Y, como no hay apuro por conocer lo que los docentes no enseñan...
Dirían quizás —al fin y al cabo, lo que aprendamos fuera de aulas, no vendrá como pregunta en los exámenes y cualquier desliz puede ofenderlos.
Es por eso que rara vez se hacen preguntas, como o sobre los avances de la investigación, debates de teóricos del pasado o presente, falacias económicas o, cambios de la realidad económica que han dado lugar a la evolución o involución de la teoría económica; después de todo, por qué habría que dudar de los libros textos si ellos difunden verdades indiscutibles y son el resultado de las investigaciones de nuestros docentes, aun que no sean escritos directamente por los mismos autores teóricos.
Y, como es natural, también se da por aceptado, sin dudar siquiera, que la teoría económica avanza o evoluciona tal como se explica en el libro de Tomas Kuhn (a pesar que la teoría económica es ontológicamente histórica, tan histórico como su método epistemológico postulado). Por lo tanto, el sentido de la evolución de la ciencia misma obedece al avance científico y no a los cambios de la vida económica en el tiempo (como por un acontecimiento histórico impactante, efectos de las guerras mundiales o un cambio tecnológico radical); pues, como dicen los docentes —la economía es una ciencia y no hay diferencia con la ciencia experimental y el progreso científico que evoluciona por sí mismo y no por cambios de la naturaleza por lo que solo busca la verdad para acercarse más a la realidad para así apostar por un cambio de paradigma.
Es por eso que la pregunta del título parece esperar la respuesta (como si fuera verdad que la economía simbólica es resultado de la evolución del pensamiento económico) —tal como una ciencia normal (de Tomas Kuhn)— que afirma que la economía simbólica es una nueva teoría económica con su paradigma propio que ha superado a la economía clásica... —porque ha logrado escapar de su estructura (lógica o teórica) tal como se explica en "La revolución de las estructuras científicas", de Tomas Kuhn. Esperan, pacientes, la afirmación que fue el brillante maestro Keynes quien creo la economía simbólica que apuesta por una nueva teoría económica que ha superado a la economía clásica que se explica en la famosa Teoría General...
Pero:
Keynes no hizo uso de gráficas cuando construyo su teoría; los
modelos gráficos, como el modelo de ingreso-gasto, fueron formulados más tarde
(en la década de 1940) por otros economistas. Los dos modelos de ingreso-precio
son de cosecha más reciente, por lo que no es posible interpretar plenamente
las ideas de Keynes.
Perspectiva
estrictamente keynesiana: Keynes habría supuesto que la curva de oferta agregada podía dibujarse
con la forma de una L invertida, como. La razón para esta suposición se basa en
que, para cualquier producción a pleno empleo, la economía tiene recursos
desempleados, por consiguiente, como la demanda agregada aumenta de DA0 a DA1, los productores
pueden aumentar el producto real hasta el nivel del pleno empleo.
Este punto de vista sobre la naturaleza de la inflación está de acuerdo con el mantenido por los economistas clásicos coetáneos de Keynes.
Perspectiva keynesiana modificada: Una de las deficiencias del punto de vista estrictamente keynesiano es su característica de tratar simultáneamente la inflación y el alto (pero no pleno) empleo, condición que la economía americana ha experimentado a menudo en las últimas décadas. Keynes no uso gráficas cuando formuló su teoría macroeconómica que permitan conocer el equilibrio keynesiano. La versión revisada introduce un “intervalo medio” en la curva OA. A pesar de que la demanda agregada y la oferta agregada de la economía se desplazan frecuentemente a largo plazo, generalmente intersecan en el intervalo medio, lo que explica por qué la nación americana ha experimentado a menudo tazas de inflación irregulares junto con aumentos en el producto real mientras que el empleo a permanecido por debajo del “pleno”.
Este punto de vista sobre la naturaleza de la inflación está de acuerdo con el mantenido por los economistas clásicos coetáneos de Keynes.
Perspectiva keynesiana modificada: Una de las deficiencias del punto de vista estrictamente keynesiano es su característica de tratar simultáneamente la inflación y el alto (pero no pleno) empleo, condición que la economía americana ha experimentado a menudo en las últimas décadas. Keynes no uso gráficas cuando formuló su teoría macroeconómica que permitan conocer el equilibrio keynesiano. La versión revisada introduce un “intervalo medio” en la curva OA. A pesar de que la demanda agregada y la oferta agregada de la economía se desplazan frecuentemente a largo plazo, generalmente intersecan en el intervalo medio, lo que explica por qué la nación americana ha experimentado a menudo tazas de inflación irregulares junto con aumentos en el producto real mientras que el empleo a permanecido por debajo del “pleno”.
En resumen, nada más lejos de la verdad y realidad económica, pero tan propia de un "economista maestrean" (como bien sentenciaba el mismo Keynes).
Pero —si el propósito (de la pregunta) fuera distinta a la esperada y que busque acercarse a la verdad o realidad de la economía, lo que sigue puede ser más útil para nuestros lectores —que respondería a la pregunta del origen, causa(s) determinante(s) y/o impacto
de la emergencia de la economía simbólica.
El surgimiento de la economía simbólica (del dinero y el crédito)
Pues bien, históricamente la economía simbólica del dinero y el crédito surge como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, que había provocado la monetarización (monetización) de las economías. Así es como la economía se amonedó, en todos los países beligerantes: —durante la primera guerra mundial por haber movilizado toda la riqueza líquida de la comunidad, en parte a través de los impuestos pero principalmente a través de préstamos; por lo tanto, el dinero y el crédito, y no ya los bienes y servicios, se había convertido en la "economía real". El crecimiento del crédito y de las finanzas es entendido entonces como sinónimo de estancamiento de las fuerzas productivas.
El siguiente ejemplo explicaría las causas:
Alemania había contado con obtener una rápida victoria sobre sus enemigos en la guerra de 1914, por lo cual no vaciló en cubrir los gastos militares mediante empréstitos públicos que serían cancelados por las reparaciones exigidas a sus enemigos vencidos. Esta irresponsable decisión se adoptó no obstante saberse de antemano que sólo un seis por ciento de estos empréstitos serían cubiertos por impuestos. Alemania —al finalizar la contienda, la cantidad de moneda en circulación era cinco veces superior a la de 1914— perdió la guerra y se encontró en 1918 con el mayor déficit de su historia. Por los tratados de Versalles, Alemania perdía el 75 por ciento de sus reservas de mineral de hierro, el 25 por ciento de las de carbón y el 20 por ciento de su capacidad productiva de hierro y acero. Mayor gravedad revestía su situación financiera, agudizada por la necesidad de pagar ingentes reparaciones de guerra. Dice Hans F. Sennholz en su libro Tiempos de inflación: “Mientras que los gastos oficiales subían a grandes saltos, los ingresos provenientes de impuestos declinaban gradualmente hasta que, en octubre de 1923, sólo el 0,8 por ciento del presupuesto de gastos quedaba cubierto por la recaudación impositiva. En el período comprendido entre 1914 y 1923 los impuestos apenas cubrían el 15 por ciento de los gastos. Durante la fase final de la inflación, el gobierno alemán llegó a experimentar una atrofia completa del sistema fiscal”.
Esto fue explicado por Schumpeter quien se dio cuenta, mucho antes que cualquier otro —y unos buenos diez años antes de que Keynes lo hiciera— (de que la realidad económica estaba cambiando), en un brillante ensayo en un periódico económico alemán, en julio de 1918 —cuando el mundo (en el que Schumpeter había crecido y que conocía) se desmoronaba ante sus ojos— sostuvo que, en adelante, el dinero y el crédito serían la palanca del control. Lo que sustentaba era que ni la oferta de mercaderías, como habían sostenido la escuela clásica, ni la demanda de mercaderías, como habían manifestado algunos de los opositores, seguiría llevando el control de la economía. Los determinantes, de la actividad económica y de la asignación de recursos ahora serían los factores monetarios: –déficit, dinero, crédito y tasas.
Pues bien, históricamente la economía simbólica del dinero y el crédito surge como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, que había provocado la monetarización (monetización) de las economías. Así es como la economía se amonedó, en todos los países beligerantes: —durante la primera guerra mundial por haber movilizado toda la riqueza líquida de la comunidad, en parte a través de los impuestos pero principalmente a través de préstamos; por lo tanto, el dinero y el crédito, y no ya los bienes y servicios, se había convertido en la "economía real". El crecimiento del crédito y de las finanzas es entendido entonces como sinónimo de estancamiento de las fuerzas productivas.
El siguiente ejemplo explicaría las causas:
Alemania había contado con obtener una rápida victoria sobre sus enemigos en la guerra de 1914, por lo cual no vaciló en cubrir los gastos militares mediante empréstitos públicos que serían cancelados por las reparaciones exigidas a sus enemigos vencidos. Esta irresponsable decisión se adoptó no obstante saberse de antemano que sólo un seis por ciento de estos empréstitos serían cubiertos por impuestos. Alemania —al finalizar la contienda, la cantidad de moneda en circulación era cinco veces superior a la de 1914— perdió la guerra y se encontró en 1918 con el mayor déficit de su historia. Por los tratados de Versalles, Alemania perdía el 75 por ciento de sus reservas de mineral de hierro, el 25 por ciento de las de carbón y el 20 por ciento de su capacidad productiva de hierro y acero. Mayor gravedad revestía su situación financiera, agudizada por la necesidad de pagar ingentes reparaciones de guerra. Dice Hans F. Sennholz en su libro Tiempos de inflación: “Mientras que los gastos oficiales subían a grandes saltos, los ingresos provenientes de impuestos declinaban gradualmente hasta que, en octubre de 1923, sólo el 0,8 por ciento del presupuesto de gastos quedaba cubierto por la recaudación impositiva. En el período comprendido entre 1914 y 1923 los impuestos apenas cubrían el 15 por ciento de los gastos. Durante la fase final de la inflación, el gobierno alemán llegó a experimentar una atrofia completa del sistema fiscal”.
Esto fue explicado por Schumpeter quien se dio cuenta, mucho antes que cualquier otro —y unos buenos diez años antes de que Keynes lo hiciera— (de que la realidad económica estaba cambiando), en un brillante ensayo en un periódico económico alemán, en julio de 1918 —cuando el mundo (en el que Schumpeter había crecido y que conocía) se desmoronaba ante sus ojos— sostuvo que, en adelante, el dinero y el crédito serían la palanca del control. Lo que sustentaba era que ni la oferta de mercaderías, como habían sostenido la escuela clásica, ni la demanda de mercaderías, como habían manifestado algunos de los opositores, seguiría llevando el control de la economía. Los determinantes, de la actividad económica y de la asignación de recursos ahora serían los factores monetarios: –déficit, dinero, crédito y tasas.
Pero Schumpeter también sabía que las políticas deben adecuarse al corto
plazo. Aprendió su lección de la manera más dura —como ministro de finanzas de la República de
Austria, recientemente formada, en la que trató infructuosamente de detener la
inflación antes de que le fuera de las manos. Sabía que había fracasado
porque sus medidas no eran aceptables en el corto plazo –las mismas medidas
que, dos años más tarde, un no economista, un político y profesor de la teoría moral
aplicó para frenar la inflación, pero sólo después de haber destruido totalmente
la economía y clase media austriacas.
Schumpeter igualmente sabía que las medidas a corto plazo de hoy tienen impactos a largo plazo. Hacen el futuro de una manera irrevocable. No pensar en el porvenir de las decisiones a corto plazo y su impacto mucho después de que "estamos todos muertos" (como decía Keynes) es irresponsable. También lleva a adoptar las decisiones erradas. Este énfasis constante que pone Schumpeter en la reflexión referida a la consecuencias de lo momentáneo, lo popular, lo hábil y brillante es lo que hace de él un gran economista y lo convierte en el guía apropiado para el presente cuando una economía acelerada, hábil y brillante –y una política acelerada— nos han llevado a la ruina.
Sin embargo, con mucha habilidad y astucia, Keynes aprovecha esta coyuntura —y la perspectiva ya explicada por Schumpeter— para edificar su teoría general. Pero las conclusiones de Schumpeter fueron radicalmente distintas de las alcanzadas por Keynes.
Schumpeter igualmente sabía que las medidas a corto plazo de hoy tienen impactos a largo plazo. Hacen el futuro de una manera irrevocable. No pensar en el porvenir de las decisiones a corto plazo y su impacto mucho después de que "estamos todos muertos" (como decía Keynes) es irresponsable. También lleva a adoptar las decisiones erradas. Este énfasis constante que pone Schumpeter en la reflexión referida a la consecuencias de lo momentáneo, lo popular, lo hábil y brillante es lo que hace de él un gran economista y lo convierte en el guía apropiado para el presente cuando una economía acelerada, hábil y brillante –y una política acelerada— nos han llevado a la ruina.
Sin embargo, con mucha habilidad y astucia, Keynes aprovecha esta coyuntura —y la perspectiva ya explicada por Schumpeter— para edificar su teoría general. Pero las conclusiones de Schumpeter fueron radicalmente distintas de las alcanzadas por Keynes.
Así es como Keynes llegó a decretar que el surgimiento de la economía simbólica del dinero y el crédito hacia posible que el "rey-economista", el economista científico, jugando con unas pocas claves monetarias —gasto público, tasas de interés, volumen de crédito o la cantidad de dinero en circulación— mantendría el equilibrio permanente con pleno empleo, prosperidad y estabilidad.
Pero, la conclusión de Schumpeter fue que el surgimiento de la economía simbólica como economía dominante abría la puerta a la tiranía y, de hecho, la invitaba. Consideró pura arrogancia el hecho de que el economista se proclamara a sí mismo infalible. Pero, por sobre todo, vio que no serían economistas los que ejercerían el poder, sino políticos y generales. —y tal como dice el dicho: el rey reyna pero no gobierna.
Y luego, justo
antes que terminara la Primera Guerra Mundial, Schumpeter publicó “El Estado Fiscal”. Pués nuevamente,
la apreciación es la misma que Keynes haría quince años más tarde (y, como él mismo Keynes lo reconoció, muchas veces, gracias a Schumpeter)
Pese a los mecanismos de tributación y crédito, el estado moderno ha adquirido el poder de desviar el ingreso y, a través de los "pagos de transferidos", de controlar la distribución del producto nacional. Para Keynes, este poder era una varita mágica para alcanzar tanto la justicia social como el progreso económico, y tanto la estabilidad económica, como la responsabilidad fiscal.
Para A Schumpeter –tal vez porque él, a diferencia de Keynes, era un estudiante de la historia– este poder era una invitación a la irresponsabilidad política, porque eliminaba las salvaguardas económicas contra la inflación. En el pasado, la incapacidad del estado para gravar más que una proporción muy pequeña del producto bruto interno o de tomar prestado más que una parte muy pequeña de la riqueza del país había hecho que la inflación fuera autolimitara.
Ahora la única salvaguarda contra la inflación sería política, o sea, la autodisciplina. Y Schumpeter no era demasiado entusiasta respecto de la capacidad de los políticos para la autodiscina.
Pese a los mecanismos de tributación y crédito, el estado moderno ha adquirido el poder de desviar el ingreso y, a través de los "pagos de transferidos", de controlar la distribución del producto nacional. Para Keynes, este poder era una varita mágica para alcanzar tanto la justicia social como el progreso económico, y tanto la estabilidad económica, como la responsabilidad fiscal.
Para A Schumpeter –tal vez porque él, a diferencia de Keynes, era un estudiante de la historia– este poder era una invitación a la irresponsabilidad política, porque eliminaba las salvaguardas económicas contra la inflación. En el pasado, la incapacidad del estado para gravar más que una proporción muy pequeña del producto bruto interno o de tomar prestado más que una parte muy pequeña de la riqueza del país había hecho que la inflación fuera autolimitara.
Ahora la única salvaguarda contra la inflación sería política, o sea, la autodisciplina. Y Schumpeter no era demasiado entusiasta respecto de la capacidad de los políticos para la autodiscina.
Pero la real contribución de Schumpeter durante los treinta y dos años transcurridos entre el fin de la Primera Guerra Mundial y su muerte en 1950 fue como economista político. En 1942, cuando todos estaban asustados por la posibilidad de una depresión deflacionaria mundial, Schumpeter publicó su más famoso libro, Capitalismo, socialismo y democracia, todavía, y merecidamente, muy leído. En este libro sostenía que el capitalismo sería destruido por su propio éxito. Esto alimentaría lo que ahora llamaríamos una nueva clase: burócratas, intelectuales, profesores, abogados, periodistas, todos ellos beneficiarios de los frutos económicos del capitalismo y, en realidad, parásitos de ellos, y sin embargo todos opuestos al ethos de la producción de riqueza, del ahorro y de la asignación de recursos a la productividad económica. Los 75 años transcurridos desde la publicación de su libro han probado indudablemente que Schumpeter era un gran profeta.
Y luego seguía argumentando que el capitalismo
sería destruido por la misma democracia que había ayudado a crear y que había
hecho posible. Porque en una democracia, para ser popular, el estado cada vez
desviará más los ingresos del productor al no productor, cada vez desviará más
ingresos de donde fueron ahorrados y se convertirían en capital para el futuro en
donde sería consumido. Por consiguiente, en una democracia el estado se
vería bajo una presión inflacionaria creciente. A la larga —profetizaba—
la inflación destruiría tanto a la democracia como al capitalismo.
Cuando escribió esto en 1942, casi
todo el mundo se rio. Nada parecía menos probable que una inflación basada
en el éxito económico. Ahora, 75 años después, esto ha surgido como el problema
central de la democracia e igualmente del mercado libre, tal como Schumpeter lo había profetizado.
Sobre si la economía simbólica escapó de la estructura de la economía clásica, podríamos decir que, según lo expuesto: Keynes[1], a pesar
de haber roto con la economía clásica, se manejó enteramente dentro de su estructura. Fue
más un hereje que un infiel. La economía, para
Keynes, a diferencia de Schumpeter, fue el equilibrio de las teorías de Ricardo
de 1810, que dominaron el siglo XIX. Los opositores de Keynes eran los
mismos "austríacos" con los que Schumpeter había roto siendo
estudiante, los economistas neoclásicos de la Escuela Austriaca. Así, si
Keynes era un "hereje", Schumpeter era un "infiel". Para
él, la falacia fundamental era la suposición misma de que la economía sana
y "normal" es una economía en
equilibrio estático. Desde sus días de estudiante, Schumpeter sostuvo que
una economía una economía moderna está siempre en dinámico desequilibrio.
La pregunta clave de Keynes era la misma que se habían planteado
los economistas del siglo XIX:
“¿Cómo se puede mantener una economía en equilibrio y estancamiento?
“¿Cómo se puede mantener una economía en equilibrio y estancamiento?
Keynes planteó los mismos
interrogantes que Ricardo, Mill, Marx, los "austríacos", y Marshall
ya habían formulado, pero, con audacia sin precedentes, dio vuelta a todas las
respuestas.
Para Keynes, los principales problemas de la economía son la relación
entre la " economía real de bienes y servicios y la "economía
simbólica" de dinero y crédito; la relación entre individuos y empresas y
la "macroeconomía" de la nación-estado; y por último, si la
producción (o sea, la oferta) o el consumo (o sea, la demanda) da
impulso a la economía.
Sin embargo, con la publicación de la Teoría General Keynes dio
el gran salto teórico fundamental que le permitió realizar su revolución.
Abandona el análisis del desequilibrio típico del Treatise[2] y la
adopta de un enfoque de equilibrio macroeconómico.
Para entender este paso, es necesario partir de la ley de Say.
La mayoría de los críticos prekeynesianos habían rechazado la ley de Say por sus implicaciones relativas al equilibrio entre producción y gasto. Este tipo de crítica se encontraba implícito en todos los modelos del desequilibrio ahorro-inversión que finalmente culminarían en las ecuaciones del Teatrise on Money.
En la Teoría General, Keynes critica la ley de Say por una razón distinta de la tradicional: Por sus implicaciones en relación con la dirección del nexo causal entre producción y gasto.
Para entender este paso, es necesario partir de la ley de Say.
La mayoría de los críticos prekeynesianos habían rechazado la ley de Say por sus implicaciones relativas al equilibrio entre producción y gasto. Este tipo de crítica se encontraba implícito en todos los modelos del desequilibrio ahorro-inversión que finalmente culminarían en las ecuaciones del Teatrise on Money.
En la Teoría General, Keynes critica la ley de Say por una razón distinta de la tradicional: Por sus implicaciones en relación con la dirección del nexo causal entre producción y gasto.
Para Keynes, no es la producción la que
genera el gasto y la demanda, sino las decisiones de gasto las que generan la
demanda, a la que luego se ajustará la producción.
A partir de esta tesis, Keynes deduce tres implicaciones. Supone que los procesos por los cuales la producción se ajusta a la demanda son lo suficientemente rápidos para darlos por sentado o para dejarlos fuera del análisis; convirtiendo el análisis en uno de equilibrio. No hay razón para detenerse en la dinámica de la composición intersectorial de la producción, dado que la producción se ajusta rápidamente a la demanda, los cambios de su estructura pueden ignorarse en el estudio de los factores que determinan su nivel (el de producción).
“Desde tiempos de Say y Ricardo los economistas clásicos han enseñado que la oferta crea su propia demanda – queriendo decir con esto de manera señalada, que el total de los costos de producción debe necesariamente gastarse por completo, directa o indirectamente, en comprar los productos”... “ se ha supuesto que cualquier acto individual de abstención de consumir conduce necesariamente a que el trabajo y los bienes retirados así de la provisión del consumo se invertirán en la producción de riqueza en forma de capital y equivale a los mismo”... “La versión moderna de la tradición clásica consiste en la convicción, frecuente, por ejemplo, en casi todos los trabajos del profesor Pigou, de que el dinero no trae consigo diferencias reales, excepto las propias de la fricción, y de que la teoría de la producción y la ocupación pueden elaborarse (como la de J.S. Mill2) como si estuvieran basadas en cambios “reales”, y con el dinero introducido superficialmente en un capitulo posterior. El pensamiento contemporáneo está todavía profundamente impregnado de la noción de que si la gente no gasta su dinero en una forma lo gastará en otra” ( Keynes TG: Capítulo II, sección VI).
Este
modelo clásico de caso específico (del lado de la
oferta) demostró que la incompatibilidad de la que hablaba Keynes era
equivocada, ya que los mercados son eficientes. El óptimo crecimiento económico
global, en consecuencia, requiere del enfoque de laissez-faire para las
actividades de mercado con tipos de cambio flexibles, libre comercio y libre
movilidad del capital internacional. Este caso específico afirma que cualquier
regulación para limitar el flujo financiero (ya sea flujo de capital
transfronterizo o dentro de una nación) impone altos costos a la sociedad.
Liberar el sistema bancario y los mercados financieros de la onerosa vigilancia
y regulación gubernamental-se dijo a los formuladores de políticas-llevaría a
un mundo de felicidad económica que abarcaría a todo el planeta. Lo único que
impediría la llegada del Jardín del Edén a la Tierra serían las limitaciones
por el lado de la oferta en cuanto a los recursos disponibles y el nivel de
avance técnico.
En cierto sentido, como decía Peter
Druker, Keynes y Schumpeter reeditaron la famosa confrontación de filósofos en
la tradición occidental –el diálogo platónico entre Parménides, el brillante, hábil
e irresistible sofista, y el lento y feo pero astuto Sócrates. Nadie en el
periodo entre las dos guerras fue más
brillante, más hábil que Keynes. En cambio Schumpeter parecía pedestre –pero
tenía sabiduría. La habilidad sale airosa, pero la sabiduría perdura.
¿Pero,
que otros los efectos negativos de la economía simbólica hemos experimentado?
Es que mucha gente progresista, o crítica del
capitalismo, sostiene que la causa principal de la crisis iniciada en 2007 fue la
mundialización de las finanzas, producto a su vez de la desregulación de los
mercados y del ascenso del neoliberalismo. Según esta perspectiva, los capitales financieros impusieron su
dominación sobre el capital productivo a comienzos de los 1980, por lo cual
succionaron el excedente y alimentaron la especulación y el parasitismo. En
esta lectura, el crecimiento del crédito y de las finanzas es entendido
entonces como sinónimo de estancamiento de las fuerzas productivas. La
globalización financiera habría sido perjudicial, y la contradicción
fundamental pasaría por la oposición entre las finanzas y los pueblos
(incluyendo este segundo polo a las fracciones del capitalismo productivo). El
objetivo sería, por lo tanto, poner “en caja” a las finanzas.
La contribución de
Stephen Cecchetti (jefe del Departamento de Economía y Dinero del
BIS) presenta cuestiones –en este respecto– que son de interés para los debates sobre el
significado de las finanzas. En la intervención de Stephen Cecchetti –en la undécima Conferencia del BIS (Banco de Pagos
Internacionales), realizada en junio, que estuvo dedicada a la globalización
financiera– da
pie para realizar algunas reflexiones sobre el tema. Se ordena de la siguiente manera. En primer lugar, presentamos la postura de Cecchetti. En segundo término, se explica por qué -desde el enfoque “a lo Marx”-, el crédito es consustancial al desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas y el mercado mundial. Pero también por qué las finanzas y el crédito potencian las contradicciones, la sobreproducción y la crisis. La idea es que esta es la dialéctica que subyace a lo que registra, tal vez de manera confusa, Cecchetti. Una dialéctica que muchas veces pasan por alto los críticos del capitalismo. Precisamos también que Cecchetti se centro en el rol del crédito y las finanzas.
El sentido de la globalización (¿históricamente progresiva? ¿regresiva?), que también es tocado por Cecchetti, se ha discutido en Valor, mercado mundial y globalización, y en notas anteriores (por ejemplo, aquí y aquí), y no lo trató esta vez. Según Cecchetti, como enfoque desde el BIS, la globalización fue beneficiosa para los pueblos, ya que mejoró los niveles de vida de millones de personas. Pero esto solo fue posible porque descansó en intermediarios financieros que proveyeron los fondos para el desarrollo del comercio. Es que el sistema financiero, argumenta, permite asignar recursos con eficiencia, y que los individuos, empresas y gobiernos reduzcan la volatilidad del consumo y la inversión. Sin embargo, el crecimiento de las finanzas dejaría de ser bueno cuando los niveles de endeudamiento superan ciertos niveles.
Por ejemplo, cuando la deuda de hogares, empresas y gobiernos alcanza el 90% del PBI; o cuando el sector financiero incrementa en demasía su participación en el valor agregado y el empleo.
De acuerdo a estudios realizados por el propio Cecchetti, los problemas empiezan si el empleo en el sector financiero supera el 3,2% del empleo total, y si el valor agregado por las finanzas el 6,5% del valor agregado total. Sostiene que en 2008 el empleo en el área financiera en EEUU, Canadá, Gran Bretaña e Irlanda era del 4,1%, 5,7%, 3,5% y 4,5%, respectivamente. Y que el valor agregado por las finanzas en EEUU alcanzaba el 7,7% y en Irlanda el 10,4%.
En definitiva, la internacionalización de las finanzas habría sido buena hasta cierto punto, pero superado ese umbral se habría convertido en un problema. Cecchetti plantea que la evidencia empírica también sugiere que una creciente participación del sector financiero en el empleo y el valor agregado hace más lento el crecimiento, y afecta negativamente a la productividad. La razón es que consumiría recursos escasos, en especial mano de obra calificada y capital especializado.
Por otro lado, también la globalización financiera tendría su aspecto negativo. Es que los flujos de capital alimentan booms de crédito (el crédito supera la provisión doméstica de fondos), pero cuando esa provisión se seca, todo viene para abajo. Por eso, al haber aumentado la dependencia de las economías nacionales de los flujos de crédito dominados por algunos grandes bancos, los problemas de un país rápidamente se transmiten a los otros países y a los mercados internacionales.
Sin embargo, “La experiencia de algunos países sugiere que demasiado capital internacional, como demasiada deuda, es perjudicial”.
Agradeceríamos sus comentarios.
Autor responsable:
Cortezhonorio@mail.com
[1] Sin
embargo, la afirmación
ortodoxa, defendida por líderes políticos como Margaret Thatcher y
Ronald Reagan e incorporada en el actual Consenso de Washington, según la cual
los mercados financieros siempre son eficientes y constituyen la única
esperanza de la humanidad para alcanzar el progreso social y económico, también
ha resultado insatisfactoria. Los mercados financieros liberalizados llevaron a
la economía mundial al borde de un desastre económico en el otoño de 1998,
después de la crisis monetaria del Sudeste Asiático y del incumplimiento del
pago de la deuda rusa. En ese momento, ningún servidor público responsable de
la definición de las políticas de gobierno, ni funcionario alguno del FMI o el
Banco Mundial quiso hablar sobre el tema por temor a ser acusado de provocar
pánico. El juicio más prudente de estos funcionarios consistió en ganar más
tiempo, es decir, resolver los problemas como buenamente podían. Pero la
economía mundial se recuperó con gran rapidez en 1999. Empero, Keynes pasó los
últimos años de su vida pugnando por un sistema financiero internacional que
nunca fuera rehén de mercados financieros liberalizados. En vez de ello,
propuso un sistema "bancor" (un tipo de banco supranacional) de
dinero internacional (Plan Keynes) que fomentaría la posibilidad de una
economía mundial civilizada después de la segunda guerra mundial.
[2]
En el
Tratado de Keynes, explicó cómo podrían suceder las recesiones, pero no las
depresiones a largo plazo. La teoría de balancín Mecanismo de equilibrio de la economía clásica dice que
un exceso de ahorro producirá una tasa de interés más baja que causaría un
aumento en el consumo. Keynes tuvo que averiguar cuál era el factor que estaba
reteniendo la economía. Fue capaz de abordar esto más en la Teoría General del Empleo, Interés y Dinero . En su Teoría General, Keynes
argumentó en contra de la teoría del balanceo y dijo que la economía era más
como un ascensor que puede detenerse en cualquier nivel. Esto es porque una vez que la
economía alcanza el fondo, los individuos no tendrían ningún exceso de ingresos
para ahorrar. Ningún ahorro resulta en ninguna inversión, por lo que la
economía no puede salvarse. Sin los ahorros, no hay presión para bajar los tipos de
interés, por lo que no hay incentivos para que las empresas inviertan. En su teoría sobre el dinero,
afirma que la inversión es una "rueda impulsora irrealizable para la
economía", y cuando no se puede encontrar ninguna nueva inversión, la economía
empezará a vacilar.