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lunes, 30 de noviembre de 2015

La fábula del físico, el ingeniero y el economista

La fábula del físico, el ingeniero y el economista

Un físico, un ingeniero y un economista sobreviven a un accidente de avión que los lleva a una isla desierta. Desafortunadamente, el único alimento que consiguen rescatar de los restos del siniestro es una gran lata de conservas, que no pueden abrir al no disponer de ninguna herramienta. Sentados frente a ella, cada uno propone su particular forma obtener el alimento, basada en sus conocimientos profesionales. El físico sugiere calentar la lata tanto como sea posible para que al enfriarla bruscamente con el agua de mar se produzca una grieta. El ingeniero propone atarla con lianas y, tras calcular una trayectoria pendular, golpearla contra una roca de sílex debidamente fijada al tronco de un árbol. Por último, el economista, con meliflua sonrisa ante la cara de asombro de sus compañeros, plantea la siguiente hipótesis: “Supongamos que tenemos un abrelatas…”. Acto seguido, se despide con gran educación. Físico e ingeniero deciden, desconcertados, retirarse también a descansar.
La hipótesis enunciada por el economista impide dormir al físico y al ingeniero, que se debaten hasta el amanecer entre la duda sobre la existencia real del abrelatas y la forma de encontrar el procedimiento más adecuado para abrir la lata por otros medios. Entre tanto, el economista recupera fuerzas con un plácido y reparador sueño.
A la mañana siguiente, cuando el físico inicia la construcción del horno que habría de servir para abrir la lata el economista, en tono insinuante, le susurra con complicidad: “Imagínate que tuviéramos un abrelatas… ¿Qué harías?”. A lo que el físico responde que abrirla y repartir la comida, ya que hay suficiente para los tres. A esta afirmación el economista responde reflexivo, “Si tuviéramos un abrelatas no tendríamos porqué compartir la comida con el ingeniero, especialmente considerando que su método para abrir la lata posiblemente nos dejará sin comida a los tres”. Dicho esto se aleja tranquilamente a la búsqueda del ingeniero que a su vez se afana en realizar un montaje con lianas para ensayar su método. Una vez lo encuentra en un claro del bosque le insinúa igualmente y con la misma procacidad: “Imagínate que tuviéramos un abrelatas… ¿Qué harías?”. La respuesta del Ingeniero, parecida a la del físico, provoca un comentario homólogo al realizado pocos minutos antes ante éste. Hecha su valoración, el economista se aleja con una sonrisa manteniéndose durante días apartado de ambos.
Día tras día, físico e ingeniero son más incapaces de concentrarse en sus respectivos trabajos mientras piensan obsesivamente en la necesidad de disponer de un abrelatas, y más aún en la posibilidad de que el economista tenga uno oculto. De hecho, los comentarios de éste los han convencido de que realmente esconde la herramienta y lo único que pretende es que el reparto de la comida se haga entre menos comensales. El tiempo pasa inexorable y el hambre devora las entrañas de los náufragos. La relación entre el físico y el ingeniero se ha ido deteriorando, perturbada por los sutiles comentarios del economista, al no llegar a un acuerdo respecto de la mejor forma de abrir la lata. La idea de que el economista oculta el abrelatas los perturba ya hasta el punto de no ser capaces de acometer ninguna tarea útil. Entre tanto, el economista espera pacientemente.
Una mañana, en su paseo matutino el economista encuentra el cadáver del físico en la playa y al ingeniero gravemente herido por la pelea que han mantenido. Con parsimonia recoge la lata y la ubica en el horno que había diseñado el físico. Posteriormente, la enfría en el agua del mar pero no consigue abrirla ya que no conoce los detalles del procedimiento diseñado por su fallecido compañero. Decepcionado, se desplaza al bosque donde tras varios intentos frustrados consigue arrojar la enorme lata contra la punzante piedra instalada por el Ingeniero. Sin embargo, al no conocer los cálculos hechos por éste y al haberse debilitado la lata por el intento anterior estalla en mil pedazos esparciendo la comida a los cuatro vientos, donde rápidamente es devorada por los insectos y animales salvajes que desde la muerte de los otros dos náufragos acechan insidiosamente al economista.
El poco alimento disponible sólo le permite tener una lenta agonía. Es por tanto hallado muerto por el equipo de rescate a corta distancia de donde yacen descompuestos los cadáveres del físico y el ingeniero. Los rescatadores identifican a las víctimas y encuentran los restos de la gran lata de comida en las cercanías. Uno de ellos exclama, “lástima: sólo les faltó un abrelatas”, a lo que el otro responde, “te equivocas, no les faltó el abrelatas, les sobraron las previsiones de riesgo y el economista”.
Para Standard & Poors, Fitch y Moody’s que tarde o temprano reventarán la lata.

INGENIEROS VS ECONOMISTAS O LOS DIFERENTES ENFOQUES DE LA EFICIENCIA

INGENIEROS VS ECONOMISTAS O LOS DIFERENTES ENFOQUES DE LA EFICIENCIA
Tengo formación económica (en concreto, soy titulado en Ciencias Económicas y Empresariales y en Investigación y Técnicas de Mercado), pero el caso es que fue una sorpresa casi para todos los que me conocían –no para mis padres– que no me hiciera ingeniero, ya que lo mío siempre fueron los números. En realidad la única lógica detrás de esa decisión es algo que hoy me parece un poco frívolo pero que a mis 18 años me parecía una razón de peso: toda ingeniería tenía asignatura de dibujo y yo siempre detesté el dibujo y en general las artes plásticas. Sin más. También es verdad que mi padre de forma más o menos subliminal me condicionó porque solía decir que los ingenieros eran demasiado cuadriculados para dirigir una empresa, y cierto es que no me arrepiento de haber estudiado Empresariales porque aprendí una base muy útil para asumir mi papel de coordinador general de un equipo. En particular, diría que las asignaturas más cercanas a la rama de humanidades (Psicología, Dirección de Personal) han sido de hecho de las más útiles para mi desempeño profesional porque al final en la dirección de una empresa lo más crítico y complicado es la gestión de las personas. Pero en cualquier caso siempre he tenido una querencia especial por todo lo que son números y un aprecio y admiración hacia los ingenieros.
Ingenieros y economistas compartimos en la gestión de los recursos productivos el principio de la eficiencia (conseguir los objetivos con el mejor uso posible de los recursos disponibles), pero es innegable que a efectos prácticos hay un diferente enfoque. Mientras que los unos ponen el énfasis en la consecución de los objetivos, los otros la ponen en los costes. O poniendo un ejemplo práctico, en el mundo en el que me muevo de la fabricación de productos industriales, unos se concentran en que el producto funcione bien y sea duradero, a la vez que tenga un coste razonable y unos consumos reducidos, mantenimiento contenido y larga durabilidad, mientras que el enfoque de los otros es más y más el de que el producto dé el pego, sea aparente, funcione a corto plazo (mientras dura el periodo de garantía, porque luego si se rompe pronto casi mejor porque genera ingresos de mantenimiento), y sobre todo que sea barato de fabricar para permitirnos generar más beneficio a un precio dado de venta o bien recortar dicho precio para captar más cuota de mercado.
Por supuesto que hoy en día hay muchos ingenieros que han abrazado “el lado oscuro de la fuerza”, pero es porque el mundo de la empresa ha sufrido un giro en el sentido de primar esa deformación del concepto de eficiencia y demanda profesionales más y más enfocados a esa rentabilidad cortoplacista. Cierto es también la pujante competencia de países de menor coste de mano de obra ha obligado a muchas empresas occidentales a recortar en otros factores productivos lo que no pueden aquilatar por el lado del coste de la mano de obra, y eso explica muchas cosas.
Pero a mí me gusta ese modelo un poco romántico y posiblemente algo idealizado del ingeniero para el que lo principal es que las cosas sean como tienen que ser, y que disfruta optimizando productos y procesos pero sin sacrificar pilares esenciales, entre ellos el de la durabilidad. Oigo en mi desempeño profesional muchas quejas en el sentido de que ya son sólo los economistas o los ingenieros con MBA y ese punto de vista de costes ante todo los que mandan en todo tipo de empresas.  Durante mucho tiempo se han beneficiado de las inercias positivas de diseños y prácticas heredadas de tiempos más ingenuos, pero ahora que se está produciendo un radical relevo generacional en muchas empresas, en realidad se observa que no hay tal relevo: sencillamente ha desaparecido el conocimiento de los veteranos y entre los jóvenes falla mucho la base, porque no se ha primado al que más conoce sino al que más ahorra. Más aún, a menudo he tenido la sensación de que si uno empieza a plantear los riesgos que tienen ciertas prácticas de ahorro de costes y exponer sus posibles problemas futuros, necesidad de ser prudente, ir con tiento, primar las soluciones “tried-and-tested”, etc., se convierte en una “mosca cojonera”; te ganas fama de ser el típico quejica que sólo pone pegas, y se te desplaza para poner en primera fila al típico tío que anda muy erguido, con una eterna sonrisa en la boca y que a todo responde con un “¡no hay problema!”.
Queda claro que no soy nada objetivo en esta discusión. Tomo clarísima parte a favor de la primera parte del enunciado de la eficiencia, y soy precisamente de esos críticos que miro con escepticismo las soluciones de ahorro de costes y me lo pienso mucho antes de implantarlas de manera irresponsable, porque siempre tengo en mente que la rueda lleva mucho tiempo inventada y que quizá esta idea magnífica que se nos ocurre ahora fue ya descartada en un pasado por otros profesionales tan buenos o mejores que nosotros. Y no me basta el “no hay problema”. Los problemas existen y lo que quiero es estar seguro que ponerme en manos de personas que tienen sus soluciones y que me transmitan confianza en que no se dedican a la palabrería y a esconder las miserias bajo la alfombra, que es lo que observo más y más en el día a día.
Lo cierto es que vivo en los últimos tiempos con tristeza, resignación y mucha tozudez una evolución en el modelo del negocio en el que opero donde se está primando el precio por encima de toda consideración. Y como a nadie le gusta perder dinero, aparte de mejorar la eficiencia de los procesos también se están asumiendo recortes de prestaciones y retoques de diseño que reducen los costes a costa de sacrificar durabilidad y eliminar componentes no perceptibles del producto pero que tenían una función y una razón de ser. Me estoy quizá obcecando en renunciar a seguir al mercado, y probablemente eso me vaya relegando más y más a un rincón o directamente expulsar del mismo, pero al mismo tiempo creo en que existe como mínimo un nicho de mercado para los que hacen un producto bueno y duradero, y para los que no se deshacen de su capital humano de gente “cara” pero sabia y valiosa en favor de una plantilla barata sin más de gente “sin problemas”. Conste que no es sólo una visión estratégica del negocio lo que hay detrás de mi enfoque (que también), sino que es un poco del romanticismo inicial con el que empezaba el post. Me gusta hacer algo de lo que poder sentirme orgulloso y quiero pensar que vale la pena luchar por ello. Me pregunto muchas veces si dentro de diez años seguiré dándome la razón a mí mismo…

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jueves, 26 de noviembre de 2015

Acceder antes que poseer

Acceder antes que poseer

Los ciudadanos ni pueden ni quieren acumular bienes. Decenas de empresas proponen productos para compartir.


FotoFoster es la directora de Peers (pares/iguales), la nueva plataforma con sede en San Francisco que intenta promover y proveer las herramientas necesarias para que la gente alrededor del mundo conozca lo que se ha denominado como Sharing Economy (Economía del compartir). “Nuestra intención es que la gente sepa de qué se trata todo esto y defender el derecho al Consumo Colaborativo”, dice Foster que, en su trayectoria profesional, destaca el haber trabajado en el equipo de Barack Obama y posteriormente haber sido la creadora de Rebuild the dream (reconstruir el sueño), plataforma que fomenta el cambio económico, a través de la participación ciudadana.
A diferencia de Oui Share que reúne a empresarios, funcionarios públicos y líderes, en una especie de Think tank (tanque de ideas) para crear y desarrollar proyectos, Peers está más orientada al consumidor final. “Somos diferentes piezas del mismo rompecabezas, trabajando juntos para ayudar a impulsar esta nueva economía hacia adelante”, afirma.
El concepto de Consumo Colaborativo se hizo eco en el 2010 cuando la autora inglesa Rachel Botsman, publicara What it´s mine it´s yours: the rise of collaborative consumption (lo que es mío es tuyo: el auge del consumo colaborativo). La idea de Botsman se centraba en un punto en concreto. El futuro de la sociedad ya no estaría en la propiedad de las cosas, sino en el acceso a las mismas. ¿Para qué poseer algo si se puede compartir? Rachel utilizaba decenas de ejemplos en los que la propiedad de los bienes, en muchos casos, quedaba obsoleta. Lo que se necesitaría ahora es sólo acceder a los mismos. El libro dio pie para que en el 2011, la revista Time considerara la idea de Botsman entre las 10 que cambiarían el mundo. “La moneda de la nueva economía colaborativa es la confianza”, ha asegurado la autora inglesa refiriéndose a la importancia de ese factor al momento de intercambiar bienes y servicios entre particulares. “La reputación se convertirá en el activo más importante de la gente”
El último estudio de impacto económico de Airbnb hecho en Francia (primer país del mundo en utilizar viviendas vacacionales compartidas) ha recogido que en la ciudad de París su actividad ha generado aproximadamente 240 millones de dólares (185 millones de euros). El 46% de los practicantes de este tipo de hospedaje manifestó hacerlo porque necesita los ingresos para sus gastos esenciales de vida, tales como el alquiler y el pago de las hipotecas.
Pero no todos ven esto con los mismos ojos. El vacío legal que existe entre este nuevo concepto de negocio y los tradicionales, ha generado ciertos desencuentros. En España el presidente de la patronal madrileña de hostelería arremetió hace poco contra Airbnb y la calificó de “ilegal”, pidiendo que se legalizara y regularizara su situación.
“En muchos caso todo es alegal, no ilegal, porque no hay legislación al respecto”, dice Albert Cañigueral de Oui Share España y autor del blogConsumo Colaborativo. “Lo que se está haciendo es comenzar a ver el potencial, los beneficios ecológicos, sociales y económicos. Ni siquiera nosotros mismos, que estamos dentro, sabemos las implicaciones reales de todo esto, por tanto, hay que estudiarlo bien. El consumo colaborativo, como dijo Javi Creus (catalán, creador de la consultoraIdeas for Change), también necesita de sus leyes, pero antes de regularlo, hay que entenderlo”.


Marina, fotógrafa y cuidadora de perros para Gudog. Sherlock y Dexter vivieron con ella unos días.
Lo cierto es que incluso las grandes transnacionales se han dado cuenta del potencial que tiene el mercado del Consumo Colaborativo. Google acaba de invertir 258 millones de dólares enUber, empresa que ofrece sus servicios de transporte dentro de las ciudades con sus “coches negros”, algo así como una especie de taxi de lujo. Join Up Taxi, una aplicación que permite ubicar y compartir taxi dentro de España, ha conseguido una financiación de 200.000 euros. Bla Bla CarAmovens y Carpooling son otros viejos conocidos de la movilidad compartida a larga distancia. A ellos se han añadido Respiro y Bluemove, plataformas de alquiler de coches por horas para movilizarse dentro de las ciudades. En ambos casos, desde 2 euros por hora, el usuario puede acceder a su flota de vehículos.Socialcar, en cambio, apuesta por el alquiler e intercambio de coches entre particulares.
“Mientras esta generación y las siguientes se vuelquen a las ciudades tiene que haber maneras distintas de moverse”, dice Foster que hace poco celebró que la Comisión de Utilidades Públicas de California aprobara la primera regulación sobre sistemas de movilidad compartida, creando un precedente en la legislación de transporte colaborativo en Estados Unidos. “No podemos agregar más autos a la ciudad. Hay una nueva generación que no puede hacer frente a la compra de un coche, o simplemente no quiere tener uno”. Por eso, según ella, es que hay tantas nuevas propuestas en el transporte. “Esto se va a expandir y la gente va usar cada vez más taxis, buses, y coches compartidos. Es lo que yo llamo Transportation diet (dieta del transporte) y va a expandir el mercado. Eso es excitante”, continúa Foster.
“Los fabricantes de coches están entendiendo que ya no tienen que vender vehículos, sino el servicio, la marca. Ya no venden autos sino servicios de movilidad”, añade Cañigueral.
Pero el transporte y la vivienda no son los únicos. A España acaba de llegar Leetchi, una plataforma de origen francesa, que ayuda a recaudar dinero a amigos o conocidos para hacer de todo, desde fiestas, despedidas de solteros o hacer un regalo entre todos: es el comúnmente llamado bote. Truequebook permite a los padres de familia intercambiar artículos escolares. Salanavegar se ha definido a sí misma como el Airbnb de los barcos, uniéndose a Boatbureau y Boatius.Uolala una plataforma de origen Barcelonesa que pone en contacto a gente con el fin de organizar eventos sociales ya sea de ocio o trabajo, y acaba de abrir páginas en Inglaterra, Alemania y Francia. Etecepermite intercambiar mano de obra, ya sean oficios domésticos o profesionales, y acaba de invertir 450.000 euros para continuar con su expansión. Mobeo es una ingeniosa plataforma de alquiler de bicicletas plegables y eléctricas que pretende darle un valor añadido, buscando socios en bares, restaurantes, tiendas de ropa u hostales donde es posible recoger y dejar bicicletas. “La idea es buscar algo más que un simple paseo en bicicleta y por eso, dentro de poco, incluiremos un picnic incluido al momento de alquilar las bicis”, dice Álvaro Ventura, venezolano de 36 años y uno de los fundadores de la plataforma. Knokes una comunidad online de intercambio de casas que ha invertido 500.000 euros y ya cuenta con más de 20 mil usuarios en todo el mundo, “una especie de Couchsurfing para familias y adultos”, ha dicho Juanjo Rodríguez, su fundador. Mingles  —que en inglés significa sociabilizar y juega con mi inglés en español— es un proyecto que pretende poner en contacto a alumnos y profesores de idiomas, para clases de conversación en bares a través de una aplicación móvil.
Ni siquiera las transacciones financieras quedan fuera. Los creadores de PayPal y Skype fundaron Transferwise en 2011, plataforma que permite hacer transferencias internacionales que requieren cambio de divisas entre particulares o empresas, evitando las costosas comisiones bancarias. Mangopay es una solución de pagos para plataformas de Consumo Colaborativo y nació de la necesidad y el aumento de este tipo de plataformas. El préstamo entre particulares o banca P2P se viene practicando varios años en España, siendo Comunitae la más conocida. A esta se ha añadido, Puddle intento de banca entre amigos, que tiene su origen en las llamadas bankomunales de los indígenas de Guatemala y Venezuela. Aquí los ahorros obtenidos entre los grupos de amigos se comparten y cada miembro puede pedir préstamos por un monto 10 veces mayor al aportado, con un interés de 6% al año.
Se estima que en España hay alrededor de 5 millones de perros yGudog se ha convertido en una buena alternativa a las residencias caninas. Aquí es posible dejar a los animales al cuidado de gente en casas particulares, en ambientes más familiares y sin jaulas, como si fuera una especie de Airbnb para canes. Parclick intenta solucionar el problema del parking en grandes ciudades como Madrid y Barcelona.Percentil PanaCoderas permite comprar y vender ropa de segunda mano para niños pequeños. Chicfy hace lo mismo con ropa de mujer.Lánzanos es una plataforma de crowdfunding, que acaba de cerrar una inversión de 250.000 euros, y permite sacar adelante proyectos de cualquier tipo a través de las donaciones online. Su hermanaSeedquick, de la mismos fundadores, está por ver la luz: “La diferencia es que Seedquick no busca donantes, sino inversores”, dice Marta Pizarro, portavoz de la plataforma. “La idea es que cada persona que aporte dinero se convierta en accionista del proyecto”. La gallegaDoafund recauda donaciones exclusivamente para familias que están a punto de perder sus casas por problemas hipotecarios. Simboliza es una plataforma que organiza ceremonias y rituales civiles y laicos, desde bautizos, bodas, hasta funerales. Hub es un espacio de Coworking que tiene más de 5 mil miembros y 31 espacios alrededor del mundo, entre ellos Madrid.
El concepto de Smart city, o Ciudad Inteligente está muy arraigado en muchos de estos emprendedores, en su mayoría gente joven, que está apostando por este nuevo tipo de economía. Una ciudad sería inteligente cuando la inversión en capital humano y social, así como la infraestructura del transporte tradicional y la comunicación moderna estimula el desarrollo de una economía sostenible y una alta calidad de vida. “Cómo comemos, el tipo de energía que utilizamos, cómo nos movemos dentro de la ciudad. Lo inteligente se define por lo sostenible”, dice la española-argentina residente en Munich, Florencia Serrot. Su proyecto Volta está gestándose y pretende ser una guía de las ciudades más importantes del mundo. “Nuestra idea es tener, dentro de poco, una aplicación en el móvil que sirva como referencia, ya no sólo con los monumentos tradicionales, sino también, con aquellos lugares que estimulen y ayuden a que nuestro futuro sea más sostenible”, puntualiza Serrot.

ENTREVISTA | ALBERT CAÑIGUERAL

ENTREVISTA | ALBERT CAÑIGUERAL

“Antes compartir era de pobres y ahora es de listos”

El experto en consumo colaborativo habla sobre un fenómeno en pleno auge en España

Aboga por que “se normalice” el intercambio de bienes y se aplique “el sentido común”


Albert Cañigueral, en el 'cooworking' donde trabaja en Barcelona. / C. BAUTISTA
Albert Cañigueral es la referencia española en el mundo del consumo colaborativo. Fundador del blog con el mismo nombre, se dedica a divulgar los fundamentos de esta iniciativa en España y Latinoamérica, desde su posición como enlace del mundo hispanohablante con la plataforma internacional de Collaborative Consumption. Ingeniero de formación, decidió reinventarse profesionalmente tras su paso por Taiwan, aprovechando las habilidades en marketing que adquirió en el mundo corporativo. Aboga por que “se normalice” el intercambio de bienes y servicios y considera que la clave está en aplicar “el sentido común” en el consumo y la utilización de los bienes adquiridos. Su última gran apuesta es trasladar la filosofía de la economía colaborativa a las instituciones políticas y así conseguir ciudades más eficientes. El sonido del teclado se cuela entre sus respuestas a través del micrófono de su ordenador, instalado en el lugar de coworking de Barcelona donde trabaja y desde el que habla vía Skype.
Pregunta. ¿Qué es exactamente el consumo colaborativo?
Respuesta. Es lo que se ha hecho toda la vida con los familiares y amigos, casos como ‘vámonos de fin de semana a la montaña en el mismo coche’ o ‘déjame 1.000 euros que el mes que viene te los devuelvo’, o si tus hermanas o primos tienen hijos, te da la ropa o la canastilla del bebé. Toda esa colaboración a pequeña escala, cuando se le añaden Internet y las redes sociales, toma una nueva dimensión y una nueva velocidad que es lo que la tecnología permite. Es a esto a lo que llamamos consumo colaborativo. Fueron Rachel Botsman y Roo Rogers en su libro What’s mine is yours (Harper Bussiness, 2010) quienes empezaron a observar cosas que ocurrían a su alrededor y a sistematizarlo. En la introducción del libro se describían tres categorías: sistemas basados en productos, es decir, en vez de comprar lo que hago es acceder a ellos. La otra categoría se refiere a mercados de redistribución: es algo que yo no uso, y como aún tiene vida útil, en vez de dejarla almacenada en una estantería o en un almacén, puedo hacer que otras personas lo usen, desde ropa a muebles o a cualquier objeto. De ahí surge el trueque o lo a nivel gratuito en el mundo anglosajón se conoce como el freecycle, y aquí plataformas como el nolotiro.org. La tercera categoría es el estilo de vida colaborativo: cómo compartimos espacios, servicios, nuestra casa…


Una imagen del blog que fundó Cañigueral.
P. El libro al que se refiere, What’s mine is yours, de Rachel Botsman y Roo Rogers, se ha convertido en una especie de biblia para la gente implicada en el consumo colaborativo. ¿Qué le enseñó este libro?
R. Sí, mucha gente que leyó su libro, como fue mi caso, vimos el potencial de darle más importancia a nivel local, ya que sólo había información en inglés. Daba un poco de rabia. Mi formación es en ingeniera y mi acercamiento al consumo colaborativo fue desde un punto de vista pragmático o analítico, más que romántico: cómo podíamos pasar de una economía basada en la producción y el consumo a una economía de eficiencia, cómo hacer circular todo aquello que ya existe. Esto tiene beneficios económicos, sociales y ecológicos. Me parecía una vía intermedia sin ser muy ideológica, donde la gente se puede sentir más empoderada, sin tener que tener grandes ingresos y que el planeta, además, no sufra tanto.
P. En este libro se ahonda en la idea de que la confianza será la nueva moneda. ¿Cómo se puede explicar esto?

En los entornos donde no hay dinero lo que te permite formar parte de la comunidad es tu reputación
R. La manera más fácil de explicar este concepto es con los intercambios gratuitos: En los entornos donde no hay dinero lo que te permite formar parte de la comunidad o que la gente te hospede o quiera ir a tomar un café contigo es tu reputación. En el mundo digital va a haber un equilibrio entre reputación y dinero, ya que incluso si tienes dinero, pero tienes mala reputación, no eres un buen pasajero para compartir coche o nadie va a hospedarse en tu casa. Si hay malos comentarios en la red, nadie querrá colaborar contigo. Por tanto, la confianza en este sistema es lo que genera esta nueva moneda. Yo discrepo un poco con Rachel sobre el símil de moneda, ya que esta se gasta pero la reputación no se consume, aunque sí que se pierde, pero de golpe: es muy binario. Puedo ir incrementando la reputación con el tiempo, pero en el momento que haga algo mal voy a perderla.
P. Con todos los objetos que me dice se pueden intercambiar y todas las plataformas que me comenta, parece que cualquier disciplina es bienvenida en el mundo del consumo colaborativo. ¿Es así?
R. Es una práctica de toda la vida, aunque el movimiento sea nuevo. Cuando digo que es nuevo, es viejo, lo que pasa que la tecnología ha hecho que se expanda y se popularice y se empiece a ver como un fenómeno normal. Hace cinco años, si decías que ibas a casa de un desconocido a dormir te decían que estabas loco. Ahora mucha gente conoce Airbnb o ve Blablacar como una opción al mismo nivel que ir en bus, por ejemplo, de Madrid a Valencia en coche compartido ¿Dónde están los límites? Cada uno sabe hasta dónde quiere compartir. Ahora estamos en un boom en que parece que todo lo colaborativo es bueno, y en todo lo que pone colaborativo parece que va a funcionar, pero dentro de un año o dos habrá cosas que no tengan sentido.
P. ¿A cuáles se refiere?
R. Los objetos que tiene más sentido compartir son aquellos con un coste de adquisición elevado y de mantenimiento elevado: casas, coches, algunos electrodomésticos... Las cosas que tienen un coste de adquisición y mantenimiento pequeño, las molestias de buscarlo, pedirlo o alquilarlo, superan el hecho de comprarlo. Y dependerá del uso y de los hábitos de la gente: si haces menos de 15.000 kilómetros al año no tiene sentido tener un coche, al menos en una ciudad, pero habrá comerciantes que hagan muchos más y que necesitan ese coche en propiedad. El consumo colaborativo tampoco viene a reemplazar o a hacer una limpieza del sistema actual, simplemente se complementa. Lo que se está haciendo es ofrecer más opciones de las que ya había. En situaciones distintas hay necesidades distintas: algunas veces me apetecerá comprarme una camisa nueva en grandes almacenes y en otro momento podré ir a un mercadillo de segunda mano donde habrá camisas a un tercio del precio de la otra. Lo que se está es normalizando esta pauta de consumo. Antes éramos muy monocultivo en nuestras opciones de compra. Antes teníamos que comprar cosas nuevas con la moneda de curso y ahora se está normalizando el sentido común de la gente: algunas cosas las compras, otras las das, otras las intercambias o las alquilas y así se abre el abanico de opciones.

Los objetos que tiene más sentido compartir son aquellos con un coste de adquisición elevado: casas, coches, algunos electrodomésticos...
P. ¿Entonces, qué deriva que va a tomar el consumo colaborativo en España?
R. Es difícil ser futurólogo, pero está funcionando muy bien en temas de movilidad, de desplazarse de A a B pero no en tu propio coche; en servicios de alojamiento y para ir a comer, para vacaciones. Porque no olvidemos que detrás del ahorro también está el componente social. En el ámbito de las finanzas, que también es un campo que se basa en la confianza, está expandiéndose: Confío en el banco y le presto mi dinero, y además puedo obtener créditos. Y esta confianza se está trasladando a Internet, con herramientas de crowdfuding, de préstamos entre amigos, con pequeñas inversiones. Y un cuarto sector sería el conocimiento abierto y la educación. La gente necesita cada vez menos grandes instituciones para educarse. Yo todo lo que he aprendido de consumo colaborativo lo he aprendido a través de la gente. No estoy graduado ni tengo un título sobre consumo colaborativo, entre otras cosas porque es imposible, pero aun así hay expertos en la materia. Cada vez más la gente va a buscar de manera directa a esos expertos sin necesidad de que haya un gran institución detrás, y esto las universidades americanas lo están empezando a tener en cuenta. Y esta situación en cinco años se normalizará.
P. Volviendo un poco atrás, hablaba de que hay una ventaja económica, no solo ecológica y social, pero ¿Se podría cuantificar el ahorro a la hora de usar estas propuestas?

La gente participa en estas iniciativas por lo económico, después por lo social, seguido de las motivaciones ecológicas 
R. Más que cuantificar, sí que hayestudios de las motivaciones por las que la gente participa en estas iniciativas. Lo que engancha la gente al principio es que resulta más económico. Luego, cuando empiezan a usar los sistemas, encuentran la parte social, que es la parte que te hace repetir experiencia, porque en un primer momento nadie te asegura que a través de estos sistemas conozcas a gente de tus mismos intereses. Y luego el componente ecológico, que es algo más invisible, en el sentido de que no es algo que la mayoría de los servicios promocione de manera directa.
P. ¿Porque el impacto ecológico no es tan grande como el económico y el social?
R. Sí lo es, pero es un tema del que se ha hablado tanto en las últimas décadas que a la gente le motiva más la parte económica y social. Si en vez de comprarme ropa la intercambio o si cojo menos el coche y se fabrican menos y hay una mejora ecológica, bien. Si miras el marketing de cualquier iniciativa de consumo colaborativo primero va el dinero, luego lo social y después el aspecto ecológico.
P. ¿Quizás porque la crisis ha hecho que se usen más este tipo de intercambios?
R. Sí, se han dado una serie de factores. Ha habido un progreso en nuestra educación cultural digital: llevamos una década acostumbrados a comunicarnos a través de Internet con gente que no conocemos. Hace 10 años esto era muy raro y ahora lo que estamos haciendo nosotros es lo más normal del mundo una entrevista a través de Skype–. Además, ha habido una evolución tecnológica. España es el país europeo con una mayor penetración de smartphones, y por supuesto, la crisis lo ha catalizado todo. Ha sido la patada de aceleración para que mucha gente se planteara sus comportamientos y repensara otra manera de hacer las cosas. Nos han vendido siempre la idea de ‘cómprate dos casas, dos coches e intenta tener dos Rolex’, y ahora estamos de resaca de todo eso. La gente está en ese momento en el que despierta y dice ‘vale, no voy a volver a beber ese licor que me ha dado mucho dolor de cabeza y voy a ver qué más puedo hacer’.
P. Vivimos en una cultura de la propiedad. Poseer forma parte de nuestra cultura ¿Crees que estamos preparados para compartir?
R. En 30 años el sentido común español ha variado mucho. Javier Creus siempre pone el ejemplo de la evolución cultural y social en España con los derechos de los gais: hace 30 años ser gay era peligroso, hace 15 estaba de moda en la movida madrileña y ahora simplemente existe una normalidad e incluso hay leyes que benefician a la comunidad. Esto no va a ocurrir en un fin de semana, pero es una filosofía de vida muy pragmática para que evolucione y se normalice. Siempre digo que antes compartir era de pobres y ahora es de listos. Y sacar rendimiento de tu casa y de tu coche es simplemente sentido común. La mayoría de las personas que participan en el consumo colaborativo conoce los beneficios, tanto tangibles como los que no se ven.
P. ¿Y cuál es la proyección del consumo colaborativo en Latinoamérica?
R. He visitado Brasil, Argentina, Chile, Colombia y México, y sin poder generalizar, porque cada país tiene una realidad distinta, una de las cosas en común es que son sociedades con menos confianza, por su propia deriva histórica. Es un tema que hay que trabajar y adaptar, aunque en Universidades o en ámbitos comunitarios sí se trabaja bien. Luego está la evolución tecnológica, que puede que estén un paso más atrás. Lo mejor es que ellos son más conscientes del beneficio social, y la motivación social y económica está más equilibrada. Donde funciona mejor es Argentina, México y Colombia.

¿Qué es la economía colaborativa? Algunos números y perspectivas

¿Qué es la economía colaborativa? Algunos números y perspectivas

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”Antes compartir era de pobres y ahora es de listos”. Son las palabras de Albert Cañigueral, una de las cabezas visibles de la economía colaborativa en España, en una reciente entrevista. Compartir. Esa es la clave. Esta nueva tendencia, en la que los consumidores son los que se organizan y, gracias a la potencia de la red, organizan servicios. Transporte, alojamiento e, incluso, préstamos. Pero, ¿de qué estamos hablando realmente?
La cultura de la propiedad, de la compra, de la adquisición ha sido la que ha guiado las últimas décadas en las economías familiares. Si querías algo tenías que comprarlo. Y el mayor paradigma lo representa el mercado inmobiliario, aunque hay muchos más. Ahora, poco a poco y con la ayuda de la red y las nuevas herramientas que ésta pone a nuestra disposición, es mentalidad está cambiando.

Los números de la economía colaborativa


En este contexto surge lo que en Estados Unidos se ha venido a llamar ‘Sharing Economy’ o ‘Colaborative Economy’ y en España ‘Economía colaborativa’. Se trata, ni más ni menos, que en el surgimiento de empresas y organizaciones que buscan las formas de compartir los recursos que ya hay: habitaciones de una casa, asientos de un coche o, incluso, dinero para financiar.
Pero, ¿cuáles son los números de esta economía colaborativa? En España no hay estimaciones sobre cuánto dinero podría mover esta tendencia. Pero a nivel global sí hay un dato aportado por la revista Forbes. La publicación económica estima que los ingresos que generan para las personas esta modalidad sobrepasó los 3.500 millones de dólares en 2013 con un crecimiento del 25%.
Para generar ese negocio están las empresas que actúan como intermediarias en el proceso. Ponen en contacto las personas que quieren prestar o alquilar su propiedad con los que quieren acceder a ellas a un precio, normalmente, muy inferior al del mercado ‘tradicional’. Transporte o alojamientos turísticos son dos de los sectores más destacados.

Ejemplos de la economía colaborativa


Aunque en potencias como Estados Unidos el desarrollo es mucho mayor, España comienza a contar con un número importante de proyectos basados en esa cultura de compartir. Empresas intermediarias que también generan negocio no sólo para los usuarios que ponen a disposición de otros productos o servicios sino
Por ejemplo, en transporte hay servicios para compartir coche en viajes como Blablacar, ‘independientes’ similares al taxi como Über (sólo en Barcelona) u otros que ofrecen conductor profesional en vehículos de alta gama como Cabify. En cuanto a alojamientos, el más destacado es Airbnb aunque hay otros muchos más. O en los servicios financieros colaborativos entre particulares y empresas como Kantox o Comunitae.

Problemas de la regulación


El surgimiento de algunos de estos servicios ha venido acompañado de polémica. En muchos de los casos, no existía regulación y eso era interpretado como competencia desleal. Es el caso de Fenebús, la patronal de autobuses, que ha reclamado el cierre de Blablacar. O los taxistas en Barcelona, que no han recibido, precisamente, bien a Über en la ciudad.
Sectores ‘tradicionales’ que funcionan bajo una regulación y que deben, por ejemplo, pagar una serie de tasas e impuestos por llevar a cabo su tarea reclaman el mismo trato para estas compañías. Sin embargo, desde el otro lado se habla de que no se puede prohibir el hecho de compartir un servicio.
Con regulación o sin ella, es evidente que algo está cambiando en el paradigma económico.La cultura de la propiedad está dejando paso, muy lentamente, a una visión basada más en compartir y en sacar rendimiento económico a productos y servicios que no tienen uso.