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sábado, 4 de julio de 2015

Para qué sirve la ciencia económica


Este ejercicio se utiliza para analizar la conducta en casos de conflicto internacional, de conflictos entre empresas por posiciones de mercado o cuando se desea analizar cómo organizar y regular un mercado.
RAÚL MARTÍNEZ SOLARES
OCT 16, 2012 |
21:54
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“La prueba de éxito no será qué tan bien entendamos los principios generales que rigen la Economía, sino que tanto podamos usar el conocimiento para cuestiones prácticas”.
Alvin E. Roth, 
Nobel de Economía 2012.
Esta semana se anunciaron los ganadores al Premio Nobel de Economía. Usualmente es un premio controvertido por dos razones: la primera, porque no está originalmente previsto en el testamento de Alfred Nobel, como sí lo están el de Física o el de Medicina. Al igual que el Premio Nobel de La Paz, el de Economía fue instituido con posterioridad.
La segunda, porque a diferencia de un descubrimiento en Física, Medicina o Química, no existe un solo cuerpo teórico en Economía que, de manera incontrovertible para todos, explique los fenómenos que estudia. Se ha llegado al extremo de que ganadores del premio han manifestado su inconformidad. Ése es el caso de Friedrich Hayek, ganador en 1974, y su acérrimo opositor y ganador el mismo año Gunnar Myrdal, de origen sueco, quien criticaba a un premio que fuera capaz de honrar “a una persona como Hayek”. El premio comparte, con el de Literatura, un cierto nivel de subjetividad respecto de la validez o contribución de quienes resultaron ganadores y genera posiciones opuestas con respecto a las visiones del mundo entre escuelas económicas que han manifestado rechazo a quienes han sido premiados.
En esta ocasión, han sido elegidos los economistas Alvin Roth y Lloyd Shapley de las universidades de Stanford (hasta hace algunas semanas de Harvard) y UCLA, respectivamente, por su contribución a la teoría de localización estable de recursos y su práctica en diseño de mercados, ambas derivadas de la teoría de juegos. Sobresimplificando, la teoría de juegos estudia de las elecciones entre personas, cuando los resultados de la decisión dependen a su vez de las decisiones que tomen otras personas. Sus primeras aplicaciones se dieron durante la Guerra Fría para formular estrategias en casos de conflictos internacionales.
Un ejemplo de cómo se formula y analiza esta teoría es el llamado “Dilema del prisionero”. Consiste en simular con personas la siguiente situación: dos sospechosos de un crimen son detenidos por la policía. Dado que no se tiene evidencia suficiente para probar su culpabilidad y siendo interrogados de forma separada, la fiscalía les ofrece un trato. Si confiesa y su “presunto” cómplice no lo hace, saldrá libre y el cómplice será condenado 10 años de cárcel. Si por el contrario, su cómplice confiesa y él no, él recibirá la condena de 10 años. Si ambos confiesan los dos recibirán una pena de seis años, pero si ninguno confiesa, ambos serán condenados a una pena menor de seis meses.
La decisión racional es que ninguno confiese pero, en este caso, la percepción que se tiene de lo que hará el otro, determinará la conducta y decisión que cada uno por separado asuma.
Este ejercicio se utiliza para analizar la conducta en casos de conflicto internacional, de conflictos entre empresas por posiciones de mercado o cuando se desea analizar cómo organizar y regular un mercado.
En la práctica
Alvin Roth ha utilizado esta teoría para proponer la organización y formación de mercados no financieros, como el de órganos para trasplantes con intercambios entre potenciales donadores vivos que permita disminuir la mortalidad de enfermos de insuficiencia renal. Se trata de entender y aprovechar la forma en que las personas pueden tomar decisiones para elevar la posibilidad de que se conviertan en donadores.
Este mismo tratamiento está siendo utilizado para organizar mercados financieros que permitan a las persona acceder a servicios financieros más adecuados y mantener la rentabilidad de las empresas encargadas de otorgarlos. Me permití hacer este paréntesis de las habituales columnas para mostrar cómo un tema científico que puede parecernos lejano, seguramente impactará en algún momento nuestras vidas. La ciencia económica es, parafraseando a Steven D. Levitt, “la ciencia de los incentivos”. Y si somos capaces de entender los incentivos que en cada caso nos mueven, seremos capaces también de “empujarnos” a tomar mejores decisiones.
*El autor es Director General de Mexicana de Becas, Fondo de Ahorro Educativo. Su Twitter es @ martinezsolares