith. Al contrario, se congratula por este estado de las cosas. En sus términos:
Y está bien que la naturaleza nos engañe de esa manera. Esta superchería es lo que despierta y mantiene en continuo movimiento la laboriosidad de los humanos. Fue eso lo que les impulsó primero a cultivar la tierra, a construir casas, a fundar ciudades y comunidades, a inventar y mejorar todas las ciencias y las artes que ennoblecen y embellecen la vida humana; lo que ha cambiado por completo la faz de la tierra, que ha transformado las rudas selvas de la naturaleza en llanuras agradables y fértiles, y ha hecho del océano intransitado y estéril un nuevo fondo para la subsistencia y una gran carretera que comunica las diversas naciones del globo... Los ricos sólo seleccionan del conjunto lo que es más precioso y agradable. Ellos consumen apenas más que los pobres, y a pesar de su natural egoísmo y avaricia, aunque sólo buscan su propia conveniencia, aunque el único fin que se proponen es la satisfacción de sus propios vanos e insaciables deseos, dividen con los pobres el fruto de todas sus propiedades. Una mano invisible los conduce a realizar casi la misma distribución de las cosas necesarias para la vida que habría tenido lugar si la tierra hubiese sido dividida en porciones iguales entre todos sus habitantes, y así sin pretenderlo, promueven el interés de la sociedad y aportan medios para la multiplicación de la especie (Smith, 2004, p. 323–324).
El interés de este texto reside en la ruptura hecha por el mismo Smith entre su primera y su última parte. Después de haber querido llevar al lector hacia la conclusión que se espera del moralista ?evitemos caer en la trampa de 18 los pretextos? lleva a cabo un vuelco total, afirmando que tenemos suerte de contar con gente como el joven hombre ambicioso ya que, sin tener la intención, ellos mejoran la suerte de los otros miembros de la sociedad. Por un efecto de consecuencias no deseadas, el egoísmo se revela como el resorte del desarrollo económico. La observación lamentable para el moralista es una buena noticia para el economista.
Personalmente, encuentro la argumentación de Smith interesante porque anticipa una crítica hecha hoy al capitalismo, poniendo en duda el carácter moral de la búsqueda del beneficio. Smith la desactiva, pero no abogando por el sentido de responsabilidad social de los capitalistas ya que, según él, el resorte último de la búsqueda del beneficio es el egoísmo y la vanidad. En otras palabras, lejos de Smith está la voluntad de darle un estatuto moral a la búsqueda del beneficio. Su defensa del sistema de libertad proviene de otro orden de ideas. Smith se pregunta ¿deseamos nosotros un aumento de nivel de vida de la población, en particular de los más pobres? En caso afirmativo, la vía es crear, dice Smith, un entorno económico en el cuál se deje en libertad la búsqueda de los intereses individuales.
Por muy interesante que sea, el razonamiento de Smith no es, en esta etapa del análisis, más que una afirmación perentoria. Para que pueda provocar la adhesión, su validez debe ser demostrada, tarea difícil que será esbozada por Smith en La riqueza de las naciones y que no está terminada en la actualidad ¿y podrá esa tarea ser terminada algún día? A pesar de ello, este razonamiento encuentra un obstáculo enorme; suponiendo que sea correcto, es difícil de ''vender'' porque está mal visto subrayar el lado positivo de los defectos de la personalidad que los moralistas nos invitan a sobrepasar.
B. Detrás de la metáfora de la mano invisible: la competencia
El defensor de la economía liberal debe explicar por qué un sistema, cuyas características podría creerse que llevan a la anarquía, sería viable y eficaz. La respuesta en esencia no es sorprendente. La anarquía es sólo aparente ya que existe un sistema de reglas, similares a las leyes de la física newtoniana ?de ahí el nombre de leyes naturales? que restringirían el comportamiento de los agentes. Este principio director es el de competencia, la rivalidad entre los agentes, la cual es la encargada de traer la economía hacia un estado de equilibrio. La defensa de Smith toma, por lo tanto, la forma de una teoría del valor, es decir, una teoría del equilibrio del sistema. El concepto de precio de equilibrio juega el papel de pivote (Smith emplea el término de precio natural).
Smith presenta el embozo de tal teoría, que hemos llamado Teoría de la gravitación, en el capítulo VII del libro I de La riqueza de las naciones. La idea subyacente es que existe una situación de equilibrio cuyo logro representa una situación de óptimo social. La pregunta consiste en saber si existen fuerzas que permitan que los agentes económicos, movidos únicamente por su interés personal, actúen de tal manera que la realización del equilibrio o al menos la tendencia hacia este estado, resulte de sus acciones. A esta pregunta Smith responde que sí. Supongamos que, por razones dadas, los precios de mercado son diferentes de los precios de equilibrio. En consecuencia, el factor trabajo o el factor capital no se remunerarán a su magnitud normal. En el sector donde el precio de mercado es superior al precio natural, su remuneración será superior a la tasa natural, en la situación contraria la remuneración será inferior. Esta ausencia de beneficios va a incitar a los agentes, que son las víctimas, a reconsiderar sus actividades y desplazarlas hacia los sectores en los cuales la remuneración de los factores es más ventajosa. La esencia del proceso competitivo reside en esta presión a la movilidad de los agentes, pero sobre todo de los capitales, de los sectores con baja rentabilidad hacia aquellos donde la rentabilidad es mayor. Pero para que esta tendencia juegue, numerosas condiciones deben cumplirse; es necesario que los precios sean flexibles, que no haya obstáculos a la movilidad, ni situaciones que les permitan a los agentes conservar posiciones dominantes sobre sus ingresos, poniéndolos al refugio del proceso competitivo, como es el monopolio.
Destaquemos también que la igualdad no es un tema tratado por Smith. Dos características explican su falta de interés. La primera es la tesis del trickle down o tesis del derramamiento. La riqueza creada por los capitalistas a través de un objetivo egoísta se extiende poco a poco hacia las clases más desfavorecidas. Para Smith, lo que cuenta no es reducir la brecha entre ricos y pobres, sino que el nivel de vida absoluto de los más desfavorecidos aumente gracias al crecimiento económico. La segunda característica es que la desigualdad no es dramática si se acompaña de la posibilidad de la movilidad social. Es necesario que los miembros de la clase inferior, que quieran y estén dispuestos a hacer los sacrificios necesarios, tengan la posibilidad de subir la escala social.
El liberalismo económico es claramente una doctrina que defiende el capitalismo. Pero, y es un aspecto poco reconocido, esta defensa se acompaña de un apoyo condicional de los capitalistas. Para Smith, el escollo que debe evitarse es que los capitalistas desvían el sistema a su ventaja, lo que es posible tan pronto como la competencia se hace ausente y cuando ellos obtienen posiciones dominantes sobre sus ingresos. Adam Smith tiene palabras muy duras contra lo que él llama los ''amos'', dado que el término de capitalista aún no se utilizaba. En efecto, en el capítulo VIII de La riqueza de las naciones, dedicado al problema de los salarios, los acusa siempre de elaborar complot para abusar de los trabajadores. Esta es también la tesis de Rajan y Zingales, autores de un reciente libro titulado Saving Capitalism from the Capitalists, del cual hablaré más adelante. La opinión liberal se encuentra aquí entre dos semáforos. El ejemplo siguiente lo muestra. Una editorial de The Economist del 4 de abril de 2009 se interesa en el tema de las disparidades en el ingreso, su autor declara que la situación actual de distribución de ingresos no es aceptable (en 2006, uno de cada mil de los americanos más ricos ganaban 77 veces más que el 90% del conjunto de la población, contra una cifra de 20 veces más en 1979); los deseos de venganza son entonces comprensibles. Sin embargo, a la hora de concluir la editorial, se observa un círculo; por una parte, se afirma que la existencia misma de la crisis va a restringir los excesos de riqueza y, por otra parte, se declara que un ataque frontal contra los ricos sería contraproducente. ''The rich are an easy target. But when you try to bash them, you usually end up pinching yourself in the nose''. (The Economist, 2009).
C. En síntesis
El gran mérito de Adam Smith es haber expresado tales puntos de vistas en el momento en el cual el capitalismo a penas se ponía en marcha. él nunca se refiere a este término, utiliza más bien la expresión ''sistema de libertad natural''. Fatalmente, su discurso solo podía ser general y alusivo; tampoco fue plenamente coherente. Así pues, mientras que el contenido central del enfoque liberal se apoya en la afirmación que la clase capitalista es el agente activo del desarrollo económico, se encuentra también en La riqueza de las naciones algunos párrafos que van en sentido contrario.1 Finalmente, queda claro que numerosas objeciones pueden ir dirigidas a la tesis de Smith: podemos estar en desacuerdo con la concepción smithiana de la naturaleza humana, se puede impugnar el efecto de cascada alegado por Smith, podemos estar en desacuerdo con su tratamiento del problema de la desigualdad, solo por mencionar algunos de los puntos más controvertidos.
En la sección siguiente de este artículo, hago referencia a un pensamiento liberal más elaborado. La diferencia respecto a Smith tiene que ver con la relación entre la teoría y la realidad. Smith parte de una intuición respecto a la realidad y se encamina en una argumentación teórica con el fin de justificarla. Más tarde, con la aparición de la teoría neoclásica, este método va a invertirse. Un gran número de economistas contemporáneos piensan, erróneamente o con justa razón, que la demostración teórica de la superioridad de la economía de mercado ya ha sido lograda. Una vez aceptamos este punto, el problema que se plantea es el de la aplicabilidad de la teoría. Se trata de establecer si lo que se justifica en la teoría lo está también en la realidad, habida cuenta de las divergencias entre el modelo teórico y la realidad. El pensamiento liberal consiste entonces en afirmar que, puesto que en teoría la competencia lleva a un estado de optimalidad social, es necesario transformar la economía real de modo que se ajuste al modelo teórico.
III. Una deshomogeneización de la concepción liberal
La tesis que quiero desarrollar en esta tercera parte del artículo es que no se puede hoy en día considerar el liberalismo como una realidad monolítica, mientras que esto sí era posible anteriormente, digamos durante los años treinta. La adhesión o rechazo del liberalismo es, frecuentemente, un asunto de gradualidad.
Antes de entrar en el nudo del asunto, es útil precisar mi propósito. Yo deseo mostrar las distintas modalidades de adhesión al liberalismo económico. Destaco que se trata de posiciones normativas referentes a la manera ideal de organizar la sociedad en su dimensión económica. Se puede hablar en este caso de posiciones ideológicas, pero sin que haya una connotación peyorativa detrás de este último término (es decir, entendiendo el término de ideología como una visión del mundo y no como una actitud de mala fe). Estas concepciones se desarrollaron en una dialéctica entre la evolución histórica y el discurso teórico de los economistas. Ciertamente son opiniones pero más que eso, y en la medida en que ellas se basan en una argumentación teórica, son producidas por los economistas. En otras palabras, si existe convicción, se trata de apoyarlas en una argumentación sujeta a la crítica del conjunto de la comunidad de los economistas. Mi objetivo consiste en describir estas concepciones, en la medida en que fueron soportadas en un discurso teórico, solo haré alusión a éste y nada más.
Al afirmar que las teorías se basan en un a priori normativo previo, yo me separo de la visión tradicional de los economistas. Según esta visión, la ciencia económica se inscribe en un enfoque positivista, de modo que la exigencia mínima esperada de los economistas es que dejen de lado cualquier juicio de valor. Creo que esta actitud es posible para distintas subcategorías de la disciplina económica, pero no para el estudio del funcionamiento de una economía en su conjunto, para este objeto de análisis, el positivismo resulta ser una carnada. Aquí, la dimensión normativa está siempre presente y, a mis ojos, ella precede la construcción teórica y la modelización. Cuando los macroeconomistas inventan modelos, pocas veces lo hacen sin saber de antemano cuál será la conclusión política. Al contrario, frecuentemente es esta última lo primero, por lo que el modelo es un vehículo que sirve para justificar una intuición política previa. Es por otra parte sintomático que uno de los textos de referencia que defienden el enfoque positivista en economía haya sido escrito precisamente por uno de los economistas más comprometidos ideológicamente, The Methodology of Positive Economics, de Milton Friedman (1953). Yo preferiría que los economistas pusieran sobre la mesa sus concepciones respecto a la forma ideal de organizar la economía en lugar de ocultarlas, pero estamos lejos de eso.
A. Las décadas que preceden la gran crisis de los años treinta: dos posiciones en presencia, el liberalismo y el socialismo
Pretendiendo identificar la posición opuesta al liberalismo, es por supuesto hacia el marxismo que debemos volvernos. Marx presenta una tesis radicalmente opuesta a la de Smith. A su modo de ver, la economía capitalista reposa en la explotación de los asalariados por parte de los capitalistas. Estamos aquí ante un antagonismo fundamental que, todavía hoy, impregna los espíritus. Por un lado está Smith quien afirma que, siempre que exista un marco competitivo, los amos y los trabajadores están en una situación win–win. Del otro lado está Marx que ve esta relación como una lucha para la división de una torta ofrecida entre dos partes con intereses opuestos, una situación win–loose. Mientras que Marx reconoce al sistema capitalista el mérito de permitir un desarrollo extraordinario de las fuerzas productivas, no puede ser admisible su superioridad en términos de eficiencia, para no hablar de justicia, con relación a una economía planificada. Según él, el problema puede ni siquiera plantearse en términos de una comparación entre dos sistemas posibles. El capitalismo, dice Marx, contiene en sí mismo los gérmenes de su propia destrucción y su avance hacia una organización socialista de la economía, basada en la propiedad colectiva de los medios de producción y la planificación. El socialismo así entendido (es decir, como sinónimo de comunismo) es, por lo tanto, opuesto a la economía de mercado. Este constituye el grado cero de liberalismo económico.
Si existe un período durante el cual el liberalismo económico y el socialismo, así definido, se han afrontado radicalmente, de manera que la crítica del liberalismo tuviera un sentido inequívoco, es la década que precede la crisis de los años treinta. Pero esta crisis cambió la forma de ver este afrontamiento. Para mostrarlo, debo partir de la forma como el pensamiento liberal interpreta el fenómeno de la crisis.
Todos hemos constatado en varias ocasiones cierto júbilo de los adversarios del liberalismo ante la llegada de las crisis. Caminando sobre los pasos de Marx, ellos las interpretan como la primera señal del hundimiento del capitalismo. Pero los autores liberales no aceptan esta opinión. Para ellos, la existencia de fases de recesión es inherente a la economía de mercado. Como lo vimos en este sistema, las decisiones de producción (en su sentido más amplio) se toman sobre iniciativa privada respecto a las anticipaciones sobre los beneficios. No hay razón para que estas iniciativas sean siempre coronadas de éxito; incluso en las fases coyunturales de prosperidad, que se podrían llamar mini–crisis (que afectan a agentes o a empresas particulares) estas fases se presentan permanentemente, conduciendo eventualmente a la desaparición de las empresas comprometidas en el fracaso. Estos fenómenos merecen llamarse de fracasos comerciales, es decir, una ausencia de validación por la demanda en los mercados de las inversiones de las empresas. Cuando estas crisis se amplifican y se generalizan, la economía entra en una fase de recesión. La existencia de ésta no es tampoco chocante para un defensor de la economía liberal. En vez de verlos como la señal premonitoria de su hundimiento, los ve como un tipo de válvula del sistema.
En esta perspectiva, la crisis se considera como un desenlace, la constatación de un encadenamiento de errores en la toma de decisiones y el inicio de un proceso de liquidación de sus efectos, un castigo de purificación hasta cierto punto. Es necesario, afirmamos entonces, dejar este proceso seguir su curso hasta que lo contrario se produzca.
La piedra angular de la doctrina liberal reposa, en efecto, en la afirmación de existencia de fuerzas de cambio: la crisis es vista como un período de liquidación de los excesos. Ella presenta también nuevas oportunidades de beneficio, las cuales permiten a los agentes activar el fenómeno del reajuste. Para los liberales, el Estado no tiene que intervenir de una manera directa en este proceso, ni siquiera a través de una política de reactivación; esta política sólo haría retrasar la operación de liquidación. La actitud que debe adoptarse ante la crisis es por lo tanto dar la espalda. El sufrimiento a corto plazo será beneficioso a largo plazo.
B. Keynes y la aparición del liberalismo mitigado
El liberalismo mitigado ha sido el marco de análisis a través del cual, a principios de los años treinta, la mayoría de los economistas interpretaban la situación económica de su época, su diagnóstico era que el otorgamiento de créditos demasiado elevados había provocado un exceso de inversión. La vía que debía seguirse era dejar el proceso de caída de los precios seguir su curso hasta que el reajuste ocurriera. Esto era también válido para el mercado de trabajo; la solución del desempleo residía en la baja de salarios. Pero, en la realidad, dicho ajuste esperado no se producía. Lo que debió ser una deflación de reajuste se transformaba en una deflación acumulativa, un círculo vicioso.
Keynes se puso a la cabeza de la insurrección contra esta visión estándar. Aunque él no fue el único, su originalidad fue querer abordar la cuestión a nivel teórico; éste era el objetivo de su libro, La teoría general: demostrar que la economía de mercado puede encontrarse bloqueada en un equilibrio subóptimo con desempleo involuntario, mientras que la teoría económica de la época se basaba en premisas que excluían esta posibilidad. De ahí su insuficiencia para aclarar lo que pasaba en la economía real. Para Keynes, la causa era una insuficiencia a gran escala de la demanda global, lo que frustraba tanto los consumidores, que ofrecen trabajo, como a las empresas, que ofrecen bienes. Se trataba entonces de modificar la teoría estándar para que el resultado excluido pueda encontrar allí su lugar.
La amplia aceptación de las ideas de Keynes, modificó la configuración de las posiciones, que aportan nuevos elementos en la confrontación entre el liberalismo tal y como era concebido por la teoría económica y el socialismo; el cual existía sobre todo como una alternativa política seductora en esa época. Yo propongo llamar esta nueva postura como el liberalismo mitigado.
El trabajo teórico de Keynes estaba basado por un proyecto político, el mantenimiento de la economía capitalista. La siguiente cita del capítulo de conclusión La teoría general lo ilustra bien:
''Whilst, therefore, the enlargement of the functions of government (...) would seem to a nineteenth–century publicist or to a contemporary American financier to be a terrific encroachment on individualism, I defend it, on the contrary, both as the only practicable means of avoiding the destruction of existing economic forms in their entirety and as the condition of successful functioning of individual initiatives'' (Keynes, 1936, p. 380).
A raíz de La teoría general, emergen dos nuevas concepciones en cuanto a liberalismo económico, una directamente resultado de la obra de Keynes y la otra desarrollándose de una manera pragmática como resultado de una proyección teórica. Estas dos alternativas conforman dos variantes del liberalismo mitigado.
La primera se arraiga en el núcleo analítico La teoría general y se refiere a la explicación del desempleo involuntario. Debido a las contribuciones de Hicks y Modigliani, las intuiciones de Keynes se modificaron para convertirse en el modelo IS–LM. éste se convirtió en la piedra angular de una nueva subdisciplina económica, la macroeconomía. Sobre el plan doctrinal, ella afirma que, si la economía de mercado es, en principio, el sistema económico más eficaz, se pueden constatar algunos fallos, por ejemplo, insuficiencias de demanda. El papel del Estado es conducir la economía hacia un estado de pleno empleo. Llamo liberalismo keynesiano esta forma particular, relativamente pequeña, del liberalismo mitigado y admito inmediatamente que el adjetivo es ambiguo. Designando así la opinión adoptada por los macroeconomistas keynesianos, usuarios del modelo IS–LM, quienes expresan más la opinión de los keynesianos que del mismo Keynes. En efecto, si nos referimos al capítulo de conclusión de La teoría general, se constata que Keynes concebía otros tipos de intervenciones del Estado, de modo que él sería menos liberal que los economistas keynesianos.2
La segunda variante del liberalismo mitigado que surge a partir de las primeras décadas de la posguerra puede llamarse el liberalismo de coexistencia. Este agrupa a los defensores de lo que se llamó la economía mixta. Según ellos, el campo de acción del Estado supera el ámbito de la estabilización coyuntural de la economía. Afirman que existe un amplio grupo de necesidades sociales por las cuales el Estado es responsable y superior a una organización de laissezfaire. La salud, las pensiones, la seguridad social, la educación, eventualmente los transportes y las comunicaciones, son los principales ámbitos en cuestión. Permanecemos sin embargo en un contexto liberal en la medida en que la eficiencia del sistema de mercado no se niega mientras asuma las responsabilidades que se le asigna.
Históricamente, el liberalismo keynesiano y el liberalismo de coexistencia tomaron cuerpo paralelamente, de modo que los defensores de uno puedan también defender el otro ?lo que fue el caso más en Europa que en los Estados Unidos?, pero intelectualmente son diferentes. El liberalismo keynesiano no implica la adhesión al sistema de economía mixta. Del mismo modo, se puede defender la economía mixta sin adoptar la tesis de una insuficiencia crónica de la demanda agregada.
El surgimiento de la concepción de liberalismo mitigado vuelve la simple noción de liberalismo muy inadecuada, puesto que designaría a la vez el conjunto (el liberalismo económico en general, que incluye el liberalismo mitigado) y una parte (el liberalismo no mitigado). La línea de demarcación es el grado de adhesión al liberalismo económico. En un caso, hay una plena adhesión, en otro una adhesión mitigada. Yo propongo en adelante llamar al pleno liberalismo, liberalismo no mitigado.
C. El regreso del pleno liberalismo
Considerando la teoría macroeconómica como una lucha deportiva, el score en las dos primeras décadas de la posguerra fue la victoria del liberalismo mitigado sobre el pleno liberalismo. Pero las cosas no permanecieron allí. Una respuesta al keynesianismo a nombre del pleno liberalismo, se desarrolló gradualmente. Tres grandes economistas están a la cabeza de dicha respuesta, Hayek, Coase y Friedman. Hayek propuso la tesis del surgimiento de la economía de mercado como un orden espontáneo, y defendió el carácter autorregenerador del sistema de precios. Coase, por su parte, propuso la tesis según la cual el sistema competitivo está en condiciones de solucionar los problemas de externalidades gracias a la posibilidad de transferir los derechos de propiedad. Pero es indiscutiblemente Friedman quien ejerció la más mayor influencia, casi que fue él solo quien logró revivir el pleno liberalismo.
Entre las distintas contribuciones de Friedman, yo quiero escoger una sola, su reinterpretación de la crisis de los años treinta propuesta en su libro sobre la historia monetaria de los Estados Unidos, coescrito con Anna Schwartz. Para los keynesianos, esta crisis fue la manifestación de un fracaso a gran escala del funcionamiento de la economía de mercado. Friedman y Schwartz (1963) ofrecen una interpretación alternativa. Basándose en un análisis detallado de los hechos, ellos afirman que los Estados Unidos conocieron en los primeros años de la década de los treinta una crisis bursátil y bancaria normal que se habría reabsorbido por sí misma, si el banco central americano, la FED, no se hubiera comprometido en una política monetaria de restricción de la masa monetaria, mientras que debía haber hecho precisamente lo contrario. En esta perspectiva, la causa de la crisis no es un fallo de las fuerzas de mercado, sino un error de política económica. El culpable no es ya el mercado, sino el Estado. Además, la política del New Deal de Roosevelt, tan elogiada, se critica también porque retrasó el regreso de la economía americana a la prosperidad, al haber instalado restricciones a la competencia.
La pelea entre plenos liberales à la Friedman y los liberales mitigados, se refiere a su visión del Estado. Los liberales mitigados ven a los gobiernos como entes compuestos de individuos desinteresados e iluminados; la eficiencia del Estado no se pone en entredicho. Al contrario, los plenos liberales desconfían del Estado; consideran que la clase política sirve, principalmente, su interés propio; afirman que las dificultades de la reelección, fenómeno a corto plazo, entran a menudo en contradicción con la lógica del largo plazo; consideran también que el Estado no dispone de la información útil necesaria para percibir la demanda social; finalmente, asumen que el funcionamiento del Estado es a menudo ineficaz fundado sobre una estructura de incentivo inadecuada. Para ellos, el Estado es el problema y no la solución.
Los trabajos de Friedman, así como los trabajos de otros autores que ya mencioné, abrieron la vía a dos tipos de desarrollos. El primero es de orden político y el segundo, de orden teórico. En el orden político, se asiste a una ofensiva contra el Estado de bienestar, aprovechando el declive de éste. Los héroes son Thatcher y Reagan. En el orden teórico, se asiste a la revolución de los nuevos clásicos, bajo el impulso de economistas como Lucas, Sargent, Kydland y Prescott y Barro, estos autores destronan la macroeconomía keynesiana e imponen una macroeconomía dinámica–estocástica y los modelos de ciclos reales. En adelante, se analiza el fenómeno de los ciclos en el marco de la teoría de valor, mientras que antes estos dos ámbitos estaban separados. Se hace más hincapié en las fluctuaciones que en las crisis, pues las primeras se interpretan como resultado de las reacciones optimistas de los agentes frente a choques exógenos, normalmente de naturaleza tecnológica. En este sentido, se rechaza la idea según la cual la fase de recesión manifestaría una situación de desequilibrio. Las fluctuaciones coyunturales dejan de ser vistas como fracasos del mercado.
Tengamos en cuenta finalmente que otro tipo de pleno liberalismo surgió o resurgió paralelamente con el liberalismo de Friedman, se trata del Liberalismo al estilo austriaco. Esta concepción, que permanece minoritaria, considera que la existencia de los bancos centrales constituye en sí misma una infracción contra la perspectiva liberal.3 Friedman es criticado así, al interior de su propia posición de derecha, por aceptar estos bancos.
D. La aparición de una nueva variante del pleno liberalismo
Los años recientes han sido testigos de un cambio al interior de la posición de pleno liberalismo. La nueva variante, que propongo llamar la defensa de un liberalismo regulado, emana también de Chicago. Esta variante comparte con Friedman la misma fe en la economía de mercado, pero es más lúcida en cuanto a las dificultades encontradas por la instalación y el mantenimiento de la competencia.
La diferencia entre las dos variantes puede comprenderse reflexionando sobre el sentido de la expresión ''mercado autorregulado''. La autorregulación puede referirse al funcionamiento de los mercados una vez que se establece apropiadamente el marco competitivo. Entendido de esta manera, la autorregulación significa que un estado de desequilibrio engendra un proceso correctivo que lleva los resultados del mercado hacia una posición de equilibrio. Pero la autorregulación puede referirse también al mantenimiento del marco institucional. Hay autorregulación de los mercados en este segundo sentido si, cuando por una razón u otra el mercado deja de ser competitivo, un efecto de regreso se produce. Friedman creía en la presencia de este doble mecanismo de autorregulación. En este sentido, instaurar autoridades de control de la competencia se revela inútil ya que ésta puede generarse por sí misma. Los defensores del liberalismo regulado son menos optimistas; percibiendo la fragilidad de la competencia, son conscientes de que la economía de mercado requiere condiciones culturales e institucionales preliminares. Ellos admiten también que la competencia puede tener fallos y necesitar intervenciones del Estado; no obstante, estas intervenciones solo pueden referirse al marco institucional. Las acciones de interferencia con el mercado, como las políticas de reactivación de la economía o la ayuda a los sectores en declive, están excluidas. Que el Estado pueda comprometerse en actividades no estimuladas espontáneamente por el mercado, como el ámbito de los seguros de desempleo, son aceptables, pero nuevamente, solo en el papel de instauración y de control de normas institucionales.
Tal concepción no implica el abandono del liberalismo económico como ideal que debe alcanzarse. La acción reguladora no tiene por objeto reducir la competencia, sino eliminar los obstáculos que encuentra. El libro de Rajan y Zingales (2004), constituye un buen ejemplo. Ellos subrayan que el desarrollo económico es un proceso de creación destructiva, retomando la expresión de Schumpeter. Si las ventajas de la competencia prevalecen en el largo plazo, entonces a corto plazo, el proceso es doloroso. Ellos tienen el mérito de no complicarse con circunloquios para exponer sus puntos de vista, como lo muestra el siguiente párrafo:
''Competition naturally distinguishes the competent from the incompetent, the hard working from the lazy, the lucky from the unlucky. It thus adds to the risk that firms and individuals face. It also increases risk by expanding opportunities in good times and reducing them in bad ones thus subjecting people to a roller coaster of a ride. Ultimately, most people are better off, but the ride is not always pleasant and some fall off'' (Rajan y Zingales, 2004, p. 17).
Rajan y Zingales consideran que el mantenimiento de una competencia viva (''vibrante'', término que ellos utilizan) puede ser frenado o detenido por dos fuerzas conservadoras, diferentes pero susceptibles de unirse. La primera está constituida por las empresas capitalistas existentes; una vez bien establecidas, ellas tienen menos razones de favorecer el libre mercado, en consecuencia, ellas movilizarán sus influencias políticas e institucionales para preservar su poder de mercado. La segunda fuerza está conformada por el grupo de las víctimas de la competencia, puesto que si hay destrucción, hay necesariamente víctimas; su desamparo inmediato, admiten nuestros autores, es innegable. Este grupo va a organizarse y a pretender actuar por la vía política. De hecho, los dos grupos, los ''establecidos'' y los ''amenazados'', tienen interés en unirse y en luchar contra el proceso competitivo.
''Markets will always create losers if they are to do their job. There is no denying that the costs of competition and technological change fall disproportionate on some.Unfortunately, it is largely their voices, rather than the desires of the silent majority or the interest of future generations, that will influence politicians. The danger stemming from conservative politics is to ignore the concerns of the losers or the threat they pose to general prosperity. Liberal politics is equally misguided when it attacks the system that creates losers, instead of seeing that it is an inevitable aspect of the market'' (Rajan y Zingales, 2004, p. 19).
Tan pronto como se admite la utilidad de proceder a una separación entre estas dos variantes del pleno liberalismo, debo revisar de nuevo mi terminología. Para ello, propongo reanudar la expresión a menudo empleada de laissez–faire para designar el punto de vista de Friedman de una autorregulación a dos niveles (una apelación alternativa sería Liberalismo desregularizado).
Recapitulando los distintos grados de liberalismo que hemos distinguido. Por un lado, tenemos que el pleno liberalismo se compone por el laissez–faire y por el liberalismo regulado y, por otro lado, el liberalismo mitigado se compone del liberalismo keynesiano y del liberalismo de coexistencia.
Si adoptamos esta taxonomía, sería necesario concluir que la mayoría de los economistas, así como de los ciudadanos de nuestras sociedades, son liberales en la medida en que ser no liberal equivale a ser marxista, mientras que poca gente se adhiere al marxismo. Sin embargo, tal constatación no es satisfactoria y sugiere que mi clasificación está incompleta. Una posición falta allí y decido englobarla bajo el término de ''postura híbrida'' o ''adhesión reticente'' al liberalismo. Ella agrupa las personas que aceptan la economía de mercado, siempre y cuando consideren que sus excesos deben ser reprimidos, en otras palabras, combinan una adhesión al sistema de mercado y una desconfianza vis–à–vis de la competencia; consideran que ésta debe amarrarse en lugar de evolucionar sin obstáculos, no apoyan plenamente el objetivo de beneficio y piensan que el crecimiento debe limitarse, consideran que el Estado debe tener una política industrial y subvencionar las empresas nacionales; no son necesariamente adversarios del proteccionismo.
Siendo sensatos, las opiniones moderadas son preferibles a las opiniones radicales. Desde el punto de vista lógico, la postura híbrida encuentra problemas de posicionamiento; en efecto, nos podemos preguntar si lo que se define como un exceso no constituye la naturaleza profunda del sistema. La ambigüedad se refleja en el lenguaje utilizado. Así, se critica la búsqueda desenfrenada del beneficio o de la competencia exacerbada y se avanza la idea que es necesario controlar el mercado, sin que ningún de estos términos tenga un sentido preciso. Cuando hacemos referencia a los economistas, esta postura es sin duda la expresión de una relación ambigua respecto a la teoría neoclásica, esta teoría no es rechazada, sino más bien considerada como insatisfactoria.
Esta nueva postura es diferente de aquellas que hemos examinado anteriormente, se diferencia del liberalismo mitigado ya que los defensores de este último no preconizan el fin del funcionamiento de la competencia una vez que se delimita su campo de acción, y se diferencia aún más del liberalismo regulado. En estos dos casos, podemos referirnos a la necesidad de regular o controlar el mercado, pero las lógicas subyacentes son paradójicas. Para los plenos liberales reguladores, la regulación es necesaria para que la competencia no sea frenada por los comportamientos de adquisición de ingresos. Para los defensores de la postura híbrida, se trata, por el contrario, de impedir que la competencia juegue al máximo. Clasifiqué la posición keynesiana y aquella del liberalismo de coexistencia dentro de la etiqueta de liberalismo mitigado porque considero que, en su caso, el sustantivo triunfa sobre el adjetivo. Por el contrario, considero la postura híbrida como un caso de antiliberalismo y no porque sus adeptos rechacen la etiqueta liberal. Pero hay que anexar el calificativo ''mitigado'' para tener en cuenta el hecho de que su rechazo no es radical. La categoría de antiliberalismo radical o de complot conviene, por el contrario, a los defensores del sistema comunista. La taxonomía completa se presenta en las tablas 1 y 2.
E. El impacto de la crisis actual en las posiciones respecto al liberalismo
No es necesario que mis propósitos entren en una descripción detallada de la crisis contemporánea. Hay un acuerdo bastante general sobre la secuencia de los acontecimientos, principalmente localizados en los Estados Unidos donde se han iniciado. Mencionemos tan solo algunos: los disfuncionamientos en el mercado hipotecario de este país, el crecimiento en la detención de los títulos, los fallos de las agencias de rating. Las malas adecuaciones respecto a la regulación financiera han sido igualmente señaladas, así como muchos aspectos referentes al desmonte de las regulaciones existentes y una ausencia de reglamentación en los nuevos productos del sector financiero. Mi intención es más bien estudiar el impacto de la crisis en las concepciones respecto al liberalismo económico.
Una de las primeras características que deben mencionarse es la modificación de la relación de las fuerza entre las distintas concepciones en discusión. La aparición de la crisis pone a la defensiva a los defensores del pleno liberalismo. En efecto, nos encontramos ante una secuencia de acontecimientos que es difícil, a primera vista, no considerar como un mal funcionamiento de la economía de mercado. Al contrario, los liberales mitigados y los antiliberales pueden sentirse reconfortados, sintiéndose como si regresaran de un exilio.
¿Cuál es la estrategia de defensa adoptada por los seguidores del pleno liberalismo? Es demasiado pronto para disponer de un amplio abanico de artículos al respecto, pero los primeros comienzan a surgir. Me concentro sobre los debates llevados a cabo en los Estados Unidos y por los economistas académicos, basándome en los textos de Fernández y Kehoe (2009), Zingales (2009) y Barro (2009). Estos últimos asumen una cierta distancia respecto al laissez–faire en la medida en que admiten disfunciones del mercado y una insuficiente regulación. Así pues, Fernández y Kehoe escriben:
''If the risk of a fall in housing prices had been understood and priced correctly; higher interest rates on lending for construction projects and mortgage would have corrected the problem. The lack of understanding of systemic risk on the part of banks, regulators and bond rating agents calls for reforms and, perhaps new regulations'' (Fernández y Kehoe, 2009, p. 5).
Sin embargo, en el fondo, ellos permanecen en la posición de pleno liberalismo. Por otra parte, la línea que adoptan es la que Friedman y Schwartz habían propuesto con respecto a la crisis de los años treinta, la cual consiste en declarar que, sin errores de política económica, una crisis banal no habría degenerado en una grave depresión. Ellos alegan dos errores. El primero es la política de tasa de interés efectuada por la FED, éstas siguieron siendo demasiado bajas durante mucho tiempo. Puesto que el mismo Keynes había ya preconizado tal política (con el fin de favorecer las inversiones y, en esa línea, de provocar la eutanasia de los rentistas), esta situación permite a Zingales, en su participación en el debate sobre el keynesianismo organizado por The Economist, fustigar la política de la administración Bush y de la FED para su keynesianismo desbordado.4
El segundo error de política económica denunciado por los defensores del pleno liberalismo se refiere a la política de la administración Clinton en cuanto a la política de vivienda. Se le critíca por hacer una presión indebida sobre las compañías hipotecarias bajo su influencia, tales como Fannie May, para que amplíen sus préstamos a los hogares que, en otro tiempo, habrían sido excluidos.5
En cuanto a la línea de conducta que debe seguirse para salir de la crisis, la posición de estos autores se ajusta a su visión fundamental. Para ellos, es esencial que los gobiernos se abstengan de interferir con las fuerzas de mercado. En los términos de Fernández y Kehoe:
''We need to avoid implementing policies that stifle productivity by providing bad incentives to the private sector. With banks and other financial institutions in crisis, the government needs to focus on providing liquidity so that banks can provide credit at market interest rates, and using the market mechanism, to productive firms. Unproductive firms need to die. This is as true for the automobile industry as for the banking system. Bailouts and other financial efforts to keep unproductive firms in operation depress productivity. These firms absorb labor and capital that are better used by productive firms. The market makes better decisions than does the government on which firms should survive and which should die'' (Fernández y Kehoe, 2009, p. 3).
Esta cita pone en evidencia la convicción de los defensores del pleno liberalismo: el mercado hace mejor las cosas que el gobierno y es necesario confiar en su capacidad de ajuste. Si se preconiza la quiebra de General Motors (pero en los Estados Unidos una quiebra no tiene el mismo sentido que en Europa), es porque no se prevén efectos de tipo dominó. La similitud con la posición defendida por los liberales en la época de la Gran Crisis de los años treinta está muy clara.
Los plenos liberales son pues perentorios: es necesario reparar el sistema financiero pero no comprometerse con una política de reactivación de la demanda. Una vez restablecido el sistema financiero, las fuerzas de mercado bastarán para empujar de nuevo la economía. Esta opinión es defendida por Barro (2009) en su artículo Voodoo Multipliers. Las políticas de reactivación de la economía, afirma, se basan en la idea de un multiplicador de los gastos con una magnitud positiva. En consecuencia, los bienes públicos así creados parecen constituir un free lunch: la producción aumenta sin que el consumo o la inversión de alguien sufran alteración. Pero para el autor esta idea no es aceptable.
''The theory (a simple Keynesian macroeconomic model) implicitly assumes that the government is better than the private market at marshaling idle resource to produce useful stuff. Unemployed labor and capital can be utilized at essentially zero social cost, but the private market is somehow unable to figure any of this out. Implicitly there is something wrong with the price system'' (Barro, 2009, p. 1–2).
Barro considera que el multiplicador es igual a cero, de modo que la reactivación gubernamental impide las actividades del sector privado. Según Barro, el único criterio que debe tenerse en cuenta para emprender obras públicas es, al igual que cuando no hay situaciones de crisis, ver si estas obras poseen un buen análisis de costo–beneficio.
Tal es la opinión de los defensores del pleno liberalismo. En cuanto a los keynesianos, su lectura es opuesta. Admitiendo que el origen de la crisis no es keynesiano ―en otras palabras, que una insuficiencia de demanda no ha sido el punto de partida― ellos sostienen que una crisis de confianza generalizada se produjo en un segundo tiempo, requiriendo una política de reactivación como solución. Paul Krugman es hoy en día el representante emblemático de esta visión. En su artículo What to do?, publicado en diciembre de 2008 en el New York Review of Books, él desarrolla puntos de vista completamente opuestos a Barro. Krugman admite que la solución de la crisis pasa por el rescate del sistema financiero, pero, a sus ojos, esto no basta. El enorme repliegue de la demanda agregada exige una política de reactivación fiscal a gran escala. Según él, estamos de nuevo en un caso hipotético keynesiano.
''Even if the rescue of the financial system starts to bring credit markets back to life, we still face a global slump that’s gathering momentum. What should be done about that ? The answer, almost surel, is good old Keynesian fiscal simulus. (…) The next plan should focus on sustaining anf expanding government spending — sustaining it by providing aid to state and local governments, expanding it with spending on roads, bridges and other forms of infrastructure'' (Krugman, 2008, p. 8).
Respecto a la crítica de Barro sobre el free lunch, este autor la refuta del siguiente modo:
''As readers may have gathered, I believe not only that we’re living in a new era of depression economics, but also that John Maynard Keynes — the economist who made sense of the Great Depression— is now more relevant than ever. (…) The quintessential economic sentence is supposed to be ‘There is no free lunch’; it says that there are limited resources, that to have more of one thing you must accept less of another, that there is no gain without pain. Depresssion economics, however, is the study of situations where there is a free lunch, if we can only figure out how to get our hands on it, because there are unemployed resources that could be put to work'' (Barro, 2009, p. 10).
Este sobrevuelo rápido sobre las controversias entre plenos liberales y liberales keynesianos basta para mostrar el impacto de la crisis actual en la configuración de las concepciones en cuanto al liberalismo. Dos características se retienen, la primera es un círculo en las ideas de los plenos liberales, puesto que admiten la existencia de un fracaso del mercado y atribuyen al Estado un papel activo en la resolución de la crisis. Se recibe en contrapartida un regreso en potencia del liberalismo mitigado à la Keynes, preconizando una política de reactivación fiscal. No solamente los keynesianos retoman la vocería sino que el gobierno ha seguido en gran parte la línea que ellos mismos han preconizado. La segunda característica, y en todos los casos, los medios académicos americanos distan mucho de una crítica radical al liberalismo económico. Las confrontaciones oponen dos campos que se sitúan dentro de la familia liberal, aunque solo uno de ellos pertenece de manera mitigada. A pesar de su multiplicación, autores como Stiglitz y Krugman son economistas liberales. Estamos muy lejos de la crítica del capitalismo que se encuentra por ejemplo en la prensa de izquierda en Francia.
F. Dos cuadros sintéticos
Las dos tablas siguientes resumen nuestra argumentación, según la cual el liberalismo económico no es monolítico. La tabla 3 resume la evolución cronológica de hemos relatado, mientras que la tabla 4 presenta los grados de liberalismo de una manera paralela respecto a una escala en grados que va del grado máximo al grado mínimo de liberalismo.
Conclusiones
Mi estudio tuvo por objeto retomar los debates sobre el liberalismo que resurgieron con motivo de las crisis. Se deriva de este análisis que el título mismo de mi artículo es dudoso en la medida en que distintos grados de liberalismo coexisten. Desgraciadamente, esta diferencia es poco tenida en cuenta.
Mi enfoque de análisis permite clarificar los debates. Tomemos la expresión ''neoliberalismo'' que a menudo es utilizada por los detractores del liberalismo. Si hacemos referencia a mi análisis del liberalismo en general, especialmente al principio del artículo, se constata que el término de neoliberalismo no es diferente, en términos de contenido, del liberalismo en general. Por lo tanto, no se ve la razón del cambio de terminología. Por el contrario, una vez que se distinguen los grados del liberalismo, vemos un poco mejor lo que los usuarios de esta expresión quieren decir. Su objetivo es mostrar el regreso al pleno liberalismo después de un período de dominación del liberalismo keynesiano y del liberalismo de coexistencia. El neoliberalismo no es más que el pleno liberalismo à la Friedman. Pero esta crítica sigue siendo tan ambigua como su punto de partida, la posición del liberalismo en nombre de la cual ella ha sido hecha, no se ha precisado. ¿Se trata del liberalismo mitigado, del liberalismo de coexistencia, la adhesión reticente al liberalismo o de la posición marxista? Mientras esta pregunta no tenga una respuesta, la crítica faltará de punto de apoyo.
Por otra parte, es importante tener en cuenta que mi trabajo se refirió a un abanico de posturas teóricas. Su estudio puede servir de telón de fondo a un examen de las concepciones adoptadas por los partidos políticos, por organizaciones sociales, como los sindicatos o las organizaciones patronales, o hasta de los periódicos. Pero el paso de un orden a otro no es evidente en la medida en que estos distintos órganos no se someten a una exigencia de coherencia lógica. En efecto, al descifrar sus doctrinas, nos damos cuenta que son a menudo, y por distintas razones, una mezcla de las distintas posturas teóricas, de modo que su clasificación se revela difícil. Mi tipología no es puesta en entredicho por el hecho de que una revisión de estas posiciones, por ejemplo, por parte de un partido político, conduciría a clasificarlo en varias de las concepciones que he separado. Estaría en entredicho si, por el contrario, personas o grupos no pudieran situarse en alguna de ellas.
Mi análisis revela también la existencia de una paradoja, el contraste entre la propagación de la crítica al liberalismo ―tal y como lo vemos por estos días― y el hecho de que la gran mayoría de la gente se adhiere a la economía de mercado y, por lo tanto, al liberalismo económico; admitiendo que la opinión marxista es minoritaria y que esa adherencia puede hacerse con reticencia o parcialmente. Esta separación entre el discurso y la posición real es sorprendente, todavía más cuando vemos que la mayoría de los detractores del liberalismo económico son, lo presumimos, ardientes defensores del liberalismo político.
Finalmente, la pregunta que uno se hace al término de mi análisis consiste en saber si puede establecerse un consenso en cuanto a la mejor concepción sobre el liberalismo, no lo creo. Cada una de ellas dispone de abogados maliciosos y de argumentos en su favor. Fundamentalmente, si lo que está en el centro de los debates es la organización ideal de las sociedades en su dimensión económica, no se ve por qué las visiones opuestas que allí se manifiestan podrían reconciliarse. En el campo ficticio de la teoría económica, es posible demostrar, con hipótesis más o menos heroicas, que una economía fundada sobre la competencia es eficaz. Es verdad también que el capitalismo permitió durante los dos últimos siglos un aumento extraordinario del nivel de vida de las poblaciones en las sociedades en las cuales se instaló. Pero el capitalismo del mundo teórico y el capitalismo de la realidad no son los mismos. La pregunta sin respuesta consiste en saber si el capitalismo real podría haber llegado a un nivel superior de bienestar si se hubiera ajustado al capitalismo teórico; o si al contrario, sus resultados, globalmente impresionantes, se deben precisamente al hecho de haberse separado del modelo teórico (es decir que haya funcionado según una modalidad de liberalismo mitigado). Que esta pregunta no pueda tener una respuesta y que una de las posturas expuestas aquí no pueda imponerse con relación a las otras, tienen el mismo significado. La gradualidad existente entre las distintas posturas de liberalismo puede, por lo tanto, interpretarse como una cuestión de fe en la posibilidad de modelar la realidad según los estándares de la teoría económica.
Referencias
1. Barro, Robert (2009). ''Voodoo Multipliers'', Economist' Voice, February, Vol. 6, No. 2. [ Links ]
2. Fernández de Cordoba, Gonzalo; Kehoe, Timothy (2009). ''The Current Financial Crisis: What should We Learn from the Great Depressions of the Twentieth Century ?'', Federal Reserve Bank of Minneapolis, Research Department Staff Report No. 421, pp. 1–8. [ Links ]
3. Friedman, Milton (1953). ''The Methodology of Positive Economics'', Essays in Positive Economics, Princeton University Press, Chicago. [ Links ]
4. Friedman, Milton; Schwartz, Anna (1963). A Monetary History of the United States, 1867–1960, Princeton University Press. [ Links ]
5. Greenfield, Robert; Yeager, Leland (1983). ''A Laissez–Faire Approach to Monetary Stability'', Journal of Money, Credit and banking, Vol. 15, No. 3, pp. 302–315. [ Links ]
6. Keynes, John Maynard (1936). The General Theory of Employment, Interest, and Money, Macmillan. [ Links ]
7. Krugman, Paul (2008). ''What to do?'', New York Review of Books, Vol. 55, No. 20, 18 de diciembre. Disponible en: http://www.nybooks.com/articles/22151 (15 de julio de 2009). [ Links ]
8. Leijonhufvud, Axel (1968). On Keynesian Economics and the Economics of Keynes, Oxford University Press. [ Links ]
9. Marx, Karl (1969). Le capital, livre I, Garnier–Flammarion. [ Links ]
10. Rajan, Raghuram; Zingales, Luigi (2004). Saving Capitalism from the Capitalists, Crown Business. [ Links ]
11. Smith, Adam (2004) (1759). La teoría de los sentimientos morales, Edición de Carlos Rodríguez Braun, Madrid, Alianza Editorial. [ Links ]
12. Smith, Adam (1994) (1776). La riqueza de las naciones (libros I–II–III y selección de los libros IV y V), traducción y estudio preliminar de Carlos Rodríguez Braun, Segunda reimpresión 2004, Madrid, Alianza Editorial. [ Links ]
13. The Economist (2009). ''The rich under attack'', The Economist, 4 de abril, edición impresa. Disponible en: http://www.economist.com/opinion/displaystory. cfm?story_id=13405314 (13 de julio de 2009). [ Links ]
14. Zingales, Luigi (2009). ''The opposition's opening remarks'', The Economist, 10 de marzo. Disponible en: http://www.economist.com/debate/days/ view/276 (13 de julio de 2009). [ Links ]
Primera versión recibida en marzo de 2009; versión final aceptada en junio de 2009
NOTAS
1. Por ejemplo el siguiente párrafo: ''Sin embargo, como sus pensamientos (de quienes viven del beneficio, los comerciantes e industriales) se ejercitan normalmente en torno a los intereses de su rama particular de actividad y no a los intereses sociales, sus opiniones, aunque se expresen con la mayor buena fe (lo que no siempre es el caso), tendrán más peso en relación con el primero de estos objetivos que con el segundo… El interés de los empresarios siempre es ensanchar el mercado pero estrechar la competencia… Cualquier propuesta de una nueva ley o regulación comercial que provenga de esta categoría de personas debe siempre ser considerada con la máxima precaución'' (Smith, 1994, p. 343–344).
2. El principio de una diferencia entre la teoría de Keynes y la teoría keynesiana fue propuesto por Leijonhufvud (1968).
3. Ver por ejemplo, Greenfiels y Yeager (1983).
4. ''With zero personal saving and a large budget deficit the Bush administratin has run one of the most aggressive Keynesian policy in history. Not only has adherence to Keyne’s principles not averted the current economic disaster, it it has greatly contributed to causing it. The Keynesian desire to manage aggregate demand, ignoring the long–run costs, pushed Alan Greenspan and Ben Bernanke to keep interest rates extremely low in 2002, fuelling excessive consumption by the household sector and excessive risk–taking by the financial sector. (…) If Keynesian principles and education are the cause of the current depression, it is hard to imagine that they can be the solution'' (Zingales, 2009).
5. Este argumento está presente en un reciente número de The Economist (semana del 18 de abril de 2009).