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martes, 21 de marzo de 2023

Capitalismo en el primer plano: tensiones en el desarrollo latinoamericano (una introducción al debate).

 Capitalismo en el primer plano: tensiones en el desarrollo latinoamericano (una introducción al debate). 

Hernán Cuevas Valenzuela y Dasten Julián Véjar

Introducción 

En las últimas décadas, la economía política hizo importantes aportes al estudio de las relaciones entre política, economía y sociedad. Ha contribuido decididamente a nuestra comprensión de las políticas de desarrollo y sus éxitos o fracasos, la interacción entre las instituciones del Estado y su entorno económico y social, la política internacional, los procesos electorales y la conducta de candidatos y electores, el funcionamiento de los cuerpos legislativos, la formación de las constituciones y una serie de otros problemas más discretos (cfr. Weingast y Wittman, 2006). Sin embargo, el capitalismo, el objeto de estudio clásico de la economía política, sufrió un relativo abandono (Streeck, 2010). 

Capitalismo 

La relativa desaparición del concepto capitalismo de la agenda de la economía política contemporánea se debe en parte a que se trata de un concepto controvertido (Kocka 2013). En primer lugar, su significado es amplio y su campo semántico es de difícil delimitación, lo que lo vuelve ambiguo. En segundo lugar, su origen como concepto crítico lo relegó por décadas al campo de la izquierda intelectual. Así, con la crisis del marxismo al término de la Guerra Fría, «el capitalismo» tuvo una menor presencia en el discurso público y académico, siendo frecuentemente sustituido por otros términos como economía global o economía de mercado (Kocka 2013). No obstante, debido a que existe una larga y heterogénea lista de científicos sociales y pensadores fundamentales que avalan su uso, el término capitalismo nunca ha salido completamente de circulación (Kocka 2013, Ingraham 2008. Para ejemplos, ver Harvey 2010, 2013, Friedman 2002, Marx 1982, 1991 y Weber 2012). 

A riesgo de caer en simplificaciones y reduccionismos, podemos afirmar que el capitalismo supone un ensamblaje social que incluye los siguientes factores (cf. Heilbroner 2008, Ingraham 2008, Kocka 2013): 1) una economía basada en el predominio de la propiedad privada de los medios de producción (desde formas de propiedad individual hasta sociedades anónimas o corporaciones), 2) la comodificación de la fuerza de trabajo y el trabajo asalariado «libre», 3) la división y especialización del trabajo, 4) la sistemática acumulación de capital, 5) un sistema de precios e intercambio monetarizado que tiene lugar privilegiadamente en el mercado, 6) un sistema bancario y de crédito que facilita procesos de inversión en innovación productiva, 7) la producción y consumo de bienes y servicios a gran escala para el mercado (industrialización), 8) una ideología de la libre iniciativa y la maximización legítima de las utilidades de las empresas entendidas como los agentes centrales de la economía, 9) la competencia en un mercado libre como mecanismo para asignar mejor los siempre escasos recursos, 10) un sistema jurídico con normas y regulaciones que legitiman y garantizan la propiedad privada y su predominio en la economía, y 11) una estructura social jerarquizada, instituida y reproducida a través del poder de las clases sociales.1 

En la tradición de la economía política marxista, el capitalismo se refiere —en términos más estrictos— a un modo de producción caracterizado por la fabricación industrial de mercancías, la propiedad privada de los medios de producción por parte de una clase propietaria (burguesía) y la exclusión de la mayoría de la población de dicha propiedad, la que tiene como única alternativa de sobrevivencia la venta de su fuerza de trabajo. En esta perspectiva, la relación capital-trabajo es el foco del análisis, y en ella se encuentra el fundamento de la explicación tanto de la acumulación del capital, como de la obtención de la plusvalía y la explotación. Parte importante del desarrollo de la economía política marxista tiene que ver con la ampliación del análisis del modo de producción para incluir fenómenos importantes que no eran considerados o lo eran de manera incompleta en los análisis tradicionales, como las relaciones entre sociedad y naturaleza o la dimensión de reproducción del trabajo y la vida. Algo similar sucede con la ampliación de la escala para estudiar la interacción entre procesos globales y locales, y la aparición de nuevas fuentes de protesta, luchas y movimientos sociales. Como se verá, este libro contribuye a la comprensión de las dinámicas de expansión del capitalismo y sus contradicciones y, conflictos sociales y ecológicos. 

1 El carácter controversial del concepto capitalismo también afecta esta enumeración estilizada de atributos generales, pues algunos son en sí mismos debatibles. Por ejemplo, la idea de libre mercado ha sido cuestionada. Un ejemplo lo ofrece Fernand Braudel, quien afirmó que, si consideramos la historia de larga duración del capitalismo, la economía de libre mercado es un fenómeno más bien excepcional. Por largos siglos los poderes políticos centrales y el poder económico actuaron en connivencia sobre los mercados, frecuentemente asegurando su monopolización para beneficio de los más altos segmentos de la sociedad, limitando así el acceso, la libre iniciativa y la competencia. De otro lado, los mercados locales, en los que se llevaban a cabo una miríada de transacciones cotidianas, frecuentemente escaparon a dichos controles. Existen otros tantos cuestionamientos dirigidos a la idea de trabajo asalariado libre, legitimidad de la propiedad privada, la ideología capitalista y el fundamentalismo de mercado, etc. Su tratamiento excedería con mucho el alcance de esta Introducción.

Las dinámicas del capitalismo: más allá de la relación capital-trabajo 

 Entre el conjunto de innovaciones que han emergido para problematizar los límites del análisis clásico del capitalismo se encuentra la propuesta de Henri Lefebvre Si bien la expansión capitalista suele ocurrir en las sociedades contemporáneas por medio de mecanismos formalmente pacíficos (Boltanski y Chiapello, 2002), la explotación, la apropiación de la naturaleza, y las diversas formas de expoliación por colonización o despojo, son indicativos de las múltiples violencias (formales e informales) de las «operaciones del capital» (Mezzadra y Neilson 2015). 

Esta relación entre expansión del capital y violencia está en el centro de los trabajos que constituyen este libro. Varios capítulos rescatan de manera explícita la hipótesis (pseudo) histórica de Marx acerca de la acumulación originaria (o acumulación primitiva) para explicar procesos contemporáneos, y hasta cierto punto normales, en el perpetuo desarrollo del capitalismo. Algunos también recurren a Rosa Luxemburgo para referirse a esta dinámica de acumulación por medio de la colonización y otras figuras que describen la forma violenta de acumulación del capital. 

Teorizaciones recientes de la acumulación capitalista en América Latina 

En América Latina, la reflexión sobre el capitalismo se ha entrelazado con la cuestión del desarrollo y subdesarrollo (cf. Larraín 1989). Si bien existen importantes antecedentes, los desarrollos de cepal y la teoría de la dependencia constituyen tal vez los principales hitos de esta historia intelectual periférica. En la teoría de la dependencia el capitalismo es observado como una relación global que se desenvuelve de manera desigual para las partes involucradas. Esta relación desigual se caracteriza por la conformación de un bloque dominante de países y economías que han asistido a un proceso de industrialización y desarrollo tecnológico, y un bloque de países que han sido colonizados, con una sobreexplotación de su fuerza de trabajo y sus recursos naturales (Gunder Frank, 1978). Esta situación de desigualdad involucra distintos procesos de valorización del trabajo y de desarrollo social, en los cuales los países subdesarrollados se caracterizan por dependencias de la exportación, la hegemonía de una clase burguesa oligarca y monopólica, y la presencia de capital extranjero mediante inversiones directas (Marini, 1971). 

La teoría de la dependencia (Guder Frank, 1971; 1978) suponía como ficticio el problema del retraso en América Latina, ya que, en vez de atribuirlo a una falta de modernidad, a una tesis culturalista o la persistencia de proceso de modernización incompleto, las particularidades que asumiría el capitalismo en América Latina hablarían más bien de la expresión de una modalidad dependiente del capitalismo. La polarización del capitalismo a nivel global constituiría una característica necesaria y constitutiva para la reproducción del patrón de acumulación del capital, y no una falla o una condición superable dentro de las estructuras y relaciones impuestas por el mismo capitalismo (Dos Santos, 1972). 

Este hito paradigmático en el estudio de las formaciones sociales en América Latina será una respuesta a las concepciones inauguradas por el Comisión Económica para América Latina (cepal), las cuales se caracterizaban por atribuir el retraso de la periferia al deterioro de los términos de intercambio y a la heterogeneidad estructural de economías con alto desempleo, el consumismo despilfarrador de las élites y el estancamiento de la agricultura como un sector industrializable y modernizable por medio de la introducción de la asalarización y las relaciones laborales capitalistas. 

Este enfoque, en su explicación de los problemas del desarrollo y su comprensión de la realidad de América Latina, fue catalogado como «desarrollista», debido a que promovían la industrialización como objetivo para la sustitución de importaciones por medio de un fortalecimiento de la industria nacional y de sus sectores estratégicos para la resolución de las necesidades y bienes básicos, así como de mayores inversiones del sector público para promover el bienestar social y los servicios sociales. El enfoque de la cepal cuestionaba la atadura al modelo agroexportador, la concentración de la propiedad de la tierra y auspiciaba políticas económicas favorables a la burguesía nacional como forma de independencia de los capitales extranjeros y de las políticas de intervención económica. 

 Este paradigma tiene hoy su eco en la continuidad de la cepal como organismo regional a cargo de la generación, diseño y promoción de políticas públicas, sociales y económicas en América Latina y el Caribe. En la actualidad sus focos se concentran en promover la sustentabilidad y el desarrollo en la región, considerando las desigualdades (ingresos, género, sociales, etc.) como parte central de las brechas a superar para corregir las inequidades del crecimiento económico en la región. En este marco, la relación centro-periferia sigue siendo entendida desde las expectativas de cooperación, transmisión e intercambio con los países del centro (desarrollados e industrializados), a través de la inversión extranjera, el cambio de las bases tecnológicas (la innovación) y la lógica redistributiva (institucionalidad para la equidad) como proyecto de desarrollo para América Latina. 

Si bien su matriz de pensamiento conjuga el neoinstitucionalismo, las políticas de fomento productivo y de nivelación de las capacidades tecnológicas, la cepal se ha permeado del diagnóstico de la teoría de la dependencia, más no de la propuesta de su solución (dos Santos, 1972). El crecimiento económico resultó por décadas ser un objetivo central del modelo cepaliano, sin necesariamente estar supeditado ya en las últimas décadas al capital o las burguesías nacionales, ya que se reconocía que el crecimiento se encontraba supeditado a dinámicas y actores globales que requerían facilidades estructurales para la inversión, la rentabilidad y la ganancia. 

cepal entendió este proceso como parte de las dinámicas de restructuración que provenían de las demandas del capital por modelar la región, por lo que insistió en la generación de políticas, normativas y programas de carácter redistributivo. Pese a ello, su diagnóstico se concentraba en la nueva inserción internacional y la adecuación de la región a las dinámicas agresivas de la competencia global, lo cual fija a la dependencia como una condición del escenario en que América Latina debía buscar estrategias de desarrollo y bienestar. 

La reafirmación de la dependencia como marca estructural de América Latina pone nuevamente el foco en la relación de los encadenamientos globales, la dinámica productiva y los límites para un modelo de desarrollo equitativo.

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Teoría. Patriarcado y capitalismo, alianza criminal contra las mujeres

 

Teoría. Patriarcado y capitalismo, alianza criminal contra las mujeres

Si bien el patriarcado no surge con el capitalismo, la opresión a las mujeres adquiere rasgos particulares bajo este modo de producción, convirtiéndose en el aliado perfecto del capitalismo para mantener la explotación.

Jueves 27 de julio de 2017 | Edición del día

El capitalismo se apropia del patriarcado y de la opresión que éste genera para mantener la explotación y así aumentar sus ganancias; entendiendo la explotación como aquella acción que ejerce una clase sobre otra, en donde la clase poseedora de los medios de producción se apropia del trabajo excedente de las masas trabajadoras y del producto o mercancía que estas generan.

El capitalismo trajo consigo la incorporación masiva de las mujeres al mundo laboral pero sin abolir la “naturalización” de que el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos les siguen correspondiendo a las mujeres.

A mediados del siglo XX con el aumento de la productividad del trabajo, la desocupación de las fábricas por los hombres producto de la guerra, el desarrollo científico que trajo los métodos anticonceptivos para tener un control natal y los electrodomésticos que aminoraron la carga de trabajo de las mujeres al interior del hogar, permitieron que se liberara parcialmente su fuerza de trabajo.

Además con el alza de la vida, una familia ya no alcanzaba a sostenerse con el salario de un obrero, se necesitaban al menos dos para mantener una familia, entonces las mujeres tenían que ir a su jornada laboral extra-doméstica y al final, regresar a casa a cuidar a los hijos y realizar las labores domésticas que permiten la reproducción de la fuerza de trabajo –para que un obrero pueda salir a trabaja nuevamente al otro día-, tareas como: hacer la comida, lavar la ropa, limpiar la casa, entre otras.

Es justamente este trabajo que naturalmente se le adjudica a las mujeres, flexible, sin vacaciones y no remunerado, del que el capitalista se apropia, así, los patrones no tienen que pagarle más a los trabajadores y trabajadoras para que reproduzcan su fuerza de trabajo, garantizando estas tareas de otra forma y pagando por el servicio; además el Estado se libera de los enfermos o todo sujeto que sea improductivo, porque le adjudica la responsabilidad de su cuidado a las mujeres de su familia.

Pero a diferencia de lo que plantean algunas feministas acerca de que el capitalismo trajo la liberación de las mujeres porque las sacó del ámbito privado del hogar, sí, lo hizo pero no quitó de sus espaldas el rol de madre y ama de casa, imponiéndoles dobles o triples jornadas laborales, naturalizando e invisibilizando el trabajo doméstico no remunerado.

Y por esto, la opresión de las mujeres bajo el capitalismo es aún más sutil, ya que, hoy las mujeres podemos estudiar, ser profesionistas y tener autonomía económica, social y afectiva frente a nuestros compañeros, porque hemos alcanzado en el último siglo y casi a escala mundial los mismos derechos formales que los hombres; pero accedemos al mundo laboral en condiciones de mayor precarización y flexibilización.

La opresión es una relación de sometimiento de un grupo sobre otro por razones culturales, raciales o sexuales; la categoría se refiere al uso de las desigualdades en función de poner en desventaja a un determinado grupo social.

Por eso, el patriarcado es el aliado perfecto del capitalismo, porque sacó a las mujeres del ámbito privado, pero lo hizo para explotarlas doblemente, con salarios menores a los de los hombres, para que de ese modo pudiera bajar también el salario de los otros trabajadores, ya que, las mujeres representan un ejército de reserva frente a los hombres; así, si un hombre no quiere realizar un trabajo por un sueldo de miseria pueden amenazarlo con que lo cubra una mujer incluso por un menor salario.

Además esta ‘lucha’ que se da por el trabajo y la opresión que ejerce el patriarcado sobre un género, le permite al capitalismo tener dividida a la clase obrera, ya que establece una falsa división entre los sexos que no permite que puedan unirse para exigir lo que les corresponde y que históricamente se les arrebató.

Pero ¿todas las mujeres somos iguales?... No. Las mujeres, al igual que los hombres somos inter-clasistas, es decir, no somos una casta aislada de la sociedad sino que formamos parte al interior de todas las clases sociales. Lo que quiere decir que mientras algunas mujeres pueden pagarle a otras mujeres para que realicen las tareas domésticas, muchas mujeres se ven sometidas a las dobles y triples jornadas laborales.

Las conquistas que se han obtenido para las mujeres, en realidad no representan un beneficio para todas… mientras un sector del feminismo argumenta que hemos alcanzado un grado superior porque inclusive ¡hoy las mujeres podemos ser presidentas!, esto no repercute en la vida de las mujeres de la clase trabajadora.

Por ejemplo, con Michelle Obama que fue primera dama en EE.UU y se proclamaba feminista –al igual que su esposo Barak Obama- las mujeres migrantes tenían las peores condiciones de trabajo y de vida, además las mujeres en medio oriente lo único que podían esperar de las tropas estadounidenses que enviaban eran bombas y violaciones tumultuarias; lo mismo hubiera ocurrido con Hillary Clinton con su política de intervención en medio oriente.

En México no ha habido ninguna mujer presidenta, pero ¿qué podemos esperar de Delfina Gómez o Josefina Vázquez Mota que en su campaña por la gubernatura del Estado de México se llenaban de discursos en pro de las mujeres pero condenaban el aborto?, mientras miles de mujeres mueren por abortos clandestinos. O ¿qué podemos esperar de Margarita Zavala?, primera dama de 2006 a 2012, que junto a su esposo Felipe Calderón emprendieron una supuesta guerra contra las drogas y sacaron al ejército a las calles, lo cual aportó a que aumentaran las cifras de feminicidio en todo el país.

Las mujeres seguimos siendo explotadas en las fábricas y nuestros cuerpos siguen siendo utilizados como aparato reproductor de la fuerza de trabajo, cubriendo las tareas del hogar y dando a luz a la nueva generación de obreros que será presa de la explotación de los capitalistas. Estas mujeres que forman parte de la burguesía, únicamente representan los intereses de su clase porque ni siquiera han podido garantizar a las mujeres el aborto libre, seguro y gratuito para que no sigan muriendo miles de mujeres producto de los abortos clandestinos.

Entonces no, las mujeres no somos iguales, estamos las mujeres oprimidas y explotadas de la clase trabajadora y las mujeres oprimidas que oprimen y explotan a otras mujeres.

Referencia D’ATRI Andrea, Pan y rosas. Pertenencia de genero y antagonismo de clase en el capitalismoR AQUÍ

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La explotación capitalista patriarcal

 


La explotación capitalista patriarcal 

En los comentarios sobre la acumulación originaria, sobre la constitución de los mercados de fuerza de trabajo capitalista patriarcales, y sobre las formas salariales, hemos hablado implícitamente de la explotación. Sin embargo hay que precisar qué entendemos por la misma y cómo la podemos definir en términos capitalista patriarcales. En este apartado intentamos precisar dicha noción. En el Capítulo 2, retomaremos el problema de la explotación, central para poder hablar de clases sociales, pero en términos históricos, para señalar, precisamente, las luchas sociales que ha implicado. La explotación es precisamente uno de los problemas básicos que se pretenden afrontar mediante la institucionalización de dispositivos disciplinarios específicos que garantice la extracción regular de plusvalía. Ahí veremos que explotación y dominación e institucionalización son cuestiones estrechamente vinculadas. Para definir conceptualmente la noción de explotación que manejamos en esta investigación nos apoyamos en Marx, si bien deberemos ir más allá, para poder entender la explotación también en términos patriarcales. 

El planteamiento de Marx 

En el capitalismo la obtención de plusvalía no hay que buscarla en la extracción directa del producto, a través de la apropiación forzosa del trabajo asalariado: el trabajo se compra y se vende según su valor en el mercado, como cualquier otra mercancía puesto que el trabajador está liberado de las obligaciones inherentes al feudalismo o a la esclavitud (Giddens, 1989 [1973]). ¿Dónde está entonces la plusva- Las clases sociales como forma de interacción social. Una estrategia de aproximación 78 lía? Para contestar esta pregunta primero debemos clarificar que entendemos por valor. 

El valor: utilidad y cambio de la mercancía 

Según Marx, la mercancía es un objeto externo apto para satisfacer las necesidades humanas de cualquier clase. Toda mercancía tiene valor de uso y valor de cambio. Lo que da valor de uso a una mercancía es su utilidad. Es decir, el valor de uso sólo toma cuerpo en el uso o consumo de los objetos. Evidentemente, la utilidad está condicionada por las cualidades materiales de la mercancía sin las cuales no podría existir. Para Marx, los valores de uso forman el contenido material de la riqueza, cualquiera que sea la forma social de ésta, siendo, como mínimo en el capitalismo, el soporte material del valor de cambio (Marx, 2000 [1867]). A primera vista, el valor de cambio aparece como la relación cuantitativa, como la proporción en que se cambian valores de uso de una clase por valores de uso de otra, relación que varía constantemente en el tiempo y el espacio. Se trata pues de una relación comparativa. Es decir, lo que caracteriza la relación de cambio de las mercancías es el hacer abstracción de sus valores de usos respectivos. Es decir, para poder establecer una proporción entre mercancías, debe haber algo común a todas ellas (Marx, 1997 [1898]). Y ¿cuál es esa expresión común a la que se puede reducir los valores de una mercancía? Para Marx es el trabajo, 

“Para producir una mercancía hay que invertir en ella o incorporar a ella una determinada cantidad de trabajo. Y no simplemente trabajo, sino trabajo social. El que produce un objeto para su uso personal y directo, para consumirlo, crea un producto, pero no una mercancía. Como productor que se mantiene a sí mismo no tiene nada que ver con la sociedad. Pero, para producir una mercancía, no sólo tienen que crear un artículo que satisfaga una necesidad social cualquiera, sino que un mismo trabajo ha de representar una parte integrante de la suma global de trabajo invertido por la sociedad. Ha de hallarse supeditado a la división del trabajo dentro de la sociedad. No es nada sin los demás sectores del trabajo, y a su vez, tiene que integrarlos.” (Marx, 1968 [1898]: 39-40) 

Así, Marx considera las mercancías como valores exclusivamente bajo el aspecto de trabajo social realizado, o cristalizado. Las mercancías sólo se pueden distinguir las unas de las otras en cuanto representan cantidades mayores o menores de trabajo (Marx, 1968 [1898]). Por lo tanto, las mercancías vistas desde el valor de cambio las consideramos como productos del trabajo, prescindiendo de su valor de uso. Pero no productos de un trabajo real y concreto. Al prescindir de su valor de uso, prescindimos también de los elementos materiales y de las formas que los convierten en tal valor de uso. Todas sus propiedades materiales, útiles, nos dice Marx, se han evaporado, por lo que dejan de ser también productos del trabajo concreto. Es decir, 

“Con el carácter útil de los productos del trabajo, desaparecerá el carácter útil de los trabajos que representan y desaparecerán también, por tanto, las diversas formas concretas de estos trabajos, que dejarán de distinguirse unos de otros para reducirse todos ellos al mismo trabajo humano, al trabajo humano abstracto.” ( Marx, 2000 [1867]: 7) 

Ese denominador común de las mercancías es, como nos dice Marx, un residuo, un simple “coágulo” de trabajo humano indistinto. Es decir, de empleo de fuerza humana de trabajo, independientemente de la forma en que se usa. Así tomadas las mercancías, éstas, 

“(...) sólo nos dicen que en su producción se ha invertido fuerza humana de trabajo, se ha acumulado trabajo humano. Pues bien, considerados como cristalización de esta sustancia social común a todos ellos, estos objetos [mercancías] son valores, valores-mercancías.” (Marx, 2000 [1867]) 

Así pues la magnitud del valor de cambio es independiente de su valor de uso. Si bien, todo valor de cambio tiene por condición el valor de uso, porque no se intercambia algo si es inútil. Llegado a este punto cabe preguntarse ¿cómo se miden las cantidades de trabajo abstracto? Se miden, por el tiempo que dura el trabajo, mediante las horas, los días, etc. Evidentemente, nos dice Marx, para aplicar esta medida, todas las clases de trabajo se reducen a una unidad de medida que es el trabajo medio o simple. Así pues llegamos a la siguiente conclusión, 

“Una mercancía tiene un valor por ser cristalización de un trabajo social. La magnitud de su valor o su valor relativo [de cambio] depende de la mayor o menor cantidad de sustancia social que encierra; es decir, de la cantidad relativa de trabajo necesario para su producción. Por tanto, los valores relativos de las mercancías se determinan por las correspondientes cantidades o sumas de trabajo invertidas, realizadas, plasmadas en ellas. Las cantidades correspondientes de mercancías que pueden ser producidas en el mismo tiempo de trabajo son iguales. O, dicho de otro modo: el valor de una mercancía guarda con el valor de la otra mercancía la misma proporción que la cantidad de trabajo plasmada en la una guarda con la cantidad de trabajo plasmada en la otra.” (Marx, 1968 [1898]: 40-41) 

Si determinamos el valor de una mercancía por la cantidad de horas de trabajo invertidas en su producción, las mercancías tendrán tanto más valor cuantas más horas se tarde en producirlas. De ello, nos dice Marx, se podría deducir que cuanto más lento y torpe sea uno produciendo una mercancía más valor tendrá. Pero esto no es así. Se hace sobre la totalidad del trabajo social o tiempo de trabajo socialmente necesario. El tiempo de trabajo socialmente necesario es aquel que se requiere para producir un valor de uso cualquiera, en condiciones normales de producción y con el grado medio de destreza e intensidad de trabajo imperantes en la sociedad (Marx, 2000 [1867]). Así, por ejemplo, 

“Cuando en Inglaterra el telar de vapor empezó a competir con el telar manual, para convertir una determinada cantidad de hilo en una yarda de lienzo o de paño bastaba con la mitad de tiempo de trabajo que antes se invertía. Ahora, el pobre tejedor manual tenía que trabajar diecisiete o dieciocho horas diarias, en vez de las nueve o diez que trabajaba antes. No obstante, el producto de sus veinte horas de trabajo sólo representan diez horas de trabajo social, es decir, diez horas de trabajo socialmente necesario para convertir una determinada cantidad de hilo en artículos textiles. Por tanto, su producto de veinte horas no tenía más valor que el que antes elaboraba en diez.” (Marx, 2000 [1867]: 7) 

Con este ejemplo, se pone en evidencia que la cantidad socialmente necesaria de trabajo para producir una mercancía cambia constantemente, al cambiar las fuerzas productivas del trabajo aplicado. Cuanto mayores son las fuerzas productivas del trabajo, más productos se elaboran en un tiempo de trabajo dado; y cuanto menores son, menos se produce en el mismo tiempo. 

Así pues, el valor de cambio de una mercancía encierra el trabajo socialmente necesario que se ha invertido en su producción. Pero ese trabajo no sólo es del presente, actual, sino también del pasado, pretérito. La mercancía es histórica en tanto encierra en ella la historia del trabajo. Es decir, para calcular el valor de cambio de una mercancía tenemos que añadir a la cantidad de trabajo que hemos invertido en ella últimamente, la que se encerró antes en las materias primas con que se elabora la mercancía y el trabajo incorporado a las herramientas, maquinaria y edificios empleados en la producción de dicha mercancía (Marx, 1968 [1898]). 

La fuerza de trabajo y plusvalía 

La fuerza de trabajo del trabajador, para Marx es una mercancía y su costo de producción puede calcularse exactamente igual que el de cualquier otra mercancía. Siguiendo a Marx podemos entender la fuerza de trabajo como, 

“(…) el conjunto de las condiciones físicas y espirituales que se dan en la corporeidad, en la personalidad viviente de un hombre y que éste pone en acción al producir valores de uso de cualquier clase.” (Marx, 2000 [1867]: 121). 

La fuerza de trabajo es una mercancía muy especial, porque posee “la peregrina cualidad de ser fuente de valor”. Es decir, una mercancía cuyo consumo es al mismo tiempo materialización de trabajo y, por tanto, creación de valor. Es la única mercancía que posee esa cualidad. Cualquier otra mercancía, como mucho lo que hace es transferir su valor a una nueva mercancía, como por ejemplo, la maquinaria que produce un tejido. En cada metro de tela se transfiere una parte del valor de la máquina. Pero en el caso de la fuerza de trabajo, la cosa es distinta. No transfiere valor a la tela, sino que añade. Y esto se podrá comprender cuando analicemos el valor de la fuerza de trabajo. Por otro lado, el trabajo es el uso de la fuerza de trabajo. Es decir, bajo condiciones capitalista, el comprador de la fuerza de trabajo la consume haciendo trabajar a su vendedor. Éste se convierte en fuerza de trabajo en acción, en obrero, lo que antes era sólo en potencia (Marx, 2000 [1867]). Así, el trabajo objetiviza en la mercancía el consumo de la fuerza de trabajo comprada. Así mismo es muy especial, dado que es una mercancía que su despliegue implica prácticas sociales que pueden entrar en contradicción con su carácter de mercancía en el intercambio capitalista. 

El valor de la fuerza de trabajo se determina como cualquier otra mercancía, es decir, a través de la cantidad de trabajo necesaria para su producción. La fuerza de trabajo de un ser humano existe en su individualidad viva. Para poder desarrollarse y sostenerse, un ser humano tiene que consumir una determinada cantidad de artículos de primera necesidad. Además de estos artículos para su propio sustento, necesita otra cantidad para criar un determinado número de criaturas, llamadas a reemplazarle en el mercado de trabajo, y a perpetuarle como trabajador o trabajadora. Además también es necesario dedicar otra suma de valores al desarrollo de su fuerza de trabajo y a la adquisición de una cierta destreza. Así pues, el valor de la fuerza de trabajo se corresponde a las mercancías (que pueden ser bienes o servicios) necesarias para su supervivencia. Éstas se expresan en el salario, que no es otra cosa que el precio de la fuerza de trabajo. Y un precio no es otra cosa que la expresión en dinero del valor64 (Marx, 1968 [1898]). 

 64 El precio de una mercancía, como hemos dicho expresa su valor, pero no sólo eso. Cuando el precio de mercado no hace más que expresar la cantidad media de trabajo social que, bajo condiciones medias de producción, es necesaria para abastecer el mercado con una determinada cantidad de un artículo, decimos que el precio de una mercancía en el mercado coincide con su valor. Sin embargo, al precio que coincide con el valor, o precio natural, le afectan las oscilaciones de mercado, que unas veces exceden del valor o precio natural i otras veces quedan por debajo de él. Y esas oscilaciones dependen de las fluctuaciones de la oferta y la demanda, por lo que se produce una desviación constante respecto de los valores. (Marx, 1898)

Así pues, 

“El capitalista compra esta fuerza de trabajo por un día, una semana, un mes, etc. Y una vez comprada, la consume, haciendo que los obreros trabajen durante el tiempo estipulado. (...) Los obreros cambian su mercancía, la fuerza de trabajo, por la mercancía del capitalista, por el dinero, y este cambio se realiza guardándose una determinada proporción: tanto dinero por tantas horas de uso de la fuerza de trabajo. Por tejer durante doce horas, dos marcos. Y estos dos marcos ¿no representan todas las demás mercancías que pueden adquirirse por la misma cantidad de dinero? En realidad, el obrero ha cambiado su mercancía, la fuerza de trabajo, por otras mercancías de todo género, y siempre en una determinada proporción. Al entregar dos marcos, el capitalista le entrega, a cambio de su jornada de trabajo, la cantidad correspondiente de carne, de ropa, de leña, de luz, etc. Por tanto, los dos marcos expresan la proporción en que la fuerza de trabajo se cambia por otras mercancías, o sea el valor de cambio de la fuerza de trabajo.” (Marx, 1987 [1891]:32) 

La plusvalía en el capitalismo surge de la diferencia entre el valor de la fuerza de trabajo, que se determina por el tiempo socialmente necesario para su producción, -para producir aquello que necesita para vivir en una formación social dada-, y el valor que produce durante su venta en las condiciones capitalistas de producción, 

“El que para alimentar y mantener en pie la fuerza de trabajo durante veinticuatro horas haga falta media jornada de trabajo, no quiere decir, ni muchos menos, que el obrero no pueda trabajar durante una jornada entera. El valor de la fuerza de trabajo y su valoración en el proceso de trabajo son, por tanto, dos factores completamente distintos. Al comprar la fuerza de trabajo, el capitalista no perdía de vista esta diferencia de valor. El carácter útil de la fuerza de trabajo, en cuanto apta para fabricar hilado o botas, es conditio sine qua non, toda vez que el trabajo, para poder crear valor, ha de invertirse siempre en forma útil. Pero el factor decisivo es el valor de uso específico de esta mercancía, que le permite ser fuente de valor, y de más valor que el que ella misma tiene. He aquí el servicio específico que de ella espera el capitalista. Y, al hacerlo, éste no se desvía ni un ápice de las leyes eternas del cambio de mercancías. En efecto, el vendedor de la fuerza de trabajo, al igual que el de cualquier otra mercancía, realiza su valor de cambio y enajena su valor de uso. No puede obtener el primero sin desprenderse del segundo. El valor de uso de la fuerza de trabajo, o sea, el trabajo mismo, deja de pertenecer a su vendedor, ni más ni menos que al aceitero deja de pertenecerle el valor de uso del aceite que vende. El poseedor del dinero paga el valor de un día de fuerza de trabajo: le pertenece, por tanto, el uso de esta fuerza de trabajo durante un día, el trabajo de una jornada. (...) El hecho de que el valor creado por su uso durante un día sea el doble del valor diario que encierra [la conservación diaria de la fuerza de trabajo] es una suerte bastante grande para el comprador, pero no supone, ni mucho menos, ningún atropello que se cometa contra el vendedor [se compra y se vende la fuerza de trabajo por su valor en el mercado].” (Marx, 2000 [1867]: 144-145) 

Esto nos lleva a dos clases fundamentales: los capitalistas, propietarios de los medios de producción que extraen y se apropian de la plusvalía, y los trabajadores65 , propietarios de su fuerza de trabajo que no tienen más remedio que venderla, productores de la plusvalía que se apropia y extrae los capitalistas. 

  65 En este punto no hacemos distinciones entre si los trabajadores son contratados directamente por la empresa, o bien son trabajadores autónomos dependientes de la misma. La relación fundamental es la misma, al ser ambos trabajadores que dependen en exclusiva del empresario que compra su fuerza de trabajo para acceder a los medios de vida. La diferencia está en las condiciones y formas de extracción de excedente, especialmente desde el punto de vista de los dispositivos disciplinarios a los que están sometidos.

Pero para que la plusvalía se convierta en capital es necesaria su valorización a través de la venta de las mercancías producidas (debe incorporarse en la dinámica D-M-D). Es decir, la explotación se valoriza en la venta de las mercancías. Eso implica que la acumulación de capital, necesita de los dispositivos disciplinarios de extracción de excedente pero al mismo tiempo de dispositivos comerciales que garanticen su venta. Lo cual quiere decir que una empresa puede cerrar porque no ha valorizado en la venta la extracción de excedente que ha acometido en los procesos de producción. 

Por lo tanto, la noción marxiana de explotación significa que una persona es explotada si realiza mayor trabajo del necesario para producir los bienes que consume. Si produce sus propios bienes de consumo, el criterio de explotación se reduce a saber si produce también bienes para el consumo de otros. Éste era el caso del feudalismo donde los siervos trabajaban algunos días su propia tierra y el resto de la semana la tierra del señor. A la inversa, una persona es explotadora si trabaja menos horas de las necesarias para sostener su consumo (Elster, 1991 [1986]). 

La explotación y el patriarcado 

Podemos aplicar el planteamiento de Marx sobre la noción de explotación al ámbito patriarcal: las relaciones de explotación entre amas de casa y ganadores de pan que hemos apuntado anteriormente. La explotación en este caso implica una transferencia de trabajo, a cambio de especies, en el caso de las amas de casa en exclusiva, y a cambio de nada o de una "ayuda" en las tareas domésticas que realiza por parte del ganador de pan, en el caso de las amas de casa que tienen un empleo. 

Replantear la noción de explotación implica en primer lugar reconsiderar los límites que se habían establecido en las interpretaciones marxistas sobre la explotación que la restringían al contexto de producción de mercancías físicas (siendo, quizás, el representante más destacado de esta posición Poulantzas, 1977 [1974]). Si los valores de uso adquieren la forma de servicios, y si la producción de estos servicios está destinada al mercado, no hay razón que impida afirmar que la producción no material genere plusvalor del mismo modo que lo hace la producción de mercancías físicas (Wright, 1983 [1978]). De hecho Marx ya ofrece una lectura de la producción más amplia que ese tipo de reinterpretaciones. En especial nos referimos al pasaje sobre la fábrica de salchichas,

"Más, por otra parte, se restringe el concepto de trabajo productivo. La producción capitalista no es sólo producción de mercancías, sino que esencialmente es producción de plusvalía. El obrero no produce para sí sino para el capital. Por tanto, ya no basta con que produzca en términos generales. Tiene que producir plusvalía. Sólo es productivo el obrero que produce plusvalía para el capitalista o que sirve para la autovalorización del capital. Si se nos permite un ejemplo fuera de la esfera de la producción material, un maestro de escuela será productivo no sólo cuando elabora las mentes de los niños, sino cuando moldea su propio trabajo para enriquecer al empresario. El que este último haya invertido capital en una fábrica de enseñanza en vez de una fábrica de salchichas, no cambia en nada la relación. Por eso, el concepto de trabajo productivo no incluye, de ningún modo, simplemente una relación entre la actividad y el efecto útil, entre obrero y producto del trabajo, sino también una relación específicamente social, de origen histórico, que convierte al obrero en medio directo de valorización del capital". (Marx, 2000 [1867]: 256) 

Un primer paso es replantear en qué contextos se produce excedente. Sin embargo, la noción sigue limitada, en cuanto se entiende la explotación como el diferencial entre lo que produce y lo que vale la fuerza de trabajo en el mercado capitalista. Es precisamente como entendamos lo que es el trabajo productivo, lo que nos permite aplicar la noción de explotación a las relaciones patriarcales. El camino es el de entender, como han hecho diversas autoras (Izquierdo, 1998a, 1998b; Delphy, 1985 [1970]; Walby, 1994, 1986a, 1986b) que fundamentalmente el trabajo productivo es trabajo abstracto que se transfiere en el proceso de producción, sea esta capitalista sea patriarcal. Sin negar que el trabajo productivo en el capitalismo conduce a la plusvalía, como vimos, se puede leer desde el punto de vista de la transferencia de trabajo. Desde esta óptica entonces se puede entender la relación de explotación entre amas de casa (lo sean en exclusiva o con empleo) y los ganadores de pan (que no realizan trabajo doméstico o lo realizan parcialmente). Pero no se trata sólo de una simple transferencia, se trata de una apropiación de trabajo. Como ha puesto en evidencia Roemer (1989 [1982]), si hablamos de la explotación como transferencia de trabajo se producirían situaciones paradójicas en las que determinadas relaciones, entre ricos y pobres, serían de explotación, donde los segundos explotan a los primeros. Si usáramos un ejemplo desde el punto de vista del trabajo doméstico, sería como decir que la crianza de los niños es una relación de explotación donde éstos explotan a sus madres. Una de las formas de evitar este tipo de problemas es entender que la transferencia de trabajo que se lleva a cabo en este tipo de interacciones consiste en una apropiación del mismo entre seres humanos que no corresponde a la transferencia que se hace a los seres humanos dependientes. Algunas autoras, como Bubeck (1995), consideran que este tipo de trabajo es el que se puede denominar trabajo de cuidado y que las mujeres son explotadas como cuidadoras dado que la orientación al cuidado no les permite defenderse de la explotación, que consiste en asumir toda la carga del cuidado de los dependientes y de quienes se pueden cuidar por sí mismos. 

Así mismo, hay que tener en cuenta que la transferencia de trabajo entre los sujetos que interactúan no sólo corresponde a la explotación. De hecho, la transferencia de trabajo se puede conceptualizar de formas distintas según que vínculos sociales se establecen entre los seres humanos en sus interacciones. Izquierdo (1998a, 1998b), apoyándose en Polanyi (1989 [1944]) y en Mingione (1993 [1991]), nos ofrece la siguiente tipología de vínculos sociales, como categorías analíticas, de los cuales la explotación implicaría el robo66 . 

La reciprocidad: requiere simetría, el emparejamiento de relaciones individuales que favorece la circulación de bienes y servicios. Comporta que los bienes y servicios reproducidos, al menos una parte sea para que lo consuman otros, con los que nos une una relación personal de ayuda. La mutua ayuda no implica necesariamente una compensación inmediata, ni a la persona de la que se recibe la ayuda, sino una garantía de compensación que se puede posponer en el tiempo o desplazar a otra persona. De lo que se trata es de que haya una devolución, pero la devolución se puede producir de muchos modos. Ésta es la que se produce entre madres e hijas y padres e hijos, que implican el compromiso de continuar las relaciones, siendo un mecanismo de reproducción social, al comprometerse la hija a hacer con su hija lo que hizo su madre con ella, y el hijo lo mismo con relación al padre. En cambio no hay reciprocidad, mutualidad, entre ganador de pan y ama de casa dado que ésta es patrimonio de aquél (Izquierdo, 1998b: 298-302). 

La redistribución: requiere centralidad, la figura de un jefe que centralice los bienes y servicios producidos y los distribuya. Una parte importante de la actividad redistribuidora puede ir encaminada a preservar la posición de poder que se ocupa, si consideramos que el cabeza de familia tiene la función redistribuidora podría reforzar su posición al hacer la redistribución (Izquierdo, 1998b: 298). 

66 Lo que no quita, como en cualquier ámbito social, que en las interacciones se mezclen esos vínculos y a veces no esté muy claro cuales priman. Esto es especialmente válido en la relación ama de casa y ganador de pan, en tanto la relación de explotación al mismo tiempo está inmersa en relaciones afectivas, por lo que a veces es fácil pasar del regalo al robo y del robo al regalo, en nombre del amor.

El mercado: el intercambio mercantil requiere la mediación del dinero. A cambio de dinero se producen bienes o parte de bienes, y con ese dinero se obtienen otros bienes en cuya producción no se ha intervenido y con cuyos productores no hay otro vínculo que el intercambio de dinero por producto. No hay intereses comunes, sino opuestos, "yo tengo lo que no quiero, un producto, tú tienes lo que quiero, dinero", o a la inversa (Izquierdo, 1998b: 298). En el mercado se desarrollan la mayor parte de actividades de los ganadores de pan, los cuales no tienen elección sobre las condiciones de producción de sus vidas, la pérdida efectiva de control sobre sus vidas, sufrimiento que se sostiene por sentir que están obligados a mantener una familia, va acompañada de una posición de poder, respecto del resto de los miembros de su familia, jamás igualada. Las cuatro paredes del hogar quedan cerradas al exterior como no lo estuvieron antes y su familia depende vitalmente de los ingresos que aporta. Cómo no esperar afectos ambivalentes con relación a su familia, amor que les conduce a soportar cosas que por sí mismos no soportarían, odio porque atribuyen a sus responsabilidades familiares, el fracaso de su proyecto personal de vida (Izquierdo, 1998b: 301). 

El autoabastecimiento: sería la producción directa de bienes y/o servicios, para la satisfacción de las propias necesidades. En su expresión más próxima al tipo ideal, exige una relación inmediata con la naturaleza, o mediada por instrumentos de producción construidos por uno o una misma. En lo que se puede denominar actividades de autoabastecimiento intervienen los demás directa o indirectamente. Si cultivamos nuestros propios tomates, nos estamos autoabasteciendo en tanto los produzcamos para nuestro consumo individual, pero usamos fertilizantes, o semillas, o azadas que han producidos otros, y conocimientos que nos han facilitado (Izquierdo, 1998b: 299). 

El don o regalo: con el regalo no se establece equivalencia entre lo que das y lo que recibes. Para que el regalo lo sea, requiere sacrificio, pérdida, dejar de tener sin esperar compensación, o más allá de cualquier compensación que se pueda recibir. El regalo, como el autoabastecimiento es una declaración de autonomía, pero el autoabastecimiento no requiere testigos y sí los requiere el regalo. Tanto el regalo puro como el autoabastecimiento, son prácticamente imposibles, porque siempre, por remoto que sea, están relacionados con algún tipo de intercambio. Adicionalmente, en las relaciones de intercambio personal puede haber una parte de regalo, un más allá de la que sería la mutualidad. La expresión extrema del regalo es la entrega amorosa al otro, no ya dar la vida como ocurre cuando se tiene un hijo o una hija, sino dar la propia vida (Izquierdo, 1998b: 299). El ejemplo por excelencia son los cuidados que suministra el ama de casa. Es lógico que el trabajo doméstico no tenga valor, porque lo que recibes es impagable, inconmensurable, no porque sea enorme, sino porque no se puede medir (Izquierdo, 1998b: 303). 

El robo: el regalo y el robo tienen muchos elementos en común, pero la diferencia principal estriba en que en el caso del regalo es fundamental la voluntad del donante, mientras que en el robo no hay donación, sino expolio producido mediante el engaño y, sobre todo, mediante la fuerza, o consiguiendo obediencia por haber legitimado la posición de poder. En las relaciones de intercambio de mercado se puede producir una parte de robo, un más allá de lo que sería obtener, en forma de producto, el equivalente del dinero que se da o inversamente. Si admitimos que el capital, las máquinas, no producen riqueza, sino que la riqueza la producen los seres humanos cuando trabajan, la distribución de la renta nacional entre salarios y beneficios es un robo institucionalizado. Estamos hablando de la plusvalía. También hay que señalar el fraude fiscal, la economía sumergida. El robo radical, el que sería "la madre de todos los robos" es la esclavitud, ya que uno no queda expoliado de sus productos, sino de sí mismo. El robo es la expresión más extrema de la pobreza humana, de la debilidad, de la falta de poder de realización (Izquierdo, 1998b: 300). 

 Así pues, la explotación es una forma de interacción que liga a los explotados con los explotadores a través de una mutua dependencia asimétrica en la que hay algún tipo de apropiación o robo de los frutos del trabajo de los explotados hacia los explotadores (veremos en el Capítulo 2 los dispositivos que rigen esa apropiación) con pretensiones de validez legítimas. Eso quiere decir que si no hubiera esa apropiación los explotadores no podrían seguir existiendo (ni tampoco los explotados). 

Entonces, la explotación capitalista patriarcal es un tipo de relación de producción que se caracteriza por la apropiación del trabajo ajeno en cuatro formas distintas, y cuya institucionalización implica, como veremos, la invención de una serie de dispositivos disciplinarios fruto de intenciones y de consecuencias imprevistas: ß Apropiación del trabajo excedente capitalista y del trabajo excedente patriarcal. 

ß Producción del trabajo excedente capitalista y apropiación del trabajo excedente patriarcal. 

ß Producción del trabajo excedente patriarcal. 

ß Producción del trabajo excedente patriarcal y del trabajo excedente capitalista.

Propuesta para el análisis de las relaciones de producción: un punto de partida para el análisis de clase 

Lo que proponemos con nuestra interpretación de las relaciones de producción capitalista patriarcales en términos de interacción social es, analizar lo económico como proceso social. Entendemos lo económico como un ámbito de interacción social que se define como cualquier otro ámbito social, pero cuyo objeto es decisivo para la satisfacción de necesidades: producir y administrar recursos escasos. Criticar lo económico como forma de esencia o de naturalismo no implica no asignarle un lugar fundamental en el mundo social (Laclau y Mouffe, 1987 [1985]). Lo que se critica es que se conciba de modo cosificado, fetichista, desligada de las acciones de los seres humanos que lo constituyen, sostienen y transforman. 

Si entendemos lo económico de este modo, las relaciones de producción se pueden conceptualizar de un modo distinto al que ha venido caracterizando parte de la tradición marxista. Devienen circunstancia en la acción. 

Nuestra propuesta de entender las relaciones de producción en términos de interacción social se entronca directamente con aquel enunciado tan conocido de Marx, 

“Los seres humanos hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo circunstancias directamente dadas y heredadas del pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. (Marx, 1982 [1869]: 11) 

Este es nuestro punto de arranque y preocupación: cómo podemos analizar las clases sociales en términos del hacer de los sujetos, un hacer histórico en unas circunstancias no elegidas. ¿Las clases son hacer historia? ¿Las clases son las circunstancias no elegidas? Para nosotros el camino es analizar que hay de "hacer" y de "circunstancia no elegida" en esa relación social que denominamos clase. Circunstancias que son fruto de interacciones pasadas que marcan las acciones futuras, que en las circunstancias hay el hacer de los seres humanos que limitan sus propios haceres, que las clases sociales son circunstancias en su hacer. Y el punto de partida es analizar que hay de hacer y de circunstancia, de instituyente y de instituido en las relaciones de producción. 

Para ello desarrollaremos un análisis de las relaciones de producción que se pregunta sobre los procesos de institucionalización de las mismas en el capitalismo patriarcal, y sobre que consisten en cuanto interacción social cotidiana. El primer eje de análisis se articula entorno a cuestiones tales como reiteración, objetivación, dispositivos disciplinarios, reinstalación de las relaciones de producción. El segundo eje se articula entorno a cuestiones tales como los procesos de constitución de los sujetos, la discursividad de la interacción, la subjetividad individual y colectiva, la racionalidad de la interacción y sus límites en las relaciones de producción.

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La Filosofía Política, componente fundamental de la Ciencia Política: significados, relaciones y retos en el siglo XXI

 La Filosofía Política, componente fundamental de la Ciencia Política: significados, relaciones y retos en el siglo XXI

Political Philosophy, fundamental component of Political Science: meanings, relations and challenges in the XXI century

Héctor Zamitiz Gamboa* 

* Doctor en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Profesor de Tiempo Completo adscrito al Centro de Estudios Políticos, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.


RESUMEN

El planteamiento central del artículo es que la filosofía política ha sido integrante de la ciencia política, como filosofía, como teoría o como historia de las ideas, aunque no siempre ha estado presente con la misma intensidad. La variación de su influencia se explica a partir de que en el desarrollo de ambas disciplinas en la segunda mitad del siglo XX y durante los primeros años del XXI, experimentaron dos procesos que han sido motivo de debate: el primero fue la "muerte" de la filosofía política por el surgimiento y desarrollo de la ciencia política y otras ciencias sociales, aunque después la filosofía política experimentaría un resurgimiento; empero, con el avance y desarrollo de la ciencia política empírica, se ha generado la idea de la "muerte" de ésta, debido a la ausencia de un diálogo más estrecho con la filosofía política y otras disciplinas que le son necesarias para su "renacimiento".

Palabras clave: filosofía política; teoría política; historia de las ideas políticas; ciencia política; teoría normativa

ABSTRACT

The central proposal of this article is that political philosophy has been part of political science, as philosophy, as theory or as history of ideas, although not always exposed with the same intensity. One of the reasons for its influence variation can be explained from the moment when both disciplines development during the second half of the XX century and during the first years of the XXI, two processes causing debate, took place: the first one was the "death" of political philosophy due to the arousal and development of political science and other social sciences, although political philosophy would experiment a subsequent revival ; nevertheless with the advance and development of an empirical political science, the idea of its "death" has appeared, due to the absence of a narrower dialogue between political philosophy and other disciplines that are necessary for its "rebirth".

Keywords: political philosophy; political theory; history of political ideas; political science; normative theory

Para Ma. Isabel Hernández

INTRODUCCIÓN

El planteamiento central del artículo es que la filosofía política ha sido integrante de la ciencia política, como filosofía, como teoría o como historia de las ideas, aunque no siempre ha estado presente con la misma intensidad. Una de las razones de la variación de su influencia se explica a partir de que en el desarrollo de ambas disciplinas, en la segunda mitad del siglo XX y durante los primeros años del XXI, experimentaron dos procesos que han sido motivo de debate: el primero fue la "muerte" de la filosofía política por el surgimiento y desarrollo de la ciencia política y otras ciencias sociales, aunque después la filosofía política experimentaría un resurgimiento (Carracedo, 1990Horton, 1996Tuck, 1996Renaut, 1999). No obstante, con el avance y desarrollo de la ciencia política empírica se ha generado la idea de la "muerte" de ésta, debido a la ausencia de un diálogo más estrecho con la filosofía política y otras disciplinas que le son necesarias para su "renacimiento" (Cansino, 2010: 18).

El primer proceso en particular ha tenido implicaciones en la organización académica de los estudios de ambas disciplinas. Para algunos, la filosofía política es vista como una rama de la filosofía y, para otros, la filosofía política como disciplina normativa es concebida actualmente como un área especializada de la ciencia política.1

Por lo que respecta al segundo proceso, hasta ahora es más una pertinente advertencia que no debe llevarnos a un terreno ideológico, y permitir que su valor como discurso se aleje de lo científico, en vez de abrir paso a un serio debate sobre la innegable expansión actual de la ciencia política, aunque en dicho debate no podamos evitar referirnos a la calidad de la misma.

Por estas razones, el objetivo central del artículo es proponer que la ciencia política empírica tiene y debe enriquecerse con las aportaciones de la filosofía política clásica y contemporánea, la discusión participa del debate inacabado y poco sistematizado sobre las relaciones entre la filosofía política y la ciencia política en la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI.

Nuestra discusión gira en torno a analizar los significados y las relaciones entre ambos saberes, con el objetivo de destacar uno de los principales retos que existen entre la comunidad politológica, el cual consideramos se ha convertido en una aspiración ampliamente compartida: mantener una mayor vinculación que permita la relación entre lo normativo o axiológico y la acción y práctica políticas.2

Para lograr este objetivo ofrecemos un panorama de los problemas centrales de la filosofía política, así como los diversos intentos para dar respuesta a ellos. No obstante, debemos señalar que un ejercicio como el que aquí llevamos a cabo, no deja de ser un intento para aproximarnos a tener un mapa cada vez más completo de esta tradición de pensamiento, que interactúa con otros importantes campos del saber humano y cuyo eje de articulación es la política.

¿Qué es la filosofía política?

La filosofía política es una tradición especial de discurso, es una actividad compleja y variada, más fácil de comprender si se analizan las diversas formas en que los grandes pensadores la han practicado. Además de haber contribuido al acervo principal de las ideas políticas, la mayoría de los filósofos han proporcionado al teórico y al científico muchos de sus métodos de análisis y criterios de evaluación.

En este sentido, Sheldon Wolin afirma que "históricamente, la diferencia fundamental entre filosofía y filosofía política ha radicado en un problema de especialización y no de método o temperamento. En virtud de esta alianza, los teóricos políticos han adoptado como propia la búsqueda básica de conocimiento sistemático que lleva a cabo el filósofo" (Wolin, 1993: 12).

Si reflexionamos sobre el objeto de la filosofía política, aún en el más superficial examen de las obras maestras de la literatura política, nos revelará la continua reaparición de temas problemáticos, tales como las relaciones de poder entre gobernantes y gobernados, la índole de la autoridad, los problemas planteados por el conflicto social, la jerarquía de ciertos fines o propósitos como objetivos de la acción política, y el carácter del conocimiento político. Al procurar dar respuestas a estas cuestiones, los filósofos han contribuido a gestar una concepción de la filosofía política como forma permanente de discurso acerca de lo que es político.

Ahora bien, Sheldon Wolin afirma que el proceso de definir el ámbito de lo político no ha diferido mucho del que han tenido lugar en otros campos de la indagación, que en importante medida son producto de una definición y en el caso del campo de la política puede ser considerado como un ámbito, cuyos límites han sido establecidos a lo largo de siglos de discusión política. Por tanto, se puede afirmar que

el campo de la política es y ha sido, en un sentido decisivo y radical, un producto de la creación humana. Ni la designación de ciertas actividades y ordenamientos como políticos, ni nuestra manera característica de pensar en ellos, ni los conceptos con que comunicamos nuestras observaciones y reacciones, se hayan inscritos en la naturaleza de las cosas, sino que son el legado de la actividad histórica de los filósofos políticos (Wolin, 1993: 14).

Para entender lo que es la filosofía política, señala Alain Renaut, es importante evitar dos escollos, que propuso claramente Leo Strauss: el primero, consistiría en no ver en la filosofía política una rama "regional" de la filosofía, que simplemente tuviera la vocación particular de traspasar a un dominio particular los resultados (o incluso "principios") llevados a cabo por la filosofía general.

Esta concepción tiene el inconveniente importante de hacer olvidar la situación muy particular de la filosofía política, para quien el problema de su propia competencia se establece de manera aguda: la política es un mundo en el cual se intercambian argumentos que ponen en forma conceptos competitivos del bien, pero donde las decisiones se toman bajo pesadas coacciones temporales, allí donde la filosofía pretende siempre poco o mucho sobre una racionalidad superior al situarse desde un punto de vista universal y en tanto que intemporal. Por ello, por un lado, hay un estilo propio de los filósofos políticos que no es reducible al de otros filósofos (Maquiavelo, Montesquieu o Tocqueville son más importantes que Descartes o Husserl), y que el conflicto siempre es posible entre el filósofo y la ciudad, como se sabe, desde, al menos, el proceso de Sócrates (Renaut, 1999: 17).

El segundo error simétrico consistiría en no ver en la filosofía sino una apuesta coherente de "ideas políticas" preexistentes en la ciudad, olvidando la vocación "arquitectónica" de la filosofía, que no parece verdaderamente como tal, sino hasta que se sitúa directa o indirectamente el problema de la verdad total. En este sentido, cualesquiera que sean sus méritos, muchos de los filósofos contemporáneos entre los más prestigiosos como Habermas, Rawls o Dworkin, evitan bastante mal estos escollos, según Renaut,

porque tienen una concepción de la filosofía política a la vez más estrechamente "normativa" (es lo que los conduce a veces a reducir la filosofía política a una simple aplicación de una racionalidad ética o jurídica general) y muy inmediatamente de acuerdo con las tendencias actuales de la democracia.

Teniendo en cuenta estas advertencias, Renaut propone un concepto un poco más descriptivo que especulativo de la filosofía política, "que busque un tanto pensar lo que es, más que determinar lo que debe ser y que se esforzara en pasar por la simple puesta en forma del sentido común contemporáneo". Esta posición le parece, en principio, sugerida por la tradición misma, pues él no ve ninguna razón por la cual "los filósofos políticos contemporáneos sean menos cuidadosos al describir la experiencia política usual de lo que fueron Aristóteles, Hobbes o Hume, ni por que sean más respetuosos de las creencias de sus contemporáneos de lo que fueron Platón o Maquiavelo". Ello supone, por añadidura, poder apoyarse en uno de los hechos más importantes que caracterizan a la modernidad: las categorías en las cuales los "modernos" piensan su experiencia política, siendo ellos mismos sujetos de la filosofía moderna, cuya discusión puede contribuir, a partir de este hecho, a la elucidación de nuestra condición política (Renaut, 1999: 17).

Otros autores parten del siguiente razonamiento para definir a la filosofía política, sugieren iniciar explicando la naturaleza y fundamento de la filosofía y la definen como "un tipo particular de 'práctica discursiva' caracterizada por la unión de un método y un objeto determinados"; es decir, "una forma de discurso sofisticada e institucionalizada que, en cuanto al método, se vale de un único recurso fundamental: la argumentación pública, crítica y abierta" (Petrucciani, 2008: 21). Por lo tanto, la filosofía no es un saber de hechos, sino como lo muestra la historia del pensamiento, una suerte de interrumpido diálogo argumentativo, un continuo intercambio de razones y críticas. Debido a que es filosofía y no ciencia de la política, la filosofía política enfrenta precisamente esta clase de problemas: cuestiones normativas, cuando intenta construir buenos argumentos para dar respuesta a los dilemas que nos plantea nuestra convivencia, a las disensiones y a los conflictos que en ella surgen cotidianamente.

Pensar y definir la política

En la filosofía política existen dos aspectos que requieren desglosarse: el primero se refiere al carácter filosófico de la filosofía política, y el segundo, se refiere a que la filosofía política es la filosofía que toma a la política como tema. Al respecto, sugiere Horton, entender que la naturaleza de lo político es un punto oscuro y difícil; y aunque no se cuente con una definición sorprendente, es importante intentar articular una propuesta de una manera razonablemente coherente. En este sentido, propone distinguir dos tendencias dentro de las definiciones de política: la primera hace hincapié en que la política es una clase específica y limitada de actividades humanas; la segunda se inclina a rechazar la opinión de que sólo hay una clase específica y limitada de actividades que pueden identificarse como políticas.

Su opinión sobre la política se encuentra establecida dentro de la primer tendencia y por ello señala que "la política trata de manera principal sobre aquellas actividades por medio de las cuales los miembros de un grupo formalmente regulan sus relaciones entre sí, y en particular en el grupo más extenso e inclusive, el Estado". Al menos, en teoría, el Estado es el regulador supremo dentro de un territorio establecido y la política se ocupa del gobierno y la legislación, la deliberación, decisión e implantación de las reglas a través de los cuales un Estado conduce sus asuntos (Horton, 1996: 209).

Cierto es que con el tiempo nuestras concepciones heredadas de la política se han vuelto problemáticas y por ello vale la pena distanciarse y preguntarse: qué tipos de objetivos deberían cumplir esas concepciones y si los están cumpliendo. Con respecto a nuestras concepciones de la política, sugiere Mark E. Warren, deberíamos preguntarnos si

  • a) Ayudan a clarificar nuestros intereses normativos en política.

  • b) Comprenden visiones cotidianas de la política.

  • c) Definen el dominio de la política de forma que sirvan para su explicación.

Ello debido a que ninguna de ellas da cuenta de esas demandas tal como las entendemos hoy, por lo que este estudioso propone que reflexionemos que los acontecimientos de las últimas décadas —desde la aparición de los nuevos movimientos sociales hasta la caída del muro de Berlín—, han estado asociados a cambios en las expectativas de la ciencia política para acabar superando la mayor parte de nuestras viejas definiciones, especialmente las relativas a la concepción de los ámbitos y funciones de la democracia (Warren, 2003: 21).

Inexistencia de un acuerdo preciso sobre los conceptos: filosofía política, teoría política e ideas políticas

No hay un acuerdo muy preciso acerca del significado de los términos filosofía política, teoría política e historia del pensamiento político. Estamos de acuerdo con John Horton que esta variada terminología puede resultar desconcertante y confusa tanto para los nuevos estudiantes, como para los no especialistas en el estudio de la política; por tanto, se requiere llevar a cabo una distinción preliminar con el fin de entender la valiosa tradición de la filosofía política (Horton, 1996: 200).

Ante el intrincado problema de entender el pensamiento político, el propósito de estas distinciones es el de identificar diversas clases o formas de estudio dentro de la política. En la actual tendencia de los estudios interdisciplinarios, a menudo se desechan estas distinciones por considerarse arbitrarias o que de manera positiva obstruyen los intentos por entender la política como un todo. En lo fundamental, son distintas clases de investigación con sus propios intereses, procedimientos, métodos y criterios de suficiencia. Aunque es discutible, sin embargo, que el estudio de la teoría política en ocasiones revele con precisión las confusiones.

Para Horton, existe cierta línea de crítica que se propuso con fuerza singular durante las últimas décadas del siglo XX: insistir en el carácter histórico en esencia de la teoría política.3 Desde este ángulo, el objetivo adecuado del estudio de la teoría política debería ser la reconstrucción del significado histórico de las ideas políticas. Lo que quería decir Platón, Locke o Hobbes, es una cuestión histórica que involucra la recuperación de las intenciones que están detrás de tales textos.

Giovanni Sartori, en su libro Elementos de Teoría Política, precisa en qué sentido emplea la palabra "teoría", pues él afirma que es una palabra imprecisa y elástica, aunque aclara que "para algunos, la teoría es teoría filosófica y por lo tanto filosofía, y hay incluso quien mantiene, en el otro extremo, que quien hace teoría no hace ciencia"; sin embargo, puntualiza: "se ha creado de este modo una diferenciación excesiva entre una teoría filosófica que es toda ideas y nada hechos y una ciencia empírica toda hechos y nada ideas". A esta diferenciación, él contrapone una teoría intermedia: "una teoría vinculante en la cual las ideas son verificadas por los hechos y, viceversa, los hechos son incorporados en idea, pues una ciencia de la política pobre de teoría y enemiga de la teoría es simplemente una ciencia pobre" (Sartori, 2008:10). Un ejemplo de que la teoría política se emplea como sinónimo de filosofía política o bien se establece distinción entre ambos términos, se comprueba al consultar un diccionario de ciencia política, en donde se destaca que la filosofía política se entiende como la que expusieron sobre la política filósofos como Platón y Hume; sin embargo, la "teoría política moderna" ha sido más una teoría que una filosofía de la política, sin embargo ha adoptado varias formas (Bealey, 2003: 436).

En el famoso libro Teoría y métodos de la ciencia política, la teoría política "normativa", según Daryl Glaser, puede definirse de forma más amplia hasta alcanzar toda teorización política de carácter prescriptivo o recomendatorio; es decir, toda teorización interesada en lo que "debe ser", en tanto que opuesto a lo que es en la vida política, toda vez que el pensamiento político normativo se expresa a través de razonamientos morales abstractos pero también a través de un análisis más detallado de las instituciones y las políticas. Si desde el punto de vista filosófico busca, o crea, preceptos morales orientativos, en su aplicación más concreta la teoría política investiga las repercusiones que tienen los preceptos morales en la práctica política (Glaser, 1997: 33). La teoría normativa, entonces, puede parecer, a primera vista, completamente natural: como una forma de atraer la atención del intelectual hacia el proceso de "ocuparnos" de nuestros "acuerdos".

Sin embargo, la existencia de un ámbito específico de actividad teórica exclusivamente dedicado a "lo que debe ser" no está del todo aceptada en los círculos académicos. Algunos críticos —afirma Glaser— niegan que el agente haga elecciones morales coherentes, y otros ponen en duda que los presupuestos morales tengan sentido o que se deriven lógicamente del acontecer en el mundo y unos pocos han descalificado el pensamiento moral en sí mismo.

El desarrollo y alcance de las teorías ha llevado a autores como Klaus Von Beyme a proponer una división que toma del historiador de la teoría política George Sabine, en relación a las teorías de la política que comprenden tres tipos de operaciones:

  • Constataciones acerca de los hechos políticos, sobre lo que es.

  • Constataciones acerca de las relaciones causales, unidas a pronósticos de lo que probablemente será en el futuro.

  • Conclusiones sobre desarrollos deseables y reflexiones sobre lo que debe ser.

No es casual, afirma Von Beyme, que esta división tripartita fuera propuesta por Sabine "para asegurar de que las teorías normativas pre-modernas de los clásicos no fueran excluidas del concepto de teoría" (Von Beyme, 1994: 12). Los empíricos, por el contrario, han dejado en manos de la filosofía política la tercera operación como cuasi-científica. También se discute el valor de la segunda operación: los teóricos de modelos han subrayado que los modelos teóricos deben contrastarse, en primer término, teniendo en cuenta la corrección de sus pronósticos, y no tanto el contenido de realidad de sus análisis de la situación de hecho. Sin embargo, lo que tiene sentido para modelos matematizados, no es válido en el mismo grado para teorías cualitativas.

Por otra parte, este autor afirma que la modernidad clásica intentó desterrar de la teoría política la reflexión acerca del deber ser; sin embargo, este terreno de reflexión teórica también ha conseguido defender una respetable posición minoritaria en ámbitos especializados de la ciencia política, "pues la separación entre teoría política y filosofía política nunca se ha llevado a cabo en forma estricta, ni siquiera en departamentos empíricamente orientados de universidades norteamericanas". Por lo que respecta a una teoría política, abiertamente normativa, "ha probado en forma sobrada su capacidad para evitar juicios normativos ocultos, cuya existencia muchas veces es posible demostrar incluso en teorías empíricas", por lo que "el análisis de lo que es, el pronóstico de lo que puede ser y los juicios sobre el deber ser, deben mantenerse cuidadosamente separados en cada uno de los tres estadios" (Von Beyme, 1994: 16). Conforme a esta clasificación, ninguno de los grandes teóricos de la política en el siglo XX ha renunciado a uno de los tres elementos de la formación de teorías; sin embargo, la proporción en la que se combinan las tres operaciones sí se ha modificado en el siglo XX como en ningún otro siglo anterior.

¿Cómo ha contribuido la filosofía política en la ciencia política?

Para responder esta pregunta, Horton sugiere no enfrentarla de manera directa, pues la forma más productiva de enfocar algunos de los puntos involucrados es hacerlo de un modo más indirecto, a través de un breve resumen de la historia reciente de la filosofía política desarrollada en distintas latitudes.

Un lugar especialmente apto para empezar, en el caso de la filosofía política inglesa, es recordando la célebre declaración de Peter Laslett, quien afirmó en 1956 que "al menos por el momento, la filosofía política está muerta" (Laslett, 1956: VII). Esta declaración, señala Horton, a pesar de un grado excusable de exageración retórica, contenía mucho de verdad, pues reflejaba la condición en un extremo improductivo de la filosofía política de la época. Parecía haber una convicción generalizada de que la filosofía política, al menos como algo que pudiera reconocerse como asociado con los grandes textos, había llegado a su fin en algún momento del siglo XIX, aunque el momento preciso cuando llegó este fin, y cuáles eran sus causas, estaba sujeto a cierto desacuerdo.

Horton apunta que unos cuantos veían la obra de Hegel como la cima de la filosofía política, en tanto que algunos más lo consideraban un nadir (punto de la esfera terrestre diametralmente opuesto al cenit), en el que la filosofía política se exponía como falsa y era llevada al descrédito por una jerga obscura, pretensiosa y teutónica; otros sostenían que Marx había dado golpes mortales a la filosofía política a través de su repudio de la especulación abstracta para la ciencia concreta del materialismo histórico; y aun otros, menos impresionados con la contribución específica de Marx, observaban con el humor científico de la época, las ciencias sociales que surgían poco a poco, en busca de un desplazamiento de la filosofía por la ciencia política, pues todos admitieron que no había habido una ruptura marcada y que la filosofía política había entrado en el siglo XX cojeando dócilmente a través de diversas obras (Horton, 1996: 212).

Es probable —señala Horton— que la razón más importante estuviera relacionada con desarrollos de la filosofía en la primera mitad de este siglo, particularmente el surgimiento de un positivismo agresivo, seguido por un concepto estrecho y restrictivo de la filosofía como "análisis lingüístico", lo cual parecía tener poco espacio para una filosofía política seria. Si las únicas afirmaciones importantes fueran hipótesis empíricas, que eran el tema de la ciencia, o tautologías, afirmaciones ciertas por definición, que hasta donde fueran interesantes eran el campo de la lógica y no parecía quedar nada que constituyera los temas de la estética, la ética o la filosofía política.

Desde este punto de vista, la mayor parte de la filosofía política no era más que una declaración de preferencias o la expresión de actitudes, y lo que no era propiamente el tema de una ciencia social empíricamente rigurosa. No obstante, el positivismo lógico de esta forma se encontró en dificultades, aunque dejó un legado de importancia. En particular, su carácter de ciencia tuvo un efecto importante sobre el desarrollo de la ciencia política, sobre todo en Estados Unidos, donde había un movimiento generalizado y tímido para desplazar a la filosofía política con un estudio diseñado según el modelo de las ciencias naturales. Además, la filosofía lingüística que reemplazó al positivismo lógico y que recibió la influencia de éste, sólo fue un poco más perceptiva hacia la filosofía política, pues no negaba la posibilidad de su existencia, pero su reducción de filosofía a un examen del empleo ordinario de las palabras mereció privarla de toda imaginación, creatividad e importancia (Horton, 1996: 213).

Sin embargo, el efecto total de los desarrollos filosóficos en los años anteriores a los de la segunda mitad de la década de 1950, era restringir y restar importancia a la filosofía política. Esta tendencia fue puesta en relieve de manera más notable por el horror inmenso de los acontecimientos políticos en el periodo de la Segunda Guerra Mundial, que culminó en los campos de concentración nazis. El resultado fue el periodo desde la década de 1940 hasta los primeros años de la de 1960, cuando la filosofía política parecía ser, en el mejor de los casos, improductiva y, en el peor, inexistente.

En realidad fue un caso de "ahí donde no se puede hablar, ahí se debe permanecer en silencio". Sin embargo, la década de 1960 empezó a ver una rehabilitación importante de la filosofía política marcada por una actividad cada vez mayor, y el regreso a un concepto mucho más audaz de sus intereses legítimos (Horton, 1996: 215).

La filosofía política también es entendida como una investigación acerca de la naturaleza, las causas y los efectos del buen y mal gobierno, pues una diferencia realmente importante en nuestras vidas depende de si estamos bien o mal gobernados. Para David Miller (2011), no podemos darle la espalda a la política, retirarnos a la vida privada y suponer que el modo en que seamos gobernados no afectará profundamente a nuestra felicidad personal. En este sentido, se pregunta: ¿afecta realmente a nuestras vidas el tipo de gobierno que tengamos? ¿Tenemos algún margen de elección al respecto, o el tipo de gobierno que existe es más bien algo sobre lo cual no tenemos ningún control? ¿Podemos saber qué es lo que hace a una forma de gobierno mejor que otra?

Si partimos de la idea de que la filosofía política es aquella área de la filosofía que tiene que ver con políticas y gobiernos, debemos reconocer que la historia de la política es la inestable mezcla de guerra y tratado, es decir, división conflictiva y unión autoritaria. Como "filosofía" es parte de la vida contemplativa que es sólo pensamiento; como "política", siempre tendrá algo que ver con la vita activa que es la acción y la práctica en un mundo que existe con sus propias reglas y juegos del lenguaje.

Jean Leca señala que no interesa qué tan importante sean las tensiones entre los respectivos requerimientos de la vida contemplativa y de la vida activa, la filosofía política es ahora próspera dentro de la ciencia política, ya sea como "pensamiento", "teoría" o "filosofía" (Leca, 2010: 525-538).

Existen varios ejemplos de lo dicho anteriormente. Uno de ellos es el libro de Ian Shapiro, Los fundamentos morales de la política, que tiene por objeto ofrecer un panorama de las principales tradiciones intelectuales que han dado forma a la argumentación política en Occidente durante los últimos siglos.

Shapiro (2007) formula dos importantes preguntas que concentran el dilema político más persistente motivo de su investigación: ¿en qué momento los gobiernos ameritan nuestra lealtad y en qué momento debemos negársela? ¿Quién puede juzgar, y con qué criterios, lo que hay de justo en las leyes y actos de los Estados que exigen nuestra lealtad? Este autor explora las principales respuestas que se han expresado en el Occidente moderno a tales preguntas, mediante el análisis de cinco diferentes teorías: de la legitimidad política, en las tradiciones del utilitarismo, marxismo, contrato social, anti-ilustración y democracia. Dichas teorías son situadas en su contexto histórico, aunque el enfoque se dirige a las formulaciones actuales, tal y como se aplican en los problemas contemporáneos (Shapiro, 2007: 15).

El debate sobre la "muerte" de la filosofía política: algunas explicaciones sobre su resurgimiento.

José Rubio Carracedo es a nuestro juicio uno de los autores que mejor narra la "recuperación de la filosofía política", después de que algunos autores la hubiesen dado por muerta. Este filósofo político español dice que en 1956, en la introducción al primer volumen de su conocida serie Philosophy, politics and society, Peter Laslett se sintió obligado a reconocer como infructuosos los intentos analíticos de Plamenatz y otros autores para revitalizar la filosofía política y declarar enfáticamente: "Por el momento, de todos modos, la filosofía política está muerta" (Carracedo, 1990: 13).

Pocos años después, sin embargo, Isaiah Berlin salía en su defensa y exponía con vigor su perennidad indestructible, aunque enfatizaba la carencia de alguna obra verdaderamente sobresaliente en los últimos lustros. Al año siguiente, Laslett y Runciman, al introducir su segunda serie, la declaraban nuevamente viva. Y en 1979, al introducir la quinta serie, confirmaba Laslett una recuperación formidable de la filosofía política, hasta el punto de poder satisfacer ya la carencia de una gran obra reclamada por Berlin: A theory of justice, de John Rawls. Por ello, Carracedo afirma que, en efecto, la obra de Rawls había servido en todo caso como "auténtico catalizador" de un renacimiento pluralista de la filosofía política y este papel no se lo discurren ni sus críticos más radicales. Nozick la considera la contribución más importante a la filosofía moral y política desde los tiempos de John Stuart Mill y Brian Barry, tras haberla denunciado como un intento enmascarado de legitimar el liberalismo. Reconoce que "al final resulta secundario el que uno piense que su teoría es falsa o verdadera, debido al gran empuje que ha propiciado de la teoría política (Carracedo, 1990: 14).

Para Carracedo, no habían faltado obras de importancia e incluso de resonancia internacional, pero lo cierto es que la teoría liberal no había logrado su rehabilitación teórica; por supuesto, la obra de Rawls no supuso el consenso; al contrario, contra sus previsiones suscitó una gran cantidad de réplicas o de rectificaciones parciales. Obviamente sería injusto no reconocer que a esta onda predominantemente rawlsiana, afirma Carracedo, se han sumado otras, en especial la herencia frankfurtiana capitaneada por Jürgen Habermas, así como los representantes de la "nueva izquierda". Rawls y los autores anglosajones a él asociados de algún modo se inspiran en los clásicos del contrato social, incluyendo a Immanuel Kant, así como a la tradición liberal, tanto en su versión europea como, sobre todo, en la versión estadounidense. Habermas y la "nueva izquierda" tienen fuentes más amplias: además de la tradición contractualista y liberal, realizan reconstrucciones de Hegel, Marx, Nietzsche, Freud, etcétera; en Habermas es perceptible, incluso, el influjo de la teoría de sistemas y del funcionalismo estructural (Parsons).

Otra diferencia notable entre ambos grupos era el tratamiento que le dieron al fenómeno capitalista: mientras que los liberales anglosajones intentan legitimarlo en diferentes versiones (entre las cuales Rawls es el único en legitimar el Welfare State), los autores asociados a Habermas denuncian el déficit de legitimación que padece el capitalismo y pugnan por formas más o menos moderadas de Estado social hasta versiones más radicalizadas (Offe y la "nueva izquierda" americana: Schroyer, Aronowitz).

Por lo demás, Carracedo afirma que el nuevo enfoque filosófico-político ha conseguido fragmentar la hegemonía casi avasalladora de los enfoques de Political Science, que se estaban generalizando, sobre todo en Estados Unidos, por lo que afirmó: "Hoy parecen coexistir, con tratamientos paralelos (y por lo mismo, nunca convergentes), dos enfoques de la política: uno de corte analítico-funcional (Political Science) y otro filosófico-radical (Political Philosophy)" (Carrancedo, 1990: 16).

Atraído por el final de las ideologías y la caída del comunismo, frente al renacimiento de la filosofía política, el filósofo francés Alain Renaut escribió una monumental obra de cinco tomos intitulada Historia de la filosofía política, en la cual señala que desde el fin de la dominación del marxismo hasta el intento de integrar al liberalismo político, la problemática de las desigualdades, de la importancia del debate sobre el totalitarismo y de las paradojas de la identidad contemporánea, la filosofía política conoció una renovación sin precedentes. Este renacimiento se hace, al igual que lo reconocen filósofos políticos de otras latitudes, a partir de la Teoría de la justicia, de John Rawls, que es según Renaut: "la obra más comentada del siglo".

En una conversación con Frédéric Martel, Renaut traza los principales debates de la teoría política. A la pregunta: ¿después de haber pasado por un apogeo, la filosofía política parece haber atravesado un largo periodo de declive, hasta su casi desaparición en Francia en los años sesenta, por qué ese retroceso? Renaut respondió que las apreciaciones eran profundamente relativas y que no se trataba sólo de los años sesenta en que la filosofía política no tenía ninguna audiencia en Francia, fuera de la universidad y de la enseñanza, salvo la notable excepción de Raymond Aron (aunque él se veía como sociólogo), con el Ensayo sobre las libertades, en 1965, y Paz y guerra entre las naciones, en 1966, que se inscriben en la línea de la gran tradición de la filosofía liberal.

Sobre el retroceso, acepta que tuvo algo que ver el desarrollo de las ciencias humanas y la sociología, así como su revitalización en la última década del siglo XX, pues con relación a los años sesenta la sociología heredada del positivismo de Augusto Comte había perdido una parte de sus aspectos imperialistas. Como resultado, "al limitarse a describir o a explicar lo social", ella liberó un espacio para las disciplinas apegándose a enunciar las normas que deben de regir a las sociedades.

En este contexto, la filosofía política pluralista, no producto de una escuela o de un gran pensador como Leo Strauss, en una época dominada por el vuelo de las ciencias sociales, registró un retroceso y designó al positivismo como una de las configuraciones intelectuales que precipitó su caída (Renaut, 1999: 17). Una filosofía política que ha transitado entre los antiguos y los modernos (de Platón a Rousseau), y ella ha logrado lo que se ha propuesto.

Si nos remontamos a los años 1950-1960 y al reflujo que ha precedido al actual resurgimiento de la filosofía política, hay que considerar que, independientemente de Raymond Aron, autores como Sartre (en Crítica de la razón dialéctica) o Merleau-Ponty (en Humanismo y terror) han igualmente cruzado las interrogantes de la filosofía política, aunque relativamente poco. Y a partir de sus debates con el marxismo —entendido el debate que ellos tuvieron sobre el marxismo o sobre el comunismo—, su encuentro con la filosofía política, en su caso, ha sido menos determinado por las exigencias propias de sus filosofías que por la forma en que la época misma ha sido marcada por el proyecto del marxismo y la utopía comunista; "desde mi punto de vista, esta dominación del marxismo y de la discusión con el marxismo, es también una clave muy importante para comprender lo que, en principio, nosotros describimos como un retroceso y después como un resurgimiento" (Renaut, 1999: 17).

La renovación de la filosofía política en Francia fue vasta en relación al debate sobre el totalitarismo, de Soljenitsyne a Raymond Aron, de Lefort y Castoriadis a Françoise Furet, aunque habría que inscribir allí la obra de Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo de 1951, después entender lo que significó la implosión del sistema comunista y la caída del muro de Berlín que, como lo señalan varios autores, tuvo una repercusión considerable sobre la filosofía política.

Renaut explica que

todo se ha pasado como si, paralizada durante más de un siglo alrededor del enfrentamiento entre los valores de la democracia liberal y el asalto lanzado contra ellos por el marxismo o sus variantes, el debate sobre las interrogaciones últimas llevadas a cabo por el asunto político pudieron retomarse sobre bases finalmente renovadas. La reflexión fue fuertemente desplazada de modificaciones susceptibles a ser llevadas a los principios liberales, pues ya se veían otras alternativas tanto al individualismo liberal como al socialismo autoritario. En suma, el desmoronamiento del comunismo no puso término al curso de la filosofía política como lo pretendió Francis Fukuyama, con su fin de la historia, para la reconciliación alrededor de los valores universalmente compartidos; por el contrario, favoreció una brusca reactivación de la filosofía política (Renaut, 1999: 22).

No obstante, para Philippe Corcuff lo que en Francia se llamó "el retorno de la filosofía política" en los años ochenta, se realizó en contra de las ciencias sociales y con una visión miope de los autores y las cuestiones tratadas. Así, el ensayo de Luc Ferry y Alain Renaut, La pensé 68. Essai sur l'antihumanisme contemporain, marca una reaparición en la escena intelectual de la filosofía política contra las filosofías (como las de Michel Foucault y Jacques Derrida) y las sociologías críticas (Pierre Bourdieu), particularmente productivas en la década de los setenta.

Las nociones de "Estado de derecho" y "democracia representativa" han sido las más revalorizadas, ya se reivindique uno como perteneciente a la tradición del liberalismo político (Alain Renaut) o de la República (Blandine Kriegel), en una común desconfianza respecto a las ciencias sociales. En torno al calificativo "laboral" en algunos se ha creado una amalgama entre liberalismo político (centrado en el equilibrio de los poderes y los derechos individuales) y liberalismo económico en torno al papel regulador atribuido al mercado (Corcuff, 2008: 16).

Señala Corcuff que Jacques Rancière, uno de los filósofos políticos atípicos en los últimos años del siglo XX, ha identificado con nitidez estos usos neoconservadores del "retorno de la filosofía política" en el contexto francés de los años ochenta y noventa, con lo cual la filosofía política se transforma con demasiada frecuencia en discurso de justificación de formas políticas existentes, desconectándose de la crítica social (Corcuff, 2008, 17).

Teoría política: una revisión de las tradiciones en filosofía política

Norberto Bobbio (2003) fue uno de los primeros pensadores que no sólo se dedicaron a analizar el problema de las relaciones entre la filosofía política y la ciencia política (tema en el que se propuso demostrar que a cada acepción del término "filosofía política" corresponde una manera diferente de presentar el problema de las relaciones entre filosofía política y ciencia política y, por consiguiente, poner en guardia a todo aquel que crea que la cuestión tiene una única solución), sino que fue uno de los primeros estudiosos de la política que aceptaron, no sin ciertas vacilaciones, la tarea de trazar un "mapa" de la filosofía política, como continuación a su inquietud de explicar cómo se había configurado el pensamiento político desde la antigüedad. No obstante, el mapa que elaboró el teórico turinés lo hizo sabiendo que el propio término resultaba totalmente insatisfactorio, ya que nos inducía a creer en la existencia de un territorio homogéneo y delimitable sobre el que se podría inscribir y exclamar: "Aquí está toda la filosofía política".

Existen estudiosos como Bhikhu Parekh o Iris Marion Young que no han elaborado precisamente un mapa de la filosofía política, pero han explicado las tradiciones en la materia después de la Segunda Guerra Mundial. El primer autor formula las siguientes tres proposiciones:

  • a) Que los años cincuenta y sesenta marcaron un declive e incluso la muerte de la filosofía política, y que los setenta y ochenta fueron de su renacimiento.

  • b) Que ese renacimiento fue causado, o cuando menos estimulado, por la agudización de la confrontación política e ideológica provocada por factores como la Guerra de Vietnam, el movimiento norteamericano de los derechos civiles, la desintegración del consenso de posguerra y la aparición de la nueva izquierda.

  • c) Que A Theory of Justice (TJ), de Rawls, simbolizaba el renacimiento de la filosofía política para razonar lógicamente su explicación (Parekh, 2001: 727).

Las proposiciones b) y c) implican que a) es cierta, pues si se demostrara que a) es falsa, no se necesitaría explicar b); y en cuanto a c), tampoco veríamos en TJ un hito histórico, lo que no le impediría seguir siendo una de las grandes obras de la filosofía política posterior a la Segunda Guerra Mundial.

En la explicación, este filósofo político señala que en contra de la creencia general, los años cincuenta y sesenta fueron bastante fecundos en este campo. La filosofía política de estos años presenta varias características, entre las que destacan tres: en primer lugar, "fue un tiempo de primas donas y gurús en el que difícilmente sus protagonistas se prestaban a un diálogo crítico con los demás"; en segundo lugar,

aunque los distintos autores se ocupaban de cuestiones diferentes, todos eran muy conscientes de que su disciplina recibía severas críticas desde fuentes tan diversas como el positivismo lógico, la lingüística, la sociología del conocimien to, el conductismo, el existencialismo y autores de orientación histórica como Collingwood o Croce.

Y en tercer lugar,

los filósofos políticos de esos años habían vivido los horrores de la Segunda Guerra Mundial y en algunos casos también los de la Primera, así como el ascenso de los totalitarismos fascista, nazi y comunista y los campos de concentración, y se sentían muy turbados ante las bárbaras tendencias latentes en la civilización europea.

Identificaban las raíces de esas tendencias con el racionalismo (Oakeshott), el historicismo (Popper), el monismo moral (Berlin), el auge del animal laborans (Arendt), el relativismo (Strauss), el gnosticismo (Voegelin) y el capitalismo (Marcuse y otros marxistas).

Entonces, se pregunta: ¿por qué se afirmó después que en ese periodo estuvo muerta o agonizante? La respuesta que ofrece es:

Por la combinación de la ignorancia de sus textos, el menosprecio positivista hacia lo que no se consideraba "realmente" filosofía, el triunfalismo conductista, la ingenua creencia en que un compromiso filosófico con los pensadores del pasado era mera "historia de las ideas" y no filosofía política, la visión errónea de que los problemas de que se habían ocupado estaban "caducados" y eran irrelevantes en nuestra época, etcétera (Parekh, 2001: 732).

Paradójicamente, otro factor importante fue la dominante concepción normativa de la filosofía política, atacada por unos pero aceptada por otros. Muchos esperaban que la filosofía política fijara "nuevas metas políticas" que dotasen a los tiempos modernos de una "concepción coherente con sus necesidades", que "prescribiese" cómo deberíamos vivir.

En los años setenta aparecieron nuevas publicaciones consideradas de filosofía política, en su mayoría norteamericanas, lo que indicaba que su desarrollo se trasladaba de Europa a Estados Unidos, entre las que se encontró A Theory of Justice de John Rawls, que significó continuidad y ruptura con respecto a la filosofía política precedente, pues Rawls no entendía su obra como destinada a comprender la vida política, sino a una filosofía básicamente normativa y por tanto práctica y sus ambiciones teóricas eran distintas. "Separó la filosofía política de la lógica, la retórica, la ontología y la historia de la civilización occidental, con las que había estado relacionada antes, para alinearla con disciplinas como la economía, la psicología, el estudio de las instituciones políticas y las políticas sociales". A pesar de ello, dicha obra era de considerable alcance histórico y filosófico (Parekh, 2001: 733).

En los años siguientes se realizaron diversas innovaciones en la filosofía política. Su propia naturaleza y alcance fue tema de numerosos debates directos e indirectos que dieron lugar a cuatro tendencias distintas:

  1. En Estados Unidos, varios autores asumieron la idea de que la filosofía política era una rama de la filosofía moral, que ésta era esencialmente normativa, y que la misión de aquélla era no sólo formular principios generales para evaluar la estructura social, sino también para diseñar instituciones, procedimientos y políticas apropiadas (Ackerman, Barry, Beitz).

  2. La segunda tendencia no era sino continuación del antiguo concepto de filosofía propio de la tradición occidental del pensamiento político, reafirmado por Oakeshott, Arendt, Berlin, Voegelin y otros (inspira ahora la obra de autores como Charles Taylor, Alisdair MacIntyre y William Connoly).

  3. La tercera tendencia estaba formada por aquellos autores que, como Michel Walzer, afirmaban que la filosofía política estaba insertada en el modo de vida de una comunidad concreta, por lo que su función consistía en articular la autocomprensión de esa comunidad.

  4. Richard Rorty que, inspirándose en los autores postestructuralistas y especialmente en los posmodernos, cuestionaba tanto la distinción tradicional entre pensamiento teórico y otras formas de pensamiento, sobre todo la primacía del primero.

En las últimas décadas del siglo XX se produjo un considerable corpus de obras que sacan a la luz proclividades sexistas, racistas, estatistas, elitistas, nacionalistas y demás de la filosofía política tradicional, incluida aquí la de los años cincuenta y sesenta.

Tres rasgos mayores de la reciente filosofía política merecen una atención especial. El primero es que el liberalismo es hoy la voz dominante no sólo en el sentido de que las voces conservadora, marxista, religiosa y otras, están relativamente subyugadas y que la mayoría de los filósofos políticos se inspiran en el liberalismo, sino también que el liberalismo ha adquirido una hegemonía filosófica sin precedentes4 (Parekh, 2001: 740).

Parekh reconoce que gracias a los cambios del ambiente intelectual, hoy las ideas se despersonalizan, se abstraen de sus creadores, se discuten en sus propios términos y son tratadas como propiedad pública. Por tanto, existe un genuino sentido de comunidad entre los filósofos políticos, un sentido basado en su interés compartido por el corpus común de pensamiento.

La historia de la filosofía política del periodo anterior está, en consecuencia, ineludiblemente centrada en el pensador, y no ha de sorprender el modo como suele escribirse; en cambio, la historia de las dos décadas siguientes está centrada en el pensamiento, por lo que es previsible que gire alrededor de polémicas entrecruzadas (Parekh, 2001: 741).

Iris Marion Young ha ofrecido una visión general de lo que ha sido la concepción de la política entendida por la teoría política, como actividad participativa y racional de la ciudadanía, la cual contrasta con otra visión más habitual ente la opinión pública, la prensa e incluso buena parte de las ciencias sociales: la política como competencia entre élites por los votos y la influencia en la que los ciudadanos son ante todo consumidores y espectadores.

La concepción de Marion Young que muchos politólogos siguen asumiendo y defendiendo, tiene inspiración en la obra de Hannah Arendt, a quien considera un hito de la teoría política del siglo XX, porque ofrece una imagen de la política como participación activa de la vida pública (Marion Young, 2001: 693).

Según esta imagen, la política es la expresión más noble de la vida humana, por ser la más libre y original. La política en cuanto vida pública colectiva implica que la gente se distancia de sus necesidades y sufrimientos particulares para crear un universo político en el que cada cual aparece ante los demás en su especificidad; unidos en lo público, los individuos crean y recrean, mediante palabras y hechos contingentes, las leyes e instituciones que estructuran la vida colectiva, regulan sus conflictos y desacuerdos recurrentes y tejen las narraciones de su historia. La vida social se ve sacudida por la cruel competencia por el poder, por los conflictos, las privaciones y la violencia que siempre amenazan con destruir el espacio político. Pero la acción colectiva revive de cuando en cuando y gracias al recuerdo del ideal de la antigua polis, conservamos la visión de la libertad y la nobleza humanas como acción política participativa (Marion Young, 2001: 693).

Aunque Marion Young está consciente de que los teóricos actuales a menudo desean preservar la visión arendtiana de lo político, han abandonado en gran parte la separación que dicha pensadora establecía entre lo político y social, así como su nostálgico pesimismo sobre la emergencia de los movimientos sociales masivos por parte de los oprimidos y los no emancipados. Asimismo, afirma que la opinión más extendida las dos últimas décadas del siglo XX es que la justicia social constituye una condición de la libertad y la igualdad, por lo que lo social ha de ser uno de los grandes focos de lo político.

Luego entonces, el tema de la politización de lo social (cuya preocupación ha influido hacia la justicia social y la democracia participativa) la lleva a elaborar un balance de la teoría política desde esta perspectiva, por lo que reconstruye determinados aspectos de la teorización política en los últimos veinticinco años.

Este enfoque organiza un gran corpus de la teoría política reciente, pues permite entender estas teorías desde perspectivas nuevas y muy útiles que Marion Young divide en seis temas, que se ocupan de las condiciones de la justicia social, o expresan y sistematizan la política de los movimientos sociales recientes, o teorizan sobre los flujos de poder en instituciones extra e interestatales, o investigan las bases sociales de la unidad política, y que a cada uno corresponde un modo diferente de politizar lo social, a saber:

  1. Teoría de los derechos a la justicia social y el bienestar.

  2. Teoría democrática.

  3. Teoría política feminista.

  4. Posmodernidad.

  5. Nuevos movimientos sociales y sociedad civil.

  6. El debate liberalismo-comunitarismo (Marion Young, 2001: 695).

Algunas de las preocupaciones actuales sobre el presente y el futuro de la filosofía política

Para John Dunn (1985), la teoría política es principalmente un intento por entender lo que realmente pasa en la sociedad. En consecuencia, lo que establece la agenda para la teoría política, es lo que realmente está pasando en la sociedad. Su tarea es el entendimiento de un mundo práctico, históricamente determinado, no es el reciclaje de un vocabulario más o menos antiguo de valoración moral. En este sentido, la teoría política moderna requiere repensarse porque filosóficamente es débil y políticamente insuficiente.

Para entender tal debilidad, considera necesario estudiar en detalle y con alguna sensibilidad la historia de la filosofía occidental durante más o menos tres siglos y medio. Y para entender cómo es que su insuficiencia política ha surgido, es necesario, en contraste, considerar de cerca la muy concreta historia de la organización política, económica social por lo menos durante un periodo prolongado. Aunque reconoce que el grado de división académica del trabajo que prevalece actualmente en las sociedades occidentales significa que virtualmente ningún estudio es capaz de llevar a cabo un intento serio en el curso de una vida intelectual para dominar estos dos campos cognitivos masivos. Es decir, ningún pensador, no importa que tan impresionantes sean sus habilidades personales, puede probar como exitoso el llevar a cabo un esfuerzo como ése. No obstante, la principal arma intelectual con la que se puede realizar una pequeña contribución, es la separación de dos muy diferentes formas de historia y análisis: de los conceptos de lo ético y lo político que aparecen en el discurso humano y en la reflexión (y a veces desaparecen de éstos), dentro de períodos de tiempo muy particulares; y su existencia, pese a que de esta forma todavía existen, están rodeados de una multiplicidad de presiones, intelectuales y pragmáticas, que da lugar a una interminable variedad de sombras y modulaciones.

Para Will Kymlicka (1990), el panorama intelectual en la filosofía política de hoy es muy diferente del que fue hace veinte o incluso diez años. Los argumentos, siendo avanzados, con frecuencia son genuinamente originales, no sólo para desarrollar nuevas variantes sobre viejos temas (por ejemplo, el desarrollo de Nozick sobre la teoría de los derechos naturales de Locke), pero también en el desarrollo de nuevas perspectivas (por ejemplo, el feminismo).

El panorama tradicional sobre la política —según Kymlicka— mira a los principios políticos como algo que cae en algún sitio, en línea recta, amoldándose de izquierda a derecha. De acuerdo con este panorama tradicional, la gente a la izquierda cree en la igualdad, y por lo tanto respalda algún tipo de socialismo, mientras que aquellos que se sitúan a la derecha creen en la libertad y por ello respaldan alguna forma de capitalismo de libre comercio; en medio están los liberales que creen en una mezcla de igualdad y libertad a medias, y de allí respaldan alguna forma de capitalismo de Estado de bienestar. Desde luego, existen muchas posiciones en medio de estos tres puntos, y mucha gente acepta diferentes partes de diferentes teorías. Pero frecuentemente se piensa que la mejor manera de entender o describir los principios políticos de alguien es tratando de localizarlos en algún lugar de esa frontera.

En este sentido, para Kymlicka, el panorama tradicional sugiere que diversas teorías tienen diferentes valores fundacionales: la razón de que izquierda y derecha estén en desacuerdo sobre el capitalismo, es porque la izquierda cree en la igualdad, mientras la derecha lo hace en la libertad. Ya que están en desacuerdo sobre valores fundamentales, sus diferencias no son racionalmente posibles de resolverse. La izquierda puede argumentar que si se cree en la igualdad, entonces se debe aguantar al socialismo; y la derecha puede argumentar que si se cree en la libertad, se debe de soportar al capitalismo. "Pero no hay forma de argumentar sobre la igualdad por encima de la libertad, o la libertad por encima de la igualdad, porque estos son valores fundacionales, que no tienen un valor más alto o una premisa a la que ambos puedan apelar de manera conjunta".

Ahora bien, cada una de las nuevas teorías asume que también buscará un último valor diferente. Por tanto, suele afirmar que junto con el más antiguo reclamo de "igualdad" (socialismo) y "libertad" (doctrina libertaria), las teorías políticas ahora apelan a los últimos valores de "arreglo contractual" (Rawls), "el bien común" (comunitarismo), "utilidad" (utilitarismo), "derechos" (Dworkin), o "androginia" (feminismo). Ahora tenemos incluso un mayor número de valores últimos entre los que no pueden existir argumentos racionales. Pero esta explosión de valores definitivos potenciales hace surgir un problema obvio para todo el proyecto de desarrollo de una única teoría de justicia comprensiva. Kymlicka se pregunta: si existen tantos valores definitivos potenciales, ¿por qué continuamos pensando que una teoría política adecuada puede basarse sólo en uno de ellos? "Seguramente, la única respuesta sensible a esta pluralidad de propuestas de valores definitivos es dejar a un lado la idea de desarrollar una teoría de justicia 'monística'. El subordinar a todos los otros valores a uno único que se anteponga, parece casi fanático" (Kymlicka, 1990: 3).

Para Paul Schmaker, la teoría política tiene un futuro incierto, pues durante los pasados 50 años su contenido fue una explosión, así como los trabajos han sido complementados por los importantes nuevos desarrollos en nuestro pensamiento sobre la vida y gobierno en comunidad. Los feministas, los ambientalistas y los fundamentalistas religiosos, son sólo algunas de las "nuevas" voces que han surgido y debatido asuntos que habían previamente recibido sólo de paso.

Las identidades políticas básicas, abriendo y cerrando las fronteras de las comunidades, se alternan entre los derechos ciudadanos y las responsabilidades, buscando la justicia social tanto dentro como a través de los Estados nación. Son algunos de los asuntos que han generado debates intensos y estimulantes, mientras que preguntas antiguas, como los requerimientos y conveniencia de la democracia y los papeles legítimos del gobierno, permanecen a pesar de mucha oposición (Schmaker, 2010: 352).

El futuro de la teoría política es incierto no sólo porque ideas políticas innovadoras y cambios pragmáticos puedan ocurrir espontáneamente, pero también porque permanece borroso como continuación de las tendencias actuales que serán recibidas.

Así, como en otros campos de la investigación, la teoría política experimenta una especialización en aumento y una fragmentación. Teóricos políticos contemporáneos normalmente trabajan dentro de tradiciones particulares (como el liberalismo y el marxismo), enfatizando conceptos particulares (como la justicia y la ciudadanía), y se enfocan en tópicos más específicos dentro de áreas conceptuales amplias (como la justicia global y los derechos especiales para los grupos de ciudadanos marginados).

CONCLUSIONES

Bhikhu Parekh planteó a principios del presente siglo dos retos para la filosofía política. El primero está relacionado con la naturaleza y el alcance de las visiones sobre la filosofía política, las cuales se requieren reconsiderar. La filosofía política no puede ser ni singularizadora ni meramente interpretativa; lo primero, porque no es posible hacer filosofía sobre la vida política sin tener alguna concepción sobre el ser humano en general, lo que introduce una ineludible dimensión universal; lo segundo, porque la estructura moral y política de la sociedad nunca es homogénea y, por tanto, toda interpretación que se haga de ella implica necesariamente crítica y elección, y para que éstas no se basen en las preferencias personales del filósofo, con todas las dificultades que esto entrañaría, son precisas una formulación y una defensa claras de unos principios morales y políticos (Parekh, 2001: 743).

El segundo reto está relacionado con los problemas que se derivan de la considerable diversidad cultural de la sociedad moderna; es decir, el filósofo político del pasado solía partir de la hipótesis de una sociedad culturalmente homogénea, tesis hasta entonces generalmente aceptada, por lo cual podía confiar en que los principios explicativos y normativos eran aplicables a todos los ciudadanos, o al menos a la gran mayoría. Por ejemplo, se suponía que cualesquiera fuesen los fundamentos establecidos para los deberes políticos —consenso, equidad, gratitud, bien común, realización personal—, eran aplicables a todos los ciudadanos por igual y con más o menos la misma fuerza moral. Hoy ya no podemos asumir esa hipótesis (Parekh, 2001: 743-744).

Conforme al primer reto, podemos afirmar que las categorías tradicionales dentro de las cuales las teorías políticas se discuten y evalúan, son cada vez más inadecuadas; en cuanto al segundo, se puede afirmar que la búsqueda de grandes y universales teorías en la política, ha sido una aventura quijotesca que puede ser engañosa.

A principios del siglo XXI parece claro que la filosofía política goza de buena salud, pues ha sobrevivido a los más fieros ataques y ha edificado una impresionante tradición capaz de albergar nuevos materiales experimentales y establecer vínculos con otras disciplinas. No obstante lo anterior, se puede afirmar que el desarrollo que ha tenido la filosofía política es posible que no haya sido del todo positivo en la ciencia política, pues en ambos campos la investigación, la especialización y la fragmentación, van en aumento.

Este desarrollo es visto a veces con ansiedad mientras disminuye la capacidad de la teoría política por jugar su papel histórico, de integrar ideas políticas dentro de un entendimiento coherente del rango complejo de la actividad política.

Debemos de preocuparnos porque la filosofía política continúe contribuyendo a explicar la complejidad política del mundo actual. Una de las tareas que tenemos que evitar es que el malestar existente entre los profesionales de la ciencia política, al que alude Gabriel Almond en su artículo "Mesas separadas: escuelas y corrientes en las ciencias políticas", se siga profundizando (Almond, 1999: 40). Pues aunque dicho autor establece "cuatro mesas separadas", podemos afirmar que en el trabajo cotidiano de los responsables de la formación académica de las nuevas generaciones de politólogos, se debe presentar una combinación tanto de las dimensiones como de las escuelas, sobre todo cuando se trata de definir qué debe saber el estudiante acerca de la filosofía política y la teoría política, teniendo como base y punto de partida la historia de las ideas políticas.

Es importante señalar que la filosofía política debe seguir progresando, debe estar dispuesta a enfrentar nuevos retos y revisar sus instrumentos teóricos. Entre los retos que se le formularon entre el final del siglo XX y el XXI, que han merecido especial atención de los estudiosos, son: la progresiva disolución del Estado-nación en unidades más grandes y más pequeñas; los cambios en la naturaleza y los contenidos de lo político; el potencial, a la vez represivo y emancipador, de la creciente demanda de intervención estatal en ámbitos sociales que hasta las últimas décadas del siglo XX habían pertenecido al ámbito privado, y la reestructuración de la sociedad civil.

Conviene destacar también que la pregunta central de nuestro tiempo es: ¿dónde está el poder hoy?, cuya respuesta es del ámbito de la filosofía política para sistematizar las transformaciones que ha generado este fenómeno en distintos ámbitos globales que se encuentran inmersos en una profunda crisis económica, financiera, energética y alimentaria mundial desde el 2008, cuyos efectos no sólo no se han dejado de sentir seis años después, sino que anuncian que no ha terminado lo más difícil, sino que amenaza con complicarse.

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1Dieter Nohlen y colaboradores afirman, por su parte, que la filosofía política tiene como temas la esencia, el fundamento y las formas de realización de lo político, así como sus formas de indagación categorial, lo cual sucede en reflexiones sistemáticas y recurriendo a la historia de las ideas políticas. Esta definición va acompañada de tres proposiciones: 1. El valor y perfil objetivo de la filosofía política pueden determinarse de dos maneras en la lógica de la reflexión con respecto a la ciencia política: a) en sentido estricto ella proporciona un análisis de la ciencia política empírica desde la perspectiva de la teoría de la ciencia; b) en sentido amplio, lleva a cabo una reflexión filosófica, es decir, epistemológica, ontológica y normativa. 2. Aunque resulta fácil considerar a la filosofía política como ámbito parcial de la filosofía, que retoma su lógica, sus métodos y potenciales de interpretación, se conservan, se reconstruyen y desconstruyen en la historia de las ideas políticas. 3. Frente a la aplicación de esquemas de interpretación filosóficos generales al campo especial de la política, se da un acceso totalmente diferente si la filosofía política se determina, asimismo, a partir de su peculiaridad de su objeto, pues una disciplina de este tipo genuinamente filosofía política corre el peligro de caer cerca de la ideología, como aspecto de estructuras y procesos políticos (Nohlen, 2006: 616-617).

2Algunos estudiosos en nuestro medio conciben a la teoría política y a la ciencia de la política como dos campos separados que aluden a dos formas de investigación que se rigen por criterios específicos y que están constituidos por áreas del conocimiento altamente especializadas, por lo que abogan por un diálogo más activo y abierto entre la teoría política y la ciencia política. Este es el caso de Alejandro Monsiváis C., que en el ámbito académico propone un desarrollo de las convergencias normativas y empíricas de la teoría política en la democracia, "encuentro que es especialmente productivo, pues debe considerarse parte del conjunto de herramientas al alcance de los analistas" (Monsiváis, 2013: 1-28).

3Horton (2003: 203) piensa en Q. Skinner, J. Dunn y J. Pocock.

4Esta hegemonía liberal, sostiene Parekh, ha tenido algunas consecuencias desafortunadas, pues ha estrechado el abanico de alternativas filosóficas y políticas; ha empobrecido el vocabulario filosófico y ha privado al liberalismo de un "otro" auténtico. El liberalismo ha sido en los últimos años un metalenguaje que disfruta del status privilegiado de ser al mismo tiempo un lenguaje como los demás y el árbitro de cómo los demás lenguajes deben hablar se. Otra consecuencia de la hegemonía liberal es que al contrario de los filósofos políticos de los cincuenta y sesenta, en la actualidad se pierde cada vez más la capacidad de afirmar un compromiso con la libertad y la individualidad y seguir siendo críticos con las estructuras vigentes de la democracia liberal. "Oakeshott y Popper podían abanderar la sociedad 'civil' o 'abierta' y al mismo tiempo criticar la sociedad liberal. Es dudoso que hoy podamos hacer lo mismo sin provocar incomprensiones o acusaciones de mala fe".


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