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jueves, 2 de diciembre de 2021

La Teoría de la Elección Racional en las ciencias sociales

 La Teoría de la Elección Racional en las ciencias sociales

Godofredo Vidal de la Rosa* 

Introducción

La Teoría de la Elección Racional (TER) aparece durante la primera mitad del siglo pasado en la academia estadounidense como una crítica al modelo de la economía de bienestar que se intentaba construir en Europa por académicos de orientación socialdemócrata y socialista. La TER además de destruir los supuestos fundamentales de esta teoría, introdujo una revolución teórica y metodológica para todas las ciencias sociales. Por supuesto, no estoy diciendo que ésta haya sido una consecuencia secundaria o no intencional de la primera. En un libro y un artículo recientemente publicados, S. A. Amadae (2003, 2005) ha aclarado esta sinergia entre una revolución científica y el clima de la Guerra Fría. En esta historia, Kenneth Arrow encabeza una serie de acontecimientos intelectuales que definirían a las ciencias sociales, al menos las de habla inglesa, durante el siguiente medio siglo. Arrow no lo hizo sólo, sino acompañado de diversas mentes brillantes, como John Nash, Thomas Schelling, Robert Axelrod, Anatol Rapoport, Gary Becker, entre muchos otros de su talla. Aunque generalmente se identifica a la TER con un paradigma de la ciencia económica, esta impresión es infundada. La TER es una perspectiva teórica general de las ciencias del comportamiento humano, y su ámbito es el de la interacción humana, es decir, se refiere a toda clase de situaciones sociales. Su presencia en la economía es, por cierto, indisputable, pero también en disciplinas alejadas en apariencia del modelo del homo economicus. Así, Thomas Schelling y otros autores desarrollaron una teoría de la estrategia política y militar de la "disuasión" nuclear, pero también contribuyó con el análisis de la acción estratégica en general, y en particular a una renovada reflexión del significado del término acción racional.1 En la ciencia política la irrupción de la TER fue equivalente a una toma por asalto del establishment académico, con los trabajos de William Riker y la Escuela de Rochester (Amadae y Bueno de Mesquita, 1994). Sin embargo, la psicología y la sociología no estuvieron exentas. Aunque los sociólogos hayamos sido los más persistentes defensores del bastión de la sabiduría convencional o teoría sociológica, con el paso del tiempo la TER no sólo fue una fuerza invasora, sino que recibió la influencia civilizatoria de las disciplinas más antiguas y hasta venerables, como la filosofía que invadía. El resultado fue una hibridación creativa; la TER en las ciencias sociales ha mostrado una capacidad de desarrollo y aprendizaje asombrosa.

La teoría de la elección racional llegó para quedarse. A pesar de la indiferencia mostrada por los sociólogos latinoamericanos al respecto del modelo de la elección racional, la TER representa una innovación teórica y metodológica revolucionaria y ambiciosa del último medio siglo. Como mencioné, su origen como disciplina consolidada se debe a los trabajos de Kenneth Arrow, que le valieron el Premio Nobel de Economía en 1972, pues desarrolló un poderoso edificio axiomático basado en la teoría de conjuntos para replantear un problema añejo, ya postulado en la Ilustración y sus postrimerías por los filósofos utilitaristas: ¿cómo es posible lograr la agregación de preferencias individuales diversas en un concepto lógicamente coherente de preferencia colectiva? En otras palabras, Arrow investigó la legitimidad de la existencia de criterios de utilidad colectiva o social, o si se quiere, en el lenguaje antiguo, la existencia de un interés general sostenido en una voluntad general. Retomó un problema que primero abordó Jean-Antoine-Nicolas Caritat, conocido en la posteridad gracias a personajes como el marqués de Condorcet (1743-1794) y otros pensadores,2 estableciendo sólidamente el coloquialmente llamado Teorema de la Imposibilidad, que establece sin ambigüedad que no existe un método, cualquiera que sea, que permita agregar las presencias individuales en un criterio de utilidad colectiva que sea lógico y consistente. Arrow tenía en mente la, en ese entonces de moda, economía del bienestar, sostenida por teóricos socialistas y liberales que buscaban la manera de establecer metodologías de planificación económica. También demostró que no existe ni puede existir tal economía sin violar al menos algún criterio de equidad y consistencia lógica. Los teoremas de Arrow fueron aprovechados por los economistas y la teoría de la elección racional se aposentó en los departamentos de economía de las universidades anglosajonas. Su interés era, sobre todo, analítico, pero también contenía un argumento que podía ser dirigido contra la idea de la intervención estatal para regular o dirigir la actividad del mercado. La implicación de los descubrimientos de Kenneth Arrow no sólo podía apuntar contra la presunción de una acción estatal en nombre del interés popular o del pueblo, sino también contra la idea, mucho menos difundida pero inevitable, de que el mercado es un método de agregación de preferencias consistente y lógicamente sostenible y que el equilibrio del mercado es autosostenible. Ideas harto convencionales, como las del interés general, el pueblo, y la identidad inequívoca de las mayorías, se convertían en construcciones convencionales más o menos arbitrarias y dependientes de la manera en que se ordenaran las opciones de los individuos.

La teoría de la elección racional fue abriéndose paso a disciplinas como la ciencia política y, en general, a todas aquellas que estudian procesos donde existen individuos o actores sociales que toman decisiones, que elijen entre alternativas. Por eso William Riker protestaba cuando alguien pretendía que la Teoría de la Elección Racional significaba un imperialismo de la economía sobre disciplinas aledañas (Amadea y Bueno de Mesquita, 1994). Arrow mismo era, antes que economista, un matemático. Así que Riker podía decir con cierta certeza que la ciencia política había contribuido al desarrollo de la elección racional en la misma medida que la economía. También dio sentido a los teoremas de Arrow en su famosa crítica de los conceptos de mayoría y democracia mayoritaria. Para Riker la Teoría de Elección Racional ofreció un sustento metodológico tan sólido como pudiera imaginar cualquiera. La ciencia política podía asentarse en fundamentos lógicos y matemáticos. A partir de Riker, la ciencia política estadounidense sería una disciplina inédita y radicalmente diferente a sus gloriosas antepasadas de la ciencia política descriptiva y la filosofía política normativa. Incluso llegó a cometer el pecado de la hubris, al postular que la ciencia política podía alcanzar niveles de precisión y generalización como las ciencias físicas (Amadae, 2003; Vidal de la Rosa, 2006).

Lo crucial es que el homo economicus se abrió paso en la lucha de las teorías ante las más laxas versiones del homo sociologicus y el zoon politikon. El interés egoísta podía ser el fundamento de un vasto edificio conceptual que pretendía ofrecer alternativas teóricas superiores a las jamás conocidas. La teoría de la elección racional invadió la psicología; la antropología; a las teorías como el marxismo; e incluso a la misma biología. Acompañado del arsenal de la teoría matemática de juegos el tsumami teórico creo expectativas con frecuencia exageradas sobre su poder explicativo y consistencia lógica.

La Teoría de la Elección Racional no es, sin embargo, un corpus monolítico. Dentro de sus límites: la premisa del interés propio como motivo fundamental de la acción humana y el individualismo metodológico, coexisten diversas versiones acerca del alcance –y por ende, de los límites– de la capacidad explicativa de la teoría. Más que una teoría del todo unificada, se trata de un programa teórico o científico. Fuera de la economía existen, por supuesto, criterios más flexibles y heurísticos hacia la Teoría de la Elección Racional. Digamos que le ha sucedido como a los bárbaros, que al contacto con civilizaciones más antiguas se suavizan en sus modos y se tornan más cautos. Al contacto con la sociología, la psicología y la biología, el modelo básico del homo economicus se ha encontrado con una variedad de comportamientos que el economista convencional no puede imaginar ni en sus mejores sueños. La variedad de culturas, instituciones, motivos y formas de asociación humana no sólo debe contar con las diferencias actuales, sino también dar cuenta de las que han existido a lo largo del desarrollo de la civilización, por lo menos durante los últimos cien mil años. Así que el ámbito de los fenómenos, los "algos" sociales, se ha ampliado mucho más allá de la conducta de los mercados modernos. Esos nuevos "algos" son terreno ignoto. Por ejemplo, la antropología ha resultado ser un campo de debate interesante. La TER debe explicarla no sólo tan bien como las explicaciones convencionales más avanzadas, sino ofrecer un plus, y no simplemente trasladar a un lenguaje de la teoría de juegos, de estratega, lo que se puede explicar con un lenguaje simple. Las creencias son el motivo de la acción social en las sociedades arcaicas y, por ejemplo, dan cuenta del canibalismo azteca, o bien, éste también puede explicarse por motivos más mundanos, como el hambre y la falta de recursos proteínicos para un exceso de la población. El culto a la vaca deriva de motivos cosmológicos o es una adaptación a un acervo de recursos bióticos disponibles a una sociedad concreta. Son cuestiones que requieren, al menos, de reconsideración. Lo mismo vale para la discusión del huevo y la gallina, es decir, ¿los valores o el interés son el motivo duro de la conducta? En un viejo librito Albert Hirshman abordó esta tensión sobre las causas de la acción capitalista, titulándolo las pasiones y los intereses (1978), en el cual reconstruye la prehistoria del debate actual sobre la primacía de las motivaciones económicas en la acción social.

La TER ha logrado abordar problemas importantes reservados a las tradiciones clásicas o a las disciplinas que han luchado fuertemente por establecer su identidad académica. Por ejemplo, el debate sobre la estabilidad democrática dejó de ser reserva de la teoría estructural funcionalista con el arribo de las teorías de Downs y Riker.3 Por otro lado, como bien lo dice Mario Bunge (1999), la racionalidad tiene muchos significados y seguramente más de los necesarios para establecerse como sustento de la teoría social. En la TER, la palabra racionalidad se utiliza de maneras a veces más intuitivas, contra lo que declaran sus proponentes. Herbert Simon lo ha notado en múltiples ocasiones (Simon, 1985). Sin embargo, a final de cuentas la elección racional ha sido un comienzo heurístico importante para orientar a la ciencia social hacia rutas más rigurosas y horizontes poco explorados. El debate metodológico central, al menos en la academia de habla inglesa, es precisamente la crítica al exceso de narcisismo matemático versus las exigencias de realismo que debe tener la ciencia social.4

El problema del término racional es que se refiere tanto al observador como a los sujetos observados. Con frecuencia ambas dimensiones se confunden. El observador es racional y usa legítimamente métodos racionales y realistas (como la TER), pero ¿actuamos los sujetos comunes racionalmente en la base misma de nuestras prácticas? La respuesta de la TER es afirmativa, aunque para hacerlo haya tenido que estirar el significado de racionalidad. ¿Racionalidad intencional o racionalidad por selección natural?; ¿racionalidad por adaptación al ambiente, del tipo que supone la Teoría de la Evolución, o por accidente? El hecho es que la conducta racional (como acción instrumental maximizadora) parece predeterminada en nuestros rasgos culturales de manera universal. La definición se reduce a dos condiciones. Conductas instrumentales en las cuales existe intransitividad entre las elecciones (que si preferimos A a B y B a C, entonces preferimos A a C y nunca, entonces, C a A), y éstas cumplen con el requisito de completud (es decir, que la información sobre las alternativas está disponible al momento de las decisiones). Ambas exigencias están en el centro de la TER desde la obra de Arrow. Cuando las personas actúan con relación a otras no sólo se comportan racionalmente, y su conducta puede describirse de acuerdo con sus complicadas ecuaciones, sin que por ello debamos necesariamente comprenderlas (aunque aparentemente si las entendemos mejoramos nuestro performance social). Sin embargo, el hecho es que los agentes somos generalmente malos calculadores: intuimos antes que calcular con precisión; atinamos antes que precisamos; experimentamos antes que creamos certezas lógicas. Estas aptitudes las llamamos habilidades heurísticas. Bowles y Gintis (2007) concluyen un pequeño ensayo afirmando que tres rasgos son inherentes al homo economicus reformulado por su inmanencia biológica, alcanzada a través de milenios de co-evolución genética y cultural: heterogeneidad, plasticidad y versatilidad. El homo economicus puede ser revisado como un homo reciprocans (Bowles). El interés propio es un artilugio analítico, pero es sólo una parte del complejo conjunto de motivos y conductas mostradas por los seres humanos como seres sociales. El homo economicus tradicional, el arquetipo maximizador y egoísta, generalmente miope, es un caso particular en el complejo de mecanismos de cooperación colectiva. Heterogeneidad, versatilidad y plasticidad, entonces, son los rasgos que describen mejor que el egoísmo las características que los modelos de conducta racional deben incluir. Así que la Teoría de Elección Racional ha pasado de ser una ciencia estrictamente axiomática a ser una ciencia híbrida entre la formalización matemática, y la modelación experimental (un obsequio de la psicología) y comparativa (es decir, sensible al contexto y a la historia). Esa plasticidad no le da a priori el galardón de la verdad, sino sólo el de la ampliación de los horizontes a las cuestiones importantes.

En el ejemplo del trabajo de Gintis y sus asociados este fenómeno amerita una breve recapitulación. De ser fundadores de la teoría radical o neomarxista en Estados Unidos durante la década de los setenta, estos profesores asumieron en los ochenta un esfuerzo redoblado por asimilar lo que Daniel Dennett llamó "la peligrosa idea de Darwin".5 Lo hicieron, por un lado, publicando trabajos no técnicos para difusión pública altamente analíticos, pero accesibles, los cuales contenían críticas contundentes a las premisas fundamentales del sistema capitalista estadounidense. Su carácter innovador fue que se sumergían en problemas normalmente menospreciados por un teórico europeo típico, extasiado por los monumentales edificios de palabras, con o sin sentido. En cambio, en Estados Unidos, con un clima académico menos sensible a la política ideológica europea y casi naturalmente leales a las convicciones del comportamiento científico,6 la ruta del neomarxismo fue extraña e imprevisible. Literalmente se diluyó en teorías complementarias o alternas. Del neomarxismo a la teoría de juegos, y de allí al acercamiento a la economía evolucionista. El programa de Gintis se convirtió en uno altamente técnico y respetado por sus colegas, asimilando al ethos de la cientificidad característico de las ciencias sociales de Estados Unidos después de Arrow.7

Aquí cabe un pequeño interludio sobre el altruismo y el egoísmo. El homo reciproccans es un agente orientado en sentido altruista, que no sólo actúa en favor de otros buscando un premio ulterior, sino que lo hace en favor del grupo aun a costa de su propio peculio o retribución. ¡Es un altruista puro! Este postulado de altruismo es la base de la llamada reciprocidad fuerte, que es la carta de presentación de Gintis y de sus colegas y que implica que hay jugadores dispuestos a sacrificar sus pagos o aun su existencia para preservar normas de equidad socialmente construidas (criterio de fairness). Por eso Gintis y sus colaboradores sostienen que no sólo los objetivos individuales deben contar en los juegos, sino también la apreciación de los procesos mismos como justos o equitativos, y la situación comparativa o relativa a los demás respecto del jugador. Es decir, la interacción cuenta tanto como las reglas del juego y la percepción o balance comparado de las ganancias y pérdidas entre los jugadores. Sin embargo, esta proposición no anula el hecho de que algunos puedan perseguir metas exclusivamente egoístas. Por ejemplo, los patrones pueden ver por el bienestar de sus trabajadores y entre ambos tipos de jugador crearse un modus vivendi aceptable y definido como equitativo, pero para que funcione la reciprocidad fuerte debe existir la posibilidad no sólo de que algún miembro del grupo valore más las reglas del juego y la norma de reciprocidad, sino que exista la posibilidad de ejercer penalizaciones a los transgresores de la norma de equidad aceptada (o si se quiere, pactada). Con frecuencia los transgresores lo son por que estiman que pueden eludir las multas o castigos; es decir, pueden huir (ser free riders con impunidad). La implicación de este hecho es la siguiente: los subordinados actúan de acuerdo con reglas cooperativas de la economía moral como la defienden James Scott y Barrington Moore Jr., tal como Bowles y Gintis lo refieren en su ensayo (2007). El transgresor del pacto con equidad tiene éxito únicamente si logra eludir la penalización que le impone la norma de reciprocidad. Dicha norma cultural de reciprocidad establece un sustrato de equidad en la base de la misma sociedad. La reciprocidad fuerte implica la posibilidad de penalizaciones a los transgresores, aun a costa de pérdidas para los penalizadores. Esta capacidad incrementa las probabilidades de que el grupo como un todo mejore su situación, sólo que este beneficio depende de que la acción del homo reciprocans sea leída correctamente por los sujetos egoístas. Se trata de una amenaza real de "hundir el barco". Su credibilidad reside en que el transgresor no tenga otra salida, por ejemplo, otro barco al cual saltar abandonando a la tripulación. La reciprocidad fuerte crea estímulos en la confianza y la cooperación precisamente porque la amenaza de autosacrificio individual o grupal con el fin de penalizar la violación de la norma de equidad es real. La reciprocidad fuerte es una forma especial de juegos con equidad.

Volviendo a los terrenos más generales, cabe mencionar una diferencia entre la proposición de la teoría evolutiva de la elección racional y la racionalidad acotada que propuso el politólogo Herbert Simon (1985), Premio Nobel de Economía en 1978, quien sugirió que la mayoría de los motivos o presencias que se observaban en la acción racional son exógenos, es decir, provienen del entorno social y acotan la exigencia puramente egoísta. Gintis y sus colegas aceptan esta situación, pero retoman la ortodoxia e insisten en que la "cultura" no debe tratarse como variable exógena, lo cual significa sacrificar la variedad por la justeza. La "endogeneidad" es la carta original de la teoría tal como la presentó Arrow, y la continuó una larga serie de eminencias científicas.

El asunto que más altera a los sociólogos es la insistencia irrenunciable al reduccionismo en las explicaciones de la conducta social establecida por la teoría de la elección racional. Los sociólogos sabemos que existen muchos motivos y el estudio del pasado y del presente nos convencen de ello cada día. La cuestión es si esos motivos aparentemente no guiados por el interés propio pueden explicarse también por éste. La respuesta de la TER es afirmativa.8 Es decir, confirma que sí es posible una explicación reduccionista. No obstante, como el filósofo Daniel Dennett (1999, 123 y ss; y Elster, 2007: 257 y ss) nos recuerda, existen al menos dos formas de reduccionismo: el mezquino o duro, que casi siempre termina como un reductio ad absurdum, y el bueno o heurístico. Este último es un ingrediente indispensable en el desarrollo de la ciencia, sea física, biológica o social. La TER recurre al reduccionismo, y ese es su punto a la vez fuerte y débil. El principio de racionalidad de la acción es necesario, más no suficiente. No es posible prescindir de él, pero con frecuencia su uso es una descripción de conductas maximizadoras de algo. El problema es doble. Por un lado, no necesariamente debe referirse a la conducta egoísta. Los trabajos de los biólogos y psicólogos enseñan conductas maximizadoras del beneficio del grupo tanto en animales "racionales" (homo sapiens sapiens) como "no racionales" (por ejemplo, hormigas o abejas, por poner dos casos clásicos). Sin embargo, debe existir una clara distinción. La elección racional no sólo debe de ser maximizadora de algo, sino intencional, para poder calificar como "realmente" racional. Ese carácter es típico de la especie humana y su rasgo único y distinguible en toda la creación conocida. La capacidad de anticipación; la transgresión de las perspectiva miopes; la conciencia de las consecuencias de los actos; todos son elementos integrantes de la decisión racional. La elección no es un simple acierto probabilístico, reforzado por el éxito para la supervivencia, sino la capacidad de alterar radicalmente el propio entorno (sus restricciones) y los propios fines. Sin embargo, queda el hecho de que cualquiera que sea esa finalidad los mecanismos que la describen son similares. La teoría de juegos es útil tanto para describir comportamientos filogenéticos, es decir, de especies enteras, como equilibrios ecológicos o mecanismos tan universales como la selección natural de las especies. Si existen mecanismos analíticos tan flexibles y heurísticos como los que proceden de la simbiosis de la elección racional y la teoría de juegos, la tentación es muy grande para anunciar el advenimiento de un principio unificador en la ciencia social y la biología. ¿Es posible una ciencia social unificada? Edward Wilson (1998), eminente biólogo y fundador de la sociobiología, está totalmente convencido de la necesidad y urgencia de esta integración (igual que muchos físico-matemáticos audaces). Así que Gintis y sus asociados también abogan por una respuesta afirmativa. En lo personal creo que es y será precipitada esta respuesta por un largo tiempo y prefiero el conservadurismo mostrado por Jon Elster (2007). En efecto, aunque existe un consenso extendido con respecto a que la biología afecta en algo (aunque en modos aún no conocidos con exactitud) a la conducta social, y a que las conductas humanas se encuentran inmersas en predisposiciones genéticas, o en general biológicas, aún falta mucho para que la explicación del mecanismo causal sea comprendida. Por ahora es sólo una especie de acotación que recurre a la "caja negra" en espera de respuestas más precisas. De hecho Fehr y Gintis (2007) sugieren un nuevo marco paradigmático para la sociología, que según ellos da sustento a programas inacabados como los de Parsons o Durkheim, en los cuales algunos problemas planeados sobre la variación de motivos de la acción social están todavía irresueltos desde el punto de vista de los micromotivos. La Teoría de Juegos puede ofrecer ese arsenal de mecanismos explicatorios con la virtud de que también puede combinar el lenguaje lógico y matemático con la experimentación cuidadosa. En el mundo académico anglosajón la discusión sobre egoísmo y altruismo parece atraer la atención tanto de científicos como de filósofos de las más diversas especialidades. Este interés compartido permite un diálogo frecuentemente imposible en otras latitudes. Biólogos, economistas, antropólogos y filósofos debaten sobre la naturaleza humana y la conducta colectiva con las ventajas que otorga la opinión plural e ilustrada.

El asunto es que esta exploración ya empezó y va avanzando rápidamente. La pregunta es si los científicos sociales, conservadores como somos, a diferencia de nuestras contrapartes de la física y la biología, sostendremos el paso o, como en la vieja tradición católica, denunciaremos la innovación como herejía. Como Jon Elster (2007) prefiero el radicalismo de los que piensan que las ciencias sociales pueden cobijarse del abrazo de la lógica y las matemáticas sin renunciar a su ambición comprensiva, alejándose eso sí de la charlatanería posmoderna. Aquí sólo quiero asentar que el avance de la Teoría de la Elección Racional no se debe a una moda pasajera. Repito, la TER llegó para quedarse, al menos en este siglo. De aquí que algunas de las cuestiones que Bowles y Gintis (2006) plantean tienen interés particular no sólo para la economía política, sino también para la ciencia política y la filosofía política. Bowles, Gintis y otros sostienen que no hay nada que obligue al homo economicus a constituirse como un agente egoísta y a la vez abusivo. Las conductas que analizan muestran ambos rasgos. No hay razón para encerrar a la racionalidad en los motivos del homo economicus en los límites de la mentalidad de un corredor de bolsa. La racionalidad en la acción social es un criterio analítico que describe comportamientos orientados por normas de justicia y equidad aparentemente innatos, es decir, resultado de la co-evolución genética y cultural de los grupos humanos a través de milenios.9 Ambos motivos de la conducta humana son observados reiteradamente en los laboratorios y ponen en entredicho la identidad entre vicios privados y virtudes públicas. La violación de las normas de reciprocidad conduce, con frecuencia, a dilemas ineludibles para la posibilidad de la cooperación y la confianza. La reciprocidad fuerte es un remedio racional para preservar la cooperación e implica algunas violaciones a los supuestos de la acción puramente egoísta. En la reciprocidad fuerte, el agente puede incurrir en costos para sí mismo sin expectativas de ganancia ulterior sólo para sancionar a los violadores de la reciprocidad del juego justo.

El tratamiento que estos autores confieren al asunto de la equidad y la conducta ética en la vida social es innovador, y puede compararse, por ejemplo, con la manera en que el filósofo John Rawls (1979) introdujo el criterio de un trato justo o generoso (fairness) como condición apriorística de la justicia. Sin embargo, su criterio es introducido como una norma deseable y conveniente, y como tal pertenece al juez externo, es decir, al filósofo Rawls. Es una norma altamente deseable. Mientras que Gintis y su equipo sugieren que la preferencia por criterios de justeza en los procesos de interacción es endógena y que el concepto de interés racional implica no nada más la búsqueda de la maximización de los beneficios de los actores individuales. Los actores no tienen una preferencia contractual ideal, por ejemplo, un imperativo categórico previo, insertado "normativamente", sino que la tienen "naturalmente" (en un sentido literal), expresada en el "juego" de la adaptación evolutiva.

En forma inversa, y ésta me parece la implicación más interesante, sucede que cuando las expectativas de reciprocidad son violentadas los actores se comportan racionalmente, no cooperando. No cooperar es una buena decisión si no hay penalización. Sin embargo, Gintis y Bowles afirman que esta no es la primera elección observada en sus experimentos. No cooperar acontece sólo después de que los agentes descubren que los demás tampoco cooperan. Cooperar es su primera elección, contra lo que pronostica el clásico juego del prisionero. Si no pagamos impuestos, no contribuimos a la producción de bienes colectivos, no respetamos las normas y las leyes y, al final, nos vemos tentados a convertirnos en free riders, o incluso, en algunos casos, a justificar la rebeldía social y política, o cuando menos la anomia. Esta elección surge de la ruptura de los criterios de justeza (fairness) de los pactos sociales y no como la predilección del abusador oportunista.

Los trabajos de Gintis y Bowles y sus demás asociados se insertan en este debate seminal de la ciencia social contemporánea, que tiene el bono extra de tener implicaciones para nuestro entendimiento del funcionamiento de las instituciones y políticas sociales. Se inscriben en la visión filosófica en que Amartya Sen (1999), Premio Nobel en 1998, enmarca a la TER, como un instrumento teórico potencialmente constructivo para comprender los problemas económicos y políticos de nuestros tiempos, así como en el mensaje más explícito del filósofo Russell Hardin (2004) de que la TER puede hacer contribuciones sustantivas a nuestras ideas de reformar las instituciones sociales para acotar el abuso y la arbitrariedad, y a la vez aumentar los recursos de los grupos más débiles.

La conducta puramente egoísta puede explicarse no como el principio de la acción estratégica, sino como el resultado de la violación de los juegos cooperativos, es decir, como social, psicológica e institucionalmente producida. A eso se refieren algunos autores cuando mencionan que la cultura cuenta. No los evanescentes valores sino la acumulación de experiencias en juegos repetidos de interacciones estratégicas individuales y colectivas dan significado a las normas de cooperación equitativa. Gintis et al (2005) ofrecen una nueva e importante aportación a diversos problemas asociados con la cooperación social, que conforman la esencia de los múltiples retos que afrontaremos durante el resto del presente siglo.

Bibliografía

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Notas

1 Está de más, pero hay que repetirlo. La TER se ocupa de la acción racional como sinónimo de acción instrumental. Es decir, de la acción intencional guiada por intereses, sean éstos de cualquier tipo. Otras formas de racionalidad superior pertenecen al ámbito de la trascendencia y no nos competen aquí.

2 Como Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas, y pseudónimo de Charles Dogson (1832-1898), quien también fue un contribuyente importante a esta línea de análisis matemático.

3 El librito de Brian Barry, Los sociólogos, los economistas y la democracia (1970) sigue siendo la mejor exposición de la confrontación de estos dos "paradigmas" frente a un mismo problema.

4 Véase el libro editado por Ian Shapiro y otros (2004). Esta obra y la de Simon (1985) son de gran interés para quien quiera asomarse a un debate académico cuya intensidad rara vez toleramos al sur del río Bravo.

5 El profesor Jon Elster es otro ejemplo de un antiguo marxista regenerado en el contexto de la discusión sobre el papel de la racionalidad en la acción social, con la diferencia de que no confía en las iniciativas de una ciencia biosocial unificada con base en las ideas de Darwin.

6 Nada más equivocado que afirmar que la academia estadounidense se mantuvo alejada de la "ideología". Los trabajos citados de Amadae (2003, 2005) son ilustrativos de los compromisos patrióticos de muchos científicos sociales. La diferencia es que predominó un consenso liberal, y hasta ahora, secular, a diferencia de las "guerras de clases a nivel cubículo" de las academias europeas occidentales. A la vez, las llamadas "guerras culturales" fueron mucho menos relevantes de lo que se piensa en la evolución del ethos científico de la academia en los Estados Unidos y terminaron con la ridiculización del "posmodernismo".

7 Así, Gintis se ha convertido en un innovador reconocido de la teoría de juegos y su libro Game Theory Evolving (2000) es un texto introductorio ampliamente utilizado en la enseñanza ¡que amerita su inmediata traducción!

8 Una excelente introducción a estos temas en los límites disciplinarios de la sociología y de la economía es el libro de entrevistas que realizó Richard Sweedberg (1990) a los máximos exponentes de la TER sobre sus opiniones en relación con el futuro de la teoría sociológica.

9 Mientras escribía este trabajo apareció en la edición electrónica de la revista Science un artículo titulado "The Origins of Cooperation", que no es ni el primero ni el último reporte que confirma dichas observaciones sobre la "endogeneidad" de la moralidad en los humanos.


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ELECCIÓN TEÓRICA EN ECONOMÍA

 En su artículo Epistemic Virtues and Theory Choice, Iván Moscati (2006) afirma que al elegir entre distintas teorías que abordan el mismo objeto de estudio, los economistas prefieren aquella que goce de mayor sistematicidad (equivalente a valor teórico puro), manteniendo las virtudes semánticas (equivalente a capacidad para simular la realidad). El autor llega a esta conclusión luego de evaluar el proceso de teorización y reemplazo de paradigmas al interior de la teoría de demanda (Jevons-Walras, Edgeworth, y Jhonson-Pareto). 

El presente trabajo tiene como referencia la metodología propuesta por Moscati, pero se concentra en el problema de la elección entre diferentes teorías del crecimiento (Solow, Romer, Ramsey). De esta manera, se puede evidenciar las preferencias de los economistas cuando eligen entre distintas teorías de crecimiento, así como, cuáles son las virtudes epistémicas relevantes para la generación del discurso teórico. 

La pertinencia del documento radica en que indaga sobre los valores epistémicos que orientan al economista a la hora de elegir una teoría de crecimiento, y esta constituye una pieza clave del análisis sobre las intenciones que guían el trabajo de los profesionales en esta área3 . 

En la primera sección se expone el problema de elección teórica y los conceptos asociados a virtudes epistémicas sintácticas y semánticas. En la segunda se hace un breve resumen de las principales implicaciones de las tres teorías de crecimiento en consideración, a partir de los supuestos que hacen sobre una serie de definiciones. En el tercer segmento, siguiendo la propuesta de Moscati, se realizan comparaciones uno-a-uno entre las distintas teorías del crecimiento económico para dilucidar el grado de virtud epistémica sintáctica y semántica contenida en cada una de ellas. En el cuarto apartado, mediante una consulta bibliográfica, se hace un análisis de cuál es la teoría más referenciada por los economistas (si la de Solow, Romer o Ramsey), ello revelará sus preferencias y el impacto de cada una de éstas en la generación de discursos alternativos. En la quinta y última sección se presentan las conclusiones. 

MARCO TEÓRICO

El problema de elección teórica parte del hecho de que el economista como científico social tiene ciertas ambiciones, preferencias, objetivos y restricciones que influyen en la manera como elige teorías y reemplaza paradigmas. La elección teórica es una materia que hasta el momento ha sido poco explorada por los economistas, salvo por el estudio presentado en dos de los artículos de Moscati (2006 y 2007) y otras aproximaciones que tienen un menor grado de precisión (Shi, 2001). 

Moscati comienza con una breve descripción de lo que llama virtudes epistémicas sintácticas y virtudes epistémicas semánticas. Las primeras están relacionadas con la maquinaria hipotético-deductiva de la teoría, y dentro de ellas se encuentran la parsimonia, la generalidad, el poder unificador, la exactitud de implicaciones y la sistematicidad. Esta última es considerada como una síntesis del poder unificador y la exactitud de implicaciones. Por su parte, las virtudes epistémicas semánticas son las que permiten que exista una relación entre las definiciones, supuestos e implicaciones de una teoría con la evidencia4 . 

Para Moscati (2006, 17) “los economistas intentan maximizar la virtud semántica de la teoría sujeto a la restricción de preservar su sistematicidad”5 . Esta hipótesis es corroborada por el autor para el caso de las teorías de demanda (Jevons-Walras-Marshall, Edgeworth, Johnson-Pareto), describiendo el proceso de reemplazo de paradigmas al interior de la teoría del consumidor, y demostrando así, que los economistas siguen el patrón de elección teórica anteriormente descrito. 

A continuación se expondrán las definiciones de virtudes epistémicas que serán utilizadas como herramientas teóricas, para el desarrollo del presente artículo. 

Virtudes epistémicas sintácticas 

Si se define una teoría como un conjunto de supuestos AT que se hacen sobre una serie de definiciones DT y que generan unas implicaciones IT , sobre el conjunto de definiciones, entonces ésta puede ser representada como una matriz de definiciones-implicaciones que corresponde a una matriz

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¿Cómo puede manipularse la estadística?: La falacia de la frecuencia base

 

¿Cómo puede manipularse la estadística?: 

La falacia de la frecuencia base

Successful Senior Businessman Reading A Financial Newspaper While Sitting In City Square, Outdoors. Emotion Of Surprise And Shock, Concept. Surprised Person Reads Fake News.

¿Puede manipularse la estadística? ¿Qué son las falacias estadísticas? ¿Qué es la falacia de la frecuencia base? En este artículo vamos a aprender algunos aspectos clave de la estadística, de la misma forma que vamos a aprender la lección de que, en estadística, no todo es lo que parece.

Es muy frecuente que, leyendo la prensa económica, veamos titulares que hablan de que el 90% de los usuarios recomienda algo, que el 72% de los ciudadanos prefiere una determinada cosa, o que el 67% de la población prefiere ordenadores portátiles Apple frente a los ordenadores HP, por poner un ejemplo.

Sin embargo, es conveniente resaltar que, cuando hablamos de estadística, los números pueden ser fácilmente manipulables en su interpretación. En este sentido, veamos el último ejemplo de los ordenadores portátiles.

En este caso, decimos que el 67% de la población prefiere ordenadores portátiles Apple. Sin embargo, ¿toda la población tiene o quiere ordenadores portátiles? ¿Cuáles son los perfiles encuestados? ¿Se le han propuesto a los encuestados otras opciones?

A la hora de interpretar los datos, determinadas falacias nos permiten decir que el 67 % de la población prefiere Apple. Pero esa población analizada podría no ser representativa, pues podría tratarse de una encuesta a 100 personas con poder adquisitivo alto que les permite comprarlo.

Otra falacia a destacar podría ser la falacia del jugador.

¿Has jugado alguna vez a una ruleta? La falacia del jugador nos lleva a pensar, erróneamente, que los sucesos pasados afectan a los futuros en lo relativo a actividades aleatorias. Un ejemplo lo encontramos en la ruleta. Si hemos apostado al rojo y ha salido el negro cuatro veces seguidas, pese a que la probabilidad sigue siendo la misma, creemos que es más probable que salga el rojo en la próxima tirada.

Como vemos, en estadística existen muchas falacias en las que podemos caer a la hora de defender nuestros argumentos y que, por tanto, hacen que la estadística pueda manipularse, ya sea de forma consciente o no. Pero en esta ocasión nos centraremos en una: la falacia de la frecuencia base. 

Esta falacia es muy utilizada cuando se quiere manipular una información estadística. De esta forma, se busca que el destinatario se centre en el dato específico y lo generalice, olvidando que ya existía un dato general que, muchas veces, es diferente a su deducción.

Pero veamos un poco más acerca de esta falacia a lo largo de este artículo.

La falacia de la frecuencia base y el teorema de Bayes

Antes de entrar de lleno en el análisis de esta falacia, así como ponerlo en contexto y relacionarlo con el mundo de las criptomonedas, debemos hablar de forma breve de Thomas Bayes y su famoso teorema.

Lo que Bayes viene a decir en su teorema es que la probabilidad de tener un accidente de coche depende de si ayer llovió o no. Hablamos de un ejemplo, pero que es muy sencillo de entender.

El teorema de Bayes es utilizado para calcular la probabilidad de un suceso, teniendo información de antemano sobre ese suceso. Pues la probabilidad clásica, desde siempre, se ha centrado en aquellos sucesos a posteriori. Pero Bayes, al contrario que los estadísticos clásicos, tiene en cuenta lo que sucede a priori. De esta forma, lo que propone es que tengamos en cuenta aquellas probabilidades que, a priori, condicionan a las que analizamos.

Por tanto, basándonos en la estadística clásica, podríamos decir que las probabilidades de que un coche tenga un accidente depende de las veces que este coche pase por un determinado lugar peligroso, así como otros aspectos a tener en cuenta. Pero Bayes nos enseña, además, que la probabilidad de tener un accidente (a posteriori) también viene condicionada por otros sucesos, como el hecho de que haya llovido la noche anterior (a priori).

Pero no te preocupes si no te queda claro este ejemplo, pues en el siguiente apartado vamos a ver otro ejemplo, esta vez relacionado con la pandemia provocada por la COVID19. En este caso, nos centraremos en las campañas de vacunación.

La falacia de frecuencia base y el COVID19

A continuación, vamos a ver un ejemplo de esta falacia y cómo esta puede relacionarse con la pandemia del COVID-19. Para ello, vamos a situarnos en una región determinada de España, y con datos de su propia consejería de sanidad.

En primer lugar, partimos de una premisa, que es que en esa región, el 80% de la población está vacunada, mientras que el 20% restante no lo está.

Atendiendo a esta premisa, hemos observado que, recientemente, el Ministerio de Sanidad ofrecía unos datos sanitarios que conviene analizar para entender el ejemplo.

En ellos se mostraba que había, aproximadamente, 80 personas ingresadas vacunadas y 20 no vacunadas. Así, a simple vista, podríamos deducir que la mayoría de las personas ingresadas se encuentra vacunada, pudiendo seguir a esta afirmación que las vacunas, por ende, provocan tu ingreso en UCI. Pero debemos saber que, atendiendo a los principales estudios, lo que nos dicen los expertos es que las vacunas previenen el ingreso en UCI.

Por tanto, ¿qué ocurre?

Pues lo que ocurre en este caso es que estaríamos ante la falacia de la frecuencia base. En ningún momento estamos teniendo en cuenta que la probabilidad de que un ingresado sea un vacunado es mayor que un no vacunado. En este caso, sería del 80% frente al 20%, dado que 8 de cada 10 ciudadanos en esta región están vacunados.

Como vemos, en estadística nada es lo que parece y habría que realizar un análisis más profundo para obtener una conclusión, pues la falacia de frecuencia base puede llevarnos a conclusiones erróneas, como que por vacunarte te ingresarán en el hospital.

La falacia de la frecuencia base y las criptomonedas

Para terminar con esta falacia, veamos otro ejemplo, esta vez más avanzado, que nos permita identificar qué es la falacia de frecuencia base, y cómo se ha estado utilizando dicha falacia en el mundo de las criptomonedas.

En este último ejemplo, vamos a observar algunos datos de diversas criptomonedas o criptodivisas. Concretamente, nos centraremos en la cotización, a través de las tasas de variación, de Bitcoin, Litecoin o Dogecoin de una selección de diez días. Eso sí, estad atentos a los detalles.

Falacia De La Frecuencia Base 2

En el gráfico que mostramos, lo que podemos observar es que las tres parecen seguir una tendencia similar. En otras palabras, todas las criptomonedas analizadas presentan una tendencia muy similar, tal y como muestra la gráfica que estamos analizando.

Así, una vez damos el dato general, que es que las criptomonedas siguen todas una tendencia similar a lo largo de los 10 días analizados, nos centramos en Litecoin específicamente.

Pues, centrándonos en cada una de ellas y, específicamente, en Litecoin, podemos observar cómo esta experimentó una disminución muy pronunciada en su tasa de variación entre el cuarto y el quinto día. El dato general nos muestra que todas las criptodivisas siguen esa tendencia, pero el específico nos indica que el Litecoin concretamente es una criptomoneda con gran volatilidad, pues se observan altibajos muy pronunciados durante el periodo analizado.

Así, lo que esta falacia de la frecuencia base plantea es lo que comentamos. Pues esta, la información específica, será la información que prevalezca si atendemos a dicha falacia.

¿Es realmente más volátil el Litecoin?

La falacia de la frecuencia base puede englobarse en otra, la negligencia de extensión. Esta consiste en obtener una conclusión sin tener en cuenta el tamaño de la muestra observada. Como vemos, nuestra falacia sería un caso particular de esta.

Así, si centramos nuestra atención sólo en los dos días en los que Litecoin presenta una tasa de variación negativa tan alta (-12,70% y -11,80%), lo que que diríamos y lo que indica que nuestro pensamiento intuitivo sería que Litecoin tiene mucha volatilidad, pero…

Si ahora ponemos la atención en las líneas de tendencia, vemos que esta criptomoneda tiene una pendiente positiva muy superior a las otras dos. En otras palabras, podríamos incluso decir que hablamos de una criptomoneda que ha presentado un mejor desempeño y que podría llevarnos a obtener más ingresos, aunque la falacia que aquí nos ocupa nos pueda echar del mercado por realizar afirmaciones muy sesgadas. Ahora bien, cabe señalar que esto, es decir, la pendiente positiva tiene mucho que ver con esa volatilidad vivida durante el cuarto y el quinto día.

Así, si somos un perfil de inversor conservador y queremos invertir en criptomonedas más estables, tanto Bitcoin como Dogecoin son monedas que, atendiendo a la gráfica, se mantienen más estables en el tiempo.

Por tanto, ¿en cuál debería invertir? A priori, en ninguna.

Invertir en criptomonedas con la falacia de la frecuencia base

Probablemente te estés preguntando cómo nuestra respuesta a la pregunta puede ser esa, teniendo en cuenta que hemos dicho que Bitcoin y Dogecoin son monedas más estables, pero debo insistir en que no me he equivocado, pues es esta falacia la que me podría haber llevado a perderlo todo en los mercados.

¿Pero por qué? La respuesta es bastante simple, pues en nuestro análisis, entre otras cuestiones, hemos cometido el error citado de negligencia de extensión. Es decir, cuando analizamos una tendencia en el tiempo, los períodos deben ser muy amplios, mientras que los observados en este caso no superan los 10 días.

Por otro lado, observamos que los coeficientes de determinación (R cuadrado) que indican si la recta es o no válida, se aproximan a cero. Esto quiere decir que estás líneas de tendencia no predicen nada en este caso. Y es que, aunque probablemente no te hayas dado cuenta, hemos vuelto a caer en la misma falacia. Nos hemos vuelto a centrar en el dato específico, que es una tendencia favorable de estas criptomonedas, pese a que el general nos dice que estas rectas, en realidad, no sirven para absolutamente NADA.

Por tanto, para invertir en criptomonedas y con independencia de los análisis técnicos, la estadística sencilla puede ayudar, pero con el análisis correcto. La falacia de la frecuencia base nos enseña que no debemos dejarnos llevar por las apariencias cuando se trata de analizar datos, dado que estos, como diría aquel, los carga el diablo.

¿Y tú qué opinas? ¿Vas a seguir creyéndote todo aquello que ves?

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Igualitarismo

 Igualitarismo

El igualitarismo es una corriente ideológica que defiende que todos los seres humanos son iguales a pesar de sus diferencias. Por tanto, las acciones gubernamentales y civiles en sistemas igualitarios han de perseguir esta igualdad.

El igualitarismo se basa en la premisa biológica de que todos los seres humanos pertenecemos a la misma especie. Siendo esto así, las diferencias sociales y económicas derivadas del desarrollo vital de cada persona a lo largo de los siglos es totalmente rechazable, y se debe trabajar para que todos estén situados al mismo nivel.

La corriente igualitarista, dentro de las ideologías políticas, se identifica con las doctrinas izquierdistas. De hecho, las tesis comunistas defienden un tipo de igualitarismo extremo, aunque también observamos este igualitarismo en ideologías fascistas.

Al contrario sucede en el caso de ideologías de derecha democráticas. Este rechazo del igualitarismo lo vemos con más énfasis en el liberalismo.

En el fondo se trata de un debate filosófico, se trata de interrogantes tales como: ¿Somos realmente iguales?, ¿la inteligencia puede ser un elemento diferenciador?, si partimos de la misma base, ¿cómo se han generado las desigualdades actuales?, ¿la herencia es un factor de desigualdad deseable?, ¿igualdad o libertad?, ¿es legítima la aparición de la propiedad?, ¿las desigualdades de nacimiento justifican la redistribución?

Tipos de igualitarismo

  • Igualitarismo parcial: Este tipo de igualitarismo se ciñe estrictamente al ámbito de las oportunidades. Es decir, para conseguir una sociedad justa es necesario que todos los que la componen tengan acceso a desarrollar la vida a la que aspiran. Además de que ningún individuo sea discriminado en ninguna de las facetas vitales. Karl Popper se identificó con esta corriente. 
  • Igualitarismo liberal: Este es el igualitarismo desarrollado por el filósofo estadounidense John Rawls. No solo es necesaria la igualdad de oportunidades, además el Estado ha de intervenir para paliar lo máximo posible las desigualdades de renta.
  • Igualitarismo absoluto: Es el propio de ideologías y regímenes totalitarios como los comunistas. El igualitarismo absoluto propone la eliminación de toda manifestación individualista. Es decir, las personas tienen que ser iguales en todo los planos, sin que el mérito, el trabajo y el esfuerzo supongan un elemento diferenciador. Menos aún si las diferencias las marcan factores como la inteligencia. 

Características del igualitarismo

El igualitarismo, de forma genérica, posee las siguientes características:

  • Se conciben todos los seres humanos como iguales.
  • Todas las personas merecen el mismo trato, sin la existencia de privilegios ni discriminaciones.
  • El Estado debe intervenir en la economía, provisionando todo tipo de bienes y servicios que igualen a la población.
  • La igualdad de oportunidades es una idea necesaria. 
  • Se ha de luchar contra situaciones estructurales de pobreza y desigualdad. 
  • El mercado ha de estar muy limitado y regulado.
  • Propiedad privada regulada y limitada.
  • Se rechazan posturas ideológicas individualistas, como el liberalismo y sus subtipos.
  • Se abrazan ideologías socialdemócratas, socialistas y comunistas. Depende del grado de igualitarismo. 

Igualitarismo y las ideologías políticas

Como mencionamos al principio, el igualitarismo se identifica con algunas ideologías y se opone frontalmente a otras. ¿Por qué se identifica con ideologías de izquierda? Porque son las que priman la igualdad por encima de la libertad. Es decir, las decisiones en materia de libertad nunca están por encima de la igualdad. Menos en la socialdemocracia, que asegura una provisión mínima de libertades. 

El valor superior de los postulados marxistas es la igualdad, todo está justificado para conseguirla. Para ello, apuesta por medidas como la eliminación de la herencia, nacionalización de los medios de producción, racionalización de bienes, educación pública y gratuita, expropiación a medianos y grandes propietarios, fuertes impuestos progresivos, centralización de decisiones económicas, etc.

Sin embargo, choca frontalmente con el liberalismo, dado que este defiende que la igualdad no solo no es algo negativo, sino que es hasta deseable y necesario la existencia de esta en cierto grado, pues es la misma desigualdad la que genera incentivos. Aunque algunas ramas menos radicales del liberalismo sí promueven la igualdad de oportunidades, así como la igualdad ante la ley y la no discriminación.

El igualitarismo, según esta corriente ideológica, es indeseable e impracticable por factores como la inteligencia y los sentimientos. Los seres humanos somos diferentes entre sí: la inteligencia, la envidia, la responsabilidad, las preferencias, los gustos, etc. son factores que impiden el desarrollo del igualitarismo. 

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¿Es una crisis de suministros, o una crisis del dólar?

 Hoy son muchos los economistas que, atendiendo a la inflación subyacente, afirman que la inflación podría ser una consecuencia directa del desabastecimiento. No obstante, analizando el contexto y el dólar, junto a otras crisis, los datos que vemos parecen indicar que hablamos de un problema más complejo, con más hipótesis.

En las últimas semanas ha crecido en todo el mundo la preocupación de encontrarnos ante una nueva crisis, aunque esta vez muy diferente de la última. Si hace un año veíamos empresas con los almacenes llenos e incapaces de vender sus stocks, lo que ahora inquieta a los empresarios es no poder reponer sus existencias a la misma velocidad que las venden. Todo ello, en un entorno dónde se han disparado los precios de la energía, las materias primas y el transporte, por lo que muchos productos, si es que llegan, son mucho más caros que hace pocos meses.

Podría decirse que la economía mundial ha transitado muy rápidamente de la sobreproducción a la escasez, de los almacenes llenos a los escaparates vacíos. Por ello, algunos medios han bautizado a la situación que vivimos como «crisis de los contenedores», en referencia al encarecimiento y desbordamiento del transporte. Y como es natural, muchos expertos buscan explicaciones en problemas de algunos mercados concretos, como el petróleo, el transporte marítimo o los microchips.

Ahora bien, ¿podemos decir que la escasez y la inflación que comenzamos a ver responden a problemas coyunturales de algunos sectores? Quizás sería simplificar demasiado el análisis. Sobre todo si vemos que, comparando la situación actual con la de los años 70, no se trata en absoluto de un problema nuevo para la economía mundial.

¡Vamos a verlo!

¿Fue realmente una crisis del petróleo?

«Se suele hablar de un problema de escasez de petróleo, pero los precios del crudo ya estaban subiendo antes de que estallara la crisis

Tradicionalmente, la crisis de 1973 se asocia a un shock de oferta provocado por un embargo petrolero de los países árabes a Europa Occidental y Estados Unidos, el cual hizo subir los precios del crudo en todo el mundo. A su vez, esta crisis energética habría empujado al alza los costes de producción de muchas empresas, las cuales habrían trasladado el impacto a los precios, generando de esta manera altas tasas de inflación.

Sin embargo, y como suele ocurrir en economía, la realidad es mucho más compleja de lo que parece. De hecho, si observamos la gráfica que exponemos a continuación, veremos que los precios del petróleo ya estaban subiendo desde, al menos, 3 años antes de que se anunciara el embargo. ¿Qué estaba ocurriendo?

Grafica 1

La realidad es que en los años 60, el sistema monetario mundial se regía según los acuerdos alcanzados en la Conferencia de Bretton Woods, que basaban la estabilidad de las monedas en que los bancos centrales de todo el mundo pudieran acumular dólares como activo de reserva. A su vez, esto era posible porque la divisa estadounidense era plenamente convertible al oro, a una paridad fija –establecida por ley– de 35$ la onza.

El sistema tuvo problemas desde 1945, en especial por las divergencias entre las políticas de la Reserva Federal y los Bancos Centrales de otros países. Pero fue a partir de 1965 cuando comenzó a soportar fuertes tensiones. Unos problemas, en parte, ocasionados por el enorme gasto que suponía la Guerra de Vietnam, obligando a Estados Unidos a mantener una política laxa de seguir imprimiendo dinero y mantener bajos los tipos de interés. La crisis de confianza generada por estas decisiones se agudizó en 1971, cuando se suspendió la convertibilidad del dólar al oro.

Ahora bien, si observamos la evolución del oro, veremos que ya desde 1968 su cotización subía en los mercados internacionales, en parte por la falta de confianza en el dólar. En 1971, con la suspensión de la convertibilidad, lo que vemos es una rápida depreciación de esta divisa con respecto al oro. Todo ello, mientras la cantidad de dólares en el mercado seguía creciendo y las autoridades monetarias volvían a bajar los tipos de interés.

En otras palabras, podemos decir que la Reserva Federal estaba suministrando más dólares al mercado en un momento en que los agentes los demandaban cada vez menos. La consecuencia, como suele ocurrir con cualquier bien cuando aumenta la oferta y se reduce la demanda, fue que los precios cayeron, en este caso la cotización del dólar.

Más dólares, menos petróleo

«En 1974 acabó el embargo petrolero, pero los precios siguieron subiendo porque el exceso de dólares no había dejado de crecer

¿Y qué podemos decir del petróleo? Aquí hay que tener en cuenta factores adicionales, como el embargo de los países árabes en 1973 y la Guerra del Golfo en 1990, pero, en esencia, vemos una tendencia similar. De hecho, como hemos comentado anteriormente, los precios ya estaban aumentando mucho antes de la aplicación del embargo, y su fase ascendente comenzó, precisamente, cuando la política monetaria de Estados Unidos se hizo más expansiva.

Podríamos pensar que se trata de una casualidad, pero lo cierto es que hay más evidencias al respecto. Podemos comprobar, por ejemplo, que en 1974 se puso fin al embargo, pero los precios del crudo siguieron subiendo hasta llegar a niveles nunca antes vistos. ¿Y qué hacía en ese momento la Reserva Federal? Nuevamente, bajar tipos de interés y aumentar la cantidad de dólares en circulación.

A finales de los 70 y principios de los 80, por el contrario, las autoridades monetarias de Estados Unidos llevaron a cabo una política de corte restrictivo. Esto es, subir los tipos de interés y ralentizar el ritmo al que aumentaba la cantidad de dólares en el mercado. Los efectos no fueron inmediatos, pero como podemos observar en la gráfica, los precios del oro y del petróleo comenzaron una fase descendente desde entonces.

¿Qué ha ocurrido en el siglo XXI?

«En algo más de un año, la cantidad de dólares en el mercado ha crecido casi un 30%.»

La llamada crisis del petróleo ha quedado en la historia como uno de los periodos más inflacionistas de los últimos siglos, pero lo cierto es que si la comparamos con lo que hemos vivido en el siglo XXI, vemos muchos patrones que se repiten.

Si atendemos a la gráfica que se muestra a continuación, a partir del año 2001, por ejemplo, podemos comprobar cómo la bajada de tipos de interés –motivada, en parte, para financiar la guerra de Afganistán– precedió a un ciclo alcista en el petróleo y el oro. Un comportamiento que también aparece en el periodo 2008-2014, en el marco de la Gran Recesión.

Captura 2

En el período 2017-2019, por el contrario, vemos como la Reserva Federal da un giro hacia políticas más restrictivas, con una tímida subida de tipos de interés y estabilizando la base monetaria. El efecto, como podemos observar, fue muy similar al de los 80, en este caso con el oro estabilizado y el petróleo en caída.

Llegamos así al año 2020, cuando la pandemia asestó un fuerte golpe a la economía mundial y los gobiernos de casi todo el mundo intentaron contrarrestar la crisis con ambiciosos planes de estímulo. Uno de los instrumentos predilectos de las autoridades ha sido la política monetaria, y en este sentido la Reserva Federal de Estados Unidos es uno de los mejores ejemplos de ello.

De esta manera, no solamente se volvió a tipos de interés cercanos a 0, sino que además la cantidad de dólares en el mercado creció a una velocidad nunca antes vista. Tengamos en cuenta que si, desde el año 2000, la base monetaria había crecido a una media del 11% anual, entre marzo de 2020 y agosto de 2021, esta había dado un salto de casi el 30%. En otras palabras, el volumen de dólares en algo más de un año había crecido casi tanto como solía hacerlo en tres.

A partir de entonces y como suele ocurrir en las últimas grandes crisis financieras, el precio del oro también creció rápidamente, sobre todo por su condición de activo refugio. De esta manera, muchas personas han decidido comprar oro –y también, en algunos casos, criptomonedas– como forma de protegerse ante la excepcional incertidumbre y por lo que pueda pasar.

Ahora bien, ¿qué ha pasado con el petróleo? La evolución del precio del crudo en los últimos años es muy interesante. Además, puede ayudarnos a entender lo que está pasando hoy en la economía mundial, por lo que merece la pena analizarlo en detalle.

El petróleo, otra vez al alza

«En cuanto los mercados comenzaron a detectar un exceso de dólares, los precios empezaron a subir; entre ellos el petróleo y el gas natural

Como podemos observar, en 2020 los precios se derrumbaron si tomamos como referencia la media anual, pero lo cierto es que la caída realmente tuvo lugar entre febrero y mayo de ese año. A partir de entonces, lo que vemos es una recuperación gradual pero constante, superando los niveles prepandemia y alcanzando precios que no veíamos desde 2018.

En este caso, parece evidente que el aumento de la cantidad de dinero no ha tenido un efecto inmediato sobre el crudo, en parte porque en los primeros meses de la pandemia existía una alta demanda de dólares. En otras palabras, fue un periodo en el cual, ante la incertidumbre, muchas personas atesoraban dinero en efectivo o en cuentas corrientes y, de esa forma, reducían gastos. En términos de mercado, podemos decir que la oferta de dinero había crecido con fuerza, pero no veíamos problemas de inflación, pues su demanda había crecido también.

El problema ha aparecido después, es decir, cuando se relajaron las restricciones, las economías se estabilizaron y los agentes del mercado volvieron a gastar e invertir. Al hacerlo, ese exceso de dólares está inundando el mercado de bienes y servicios y, dado que no podemos aumentar la producción a la misma velocidad, muchos precios tienden a subir; entre ellos el del petróleo.

¿Crisis del dólar?

«Si devaluamos el peso que representa un kilo, daría la impresión de que todos automáticamente pesaríamos más, aunque no hayamos engordado ni un gramo. Lo mismo ocurre con el dinero

¿Qué lecciones podemos sacar, entonces, de las crisis que acabamos de mencionar?

Lo primero que nos enseñan los datos es que, si bien no podemos afirmar que los precios del petróleo dependen directamente de los tipos de interés, sí es evidente que la política monetaria de Estados Unidos ejerce una gran influencia sobre el coste de la energía. Un poder que existe, entre otras cosas, porque la mayor parte de las transacciones internacionales de petróleo y gas natural denominan sus precios en dólares.

Con respecto a la segunda conclusión, debemos recordar que una de las funciones del dinero es servir como unidad de cuenta, es decir, como parámetro para medir el valor de los bienes y servicios que compramos o vendemos. El problema es que si esa unidad de medida se devalúa, todos los bienes que toman esta unidad de referencia serán más caros.

Es como si de repente se decidiera que el kilo representa una medida de peso menor a la que le asignamos hoy en día. Si esto pasase, automáticamente, todos pesaríamos más kilos que antes, aunque la realidad es que no hemos engordado ni un gramo. En este caso, si los mercados quieren deshacerse de sus dólares cambiándolos por bienes, el valor real del dólar se irá reduciendo, y por eso harán falta cada vez más dólares para comprar el mismo producto.

En esto consiste el origen monetario de la inflación. Ahora bien, no podemos decir que una inyección de dinero como la que estamos presenciando tenga siempre un efecto inmediato y simultáneo sobre todos los precios, sino uno mucho más complejo.

¿Estamos creando inflación?

«Cuando la cantidad de dinero aumenta más rápido que la producción, los precios tienden a subir, aunque cada sector reacciona a una velocidad diferente

Todo comienza, como hemos mencionado, con una inyección de dinero en la economía por parte de los Bancos Centrales. Si los mercados no demandan ese dinero, es decir, si prefieren cambiarlo por bienes o servicios, inmediatamente aumentarán el consumo y la inversión, trasladando la euforia al resto de la economía y haciendo crecer la demanda agregada.

El oro, al ser un activo financiero, suele ser uno de los que más rápido reaccionan, como hemos visto en la crisis del petróleo y en la Gran Recesión. Las materias primas, entre las cuales se encuentra el petróleo, suelen ir después, ya que, por lo habitual, tienen dificultades para aumentar la producción al mismo ritmo que entra dinero nuevo en el mercado. A estas le siguen los precios mayoristas, donde entran, por ejemplo, los microchips y el transporte. Mientras que, en último lugar, tenemos a los minoristas y los servicios.

Por este motivo, a muchas personas les da la impresión de que la inflación se produce porque sube el precio de un bien al principio de la cadena productiva y todos los empresarios intermedios van trasladando ese coste hasta el consumidor final. La realidad, como vemos, es mucho más compleja, y nos hace pensar, más bien, en las diferentes velocidades de reacción que tiene cada sector ante un aumento de la cantidad de dinero.

Hoy podemos oír cómo los medios de comunicación repiten que vuelve la inflación por culpa de los precios de la energía, el transporte y las materias primas, que empujan al alza a todos los demás precios, pero quizás deberíamos pensar si en realidad eso se debe, al menos en parte, a los grandes planes de estímulo que están llevando a cabo nuestro Bancos Centrales.

Si esto es así, podríamos estar ante un escenario en el que dichas autoridades económicas han olvidado que la misión que persiguen es la de garantizar el valor de las monedas que emiten y, en lugar de hablar de «crisis del petróleo» o de «crisis de los contenedores», podríamos comenzar a hablar, también, de que lo que podría haber entrado en crisis es el dólar, así como su hegemonía mundial.

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