Datos sobre Joseph Schumpeter
Entre 4 grandes: Schumpeter con Adam Smith, Marx y Keynes |
Joseph Schumpeter nació en el Imperio Austro-Húngaro (en la ciudad de Triesch de la actual República Checa). Alternó la cátedra universitaria en Czernowitz, Graz y Bonn, con puestos públicos y privados nació. Fue pupilo de Friedrich von Wieser. A partir de 1932 impartió clases en Harvard y falleció en EEUU en 1950. Su obra cumbre, "Historia del Análisis Económico" es de tal erudición y profundidad que, a más de 50 años de su publicación póstuma, sigue siendo el mejor tratado sobre la materia.
En la "Teoría del Desarrollo Económico" (1934), Schumpeter investigó los ciclos económicos y realizó una innovadora caracterización del empresario capitalista.
Para este eminente economista austríaco, el empresario desempeña un papel clave como motor del desarrollo económico. Él es quien aporta los componentes de innovación y cambio tecnológico que hacen avanzar los negocios. En este punto, su análisis contrasta con el poco realista empresario neoclásico, que toma los precios como dados y se limita a adaptar su producción. Con Schumpeter, por el contrario, renace el empresario real, el empresario ubicado en el centro del proceso productivo con su importante papel de creador de nuevos productos, nuevas formas de organización y nuevos mercados.
Para este eminente economista austríaco, el empresario desempeña un papel clave como motor del desarrollo económico. Él es quien aporta los componentes de innovación y cambio tecnológico que hacen avanzar los negocios. En este punto, su análisis contrasta con el poco realista empresario neoclásico, que toma los precios como dados y se limita a adaptar su producción. Con Schumpeter, por el contrario, renace el empresario real, el empresario ubicado en el centro del proceso productivo con su importante papel de creador de nuevos productos, nuevas formas de organización y nuevos mercados.
Sin embargo, no fue sólo un eximio economista. Hombre de fenomenal erudición, en su "Capitalismo, Socialismo y Democracia" (1942) plasmó sus profundos conocimientos de historia, filosofía política, economía y sociología en un análisis global de la sociedad, coronado por una inquietante predicción: el capitalismo se acerca a su derrumbe.
Marx ya lo había sentenciado en el siglo XIX. Pero sus predicciones no se cumplieron. Schumpeter, en el siglo XX, también auguraba días nefastos para el capital.
Por un lado, el carácter intrínsecamente "antipático" del capitalismo ha creado una atmósfera en su contra. Por el otro, una serie de causas internas también conducirían ineluctablemente a la debacle. Particularmente, Schumpeter menciona el fenómeno de la difuminación de la propiedad.
En la corporación moderna, los dirigentes suelen no ser los dueños. Entonces, se produciría un cambio de actitud de los empresarios. En lugar de activos agentes en busca de oportunidades de negocios, se convertirían en burócratas sólo preocupados por sus intereses personales. En este marco, sin el motor que lo hace funcionar, el capitalismo no puede subsistir.
De este modo, advierte Schumpeter, el sistema caería en una especie de "destrucción creativa", un proceso que lo destruiría a manos de un Estado de bienestar con fuerte presencia estatal y control sobre las empresas.
En definitiva, un hombre culto, de intereses amplios y de pensamiento profundo, Schumpeter fue realmente un economista atípico.
Schumpeter destacó durante toda su vida por la ambición personal y el afán de superación propia. Según sus propias declaraciones, se había fijado tres metas en la vida: ser el mejor amante de Austria, ser el mejor jinete de Europa y el economista más grande del mundo. Sólo dejó sin cumplir ser el mejor jinete, se jactaba. A nivel profesional, además de las cátedras económicas citadas, Al finalizar la Primera Guerra Mundial, Schumpeter fue ministro de economía de Austria y también dirigió el Banco Biederman. Su destino en EEUU y en Harvard vino provocado por las presiones nazis que comenzaban a azotar la Europa de los años 30.
2. Principales obras y contribuciones
La obra de Schumpeter es extensísima y toda ella viene marcada por la escuela austriaca de economía, su evolución y corriente de pensamiento fue constante durante toda su vida. Keynes es una constante en toda la obra de Schumpeter al igual que se ve muy influenciado por Karl Marx y el francés León Walrus. Destacan dentro de la obra de Schumpeter las siguientes contribuciones:
Teoría del desenvolvimiento económico (1912), obra que introduce la posibilidad de que un cambio tecnológico sea la causa suficiente para provocar una fluctuación cíclica. En este mismo texto, se describe como la innovación es la perturbación necesaria para romper con la economía estática y cómo el propio desarrollo empresarial establece las bases de crecimiento económico. Para Schumpeter, el concepto de innovación agrupa los siguientes extremos:
- Introducción de nuevos bienes o de bienes de nueva calidad
- Introducción de un nuevo método productivo, ya existente en un sector, que no deriva de algún descubrimiento científico.
- Apertura de un nuevo mercado.
- Conquista de nuevas fuentes de oferta de materias primas.
- Establecimiento de una nueva organización en una determinada industria.
Tal y como podemos observar, esta obra sienta las bases estratégicas de la dirección empresarial, del crecimiento económico y de la innovación fuera del núcleo productivo.
Los ciclos económicos (1939), trabajo que recopiló todos los estudios anteriores sobre la evolución de los ciclos de la economía, las bases de predicción del punto de encuentro de cada ciclo y los dividió en tres bloques temporales. La clasificación temporal de Schumpeter de los ciclos económicos estableció un ciclo económico largo o ciclo de Kondratieff para los ciclos de 40-50 años, ciclo económico medio o de Juglar para los ciclos de 5-10 años y ciclo económico corto o ciclo de Kitchin para los ciclos de duración inferior.
La historia del análisis económico (1954), Esta obra póstuma está considerada por muchos economistas la obra maestra de Schumpeter dado que hace un repaso completo a todas las corrientes económicas existentes hasta la época con una prosa y redacción impecables. Destacan del texto las críticas a Ricardo, al que llega a señalar como un mero recopilador de todas las teorías de políticas fiscales existentes en el siglo XVIII.
Su paso por la escuela austríaca tampoco pasa desapercibida la esencia escolástica de todas las teorías en las que se inició en su estudio económico. Los análisis al socialismo marxista y la manera de rebatir toda la exposición a la obra marxista sustentando la muerte del capitalismo como propio de su éxito están latentes también en este texto.
3. Capitalismo, socialismo y democracia
Obra maestra del autor, en liza en protagonismo con “La historia del análisis económico” para muchos economistas, en la que Schumpeter denota su admiración hacia Marx y las teorías que plasma en toda su obra aunque difiere ampliamente del desarrollo del marxismo y cómo considera ineludible la descomposición del sistema capitalista e, inversamente, inevitable el surgimiento del socialismo.
La definición de las bases del sistema capitalista y el ordenamiento económico se apoya sobre los siguientes pilares:
- Propiedad e iniciativa privada.
- Producción para el mercado y subdivisión del trabajo.
- El papel fundamental de la creación de créditos por parte de las entidades bancarias.
Según estas bases, el sistema capitalista sería estable por sí mismo, perdurando indefinidamente, como una mentalidad determinada de la sociedad y de su modo de vida. La destrucción del propio sistema se sustenta en los cambios de mentalidad por la ruptura de la estabilidad provocada por los ciclos económicos.
Toda la obra de Schumpeter merece ser leida, dado que sus aportes en todas las áreas económicas y empresariales han sentado grandes pilares en todas las áreas económicas. Esta obra puede ser criticada o denostada pero es obvio que su influencia ha marcado el desarrollo económico y social de todo el siglo XX.
4. Marx y Schumpeter
Son las innovaciones, más que los ahorros y el capital per se, las que acrecientan el bienestar. Desde ambos extremos del espectro político, Karl Marx y Joseph Schumpeter se muestran de acuerdo en la esterilidad del capital como Alicia en el País de las Maravillas cuando la Reina de Corazones le dice a Alicia: “Así de rápido tendrás que correr para permanecer en el mismo sitio”. En la economía global sólo se puede conservar el bienestar mediante innovaciones continuas. Si el principal constructor de buques de vela se dormía en los laureles corría el riesgo de despertar de repente en un sector en el que los salarios y el empleo se hundían irremisiblemente al hacerse con el mercado los buques de vapor. Schumpeter decía que el capitalismo es como un hotel en el que siempre hay alguien en la suite de lujo, aunque sus ocupantes estén cambiando constantemente. El mejor productor de lámparas de queroseno se arruinó en pocos meses con la aparición de la electricidad. El status quo conduce inevitablemente a la pobreza. Es esto precisamente lo que hace tan dinámico al sistema capitalista, pero ese mismo mecanismo también contribuye a crear enormes diferencias entre países ricos y países pobres. Sin embargo, cuando mejor entiende uno esa dinámica más puede hacer para ayudar a los países subdesarrollados a salir de su pobreza.
La tesis de Schumpeter en 1911 era que en las crisis, el instinto de supervivencia humano fuerza a innovar y a asumir riesgos y lleva a nuevos emprendedores a hacer un uso más eficiente del capital y del trabajo que retornan a la economía a su senda de crecimiento potencial.
En 1848, Marx y Engels publicaron El Manifiesto Comunista, una de las obras más influyentes del pensamiento humano, muy accesible y de obligada lectura. Su tesis era que la Revolución Burguesa acabaría con el Antiguo Régimen pero moriría de éxito y entonces vendría la Revolución Obrera que era la virtuosa. Las empresas más eficientes acabarían en monopolios y tendrían poder para apropiarse de toda la renta y alienar a la clase obrera que vería en la revolución y en el comunismo la única salida.
La evidencia empírica ha demostrado que sus ideas estaban equivocadas tanto en la capacidad del comunismo para suplantar al capitalismo que no ha acabado muriendo de éxito. La clave la explicó J. Schumpeter en su obra “Teoría del Desarrollo Económico” publicada en 1911 muy accesible y también de obligada lectura, aunque al final la Gran Depresión y la 2ª Guerra Mundial llevó a Schumpeter a asumir las tesis erróneas del Manifiesto y también defendió que el capitalismo moriría de éxito en su obra “Capitalismo Socialismo y Democracia” publicada en 1942.
La “destrucción creativa” de Schumpeter se reparte ahora geográficamente, de forma que la creación y la destrucción tienen lugar en distintas partes del mundo: éste es el núcleo de la economía del desarrollo schumpeteriana.
La escala es importante, y la expresión de Schumpeter “rendimientos crecientes históricos” describe útilmente la combinación del cambio tecnológico con los rendimientos crecientes que está en el núcleo del desarrollo económico; separable en teoría pero inseparable en la práctica.
Hace cien años los economistas alemanes y estadounidenses habrían entendido que la causa de la pobreza en África en su modo de producción, esto es, su ausencia de un sector industrial más que la falta de capital per se. Como juzgaban tanto el conservador Schumpeter como el radical Marx: el capital es estéril sin oportunidades de inversión, que provienen esencialmente de las innovaciones y nuevas tecnologías. Los economistas estadounidenses y alemanes de hace cien años también entendían las sinergias, y que sólo la presencia de la industria hacía posible la modernización de la agricultura.
En lugar de la integración regional, lo que vemos en Latinoamérica y África es justamente lo contrario. Como consecuencia de los acuerdos comerciales bilaterales con Estados Unidos, los países latinoamericanos más pequeños se están anquilosando en el extremo inferior de la jerarquía salarial mundial como economías de monocultivo, ya sea en materias primas o en callejones tecnológicos sin salida. La economía africana, escindida en una docena de distintos acuerdos comerciales y como consecuencia de la competencia entre la Unión Europea y Estados Unidos, se está desintegrando. En lugar de llegar a la necesaria integración regional, África está siendo socavada económicamente hoy día como lo fue políticamente por las potencias europeas en la Conferencia de Berlín de 1884-1885. El resultado es lo que los africanos llaman descriptivamente “el cuenco del espagueti”; si se dibuja en un papel la pauta de las relaciones comerciales entre distintos países africanos presenta tantas líneas que parecen espaguetis entrelazados. En lugar de incrementar la integración regional, el comercio intercontinental está sustituyendo prematuramente al comercio regional: la Unión Europea presiona para que Egipto compre sus manzanas, sustituyendo al Líbano que ha sido el proveedor de Egipto desde hace siglos.
La globalización orquestada por el Consenso de Washington golpea prematura y asimétricamente a un grupo de países especializados en ser pobres en la división mundial del trabajo.
Cuando están presentes esos elementos, el capitalismo requiere para poder funcionar -también según Sombart- que se puedan desarrollar libremente ciertos factores auxiliares: capital, trabajo y mercados. Esos tres factores -el verdadero núcleo de la teoría económica estándar- no son para Sombart las fuerzas impulsoras del capitalismo, sino sólo accesorios. Si faltan las principales fuerzas impulsoras, esos factores auxiliares -capital, trabajo y mercados- son estériles. Tanto el conservador Schumpeter como el radical Marx estarían de acuerdo en que el capital por sí mismo, sin innovaciones y sin empresariado, es estéril. Los perros de los que hablaba Adam Smith, por muy inclinados al trueque que estuvieran, no podrían haber creado el capitalismo aun disponiendo de capital, horas de trabajo y mercados. Sin la voluntad y la iniciativa humana, el capital, el trabajo y los mercados son conceptos sin sentido.
5. Las innovaciones
Nadie objeta que los nuevos conocimientos constituyen el factor principal para la mejora del nivel de vida. El desacuerdo empieza cuando hay que modelar ese proceso. A este respecto daremos por buena la explicación de Joseph Schumpeter; para él, las auténticas fuerzas impulsoras del crecimiento económico son los inventos y las innovaciones que se generan cuando esos inventos se introducen en el mercado como nuevos productos o procesos. Las innovaciones crean una demanda de inversión e inyectan vida y valor en un capital que de otro modo resultaría estéril. Volviendo a la metáfora de los perros que intercambian huesos de Adam Smith: para ellos el capital serían huesos enterrados para su consumo futuro, pero ese capital no sería capaz de producir más huesos, ni -como producto de innovaciones y el conocimiento que se precisa para utilizarlas, ya se trate de carne enlatada para perros o abrelatas, fueron externalizados, esto es, producidas fuera de lo que la teoría pretende explicar. El reto consiste en reintroducirlos y al mismo tiempo liberarse de la hipótesis de la igualdad, permitiendo la heterogeneidad y otras variables clave que estamos examinando aquí.
Un cambio de paradigma tecnoeconómico es trascendental porque modifica la tecnología general que subyace a todo el sistema productivo, como sucedió por ejemplo con la máquina de vapor o con el ordenador. En ese sentido los cambios de paradigma se parecen a los cambios tecnológicos ya mencionados, como cuando el cobre y el bronce desplazaron a las piedra como material con el que los seres humanos fabricaban sus instrumentos, poniendo fin así a la Edad de Piedra. Tales mudanzas en la tecnología básica tienden a modificar las cadenas de valor en prácticamente todas las ramas de la industria, como hicieron la máquina de vapor y los ordenadores. Tales innovaciones dan lugar a lo que Schumpeter llamaba “destrucción creativa”: aparecen nuevos sectores industriales con montones de nuevos productos, mientras que los viejos desaparecen debido a una pauta de demanda totalmente nueva, y se producen cambios radicales en los procesos de producción de casi todos los sectores. El desarrollo económico sustituye más de un tipo de producto, como los carruajes tirados por caballos, por algo totalmente nuevo, los automóviles. También cambia la forma de producir, el “modo de producción”, como en la transición de la industria doméstica a las fábricas. Sin embargo, hasta el siglo XX la agricultura no solía verse apenas afectada por lo cambios en el “sentido común”. Poco después de que hombres y mujeres dejaran de trabajar en casa para acudir a trabajar en enormes fábricas, la actitud hacia los cuidados sanitarios también cambió radicalmente. Ya no nacíamos, nos curábamos de las enfermedades y no moríriamos en casa, sino que hospitales parecidos a las grandes fábricas se hacían cargo de esas tareas.
Una característica fundamental de cada cambio de paradigma es un nuevo recurso barato que parece disponible en cantidades aparentemente ilimitadas y con precio rápidamente decreciente, como experimentamos hoy día con la microeléctrica. Lo más especial en los cambios de paradigma tecnoeconómico -lo que los distingue de otras grandes innovaciones- es que esas grandes oleadas de innovación alteran la sociedad mucho más allá de la esfera que solemos denominar “economía”, llegando a trastocar incluso nuestra visión, por ejemplo, de la geografía y los asentamientos humanos. El industrialismo también mudó nuestras estructuras políticas, y el declive de la producción en masa está volviendo a hacerlo. Los cambios de paradigma también van acompañados de cambios en las relaciones de poder mundiales; los líderes económicos bajo un paradigma no tienen por qué seguir siéndolo cuando éste cambia.
El fenómeno subyacente más importante en un cambio de paradigma es la “explosión de productividad” que se da en la industria principal. Se muestra la que produjo en el hilado del algodón bajo el primer cambio de paradigma tecnoeconómico. La política colonial pretende principalmente impedir que en las colonias se desarrollen sectores industriales con esas características. Históricamente, los argumentos para proteger las industrias con tal explosión de productividad -en favor de la protección arancelaria del principal portador del paradigma- fueron muchas: el sector creaba empleo para una población creciente, propiciaba salarios más altos, resolvía problemas en la balanza de pagos, aumentaba la circulación monetaria y -lo que era importante para todos los gobiernos- se podía cargar con impuestos mucho más altos a los buenos artesanos y propietarios de fábricas que a los agricultores, que solían ser pobres. Particularmente en Estados Unidos se comentó, desde Benjamin Franklin hasta Abraham Lincoln, que la industria manufacturera en general abarataba los artículos que precisaban los granjeros. Es evidente que tales explosiones de productividad se transmiten al mercado laboral en forma de salarios más altos y precios más bajos; el efecto combinado es asombroso.
Las explosiones de productividad y el aumento extremadamente rápido de ésta en determinado sector industrial actúan como catapultas, elevando rápidamente el nivel de vida. Sin embargo, éste puede mejorar de dos formas diferentes: porque recibimos salarios más altos o porque las cosas que compramos nos cuestan menos. Cuando nos hacemos más ricos porque los precios caen, hablaré de modelo “clásico”, porque ésa es la única cosa que los economistas neoclásicos suponen que sucederá. En realidad, el panorama es más complicado. Podemos llamar “difusivo” al modelo alternativo, porque en él los frutos del desarrollo tecnológico se dividen entre: a) empresarios e inversores, b) trabajadores, c) el resto del mercado laboral local, y d) el Estado, gracias a la base impositiva más amplia. Todo esto exige un examen más detallado.