El Premio Nobel de Economía de 2017 ha sido concedido al Profesor de la Universidad
de Chicago Richard H. Thaler por sus contribuciones a la «Economía Conductual» –o, si
se prefiere, «Economía del Comportamiento»-. Según la nota de prensa emitida por la
Real Academia de Ciencias sueca, con sus investigaciones sobre cómo la racionalidad
limitada, las preferencias sociales y la falta de autocontrol afectan sistemáticamente a
las decisiones individuales, la óptica psicológica se ha incorporado definitivamente al
análisis económico. Lo que tiene un impacto profundo que no se limita solo a la investigación, sino que se proyecta a múltiples áreas aplicadas como las políticas públicas, el
derecho o la empresa.
RICHARD H. THALER Y LA ECONOMÍA CONDUCTUAL
Con este galardón se convierte en mainstream un enfoque alternativo cuyo origen se encuentra en los trabajos pioneros de Herbert A. Simon (Premio Nobel de
Economía de 1978), Daniel Kahneman (Premio Nobel
de Economía de 2002), Amos Tversky (colaborador directo de Kahneman y Thaler, prematuramente fallecido en 1996) y el propio Thaler, culminándose así un
proceso que este relata en su libro de 2016 titulado en
su versión original en inglés «Misbehaving-The making
of Behavioral Economics», en un juego de palabras
con un doble significado que hace referencia tanto al
núcleo de sus trabajos –la desviación del paradigma
neoclásico de comportamiento racional optimizadorcomo a la rebeldía en la que en los inicios fue declarado por el grueso de la comunidad científica.
Sobre la base de la tipificación de Kahneman de las
decisiones en deliberadas (sistema cerebral de pensamiento lento en base a algoritmos) e intuitivas (sistema
reptiliano de pensamiento rápido en base a atajos de
razonamiento –heurísticas-), Thaler distingue entre los
especímenes del economista ideal (econ) –el agente
racional con preferencias coherentes y estables que
busca un equilibrio resolviendo un problema de optimización restringida- y del humano real (human) –el
agente con racionalidad limitada (en palabras de Simon) sometido a vulnerabilidades cognitivas y sociológicas-.
Así, si en la lógica del economista ideal –una suerte de
androide- un acto de consumo en el mercado resulta
en una utilidad de adquisición materializada únicamente en forma de excedente del consumidor -a calcular por diferencia entre la utilidad obtenida y el coste
de oportunidad-, en la del humano real se considera
una utilidad adicional de carácter transaccional –por
ejemplo, la felicidad que nos generan los chollos- que
viene dada por la diferencia entre el precio pagado
y el precio que tuviera por referencia. Esta importancia de las referencias y de los cambios respecto a las
mismas –frente a los niveles- se manifiesta a menudo
en querencias hacia la inacción –por aversión a las
pérdidas-, diferentes valoraciones de un mismo bien o
servicio en función de si se posea previamente o no, o
en actitudes hacia el riesgo no predichas por los modelos estándar –como por ejemplo una mayor querencia hacia el mismo en situaciones desesperadas o
cuando se pertenece a un grupo-.
Otro tipo de desviaciones con respecto a estos estudiadas por Thaler se refieren a las preferencias sociales
que los agentes económicos desarrollan, en forma de
actitudes altruistas o sentimientos de justicia, violando
la presunción de egoísmo y alterando las predicciones clásicas en materia de acción colectiva, lo que
da pie a lo que podía llamarse una «Teoría de Juegos
Conductual». Preferencias que demuestran también
estar relacionadas con las situaciones de partida, lo
que pone en valor las disquisiciones filosóficas sobre la
base del constructo del «velo de la ignorancia».
En el ámbito de la decisión intertemporal, las dos figuras citadas (human y econ) se convierten respectivamente en las del planificador (planner) y el ejecutor
(doer), en una dualidad metafórica que captura los
típicos problemas de autocontrol y falta de voluntad
como los que sufre el estudiante que va demorando el
comienzo del estudio -hasta que se topa con la fecha
del examen sin estar preparado-, quien pospone la decisión de dejar de fumar –hasta que se encuentra con
un grave problema de salud- o comenzar a ahorrar
para la jubilación –hasta sufrir un problema financiero-, o quien sistemáticamente incumple sus propósitos
de año nuevo. Esta tensión, similar a la existente entre
un principal y un agente, deriva en una inconsistencia,
ilustrada por Thaler con el símil de un telescopio defectuoso, que formalmente exige la adopción de un
modelo de descuento de utilidad hiperbólico en matización del exponencial de Samuelson habitualmente
utilizado para capturar nuestra impaciencia.
Uno de los campos en los que Thaler ha tenido contribuciones relevantes es el de las «Finanzas Conductuales», ya acreditadas como disciplina desde que
en 2013 se concediera a Robert J. Shiller el Nobel de
Economía, en un premio aparentemente contradictorio al haber sido compartido con Lars Peter Hansen
–experto en análisis empírico de mercados- y -relevantemente para esta nota- con Eugene F. Fama,
compañero de claustro de Thaler con quien ha venido manteniendo una confrontación amistosa –suelen
jugar juntos al golf-.
Frente a la hipótesis de eficiencia de mercado -que
implica su imbatibilidad y la unicidad o fundamentalidad de los precios en condiciones de información
perfecta- que defiende Fama, en el enfoque conductual se reconoce el papel de las emociones –o como
decía Keynes, los «espíritus animales» (animal spirits)-
que se manifiestan en forma de confianza excesiva,
euforias, contagios, espirales o miopía cortoplacista.
Esta «exuberancia irracional» -cuño popularizado por
Shiller, aunque es original del presidente de la Reserva
Federal Alan Greenspan- se traduce en los precios en
una componente de ruido que se añade a la intrínseca que ya recoge la información disponible, pudiendo
resultar en burbujas cuya explosión siempre es perniciosa. Desde el punto de vista práctico, esto legitima
las estrategias prácticas de «dinero inteligente» (smart
money) como la «inversión en valor» (value investing).
Pero sobre todo, y según Thaler, una causa última tras
estos hechos se encontraría en los problemas de racionalidad limitada que derivan en trampas como
las de la «contabilidad mental» (mental accounting)
-que atribuye a diferentes compartimientos estancos y
etiquetados determinados presupuestos de gasto, rechazando por tanto una realidad tan incontrovertible
como es la fungibilidad del dinero-, la de los costes
hundidos (sunk costs) –por la que se tienen en cuenta
en la toma de decisiones costes irrecuperables por haberse ya incurrido en ellos, lo que es incoherente si se
es consecuencialista-, o la de la sensibilidad del decisor a cómo se le presenta la información (framing) –así,
no es lo mismo suprimir un descuento sobre un precio
que añadir un recargo al mismo, aún terminando en
el mismo punto-.
En «Misbehaving», Thaler cuenta cómo la sospecha
hacia sus averiguaciones y teorías le han hecho vivir
con la sensación de ser un renegado en constante
disputa –que visualiza como un torneo medievalcontra unos detractores militantes en la ortodoxia microeconómica, que defienden los mercados como
mecanismo de incentivación, aprendizaje y disciplina para el soslayo de los problemas cognitivos y
conductuales, dudando de la validez universal de las
inferencias realizadas a partir de experimentos de laboratorio realizados en condiciones controladas. Por
el contrario, y renunciando a la descripción positiva
de la toma de decisiones en el mundo real, confían
en el valor de sus modelos –compactos, relativamente sencillos e indiscutiblemente elegantes- de naturaleza axiomática, con el argumento de que, aun
reconociendo lo artificioso que resulta imaginar a los
individuos buscando la tangencia de una restricción
presupuestaria con una curva de isoutilidad o a las
empresas igualando costes e ingresos marginales, la
aceptabilidad general de las predicciones que así resultan sugiere que lo que subyace es una toma de
decisiones ejecutada “como si” (as if) esta fuera cosa
de agentes racionales optimizadores en busca de
un equilibrio en los términos descritos. Todo lo anterior
aún a costa de olvidar que muchas decisiones importantes en la vida son complejas –por lo que se verán
de seguro afectadas por la racionalidad limitada- y
de tracto único -por lo que no existe posibilidad de
aprendizaje alguno-.
El otro libro popular de Thaler es «Nudge-Improving
decisions about health, wealth, and happiness», en el
que junto con el jurista Cass R. Sunstein -actual profesor de la Universidad de Harvard- propuso en 2008 una
aproximación a las políticas públicas, el «Paternalismo
Libertario», basada en la actuación sobre factores
presuntamente irrelevantes de la arquitectura de decisiones para “empujar” así sutilmente a los agentes
apartándolos de los sesgos y disfunciones de naturaleza psicosocial por los cuales se ven negativamente
afectados, lo que pudo llevar a la práctica como impulsor del Behavioural Insight Team-BIT del Reino Unido
-hoy en día una potente consultora participada por el
Gobierno-. Aunque aparentemente inocente en su filosofía, hay quienes detectan en la misma cierta hipocresía –se presume al regulador una superioridad y una
infalibilidad que se discute en el regulado- y una manipulación poco ética al rozar en ocasiones la coerción
encubierta.
El recurso a experimentos de campo y el uso intensivo
de datos son parte nuclear de este nuevo enfoque,
que en ámbitos como las políticas de desarrollo comienza a ser más que relevante. En terrenos ya menos
explorados, Thaler reclama y pronostica una mayor
presencia de la óptica conductual en la Macroeconomía, sin que pueda aducirse como coartada el que
en esta existan numerosas y diferentes aproximaciones
positivas y normativas, a diferencia de la Microeconomía, en la que existe consenso sobre lo que constituye
su núcleo y sobre el valor normativo de este. Termina
por puntualizar, como sus principales recomendaciones prácticas para la definitiva consolidación de sus
propuestas, la importancia de la observación, de la recopilación de datos y, dado que se desenvuelven en
el mundo de las ciencias sociales, y por elemental que
parezca, la de la comunicación abierta en evitación
de sobreentendidos y malentendidos.
En un guiño que es una muestra más de su sentido
del humor, el Profesor Thaler declaró al enterarse de
la concesión del premio que dedicaría el dinero “del
Nobel” a gastarlo “en ocio” (nótese los etiquetados del
origen y la aplicación del premio monetario, tan propios de la contabilidad mental) y “tan irracionalmente
como sea posible”.
Antonio Moreno-Torres Gálvez