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martes, 24 de enero de 2017

EL INSTRUMENTALISMO DE JOHN DEWEY

EL INSTRUMENTALISMO DE JOHN DEWEY

1. La experiencia no se reduce a la conciencia o al conocimiento

Para Bertrand Russell, al igual que para otros especialistas, John Dewey (Burlington, Vermont, 1859-Nueva York, 1952) fue el filósofo norteamericano más destacado de nuestro siglo: «Ejerció una influencia profunda, no sólo sobre los filósofos, sino también sobre los expertos en educación, estética y teoría política. Fue un hombre de gran talla, con ideas liberales, generoso y afable en el trato personal e infatigable en el trabajo.»

La filosofía de Dewey ha sido definida como «naturalismo». Se trata de una filosofía que se mueve dentro de los cauces del pragmatismo y que se sitúa en el seno de la tradición empirista. Sin embargo, Dewey prefirió bautizar su filosofía con el nombre de «instrumentalismo», que ante todo se diferencia del empirismo clásico en lo que se refiere al concepto fundamental de «experiencia». La experiencia de los empiristas clásicos queda simplificada, ordenada, purificada de todos los elementos de desorden y de error: se ve reducida a estados de conciencia claros y distintos. En Experiencia y naturaleza (1925) Dewey sostiene que «la experiencia no es conciencia sino historia». «La experiencia es algo completamente distinto de la conciencia, que es aquello que aparece de manera cualitativa y central en un momento determinado. El hombre corriente no tiene necesidad de que se le recuerde que la ignorancia es uno de los principales aspectos de la experiencia; también lo son las costumbres a las que nos entregamos sin conciencia de ello, dado que actúan de manera hábil y segura. Sin embargo, la ignorancia, la costumbre y el arraigarse de modo fatal, en el pasado son precisamente aquellas cosas que el autoproclamado empirismo, a través de su reducción de la experiencia a meros estados de conciencia, niega a la experiencia.» La experiencia, por tanto, no se reduce a un estado de conciencia claro y distinto. La experiencia tampoco se reduce al conocimiento, aunque el conocimiento también forme parte de la experiencia, sea una experiencia. «La experiencia incluye los sueños, la locura, la enfermedad, la muerte, la guerra, la confusión, la ambigüedad, la mentira y el horror; incluye tanto los sistemas trascendentales como los empíricos; abarca la magia y la superstición, al igual que la ciencia. Incluye aquella inclinación que impide aprender de la experiencia, así como la habilidad que aprovecha hasta sus más mínimos elementos.»

En substancia, Dewey propone una noción de experiencias que sea capaz de conceder la misma atención que se presta a lo «noble, honorable y verdadero» a todo aquello que en la vida humana hay de desfavorable, precario, incierto, irracional y odioso». Dewey sostiene: «Si se considera el papel que la anticipación y el recuerdo de la muerte han desempeñado en la vida humana, desde la religión hasta las compañías de seguros, ¿qué cabe decir de una teoría que define la experiencia de una manera que permite deducir lógicamente que la muerte nunca es materia de experiencia?»

Más aún, la no identificación entre experiencia y conocimiento permite que Dewey formule un intento de solución del problema gnoseológico.

En efecto, «existen dos dimensiones en las cosas experimentadas; una es el tenerlas, y la otra, el conocerlas, con objeto de tenerlas de un modo más significativo Y seguro». En realidad, no es fácil conocer las cosas que tenemos o somos, ya se trate del sueño, el sarampión, la virtud, una pena o el color rojo. El problema del conocimiento es «el problema de cómo hallar aquello que es preciso hallar alrededor de estas cosas, para garantizar, rectificar o evitar el serlas o el tenerlas.» De este modo, escribe Dewey, el escepticismo puede darse, con objeto de convertimos en curiosos e investigadores, en cualquier momento y con respecto a cualquier creencia o conclusión intelectual, mientras que resulta imposible acerca de aquellas cosas que tenemos y somos. «Un hombre puede dudar acerca de si tiene o no el sarampión, porque sarampión es un término intelectual, una clasificación, pero no puede dudar de aquello que tiene empíricamente. Y no porque, como se suele afirmar, esté seguro de ello de una manera inmediata, sino porque no es materia de conocimiento, no es en absoluto una cuestión intelectual, no es un asunto de verdad o falsedad, de certeza o de duda, sino únicamente de existencia.

2. Precariedad y riesgo en la existencia

La experiencia es historia, una historia encaminada hacia el futuro, cargada de futuro. Para Dewey la experiencia halla su equivalencia en cosas como la historia, la vida o la cultura. La filosofía, a diferencia de la antropología cultural, «tiene la función del desmembramiento analítico y la reconstrucción sintética de la experiencia». Los fenómenos de la cultura, presentados por el antropólogo, constituyen el material de trabajo del filósofo. «Los fenómenos culturales ponen de manifiesto que la existencia posee un carácter precario y arriesgado.» Según Dewey, «el hombre se encuentra viviendo en un mundo aleatorio; para decirlo con crudeza, su existencia implica un peligro. El mundo es el escenario del riesgo; se muestra inseguro, inestable, terriblemente inestable. Sus peligros son irregulares, inconstantes, no pueden limitarse a un tiempo o a una estación en particular. Aunque persistentes, son esporádicos, episódicos. El momento más oscuro es el que precede al amanecer; la soberbia antecede a la caída; el momento de mayor prosperidad es el que se halla más cargado de malos augurios, el más oportuno para los hechizos. La peste, el hambre, la pérdida de las cosechas, la enfermedad, la muerte y la derrota se encuentran siempre a la vuelta de la esquina, lo mismo que la abundancia, el vigor, la historia, la fiesta y el canto. La suerte se muestra por lo general buena y mala al mismo tiempo, cuando reparte sus dones». Sin. duda, sería fácil y cómodo el insistir sobre la buena suerte y las alegrías inesperadas. La comedia es algo tan genuino como la tragedia.

Pero es sabido, señala Dewey, que «la comedia se caracteriza por un tono más superficial que la tragedia». Y el hombre teme porque existe dentro de un mundo temible, en un mundo que provoca miedo. El mundo, en sí mismo, es precario y peligroso. «El temor a los dioses fue el que creó a los dioses.»

El hombre vive en este mundo: no existe la naturaleza sin hombre, ni existe el hombre sin la naturaleza. El hombre se halla inmerso en la naturaleza y, sin embargo, consiste en una naturaleza capaz y destinada a modificar la naturaleza misma y a otorgarle un significado. Para asegurarse contra la inestabilidad y la precariedad de la existencia, el hombre primero apeló a fuerzas mágicas y construyó mitos que una vez desvanecidos, trató de sustituir con otras ideas que diesen seguridad: la inmutabilidad del ser, el progreso universal, la racionalidad inherente al universo o el universo regulado por leyes necesarias y universales. «Desde Heráclito hasta Bergson, aparecen distintas filosofías o metafísicas del universo. Hay que estar agradecidos a estas filosofías que han mantenido vivo aquello que ha sido descuidado por las filosofías clásicas y ortodoxas. No obstante, también las filosofías del fluir indican la intensidad con la que se desea aquello que es seguro y estable. Han deificado el cambio, convirtiéndolo en algo universal, regular y seguro [...]. Consideremos la manera plenamente laudatoria con que Hegel, Bergson y los filósofos evolucionistas del devenir consideraron el cambio. Para Hegel, el devenir es un proceso racional que define una lógica -aunque nueva y extraña- y un absoluto, también extraño y nuevo, Dios. Para Spencer, la evolución no es más que un proceso transitorio en el que se obtiene un equilibrio estable y universal que es propio de un ajuste armonioso. Para Bergson, el cambio es la operación creadora de Dios o es el mismo Dios.» Para Dewey, estas filosofías son filosofías del temor, exageradamente simplificadoras y que se evaden de la responsabilidad. Transforman un simple elemento de la realidad en toda la realidad posible, relegando así a la apariencia (a un nivel secundario, epifenoménico, erróneo, ilusorio, etc.) todo aquello que no resulta compatible con su respectivo esquema de inmutabilidad, orden, racionalidad, necesidad o perfección del ser o de la realidad. Además, eliminan responsabilidades, porque se jactan de garantizar metafísicamente un orden, un progreso o una racionalidad que en cambio constituyen la tarea fundamental de una conducción inteligente de la vida humana. Para Dewey, en definitiva, es preciso tener el valor de denunciar la falacia metafísica de aquellas metafísicas consoladoras e ilusiones que engañan acerca de la permanencia estable de bienes y de valores, como posesión exclusiva de una clase privilegiada. Dichas metafísicas reducen a mera apariencia la irracionalidad, el desorden, el mal y el error, cosas que sin embargo no son apariencias sino realidades que hay que aspirar a dominar y controlar, aun sabiendo que la existencia está siempre y en todos los casos llena de riesgos y es algo precario. «A través de la ciencia nos aseguramos un determinado grado de fuerza, precisión y control; a través de los instrumentos, las máquinas y la técnica que las acompaña, hemos convertido el mundo en más acorde con nuestras necesidades y en una morada más segura.» A pesar de todo, confiesa Dewey, «el carácter fundamentalmente azaroso del mundo no se ha modificado radicalmente Y mucho menos ha desaparecido. Incidentes como la pasada guerra y la preparación de una guerra futura nos recuerdan lo fácil que resulta olvidar hasta qué punto nuestras realizaciones, después de todo, no son más que herramientas para desvelar el desagradable reconocimiento de un hecho, en lugar de medios para alterar el hecho en sí mismo.»

3. La teoría de la investigación

Dewey no posee una concepción idílica de la experiencia, la naturaleza y la existencia, ni tampoco acepta con facilidad la noción de un «estilo magnífico y favorable», aunque se deje sentir en su pensamiento el influjo del evolucionismo. En cualquier caso, Dewey es realista: el mundo es algo inestable, la existencia se muestra arriesgada y precaria, y las visicitudes de los seres vivientes no resultan seguras. La lucha para enfrentarse con un mundo y una existencia tan difíciles exigen comportamientos y operaciones humanas inteligentes y responsables. Aquí es donde se introduce el instrumentalismo de Dewey y su teoría de la investigación.

La verdad, según la mayoría de los sistemas filosóficos tradicionales; es estética y definitiva, absoluta y eterna. Dewey, sin embargo, no piensa así. Debido a sus intereses biológicos, considera que el pensamiento es un proceso evolutivo; el conocimiento, de acuerdo con Dewey, es un proceso llamado indagación, que en el fondo consiste en una forma de adaptación al ambiente. El conocimiento es una práctica que ha tenido éxito, en el sentido de que soluciona los problemas que plantea el medio ambiente (entendido en su acepción más amplia).

En su gran obra Lógica: teoría de la indagación (1938) Dewey ordena de forma sistemática los resultados de sus investigaciones lógicas y gnoseológicas que aparecen en otros escritos, por ejemplo Cómo pensamos (1910) y Ensayos de lógica experimental (1916). En aquella obra Dewey define la indagación como «transformación controlada o dirigida de una situación indeterminada, que se convierte en una situación determinada en sus distinciones y relaciones constitutivas, hasta el punto de que los elementos de la situación originaria llegan a ser una totalidad unificada».

En otros términos, «la función del pensamiento reflexivo [...] es transformar una situación en la que se tengan experiencias caracterizadas por la oscuridad, la duda, el conflicto, en definitiva, experiencias perturbadas, convirtiéndola en una situación clara, coherente, ordenada y armoniosa».

En resumen, la indagación parte de problemas, de situaciones que implican incertidumbre, perturbación, duda y oscuridad. Dewey se declaraba desconcertado ante el hecho de que «personas que se esfuerzan de modo sistemático en indagar cuestiones y problemas (como es sin duda el caso de los filósofos) se muestren tan poco curiosas acerca de la existencia y la naturaleza de los problemas.»

Las situaciones de esta clase, en las que hay dudas y oscuridad, se convierten en problemáticas cuando se transforman en objeto de investigación, en el sentido de que se hace posible formular algún intento de solución, aunque sea vago, o de otro modo se caería en el caos; o asimismo, se hace posible intelectualizar esta vaga sugerencia, formulando el problema en el interior de una idea consistente en anticipaciones o previsiones de aquello que puede ocurrir. La idea propuesta se desarrolla en sus distintos significados por el razonamiento que expone las consecuencias de la idea, poniéndola en relación con el sistema formado por las demás ideas y aclarándola así en sus aspectos más diversos. La solución del problema formulada y anticipada mediante la idea que más tarde será desarrollada por el razonamiento, dirige y articula el experimento. Éste será el que diga si la solución propuesta hay que aceptada, rechazada o corregida, con la finalidad de dar cuenta de los hechos problemáticos. Con respecto a los hechos, Dewey, a diferencia del viejo empirismo, señala que no son puros datos, que no existen datos en sí. No existen los datos si no es en relación con una idea o un plan operativo que pueda formularse en términos simbólicos, desde los del lenguaje ordinario a aquellos más precisos y específicos, propios de la matemática, la física o la química. En definitiva, Dewey opina que tanto las ideas como los hechos son de naturaleza operacional. Las ideas son operacionales porque no son más que propuestas y planes de operaciones e intervención en las condiciones existentes; los hechos son operacional es en el sentido de que son el resultado de operaciones de organización y elección.

La inteligencia, pues, es algo constitutivamente operativo. La razón no es meramente contemplativa: se trata de una fuerza activa, llamada a transformar el mundo de acuerdo con los objetivos humanos. No cabe duda de que la contemplación es una experiencia, pero según Dewey constituye la parte final, en la que el hombre disfruta con el espectáculo de sus procesos. El proceso cognoscitivo no es una contemplación, sino una participación en las vicisitudes de un mundo que hay que cambiar y reorganizar sin pausa. La doctrina evolucionista -escribe Dewey- nos ha enseñado que «la criatura viviente es una parte del mundo que comparte las vicisitudes y los destinos de éste y que únicamente puede procurarse seguridad, dentro de su precaria dependencia, identificándose intelectualmente con las cosas que están a su alrededor y previendo las consecuencias futuras de lo que sucede, para configurar de manera adecuada su actividad. Sólo si el ser vivo, que experimenta, participa íntimamente en las actividades del mundo al que pertenece, el conocimiento se transforma en un mundo de participación que posee tanto más valor cuanto más actúa efectivamente. El conocimiento no puede ser la vana opinión de un espectador desinteresado)).

Dewey comenta que el método experimental es nuevo en cuanto recurso científico o medio sistemático de crear conocimiento y de asegurarse de que sea de veras conocimiento, pero «como herramienta práctica es tan viejo como la vida misma». Precisamente por esta razón, Dewey insiste en la continuidad entre conocimiento común y conocimiento científico. En su escrito La unidad de la ciencia como problema social (1938) afirma que «la ciencia en sentido especializado, es una elaboración de operaciones cotidianas, aunque esta elaboración a menudo asume un carácter muy técnico». En la Lógica reitera el hecho de que «la ciencia posee su punto de partida necesario en los objetos cualitativos, en los procesos y en los instrumentos del sentido común, que es el mundo del uso, de los gozos y de los sufrimientos concretos». Luego, sin embargo, «poco a poco, mediante procesos más o menos tortuosos e inicialmente carentes de una línea directiva, se forman y se transmiten determinados procedimientos e instrumentos técnicos. Se recogen informaciones sobre las cosas, sobre sus propiedades y comportamientos, con independencia de toda aplicación particular e inmediata. Así nos alejamos cada vez mas de las originarias e inmediatas situaciones de uso y disfrute». No se gana demasiado, declara Dewey, teniendo el propio pensamiento atado al poste del uso con una cadena excesivamente corta. Lo importante es que en cualquier caso el pensamiento, las ideas, estén vinculados a la práctica, porque las ideas, ya sean lógicas o científicas, siempre están en función de problemas reales, aunque sean abstractas, y porque siempre es la práctica la que decide cuál es el valor de una idea. Las ideas son específicamente los instrumentos de nuestra indagación, los instrumentos que sirven para resolver los problemas, para afrontar un mundo amenazador y una existencia precaria. En cuanto instrumentos, carece de sentido el predicar de ellos la verdad o la falsedad. Las ideas son instrumentos que pueden ser eficaces, relevantes o no, perjudiciales o económicos, pero no verdaderos o falsos. El juicio último que se da en todo proceso de investigación no es más que una afirmación garantizada». Este es el auténtico significado del instrumentalismo de Dewey: la verdad ya no es una adecuación del pensamiento al ser sino que se identifica con «el comprobado poder de guía» de una idea, y en último análisis, con el «cuerpo siempre en aumento de las afirmaciones garantizadas». Esta garantía no es absoluta ni eterna, porque los resultados de la investigación científica -como los de todo actuar humano- pueden corregirse y perfeccionarse de manera continuada, en relación con las situaciones nuevas y cambiantes en que se encontrará el hombre a lo largo de su historia.


5. LA TEORÍA DE LOS VALORES

Toda esta serie de factores de concebir el conocimiento como actividad eminentemente práctica y no como contemplación, identificar la inteligencia con una fuerza activa destinada a transformar el mundo, medir el valor de las ideas en función de su adecuación a las situaciones problemáticas o concebir las ideas como constitutivamente corregibles era algo que no podía dejar de innovar radicalmente también la teoría de los valores. Si las ideas demuestran su valor en la lucha contra los problemas reales y si cada individuo tiene el derecho y el deber de contribuir a la elaboración de ideas capaces de guiar positivamente la acción humana, se hace evidente que tampoco las ideas morales, los dogmas políticos o los prejuicios de la costumbre poseen una especial autoridad. También éstos deben someterse al control de sus consecuencias en la práctica, y hay que aceptarlos, rechazarlos o modificarlos responsablemente, basándose en el análisis de sus efectos.

Dewey es un relativista: no piensa que sea posible fundamentar valores absolutos. Los valores son históricos. «Los valores son tan inestables como las formas de las nubes [...]. Las cosas que los poseen están expuestas a todos los azares de la existencia.» En relación con los valores, el filósofo tiene la función de examinar por una parte sus «condiciones generativas» interpretando las instituciones, las costumbres y las políticas en función de los valores que han hecho emerger en el transcurso de la historia, como fruto del ingenio humano. Por otra parte, tiene que valorar la adecuación y la funcionalidad de dichos valores con referencia a nuevas exigencias y a las necesidades que poco a poco van surgiendo en la vida asociada de los hombres. En efecto, existen valores de hecho, bienes inmediatamente deseados, y valores de derecho, bienes que son racionalmente deseables. La tarea de la filosofía y de la ética consiste justamente en promover una continuada revisión crítica, con objeto de conservar y enriquecer los valores de derecho. Por descontado, en la perspectiva de Dewey ni siquiera esta última clase de valores pueden aspirar a una dignidad metahistórica, ya que todo sistema ético es algo relativo al ambiente en que se ha formado y ha funcionado.

En consecuencia, la ética de Dewey es histórica y social. También en ella, como en la teoría de la indagación, destaca aquel sentido de interdependencia y de unidad interrelacional de los fenómenos, que se concretará en la noción de interacción entre individuos y ambiente físico y social. Así, también los valores son hechos típicamente humanos, son planes de acción, intentos de resolver problemas que se plantean en la vida asociada de los hombres. El objetivo de la filosofía es educar a los hombres «para que reflexionen sobre los valores humanos más elevados, al igual que han aprendido a reflexionar sobre aquellas cuestiones que pertenecen al ámbito de la técnica».

Sin duda alguna, se presenta el problema de la determinación de los fines. «La ciencia -escribió Dewey- se muestra indiferente al hecho de que sus descubrimientos se empleen para curar las enfermedades o para propagarlas; para aumentar los medios de promover la vida o para fabricar material bélico que la aniquila.» En ocasiones Dewey parece señalar que el fin último de la vida de los hombres consiste en un reino de Dios considerado como justicia, amor y verdad. Sin embargo, hay que insistir sobre un punto de capital importancia para el pensamiento de Dewey: se trata de la imposibilidad de distinguir entre medios y fines. Para Dewey todo fin es también un medio, y cada medio que sirve para lograr un fin es disfrutado o percibido como fin. La actividad que produce medios y la actividad que crea y lleva a cabo fines se hallan íntimamente vinculadas entre sí. El fin que se ha conseguido es un medio para otros fines; y la valoración de los medios es fundamental para todo fin real y auténtico, que no quiera ser una fantasía vana, por noble y atractiva que resulten las cosas que se nos presentan como fines, en efecto, no son más que previsiones o anticipaciones de aquello que pueda cobrar existencia dentro de unas condiciones determinadas. Por lo tanto -escribe Dewey en Teoría de la valoración (1939)- fuera de la relación entre medios y fines no existe una problemática de la evaluación. Esto no se aplica sólo a la ética sino también al arte, donde la creación de valores estéticos (el arte es naturaleza transformada; no existe ninguna distinción entre artes bellos y artes útiles) exige la puesta en práctica de medios adecuados.

6. LA TEORÍA DE LA DEMOCRACIA

Dewey es un relativista porque, en su opinión, no existen métodos racionales para determinar los fines últimos. En La Investigación de la certeza (1929) sostiene: «Abandonar la búsqueda de la realidad y del valor absoluto e inmutable puede parecer un sacrificio. No obstante, esta renuncia es la condición para comprometerse en una vocación más vital. La búsqueda de valores que están garantizados y sean compartidos por todos -porque se hallen en conexión con los fundamentos de la vida social es una búsqueda en la que la filosofía no encontrara jamás rivales, sino colaboradores, en los hombres de buena voluntad.»

Por esto, Dewey se manifiesta radicalmente contrario a los filósofos utópicos: éstos, al propugnar sus visiones ideales, no se han preocupado de dedicar una cuidadosa investigación a los medios necesarios para su puesta en práctica y ni siquiera han valorado con atención su efectiva deseabilidad moral. La utopía suele generar el escepticismo o el fanatismo. Según Dewey, hay que proponerse metas concretas, descender desde los fines remotos a los más cercanos, realizables en las condiciones históricas efectivas. En consecuencia, Dewey propone una actuación continuada en vista de un mayor conocimiento y una mayor libertad, en el sentido de que la libertad conquistada hoy cree situaciones para las cuales haya mañana más libertad y en el sentido de que mi libertad haga aumentar la de los demás.

Por consiguiente, Dewey se opone a la sociedad totalitaria y es un defensor convencido de la sociedad democrática. Para él, presuponer un fin último es algo que trunca el debate, mientras que la democracia es un debate completamente libre; es un método que permite discutir todas las finalidades; es una discusión sin final, una colaboración y una participación en objetivos conjuntos. La democracia es aquel modo de vida en el que «todas las personas maduras participan en la formación de valores que regulan la vida de los hombres en sociedad». Dicho modo de vida «es algo necesaria, tanto desde el punto de vista del bien social, como del pleno desarrollo de los seres humanos en cuanto individuo». En Liberalismo y acción social (1935) Dewey afirma que «el problema de la democracia [...] se convierte en el problema de aquella forma de organización social que se extiende a todos los terrenos y a todos los caminos de la vida, en la cual las fuerzas individuales no sólo deberían verse liberadas de imposiciones mecánicas externas, sino que tendrían que ser alimentadas, sostenidas y dirigidas». La fe en la democracia como método es la fe en una norma de vida en la que las fuerzas de iniciativa y de crítica del individuo no sólo son toleradas sino también estimuladas, para que las necesidades reales sean afrontadas mediante acciones espontáneas y originales, y no simplemente integradas en el marco de una tradición obsoleta.

Al Igual que un individuo se transforma en sujeto cognoscente en virtud de su participación en operaciones de búsqueda controlada del  mismo modo el yo o persona sólo se constituye a través del acto en el cual el individuo -al criticar por ejemplo una institución Política en nombre de una institución mejor- emerge al exterior del espíritu de su grupo y de su época.

De lo dicho hasta ahora cabe deducir la aversión de Dewey ante una sociedad planificada. En cambio, promueve y defiende una sociedad que esté constantemente planificándose desde su interior, y que atienda en consecuencia al control social más amplio y articulado de sus resultados. Dewey especifica en estos términos la diferencia que existe entre una sociedad planificada (a planned society) y una sociedad constantemente planificándose (a continuously planning society): «La primera requiere unas metas finales impuestas desde arriba, y que por lo tanto confían en la fuerza física y psicológica para conseguir que nos ciñamos a esas metas. La segunda significa liberar la inteligencia a través de la forma más amplia de intercambio cooperativo.»

Esta clase de ideas obligaban a Dewey a enfrentarse con la ideología marxista. Dejando a un lado el hecho de que intervino en defensa de Trotsky, en Libertad y cultura (1939) Dewey colocó en un mismo plano el racismo nazi y la «nueva» biología soviética (la que había provocado el caso Lysenko). En ese mismo libro, Dewey observaba: «Es extraño que la teoría que ha tenido mayor resonancia y ha mostrado más pretensiones de poseer una base científica, resulte ser aquella que ha violado de una manera más sistemática todos los principios del método científico.»

Vinculada con la teoría de la investigación, la teoría de los valores y la teoría de la democracia de Dewey se halla su teoría de la educación, entendida como continuada reconstrucción y reorganización de la experiencia, que logren aumentar la conciencia de los vínculos existentes entre las actividades presentes, pasadas y futuras, nuestras y de los demás, y que sean capaces de aumentar en los individuos su posibilidad de dirigir el curso de la experiencia ulterior. Aquí no tenemos espacio para examinar el activismo pedagógico de Dewey o para desarrollar su teoría del arte, sus reflexiones sobre la religión, algunas de sus ideas sobre la historia del pensamiento o sus observaciones sobre las ideas metafísicas como engendradoras de teorías científicas. Es suficiente decir que su presencia en el pensamiento contemporáneo ha sido y es amplia y persistente. Dewey empezó a apreciar a James cuando todavía se encontraba bajo el influjo de Hegel y de Kant. Además, su pensamiento se nutrió con la teoría de la evolución y con las ideas de Peirce. J. Stanley Hall fue quien le familiarizó con la psicología genética; y sin tomar en préstamo elementos pertenecientes a Watson o a otros, fue un precursor en importantes aspectos de la psicología conductista. El desarrollo del pensamiento de Dewey puede ser considerado como un pasaje desde el absolutismo hasta el experimentalismo. Por ello, y a propósito del marxismo, un día le dijo a Bertrand Russell, que, después de haberse emancipado con gran esfuerzo de la teología ortodoxa tradicional, no estaba en absoluto dispuesto a atarse a ninguna otra teología.
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LA CUESTIÓN DEL REALISMO EN TEORÍA ECONÓMICA

LA CUESTIÓN DEL REALISMO EN TEORÍA ECONÓMICA 
JESÚS P. ZAMORA BONILLA 
Universidad Carlos III, Departamento de Economía 

l. INTRODUCCIÓN 

En las siguientes páginas1 ofreceré una breve discusión sobre uno de los últimos trabajos publicados del profesor Daniel Hausman, en concreto su artículo ·Problems with realism in economics-, aparecido en 1998 en la prestigiosa revista Economics and Pbi/osophy. 

El mensaje principal de dicho artículo es que la vieja discusión sobre el realismo de los supuestos de la teoría económica, iniciada por Milton Friedman a principios de los años cincuenta en su clásico estudio sobre 
·La Metodología de la Economía positiva•2, es básicamente irrelevante desde el punto de vista de la Metodología y Epistemología de la ciencia económica, pues en dicha ciencia no se postulan entidades inobservables como las que sí pueblan las teorías y modelos de otras ciencias (en especial la Física). 

En particular, Hausman critica en el citado artículo dos enfoques autodenominados realistas más recientes en la Filosofía de la Economía, como son los desarrollados por Tony Lawson y Uskali Maki. 
En la sección siguiente, tras exponer sucintamente el tema de la discusión tal como fue planteado por Friedman, examinaré los argumentos críticos presentados por Hausman en contra de la relevancia del realismo, mientras que en las secciones tercera y cuarta presentaré brevemente las teorías de Lawson y Maki, respectivamente, y argumentaré que, aunque pueden ser criticadas en varios aspectos, Hausman yerra en un punto fundamental de su crítica, a saber, el de presuponer que la cuestión básica a propósito del realismo en la teoría económica es la de si las entidades a las que dicha teoría se refieren existen objetivamente o no; más bien, la cuestión realmente importante es la de si los modelos económicos deben ofrecer una descripción lo más •realista• posible de la Economía. 

ll. REALISMO Y ANTI-REALISMO EN LA TEORíA ECONÓMICA 

Posiblemente, la tesis metodológica más conocida entre los economistas es la postulada por Milton Friedman, de acuerdo con la cual, no tiene importancia el hecho de que los supuestos habituales de los modelos económicos (competencia perfecta, información completa, divisibilidad infinita de los bienes, etcétera) sean obviamente falsos como descripciones de la realidad a la que se refieren; lo único importante es que que dichos supuestos puedan elaborarse de tal manera que a partir de ellos se obtengan predicciones exitosas (por ejemplo, predicciones sobre los movimientos de los precios y las cantidades que prevalecerán en un mercado, o sobre las variables objetivo de la política económica). El hecho de que los supuestos sean ·irrealistas· es, simplemente, un precio que hay que pagar para que los modelos san manejables desde el punto de vista de su análisis matemático, y para que, así, sean capaces de generar predicciones precisas. 
Pese a que la tesis de Friedman fue atacada durante los años cincuenta y sesenta por muchos economistas preocupados por asuntos metodológicos, en realidad su éxito entre los practicantes del análisis económico ha sido tan grande que es raro el autor (especialmente en la corriente neoclásica) que no la utiliza para defender los supuestos empleados en sus propios modelos cuando a éstos se los acusa de ·irrealistas•, de tal manera que el ·instrumentalismo de Friedman• se ha convertido prácticamente en la Metodología oficial de la Nueva Economía Clásica3• En cambio, a partir de los años setenta la discusión sobre ...
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1 Agradezco a Wenceslao J. González la posibilidad de participar en las Jornadas sobre Daniel Hausman organizadas en Ferro! en marzo de 1999, y en este volumen. Quiero dar asimismo las gracias a Uskali Maki por permitirme leer su artículo inédito ·Reclaiming realism, reclaiming Hausman•, que en parte ha motivado algunas de las tesis defendidas a continuación. 
2 Friedman 0953). Hausman expone también la postura de Friedman en Hausman (1992), pgs. 162 y ss. 
3 La aceptación generalizada de la tesis de Friedman entre los economistas neoclásicos es vista como un ejemplo paradigmático de ·fallo del mercado científico· por Wible (1998), cap. 7, aunque, independientemente de que uno esté o no de acuerdo con Friedman, cabe dudar de un argumento que ve, en la aceptación generalizada de una tesis por parte de los miembros de una disciplina científica, un .fallo· en general (por ejemplo, ¿sería también un ·fallo· de la ciencia la aceptación universal de la tabla periódica de los elementos por parte de los químicos?). También es instructiva la lectura del artículo de Boland (1979), quien da una lectura de la tesis de Friedman como una postura particularmente difícil de contestar. 


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