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jueves, 27 de abril de 2023

La democracia según Schumpeter

 

La democracia según Schumpeter

Joseph A. Schumpeter (CC)
Joseph A. Schumpeter (CC)

¿Es mejor una democracia en la que todos participemos de las decisiones públicas o es preferible que solo lo hagan unas élites preparadas? Esta tensión, antigua como la democracia misma, es fuente de inagotables controversias. Simplificando mucho, hay dos escuelas que ofrecen perspectivas opuestas sobre esta cuestión. La primera es la partidaria de la democracia participativa o «republicana». El leit motiv fundamental de esta escuela es que la ciudadanía debe implicarse en las decisiones políticas. La virtud cívica se convierte en el combustible que hace posible la vida en sociedad, siendo la ciudadanía la protagonista activa de lo que ocurre en la polis. Aquí es donde entran las ideas de SkinnerPocock o Philip Pettit (sí, el mismo que inspiraba a Zapatero). La segunda de las grandes familias es la denominada elitista, la cual considera que la democracia es un régimen que debe quedar esencialmente en manos de unos pocos, a ser posible los mejores. La participación política no es un bien en sí mismo pero este sistema permite, al menos, que la gente pueda dedicarse a sus asuntos. Entre los defensores de esta idea estaban Pareto,  Mosca o Joseph A. Schumpeter, el cual enunció la teoría elitista más acabada e inequívocamente democrática.

Schumpeter (1883-1950) fue un conocido economista y académico. Nacido en Trest (República Checa), fue ministro de economía de Austria tras la Primera Guerra Mundial y, tras emigrar en 1932 a los EE. UU., profesor en Harvard hasta su muerte. Intelectual e investigador prolífico, muchas de sus contribuciones a la economía (como el estudio de los ciclos económicos, el concepto de destrucción creativa o el estudio de la innovación empresarial en el capitalismo) todavía tienen impacto. Una de sus aportaciones más interesantes de discutir es su idea de la democracia, muy marcada por su experiencia personal en el periodo de entreguerras. Una noción que, de hecho, sigue teniendo gran influencia en el debate contemporáneo.

La muerte del interés general

Schumpeter, en sus obras, partía de una distinción clara entre lo él llamaba la teoría clásica de la democracia y la suya propia. La primera, dominante en el siglo XVIII (véase la visión jeffersioniana), la caracterizó como un método de generar decisiones políticas a partir del bien común y la voluntad popular. Según desarrolló en sus textos, el método democrático clásico es concebido como aquel sistema institucional que crea decisiones políticas ajustadas al bien común. Se deja al pueblo decidir por sí mismo las cuestiones en litigio mediante la elección de los representantes que han de congregarse para llevar a cabo su voluntad.

Sin embargo, Schumpeter consideraba que esta visión era engañosa por una razón: la idea de bien común es inaceptable en democracia. El economista consideraba que las personas no solo tienen distintas preferencias sino que también distintos valores. Los individuos y los grupos rara vez comparten los mismos objetivos. Pero más aún, incluso aunque lo hagan, puede haber profundas discrepancias acerca del medio apropiado para conseguirlos. No existe congruencia universal ni en medios ni en fines. Por eso Schumpeter argumentó que en las sociedades modernas, tan económica y culturalmente complejas, siempre habrá interpretaciones distintas del bien común. Existen desavenencias en cuestiones de principio las cuales no pueden resolverse apelando a una voluntad general universal.

Por otro lado, consideraba que la idea de bien común implicaba que las personas podían llegar a un acuerdo gracias a un argumento racional. Nada más lejos de la realidad. A su modo de ver, los individuos mantienen profundas divergencias sobre cuáles son los valores más relevantes. Por ello Schumpeter, al igual que Max Weber, opinaba que estas diferencias no pueden salvarse mediante la argumentación. Existen diferencias irreductibles entre concepciones rivales sobre la vida y la sociedad. De hecho, el economista insiste en que subestimar estas diferencias sería muy peligroso por su deriva totalitaria. Si asumimos la existencia de un bien común y afirmamos que es producto de la racionalidad, entonces estamos a un paso de rechazar toda discrepancia por sectaria e irracional. Unos adversarios sectarios e irracionales que podrían ser legítimamente marginados o ignorados, incluso reprimidos por su propio bien.

Pero además, aunque el bien común pudiera definirse de forma satisfactoria, no por ello se resolverían los problemas particulares. ¿Cómo conciliar la voluntad general con la voluntad individual? El interés de los individuos normalmente no es claro y definido. Para él los individuos no tienen en cuenta las circunstancias generales y las consecuencias de determinados cursos de acción política. Basándose en las teorías de psicólogos de masas y en los éxitos de la publicidad cambiando preferencias de los consumidores, sostenía enérgicamente que la voluntad general a menudo está manipulada desde arriba. Por consiguiente, si los problemas relacionados con los destinos del pueblo no son planteados ni resueltos por el pueblo, sino por otras instancias, ello debe hacerse patente. Eso es lo que intenta hacer con su teoría de democracia elitista.

La democracia de las élites

Dada la inexistencia de este interés general, Schumpeter define al método democrático como aquel sistema basado en la lucha competitiva por el voto de los ciudadanos, del cual emergen las decisiones políticas. Según Schumpeter esta nueva visión de la democracia es mucho más realista. Esta concepción permite establecer una analogía entre la competencia por el liderazgo y la competencia económica, refleja la relación entre democracia y libertad individual —dado que la competición presupone libertad de expresión y de prensa — y señala un criterio de distinción entre gobiernos democráticos y autoritarios. Además, evita el problema de igualar la voluntad del pueblo con la voluntad de una mayoría de personas. Reconoce que el electorado tiene tanto la función de crear un gobierno como la de despedirlo, pero reduce a esto todo el control que pueda tener sobre ellos.

Schumpeter creía que su visión de la democracia tenía implicaciones prácticas. Los partidos políticos no debían entenderse como grupos persiguiendo el bienestar público inspirados por sus ideologías, sino como mecanismos para articular la competencia política. La estabilidad de la democracia dependería de tener buenos líderes, probablemente una élite de expertos profesionales, los cuales deberían ocuparse de unas pocas materias y estar asistidos por una burocracia estable y bien cualificada. Por su parte, el electorado no debería interferir en las decisiones de los líderes electos ni darles instrucciones. La democracia significa tan solo que el pueblo tiene la oportunidad de aceptar o rechazar a los hombres que han de gobernarle, pero no más. Dada esta división de tareas el «elitismo competitivo» de Schumpeter sería el el modelo de democracia más factible y apropiado.

Como crítico de los totalitarismos de la época, el economista austro-americano insistió en que los amantes de la democracia debían lim­piar su credo de los supuestos imaginarios de la doc­trina clásica. Por encima de todo, debían desterrar la idea de que el pueblo tiene opiniones concluyentes y racionales sobre todas las cuestiones políticas. Nada de plantear que solo pueden hacerse efectivas esas opiniones actuando directamente o eligiendo representan­tes que llevarán a cabo su voluntad. El régimen democrático no es más que un método político en el que el pue­blo, como elector, opta periódicamente entre equipos posibles de líderes.

Los empresarios políticos

Su aproximación concebía el comportamiento de los políticos de forma análoga a las empresas compitiendo por clientes. Las riendas del gobierno pertenecen a los que dominan el mercado. Eso sí, al igual que el poder de los clientes está limitado a lo que les ofrece el fabricante, los votan­tes no definen las cuestiones políticas centrales del día ni tienen una capacidad ilimitada de elección. A quién terminan eligiendo depende de las iniciativas de los candidatos que se presentan y de las po­derosas fuerzas que hay detrás de esas candidaturas. Para Schumpeter el hecho de que los partidos estén nominalmente ligados a unos valores ideológicos no es central. La explicación de por qué todos los gobiernos terminan haciendo políticas similares radica en que, después de todo, los partidos no son más que máquinas ideadas con el fin de ganar la lucha competitiva por el poder. Solo esto último les interesa.

En consecuencia, los partidos son la respuesta al hecho de que la masa electoral solo es capaz de actuar de forma cruenta. Los partidos son un intento de regular la competencia políti­ca, exactamente igual que pasaría con una aso­ciación de comerciantes. Son como empresas que ponen orden en la provisión de bienes y servicios. De ahí que para él las técnicas de sugestión psicológica, la propaganda, los eslóganes y las melodías características de las organizaciones no sean complementos accesorios. Para él son la esencia misma de la política partidista. Al igual que lo es el jefe político, que proporciona orden y la capacidad de gobernar la complejidad.

Eso sí, deben quedar bien claros los roles de líderes y votantes. Los elec­tores no solo deben abstenerse de tratar de instruir a sus represen­tantes acerca de lo que deben hacer, sino que deben desistir de cualquier intento de influir en su opinión. ¡Hasta llegó a pedir que se acabara por ley con la práctica de bombardear a los representantes con cartas y telegramas! La única forma de participación política abierta a los ciudadanos en la teoría de Schumpeter es la discusión y el voto ocasional.

Democracia, libertad y socialismo

En sus obras, Schumpeter señala que la democracia puede ser un campo abonado para la ineficiencia. Entre otras cosas por lo mismo con lo que él la caracteriza; la lucha incesante por la ventaja política y la toma de decisiones basadas en los intereses a corto plazo de los polí­ticos. Sin embargo, considera que los problemas pueden minimizarse si se cumplen determinadas condiciones.

La primera de ellas es disponer de unos políticos de gran capacidad, de gran cualificación. La segunda, que la competencia entre los líderes rivales (y los partidos) tenga lugar dentro de un abanico de cuestiones relativamente restringido. Insiste en que debe haber consenso sobre la di­rección general de la política nacional, sobre qué es un programa razonable y sobre los asuntos constitucionales básicos. La tercera es que haya una burocracia independiente bien formada, de buena reputación y tradición, para ayudar a los políticos en todos los aspectos de la administración. Y por último, la presencia de cierto autocontrol democrático, con el compromiso de no caer en la crítica excesiva al gobierno o un comportamiento impredecible y violento.

La democracia tiene muchas probabilidades de derrumbarse cuando los intereses y las ideologías se defienden tan firmemente que las perso­nas no estén dispuestas a comprometerse con ella como procedimiento. Un punto que para Schumpeter señala el fin de la política democrática. De ahí que una de sus preocupaciones más recurrentes sea  la relación entre democracia y li­bertad. Si entendemos por esta última la existencia de libertades individuales, entonces precisa que todo el mundo sea, en principio, libre para competir por el liderazgo. Algo que a juicio de Schumpeter permite demostrar que la democracia puede ser compatible tanto con un sistema capitalista como con uno socialista. Eso sí, siempre y cuando la concepción de la política no se es­tire en exceso.

En una economía capitalista es difícil que ocurra esto último porque la economía se considera fuera de la esfera di­recta de la política, lejos de la actividad gubernamental. Es un esquema fundamentalmente liberal. Sin embargo, Schumpeter señala que el modelo socialista tiene más peligros. Este modelo, al carecer de una restric­ción decisiva del ámbito de la política, deja abiertos todos los frentes a la intervención gubernamental. De ahí que defienda que la democracia y el socialismo tan solo pueden ser compatibles si a la primera se la entiende como elitismo competitivo, separando claramente la política de las cuestiones técnicas. Schumpeter afirmaba que no se podía determinar por adelantado si una democracia socialista podría funcionar adecuadamente a largo plazo. Pero de una cosa estaba absolutamente seguro: las ideas que conforman la doctrina clásica de la democracia jamás podrían hacerse realidad, por lo que un socialismo futuro no tendrá ninguna relación con ellas. Y en eso tuvo razón.

Críticas a la visión elitista de la democracia

La teoría de la democracia de Schumpeter señala muchas carac­terísticas reconocibles en las democracias liberales de Occidente. La lucha competitiva por el poder entre los par­tidos, el importante papel de las burocracias, la relevancia del liderazgo político, la política moderna basada en el marketing, la forma en que los votantes están sujetos a una avalancha constante de información política y cómo muchos votantes, a pe­sar de ello, permanecen pobremente informados sobre las cuestiones políticas. Muchas de estas ideas pasaron a ser centrales en la ciencia social de los años cincuenta y co­mienzos de los sesenta, justo los años de florecimiento de la ciencia política.

Sin embargo, a mi juicio, un punto débil de la teoría de Schumpeter es su equivocación entre lo que es y de lo que debería ser. Es decir, asume que la evidencia so­bre las democracias contemporáneas puede tomarse como la base para refutar los ideales normativos que encierran los modelos clásicos; los ideales de igualdad política y participativa. Por supuesto avanzar en la constatación empírica de que algunas de estas ideas son irrealizables sigue siendo algo fundamental, ya sea porque no es humanamente posible alcanzarlas, porque conllevan cataclis­mos masivos o porque encarnan fines contradictorios. Todas estas críticas a los modelos de democracia clásica me parecen necesarias.

El problema es que el ataque de Schumpeter es distinto. Lo que hizo fue definir la democracia en función de los regímenes que había en Occidente en el momento en que él escribía. Al hacer esto no proporciona una valoración de las teorías críticas, las cuales recha­zan explícitamente el statu quo y defienden un conjunto de alternativas posibles. Lo que hace es soslayarlas para defender el sistema imperante. El modelo del liderazgo competitivo no agota en ningún caso todas las opciones defendibles dentro de la teoría de la democracia. Schumpeter ni siquiera consideró, por ejemplo, la forma en la que se podrían combinar aspectos del mode­lo competitivo con esquemas más participativos.

Finalmente, quizá lo que más me chirría es su concepción del ser humano. Si consideramos al electorado in­capaz de establecer juicios razonables sobre política, ¿por qué sería capaz de discriminar en­tre líderes alternativos? ¿Cómo considerar adecuado el veredicto del electorado? Aunque su crítica a la voluntad general me parece certera, Schumpeter desliza la idea de que los ciudadanos no son agentes políticamente conscientes sino que son completamente «teledirigidos» por los mensajes mandados desde arriba. Esto está tan solo a un paso de pensar que lo que el pueblo necesita es ingenieros capaces de adoptar las decisiones técnicas correctas, ya que uno no sabría distinguir su interés por sí mismo. La antesala del argumento tecnocrático. Un argumento muy en boga últimamente y que agrieta un pilar básico de la política democrática; una ciudadanía plural con voluntad de gobernarse a sí misma.

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Teoría democrática Joseph Schumpeter y la síntesis moderna

 

Teoría democrática

Joseph Schumpeter y la síntesis moderna

  • Godofredo Vidal de la Rosa
Palabras clave: teoría democrática, gobernación democrática, ciudadanía, participación

Resumen

La contribución de Schumpeter a la teoría democrática consiste en acotar el significado de la democracia al de un método de competencia electoral para formar gobierno. Es llamado un enfoque realista porque reduce las expectativas y habilidad de la ciudadanía para influir en los resultados del gobierno democrático. Reduce el papel de la ciudadanía al acto de votar. Sin embargo, este es el enfoque hegemónico en la ciencia política contemporánea, especialmente la teoría económica de la democracia. Este ensayo examina la consistencia lógica y empírica, y las limitaciones del modelo teórico de Schumpeter.

Citas

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Joseph Schumpeter y la síntesis moderna

 

Joseph Schumpeter y la síntesis moderna

 

Teoría democrática 

Joseph Schumpeter y la síntesis moderna 

Godofredo Vidal de la Rosa* 

La contribución de Schumpeter a la teoría democrática consiste en acotar el significado de la democracia al de un método de competencia electoral para formar gobierno. Es llamado un enfoque realista porque reduce las expectativas y habilidad de la ciudadanía para influir en los resultados del gobierno democrático. Reduce el papel de la ciudadanía al acto de votar. Sin embargo, este es el enfoque hegemónico en la ciencia política contemporánea, especialmente la teoría económica de la democracia. Este ensayo examina la consistencia lógica y empírica, y las limitaciones del modelo teórico de Schumpeter. 

Palabras clave: teoría democrática, gobernación democrática, ciudadanía y participación. 

Abstract 

The Schumpeter contribution to modern democratic theory consists in to limit the meaning of Democracy to a mere electoral competition in order to build governments. This model is named realist because dismiss the citizenship expectations and abilities to influence and control the results of democratic governance. It reduces the citizen role to the act to vote. However Schumpeter model is hegemonic in the contemporary political science, especially in the economic theory of democracy. This essay examines the logical and empirical consistency and limitations of Schumpeter theoretical model. 

Key words: democratic theory, democratic governance, citizenship and political participation. 

introducción 

En la historia de las ideas políticas, Joseph Schumpeter, economista austriaco (1883- 1952), tiene un lugar especial. En la teoría democrática se puede hablar de un antes y un después de Schumpeter. Su aporte se considera decisivo en el desarrollo de las teorías del proceso democrático de la ciencia política estadounidense de la posguerra.  * El autor agradece los amables y constructivos comentarios de los dictaminadores.

Los teóricos de la elección racional1 lo reconocen como su inspirador y recientemente Adam Przeworki se sintió obligado a hacer una defensa de las ideas de este autor, asimilándolas a las del filósofo alemán Karl Popper.2 La teoría democrática elaborada por Schumpeter se ha llamado elitista, procesal, económica, y realista. Pero, sorprendentemente, en la literatura clasificada bajo estos membretes casi nunca se le cita. Su influencia es la de una visión para la teoría económica de la política3 y latente y atenuada en la versión behaviourista o conductista, dominada por el pensamiento estructural funcionalista, acerca del desarrollo político y la democracia4 en la ciencia política del pasado medio siglo. Así que no está de más decir que es una aportación paradigmática, que establece un antes y un después en la teoría democrática. 

Schumpeter era por vocación un político y pensador conservador, pero su trabajo se considera una defensa de la democracia liberal. Era un economista no avezado en las matemáticas sofisticadas que exigía la teoría neoclásica o la marginalista, pero los practicantes de la teoría de la elección racional lo consideran su inspiración. Los economistas literalmente lo han borrado de sus textos y enseñanzas, pero los estudiosos de las organizaciones y los politólogos lo consideran uno de los suyos. 

La obra de este autor es vasta. Su Historia de las ideas económicas5 es considerada el paradigma de la perfección narrativa de la historia de las ideas económicas.6 Sus trabajos sobre las clases sociales y el imperialismo (1965) son igualmente valorados, casi tanto como olvidados. De todo su trabajo, el más recordado y citado está en tres capítulos de un libro escrito en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial. De hecho Schumpeter no fue un exiliado, como muchos de los intelectuales europeos que huían del fascismo y el régimen nazi, sino un visitante y residente en la Universidad de Harvard. 

1 Véanse Anthony Downs, An Economic Theory of Democracy, Nueva York, Harper and Brothers, 1957; y Dennis C. Mueller, “Política del gobierno y gobierno corporativo”, Journal of Institutional and Theoretical Economics (JITE), vol. 159 (4), diciembre, Mohr Siebeck, Tübingen. 

2 Véase Adam Przeworski, “Una defensa de la concepción minimalista de la democracia”, Revista Mexicana de Sociología, vol. 59, núm. 3, julio-septiembre, 1997. 

3 Véanse de W.C Mitchell, “Schumpeter and Public Choice, Part I. Precursor of Public Choice?”, Public Choice, 42, 1, 1984a; y “Schumpeter and Public Choice, Part 2. Democracy and the Demise of capitalism: The Missing Chapter in Schumpeter”, Public Choice, 42, 2, 1984b. 

4 Véanse David M.Ricci (1970), The Tragedy of Political Science. Politics, Scholarship and Democracy, New Haven y Londres, Yale University Press, 1984; y Godofredo Vidal de la Rosa, La ciencia política estadounidense. Trayectoria de una disciplina, México, Miguel Ángel Porrúa, 2006. 

5 Joseph Schumpeter, Historia de las teorías económicas, México, 1950. 

6 Véase Randall Collins, The Sociology of Philosophies. A Global Theory af Intellectual Change, Cambridge, Mass., The Belnak Press of the Harvard University Press, 1998.

Ahí paso la última parte de su vida académica, casi desapercibido, mientras se construía, a sus espaldas, el gran edificio de la ciencia política estadounidense.7 Su redescubrimiento fue accidental y post hoc. Simplemente la comunidad de politólogos encontró que Schumpeter decía, en términos muy claros, lo que muchos estaban pensando y no se atrevían a decir: que los fundamentos liberales de la teoría democrática tradicional elaborada en el siglo XIX, eran muy endebles, y que Schumpeter ofrecía una versión defendible, empíricamente, del proceso democrático realmente existente, en especial en Estados Unidos.8 

Este ensayo aborda el hecho de que con todo los años de reflexión sobre la naturaleza de la democracia moderna, los argumentos de Schumpeter siguen siendo el reto a superar. La dificultad no sólo está en la lógica, sino en la fuerza factual de su descripción. 

Como se ha notado,9 Schumpeter ofrece dos teorías del proceso democrático. La primera es la conjetura, en mi opinión, sólo implícita, y que requiere una gran dosis de ingenio para descubrirla, de que la democracia puede ser un proceso progresivo y autoformativo, aun compatible con lo que veía como la inevitable planificación del mercado. Igual que muchos otros pensadores modernos, Schumpeter creía que la democracia era un proceso más o menos inevitable asociado al ascenso de las masas a la esfera pública. Esta percepción era común desde al menos un siglo antes de que Schumpeter escribiera. Lo interesante es que Schumpeter encontró la manera de aceptar este hecho, potencialmente caótico, según el pensar de conservadores y liberales de aquellos tiempos, con algunos principios liberales mínimos. Su teoría condensa esos principios liberales mínimos, y la salva frente a sus detractores, específicamente las críticas del marxismo duro y de los juristas antiliberales (y al final, al servicio de los nazis) como Carl Schmitt. La democracia representativa no merecía mucho respecto para ambos enemigos del liberalismo y, en cierta medida tampoco para Schumpeter. Sin embargo, a diferencia de ellos, este autor construye un argumento legitimador del régimen democrático, reprimiendo el alcance de su definición a su esencia como un procedimiento o régimen político: la democracia es un método de combate político entre grupos, por medio de las elecciones para formar gobierno. 

el contexto intelectual 

Schumpeter mostró siempre una afectividad política conservadora y un dejo aristocrático en su persona. Sin embargo, su posición en los debates políticos de su natal Austria era ambigua y algunos la llamaban hasta oportunista. 

7 Godofredo Vidal de la Rosa, Teoría democrática contemporánea, UAM-Azcapotzalco, 2007. 

8 David M. Ricci, The Tragedy of Political Science. Politics, Scholarship and Democracy, op. cit. 

9 Por ejemplo en John Medearis, Schumpeter Two faces of Democracy, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 2001a.

Fue ministro de Hacienda de un gobierno socialista, a la vez que criticaba los principios de la economía socialista. Su relación con la derecha en ascenso es también ambigua y mantenía un intercambio epistolar constante con autores e ideólogos de derecha, en el que constantemente coincidía en el fracaso de los modelos de democracia representativa del siglo XIX. Las coincidencias con autores como Carl Schmitt acerca de la crisis del parlamentarismo son particularmente interesantes y ayudan a entender la dirección que aleja a Schumpeter de la derecha. Ambos pensaban que el modelo de democracia parlamentaria estaba rebasado por el ascenso de las masas a la escena. Los partidos de masas, en particular los de izquierda pero también los nacionalistas de derecha, habían –por decirlo de alguna manera– “socializado” la política, introduciendo reclamos sobre los derechos laborales y sociales de las masas trabajadoras y las clases medias pauperizadas. Los pensadores nostálgicos de los debates políticos de la segunda mitad del siglo XIX añoraban el talento y sabiduría aristocráticos de los parlamentos de la anteguerra. En contra, observaban que bajo el nombre de la democracia proliferaba el clientelismo abierto y una representación facciosa en los nuevos partidos. Para muchos conservadores y derechistas, el resultado era la perdida de la idea misma del Estado y, sobre todo, la corrupción de la política como idea y como práctica. Pero mientras un eminente jurista de derecha como Carl Schmitt volvía los ojos hacia el movimiento nazi, viéndose a sí mismo como el salvador de la idea del Estado total y de la política por la política, Schumpeter siguió comprometido con los ideales del liberalismo y buscó ajustar la idea de la democracia con el gobierno elitista. 

La misma experiencia de la política llamada democrática fue un elemento convincente en la formación de su propuesta teórica. Schumpeter veía a los políticos socialistas como arribistas, que no dudaban en ignorar sus principios ideológicos a cambio del “confort de los sillones ministeriales”. Esta percepción es importante para entender el bajo papel que le otorga a las convicciones ideológicas. Los políticos se comportan como negociantes y forman un pathos común donde lo único que cuenta es arribar al poder. El método nuevo es la lucha electoral, y a ello se le llama democracia. En la percepción de Schumpeter, el δημος (Demos) tiene muy poco que ver con esta lucha por formar gobierno. Es un actor más bien pasivo, guiado por instintos gregarios, sin una clara identidad, que reacciona a los estímulos de la propaganda política. Schumpeter descubre, debajo de la palabrería democrática, un régimen oligárquico electoral, donde la participación ciudadana se cristaliza en el acto de votar. Es en este contexto que Schumpeter encuentra que el liberalismo merecía una defensa de, al menos, sus elementos básicos. Por eso William Scheuerman10 tiene que conceder que, a pesar de que le imputa a Schumpeter tomar prestadas de Carl Schmitt ideas sobre el fundamento irracional de la sociedad e incluso su tácita aceptación de que el régimen democrático puede coexistir con la exclusión de grupos en base a raza, género o religión. El modelo schumpeteriano de libre competencia electoral “requiere la aceptación de ciertos residuos del liberalismo clásico [...] presupone algunas libertades políticas básicas”.11 Un problema no menor es que Schumpeter no especifica explícitamente esta presuposición, aunque es verdad que su reflexión no tiene sentido sin este sustento en los principios liberales.12 Pero Schumpeter se concentra en el meollo del asunto: la competencia entre grupos por obtener el poder político, a través de las elecciones libres, aunque no necesariamente incluyan a toda la población adulta mentalmente apta, como lo requiere el concepto de universalidad de la igualdad política. Pero este criterio puede fácilmente asimilarse a la definición de Schumpeter. No está excluido a priori en ningún momento y por definición es secular. En su descripción del régimen democrático generalmente están implícitas las normas de separación entre Iglesia y Estado, el control civil sobre los militares, y libertad de opinión; es decir, aquellas compatibles con los idearios básicos del liberalismo. 

la teoría clásica de la democracia 

Asociado a nombres como Rousseau, Payne, John Stuar Mill y, hasta cierto punto, Alexis de Tocqueville, el enfoque llamado clásico, presupone, según Schumpeter, tres condiciones en las cuales los principios no se reflejan necesariamente en los hechos. Estos tres supuestos son: 1) existe una condición o estado de cosas que podemos caracterizar como el Bien Común, 2) existe la Volonté Générale, tal como Rousseau lo suponía, y 3) que, a final de cuentas, la gente, o el Pueblo, o los actores colectivos, actúan bajo reglas que podemos caracterizar como políticamente racionales desde el punto de vista del bien común o la voluntad general. Las tres partes de la definición se combinan para afirmar que el bien común puede ser alcanzado por medio de un acuerdo racional colectivo. Schumpeter era abiertamente escéptico acerca de las premisas y de la conclusión. En esto anticipa algunos problemas característicos de la teoría de la acción racional.13

10 William Scheuerman, Carl Schmitt. The End of Law, Lanhman, Rowman & Littefield Publishers, Inc., 1999.

11 Ibid., p. 202. 

12 El caso típico es el de los Estados Unidos, paradigma del régimen democrático decimonónico, que toleró la esclavitud hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX. Aún hoy en día, algunos países que consideramos democráticos separan a sus poblaciones por criterios religiosos y de género (Israel, Irán, etcétera). 

13 W.C. Mitchell (1984a, 1984b) subraya que a pesar de que Schumpeter es citado como precursor de la teoría de la elección pública, difícilmente compartiría muchas de las presuposiciones de esta última, como el énfasis en la búsqueda del equilibrio, mientras que a Schumpeter le interesaba más el análisis de las fuentes del cambio y el desequilibrio social. Mientras Schumpeter se desinteresó en la economía matemática, por último, los teóricos de la elección pública están poco interesados en la historia y la política comparada. 

14 J. Schumpeter (1942), Capitalismo, socialismo y democracia, Barcelona, Orbis, 1983, p. 321. 

15 William Scheuerman, Carl Schmitt..., pp. 183 y ss. 

16 Anthony Downs, An Economic Theory of Democracy, Nueva York, Harper and Brothers, 1957.

 Esta teoría es una transposición o importación de los principios del análisis de la conducta racional en economía a la esfera política. En la teoría de la acción racional se parte de la imposibilidad, lógica y matemática, de establecer un criterio unívoco, es decir, universalmente aceptado de Bien Común. 

Schumpeter cuestiona la definición “clásica” de la democracia política. Esta idea se resume de la manera siguiente: 

La filosofía de la democracia del siglo XVIII puede ser compendiada en la siguiente definición: el método democrático es aquel sistema institucional de gestación de las decisiones políticas que realiza el bien común, dejando al pueblo decidir por sí mismo las cuestiones en litigio mediante la elección de los individuos que han de congregarse para llevar a cabo su voluntad.14 

Esta definición es lógicamente impecable, y sin duda atractiva. La soberanía popular se eleva por encima de cualquier otra consideración en la teoría política. Esta filosofía la atribuye sobre todo a John Stuar Mill y a los utilitaristas. Se basa en la creencia de que la sociedad está formada por un contrato de conveniencia mutua entre individuos libres y racionales, capaces de discernir, por medio de algún método de agregación (sumas y restas) o conciliación (por ejemplo, el debate público), una cierta idea del bien común o del interés general. Schumpeter crítica esta línea de razonamiento desde varios frentes. El ataque frontal es contra la idea del racionalismo, de que existe un fundamento racional y, en este caso en particular, contractual, del orden político. Igual que Carl Schmitt,15 Schumpeter afirma que la sociedad no se funda en un contrato racional, ni la conducta humana es –necesariamente– racional. Más aún, no hay garantía de que en asuntos complejos como la política y el gobierno de los asuntos del Estado, sea posible que numerosos intereses racionales, contrapuestos entre sí, lleguen a un acuerdo, y con frecuencia es posible que suceda lo todo lo contrario. Que el interés general sea ofuscado por los múltiples intereses contrapuestos, implica que no puede darse por sentada la existencia de criterios aceptables del Bien Común. Schumpeter deduce que no se puede sostener a priori una idea de interés general derivada de la acción de los individuos racionales.

Esa forma de razonar fue la que hizo que Anthony Downs16 viera en Schumpeter a un teórico de la democracia fundamental, y a un antecesor de su propio análisis “económico” de la política. El asunto central es que la idea de un Bien Común alcanzable por la discusión de intereses por individuos racionales no se sostiene, por argumentos lógicos sobre la imposibilidad de los individuos de comprender plenamente la idea de un Interés General por medio de razonamientos particulares. En suma, la refutación básica de los argumentos utilitaristas de que el bien común es la suma de los bienes individuales.17 De hecho, con frecuencia la idea del interés público llega decantada por varios filtros hasta este individuo. Schumpeter afirma que: “Así, pues, es probable que la información y los argumentos que se le presentan –al individuo que vive en un régimen democrático, añado– como pruebas irrefutables estén al servicio de una intención política”.18 

Con base en estos razonamientos se considera a Schumpeter un precursor de la teoría de las elecciones públicas y del análisis económico de la política. En efecto, compara explícitamente el accionar de los compradores de votos con los de los empresarios que venden mercancías de diversos tipos a una clientela orientada en parte por su experiencia y sentido de conveniencia, y en parte por la influencia de la propaganda. Pero a diferencia del consumidor, el votante promedio tiene una posición más endeble para obtener información, no sólo sobre la calidad del producto que está dispuesto a adquirir mediante su voto (por ejemplo la eficiencia y honestidad del gobierno, o simplemente su sano juicio sobre los asuntos públicos), sino que con frecuencia compra (es decir, vota) productos cuya eficacia o capacidad de dar la satisfacción que promete, no está ni garantizada ni probada. Más aún, se postula una diferencia radical entre la conducta del consumidor soberano y el ciudadano, presa de sus pasiones y de la desinformación. El elector, a diferencia del consumidor en el mercado, es visto como un ente guiado por sus impulsos y su instinto de rebaño. Esta apreciación a veces es atenuada pero, en todo caso, el papel del votante ciudadano es bastante circunscrito. Avala o rechaza entre alternativas vagamente comprendidas y sobre las que, a final de cuentas, no tiene control. Anthony Downs lleva este argumento lejos diciendo que: 

Los costos de información previenen que nuestro modelo de gobierno pueda funcionar por el consentimiento de los gobernados en el sentido estricto. Esto no significa que el gobierno tome decisiones sin considerar los deseos de las personas afectadas por tales decisiones; por el contrario, puede ser extremadamente sensible a los deseos del electorado. 

17 Por supuesto también es una refutación de la voluntad general de Rousseau, que aunque no se funda en la mera agregación de preferencias, sí supone un legislador superior que las interpreta rectamente. 

18 Joseph Schumpeter (1942), Capitalismo, socialismo y democracia, op. cit., p. 337.

Sin embargo, debido a la misma estructura de la sociedad, cada decisión gubernamental no puede resultar de una consideración igualitaria de los deseos de las personas, quienes son afectadas de forma igual por esas decisiones. Cuando agregamos esta disparidad inherente de influencia a las disparidades de poder causadas por la desigual distribución de los ingresos nos vemos alejados un largo trecho de la igualdad política entre los ciudadanos.19 

Schumpeter marca una línea de separación entre la capacidad de razonar inteligentemente en cuestiones que nos conciernen inmediatamente, a diferencia de las cuestiones lejanas y abstrusas de la política. En la política, continua, “el ciudadano normal desciende a un nivel inferior de prestación mental tan pronto como penetra en el campo de la política [...] argumenta y analiza de un modo que él mismo calificaría de infantil si estuviese dentro de la esfera de sus intereses efectivos”.20 

la crítica de la teoría democrática clásica 

Autores como John Medearis21 han tratado de reconciliar esta versión de la democracia con una teoría progresiva semejante a la que vislumbró el filósofo y pedagogo John Dewey,22 y hasta con las teorías deliberativas de la democracia hoy en boga, diciendo que para que el método democrático funcione, debe haber por lo menos alguien que crea en la democracia. En otras palabras, debe haber una ideología del progreso democrático. En Schumpeter existe una idea de que la democracia es un proceso irreversible, de alguna manera similar a la que Tocqueville lo había enunciado hacía más de un siglo, excepto que para éste, el fenómeno democrático se debía a la difusión del igualitarismo político,23 mientras que Schumpeter, en cierta forma parecida a Weber, la asociaba a la racionalidad de la economía capitalista, al ascenso de la burguesía comercial, y a la fuerte presencia de la clase obrera en la actividad productiva. La democracia no era un biproducto necesario, sino una solución sensata de las elites políticas a la diversificación de sus intereses y a las nuevas formas de competencia por la conducción de los asuntos públicos. 

19 Anthony Downs, An Economic Theory of Democracy, op. cit., p. 257. 

20 Joseph Schumpeter (1942), Capitalismo, socialismo y democracia, op. cit., p. 235. 

21 John Medearis, Schumpeter, Two faces of Democracy, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 2001a. 

22 John Dewey (1927), El público y sus problemas, Buenos Aires, ágora, 1958. 

23 Sheldon Wolin, Tocqueville between Two Worlds. The Making of a Political and Theoretical Life, Princeton University Press, 2001.

Schumpeter es poco claro si este régimen surge espontáneamente, o por un contrato básico en las alturas o por la presión de las masas, o por una combinación de todo lo anterior. Pero no cambia el hecho decisivo de que describe a la democracia como una lucha entre elites por el voto de la ciudadanía,24 en términos en que los primeros mandan y los segundos participan atenuada e indirectamente. Lo importante es que la Plebe25 es elevada a la distinción de electores (ciudadanos). Esta es una dimensión que, de alguna manera, está implícita no sólo en la obra de Schumpeter sino de los teóricos liberales, y distingue a Schumpeter de sus antecesores italianos, críticos de la ideología democrática. Gaetano Mosca rechazaba también la fragilidad de los sustentos liberales y la ficción del pueblo gobernándose, pero era capaz de reconocer que la democracia representativa era un método superior a otros en que permitía la circulación y rejuvenecimiento de la clase gobernante.26 La crítica al liberalismo era común en los días de entre guerras. Wilfredo Pareto, Carl Schmitt, etcétera, descartaban la sustentación del liberalismo y la democracia representativa. Schumpeter en cambio logró reconciliar el hecho de la omnipresencia de las oligarquías con el hecho de que la democracia liberal funciona como método que satisface, al menos mínimamente, las demandas de la plebe, tales como los derechos humanos y civiles.27 La posibilidad de abrir las puertas a la formación de una ciudadanía ampliada o, en otras palabras, de que la universalización del criterio de equidad política no está cerrada a priori. De hecho, la misma competencia por los votos permite la ampliación de esta categoría y sus prerrogativas,28 lo que genera una paradoja sorprendente que llamó la atención y alarma de los conservadores. Pero para Schumpeter esta posibilidad es de hecho ignorada, a pesar de que está a la vista, ni el que siguiendo esta lógica, la lucha por votos sea transformada en una confrontación entre ideas sobre la orientación de las políticas públicas. 

24 Aunque para él la ciudadanía es más un enunciado vació que una realidad y la esfera pública, como ahora se llama a la expansión de la idea de la ciudadanía activa, se reduce por medio de la manipulación de las preferencias de los electores. Esta percepción no sólo pertenece a Schumpeter sino a un gran número de intelectuales que, como Walter Lippman, conciben a la opinión pública como esencialmente indefensa ante la manipulación de los modernos medios de información y propaganda política. 25 Para evitar confusiones, uso el término Plebe en la acepción latina (plebeii), para referirme a las clases bajas y a los trabajadores, como opuestos a los patricios. 26 Gaetano Mosca, La clase dominante, México, Fondo de Cultura Económica, 1984 (traducción de la edición de 1923). 27 Schumpeter nunca habla de elites ni de clase dominante, como lo hacen sus antecesores Pareto y Mosca (y aunque cita con respeto a Pareto, ignora a Mosca y a Robert Michaels), pero es inevitable usar ambos términos en referencia al enfoque schumpeteriano. Éste, a final de cuentas, es el fundador de la teoría elitista de la democracia, como la llama Peter Bachrach. Véase Crítica de la teoría elitista de la democracia, Argentina, Amorrortu, 1973. 28 Lo que Robert Dahl llama “poliarquía”. Véase Democracy and Its Critics, Yale University Press (traducción: Paidós, segunda edición, 1993).

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