Joseph Alois Schumpeter (1883-1950): una semblanza
Miguel González Moreno
Resumen: en el presente trabajo se ofrece una semblanza de J. A. Shumpeter, señalando los principales aspectos de su vida y obra que le han llevado a erigirse en uno de los grandes economistas de la historia del análisis económico. Palabras clave: Schumpeter, Historia del análisis económico. Códigos JEL: B0
Durante el pasado siglo, la ciencia económica estuvo dominada, tanto desde el punto de vista de la teoría como de la política económicas, por una figura histórica: J. M. Keynes. En una primera etapa, desde la conclusión de la II Guerra Mundial hasta finales de la década de los 60, su primacía fue indudable, gracias a la política económica keynesiana los países occidentales registraron una etapa de desarrollo económico y social sin igual en la historia contemporánea. Con posterioridad, desde la década de los 70 hasta el presente, las reacciones teóricas y políticas de diversa índole a las doctrinas keynesianas han dominado los debates económicos. Esta presencia constante de lo keynesiano o de lo antikeynesiano, junto a la existencia de una escuela de pensamiento keynesiana propia, han hecho que la vida y, sobre todo, la obra de J. M. Keynes hayan sido profusa y ampliamente estudiadas.
No han corrido parecida suerte otras figuras relevantes de la ciencia económica del siglo XX. Este es el caso, entre otros, de Joseph Alois Schumpeter. Coetáneo de Keynes, nacieron el mismo año (1883) y murieron en fechas cercanas (en 1946, el economista inglés, y en 1950, el austríaco). La vida y la obra de J. A. Schumpeter no han sido objeto de estudio hasta fechas relativamente recientes. Salvo excepciones, las referencias a su biografía giraban en torno a jocosas anécdotas (su expresado deseo de ser: «el mejor amante de Viena, el mejor jinete de Europa y el mejor economista del mundo»); en tanto que el conocimiento de su extensa, profunda y erudita obra ha estado reservado a unos pocos, siendo un economista más citado que leído y estudiado, y más recordado por discutibles profecías sobre el futuro del capitalismo y del socialismo que por la calidad indudable y el rico contenido de su labor científica.
¿Por qué este olvido de la vida y de la obra de J. A. Schumpeter?
Un conjunto de circunstancias, de muy diverso tipo, han determinado la postración de este gran e irrepetible científico social. En primer lugar, sin duda la figura de Keynes, con quien mantuvo una relación respetuosa pero claramente distante en lo personal y en lo científico, proyectó una extensa sombra sobre la persona y la labor de Schumpeter.
En segundo lugar, los temas schumpeterianos (desarrollo económico, fluctuaciones cíclicas, historia del análisis económico y futuro del capitalismo) no coincidían en modo alguno con los keynesianos, su visión de la realidad y de la ciencia económica era diametralmente opuesta a la de Keynes y sus seguidores. En tercer lugar, Schumpeter era contrario a la creación y existencia de escuelas de pensamiento, de modo que a su muerte no dejó ninguna, a pesar de haber tenido como alumnos a figuras señeras de la ciencia económica: «Sólo reconozco dos escuelas en economía: las de aquellos que demuestran sus proposiciones, y la de quienes no las fundamentan». Y por último, la obra de Schumpeter es muy amplia y erudita, exige, pues, una lectura atenta, detallada y minuciosa; es decir, un serio esfuerzo analítico, su comprensión y su justa valoración precisan un lector paciente y con no pocos conocimientos teóricos e históricos.
Así pues, Schumpeter no ha tenido intérpretes de su obra, como profusamente ha tenido y tiene Keynes, nadie ha escrito una guía de su obra, y nadie ha elaborado voluminosos estudios sobre lo que quiso y no quiso decir, nadie ha analizado la mayor o menor vigencia de su obra; en definitiva, hasta fechas relativamente cercanas la trayectoria personal y científica de Schumpeter no ha comenzado a ser analizada con detenimiento y en profundidad.
Este arrinconamiento de la figura de Schumpeter nos lleva a plantearnos una interrogante que en su momento se hizo J. Tobin en relación a Keynes1 : ¿Hasta qué punto está Schumpeter muerto?
Con motivo de cumplirse en 1983 el centenario del nacimiento de Keynes y Schumpeter, y de la muerte de Carlos Marx, estas tres figuras, especialmente el primero de los citados, fueron objeto de recuerdo en numerosos artículos y libros. Por este motivo, la relectura de la obra de Schumpeter a la luz de los profundos cambios económicos acontecidos durante la década de los 80, llevaron a un renovado interés por el economista austríaco. En contestación al interrogante planteado podemos decir que algunos aspectos de la obra de Schumpeter tienen síntomas de vida, no está muerto.
Pero esta revitalización de la figura de Schumpeter no obedeció principalmente, como es lógico, a una mera conmemoración, detrás se encuentran argumentos más sólidos y duraderos.
1. Tobin (1977): «¿Hasta qué punto está Keynes muerto?». Cuadernos Económicos de ICE, nº 2.
Por un lado, el estudio de su persona obliga a una atenta mirada a una época apasionante y crucial del mundo occidental. Schumpeter vivió y fue testigo de acontecimientos tales como la I y II Guerras Mundiales, la Gran Depresión, la Europa de entreguerras, la guerra fría, etc.; y, además, mantuvo relaciones personales, académicas o epistolares con figuras de la talla de Walras, Marshall, Keynes, Fisher, Taussig, etc.; y tuvo como alumnos a economistas de la relevancia de Leontief, Samuelson, Tsuru, Haberler, Tobin, etc. Por tanto, el análisis de su persona nos permite no sólo conocerlo y comprenderlo mejor, sino también a su época y a las personas con las que se relacionó personal y académicamente.
Por otro lado, partes esenciales de su obra han recobrado vigencia al hilo de los problemas que en la actualidad padecen las economías occidentales; pero, cuidado, en la obra de Schumpeter no encontraremos prescripciones de política económica, aunque sí análisis e ideas. ¿Acaso no fue Schumpeter el que nos advirtió hace ya bastantes décadas sobre la crisis del estado fiscal, sobre los problemas que acarrearía la excesiva regulación de la actividad económica, sobre la importancia de la figura del empresario innovador, sobre el mal de la inflación, sobre la necesidad del equilibrio presupuestario, sobre el papel crucial del ahorro, sobre los desincentivos que causa una presión fiscal excesiva y sobre la innovación tecnológica como factor decisivo del desarrollo económico?
Y por último, con independencia de recuerdos y olvidos, hay partes de su obra que son imperecederas. En tal sentido, su labor en el campo de la historia del análisis económico es fuente inagotable de satisfacción intelectual para los que amamos la historia de los esfuerzos analíticos en el campo de la ciencia económica; la lectura asidua de sus escritos sobre esta materia siempre es enriquecedora y como afirmó M. Grice-Hutchinson, «en cuanto a la Historia del Análisis Económico, la he estado leyendo desde que apareció en 1954 y quiero seguir haciéndolo tanto tiempo como me sea posible. Cuando estoy fatigada la abro al azar, y al cerrarla, nunca dejo de sentirme reanimada y fresca. ¿Cuántas historias de la teoría económica tienen el mismo efecto terapéutico?»2.
2. M. GRICE-HUTCHINSON (1983): «Los economistas españoles y la historia del análisis económico de Schumpeter», Papeles de Economía Española, nº 17; pág. 183.
La combinación de todas estas circunstancias ha conducido a un creciente interés por la persona y por la obra de J. A. Schumpeter. A este cambio de orientación han contribuido sobremanera la creación de la Asociación Internacional J. A. Schumpeter y la labor emprendida, entre otros, por autores como W. Stölper, A. Heertje, Swedberg, Augello, etc.
Schumpeter era un personaje muy complejo, contradictorio en sus comportamientos y en sus pensamientos, pero atrayente. Era un hombre dotado de una gran inteligencia, además de latín y griego dominaba a la perfección numerosos idiomas y su erudición era enciclopédica; y sus peripecias e inquietudes vitales fueron de lo más variopinto: se batió en duelo; fue asesor de una princesa egipcia, alto cargo político y presidente de un banco; y además fue un viajero empedernido y un experto y amante de la arquitectura gótica.
Podemos distinguir tres imágenes de Schumpeter superpuestas en el tiempo: persona, profesor y científico.
Desde el punto de vista personal, Schumpeter, lejos de sus conocidas anécdotas, es un ser humano enormemente contradictorio, paradójico; él solía ilustrar este rasgo decisivo de su personalidad diciendo que «el poste indicador no tiene por qué ir en la dirección que señala». Pero sobre todo nos aparece un Schumpeter que tras su formación, modales y aspiraciones aristocráticas, esconde una personalidad compleja y hundida en profundas y continuas depresiones que le llevaron en algunas ocasiones, en especial en 1926, al borde del suicidio. El citado año 1926 es el momento crucial de su vida, el que marca un antes y un después.
Con anterioridad nos encontramos a una persona formada en los ambientes aristocráticos, con grandes aspiraciones académicas y profesionales, y amante de la buena vida, en su más amplio sentido. Vemos cómo, tras unos arduos años de dura formación, inicia su carrera académica y científica, no dudando —una más de sus paradojas, él que tanto criticaba a los políticos— en desempeñar un relevante puesto político (Secretario de Estado de Hacienda) para, inmediatamente, pasar a ocupar la presidencia de un banco, que al poco fue a la bancarrota, lo cual le sumió en problemas económicos durante bastantes años.
En definitiva, nos hallamos ante una persona ambiciosa, contradictoria, aristocrática, inestable, etc. Estos trazos biográficos registran un profundo cambio en 1925 al casarse, en segundas nupcias, con A. Reisinger, mujer de origen humilde, otra paradoja, él que tanta importancia daba al linaje de las personas. A partir de este momento, Schumpeter registra una profunda transformación, en pocas palabras, sienta la cabeza. Pero pronto, en 1926, su vida se rompe y quedará marcada hasta su muerte por una triple tragedia: la muerte en pocos meses de su madre, a la que adoraba, de su mujer y de su hijo recién nacido. Este trágico hecho marcó en el futuro a Schumpeter como persona, sufriendo profundas depresiones y estableciendo una relación religiosa muy personal entre él y las dos mujeres que marcaron su vida: su madre y su segunda esposa. Desde este momento, internamente, aunque no lo aparentase hacia el exterior, se volvió una persona triste, pesimista y depresiva; lo cual, sin duda, marcó el resto de su obra científica.
Tras el hundimiento personal de 1926, no es hasta 1932, con su marcha definitiva a la Universidad de Harvard, cuando Schumpeter recobra el ánimo gracias a su capacidad de trabajo y al ambiente académico y científico en que se desenvuelve y, muy especialmente, a su casamiento con E. Body Schumpeter, persona que le amó y cuidó hasta el más mínimo detalle durante el resto de sus días. A pesar de esta recuperación el Schumpeter posterior a 1926 era una persona profundamente marcada por la tragedia, la angustia y la depresión, agudizadas por los dolorosos momentos históricos que le tocó vivir: la ascensión nazi en Alemania, régimen ante el que mantuvo una postura confusa (de apoyo en unos momentos, de rechazo en otros); y la II Guerra Mundial, que le afectó profundamente, por ser contrario a todo tipo de enfrentamiento bélico, por verse implicados dos de los países que más amaba (Alemania e Inglaterra) y por el relativo aislamiento que sufrió durante la contienda por su postura proalemana, que incluso le llevó a ser investigado por el FBI.
La otra imagen es la de Schumpeter como profesor. Fue docente en cuatro Universidades: Czernowitz, Graz, Bonn y Harvard. Después de unos primeros años en que su arrogancia y petulancia le acarrearon no pocos problemas con alumnos y compañeros; descubrimos un profesor al que adoraban sus alumnos y respetaban sus colegas. Con los alumnos mantuvo magníficas relaciones, llegando al esperpento de batirse en duelo con un bibliotecario por la negativa a prestar libros a los alumnos, siendo para ellos no sólo un excelente y admirado profesor por sus conocimientos y erudición sino un verdadero amigo y consejero personal. Con sólo mencionar a algunos y comprobar la opinión que de él tenían se perfila la figura de Schumpeter como profesor: Leontief, Haberler, Samuelson, Stölper, Tsuru, Schumacher, Lange, Metzler, Hansen, Tobin, Musgrave, Galbraith, etc.
A pesar del renombre de muchos de sus alumnos, él nunca creó una escuela, no creía en ellas, era contrario a las mismas. Este rasgo se manifestaba en dos hechos que todos sus alumnos han señalado reiteradamente: nunca hablaba en las clases y en los seminarios de su obra, siendo muy respetuoso con la de los demás; y su objetivo no era adoctrinar, convencer a los alumnos, él siempre decía que su misión era abrir puertas al intelecto.
El perfil docente de Schumpeter es muy nítido; nos muestra un profesor íntegra y totalmente dedicado a su labor académica y a la formación de sus alumnos, con los que mantuvo una relación que iba más allá de la del simple profesor. Esta visión se fundamenta en los múltiples testimonios de sus principales alumnos, en especial los de Leontief y Samuelson.
En el terreno científico, se nos presenta un Schumpeter con fuertes convicciones e ideas precisas en esta cuestión. Su alocución de despedida como profesor de la Universidad de Bonn es reveladora de su concepción científica: «La Economía no es una filosofía, sino una ciencia. A partir de esto, no debería haber escuelas en nuestro campo… Por lo que a mí respecta, acepto el juicio de las generaciones futuras». Schumpeter era un científico puro, él se planteaba el por qué, no el qué hacer. Esta forma de entender la labor científica en el campo de la economía le llevó a propugnar y defender ardientemente la formación matemática de los economistas, de ahí su predilección por quien él consideraba el economista más grande de todos los tiempos: L. Walras. Esta forma de concebir la ciencia económica le distanció de los principales economistas ingleses (Marshall y Keynes, principalmente), y de otras escuelas de pensamiento, como la histórico-alemana y la austríaca; científicamente se quedó, por expresarlo de una forma gráfica, en una tierra de nadie.
Schumpeter creía firmemente que el periodo fundamental de la vida de un científico era la tercera década, la que él denominaba la década sagrada, periodo de máxima fertilidad y creación de un científico, durante el que se fija el calendario de trabajo de toda una vida intelectual.
La agenda científica de Schumpeter estuvo dominada por varios temas: la teoría económica, la metodología, la teoría del desarrollo económico, la historia del análisis económico, las oscilaciones cíclicas de la actividad económica y el futuro del capitalismo. Fruto de sus investigaciones en estos campos fueron numerosos artículos (alrededor de 200), conferencias y abundantes recensiones de libros; pero muy especialmente sus libros, alguno de ellos publicado con posterioridad a su muerte: La naturaleza y los contenidos principales de la teoría económica (1908); Teoría del desarrollo económico (1911); Síntesis de la evolución de la ciencia económica y sus métodos (1914); Ciclos económicos (1939); Capitalismo, socialismo y democracia (1942); e Historia del Análisis Económico (1954). En este material bibliográfico, junto con algunos artículos capitales y ensayos biográficos3 , se sustancia la amplia y profunda labor científica de Schumpeter. La fecunda labor científica de Schumpeter estuvo dominada por un conjunto de circunstancias. Por un lado, por su concepción de la economía, ésta es una ciencia y no un conjunto de prescripciones de política económica.
3. Recopilados y publicados por su viuda como libro; J. A. Schumpeter: Diez grandes economistas: de Marx a Keynes, Alianza Editorial, 1979, Madrid (4ª edición).
Por otro lado, por la ausencia de una escuela schumpeteriana; al respecto son esclarecedoras las palabras de Haberler, «la razón fundamental por la que no se desarrolla una escuela schumpeteriana es que Schumpeter no fue ni reformista ni partidario entusiasta del capitalismo, del socialismo, del intervencionismo ni de cualquier otro ismo; fue un científico y un intelectual».
Pero sobre la labor científica de Schumpeter planeaba la sombra de Keynes. Así, cuando Schumpeter tenía previsto sacar a la luz un libro sobre el dinero, Keynes publicó en 1930 su «A traitise on Money»; y toda la obra del economista austríaco posterior a 1936 se vio eclipsada por los escritos y la influencia del economista inglés y la escuela keynesiana. Esto agudizó aún más las distancias entre ambos: en lo personal y en lo científico.
En una cita de P. Drucker se refleja a la perfección las relaciones Schumpeter-Keynes: «En algunos aspectos Keynes y Schumpeter repitieron la confrontación más conocida de los filósofos de la tradición occidental –el diálogo platónico entre Parménides, el sofista brillante, inteligente e irresistible, y Sócrates, lento de movimientos y feo, pero sabio. Nadie en el periodo de entreguerras fue más brillante ni más inteligente que Keynes. Schumpeter, por el contrario, pareció vulgar, pero era sabio. La inteligencia cosecha éxitos, pero la sabiduría perdura».
Todas estas consideraciones nos presentan a un científico insatisfecho, frustrado en ocasiones; por un lado, por no conseguir en el terreno científico todo lo que él ambicionaba («ser el mejor economista del mundo») y por otro lado, porque su labor no tuvo el reconocimiento que él esperaba y que se merecía. No obstante, la desazón que le provocó el escaso eco y aprecio de su obra tuvo una cierta reparación con los nombramientos de Presidente de la Sociedad de Econometría (1940), Presidente de la Sociedad Americana de Economistas (1948) y Presidente de la Asociación Internacional de Economistas (1950).
Sin duda, biografiar a una figura como Schumpeter, complejo y paradójico desde el punto de vista humano y con una amplísima labor académica y científica, no es una tarea fácil.
En cualquier caso, creemos que la lectura de la obra de Schumpeter puede ser fructífera y enriquecedora, porque, como certeramente nos ha recordado G. Stigler4 , «estudiar el pasado tiene un interés especial: nos permite ponernos en contacto con mentes superiores.
4. G. STIGLER (1992): Memorias de un economista. Biblioteca de Economía, Serie Perfiles, Espasa Calpe, Madrid, pág. 193.
Ninguna universidad ha tenido al tiempo cuatro economistas de la calidad de Adam Smith, David Ricardo, Irving Fisher y Alfred Marshall, por no decir nada de una docena de sus mejores colegas, pero todos ellos pueden habitar en nuestra estantería. Sus mentes sutiles están siempre dispuestas a enseñar, a bromear y a desconcertar. Enseñan que se vuelven incomprensibles si se les lee con un microscopio de alta reducción, y desesperadamente blandos si se les lee con un telescopio. Uno puede maravillarse de ver cómo en un punto sucumben ante su personalidad y entorno y cómo en otro punto los ignoran completamente. Una mente superior y su obra tienen que ser los objetos de estudio más fascinantes y están aquí, a nuestra disposición, con el único coste de nuestro esfuerzo intelectual.»
Siguiendo la recomendación de Stigler, pocas cosas hay más gratificantes para un economista en estos momentos de desconcierto e incertidumbre que leer o releer la obra del economista austriaco. Pero seguro que Schumpeter, con esa sabiduría que le caracterizó, contestaría a estas halagadoras palabras de Sitgler lo que ya nos advirtió en su Historia del Análisis Económico5 : «Es sin duda mejor arrinconar modos de pensar ya desgastados que aferrarse a ellos indefinidamente, las visitas al cuarto trastero pueden ser beneficiosas, siempre que uno no se quede en él demasiado tiempo».
5. J. A. SCHUMPETER (1982): Historia del Análisis Económico. Ed. Ariel, 2ª edición, Barcelona, pág. 38.