En el otoño de 1930 apareció en Londres el Treatise on money de John Maynard Keynes. Su extensión obligó a publicarlo en dos volúmenes y el historiador Fred Glahe ha sugerido sarcásticamente que ese año se lo pudo encontrar en muy pocos árboles de Navidad. Se trata, sin embargo, de un texto importante y un eslabón indispensable para comprender la evolución del pensamiento de este gran economista, que se iba a convertir en el más influyente del siglo XX, y por ello hay que dar la bienvenida a esta primera traducción española de la obra, al cuidado de José Antonio Aguirre.
Con objeto de elaborar en teoría las recomendaciones del Breve tratado sobre la reforma monetaria de 1923, Keynes empezó a trabajar en un nuevo libro en 1925. Un lustro más tarde aparecieron los volúmenes del Tratado del dinero, el primero sobre teoría pura y el segundo sobre teoría aplicada. En esta edición española se recogen el primer volumen virtualmente completo y cuatro capítulos del segundo. Con buen criterio, José Antonio Aguirre ha seleccionado capítulos referidos al sistema monetario internacional, un asunto que interesó mucho a Keynes, y sobre el que presentaría propuestas prácticas en la Conferencia de Bretton-Woods de 1944, pero que está ausente en su siguiente libro, sobre el que se edificó su fama: la Teoría general sobre el empleo, el interés y el dinero de 1936. Hay que destacar la documentada introducción de Francisco Cabrillo, que sitúa el Tratado dentro de los debates monetarios de la época y en el contexto de la obra de Keynes.
En el Tratado del dinero el problema de Keynes son las fluctuaciones económicas, los precios y la relación entre el ahorro y la inversión. El autor busca «un método útil no sólo para describir las características esenciales que definen la situación de equilibrio estático, sino también aquellas que caracterizan el desequilibrio y las leyes que gobiernan el paso de una situación de equilibrio monetario a otra».
Un punto clave del libro es que el ahorro y la inversión pueden ser desiguales. Esto ha de subrayarse porque el enfoque de la Teoría general es diferente y destaca su igualdad ex post. Keynes toma del gran economista sueco Knut Wicksell la distinción entre tipo de interés natural y de mercado, noción que se remonta a Henry Thornton y su notable Paper credit de 1802 y sugiere que la desigualdad entre ambos tipos es la causa de la brecha entre el ahorro y la inversión y de las fluctuaciones en la actividad y en el nivel de precios.
La hostilidad de Keynes hacia el mercado se fue extendiendo con el paso del tiempo. Empezó focalizada en el mercado monetario y en el Tratado añadió el del ahorro y la inversión, que pueden diferir porque los individuos que ahorran no son los mismos que invierten, con lo que un aumento del ahorro puede dar lugar a más inversión pero también a más consumo: «El acto de ahorro en sí mismo no garantiza que la existencia de bienes de capital se incremente en la cantidad correspondiente». Keynes se instala así en la corriente de economistas herejes que desde Malthus hasta Hobson habían disputado la actitud clásica de Adam Smith que veía al hombre frugal como el héroe económico por excelencia. Para Keynes el ahorro sólo es beneficioso si es canalizado hacia la actividad empresarial, algo que «habitualmente» no sucede, porque el motor de la empresa no es el ahorro sino el beneficio. Muy pronto advirtió Keynes que el Tratado carecía del sustento teórico suficiente para explicar el paro y la renta nacional. Por eso se puso a escribir un nuevo libro y el Tratado resultó ser una obra de transición, en la que Keynes defiende una política monetaria activa para neutralizar la depresión.
Aquí no hay un mecanismo de ajuste a través de la renta, como en la Teoría general, donde la contracción debida a un mayor ahorro se frena porque cae la renta y con ella el ahorro. En el Tratado no hay límites a la depresión y de ahí la necesidad de la política monetaria y la acción del tipo de interés básico del banco central y las operaciones de mercado abierto. Estamos por tanto aún lejos del modelo de equilibrio económico con paro de la Teoría general, donde todos los mercados funcionan mal y se requiere una amplia intervención del Estado. Pero la senda está ya trazada en el Tratado, con un Keynes elitista convencido de la existencia de personas desinteresadas y que saben más que el mercado. Es la antipática teoría política de Keynes, que cree que hay dos clases de seres humanos, las gentes vulgares que se comportan instintivamente y los genios eunucos que gobiernan, o deberían gobernar. En el Tratado, el patriota desapasionado que sabe más que el mercado es el gobernador del Banco de Inglaterra.
Con el tiempo, el keynesianismo se convirtió en la visión predominante y fue después sometida a duras críticas que revisaron profundamente sus doctrinas. Esa es, sin duda, otra historia, pero es una historia que no se puede comprender cabalmente sin tener en cuenta los eslabones que la precedieron, entre ellos el Tratado del dinero.