CRECIMIENTO ECONÓMICO, DESIGUALDAD Y POBREZA: UNA
REFLEXIÓN A PARTIR DE KUZNETS
Adolfo Sánchez Almanza*
Fecha de recepción: 16 de diciembre de 2005. Fecha de aceptación: 27 de abril de 2006.
Resumen
En este trabajo se exponen algunas reflexiones teóricas básicas a partir de la hipótesis de Kuznets que relaciona el crecimiento económico con cambios en la desigualdad en el ingreso de la población, se revisan algunas aportaciones de otros autores en esa línea y se analiza el comportamiento de esas variables en América Latina y México mediante datos representativos en series de largo plazo; asimismo se concluye con una breve lista de propuestas relacionadas con mecanismos redistributivos dirigidos a la población más pobre.
Palabras clave: crecimiento económico, desigualdad, ingreso, población y mecanismos
redistributivos.
Abstract
This study makes some basic theoretical reflections using the Kuznets hypothesis which relates economic growth to changes in the population’s income inequality, reviewing some of the contributions of other authors in this area and analyzing the performance of these variables in Latin America and Mexico via representative data in long-term series; it also concludes with a brief list of proposals related to redistributive mechanisms targeting the poorest part of the population.
Key words: economic growth, inequality, income, population and redistributive mechanisms.
* Investigador Asociado en el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM donde es Coordinador del Seminario de Economía Urbana y Regional. Correo electrónico: asag@servidor.unam.mx
Résumé
Dans ce travail on expose quelques réflexions théoriques de base à partir de l’hypothèse de Kuznets qui met en relation la croissance économique avec des changements dans l’inégalité du revenu de la population, on y révise certains apports d’autres auteurs dans cette même ligne et on analyse le comportement de ces variables en Amérique Latine et au Mexique au moyen de données représentatives dans des séries à long terme; en conclusion, une courte liste de propositions en relation avec des mécanismes redistributifs dirigés vers la population la plus pauvre. Mots-cléfs: croissance économique, inégalité, revenu, population et mécanismes redistributifs.
Resumo
Neste trabalho apresentam-se algumas reflexões teóricas básicas a partir da hipótese de Kuznets que relaciona o crescimento econômico com mudanças na desigualdade no ingresso da população, revisam-se algumas aportações de outros autores nessa linha e se analiza o comportamento destas variáveis Na América Latina e no México mediante dados representativos em séries de longo prazo; igualmente, se conclui com uma concisa listagem das propostas relacionadas aos mecanismos redistributivos dirigidos à população mais pobre.
Palavras chave: Crescimento econômico, desigualdade, ingresso, população e mecanismos redistributivos.
Introducción
La desigualdad y la pobreza son dos de los más graves problemas sociales que, en general, resultan de las relaciones históricas que se establecen entre las esferas de la sociedad, el Estado y el mercado. Esos fenómenos se observan a escala mundial entre regiones y países, y al interior de cada uno de éstos. En una línea de investigación se los ha relacionado con algunas dimensiones como el crecimiento económico, la distribución del ingreso, el comportamiento del gasto público y las condiciones sociales analizadas mediante diferentes variables e indicadores. En este trabajo se revisan algunas propuestas teóricas y análisis empíricos asociados a los planteamientos formulados por Simón Kuznets y a su aplicación a los casos de América Latina y México.
Modelos de distribución
La relación entre crecimiento económico y distribución del ingreso ha sido estudiada por autores de diversas corrientes teóricas (véase Aguilera, 1998). Sin embargo, hasta la década de los setenta predominó la propuesta de Simón Kuznets, según la cual el reto económico central era lograr el crecimiento económico por medio de la modernización del aparato productivo, lo que a su vez permitiría reducir la desigualdad en la distribución del ingreso. Esta hipótesis era consistente con la experiencia de la mayoría de los países desarrollados. En naciones atrasadas este proceso sería una curva en forma de U invertida. En una primera fase A de crecimiento económico aumentaría la desigualdad en la distribución del ingreso, pero habría transferencias de mano de obra de sectores rurales y agrícolas de baja productividad hacia sectores urbanos e industriales de alta productividad en una fase B, con lo cual se ampliaría el mercado a los productos primarios, la desigualdad se estabilizaría por un tiempo, y luego se reduciría. Dicha hipótesis supone: a) un dualismo sectorial con diferencias de productividad en la economía, b) una elevada proporción de la población dependiente de actividades agrícolas, c) libre transferencia de población hacia el sector no agrícola acorde con el proceso de crecimiento económico y d) la productividad, la distribución del ingreso y la desigualdad en el sector no agrícola mayores que en el agrícola. Con estos supuestos los cambios en la desigualdad dependen de: 1) las diferencias de desigualdad entre sectores, 2) la concentración de la propiedad y los activos (ahorro) y 3) las políticas redistributivas que son aplicadas en las etapas avanzadas de crecimiento (Gráfica 1).1
1 Kuznets, en las conclusiones de su trabajo pionero, acepta que tal vez 5% sea información empírica y 95% especulación, y que en alguna de ellas posiblemente exista una contaminación de ilusiones
La hipótesis de Kuznets la confirman otros autores como Arthur Lewis, quien desarrolló un modelo teórico en el cual plantea que el crecimiento y la acumulación de capital se darían en el sector industrial moderno, los capitalistas contratarían un salario determinado y reinvertirían parte de sus ganancias; la distribución del ingreso mejoraría con la transferencia de trabajadores del sector tradicional de baja productividad al moderno; la desigualdad en el ingreso aumentaría inicialmente como promedio del alza del ingreso mismo, pero después se reduciría al pasar de una economía dual a una economía de un solo sector totalmente industrializado. Ese proceso supone un alto ritmo de crecimiento. Por su parte, Lydall desarrolla un modelo de dos sectores: el tradicional y el moderno, con variaciones en la productividad y la distribución intrasectorial del ingreso. A su vez, Robinson demuestra que existe un punto en el crecimiento económico en el cual la desigualdad alcanza su valor máximo y luego disminuye.
Sin embargo, otros investigadores cuestionan el modelo. Kravis, por ejemplo, señala que en la fase de industrialización el excedente y la dispersión de los ingresos aumentan rápidamente, y con ello la desigualdad, pero después no se puede determinar una tendencia clara.
(Kuznets, 1955). De igual manera, en otro trabajo hace una observación metodológica: “para asegurar una perspectiva adecuada y distinguir los movimientos a largo plazo de las fluctuaciones a corto plazo que acompañan a los ciclos económicos o a otros cambios pasajeros necesitamos estimaciones que cubran un periodo suficientemente largo. En mi propio trabajo [...] utilizo una extensión de cuatro o cinco décadas como periodo mínimo [...] en los Estados Unidos, los tipos de crecimiento revelan oscilaciones de 20 a 25 años, además de las fluctuaciones cíclicas que varían de cuatro a nueve años” (Kuznets, 1963:7).
Una breve historia del patrón oro, con un enfoque en los Estados Unidos
ETIQUETAS Economía globalHistoria de EEUUPatrón Oro
[Este artículo es parte de la serie Entendiendo la mecánica del dinero, de Robert P. Murphy. La serie se publicará como libro a finales de 2020.]
Para comprender plenamente nuestro actual sistema monetario mundial, en el que todas las grandes potencias emiten dinero fiduciario sin respaldo, es útil aprender cómo el sistema actual surgió de su forma anterior. Antes del dinero fiduciario, todas las principales monedas estaban vinculadas (a menudo con interrupciones debido a la guerra o a crisis financieras) a uno o ambos metales preciosos, el oro y la plata. Este sistema internacional de dinero basado en productos básicos alcanzó su cenit bajo el llamado patrón oro clásico, que caracterizó a la economía mundial desde el decenio de 1870 hasta el comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914.
Bajo un genuino patrón oro, la unidad monetaria de una nación se define como un peso específico de oro. Existe la acuñación «gratuita» de oro, lo que significa que cualquiera puede presentar lingotes de oro al gobierno para ser acuñados en monedas de oro de la denominación apropiada en cantidades ilimitadas (quizás con un pequeño cargo por el servicio). Yendo por el otro lado, en la medida en que haya billetes o monedas simbólicas emitidos por el gobierno como dinero oficial, estos pueden ser presentados por cualquiera para su inmediata redención en monedas de oro de cuerpo entero. Finalmente, bajo un genuino patrón de oro, no hay restricciones en el flujo de oro dentro y fuera del país, por lo que los extranjeros también pueden aprovechar las opciones descritas anteriormente.1
Hasta el día de hoy, los argumentos sobre el patrón oro no son sólo desacuerdos técnicos sobre el análisis económico. Más bien, el patrón oro a menudo sirve como un sustituto de «dinero sano», que fue un elemento central en la tradición liberal clásica de limitar la capacidad del gobierno para causar estragos en la sociedad. Como explica Ludwig von Mises:
Es imposible comprender el significado de la idea de dinero sano si uno no se da cuenta de que fue concebido como un instrumento para la protección de las libertades civiles contra las incursiones despóticas de los gobiernos. Ideológicamente pertenece a la misma clase que las constituciones políticas y las cartas de derechos. La demanda de garantías constitucionales y de cartas de derechos fue una reacción contra el gobierno arbitrario y el incumplimiento de las viejas costumbres por parte de los reyes. El postulado de la moneda sólida se planteó por primera vez como respuesta a la práctica principesca de degradar la moneda. Más tarde fue cuidadosamente elaborado y perfeccionado en la época en que —a través de la experiencia de la moneda continental americana, el papel moneda de la Revolución Francesa y el período de restricción británica— había aprendido lo que un gobierno puede hacer al sistema monetario de una nación. (negrita añadida)2
Huelga decir que en el presente capítulo no ofrecemos una historia exhaustiva del patrón oro, ni siquiera desde la limitada perspectiva de los Estados Unidos. Más bien, nos limitamos a intentar explicar su mecánica básica, y destacar algunos de los principales acontecimientos en la evolución del mundo desde un sistema monetario mundial basado en el dinero de los productos básicos producido por el mercado a nuestro marco actual, que se basa en los fondos fiduciarios emitidos por los gobiernos.
Los metales preciosos: el dinero del mercado
En el capítulo anterior, explicamos que el dinero no fue planeado o inventado por un rey sabio, sino que surgió espontáneamente de las acciones de los individuos. También explicamos por qué históricamente la gente se decidió por los metales preciosos, el oro y la plata, como ejemplos preeminentes de dinero mercancía.
En épocas más recientes —específicamente después de 1971, como documentaremos más adelante en este capítulo— la mayoría de los habitantes de la Tierra utilizan dinero fiduciario sin respaldo, emitido por diversos gobiernos (o bancos centrales que actúan en su nombre), que no puede ser canjeado por ningún otro producto.
Sin embargo, entre estos dos extremos hubo un largo período en el que los gobiernos emitieron monedas soberanas que se definieron como pesos de oro y/o plata. En los EEUU, las monedas estampadas con ciertos números de dólares contendrían en realidad el contenido apropiado de oro o plata, como una moneda de oro de 20 dólares de doble águila que contiene 0,9675 onzas troy de oro. Además, después de que el gobierno de los EEUU comenzara la práctica de emitir billetes de papel de varias denominaciones de dólares, cualquiera podía presentar el papel para su canje en las correspondientes monedas de cuerpo entero. Incluso durante los períodos en que se suspendía el canje de especies —como sucedía a menudo durante las guerras— el público generalmente asumía (correctamente) que las monedas de papel del gobierno finalmente se vincularían de nuevo a los metales preciosos, y esta expectativa ayudó a anclar el valor del papel moneda.
Explicador: tipo de cambio «fijo» vs. fijación de precios del gobierno
Cuando varios países participan en un patrón oro, es típico decir que sus gobiernos han adoptado un régimen de «tipos de cambio fijos», en el que las diversas monedas soberanas se comercian entre sí en proporciones constantes.
Por el contrario, economistas como Milton Friedman han escrito ensayos persuasivos3 que abogan por unos tipos de cambio flexibles o «flotantes», en los que los gobiernos no intervienen en los mercados de divisas sino que dejan que la oferta y la demanda determinen cuántos pesos se negocian por un dólar. Parte del argumento de Friedman es que cuando los gobiernos intentan «fijar» el valor de su moneda —generalmente apuntalándola por encima del nivel de liquidación del mercado— esto conduce a un exceso de la moneda nacional (sobrevalorada) y a la escasez de divisas (infravaloradas). Por lo tanto, si los economistas se oponen a la fijación de precios en lo que se refiere al salario mínimo y al control de la renta, ¿no deberían oponerse también en los mercados de divisas?
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Aunque el mismo Friedman obviamente entendió los matices, este tipo de razonamiento podría confundir al lector promedio. Bajo un patrón oro, los gobiernos no usan la coerción para «fijar» los tipos de cambio entre las diferentes monedas. Por lo tanto, la política aquí no es nada como que los gobiernos establezcan salarios mínimos o alquileres máximos de apartamentos, donde la «fijación» se realiza a través de multas y/o tiempo de prisión impuestas a los individuos que realizan transacciones fuera del rango de precios aprobado oficialmente.
En cambio, bajo un patrón oro, cada gobierno hace la oferta permanente al mundo de redimir su propio papel moneda en un peso específico de oro. Esta oferta es completamente voluntaria. Nadie en la comunidad tiene que cambiar billetes por oro; la gente simplemente tiene la opción de hacerlo.
Sin embargo, dado que dos gobiernos diferentes se comprometen a rescatar sus respectivas monedas en pesos definitivos de oro, es un cálculo sencillo determinar el tipo de cambio «fijo» entre esas dos monedas. Por ejemplo, en el año 1913, cerca del final de la era del patrón oro clásico, el gobierno británico estaba dispuesto a redimir su moneda a la tasa de 4,25 libras esterlinas por onza de oro, mientras que el gobierno de los Estados Unidos lo haría a la tasa de (aproximadamente) 20,67 dólares por onza de oro. Estas respectivas políticas implicaban —utilizando simple aritmética— que el tipo de cambio entre las monedas se «fijaba» en unos 4,86 dólares por libra esterlina. Sin embargo, esta relación no se mantuvo por coacción, y el tipo de cambio real del mercado de dólares por libras se desvió de hecho del punto de anclaje de 4,86 dólares. Es sólo que si el tipo de cambio del mercado se movía demasiado en cualquier dirección, eventualmente se volvería rentable para los especuladores de divisas enviar oro de un país a otro, en una serie de operaciones que harían retroceder el tipo de cambio del mercado hacia el punto de anclaje «fijo».
Para ver cómo funciona esto, supongamos que el gobierno de los EEUU (allá por 1913) comenzó a imprimir nuevos dólares muy rápidamente. Otras cosas iguales, esto reduciría el valor del dólar frente a la libra esterlina. Supongamos que cuando todos los nuevos dólares inundaron la economía, en lugar de los habituales 4,86 dólares para «comprar» una libra esterlina, el precio se había ofertado hasta 10 dólares.
A este precio, habría una enorme oportunidad de arbitraje: específicamente, un especulador podría empezar con 2.067 dólares y presentarlo al gobierno de los EEUU, que estaría obligado a entregar 100 onzas de oro. Luego el especulador podría enviar las 100 onzas de oro a través del océano a Londres, donde el oro podría ser intercambiado con las autoridades británicas por 425 libras. Por último, el especulador podría llevar sus 425 libras al mercado de divisas, donde podría negociarlas por 4.250 dólares (porque en este ejemplo supusimos que el precio en dólares de una libra esterlina había sido ofertado hasta 10 dólares en el mercado de divisas). Así, en este simple relato, nuestro especulador comenzó con 2.067 dólares y lo transformó en 4.250 dólares, menos los gastos de envío.
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Además de cosechar un gran beneficio, las acciones del especulador en nuestro cuento también tendrían los siguientes efectos: (a) drenaría el oro de las bóvedas del gobierno de los EEUU, proporcionando a las autoridades americanas una motivación para detener su imprenta temeraria en dólares, (b) añadiría reservas de oro a las bóvedas del gobierno británico, proporcionando a las autoridades británicas la capacidad de imprimir con seguridad más libras esterlinas, y (c) tendería a empujar el precio del dólar de las libras esterlinas hacia abajo, moviéndolo de 10 dólares hacia el precio de anclaje de 4,86 dólares.
Para estar seguro, he exagerado los números en este simple ejemplo para facilitar la aritmética. En realidad, al debilitarse el dólar frente a la libra esterlina, llegaría al «punto de exportación de oro» mucho antes de llegar a los 10 dólares. A través del proceso de arbitraje que explicamos anteriormente, cada vez que el tipo de cambio real del mercado se desviaba demasiado por encima del ancla de 4,86 dólares, se ponían en marcha fuerzas automáticas que hacían que el oro saliera de las bóvedas de los Estados Unidos y empujaba el tipo de cambio del mercado hacia el tipo «fijo». (Este proceso sucedería a la inversa si el tipo de cambio cayera demasiado por debajo del ancla de 4,86 dólares y cruzara el «punto de importación de oro»: el oro fluiría del Reino Unido a las bóvedas de los Estados Unidos, y se pondrían en marcha procesos que harían retroceder el tipo de cambio hacia el punto de anclaje).
Hemos dedicado un tiempo considerable a este mecanismo para asegurarnos de que el lector entienda exactamente lo que significa decir que había «tipos de cambio fijos» bajo el patrón oro clásico. Para repetir, estos no se basaban en la coacción del gobierno, y no constituían «fijación de precios» por parte del gobierno. No hay escasez de divisas bajo un genuino patrón oro, porque los tipos de cambio son siempre de libre flotación, tasas de compensación de mercado.
Es difícil para nosotros, creciendo en un mundo de dinero fiduciario, apreciar el hecho, pero históricamente la gente veía el oro (y la plata) como el dinero real, con las monedas soberanas siendo definidas como pesos de los metales preciosos. Como explica Rothbard:
Podríamos decir que los «tipos de cambio» entre los distintos países [bajo el clásico patrón oro] fueron fijados de esta manera. Pero no se trataba tanto de tipos de cambio como de varias unidades de peso del oro, fijadas ineluctablemente tan pronto como se establecieron las respectivas definiciones de peso. Decir que los gobiernos «fijaron arbitrariamente» los tipos de cambio de las diversas monedas es decir también que los gobiernos «arbitrariamente» definen el peso de 1 libra como igual a 16 onzas o 1 pie como igual a 12 pulgadas, o «arbitrariamente» definen el dólar como compuesto de 10 centavos y 100 centavos. Como todos los pesos y medidas, tales definiciones no tienen que ser impuestas por el gobierno. Podrían, al menos en teoría, haber sido establecidas por grupos de científicos o por la costumbre y comúnmente aceptadas por el público en general.4
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Para concluir esta sección, podemos estar de acuerdo con Milton Friedman en que en un mundo de gobiernos que emiten sus respectivos dineros fiduciarios, los techos o pisos coercitivos de los gobiernos en el mercado de divisas —aplicados a través de multas y/o sentencias de prisión— conducirán a los conocidos problemas característicos de todo control de precios. Como admitió Rothbard, «lo único peor que los tipos de cambio fluctuantes son los tipos de cambio fijos basados en el dinero fiduciario y la coordinación internacional».5
Sin embargo, los defensores de un auténtico patrón oro internacional subrayan que su régimen subyacente de tipos de cambio fijos (implícitos) sería aún mejor, porque permitiría efectivamente a las personas de todo el mundo beneficiarse del uso de un dinero común. Es decir, por todas las razones que el comercio interno dentro de los Estados Unidos se fomenta mediante el uso común de los dólares, el comercio y especialmente las inversiones a largo plazo entre países se verán mejoradas cuando nadie tenga que preocuparse por la fluctuación de los tipos de cambio además de las demás variables.
La era colonial hasta 1872: el «bimetalismo» de oro y plata
Debido a que las trece colonias estadounidenses originales formaban parte del Imperio Británico, su dinero oficial era naturalmente el de Gran Bretaña —libras, chelines y peniques— que en ese momento estaba oficialmente en un patrón plata. Sin embargo, los colonos importaban y utilizaban monedas de todo el mundo, mientras que los que vivían en zonas rurales utilizaban incluso el tabaco y otros productos como dinero.6
Durante la Guerra de la Revolución, el Congreso Continental emitió un papel moneda sin respaldo llamado moneda continental. La predecible inflación de los precios dio lugar a la expresión «no vale un Continental». (Cubriremos este episodio con más detalle en el capítulo 9.)
Entre las monedas extranjeras que circulaban entre los colonos americanos, la más popular era el dólar de plata español. Esto hizo que el término «dólar» fuera común en las colonias, explicando por qué la moneda continental estaba denominada en «dólares» y por qué el gobierno federal de los EEUU —recién establecido en la Constitución de los EEUU— elegiría el «dólar» como unidad monetaria oficial del país.7
Es crucial que los lectores de hoy comprendan que desde el inicio de los Estados Unidos modernos (es decir, posteriores a la Constitución) a finales de la década de 1780 hasta la víspera de la Guerra Civil en 1861, el gobierno federal emitió moneda sólo en forma de monedas de oro y plata. (La única excepción limítrofe fueron las limitadas emisiones de billetes del Tesoro utilizadas por primera vez en la guerra de 1812, que eran instrumentos de deuda a corto plazo que devengaban intereses y no tenían curso legal, pero de los cuales las pequeñas denominaciones de las emisiones de 1815 sirvieron como una forma de papel cuasi-dinero entre algunos estadounidenses).8
En este primer período, se permitió a los bancos emitir sus propios billetes de papel que eran canjeables por dinero contante y sonante y, en la medida en que se confiaba en ellos, podían circular en la comunidad junto con monedas de gran cuerpo, pero estos billetes no eran lo mismo, ni económica ni legalmente, que los dólares de oro o plata. En resumen, durante los primeros setenta y tantos años después de la creación del gobierno federal moderno, los dólares oficiales de los EEUU consistían en monedas de oro y plata reales que la gente común llevaba en sus bolsillos y gastaba en la tienda. De hecho, tan mala fue la experiencia de los redactores de la Constitución con la moneda continental, que incluyeron en la Cláusula del Contrato la prohibición de que «Ningún Estado... hará de ninguna otra cosa que no sea la moneda de oro y plata una licitación para el pago de deudas».
En la Ley de Acuñación de 1792, el dólar de los Estados Unidos se definió como 371,25 granos de plata pura o 24,75 granos de oro puro, lo que estableció oficialmente una relación oro-plata de exactamente 15 a 1. Parte de la justificación de esta política de «bimetalismo» —en la que se podían acuñar nuevas monedas (de varias denominaciones de dólares) de cualquiera de los metales preciosos— era que las monedas de plata eran convenientes para las denominaciones pequeñas (incluyendo fracciones como medio dólar, cuarto de dólar, moneda de diez centavos, etc.), mientras que las monedas de oro eran preferibles para las denominaciones más grandes (como las de 10 y 20 dólares). Al proporcionar «dólares» compuestos tanto de monedas de plata de pequeño valor como de monedas de oro de alto valor, la idea era que el bimetalismo permitiría a los estadounidenses realizar todas sus transacciones con monedas de gran cuerpo (sin recurrir a billetes de papel o monedas simbólicas).
Sin embargo, el problema del bimetalismo es el fenómeno conocido como la ley de Gresham, resumida en el aforismo «El dinero malo expulsa al bueno». Específicamente, cuando un gobierno define una moneda en términos tanto de plata como de oro, a menos que la relación de valor implícito de los dos metales se aproxime al tipo de cambio real del mercado, uno de los metales estará necesariamente sobrevalorado, mientras que el otro estará infravalorado. La gente entonces sólo gasta el metal sobrevalorado, mientras acapara (o funde, o envía al extranjero) el metal infravalorado.
En el caso de los Estados Unidos, cuando estableció la proporción de 15 a 1 en 1792, ésta se aproximaba en realidad al tipo de cambio real del mercado entre el oro y la plata. Sin embargo, el aumento de la producción de plata provocó una erosión gradual del precio mundial de la plata, acercando la relación real del mercado a 15½ a 1. (Esta relación tan familiar se mantuvo en parte gracias a la propia política bimetálica de Francia tras la Revolución Francesa, mantenida por las grandes reservas de ambos metales del gobierno francés).9
A medida que el precio mundial de la plata se deslizó en relación con el oro, la brecha entre los valores del mercado y la definición del dólar de los EEUU finalmente se hizo tan grande que sólo la plata se presentó a la Casa de la Moneda para la nueva acuñación, mientras que las monedas de oro existentes desaparecieron del comercio. Como informa Rothbard: «Desde 1810 hasta 1834, sólo la moneda de plata... circuló en los Estados Unidos».10 Para un ejemplo moderno de la ley de Gresham en acción, el lector puede reflexionar que uno sería hoy en día un tonto si gastara un trimestre anterior a 1964 en el comercio, ya que su contenido de plata vale mucho más que veinticinco centavos.
Las leyes sobre la acuñación de monedas de 1834 y 1837 revisaron el contenido (implícito11) del dólar de oro hasta 23,22 granos de oro puro, dejando el dólar de plata en 371,25 granos. Dado que hay 480 granos en una onza troy, estas definiciones del contenido metálico del dólar implicaban un precio del oro de (aproximadamente) 20,67 dólares por onza, y un precio de la plata sin cambios de (aproximadamente) 1,29 dólares.
Así, el contenido revisado de oro del dólar movió la relación oro/plata a poco menos de 16 a 1. Esto era ahora más alto que la relación de precio global de (aproximadamente) 15½ a 1, lo que significa que la nueva definición favoreció al oro y subestimó a la plata. En consecuencia, se trajo poca plata a la Casa de la Moneda de los EEUU para convertirla en una nueva moneda —ya que el valor de mercado del metal en una moneda de «dólar de plata» era superior a 1 dólar— y los EEUU, aunque todavía están oficialmente comprometidos con un patrón bimetálico, después de 1834 pasaron de un patrón plata de facto a un patrón oro de facto.
Cuando los Estados Unidos cayeron en la Guerra Civil en 1861, ambos bandos recurrieron a la imprenta y suspendieron el pago de las especies. El Norte emitió famosos billetes de papel inconvertibles llamados «greenbacks», lo que llevó a una inflación de precios a gran escala. (Cubriremos este y otros famosos episodios de inflación con mayor detalle en el capítulo 9.)
Participación de los Estados Unidos en el patrón oro clásico, 1873/1879-1914
El patrón oro clásico se refiere al período que comienza a finales del siglo XIX cuando un número creciente de países vinculó sus monedas al oro. Debido a que el proceso fue gradual, es difícil decir con precisión cuándo comenzó el período: «En 1873 había unos nueve países en el patrón oro; en 1890, 22 países; en 1900, 29 países; y en 1912, 49 países».12
Recordemos de la sección anterior que al entrar en la Guerra Civil, el dólar estadounidense se definió en granos de los metales preciosos que implicaba un precio de acuñación de 20,67 dólares por onza troy de oro, o de 1,29 dólares por onza troy de plata, para una relación oro-plata de alrededor de 16 a 1. Debido a que los precios mundiales del oro y la plata estaban más cerca de 15½ a 1, había poco incentivo para llevar la plata a la Casa de la Moneda de los EEUU para su conversión en monedas.
En consecuencia, hubo poca oposición en 1873 cuando el Congreso suspendió la «acuñación gratuita» del dólar de plata estándar (la acuñación gratuita de monedas de plata de dólar fraccionario había terminado en 1853),13 ya que había poca demanda de la opción. Sin embargo, más adelante en el decenio, cuando los precios mundiales de la plata cayeron —en parte como resultado de los descubrimientos de plata y en parte como resultado de la desmonetización de la plata por parte de otros países, en particular el Imperio Alemán— el cambio de política se vería bajo una luz diferente. De hecho, los intereses a favor de la plata finalmente se refirieron al evento trascendental como «el Crimen del 73».14
El cambio de política de 1873, junto con las crecientes limitaciones de la moneda de curso legal de las monedas de plata existentes completadas en 1874, puso fin oficialmente a la era del bimetalismo en los Estados Unidos:15 la plata se había desmonetizado, convirtiendo a los Estados Unidos en un país de patrón oro. Sin embargo, debido a que los Estados Unidos permanecían en el período de «reverso verde» que quedaba de la Guerra Civil, en realidad no tenía ningún patrón metálico en ese momento, ya que había suspendido el pago de las especies. En consecuencia, puede afirmarse que los Estados Unidos no participaron verdaderamente en el patrón oro clásico hasta 1879, cuando el Gobierno reanudó el pago de especies en oro (como se exige en la Ley de reanudación del pago de especies de 1875).
Hubo mucho dramatismo en la batalla entre los intereses de la plata y el oro, sobre todo el famoso discurso de William Jennings Bryan sobre la «Cruz de Oro», que pedía el retorno al bimetalismo y la acuñación gratuita de plata como método para ayudar a los agricultores endeudados a expensas de las élites de Wall Street, pronunciado en la Convención Nacional Demócrata de 1896, donde fue nominado para presidente. Sin embargo, Bryan perdió las elecciones generales frente al republicano pro oro William McKinley, que firmó la Ley del patrón oro de 1900. Esta legislación codificó la definición del dólar de oro que se había establecido en 1837, que (recordamos) implicaba un precio dólar/oro de unos 20,67 dólares por onza. Este era el contenido de oro del dólar durante todo el período clásico del patrón oro, y prevalecería hasta la devaluación de FDR en 1933/1934, descrita más adelante en este capítulo.
Aunque muchos economistas modernos se burlan del patrón oro, en su apogeo «clásico» fue un logro bastante notable. El historiador económico Carl Wiegand escribe: «Las décadas que precedieron a la Primera Guerra Mundial se caracterizaron por un grado de libertad económica y personal raramente, si es que alguna vez, experimentado en la historia de la humanidad». Continúa explicando: «Una parte esencial de este sistema era el patrón oro».16
Para dar una idea de este grado de libertad sin igual antes de la Gran Guerra, considere esta descripción del famoso economista Oskar Morgenstern:
Había libertad de viajar sin pasaportes, libertad de migración y libertad de control de cambios y otras restricciones monetarias. La ciudadanía se concedía libremente a los inmigrantes... el capital se movía sin supervisión en cualquier dirección... Apenas había restricciones cuantitativas al comercio internacional... Era un mundo del que recientemente muchos... se habrían inclinado a afirmar que no se podía crear porque nunca podría funcionar.17
Desgraciadamente, entre las bajas de la guerra mundial estaría el clásico patrón oro y sus libertades asociadas.
La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias
Si el comienzo del patrón oro clásico está en disputa, todos están de acuerdo en que terminó con la Primera Guerra Mundial. De hecho, la Gran Guerra sólo fue posible porque los principales gobiernos abandonaron su compromiso con el oro. Como explica Melchor Palyi:
»Esta guerra no puede durar más de unos pocos meses» fue una convicción muy extendida al principio de la Primera Guerra Mundial. Todos los involucrados se irían a la «bancarrota» en breve y se verían forzados a llegar a un acuerdo, tal vez sin una decisión, en los campos de batalla. Los beligerantes simplemente dejarían de ser dignos de crédito. Tal era el estado de ánimo de los europeos en 1914; la idea de que el crédito y la imprenta pudieran ser sustituidos por ahorros genuinos era «impensable». «Dinero sano» gobernado supremamente, apoyado por la lógica del libre mercado.18 (negrita añadida)
Muchos comentaristas utilizan la guerra u otras emergencias como ejemplos del problema con un estricto patrón oro, que supuestamente ata las manos del gobierno para responder en una crisis. Sin embargo, esa es una forma extraña de enmarcar el asunto. Después de todo, imprimir dinero fiduciario sin respaldo no le da al gobierno acceso a tanques, bombarderos y artillería adicionales; todos ellos provienen de recursos reales, cuya disponibilidad no se ve afectada directamente por la cantidad de papel moneda.
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Decir que la Primera Guerra Mundial habría sido «inasequible» en el patrón oro clásico, en realidad sólo significa que los ciudadanos de los países involucrados no habrían tolerado los enormes aumentos de los impuestos explícitos y/o la emisión de deuda regular para pagar por el conflicto. En cambio, para financiar esos gastos sin precedentes, sus gobiernos tuvieron que recurrir al impuesto oculto de la inflación, en el que la transferencia del poder adquisitivo de sus pueblos se vería envuelta en el aumento de los precios que se podría culpar a los especuladores, sindicatos, especuladores y otros villanos, en lugar del despilfarro del gobierno. Por eso Ludwig von Mises dijo que la financiación inflacionaria de una guerra era «esencialmente antidemocrática».19
A la luz de estas realidades, cuando se unieron a la guerra los principales beligerantes se apartaron del patrón oro, aunque la desviación de los Estados Unidos consistió únicamente en que el Presidente Wilson embargara la exportación de lingotes y monedas de oro en 1917.20 Después de la guerra, las principales potencias hicieron intentos poco entusiastas de restablecer algún aspecto del patrón oro internacional, pero se trataba de versiones falsificadas (como detallaremos más adelante). La Primera Guerra Mundial dio así un golpe mortal al patrón oro del que nunca se recuperó.
Deberíamos tomarnos un momento en nuestra discusión para explicar el papel de los bancos centrales, que también vieron una gran ruptura con el comienzo de la guerra. Aunque los bancos centrales no eran necesarios para la administración del patrón oro clásico —la Reserva Federal ni siquiera existió hasta finales de 1913— los países que tenían bancos centrales esperaban que fueran independientes de los asuntos políticos estrechos. Aunque los bancos centrales se dedicaron a influir discrecionalmente en los tipos de interés y a conceder créditos con el objetivo de —en nuestra terminología moderna— suavizar el ciclo económico, en última instancia estaban obligados a respetar las «reglas del juego» del patrón oro internacional y tenían que proteger sus reservas de oro.
Una vez que la guerra estalló, sin embargo, no sólo se rompió el vínculo con el oro, sino que también cambió el papel del banco central. Los bancos centrales de las potencias beligerantes se volvieron subordinados a las necesidades fiscales de sus respectivos gobiernos. Como el economista estadounidense Benjamin Anderson describió las operaciones en tiempo de guerra de los bancos centrales británico y estadounidense (y nótese que en capítulos posteriores desarrollaremos los mecanismos que Anderson menciona):
El Gobierno [británico] pidió prestado primero al Banco de Inglaterra en Letras de Moda y Medios, y el Banco compró también Letras del Tesoro a corto plazo. Esto tenía el doble propósito de dar al Gobierno el efectivo que necesitaba inmediatamente, y de poner los saldos de los depósitos adicionales con el Banco de Inglaterra en manos de los Bancos de Acciones Conjuntas... Esto aumentó el volumen de dinero de reserva para la comunidad bancaria y facilitó el dinero, permitiendo una expansión del crédito bancario general que permitió a los bancos comprar Letras del Tesoro y bonos del Gobierno... Las exigencias de la guerra justificaron todo...
Rápidamente, también, las autoridades financieras británicas aprendieron el proceso de regular los mercados monetarios externos en los que deseaban pedir prestado... especialmente, el mercado monetario de Nueva York. Si una emisión de bonos de los Aliados... debía ser colocada en nuestro mercado [estadounidense], estaba precedida por la exportación de un gran volumen de oro, con un calendario preciso, para aumentar las reservas excedentes en los bancos de Nueva York y facilitar una expansión del crédito en los Estados Unidos que nos facilitaría la absorción del préstamo extranjero.21 (negrita añadida)
Después de la experiencia de la guerra, el «patrón oro tradicional había dejado de ser 'sacrosanto'», en palabras de Palyi. «Los acontecimientos demostraron, supuestamente, que la humanidad podía prosperar sin él».22 Después de todo, si el patrón oro podía ser violado y los bancos centrales podían usar sus poderes discrecionales para ayudar en el esfuerzo de la guerra, ¿por qué no hacer lo mismo para otros objetivos sociales importantes, como promover el crecimiento económico y reducir la desigualdad?
Debido a la severa inflación de los precios en tiempos de guerra, después del armisticio de 1918 las principales potencias deseaban volver al oro. Sin embargo, reanudar el pago de las especies a las paridades de preguerra habría resultado muy doloroso, ya que sus monedas se habían inflado tanto durante la guerra. Por su parte, los Estados Unidos pusieron fin al embargo de la exportación de oro en 1919, pero para frenar la consiguiente salida de oro y mantener la relación dólar-oro de preguerra, la Reserva Federal se vio obligada a aumentar los tipos de interés y a contratar masivamente créditos, lo que dio lugar a la depresión de 1920-21.
En la Conferencia de Génova de 1922 se ideó un plan para un «patrón de intercambio de oro», en el que los bancos centrales de todo el mundo podrían mantener como reservas los derechos financieros del Banco de Inglaterra y la Reserva Federal, en lugar de oro físico. Sin embargo, mientras el Banco de Inglaterra y la Reserva Federal estuvieran dispuestos a redimir los activos en libras esterlinas y en dólares en oro, se seguiría imponiendo cierta disciplina al sistema.
Sin embargo, incluso en este caso, la política de rescate sólo era eficaz para grandes cantidades y, por lo tanto, sólo era pertinente para las grandes instituciones, a diferencia de la política universal del patrón oro clásico. Como explica Selgin:
Un auténtico patrón de oro debe... proporcionar algunas monedas de oro reales si se quiere que el papel moneda se convierta fácilmente en metal, incluso por personas que posean cantidades relativamente pequeñas del primero. Por lo tanto, un verdadero patrón de oro es distinto de un patrón de «lingotes» de oro del tipo que varias naciones, incluidos los Estados Unidos, adoptaron entre las guerras mundiales. El Banco de Inglaterra, por ejemplo, se vio obligado a convertir sus billetes en barras de oro de 400 onzas finas solamente, haciendo la cantidad mínima de conversión, en aproximadamente 1929 unidades, 1.699 libras esterlinas, o 8.269 dólares.23 (negrita añadida)
El patrón de intercambio de oro de entreguerras buscaba «economizar» en las tenencias de oro: en lugar de almacenar oro físico en las bóvedas de los bancos centrales de todo el mundo, sólo los Estados Unidos y Gran Bretaña necesitaban redimir sus monedas en el metal amarillo, mientras que el resto del mundo podía acumular reclamos en papel contra los titanes financieros. Sin embargo, este sistema era muy frágil y dependía de la cooperación entre los bancos centrales para no amenazar a las reservas de oro más pequeñas que estaban haciendo mucho más «trabajo» de lo que tenían bajo el patrón clásico.
Como ejemplo de la coordinación necesaria, cuando el entonces canciller del Ministerio de Hacienda Winston Churchill, en 1925, trató de reanudar los pagos de especies a la paridad de antes de la guerra y restablecer la libra a su valor tradicional de 4,86 dólares, a fin de evitar una deflación masiva de los precios británicos, la Reserva Federal (bajo la dirección de Benjamin Strong) acordó una política de crédito fácil, con lo que se debilitó el dólar a fin de cerrar parte de la brecha entre las monedas.24 Los economistas de la escuela austríaca sostienen que las políticas flexibles de la Reserva Federal de los años veinte ayudaron a alimentar un auge insostenible que condujo al desplome del mercado de valores en 1929.25
La Gran Depresión y el Bretton Woods
En las profundidades de la Gran Depresión, el recién inaugurado presidente Franklin D. Roosevelt declaró eufemísticamente un «día festivo nacional» el 6 de marzo de 1933, en respuesta a una corrida de las reservas de oro de la Reserva Federal de Nueva York. Durante el cierre de una semana, la FDR ordenó a los bancos que intercambiaran sus tenencias de oro por billetes de la Reserva Federal, que dejaran de realizar transacciones en oro y que proporcionaran listas de sus clientes que hubieran retirado oro (o «certificados de oro», que eran reclamaciones legales de oro al portador) desde febrero de ese año.26
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FDR emitiría una orden ejecutiva aún más draconiana el 5 de abril de 1933, que requería que todos los ciudadanos entregaran virtualmente todas las tenencias de monedas de oro, lingotes de oro y certificados a cambio de billetes de la Reserva Federal, bajo pena de una multa de 10.000 dólares y hasta diez años de prisión. Aunque los ciudadanos de los EEUU no podían comprar oro, los extranjeros seguían comerciando en el mercado mundial, y allí el dólar de EEUU ahora fluctuaba contra el metal, habiéndose cortado el ancla de 20,67 dólares. La administración Roosevelt en 1934 devaluó oficialmente la moneda en un 41 por ciento al fijar una nueva definición del dólar que implicaba un precio del oro de 35 dólares por onza troy. Sin embargo, este privilegio de redención sólo se ofreció a los bancos centrales extranjeros; los ciudadanos estadounidenses todavía tenían prohibido tener oro, e incluso redactar contratos utilizando el precio internacional del oro como referencia.
A medida que la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial se hacía más segura, las potencias occidentales negociaron los acuerdos monetarios de la posguerra en la famosa Conferencia de Bretton Woods, un asunto de diecinueve días celebrado en un hotel de New Hampshire que condujo a la creación del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Después de la guerra, el sistema financiero mundial se basaría en un refinado patrón de cambio de oro en el que el dólar estadounidense —en lugar del oro físico— desplazaba a la libra esterlina y se convertía en el único activo de reserva de los bancos centrales de todo el mundo.
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En el marco del sistema de Bretton Woods, otros países podían seguir manteniendo reservas de oro, pero normalmente definían sus monedas con respecto al dólar de los Estados Unidos y trataban los desequilibrios comerciales acumulando activos en dólares, en lugar de drenar el oro de los países con monedas sobrevaloradas. En teoría, la Reserva Federal mantuvo todo el sistema vinculado al oro comprometiéndose a canjear por oro los dólares de los bancos centrales al nuevo tipo de cambio de 35 dólares por onza, pero en la práctica incluso los bancos centrales se vieron desalentados a invocar esta opción. Además, los gobiernos sólo levantaron gradualmente las restricciones a las transacciones internacionales después de la guerra, de modo que el marco de intercambio de oro de Bretton Woods —tímido como era— sólo estaba realmente en pleno funcionamiento a finales de la década de los cincuenta.27
El Shock de Nixon y el dinero de Fiat
El gobierno de EEUU se basó en la inflación monetaria de la Reserva Federal para ayudar a financiar la guerra de Vietnam y la llamada Guerra contra la Pobreza. Durante un tiempo, otros bancos centrales se contentaron con dejar que sus reservas de dólares se acumularan, pero las autoridades francesas finalmente parpadearon en 1967, cuando comenzaron a solicitar la transferencia de oro de Nueva York y Londres a París. En 1968 los estadounidenses habían capitulado y dejaron que el precio de mercado extraoficial del dólar se desviara del valor oficial de Bretton Woods, confiando en la presión diplomática para disuadir a otros gobiernos de explotar la discrepancia y «correr» sobre las reservas de oro cada vez más inadecuadas de la Reserva Federal.28
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Finalmente, el peso se volvió demasiado grande para soportarlo, y el presidente Richard Nixon suspendió formalmente la convertibilidad del dólar el 15 de agosto de 1971. Junto con otras intervenciones en la economía (como los controles de salarios y precios), este cierre oficial de la ventana del oro ha sido apodado el «shock de Nixon».
Aunque Nixon aseguró al público que la suspensión del oro sería temporal, y que su política estabilizaría el dólar, ninguna de las dos promesas se cumpliría. Desde este punto en adelante, los EEUU, y por lo tanto el resto del mundo, operaría en un sistema monetario puramente fiat.
Contact Robert P. Murphy
Robert P. Murphy is a Senior Fellow with the Mises Institute. He is the author of numerous books: Contra Krugman: Smashing the Errors of America's Most Famous Keynesian; Chaos Theory; Lessons for the Young Economist; Choice: Cooperation, Enterprise, and Human Action; The Politically Incorrect Guide to Capitalism; Understanding Bitcoin (with Silas Barta), among others. He is also host of The Bob Murphy Show.
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