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lunes, 31 de octubre de 2016

Economía de la suficiencia: del budismo al marketing



Economía de la suficiencia: del budismo al marketing

Sirikul Laukaikul en Sustainable Brands Buenos Aires 2015
  
Este artículo fue publicado originalmente en el sitio web de la revista Noticias.
En un mundo dominado por la búsqueda del mayor rédito a corto plazo, no es común escuchar que se apele a la moderación de las empresas. Por eso, la intervención de la consultora tailandesa Sirikul Laukaikul trajo aire fresco a la segunda edición de Sustainable Brands, la gran conferencia de sustentabilidad y marcas que se celebró en La Rural, con más de 70 oradores (¡incluido el plan c!) y 1200 asistentes. Laukaikul presentó la idea de la Economía de la Suficiencia, basada en la moderación: “tomar lo necesario, y decir ‘ya es suficiente’”.
¿Qué es la Economía de la Suficiencia?
Es la economía de la moderación. En inglés decimos “enough economy” (“la economía de lo suficiente”). En el mundo los problemas hoy vienen porque nunca tenemos suficiente, siempre queremos más y más y más. Cuando no tenés suficiente llegás a un estado de codicia, y la codicia lleva al enojo, el odio, la ignorancia, a un montón de cosas malas. Todos los problemas del mundo vienen de la falta de control de la codicia. No es buena para las personas ni para las compañías; tarde o temprano, las malas acciones llevan a malos resultados, también en las empresas. Podemos pensarlo como mal karma. Si pudiéramos aprender, las personas y también los negocios, a decir “tengo suficiente”, podríamos empezar a compartir, a colaborar, para hacer algo mejor.
¿De dónde viene esta idea?
El corazón de esta filosofía viene del budismo, que está basado en la moderación. Y la moderación significa la parte del medio, no los extremos, en ningún caso. No significa que tenga que ser simétrico, porque mi moderación no es siempre igual a tu moderación.
El rey de Tailandia vino con la idea de cómo podemos llegar al punto de moderación. La llamó filosofía de la economía de la suficiencia. Descansa en tres principios y dos condiciones. Para identificar tu moderación, el primer principio: tenés que conocerte, conocer tus fortalezas, tus valores, tus creencias. Segundo principio: todo tiene que ser racional, tenés que usar tu lógica para tus acciones, no hacer las cosas porque tus amigos las hacen. Todo tiene que tener una justificación. El tercer principio es sobre el futuro: no estamos aquí solo por hoy. Tenés que crear autoinmunidad, protección, no sobreutilizar las cosas; manejar los riesgos que las acciones actuales crearán sobre el futuro.
Estos tres principios andan sobre dos condiciones. La primera es acerca del conocimiento, que es esencial; es muy poderoso, tenemos que tomar las decisiones correctas. Y la segunda condición es la virtud: usar el conocimiento con una buena ética, un buen corazón. Vos decidís cuál es tu moderación.
¿Qué pasa si mi moderación es muy diferente de la moderación de una gran empresa?
¡No es el punto! Si vos conocés tu moderación, eso es suficiente. No es cuestión de andar señalando a otros con el dedo. ¿Por qué tenes que controlar a otras personas? ¡Aprendé a controlarte a vos mismo! Vos podés cambiar, y a partir de tu cambio enseñarle a tus alumnos y a tus amigos. No tenés que esperar que otras personas sean moderadas. Tienen sus propias razones.
Esta idea de la moderación budista aplicada a los negocios, ¿es usted la primera en destacarla?
No, esta es la filosofía del rey de Tailandia, yo solo aprendo de él. Solía trabajar para una firma de un conglomerado global. Las grandes empresas están llenas de pequeñas personas diciendo “No puedo dormir, tengo que alcanzar un objetivo, mi jefe va a hacer esto y aquello, no puedo ser mi propio jefe”. Todo lo que había en mi mente era dinero, todo era acerca del dinero. Sentía que estaba perdiendo balance en mi vida, así que empecé a estudiar la filosofía de mi rey y tratar de entender la idea de moderación, ¿qué quiere decir con moderación? Lo suficiente. Solo seguí su modelo, tres principios y dos condiciones. Empecé por conocerme a mí misma; empecé a pensar, ¿cuánto dinero necesito? Y calculé el camino de mi vida de acuerdo a estos principios. Dejé mi trabajo en la gran corporación y empecé a trabajar como consultora freelance. Como me conozco, y sé cuánto tengo que gastar, sé cuánto tengo que ganar. Y después puedo manejar eso, simplemente soy racional. Cuando me quiero comprar algo… antes pensaba, me lo compro, ¡tengo el dinero! Pero ahora pienso que tengo que ser moderada. No quiere decir que me tengo que sacrificar. Yo siento que estoy a la moda, me gusta mucho vestirme, pero, ¿por qué tengo que comprarme algo en cada color? Para estar a la moda, con un artículo debería ser suficiente. También pienso en el futuro: si voy a comprar algo, tengo que estar segura de que tengo suficiente dinero para comprarlo sin usar mis ahorros.
¿Cómo lleva estas ideas a la gente de negocios?
Soy consultora. Solía trabajar con bancos, pero es importante empezar de lo chiquito. Tengo la libertad y el poder de elegir los clientes, porque no pertenezco a una gran corporación, donde estás obligado a trabajar con una compañía aunque no te guste cómo se comportan. Yo elegí a clientes que llevan sus negocios con un buen corazón. Cada vez que se me acerca un cliente, le hablo, para entender si compartimos los mismos conceptos o no. Si averiguo que sí, empezamos a trabajar juntos. El marketing puede servir para difundir estas ideas y crear un comportamiento responsable y consciente.
¿Cómo puede escalar este modelo, que parece tan lejano al espíritu de los negocios?
No todo el mundo cree en ser bueno ni en compartir. Pero todo el mundo puede tener un buen corazón; a veces ese corazón no encuentra su camino. No todas las personas aquí reunidas entienden de verdad la sustentabilidad; solo unas pocas. Pero un pequeño grupo de personas puede cambiar el mundo. Entonces empezás con ellos. Yo estoy feliz de trabajar con unos pocos, que pueden crear un pequeño cambio en la sociedad. Creo que cuando la gente ve este cambio, esto puede crecer, como una bola de nieve.
¿Qué feedback recibe de los empresarios?
Algunos aman la propuesta y se compromenten con ella. Otros piensan “esto es demasiado abstracto, esto para soñadores”. Depende de cada uno; los que creen en esto, pueden lograr un cambio. Tenés que creer en vos, creer en tu poder, en el poder que tenés de cambiar las cosas. No tiene que ser algo grande; alcanza con creer que podemos hacer algo mejor.
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viernes, 28 de octubre de 2016

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La ignorancia humana y la ingeniería social

La ignorancia humana y la ingeniería social

Wendy McElroy

A través de gran parte de la historia intelectual, la sociedad ha sido considerada como el resultado del diseño de alguien. 

En su voluminosa obra de Law, Legislation, and Liberty, el teórico social F. A. Hayek se refirió a esta posición como el “racionalismo constructivista” y replicó vigorosamente contra la misma. En su discurso en ocasión de recibir el Premio Nóbel en 1974, titulado “La Pretensión del Conocimiento,” Hayek expresó un punto de vista diferente acerca de cómo se desarrolló la sociedad:

El reconocimiento de los insuperables límites de su conocimiento debería de hecho enseñarle al estudiante de la sociedad una lección de humildad, que debería prevenirlo de volverse un cómplice en el fatal esfuerzo de los hombres por controlar a la sociedad—un esfuerzo que no solamente lo vuelve un tirano sobre sus compañeros, sino que puede convertirlo también en el destructor de una civilización a la cuál ningún cerebro ha diseñado sino que ha crecido en base a los libres esfuerzos de millones de individuos.

Hayek se opuso a cualquier tentativa de manipular—es decir, planificar y coordinar centralizadamente—la estructura de la sociedad. Creía que tal ingeniería realmente destruiría a la sociedad en lugar de erigirla, la cual era el resultado de la acción humana pero no del diseño humano. Junto al economista austriaco Ludwig von Mises, Hayek proporcionó las que son discutiblemente las mejores críticas de las teorías y de las políticas “constructivistas” que han crecido en popularidad durante el siglo veinte.

Tanto Hayek como Mises habían atestiguado la devastación del liberalismo clásico por parte de dos guerras mundiales, pero particularmente por la Primera Guerra Mundial. En la época de guerra los gobiernos habían afianzado el control centralizado sobre el sector privado para asegurarse un flujo continuo de armamentos y de otros bienes que juzgaban necesarios para la victoria. Los gobiernos habían inflado sus ofertas de dinero a fin de solventar masivos refuerzos militares. Y la guerra había estrangulado el flujo del libre comercio al que los liberales clásicos consideraban un prerrequisito para la paz, la prosperidad, y la libertad. En síntesis, Hayek y Mises habían contemplado cómo el estatismo del siglo veinte reemplazaba al liberalismo clásico del siglo diecinueve.

Si la “guerra es la salud del estado,” como el individualista estadounidense Randolph Bourne lo declarara, entonces Hayek y Mises atestiguaron el impacto de un corolario obvio: a saber, que la guerra es la muerte de la libertad individual. Y que la ingeniería social fue un mecanismo clave mediante el cual esa libertad fue destruida. De hecho, uno de los trabajos iniciales de Mises, Nation, State, and Economy (1919), analizaba las consecuencias desastrosas de la planificación centralizada introducida por la Primera Guerra Mundial.

Pero Hayek y Mises no se oponían meramente a la ingeniería social sobre la base de argumentos utilitarios. Independientemente, cada uno de ellos desarrolló sistemas complejos y sofisticados de la teoría social para explicar cómo las instituciones de la sociedad se evolucionaron naturalmente. 

Sostenían que las instituciones de una sociedad saludable eran el resultado colectivo e involuntario de la acción humana. 

Los fenómenos sociales complejos—tales como el derecho, el lenguaje, y el dinero—eran especialmente las consecuencias involuntarias de las interacciones individuales. Por ejemplo, ningún comité o autoridad central decidió inventar el habla humana, para no mencionar el diseñar una lengua tan complicada como el inglés. 
Actuando solamente para alcanzar sus propios fines, los individuos comenzaron a efectuar sonidos a fin de facilitar el poder conseguir lo que deseaban de otras personas. Así, el habla fue el resultado de la acción humana pero no del diseño humano, y la mismo evolucionó naturalmente en el lenguaje. 
La evolución puede no haber procedido con eficiencia científica, pero fue lo suficientemente eficiente como para permitir el desarrollo de la civilización. La eficiencia de los programas gubernamentales no tolera la comparación.

No obstante ello, los constructivistas sostenían que una sociedad no planificada es derrochadora y caótica. 
Con el conocimiento suficiente, podrían manipular una sociedad perfectamente eficiente. No habría más sobrantes ni escaseces. Los mercados de valores no colapsarían, y las monedas no fluctuarían. 
Tal vez incluso la sociedad pudiese ser diseñada de modo tal que sus miembros se encaminasen al unísono hacia metas sociales deseables, tal como han marchado juntos hacia la victoria en tiempos de guerra.

Hayek puntualizó francamente que el conocimiento que los constructivistas procuraban era inalcanzable. 
No era posible planificar las dinámicas del mañana basados en cómo actuaron los individuos ayer. 
La gente era imprevisible. 
Los seres humanos eran fundamentalmente diferentes de los objetos físicos examinados por las ciencias duras. Un científico podía aprender todo lo que necesitaba saber sobre el movimiento de un objeto, y su conocimiento no cambiaría necesariamente durante el tiempo. Pero los seres humanos actuaban basándose en factores y motivaciones psicológicas que se encontraban ocultos, a menudo aún para ellos mismos. La sociedad no consistía en objetos que podían ser prolijamente categorizados y hechos para obedecer las leyes de la ciencia. La sociedad consistía de individuos erráticos e imprevisibles.

Mises efectuó una puntualización similar acerca de la teoría monetaria. Demostró que aún la aparentemente objetiva herramienta del cálculo monetario—del tipo que la gente utiliza informalmente para decidir, por ejemplo, si pedir un aumento—es ineficaz para una planificación social más amplia. 

En el mejor de los casos, los precios eran un antecedente histórico; el precio del pan es un precio del pasado, incluso si el pasado fuese muy reciente. Esta información podría crear la anticipación de cuál podría ser el precio del pan mañana, pero la misma no podría predecir nada. Una escasez de pan podría hacer disparar su precio. Por otra parte, emplear el ayer para manipular el mañana iba en contra de un principio fundamental de la acción humana: el principio del cambio inevitable.

En La Acción Humana: un Tratado de Economía (1949), Mises comentaba, “La acción humana origina el cambio. En la medida que haya acción humana no hay estabilidad, sino alteración incesante. . . 

Los precios del mercado son hechos históricos expresivos de una situación que prevaleció en un instante definido del proceso histórico irreversible. . . .. 

En el imaginario—y, por supuesto, irrealizable—estado de rigidez y estabilidad no hay cambios a ser medidos. 
En el mundo real del cambio permanente no hay puntos fijos. . . ”
Desde Nation, State, and Economy a su obra magna, La Acción Humana, Mises elocuentemente objetó la posibilidad de adquirir el suficiente conocimiento como para dirigir a la sociedad. Igualmente, desde el trabajo The Sensory Order: An Inquiry into the Foundations of Theoretical Psychology (1952, pero aparentemente basado en el trabajo que realizara en 1919 y 1920) hasta su mucho más popular El Camino de Servidumbre (1944), Hayek integró campos tan diversos como la epistemología y la economía para formar una teoría social que le negaba cualquier validez a la planificación centralizada.

A través del trabajo de estos teóricos, dos conceptos cercanamente relacionados emergen una y otra vez: el individualismo metodológico y el orden espontáneo. Estos conceptos son fundamentales para entender por qué Hayek y Mises tan inflexiblemente rechazaban a la ingeniería social.

El Individualismo Metodológico
En La Acción Humana, Mises ofrecía una descripción de lo que denominaba “El Principio del Individualismo Metodológico”: “Primero debemos percatarnos de que todas las acciones son realizadas por individuos. . . Si escudriñamos el significado de las distintas acciones desarrolladas por los individuos debemos aprender necesariamente todo acerca de las acciones de los todos colectivos. Pero un colectivo social no posee existencia y realidad alguna fuera de las acciones de los miembros individuales.”

Mises sostenía que los todos colectivos—tales como “la familia” o “la sociedad”—no eran nada más que la suma de los miembros individuales que los constituían. Tales todos eran abstracciones útiles para indicar la interacción de los individuos en un contexto específico. La “familia” indica un conjunto de interacciones, el “club de canasta” otro.

Al reducir el funcionamiento del grupo a su elemento más básico—los actos de los individuos—Mises no negaba la importancia de los todos colectivos. Todo lo contrario. Mises explicaba que “el individualismo metodológico, lejos de disputar la significación de tales todos colectivos, la considera como una de sus tareas principales para describir y analizar su surgimiento y su desaparición, sus cambiantes estructuras, y su operación. Y el mismo escoge el único método adecuado para resolver satisfactoriamente este problema.”

Para decirlo de otro modo, el individualismo metodológico era una poderosa herramienta analítica que podía ser utilizada para descubrir los principios en base a los cuales un grupo de personas interactuaba. Era el mejor método con el cual comprender a la sociedad.

El Individuo como una Abstracción
Con el surgimiento del marxismo, aquellos que favorecían el individualismo metodológico fueron a menudo acusados de “atomismo” o de reduccionismo. Los marxistas fueron muy lejos en cuanto a afirmar que era el individuo, y no la sociedad, quien constituía una verdadera abstracción. 
En su forma extrema, estos holistas sociales negaban incluso que el individuo existiese sin la sociedad. Como Mises lo observara, “la noción de un individuo, dicen los críticos, es una abstracción vacía. El verdadero hombre es necesariamente siempre un miembro de un todo social.”
Karl Marx sostenía este punto usando una clase de ejemplo de Robinson Crusoe. Marx afirmaba que un individuo que crecía aislado en una isla desierta no sería un ser humano. El nudo de su argumento era que los seres humanos son organismos sociales—construcciones sociales, si lo prefiere—quienes no pueden ser removidos del contexto que los define y continuar siendo seres humanos. 

El Robinson Crusoe adulto era claramente un ser humano, pero su humanidad resultaba de una historia de socialización previa. El lenguaje, el pensamiento, el arte—todo lo que hizo humano a Crusoe había resultado de su vida en comunidad. Invirtiendo la lógica misesiana, Marx sostenía que el todo colectivo llamado “sociedad” creaba a sus miembros individuales, quienes podían ser entendidos tan solo examinando las reglas de esa sociedad. Marx dio un paso adicional e intentó extender los principios y la metodología de las ciencias duras—tales como la previsibilidad y el control—a la sociedad.

Los liberales clásicos contrarrestaron diciendo que una persona que ha sido criada en el aislamiento completo aún sería un ser humano. 
Por ejemplo, tendría una escala de preferencias y actuaría para alcanzar a la más alta de ellas primero. Es cierto, que sin la interacción social, las principales potencialidades dentro de la humanidad de la persona nunca se desarrollarían o serían expresadas. 
Por ejemplo, no habría razón para desarrollar las habilidades del lenguaje y ninguna posibilidad de convertirse en padre. Si el individuo aislado fuese rescatado y colocado dentro de la sociedad, sin embargo, sus potencialidades no expresadas podrían emerger perfectamente. 
Pero cualesquiera fuesen las características desarrolladas, las mismas emergerían de su propio potencial inherente como un ser humano y serían el resultado de las interacciones individuales que experimentó. 
Las características no emergerían debido a que un todo colectivo llamado “sociedad” las definió en existencia.
Los liberales clásicos no combatieron la afirmación de que los grupos poseían una dinámica acumulativa que era diferente a la dinámica del hombre aislado. 
Después de todo, solamente en sociedad surgieron los intercambios intelectuales y económicos. 
Pero creían que las diferencias podrían ser explicadas desdoblando la dinámica del grupo en las intrincadas interacciones de los individuos que lo constituían. Por ejemplo, todo lo atinente a una conversación podía ser desdoblado en las declaraciones, el lenguaje corporal, y las acciones de los individuos implicados. Nada sobre la conversación requería principios de explicación adicionales.

Este enfoque metodológico funcionaba para analizar incluso a todos colectivos extremadamente complejos tales como “el Estado.” Todo lo que el Estado hizo o era podía ser reducido a las acciones individuales. Como Mises lo explicaba, “el verdugo, no el Estado, ejecuta a un criminal. 
Es el significado de aquellos interesados lo que discierne en la acción del verdugo a una acción del Estado.” 
Los individuos que observan al verdugo ven el Estado en acción solamente porque una abstracción conocida como “el Estado” proporciona un contexto para su acción. Igualmente, la gente nunca ve u oye verdaderamente a una conversación del grupo. 
Todos lo que ven u oyen son individuos hablando, y etiquetan a la suma de su intercambio como una “conversación del grupo.”
El individualismo metodológico tuvo implicancias profundas para la teoría de la ingeniería social. Si los todos colectivos eran un “proceso mental” dentro de los individuos antes que entidades concretas con existencia independiente, entonces no tenía sentido alguno sostener que existían reglas y las características únicas que se aplicaban a los colectivos y no a los individuos. 
El individualismo metodológico removió a los todos colectivos de un reino objetivo gobernado por los principios científicos y los regresó al reino subjetivo del juicio y de las preferencias humanas. 
En vez de ser capaces de diseñar instituciones sociales, tales como los bancos, para funcionar junto a los principios científicos, los ingenieros sociales fueron reducidos a individuos reguladores. 
Fueron involucrados en la planificación de cómo los seres humanos expresarían sus preferencias en el futuro—un conocimiento que los propios individuos raramente poseían.
Y sin embargo, un interrogante subsiste. Sin planificación, ¿cómo puede mejorar la sociedad? Parte de la respuesta será encontrada en el segundo concepto que ronda la obra de Hayek y de Mises

El Orden Espontáneo
Durante el siglo dieciocho, teóricos como Adam Smith comenzaron a examinar el impacto que las consecuencias no queridas de la acción humana tenían sobre la sociedad. Éstas eran las consecuencias colectivas que se amplificaban como un resultado de los individuos persiguiendo sus propios intereses individuales. Por ejemplo, si veinte personas caminaban la distancia más corta a través de un campo, un sendero tosco a través del campo sería establecido. Pero el forjar el sendero sería una consecuencia involuntaria de la meta consciente de cada individuo—alcanzar el otro lado rápidamente.
Smith venía a creer que la sociedad y sus instituciones podían ser comprendidas de la mejor manera posible mediante la referencia a tales consecuencias no queridas. Considérese el precio del pan de ayer. Nadie legisló cuánto se encontraba usted dispuesto a pagar el pan ayer. Ese precio resultó de factores imprevisibles tales como cuán altamente usted apreciaba al pan veinticuatro horas atrás. La institución social del precio, por lo tanto, ha sido establecida espontáneamente. La misma era también auto-correctiva; es decir, el precio espontánea y rápidamente fluctuó para reflejar los factores cambiantes, tales como la disponibilidad de pan. Y porque tales cambios eran imprevisibles, sólo una respuesta espontánea—no una pre planificada—podía responder adecuadamente.
Ningún escritor contemporáneo ha explorado la idea de las instituciones sociales espontáneas y autocorrectivas en mayor profundidad que Hayek. En su ensayo “Principios de una Orden Social Liberal,” Hayek abordó una objeción que él encontraba a menudo. Escribió: “Mucha de la oposición a un sistema de libertad bajo leyes generales surge de la inhabilidad para concebir una coordinación efectiva de las actividades humanas sin la organización deliberada por parte de una inteligencia comandante” (Studies in Philosophy, Politics and Society, 1960).
Para los holistas sociales, el “orden” y la “eficiencia” eran conceptos que parecían estar ligados juntos. Mises y Hayek acordaban, pero utilizaban una definición diferente de “orden.” Para los holistas sociales, la palabra parecía conjurar visiones cuasi-militares de una sociedad marchando hombro a hombro hacia una meta común. La misma se encontraba incorporada en planes quinquenales que reducían el funcionamiento de la sociedad a ecuaciones matemáticas. Por el contrario, el orden al que adherían Mises y Hayek era uno espontáneo en el cual los individuos perseguían sus propios y diversos intereses sin la coordinación de una autoridad central.
¿A qué se parece dicho orden? Un ejemplo clásico es el Mercado de Valores de Nueva York, el cual fue creado como un lugar en el cual las acciones podían ser compradas y vendidas de lunes a viernes a partir de las 9 de la mañana y hasta las 4 de la tarde. Ninguna autoridad predominante establecía los precios, límites de volumen, etc. Estos eran establecidos por los bolsillos de los individuos que perseguían sus propias preferencias de una manera que se asemejaba al caos. Vociferando en el piso, que se encontraba dispuesto a comprar la acción ABC al precio X, un comerciante intentaba perseguir nada más que las preferencias de su cliente. Pero una consecuencia involuntaria de su acción era el establecimiento de un precio general para la acción ABC.
El orden espontáneo puede asemejarse al caos. En palabras de Hayek, es la clase de orden “cuya justificación en el instante particular puede no ser reconocible, y el cual. . . aparecerá a menudo ininteligible e irracional.” (“Individualismo Verdadero y Falso” en Individualism and Economic Order, 1948) Irónicamente, esta semejanza al caos puede indicar un aspecto de por qué el orden espontáneo es eficiente. Después de todo, las circunstancias cambiantes a las cuales esta clase de orden responde no poseen algún orden lógico o predecible. Así como el piso de la negociación de un mercado de valores no puede funcionar según las reglas de etiqueta de la Srta. Manners, también una sociedad dinámica requiere de instituciones con fluidez.
De hecho, la principal ventaja de un sistema de toma de decisiones descentralizado puede bien ser su capacidad para ajustarse constante y rápidamente a las circunstancias cambiantes. Allí donde la ingeniería social exige un futuro estable y un conocimiento divino del presente, el orden espontáneo reconoce e incorpora la inevitabilidad del cambio y la insuficiencia del conocimiento humano.
Un individuo conoce tanto como es posible conocer sobre sus propias preferencias y actos futuros. Cuanto más lejos usted se mueve del individuo, menos confiables se torna la información—y menos perfectas las consecuencias de la toma de decisiones.

Divergiendo desde un Punto Común
Hay un sentido en el cual tanto Hayek como Mises basaron sus argumentos para la libertad individual sobre la ignorancia humana. En La Constitución de la Libertad (1960), Hayek reconoce que la necesidad de libertad “descansa principalmente en el reconocimiento de la inevitable ignorancia de todos nosotros en lo referente a muchos de los factores sobre los cuales dependen el logro de nuestros fines y el bienestar.” Irónicamente, los constructivistas emplean en gran medida el mismo argumento para su posición: los seres humanos no son naturalmente perfectos, por lo tanto la sociedad debe ser dirigida y diseñada. Desde un punto de acuerdo común—es decir, la insuficiencia del conocimiento humano—las dos partes alcanzan conclusiones diametricalmente opuestas.
Traducido por Gabriel Gasave

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lunes, 24 de octubre de 2016

La defensa del libre comercio unilateral



La defensa del libre comercio unilateral

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En las elecciones presidenciales de 2016, a los estadounidenses se les ha dado a elegir entre dos tipos de comercio controlado y dirigido. Por un lado, está Donald Trump, que está a favor de un abierto proteccionismo y un comercio controlado en beneficio de industrias y empresas selectas. Por otro lado, esta Hillary Clinton, que está a favor de tratados de comercio para dirigir este punto aunque parece oponerse al TPP, solo es porque no cree que este tratado sea “justo”. Es decir, para Clinton, el TPP no es lo bastante proteccionista. Aunque Clinton describa su postura como “a favor del comercio”, la realidad es que tanto Clinton como Trump están a favor de dos tipos distintos de proteccionismo. Ni siquiera el decepcionante candidato del tercer partido Gary Johnson ofrece una alternativa creíble creyendo erróneamente que el TPP y el comercio dirigido “mejorarían el libre comercio”.
Pero hay una tercera opción y algunos intelectuales, como el Profesor Patrick Minford en el británico Institute of Economic Affairs, han argumentado recientemente a favor de esa otra opción: el libre comercio unilateral.
Los economistas afirman haber tenido un consenso a favor de libre comercio. Pero aunque supongamos que esto sea cierto, la pregunta sobre cómo llegar a un régimen de libre comercio todavía está sin debatir. Hoy en día, la mayoría de los economistas deposita su fe en los llamados tratados de “libre comercio”. Por el contrario, los economistas austriacos tradicionalmente los ven con suspicacia. En este sentido, esos austriacos siguen la doctrina de laissez faire de los economistas clásicos del siglo XIX. Por ejemplo, J.R. McCulloch, en su The Literature of Political Economy  (1845), señalaba que los tratados comerciales “no se han empleado para eliminar los obstáculos que se oponen al comercio” y en 1901, Vilfredo Pareto argumentaba que “desde el punto de vista del proteccionista, los tratados de comercio son (…) lo más importante para el futuro económico de un país”.
Si en el pasado algunos tratados comerciales pueden haber sido realmente beneficiosos para comercio, esto fue hace mucho tiempo. Las negociaciones se dejan ahora a burócratas irresponsables discutiendo sobre a qué compinche debería favorecerse más. De esto se deduce que los “tratados de libre comercio” consisten en una avalancha de regulaciones detalladas. Por ejemplo, el reciente acuerdo comercial entre la UE y Canadá tiene 1.598 páginas. Pero lo opuesto al proteccionismo no son tratados de miles de páginas sobre armonización regulatoria, propiedad intelectual, patrones laborales, “desarrollo sostenible”, antitrust, etc. No hay lugar para el comercio dirigido cuando hay libre comercio real.
En el mercado libre, el comercio tratar de servir a los consumidores de la manera más valiosa, pero, con los tratados, el comercio se convierte en un asunto de poder y política, en el que se ven recompensados los compinches en lugar de los empresarios.
La justificación económica de los tratados comerciales consiste en una simple aplicación de la teoría de juegos. Mientras que todos los gobiernos quieren que los demás gobiernos dejen abiertas sus puertas a una competencia extranjera, al mismo tiempo, tienen interés en erigir barreras comerciales para aumentar los impuestos. De esto se deduce que, en ausencia de coordinación internacional, prevalecería el proteccionismo. El error está aquí en que el estado no es una entidad individual que sólo maximiza su riqueza. En nuestras democracias occidentales, los gobiernos son capturados por numerosos buscadores de rentas que tratan todos de vivir a costa de los demás. La cuestión fundamental es por tanto entender cuál sería el impacto de los tratados comerciales concebidos en secreto sobre los comportamientos los buscadores de rentas. Al plantear esta pregunta, parece improbable que podamos lograr un resultado mejor dando más poder al estado para definir qué debería estar sometido a libre comercio o no. Y realmente ocurre que los tratados, ni son la mejor manera de conseguir libre comercio, ni son la manera más común de hacerlo. Como ha señalado el economista Razeen Sally, según el banco mundial, “dos tercios de la liberalización de aranceles de los países en desarrollo desde principios de la década de 1980 se han llevado a cabo unilateralmente”.
En lugar de una promoción de arriba abajo del “libre comercio” dirigido por instituciones supranacionales, deberíamos considerar el libre comercio unilateral como una parte importante de un programa político liberal. Sir Robert Peel, cuando se anunciaba la abolición de las leyes de grano en la cámara de los comunes en 1846, advertía brillantemente: “Confío en que el gobierno (…) no reanudará la política que ellos y nosotros hemos considerado la menos apropiada, que es el regateo con países extranjeros sobre concesiones recíprocas, en lugar de mantener ese rumbo independiente que creemos que responde a nuestros propios intereses. (…) Dejemos por tanto que nuestro comercio sea tan libre como nuestras instituciones. Proclamemos el libre comercio y una nación tras otra seguirán nuestro ejemplo”.
El libre comercio bilateral es bueno para ambas partes, independientemente de que una de ellas continúe o no fijando aranceles. Para quienes participan en el libre comercio unilateral, este significa que necesitan exportar menos para importar más. En otras palabras, hace más ricos a los comerciantes libres.
El mundo se hubiera beneficiado mucho si hubiera escuchado a Sir Robert Peel. El libre comercio unilateral tiene la ventaja de que necesita que el estado haga solo una cosa: abstenerse de interferir. Con esta alternativa, el estado no puede conceder privilegios a grupos de intereses, ni puede ralentizar el proceso de liberalización. Por tanto, si el libre comercio es el objetivo, las negociaciones inacabables no deberían ser los medios principales.
Podemos tener libre comercio ahora mismo declarándolo unilateralmente. Para todos los verdaderos amigos de la libertad y el comercio, el lema debería ser: liberalizar primero, negociar después.

El artículo original se encuentra aquí.