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lunes, 30 de enero de 2023

LA DESTRUCCIÓN CREADORA DE SCHUMPETER

 

LA DESTRUCCIÓN CREADORA DE SCHUMPETER 

Su significado histórico y su proyección actual 

Joan Morro

Abstract 

Schumpeter understands Creative Destruction as the essential fact about capitalism, i. e., the genuine experience in the capitalist civilization. This is the resulting of the modernization processes, which entail the trend to the radical change in all the socioeconomic dimensions –a trend ties significantly in with entrepreneurship. However, lately, some have understood Creative Destruction in two new ways, both supplementary to what Schumpeter said. On the one hand, as a desire, according to which everyone has to destroy and create the conditions of her or his own life. On the other hand, as a criticism, whereby the aforementioned essential fact is conceived like a postulate for a critical theory of modernity. These two ways involve, thus, their political philosophy. According to this general approach, in this doctoral thesis, I analyse how Creative Destruction is proceed from and spread and where it can be recognised at present. 

Keywords: Capitalism, Creative Destruction, Entrepreneurship, Joseph A. Schumpeter, Modernization 

Resumen 

Schumpeter entiende la Destrucción Creadora como el hecho esencial del capitalismo, es decir, como la experiencia genuina de la civilización capitalista. Ésta es el resultante de los procesos de modernización, los cuales suponen la tendencia al cambio radical en todas las dimensiones socioeconómicas; una tendencia vinculada significativamente al emprendimiento. No obstante, en los últimos años, la Destrucción Creadora ha sido entendida de dos nuevas maneras, ambas complementarias de lo que dijo Schumpeter. Por un lado, como deseo, según lo cual cada uno ha de destruir y crear las condiciones de su propia vida. Por otro lado, como principio crítico, por el que el mencionado hecho esencial se concibe como un postulado para cualquier teoría crítica de la modernidad. Las dos comportan, pues, sendas filosofías políticas. Según este planteamiento general, en esta tesis doctoral, analizo cómo se origina y se esparce la Destrucción Creadora y dónde se reconoce en la actualidad. 

Palabras clave: Capitalismo, Destrucción Creadora, Emprendimiento, Joseph A. Schumpeter, Modernización 

Resum 

Schumpeter entén la Destrucció Creadora com el fet essencial del capitalisme, és a dir, com l’experiència genuïna de la civilització capitalista. Aquesta és el resultant dels processos de modernització, els quals suposen la tendència al canvi radical en totes les dimensions socioeconòmiques; una tendència vinculada significativament a l’emprenedoria. Això no obstant, als darrers anys, la Destrucció Creadora ha estat entesa de dues noves maneres, ambdues complementàries del que va dir Schumpeter. D’una banda, com a desig, segons la qual cadascú ha de destruir i crear les condicions de la seva pròpia vida. D’altra banda, com a principi crític, pel qual l’esmentat fet essencial es concep com a postulat per a qualsevol teoria crítica de la modernitat. Totes dues comporten, doncs, sengles filosofies polítiques. D’acord a aquest plantejament general, en aquesta tesi doctoral, analitzo com s’origina i s’escampa la Destrucció Creadora i on es reconeix a l’actualidad. 

Paraules clau: Capitalisme, Destrucció Creadora, Emprenedoria, Joseph A. Schumpeter, Modernització 

[...] para que el diálogo entre filósofos y científicos de la política pueda tomarse en formas no puramente académicas y volverse fecundo también desde un punto de vista político, considero necesario que ambas disciplinas hagan con firmeza las cuentas con su historia y se liberen de una parte de su tradición. Asimismo, es necesario que ambas se ocupen mucho más de los “problemas” que de los “hechos” de la política, para no hablar sólo de los asuntos de método o de las rituales reverencias académicas por los clásicos del pensamiento político. Más que limitarse a promover recíprocas actiones finium regundorum, ambas disciplinas deberían recuperar sensibilidad e interés por las grandes interrogantes sociales y políticas de nuestro tiempo: del destino de la democracia en las sociedades complejas, dominadas por las tecnologías robóticas y telemáticas, a los crecientes poderes reflexivos del hombre sobre su ambiente y su misma identidad genética y antropológica; de la violencia creciente de las relaciones internacionales al abismo económico que separa los pueblos del área postindustrial del resto del mundo. La filosofía política debería dejar a las espaldas algunos aspectos no secundarios de su tradición “vetero-europea”: su genérico humanismo, su moralismo, su tendencia especulativa a diseñar modelos de “óptima república”, su predilección por las grandes simplificaciones del mesianismo político, su desinterés por el análisis cuidadoso y resaltador de los fenómenos. […] La ciencia política, por su parte, debería liberarse de su obsesión metodológica, de las presunciones de su ideología cientificista, de su imposible aspiración a la neutralidad valorativa, de su débil sensibilidad por la historia y el cambio social (Zolo 2007: 66). […] las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. En realidad el mundo está gobernado por poco más que esto. Los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto. Los maniáticos de la autoridad, que oyen voces en el aire, destilan su frenesí inspirados en algún mal escritor académico de algunos años atrás. Estoy seguro de que el poder de los intereses creados se exagera mucho comparado con la intrusión gradual de las ideas. […] Pero, tarde o temprano, son las ideas y no los intereses creados las que presentan peligros, tanto para mal como para bien (Keynes 1993: 337). [...] para decir aún una palabra sobre su pretensión de enseñar cómo debe ser el mundo, la filosofía llega siempre demasiado tarde. Como pensamiento del mundo sólo aparece en el tiempo después de que la realidad ha cumplido su proceso de formación y se ha terminado. Lo que enseña el concepto lo muestra necesariamente igual la historia, de modo que sólo en la madurez de la realidad aparece lo ideal frente a lo real y se hace cargo de este mundo mismo en su sustancia, erigido en la figura de un reino intelectual. Cuando la filosofía pinta su gris sobre gris y, con gris sobre gris, no se deja rejuvenecer, sino sólo conocer; el buho de Minerva sólo levanta su vuelo al romper el crepúsculo (Hegel 1993: 61).

Introducción 

La presente tesis doctoral es el resultado de una investigación que intenta aclarar un concepto cuyo principal autor, Joseph A. Schumpeter, es generalmente ignorado por filósofos y simplificado por economistas: el de la Destrucción Creadora. En base a esto, mi objetivo de partida fue responder a las siguientes preguntas de una manera articulada: ¿Qué es la Destrucción Creadora de la que habla Schumpeter? ¿En qué contexto y cómo se origina? ¿Dónde se reconoce en la actualidad? Las tres son igualmente constitutivas de este trabajo doctoral. Es preciso añadir que, a lo largo de la investigación realizada para responderlas, fue surgiendo un objetivo ulterior, a saber: establecer unas bases sólidas para una teoría crítica de los procesos de modernización y, por tanto, una filosofía política para nuestro tiempo, sin identificarlo ingenuamente con el presente inmediato. De aquellas cuestiones a estas metas: tal es lo que se ha afrontado con este trabajo. 

Schumpeter acuña la expresión “Creative Destruction” en Estados Unidos poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Por entonces daba clases de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad de Harvard, una institución donde fue profesor y supervisor de algunos de los principales economistas académicos del siglo XX (Paul A. Samuelson, Paul Sweezy, John K. Galbraith, Alvin Hansen, James Tobin, Nicholas Georgescu-Roegen, etc.). Durante esas fechas, mientras dicha institución se convertía en una cantera mundial de pensamiento económico keynesiano, Schumpeter era el único profesor que enseñaba a Marx en una facultad estadounidense de Economía. Este dato es clave para entender la Destrucción Creadora. 

Es en Capitalism, Socialism, and Democracy, de 1942, donde la expresión “Creative Destruction” aparece publicada por primera vez. Ésta ha sido traducida al castellano como “Destrucción Creativa” y “Destrucción Creadora”. En este estudio, opto por la segunda acepción porque se adecua mejor a la concepción de Schumpeter sobre el capitalismo. Con ésta se intenta dar cuenta de una situación general en la que la introducción exitosa de innovaciones en la economía comporta crisis no ya coyunturales, sino constitutivas para todas las relaciones implicadas, cargando un par ‘destruir/crear’ prácticamente fáctico y, por tanto, una tendencia al cambio radical en todas las dimensiones socioeconómicas. Se destruye lo precedente creándose lo nuevo. Es sobre todo por este carácter distintivo que traducir “Creative Destruction” por “Destrucción Creativa”, como se ha hecho a menudo, aun en ediciones recientes en lengua castellana (Schumpeter 2015a, 2015b), puede generar confusión. Schumpeter no habla de destrucciones que puedan crear, sino que crean a la par. “Creativo”, a diferencia de “Creador”, carece de connotaciones fácticas como las señaladas. El creativo puede crear, mientras que el creador crea o, al menos, ha creado. 

Al hacer referencia a la Destrucción Creadora no se está apelando a algo o alguien que se limite a poder crear, ni a prometer creaciones, sino que crea, y no sólo de una forma aislada ni uniformemente. De hecho, desde el siglo XVIII hasta la actualidad, ha venido generando una sucesión de lo que a finales del siglo XX economistas inspirados en Schumpeter como Christopher Freeman y Carlota Pérez han llamado paradigmas tecnoeconómicos. Con estos, la Destrucción Creadora deviene una realidad descaradamente visible. El par ‘destruir/crear’ que implica esta realidad propia del capitalismo triunfante supone una experiencia sustantiva, no meramente modal, que es correlativa a los procesos de modernización y a sociedades y subjetividades consiguientes. Hay que señalar que, frente a creaciones pretéritas como el trueque y el dinero, tales procesos comportan el crédito moderno, al que Schumpeter considera el complemento monetario de la innovación [the monetary complement of innovation]. Desde luego, el crédito no supone el fin del dinero, del mismo modo que el dinero no supuso el fin del trueque. 

El crédito no se limita a sustituir nada. Se trata de algo radicalmente moderno, pese a sus posibles antecedentes en la historia económica. El crédito es una novedad radical que condicionará incluso una civilización radicalmente nueva: lo que Schumpeter llama una civilización subjetiva. Ahora bien, aunque confuso, no es erróneo entender el crédito como una forma moderna de trueque o de dinero, al menos desde una perspectiva schumpeteriana. El caso es que supone una nueva forma de moneda, cuya esencia moderna radica en la unidad contable. Ya no implica tanto un equivalente físico, del tipo que tal número de animales equivale a tal número de productos textiles (como ocurre con el trueque tradicional) o que tal moneda acuñada equivale a tantas monedas de acuñación diferente (como ocurre con la forma tradicional de dinero), sino a una moneda descorporeizada. Esto supone una contabilidad. Por su parte, la innovación está imbricada en relaciones tales que sólo pueden concebirse como neutras o armonizadoras en el caso de que se confundan las innovaciones y los inventos. Ahora bien, innovar en economía, es decir, emprender con éxito, no es lo mismo que inventar en ningún caso. Pueden darse casi a la vez, como ocurre con un invento que revoluciona las relaciones socioeconómicas, pero es un error identificar innovación e invención. En cualquier caso, obsérvese que las precisiones conceptuales y las repercusiones históricas que Schumpeter le supone al crédito y la innovación cuanto menos convocan a una consideración filosófica, irreductible al tratamiento característico del economista. Él fue totalmente consciente de esto y así lo reivindicó en sus últimos diez años de vida. 

Para nuestro autor, la Destrucción Creadora es el hecho esencial del capitalismo [the essential fact about capitalism], al que considera una civilización [civilization] marcada por el emprendimiento creador [creative entrepreneurs]. Esto, a su juicio, es lo que ha generado la mayor parte de innovaciones tecnoeconómicas en su sentido moderno y ha sido condicionado y potenciado por acreedores, a los que identifica con los capitalistas. Donde no hay innovación de este tipo, entendida como creación que destruye relaciones socioeconómicas existentes, tampoco hay capitalismo. Schumpeter llega a estas conclusiones tras comentar y discutir durante décadas, como estudiante y profesor, en Europa y en Estados Unidos, tres tradiciones: el marginalismo, el historicismo y el marxismo. Con todo, esta tercera tradición, y sobre todo la obra de Marx, es lo que más le acabará influyendo en su concepción de la modernidad. 

Schumpeter no se compromete con la expresión “Destrucción Creadora”. No acude literalmente a ella cuando la tiene en mente. En la Trilogía de Harvard, que es como llamo al conjunto de sus libros redactados y publicados en Estados Unidos, apela a ella de diferentes maneras. Pero, sin duda, la expresión mencionada es la que más ha arraigado en la literatura sobre la obra schumpeteriana. Con todo, es oportuno remarcar dos aspectos sobre la historia de esta expresión tan tergiversada y que mueve nuestra investigación. Por un lado, ha sido tradicionalmente reprobada por los economistas. Según Samuelson, acaso el principal autor de la Economía como disciplina académica contemporánea, la Destrucción Creadora es básicamente una proyección romántica derivada del carácter artístico y atormentado de Schumpeter (Samuelson 1965, 1981). En este sentido, hay una considerable literatura formada por textos de historiadores de la economía y filósofos que han presentado a nuestro autor como a un nietzscheano, tanto para bien como para mal. Por otro lado, según he podido recoger a lo largo de la investigación, hay al menos dos lecturas diferenciadas sobre la obra schumpeteriana en general y sobre la Destrucción Creadora en particular, a saber: la documental y la revisionista o neoschumpeteriana. Mientras que para la lectura documental la Destrucción Creadora es una visión, lo que permite ver el capitalismo, para la revisionista se trata de algo que corroborar o incluso de una evidencia que, en un caso y en el otro, se puede codificar en pos de la optimización de la economía y la sociedad. Esta segunda lectura ha sido significativamente promocionada por la OCDE. 

Este trabajo supone una defensa y una radicalización de la lectura documental de Schumpeter, la cual nos conduce a mantener la siguiente hipótesis general: la Destrucción Creadora es el hecho esencial del capitalismo, como ya dijera nuestro autor reconstruyendo los textos de Marx sobre la modernidad, y en la actualidad comporta al menos uno de dos grandes compromisos, esto es, asumirla como deseo o como principio crítico. En términos prácticos, esto puede sintetizarse en que la experiencia moderna o capitalista implica en nuestros días al menos una de las siguientes asunciones, a saber: o el mito del emprendedor o las políticas fáusticas. Mientras que la primera asunción se manifiesta en unas relaciones generadas por el imperativo “emprende”, según el cual se concibe la realidad bajo la óptica de la empresarialidad hasta el punto de normalizarse la conciencia de ser un “empresario de sí”, de acuerdo a la expresión asociada a Michel Foucault (Foucault 2007), la segunda comporta un compromiso “trágico”, por el que se advierte la imposibilidad histórica de una realidad regida por una razón sustantiva, un tiempo cíclico, un bien común o un utilitarismo eficiente. Como diría Marshall Berman, la política fáustica comporta una conciencia radical del fin del “pequeño mundo”, arrasado de forma irreversible por el capitalismo, y cualquier alternativa que lo ignore no conlleva sino a una política pseudofáustica, tal vez autocomplaciente pero anacrónica (Berman 1988). O, como diría Schumpeter, carente de experiencia histórica [historical experience]. Todo esto supone una serie de cuestiones que han ido delimitando la presente investigación, generando y confirmando su encuadre o marco teórico. Lo expongo a continuación en una serie de puntos. 

El primer punto es una crítica a la lectura revisionista de Schumpeter. Según esta lectura, nuestro autor fue un economista pesimista que, pese a sus brillantes intuiciones, no pudo completar sus investigaciones de una forma satisfactoria debido a sus limitaciones para la formalización matemática, la cual rehusó en su obra madura. Los revisionistas consideran que Schumpeter destacó especialmente por sus “opiniones” generales en torno a la innovación, las cuales, no obstante, desarrolló de una manera incompleta y al margen del tecnicismo propio de los economistas profesionales. Es por esto que tratan de actualizarlo con datos y recursos disponibles en la actualidad, desde fórmulas a estadísticas, a fin de poder homologar lo que dijo en su momento dentro de los estándares de la ciencia económica contemporánea y poder citarlo como a un clásico para el estudio de los sistemas de innovación, en el sentido promocionado en el siglo XXI por la OCDE y economistas e ideólogos afines, como Alan Greenspan (Greenspan 2007, OECD-EUROSTAT 2006). Relacionado con esto, un aspecto implícito en el neoschumpeterismo es lo que llamo la asunción del mito del emprendedor. Mediante este mito se postula que el imperativo “¡emprende!” es un criterio para explicar y potenciar la optimización de la economía en cualquier sociedad humana. Dicho imperativo está presente dentro y fuera de la academia y tiene repercusiones diversas y muy notables1 . Y es así como muchos lo defienden y prescriben. En este sentido, la Destrucción Creadora ya no es tanto lo que distingue trágicamente al capitalismo: para los revisionistas, a diferencia de lo sostenido por nuestro autor, es lo que hay que confirmar en la teoría y generar en la práctica. 

La lectura revisionista parte de cuatro grandes afirmaciones sobre Schumpeter: que fue un genio que no acabó de desarrollar su obra; que se equivocó al rehusar el formalismo económico en sus análisis; que, por lo precedente, su tesis sobre la obsolescencia de la función emprendedora es errónea, ya que está supuestamente desacreditada por la historia; y que, pese a todo, es un autor que debe ser actualizado incluso frente a lo que él mismo sostuvo en pos de la explicación y la potenciación del crecimiento y el desarrollo económico. Mi defensa y radicalización de la lectura documental implica un rechazo inequívoco de estas afirmaciones. 

El segundo punto de mi marco teórico es la defensa de la lectura documental de Schumpeter. Mientras que el criterio principal del neoschumpeterismo es que la Destrucción Creadora es algo que corroborar o incluso una evidencia, el criterio principal de esta segunda lectura es que la Destrucción Creadora es una visión [vision], según las palabras textuales de nuestro autor. Este criterio tiene un triple sentido determinante en mi investigación. Por un lado, implica que la Destrucción Creadora es irreductible a codificación. No hay ni formalismo alguno que pueda agotarla ni programa (político, económico o ético) que pueda garantizar su feliz realización. La Destrucción Creadora es algo que o se ve o no se ve: formalizarla para justificar inferencias de lo que habrá o de lo que ha de haber es un contrasentido. O, por lo menos, implica trastornar el sentido de la obra madura de Schumpeter. En tanto visión, por otro lado, la Destrucción Creadora constituye la experiencia genuina de la modernidad. Experimentarla implica ver el capitalismo, al menos lo que éste tiene de civilización diferenciada. Ni puede verse el capitalismo antes de que éste alcance cierto grado de realización y desarrollo –lo que Schumpeter identifica a “civilización”– ni cabe la posibilidad de dicho grado al margen de lo que contienen los procesos de modernización, esto es, desde la estatalidad moderna a las formas modernas de conocer, pasando por las creaciones artísticas modernas y los ideales éticos modernos. Por lo demás, dado que dicha visión es resultante de la proliferación torrencial de innovaciones tecnoeconómicas, la cual es debida al emprendimiento creador, la Destrucción Creadora es inmanente al capitalismo. Donde éste se da, hay Destrucción Creadora, y a la inversa, sea triunfante (como a partir de la Revolución Industrial y con los sucesivos paradigmas tecnoeconómicos) o no. En la lectura documental, Schumpeter no es sólo un economista: es un historiador y un filósofo que estudia el capitalismo y cuya obra madura todavía está por explorar. Partiendo de todo esto, intento radicalizar esta lectura con las siguientes consideraciones. 

En efecto, ya como consideración, el tercer punto de mi marco teórico apunta a sostener que la Destrucción Creadora está presente en la obra de Marx. Esto es algo que no sólo se desprende de los estudios y comentarios de Schumpeter, que es en lo que debe centrarse una lectura documental como la señalada: nuestro autor insiste expresamente en ello en su obra madura. Asimismo, es algo que puede confirmarse comparando las obras de ambos autores y a lo que han aludido algunos estudiosos, especialmente académicos marxistas anglosajones, desde Paul Sweezy a Tom Bottomore. Pienso que este punto es insoslayable para cualesquiera investigaciones futuras que quieran profundizar, defender o criticar la Destrucción Creadora. Igualmente insoslayable, especialmente para contraponerlos, es que Schumpeter remarca que Marx no supo explicar dicha visión. Según nuestro autor, la razón principal de esto es haber carecido de una teoría del emprendimiento, en buena parte debido al hecho de que Marx heredó acríticamente la distinción entre propietario (capitalista) y productor (trabajador) de la Economía Política británica. Este dualismo socioeconómico le impidió entender la función emprendedora. 

Cuarto, la idea de visión que se ha señalado le adviene a Schumpeter al intentar encajar a Marx en la historia del análisis económico. Nuestro autor entiende que toda visión es heredada, que está presente al investigar cualquier asunto y que sólo somos propiamente conscientes de ella al encontrarle un antecedente, es decir, al advertirla en la exposición articulada de algún investigador cuyo trabajo sea anterior a nuestra propia investigación. Es como si sólo rastreando en el pasado pudiéramos reconocer por qué vemos como vemos. Pues bien, además de reconocer que Marx es su antecedente en cuanto a la visión que él mismo reconoce en sus investigaciones, Schumpeter defiende que hay un antes y un después de Marx en la historia del análisis económico. Los autores precedentes partían de una visión diferente, una visión del equilibrio, por la que la economía se considera cuanto menos potencialmente equilibrada. Se trata de una visión presente desde que hay registros sobre asuntos económicos y que, en cierto modo, es secularizada por Adam Smith a partir de su recepción de la escolástica cristiana. El resultado de esta secularización puede considerarse un postulado de la economía convencional, que arranca con el mencionado autor escocés. Quizás por esto Marx no fue consciente de su propia visión, al ser el primer analista de la economía que vio la Destrucción Creadora, si bien él también la heredó. En cualquier caso, la ciencia económica contemporánea no sólo se constituye en buena parte frente a Marx y desarrollando a Adam Smith: también postulando la visión del equilibrio. Y como ocurrirá con Friedrich A. von Hayek –cuyo maestro, Ludwig von Mises, estudió con Schumpeter en Viena– incluso se llega a reivindicar el pensamiento escolástico nada menos que recogiendo el Nobel de Economía (Hayek 1989). Es por todo esto que Schumpeter llega prácticamente a concluir que hay dos grandes visiones en la historia del análisis económico: la presentada por Marx y la tradicional. 

Quinto, en línea directa con el precedente, aunque su autor fuera políticamente conservador y un admirador del capitalismo decimonónico, la obra schumpeteriana no sólo choca con la síntesis neoclásica que encarna significativamente el trabajo académico de Samuelson, sino también con la Escuela Austríaca y con la economía convencional que arranca con Adam Smith y David Ricardo. De hecho, estos autores supuestamente novedosos interpretan en términos seculares la idea de equilibrio, cultivada tradicionalmente por la escolástica, es decir, por un pensamiento desarrollado con anterioridad –y posteriormente de espaldas– a la historia y los conflictos derivados de la Revolución Industrial. No ven el capitalismo, y mucho menos los resultados de su triunfo, aunque vivan en presencia de éste. Todo esto ha llevado a que economistas contemporáneos de primera línea como Joseph E. Stiglitz presenten a Schumpeter como un outsider de la Economía (Stiglitz 2015). Pero consideraciones como ésta no pueden disimular que nuestro autor comparte la misma visión que Marx sobre el capitalismo, a pesar de que ambos no compartieran ideología. 

Sexto, la experiencia genuina de la modernidad, que Schumpeter sugiere como la visión de la Destrucción Creadora, antes que en Max, ya está presente en la obra de Johann Wolfgang von Goethe. Concretamente, en su Fausto. Esta tragedia moderna es proyectada, redactada y publicada en un periodo en el que coinciden producciones como el arraigamiento del primer paradigma tecnoeconómico con la expansión de la Revolución Industrial, los textos fundacionales de la Economía Política, especialmente de Adam Smith y Ricardo pero también de fisiócratas como François Quesnay y Jean-Baptiste Say, y de las ideas liberales y del capitalismo en territorio germánico. Asimismo, hay en dicha obra la representación de una 20 transición que no puede ser obviada, a saber: Fausto tiene una visión del equilibrio hasta que se compromete con Mefistófeles, cuyo pacto por escrito no es una mera licencia del poeta. A partir de dicho pacto, Fausto deviene un arquetipo literario de la Destrucción Creadora. 

Esta lectura que relaciona el Fausto de Goethe con la Destrucción Creadora de Schumpeter ha sido explícitamente remarcada por David Harvey, quien, siguiendo a otros autores marxistas como György Lukács y Marshall Berman, entiende que la versión que el poeta alemán presenta de Fausto representa la Destrucción Creadora en tanto que personificación de los procesos de modernización (Harvey 1990). No es casual que sean los seguidores de Marx quienes más hayan insistido en las condiciones históricas y trágicas de la Destrucción Creadora hasta el punto de presentarla como algo independiente de la teoría, así como reconocible en expresiones artísticas, e irreductible al trabajo de los economistas convencionales, quienes normalmente desconsideran aspectos fundamentales de las relaciones socioeconómicas modernas en pos de formalismos. De hecho, sin haber hecho referencias explícitas a Goethe, Schumpeter ya presentó la Destrucción Creadora en estos términos en Capitalism, Socialism and Democracy, donde, además de dedicar casi tres cuartas partes del texto a la obra de Marx, la posibilidad del socialismo y la historia política del marxismo, acusa a los economistas profesionales de no atender pormenorizadamente a los problemas históricos y a los efectos transformadores del capitalismo. Tal como lo plantea nuestro autor, están cegados por postular el equilibrio en las relaciones socioeconómicas. 

Séptimo, la experiencia genuina de la modernidad, representada por el personaje goetheano de Fausto, implica lo que llamo el sustrato, que siempre es “sustrato de conocimiento”. Por éste entiendo algo similar a lo que Lukács llama “ser social”, el cual se contrapone a la “conciencia social” apelada por autores como Max Weber, por un lado, y, por otro, implica unas condiciones comunes para la sociedad y la subjetividad, siendo así irreductible a cualquier suerte de “voluntad” (individual, histórica, cósmica, etc.), y cuyo estudio depende de un método que Schumpeter, siguiendo muy probablemente al mencionado filósofo húngaro, llama la “quintaesencia del marxismo”; un método cuya exposición más clara se encuentra, como recordara Lukács, en el prefacio que Marx escribe en 1859 para su Contribución a la Crítica de la Economía Política. 

Schumpeter sugiere que el sustrato de la Destrucción Creadora, de la experiencia genuina de la modernidad, de lo que permite ver la civilización capitalista, puede retrotraerse a la época en la que surge una simbiosis radical entre el crédito y el emprendimiento creador, esto es, entre finales de la Edad Media y principios del Renacimiento. No es nada casual que esta simbiosis sea la que representa magistralmente Goethe con su versión del Fausto: mientras Mefistófeles representa al acreedor moderno, al capitalista, Fausto representa la condición humana afectada por el emprendimiento creador. Se trata de dos personajes representativos de los procesos de modernización que subyacen a las teorizaciones y reflexiones de Schumpeter y por los que pueden rastrearse ciertas continuidades históricas relativas a la sociedad y la subjetividad a fin de justificar la idea de capitalismo como civilización. 

Octavo, lo que tiene de novedoso la época de Goethe para la filosofía política contemporánea no es ya que las innovaciones tecnoeconómicas comiencen a generar paradigmas, que la Economía Política devenga una disciplina académica y que el capitalismo comience a revolucionar lo que después será el II Reich, sino la crisis irreversible del utilitarismo. Si bien éste empieza a presentarse entonces como una opción política y ética, sobre todo a partir de la difusión de la obra de Jeremy Bentham, Schumpeter lo remonta a Tomás de Aquino y a cómo éste y los escolásticos fundamentan un presunto “Bien Común” promocionado desde el Renacimiento a la actualidad. Se trata, no obstante, de un vestigio de la sociedad precapitalista que supone la visión del equilibrio, la cual deviene simplemente incompatible con una lectura crítica de la sociedad y la subjetividad a partir de los tiempos de Goethe. Entonces la Destrucción Creadora pasa a ser la única visión adecuada para entender las relaciones socioeconómicas en expansión. 

Noveno, la Destrucción Creadora no fue propiamente pensable antes de la expansión de la Revolución Industrial, si bien es anterior a ésta. Aunque su sustrato se remonte a antes del Renacimiento y la subjetividad y la sociedad capitalistas puedan advertirse ya en obras como Robinson Crusoe de Daniel Defoe y La fábula de las abejas de Bernard de Mandeville, la experiencia genuina de la modernidad supone el pensamiento evolucionista para poder ser representada, sea mediante personajes o conceptos, sea desde relatos o teorías. En efecto, no puede haber capitalismo sin evolución ni proyectarse un todo-en-evolución sujeto al par ‘destruir/crear’, que es como se proyecta el capitalismo cuando se reconoce que su hecho esencial es la Destrucción Creadora, sin un pensamiento evolucionista. Y dicho pensamiento, que dista tanto de cualquier presunto “eterno retorno” como de posibilitar concepciones homogéneas (ahí están, por ejemplo, los evolucionismos de Condorcet, de Comte, de Hegel, de Darwin, de Schmoller, etc.), no arraiga antes de finales del siglo XVIII. Es por entonces, en la época en que Goethe elabora su Fausto, cuando el tiempo cíclico es destruido y comienza a arraigar una concepción evolutiva del tiempo. Es ésta la que hará posible una idea clave para entender el capitalismo al margen de cualquier equilibrio general, sea de partida 22 (macroeconomía, keynesianismo) o de llegada (microeconomía, marginalismo), y de la que Marx será el primero en tomarse radicalmente en serio, a saber: la del ciclo económico. 

El último de los puntos que considero más importante remarcar para el encuadre de mi investigación es negar algunas de las valoraciones, más o menos originales, que se han hecho en los últimos años sobre la Destrucción Creadora. Schumpeter verbaliza la experiencia genuinamente moderna y de su obra madura cabe inferir lo siguiente: los procesos de modernización, que pueden identificarse con la civilización capitalista, implican una tragedia generalizada y carente de cualquier tipo de teleología o deontología efectiva. La visión de la Destrucción Creadora depende radicalmente de relaciones históricas concretas y conflictivas que se generalizan y que podrían extinguirse; así como el “Bien Común” y el “eterno retorno” devinieron vestigios de ciertas civilizaciones pretéritas, la experiencia genuina de la modernidad es una experiencia estrictamente moderna, capitalista. Es por esto que no tiene sentido suponer la Destrucción Creadora ni como una suerte de percepción arquetípica más o menos innata en nuestra especie, ni como la secularización de ciertas nociones teológicas, ni como la base para una ontología general, tal como han sostenido algunos autores que se discuten en este trabajo. 

Indicados los principales puntos para encuadrar la presente investigación doctoral, procurando con ello defender y radicalizar la lectura documental de Schumpeter en contraposición a las lecturas revisionistas o neoschumpeterianas dominantes, paso a justificar el subtítulo de la presente tesis en relación con una serie de cuestiones que, además de conformar la estructura de mi investigación, resultan pertinentes para las investigaciones y los debates abiertos en el marco académico en el que he realizado esta tesis doctoral. En primer lugar, el significado histórico de la Destrucción Creadora y, por tanto, la pregunta por cómo se origina la experiencia genuina de la modernidad y llega hasta nuestros días, siguiendo a Schumpeter, nos lleva al intento de articular cuatro fenómenos capitalistas todavía desconsiderados por la conceptualización filosófica: el emprendimiento creador, el crédito moderno, la sincronización de la producción y los paradigmas tecnoeconómicos. En segundo lugar, el estado actual de tales fenómenos capitalistas –ya que no responden a formas absolutas o inamovibles, puesto que son radicalmente históricas– es constitutivo no sólo de lo que llamo la fase infoindustrial del capitalismo, sino de, como ya he avanzado, un compromiso más o menos tácito o enfático bien con el mito del emprendedor, bien con las políticas fáusticas. Valgan las siguientes aclaraciones. 

Primero, pese a su abusiva presencia en el capitalismo contemporáneo, el emprendimiento no comporta un concepto unívoco; obviar esto no es sino uno de los efectos del mito del 23 emprendedor al que ya he aludido. Tal como lo expone Schumpeter en su obra madura, cabe diferenciar al menos dos tipos de emprendimiento: el adaptador y el creador. Ambos implican la innovación tecnoeconómica, esto es, toda novedad que transforma las relaciones socioeconómicas mediante la combinación de producciones existentes. Ejemplos de este tipo de innovación van desde la rueda al iPhone. Lo que diferencia a ambos tipos de emprendimiento no es el qué, sino el cómo. Mientras que el emprendimiento adaptador implica el decreto político y la financiación pública en pos de mantener un orden socioeconómico dado, el emprendimiento creador implica la iniciativa y el capital privados en pos de desequilibrar – cuando no aniquilar totalmente– las relaciones socioeconómicas heredadas; cabe decir que las transformaciones resultantes no siempre coinciden con lo prometido o repetido por ideólogos y propagandistas. Este segundo tipo de emprendimiento es el propio del capitalismo, el que subyace a los procesos de modernización y el que, según la terminología schumpeteriana, posibilita el paso de una civilización objetiva a una civilización subjetiva. En esta civilización, el subjetivismo y la gestión reemplazan continuamente lo dado, mermando así la posibilidad de irrevocabilidad de la tradición. 

Segundo, el crédito moderno es la otra cara del emprendimiento creador. Van siempre juntos, como cimientos del capitalismo, pero nunca se confunden entre sí. Schumpeter criticó constantemente a Marx por haberlos confundido, incluso ignorado, como prueba el hecho de que éste hablara indistintamente de “burgueses” y “capitalistas” al tiempo que obviaba a los “emprendedores”. De hecho, nuestro autor no sólo identifica a los acreedores modernos con la clase capitalista sino que niega que ésta esté fijada, sin posibles convulsiones fatales, y niega también que los emprendedores conformen una clase. Asimismo, en su crítica a Marx, nuestro autor apunta a que lo que realmente ha posibilitado una clase capitalista, esto es, un grupo socialmente diferenciado de acreedores modernos, no es tanto la acumulación de capital como tal, que sería un efecto, sino la racionalización gestora. El principio elemental de esta racionalización es el cómputo, su ejercicio consiste en la contabilidad y su ejemplo más característico es el cálculo coste-beneficio. Por lo demás, lo que a Schumpeter realmente le interesa de la racionalización gestora es que ha construido una nueva forma de moneda. En efecto, como ya se ha avanzado, no es que el crédito sustituya al dinero, así como tampoco éste se limitó a sustituir al trueque o el intercambio básico, sino que representa la descorporeización de la moneda y, por extensión, del dinero. Con los procesos de modernización, lo que permite operar en los mercados, incluso crearlos, ya no es tanto lo que se tiene, sino lo que se cuenta. Esto, que es posibilitado por el crédito, es producto de la racionalización gestora. 

Hay que subrayar que la racionalización gestora no se limita a lo estrictamente económico: está presente desde la Física Matemática a la revolución digital, pasando por la organización de una fábrica industrial y la aplicación y el desarrollo de la aritmética en relación con la experimentación y los números arábigos. Pero hay que insistir en que no se trata en absoluto de una racionalización con presencia universal, ya que su conformación implica una sofisticación de la unidad contable que nos remite a las obras de Leonardo de Pisa y Luca Pacioli, italianos cuyas obras se elaboran entre los siglos XIII y XVI. Asimismo, no es reductible ni a la racionalización psicológica ni a la filosófica, cuyos principios elementales son, respectivamente, la creencia y el concepto. Es la racionalización gestora, por la que se desarrolla el crédito moderno, la que posibilita proyectar una acumulación ad infinitum incluso antes de que ésta se haya siquiera iniciado. Con todo, pese a que este diagnóstico general pueda recordar al que Martin Heidegger presenta sobre la ciencia moderna en la década de 1930 (Heidegger 2010), lo cierto es que la racionalización gestora disuelve las posibilidades de cualquier “época de la imagen del mundo”. En el capitalismo, toda objetividad se relativiza. 

Tercero, la sincronización de la producción tiende a la extinción con el desarrollo del capitalismo. Donde hay capitalismo, hay emprendimiento creador y crédito moderno que deterioran tal sincronización, propio de lo que Schumpeter llama civilizaciones objetivas. Por decirlo con las metáforas de Berman, el “pequeño mundo” se disuelve cuando Fausto pacta con Mefistófeles. El capitalismo constituye sociedades evolutivas en detrimento de sociedades estacionarias, en las que la producción está sincronizada de acuerdo a una serie de patrones estables. Como dice Thomas K. McCraw, la Destrucción Creadora disuelve tales patrones, los cuales establecen subjetivaciones reacias a abrazar los bienes materiales, a apostar por el beneficio y el desarrollo, a asumir un sentido amplio de libertad personal, a liberar el trabajo de cárteles y gremios, a decidir libremente sobre las herencias, a desarrollar finanzas basadas en el crédito y a conceptualizar la propiedad y el respeto por la legislación común (McCraw 2007: 145-150). En una sociedad estacionaria, esta lista de McCraw genera rechazo o incluso condenas. Un efecto general y concreto de las disoluciones de los patrones que condicionan tales rechazos y condenas en el mundo precapitalista, aunque no estrictamente económico, lo encontramos en la transición del “mundo cerrado” al “universo infinito” teorizada por el filósofo e historiador de la ciencia Alexandre Koyré (Koyré 1979). Dicha transición no es otra que hacia la civilización capitalista, con sus sociedades y subjetividades consiguientes, las que construyen y piensan el mundo moderno. 

El fin de la sincronización de la producción no sólo se limita a disolver una serie de patrones más o menos universales en civilizaciones precapitalistas. No tiene sólo un efecto disolvente: también comporta una serie de rasgos civilizatorios. Dos ya han sido mencionados, a saber, la racionalización gestora y la concepción evolutiva del tiempo, pero hay que mencionar al menos otros tres. Por un lado, una nueva extensión de mercado, basado en la destrucción de mercados realmente existentes en favor de otros nuevos. A esta extensión la llamo intensiva, en contraposición a la cuantitativa, que implica sólo la expansión o permanencia de los mercados realmente existentes, y a la cualitativa, que consiste en agregar nuevas mercancías a los mercados existentes. Por otro lado, la civilización capitalista comporta un sentimiento cotidiano de necesidad, advertido ya por quien acuña el concepto clásico de “emprendedor” [entrepreneur], Richard Cantillon (Cantillon 1950), que se reconoce en la progresiva dependencia de la compra y la venta para el consumo de bienes en detrimento radical de las diversas formas de aprovisionamiento. De acuerdo a Cantillon, esta dependencia está ligada a la proliferación y desarrollo de las ciudades. Finalmente, éstas devienen históricamente no sólo meros espacios vitales, sino lo que en este trabajo se han llamado entornos fáusticos. Se trata de los entornos característicos de lo que Schumpeter llama sociedades evolutivas a partir de la Revolución Industrial. A tales entornos le subyacen dos caras de una misma moneda que operan como criterios ante las relaciones socioeconómicas, a saber, la gestión y el subjetivismo. Ambos son inherentes a la racionalización gestora. 

Cuarto, el fin de la sincronización de la producción se consolida con la aparición de los paradigmas tecnoeconómicos. Con estos ya no surgen innovaciones tecnoeconómicas a disposición más o menos directa de los agentes implicados. Con la aparición de tales paradigmas, por el contrario, todo agente pasa a estar potencialmente a disposición del estado tecnológico de las innovaciones paradigmáticas de la época. Este tipo de paradigmas, como los presentados por el filósofo Thomas S. Kuhn (Kuhn 1975), generan “sentidos comunes” correspondientes, condicionando así teorías y prácticas. A partir de esto, de donde también se deriva un poder burocrático particular, Schumpeter advierte durante la Segunda Guerra Mundial la irreversible obsolescencia del emprendedor creador. Su conclusión al respecto es que el capitalismo no puede sino morir de éxito. 

Quinto, la obsolescencia del emprendedor no ha dado como resultado el triunfo del socialismo tal como Schumpeter imaginó. Aun es más: desde la muerte de éste, han surgido nuevos paradigmas tecnoeconómicos y la propia OCDE propone pensar las relaciones socioeconómicas en términos de sistemas de innovación para analizar e intervenir las sociedades existentes, todo 26 lo cual con un notable recibimiento favorable por parte de nuestros contemporáneos. La principal razón de esto, a mi juicio, es que dicha obsolescencia abrió paso a lo que en esta tesis he considerado como el mito del emprendedor. Así, el emprendedor fáctico ha dado paso a un emprendedor mítico, que no opera de primeras tanto revolucionando las condiciones socioeconómicas existentes cuanto respondiendo al imperativo “¡emprende!”. Este imperativo se extiende y se reconoce junto con lo que llamo el emprendedorismo, esto es, una suerte de lengua por la que sobreabundan expresiones como «flexible», «original», «resiliencia», «creativo», «proactividad», «dinámico» e «innovador», entre otras. De forma paralela al paso del emprendedor fáctico al mítico, la Destrucción Creadora ha pasado de ser lo que pasa en el capitalismo a ser, además, lo que ha de pasar. En esta transición tiene un gran peso la llamada “cultura de la empresa” promocionada en tiempos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. 

Con la conciencia del paso del ser al deber ser de la Destrucción Creadora prácticamente deviene un dilema moral insoslayable el considerar la proyección actual de esta visión, del hecho esencial del capitalismo según Schumpeter. Dicha consideración implica al menos una de dos opciones. Por un lado, asumir el mito del emprendedor y, con ello, entender la Destrucción Creadora como una suerte de destino de la especie humana. O, por lo menos, como la condición necesaria para la optimización de la vida. Por otro lado, asumir la Destrucción Creadora como principio crítico, esto es, no sólo asumirla como aquello que nos permite ver el capitalismo sino también relativizarlo, reducirlo no a un destino sino a una historia razonada, con su principio, desarrollo y fin. Esta idea, que nuestro autor rescata explícitamente de Marx, es uno de los objetivos capitales de la Trilogía de Harvard. Y, valga decirlo, es a este propósito al que también pretende servir esta tesis, sin por ello pretender un quimérico planteamiento neutral. 

La presente tesis doctoral está divida en tres partes. En la primera, que consta de dos capítulos, intento justificar la idea schumpeteriana según la cual la Destrucción Creadora no sólo es el hecho esencial del capitalismo, sino que éste ha entrado en una nueva fase durante las últimas décadas y que dicha fase puede ser entendida a partir de la Trilogía de Harvard, a pesar de que ésta se clausurara en 1950 con la muerte de nuestro autor. Para ello argumento lo que llamo el paso del emprendedor fáctico al emprendedor mítico y, siguiendo a Harvey, presento al neoliberalismo como una gramática autoritaria que no puede identificarse ni con el capitalismo ni con el emprendedorismo. Esto me lleva a discutir algunas tesis célebres de Foucault, en concreto las de la gubernamentalidad y el pastorado, pero también la idea de Homo Œconomicus tal como lo han presentado el intelectual francés, algunos de sus seguidores actuales y los economistas convencionales desde el siglo XIX. La idea general que se intenta exponer en esta primera parte es que, siguiendo a Schumpeter, donde hay capitalismo hay Destrucción Creadora y, por tanto, no cabe suponer que impere por doquier una suerte de racionalidad omnímoda y unívoca en condiciones capitalistas. Ni siquiera una supuesta “razón neoliberal”. El valor de esta idea es de carácter filosófico y político, para pensar tanto la historia del capitalismo como su porvenir. 

Lo que pretendo en la segunda parte de la tesis es responder de forma razonada si hay un pensamiento original en la Trilogía de Harvard. Descartada una respuesta afirmativa, dedico un capítulo a analizar cada una de las hipótesis más fundamentadas sobre las fuentes del pensamiento maduro de Schumpeter, que son tres. La primera, que es también la dominante entre economistas, es que dicha trilogía supone una suerte de adaptación retórica de los escritos juveniles de nuestro autor. La segunda, actualmente considerada por ciertos historiadores de la economía, apunta a que Schumpeter fue, si no un disimulado miembro de la Escuela Histórica Alemana, un economista humanista. La tercera, sostenida desde sus tiempos de Harvard por autores tan próximos a él como Sweezy, es que Schumpeter fue un crítico del marxismo cuya obra madura es, en cierto modo, una reconstrucción del pensamiento de Marx. Tras comentar estas tres hipótesis, considero que la tercera no sólo es la más coherente dado el material disponible: también es la que permite una mayor actualidad tanto de Marx como de Schumpeter. 

Partiendo ya expresamente de Schumpeter como reconstructor de Marx, divido la tercera parte en dos capítulos, tratando de comentar de forma pormenorizada lo que entiendo por el significado histórico de la Destrucción Creadora y su proyección actual. Por un lado, explico qué es la visión según Schumpeter y cómo y por qué la Destrucción Creadora nos permite ver el capitalismo. Por otro lado, comento y discuto algunos intentos contemporáneos de codificar dicha visión desde la consideración de los paradigmas tecnoeconómicos existentes a fin de posibilitar, presuntamente, la optimización de cualquier sociedad. En todo caso, no obstante, subrayo que asumir la Destrucción Creadora como teoría o como práctica, como deseo o como principio crítico, no puede sino implicar un compromiso con la tragedia. De ahí que el estudio de los procesos de modernización que condiciona la Destrucción Creadora desemboque en una filosofía política irreductible a cualquier tipo de normativismo, esto es, a cualquier compromiso o acción subsumida a normas.

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