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domingo, 23 de marzo de 2014

Adam Smith: DEL PRINCIPIO QUE MOTIVA LA DIVISIÓN DEL TRABAJO

DEL PRINCIPIO QUE MOTIVA LA DIVISIÓN DEL TRABAJO
Esta división del trabajo, que tantas ventajas reporta, no es en su origen efecto de la sabiduría humana, que prevé y se propone alcan­zar aquella general opulencia que de él se deriva. Es la consecuencia gradual, necesaria aunque lenta, de una cierta propensión de la natu­raleza humana que no aspira a una utilidad tan grande: la Propensión a permutar, cambiar y negociar una cosa por otra.
No es nuestro propósito, de momento, investigar si esta propen­sión es uno de esos principios innatos en la naturaleza humana, de los que no puede darse una explicación ulterior, o si, como parece más probable, es la consecuencia de las facultades discursivas y del lenguaje. Es común a todos los hombres y no se encuentra en otras especies de animales, que desconocen esta y otra clase de avenencias. Cuando dos galgos corren una liebre, parece que obran de consu­no. Cada uno de ellos parece que la echa a su compañero o la intercepta cuando el otro la dirige hacia él: mas esto, naturalmente, no es la consecuencia de ningún convenio, sino el resultado accidental y simul­táneo de sus instintos coincidentes en el mismo objeto. Nadie ha visto todavía que los perros cambien de una manera deliberada y equitativa un hueso por otro. Nadie ha visto tampoco que un animal de a entender a otro, con sus ademanes o expresiones guturales, esto es mío, o tuyo, o estoy dispuesto a cambiarlo por aquello. Cuando un animal desea obtener cualquier cosa del hombre o de un irra­cional no tiene otro medio de persuasión sino el halago. El cachorro acaricia a la madre y el perro procura con mil zalamerías atraer la atención del dueño, cuando éste se sienta a comer, para conseguir que le dé algo. El hombre utiliza las mismas artes con sus semejan­tes, y cuando no encuentra otro modo de hacerlo actuar conforme a sus intenciones, procura granjearse su voluntad procediendo en forma servil y lisonjera. Mas no en todo momento se le ofrece ocasión de actuar así. En una sociedad civilizada necesita a cada instante la cooperación y asistencia de la multitud, en tanto que su vida entera apenas le basta para conquistar la amistad de contadas personas. En casi todas las otras especies zoológicas el individuo, cuando ha alcan­zado la madurez, conquista la independencia y no necesita el concurso de otro ser viviente. Pero el hombre reclama en la mayor parte de las circunstancias la ayuda de sus semejantes y en vano puede esperarla sólo de su benevolencia. La conseguirá con mayor seguridad intere­sando en su favor el egoísmo de los otros y haciéndoles ver que es ventajoso para ellos hacer lo que les pide. Quien propone a otro un trato le está haciendo una de esas proposiciones. Dame lo que nece­sito y tendrás lo que deseas, es el sentido de cualquier clase de oferta. y así obtenemos de los demás la mayor parte de los servicios que necesitamos. No es la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero la que nos procura el alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus sentimientos humanitarios sino su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ven­tajas. Sólo el mendigo depende principalmente de la benevolencia de sus conciudadanos; pero no en absoluto. Es cierto que la caridad de gentes bien dispuestas le suministra la subsistencia completa; pero, aunque esta condición altruista le procure todo lo necesario, la cari­dad no satisface sus deseos en la medida en que la necesidad se pre­senta: la mayor parte de sus necesidades eventuales se remedian de la misma manera que las de otras personas, por trato, cambio o com­pra. Con el dinero que recibe compra comida, cambia la ropa vieja que se le da por otros vestidos viejos también, pero que le vienen mejor, o los entrega a cambio de albergue, alimentos o moneda, cuando así lo necesita. De la misma manera que recibimos la mayor parte de los servicios mutuos que necesitamos, por convenio, trueque o compra, es esa misma inclinación a la permuta la causa originaria de la división del trabajo.
En una tribu de cazadores o pastores un individuo, pongamos por caso, hace las flechas o los arcos con mayor presteza y habilidad que otros. Con frecuencia los cambia por ganado o por caza con sus compañeros, y encuentra, al fin, que por este procedimiento consi­gue una mayor cantidad de las dos cosas que si él mismo hubiera sali­do al campo para su captura. Es así cómo, siguiendo su propio interés, se dedica casi exclusivamente a hacer arcos y flechas, convir­tiéndose en una especie de armero. Otro destaca en la construcción del andamiaje y del techado de sus pobres chozas o tiendas, y así se acostumbra a ser útil a sus vecinos, que le recompensan igualmente con ganado o caza, hasta que encuentra ventajoso dedicarse por com­pleto a esa ocupación, convirtiéndose en una especie de carpintero constructor. Parejamente otro se hace herrero o calderero, el de más allá curte o trabaja las pieles, indumentaria habitual de los salvajes. De esta suerte; la certidumbre de poder cambiar el exceso del pro­ducto de su propio trabajo, después de satisfechas sus necesidades, por la parte del producto ajeno que necesita, induce al hombre a dedi­carse a una sola ocupación, cultivando y perfeccionando el talento o el ingenio que posea para cierta especie de labores.
   La diferencia de talentos naturales en hombres diversos no es tan grande como vulgarmente se cree, y la gran variedad de talentos que parece distinguir a los hombres de diferentes profesiones, cuando llegan a la madurez es, las más de las veces, efecto y no causa de la divi­sión del trabajo. Las diferencias más dispares de caracteres, entre un filósofo y un mozo de cuerda, pongamos por ejemplo, no proceden tanto, al parecer, de la naturaleza como del hábito, la costumbre o la educación. En los primeros pasos de la vida y durante los seis u ocho primeros años de edad fueron probablemente muy semejantes, y ni sus padres ni sus camaradas advirtieron diferencia notable. Poco más tarde comienzan a emplearse en diferentes ocupaciones. Es entonces cuando la diferencia de talentos comienza a advertirse y crece por grados, hasta el punto de que la vanidad del filósofo apenas encuentra parigual. Mas sin la inclinación al cambio, a la permuta y a la venta cada uno de los seres humanos hubiera tenido que procurarse por su cuenta las cosas necesarias y convenientes para la vida. Todos hubieran tenido las mismas obligaciones que cumplir e idénticas obras que realizar y no hubiera habido aquella diferencia de empleos que propicia exclusivamente la antedicha variedad de talentos.
Y así como esa posición origina tal diferencia de aptitudes, tan acu­sada entre hombres de diferentes profesiones, esa misma diversidad hace útil la diferencia. Muchas agrupaciones zoológicas pertenecien­tes a la misma especie, reciben de la naturaleza diferencias más nota­bles en sus instintos de las que observamos en el talento del hombre como consecuencia de la educación o de la costumbre. Un filósofo no difiere tanto de un mozo de cuerda en su talento por causa de la naturaleza como se distingue un mastín de un galgo, un galgo de un podenco o éste de un perro de pastor. Esas diferentes castas de ani­males, no obstante pertenecer a la misma especie, apenas se ayudan unas a otras. La fuerza del mastín no encuentra ayuda en la rapidez del galgo, ni en la sagacidad del podenco o en la docilidad del perro que guarda el ganado. Los efectos de estas diferencias en la constitución de los animales no se pueden aportar a un fondo común ni contribuyen al bienestar y acomodamiento de las respectivas especies, porque carecen de disposición para cambiar o permutar. Cada uno de los animales se ve así constreñido a sustentarse y defenderse por sí solo, con absoluta independencia, y no deriva ventaja alguna de aque­lla variedad de instintos de que le dotó la naturaleza. Entre los hom­bres, por el contrario, los talentos más dispares se caracterizan por su mutua utilidad, ya que los respectivos productos de sus aptitudes se aportan a un fondo común, en virtud de esa disposición general para el cambio, la permuta o el trueque, y tal circunstancia permite a cada uno de ellos comprar la parte que necesitan de la producción ajena.

FUENTE

Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones

Título original: “The Wealth of Nations”
Traducción: Gabriel Franco

Prólogo

Algunos se refieren a este libro como "la Biblia de la Economía". Se entiende si se lo juzga por su volumen, por la pluralidad de sus temas y por haber consagrado a la figura de su autor mas allá de cualquier simpatía religiosa. Investigación sobre la naturaleza y causas de las riquezas de las naciones apareció en Londres el 9 de marzo de 1776. Su autor, el escocés nacido en Kirkaldy en 1723 y muerto en Edimburgo en 1790, es el padre del liberalismo económico. Hijo del Siglo de las Luces y, como tal, culto y contemporáneo de otros genios, Adam Smith paso a la historia por haber escrito la summa que produjo un quiebre, el prolijo y vastísimo desarrollo fundante de una ideología que haría escuela.

La riqueza de las naciones es un tratado que combina la moneda con la historia, la lógica con la teología. Su tesis económica es simple y puede resumirse en tres principios: a) Que, como ser económico, el hombre tiene el impulso natural del lucro; b) Que el universo esta ordenado de tal manera que los empeños individuales de los hombres se conjugan para componer el bien social; c) Que, conforme a. y b., el mejor programa consiste en dejar que el proceso económico siga su propio curso (laissez faire). Estos principios, que se difundieron al punto de olvidar su filiaci6n, encuentran su sentido cabal en el deísmo ilustrado de Smith. Como lo manifiesta en su otro gran libro, Teoría de los sentimientos morales, Smith creía en un Dios Supremo que había ordenado el universo como un mecanismo perfecto donde todo funciona y que resulto, por imagen y semejanza, bueno. Esta premisa atraviesa las paginas de La riqueza..., desde las reflexiones sobre el trabajo más elemental (Libro I) hasta la disertación sobre las funciones del Gobierno (Libro IV), a quien, supuesto el orden primigenio, no le toca otra tarea que mantenerlo. Para Adam Smith, la mejor política económica no precede del Gobierno sino de la acción espontánea de los individuos. El libro III y el IV abren el temario a cuestiones históricas de evolución y comercio, pero, por el recurso constante de ilustrar sus ideas con ejemplos cercanos en el comercio europeo, del propósito central de La riqueza de las naciones resulto también un mosaico de la época. Y es, en ultima instancia, un manual de lógica que se valió del método deductivo para arribar "mas naturalmente" a las conclusiones que Smith quiso imponer y que son el eje axiomático de este volumen.

Por eso, aunque entendemos que el valor de La riqueza de las naciones reside en su globalidad que por otro lado se hace evidente en la dificultad de su fraccionamiento, esta "antología esencial" no pretende otra cosa que beber de su misma fuente las bases de una teoría que en su momento significo una reacción contra el mercantilismo feudal, pero que, en el tiempo, dibujo el trazado de una de las caras de la moneda: la realidad económica globalizada en la que vivimos.

Introducción y plan de la obra

El trabajo anual de cada nación es el fondo que en principio la provee de todas las cosas necesarias y convenientes para la vida, y que anualmente consume el país. Dicho fondo se Integra siempre, o con el producto inmediato del trabajo, o con lo que mediante dicho producto se compra de otras naciones.

De acuerdo con ello, como este producto o lo que con el se adquiere, guarda una proporción mayor o menor con el numero de quienes lo consumen, la nación estará mejor o peor surtida de las cosas necesarias y convenientes apetecidas.

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Ahora bien, esta proporción se regula en toda nación por dos circunstancias diferentes: la primera, por la aptitud, destreza y sensatez con que generalmente se ejercita el trabajo, y la segunda, por la proporción entre el numero de los empleados en una labor útil y aquellos que no lo están. Sea cual fuere el suelo, el clima o la extensión del territorio de una nación, la abundancia o la escasez de su abastecimiento anual depende, en cada situación particular, de aquellas dos circunstancias.


La abundancia o escasez de esa provisión depende mas, al parecer, de la primera que de la segunda de dichas condiciones. En las naciones salvajes de cazadores y pescadores, todo individuo que se halla en condiciones de trabajar se dedica a una labor mas o menos útil, y procura obtener, en la medida de sus posibilidades, las cosas necesarias y convenientes para su propia vida, o para la de los individuos de su familia o tribu que son muy viejos, demasiado jóvenes o no se hallan en condiciones físicas adecuadas para dedicarse a la caza o a la pesca. Estas naciones se hallan, sin embargo, reducidas a tal extremo de pobreza, que por pura necesidad se ven obligadas muchas veces, o así lo imaginan en su ignorancia, a matar a sus hijos, ancianos y enfermos crónicos, o bien los condenan a perecer de hambre o a ser devorados por las fieras. En las naciones civilizadas y emprendedoras acontece lo contrario; aunque un gran numero de personas no trabaje absolutamente nada, y muchas de ellas consuman diez o, frecuentemente, cien veces mas producto del trabajo que quienes laboran, el producto del trabajo entero de la sociedad es tan grande que todos se hallan abundantemente provistos, y un trabajador, por pobre y modesto que sea, si es frugal y laborioso, puede disfrutar una parte mayor de las cosas necesarias y convenientes para la vida que aquellas de que puede disponer un salvaje.

Las causas de este progreso en las facultades productivas del trabajo, y el orden según el cual su producto se distribuye, naturalmente entre los diferentes rangos y condiciones del hombre en la sociedad, forma la materia del Libro primero de esta Investigación.

Cualquiera que sea el nivel de aptitud, destreza y sensatez con que el trabajo se ejercita en una nación, la abundancia o la escasez de su abastecimiento anual dependerá necesariamente, mientras exista tal nivel, de la proporción entre el numero de quienes anualmente se emplean en una labor útil y el de quienes no lo están de esta manera. El numero de obreros útiles y productivos, como veremos mas adelante, se halla siempre en proporción a la cantidad de capital empleada en darles ocupación y a la manera particular como este se emplea. En consecuencia, el Libro segundo trata de la naturaleza del capital, de la manera como se ha ido acumulando gradualmente, y de las diferentes cantidades de trabajo que pone en movimiento, según las distintas maneras de emplearlo.

Las naciones medianamente adelantadas en aptitud, destreza y sensatez en la aplicación del trabajo, siguieron planes muy diversos en la manera general de emplearlo, pero no todos estos planes conducen igualmente a incrementar el producto. La política de unas naciones ha fomentado extraordinariamente las actividades económicas rurales, y la de otras, las urbanas. Difícilmente se encontrara una nación que haya tratado con la misma igualdad e imparcialidad esas distintas actividades. Desde la caída del Imperio Romano la política de Europa ha favorecido mas las artes, las manufacturas y el comercio, actividades econ6micas propias de las ciudades, que la agricultura, actividad económica rural. En el Libro tercero se explican las circunstancias que dieron origen a esa política, y aconsejaron aplicarla.
Aun cuando, acaso, esos diversos planes fuesen primordialmente promovidos por los intereses privados, o por los prejuicios de determinados estamentos sociales, sin tener en cuenta o prever sus consecuencias en el bienestar general de la sociedad, han dado ocasión a diferentes teorías de Economía política; de ellas, unas ponderan la importancia de las actividades económicas urbanas, y otras, la de las rurales. Esas teorías han ejercido una influencia considerable no solo en las opiniones de la gente docta, sino también en la actuaci6n publica de los Príncipes y Estados soberanos. En el Libro cuarto intentaremos explicar, con la claridad y extensión que nos sea posible, esas diferentes teorías y los principales efectos que han producido en distintas épocas y naciones.

El objeto de esos cuatro primeros libros consiste en explicar en que consiste el ingreso regular del conjunto de los moradores de un país o cual ha sido la naturaleza de aquellos fondos que han venido a satisfacer su consume anual en diferentes épocas y naciones. El Libro quinto y ultimo trata de las rentas del soberano o de la comunidad. En él procuramos mostrar, primero, cuales son los gastos necesarios del soberano o de la comunidad; que parte de ellos han de sufragarse por contribución general de toda la sociedad; cuales otros por un particular sector, o por algunos de sus miembros singularizados, y segundo, cuales son los métodos con arreglo a los cuales la sociedad, en su conjunto, deberá contribuir a sufragar los gastos correspondientes al todo social, y cuales son las principales ventajas e inconvenientes de cada uno de esos procedimientos; y tercero y ultimo, que" causas y razones pudieron inducir a la mayor parte de los gobiernos modernos a ignorar parte de sus rentas o a contraer deudas, y cuales han sido los efectos de estas deudas en la riqueza real, en el producto anual de la tierra y en el trabajo de la sociedad.

FUENTE