La fábula del físico, el ingeniero y el economista
Un físico, un ingeniero y un economista sobreviven a un accidente de avión que los lleva a una isla desierta. Desafortunadamente, el único alimento que consiguen rescatar de los restos del siniestro es una gran lata de conservas, que no pueden abrir al no disponer de ninguna herramienta. Sentados frente a ella, cada uno propone su particular forma obtener el alimento, basada en sus conocimientos profesionales. El físico sugiere calentar la lata tanto como sea posible para que al enfriarla bruscamente con el agua de mar se produzca una grieta. El ingeniero propone atarla con lianas y, tras calcular una trayectoria pendular, golpearla contra una roca de sílex debidamente fijada al tronco de un árbol. Por último, el economista, con meliflua sonrisa ante la cara de asombro de sus compañeros, plantea la siguiente hipótesis: “Supongamos que tenemos un abrelatas…”. Acto seguido, se despide con gran educación. Físico e ingeniero deciden, desconcertados, retirarse también a descansar.
La hipótesis enunciada por el economista impide dormir al físico y al ingeniero, que se debaten hasta el amanecer entre la duda sobre la existencia real del abrelatas y la forma de encontrar el procedimiento más adecuado para abrir la lata por otros medios. Entre tanto, el economista recupera fuerzas con un plácido y reparador sueño.
A la mañana siguiente, cuando el físico inicia la construcción del horno que habría de servir para abrir la lata el economista, en tono insinuante, le susurra con complicidad: “Imagínate que tuviéramos un abrelatas… ¿Qué harías?”. A lo que el físico responde que abrirla y repartir la comida, ya que hay suficiente para los tres. A esta afirmación el economista responde reflexivo, “Si tuviéramos un abrelatas no tendríamos porqué compartir la comida con el ingeniero, especialmente considerando que su método para abrir la lata posiblemente nos dejará sin comida a los tres”. Dicho esto se aleja tranquilamente a la búsqueda del ingeniero que a su vez se afana en realizar un montaje con lianas para ensayar su método. Una vez lo encuentra en un claro del bosque le insinúa igualmente y con la misma procacidad: “Imagínate que tuviéramos un abrelatas… ¿Qué harías?”. La respuesta del Ingeniero, parecida a la del físico, provoca un comentario homólogo al realizado pocos minutos antes ante éste. Hecha su valoración, el economista se aleja con una sonrisa manteniéndose durante días apartado de ambos.
Día tras día, físico e ingeniero son más incapaces de concentrarse en sus respectivos trabajos mientras piensan obsesivamente en la necesidad de disponer de un abrelatas, y más aún en la posibilidad de que el economista tenga uno oculto. De hecho, los comentarios de éste los han convencido de que realmente esconde la herramienta y lo único que pretende es que el reparto de la comida se haga entre menos comensales. El tiempo pasa inexorable y el hambre devora las entrañas de los náufragos. La relación entre el físico y el ingeniero se ha ido deteriorando, perturbada por los sutiles comentarios del economista, al no llegar a un acuerdo respecto de la mejor forma de abrir la lata. La idea de que el economista oculta el abrelatas los perturba ya hasta el punto de no ser capaces de acometer ninguna tarea útil. Entre tanto, el economista espera pacientemente.
Una mañana, en su paseo matutino el economista encuentra el cadáver del físico en la playa y al ingeniero gravemente herido por la pelea que han mantenido. Con parsimonia recoge la lata y la ubica en el horno que había diseñado el físico. Posteriormente, la enfría en el agua del mar pero no consigue abrirla ya que no conoce los detalles del procedimiento diseñado por su fallecido compañero. Decepcionado, se desplaza al bosque donde tras varios intentos frustrados consigue arrojar la enorme lata contra la punzante piedra instalada por el Ingeniero. Sin embargo, al no conocer los cálculos hechos por éste y al haberse debilitado la lata por el intento anterior estalla en mil pedazos esparciendo la comida a los cuatro vientos, donde rápidamente es devorada por los insectos y animales salvajes que desde la muerte de los otros dos náufragos acechan insidiosamente al economista.
El poco alimento disponible sólo le permite tener una lenta agonía. Es por tanto hallado muerto por el equipo de rescate a corta distancia de donde yacen descompuestos los cadáveres del físico y el ingeniero. Los rescatadores identifican a las víctimas y encuentran los restos de la gran lata de comida en las cercanías. Uno de ellos exclama, “lástima: sólo les faltó un abrelatas”, a lo que el otro responde, “te equivocas, no les faltó el abrelatas, les sobraron las previsiones de riesgo y el economista”.
Para Standard & Poors, Fitch y Moody’s que tarde o temprano reventarán la lata.