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lunes, 28 de septiembre de 2015

Vago, a letras; empollón, a ciencias

Vago, a letras; empollón, a ciencias

Los estereotipos condicionan la elección de estudios en el bachillerato - Tópicos de simpatía e indecisión frente a los de inteligencia y materialismo

El alumno de letras es sociable simpático y abierto, pero vago, incapaz, despreocupado e indeciso. El de ciencias es inteligente, serio y responsable, pero individualista, insociable, aburrido y materialista. Así opinan de sí mismos y de sus compañeros 36 alumnos madrileños de entre 14 y 18 años que fueron reunidos para hablar de la elección de estudios que han hecho o la que están a punto de hacer. Se trata de parte de una investigación cualitativa dirigida entre 2003 y 2007 por la profesora de Sociología de la UNED Mercedes López Sáez, en la que los chavales reproducen el estereotipo clásico: los vagos, a letras; los empollones, a ciencias.
Una imagen que afecta, por supuesto, al género: el chico que elija Humanidades perderá características masculinas a ojos de los demás y se le tachará de incompetente. Igualmente, la chica que elija la rama de tecnología perderá para sus compañeros características típicamente femeninas de sociabilidad, señala el estudio, titulado Diferencias en elecciones de modalidades de bachillerato entre chicas y chicos.
"Los jóvenes son producto de una sociedad, y eso es lo que reproducen"
Las materias abstractas requieren un mayor esfuerzo
Los estereotipos conllevan simplificación y generalización. Son injustos y muchas veces son feroces guardianes de lastres sociales, pero acaban impregnando la realidad de manera que resulta difícil diferenciar: ¿Es el estereotipo el que provoca una situación o se trata de una realidad, simplemente, generalizada? La profesora tutora de Antropología Social y Cultural de la UNED María Dolores Aguilar habla en este caso de "naturalización del estereotipo", es decir, "convertir en realidad algo que no lo es". Aguilar lo tiene claro: "A pesar de que la adolescencia es una etapa de rechazo al mundo adulto, los jóvenes son el producto de una educación y de una sociedad y eso es lo que reproducen".
La dicotomía letras-ciencias es un clásico. Los propios profesores, en otra parte del estudio en el que se entrevistó a 11 docentes madrileños, lo constatan: "Hay gente que no tiene capacidad y ha sacado un bachillerato con una media de 6 a base de horas y horas y horas..., Y no dan más de sí. Y, sin embargo, si esa gente se hubiera metido en un bachillerato de ciencias no hubieran podido sacarlo. Estoy convencida, no es que sea tópico", dijo una docente de ciencias. "Los inteligentes hacen Tecnología y los no inteligentes hacen Humanidades. Ésta es la batalla de los de letras, pero que está potenciada por los profesores... los de Química, Matemáticas y Biología por lo menos", dijo otra de letras.
¿Son intrínsecamente más difíciles las ciencias? Se habla de la dificultad de unas materias más abstractas, que requieren "un mayor esfuerzo por parte de los alumnos", decía el profesor de Química Ángel Zamoro hace unos meses a este periódico. Pero, aunque puede tratarse de la profecía autocumplida (por aquello de los vagos), la estadística dice que los alumnos de Ciencias de la Naturaleza y la Salud y Tecnología repiten menos en 2º de bachillerato (el 22,9% y 28,9%, respectivamente) que los de Sociales y Humanidades (29,6%), y mucho menos que los de Artes (45,5%).
La enseñanza de las materias de ciencias depende, como la cualquier otra, del profesor, aseguraba Esther Tobarra, premio extraordinario de bachillerato por sus notas en esta rama. De hecho, la didáctica de las ciencias, en general, y de las matemáticas, en particular, lleva años en el punto de mira. Expertos internacionales como el británico Jonathan Osborne no se cansan de reclamar el destierro de las pizarras llenas de fórmulas interminables y las verdades rígidas e incuestionables, para sustituirlas por el debate, la discusión y la práctica.
Pero dentro de ciencias y letras también hay subcategorías, que tienen mucho que ver con el sexo. La opción de Tecnología en bachillerato, identificada con la mayor dificultad, sólo la elige un 8,9% del alumnado, y, de ellos, el 80% son varones. Ciencias Naturales y de la Salud, también identificada con mayor dificultad que las letras, la estudian el 37% de los bachilleres. Sin embargo, se identifica mucho más con las mujeres, que representan el 50,7% de esta opción. La mitad los bachilleres están en Sociales y Humanidades, y aquí sí son mayoría (63%) las mujeres. El porcentaje más pequeño de bachilleres (engañoso, porque se ofrece en pocos institutos) está en la rama de Arte: un 3,9%. De ellos, el 64% son mujeres.
Las páginas de Educación dejan de publicarse durante las vacaciones escolares. Volverán en septiembre.

La presión familiar y social

"Letras se asocia a los estudios fáciles, cómodos, llevaderos y prácticos. Ciencias se asocia a estudios difíciles, arduos, áridos, trabajosos pero con prestigio", dice el estudio sobre las opiniones de los jóvenes. "La tecnología les va a facilitar el trabajo futuro. Piensan muchísimo en su futuro", apunta un docente en otra parte de la investigación.No es extraño, entonces, que los muchachos admitan que en la elección de ciencias, aunque sea a veces sutilmente, pesa la influencia familiar: "Yo creo que tus familiares siempre te van a ver mucho mejor si coges un bachillerato de ciencias que un bachillerato de letras", dijo un alumno del bachillerato tecnológico. "Me di cuenta de que mis padres el periodismo lo veían como inferior a una ingeniería, que tenía como menos salidas. Entonces me metieron en la cabeza que no, que ingeniería", señalaba otra estudiante.Las ciencias suelen estar más vinculadas a la vocación y una cierta claridad sobre su futuro, mientras que las letras son una elección más abierta, más relacionada con la indecisión, según las perciben los jóvenes. Además, defienden que esta opción es totalmente independiente y poco condicionada por la familia, aunque sí por los amigos: "Te guías un poco por tus amigos. Las primeras opciones que te planteas son las que van a elegir", añade una alumna de Humanidades y Ciencias Sociales.

HUMANIDADES E INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA. UNA PROPUESTA NECESARIA.

A vueltas con las dos culturas

Las sinergias entre ciencias y humanidades.
HUMANIDADES E INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA. UNA PROPUESTA NECESARIA.
Coordinado por Norbert Bilbeny y Joan Guàrdia. Publicaciones y Ediciones de la Universidad de Barcelona, Barcelona, 2015.
El libro de C. P. Snow Las dos culturas denunciaba la excesiva separación entre ciencias y humanidades. Esta constatación implicaba que en algún momento la cultura fue una. Pero la necesaria especialización condujo a la escisión. La denuncia valía también como llamada a una tarea: la reintegración, o al menos la comunicación, entre las dos culturas. En esta labor se empeña el libro Humanidades e investigación científica, coordinado por Norbert Bilbeny y Joan Guàrdia, de la Universidad de Barcelona.
Este libro coral se originó en un curso de verano celebrado en 2011 bajo el rótulo de Presente y futuro de las humanidades. La mayoría de las aportaciones resultan de interés para un público amplio, están escritas con claridad y espíritu divulgativo, al tiempo que mantienen el tono de rigor académico. Por otro lado, el contenido es un tanto desigual.
Lo que conecta todos los capítulos es la convicción de que ciencias y humanidades están llamadas —¿condenadas?— a entenderse. Las palabras clave son sinergia y fecundación. Las ciencias y las humanidades han de fecundarse mutuamente, han de establecer sinergias. Los términos que deben evitarse son mezcolanza, pseudo-ciencias y pseudo-humanidades. No se trata de ignorar ahora precipitadamente las diferencias.
A veces el libro transmite la idea de que las ciencias básicas y las humanidades están siendo presupuestariamente maltratadas: «Es manifiesto que los fondos y los programas dedicados a las ciencias teóricas y a las humanidades decrecen en comparación con los destinados a la ciencia experimental y al saber, en todo caso, de inmediata utilidad y rentabilidad». Es perfectamente legítimo que científicos y humanistas formen un lobby ante tal situación. Pero, junto a estos motivos para la convergencia, están también las justas razones. La colaboración entre ciencias y humanidades favorecerá, según los autores, el bienestar de las personas y el respeto a la dignidad humana.
Recoge el texto dos tipos de capítulos. Unos ofrecen puentes entre ciencias y humanidades; otros se ocupan de alguna de las disciplinas que no encajan bien en esa dicotomía. En el primer grupo militan los capítulos más filosóficos. Así, el propio Bilbeny descubre que la curiosidad y la admiración han funcionado como motor tanto de las ciencias como de las humanidades. Apela a los textos de Aristóteles sobre la admiración y el asombro como emociones estéticas y epistémicas que nos impulsan en todos los terrenos del saber. De tenor filosófico es también el capítulo de Manuel Cruz. Nos habla del oficio de filósofo y de las aportaciones que puede hacer al bien común. Una de ellas consiste en ejercer como puente entre ciencias y letras o, más bien, entre realidad y lenguaje. Aún en el terreno de lo filosófico, encontramos el capítulo de Daniel Innerarity. Se inspira en la tradición hermenéutica, cuyas categorías nos ofrece como mediación. Es más, su posición se radicaliza cuando afirma que todo es hermenéutica, todo es interpretación. De ese modo, la distinción entre letras y ciencias quedaría superada. En mi opinión, la posición de Innerarity es excesivamente relativista, pues, junto al concepto de verdad como «experiencia interpretativa», se requiere, tanto en ciencias como en letras, un concepto de verdad como correspondencia.
Es, a su modo, también filosófico el capítulo de David Jou, uno de los más profundos y lúcidos del libro. Entiende que la sabiduría integra y supera la información que viene de las ciencias y las humanidades, la convierte en conocimiento, y, con este, orienta correctamente la acción humana. La sabiduría, fruto de la experiencia vivencial, extrae de los simples datos orientación, sensatez y sentido. Jou hace, además, una advertencia que tiene que ver con la llamada tercera cultura. Esta tercera vía fracasa si se entiende como una cultura en la que las preguntas son tomadas de las humanidades y las respuestas de las ciencias.
El capítulo de Ramón Alcoberro nos habla de tecnoética; en primer lugar de sus clásicos, como Ellul o Jonas, y después de la tecnoética contemporánea: «el futuro de la libertad humana depende de la capacidad de la tecnoética para [...] repensar la autonomía en las sociedades de la conectividad».
El segundo tipo de capítulos están centrados en disciplinas que no encajan en la dicotomía ciencias-humanidades. El caso más obvio es el de las ciencias humanas. La posición de las mismas es abordada por Genoveva Martí. En esta clave podemos citar también el capítulo de Nolasc Acarín, donde se describe la especial posición de la medicina. Por un lado es ciencia aplicada, por otro es oficio humanista. El autor pide que se entienda, pues, su texto como «un comentario ordenado sobre la vertiente humanística del ejercicio de la medicina».
La economía también nada entre ciencias y humanidades. Según Antonio Arrieta, el enfoque humanista tiene una función importante en la investigación económica. Aunque este papel haya sido olvidado en algún momento, bajo la influencia del marxismo —«Marx simplemente trata a las personas como miembros de una clase social [...] sin tener en cuenta a los individuos como tales»— o del neoliberalismo. Óscar Dejuán aboga por «humanizar la ciencia económica para que cumpla mejor la función social», en la senda abierta por Amartya Sen.
Tampoco las ciencias del diseño encuentran acomodo en la dicotomía humanidades-ciencias. Existe un «modo de investigación que es propio y característico de las Bellas Artes y del Diseño», nos dicen Anna Calvera y M. Dolors Tapias. Esta observación añade complejidad al planteamiento del libro, pues en el polo humanístico se van acumulando cuasi-sinónimos que aportan distintas connotaciones: humanidades, letras, artes.
La conexión entre lo artístico y lo humanístico da pie a José Esteve para reflexionar sobre la posición del derecho. Fue en sus inicios disciplina humanista. Después, en consonancia con la Ilustración y el positivismo, quiso acogerse a la certeza científica. Pero hoy sabemos que la ciencia convive con la incertidumbre. En estas condiciones, el derecho acude actualmente al principio de precaución, lo cual es interpretado por el autor como una nueva apelación a la ciencia, ahora como cálculo de riesgos. Creo que en este aspecto malinterpreta el principio, que tiene más que ver con la prudencia que con la ciencia. Pero, siguiendo su argumento, el autor aboga por una vuelta del derecho a sus raíces humanistas, esta vez de la mano de la literatura.
Históricamente muchos han sido los literatos que han recibido influencias de la ciencia y muchas las ciencias beneficiadas por la imaginación literaria. El capítulo de Marisa Siguan ofrece un buen elenco de ejemplos.
También la autoimagen de la psicología ha ido oscilando. Al principio se veía como una de las humanidades; después se identificó, al menos en los métodos de investigación, con las ciencias sociales; y más tarde con las ciencias de la salud, especialmente en cuanto al ejercicio de la profesión. En la actualidad, según Joan Guàrdia, todos estos aspectos tienden a coordinarse en una psicología poliparadigmática.
La cara histórica de la relación entre ciencias y humanidades es abordada por Carles Mancho. Se fija especialmente en la historia del arte. Extrae de las conexiones registradas algunas indicaciones de carácter pedagógico, que también se hallan presentes, por otra parte, en un buen número de capítulos. Coinciden en lo inapropiado de una especialización demasiado temprana.
Ya hacia el final del libro aparecen dos capítulos, uno dedicado a la conexión que la genética plantea entre sus bases biológicas y sus implicaciones para la vida de las personas, y otro centrado en la idea de tiempo, presente tanto en ciencias como en humanidades. El primero está escrito por Gemma Marfany y el segundo por Javier Tejada.
Por último, merece mención aparte el capítulo de David Bueno, pues ofrece un marco teórico global para el resto del libro. Aclara qué ha de entenderse por ciencias y por humanidades, detecta los riesgos de una mala conexión entre ambas y propone las ideas de fertilización y sinergia. Ofrece, además, un sentido para esta sinergia: «contribuir al bienestar y a la dignidad humanos».
El balance, en suma, resulta positivo. El lector puede asomarse a la procelosa panorámica de la interdisciplinariedad de la mano de una pléyade de capítulos en general muy claros y rigurosos.

La epistemologización del naturalismo

La epistemologización del naturalismo



Voy a argumentar que el Naturalismoepistemológico es una teoría insostenible, porque incurre en contradicción.

Para ello, tomaré la versión que en La búsqueda de la Verdad, ofrece el que es, a mi parecer, el más sagaz de los filósofos naturalistas, W. V. Quine.

¿Cómo somos capaces, empieza preguntándose Quine, de pronosticar el futuro a partir de estímulos acumulados? Este es, a su juicio, el tema de la epistemología. Aunque también nos informa de ello, en parte, la psicología.
Hay, sostiene Quine, ciertas oraciones, las Oraciones Observacionales, que están asociadas directamente a estímulos que suscitan la respuesta afirmativa intersubjetiva. (El requisito de la intersubjetividad, dice Quine, es el que hace de la ciencia algo objetivo). Vista holofrásticamente (esto es, como un todo ligado a condicionamiento) la oración observacional está libre de teoría, aunque, vista desde un punto de vista analítico (palabra por palabra), se cargan, retroproyectivamente, de teoría.
Las oraciones observacionales (“llueve”, “ladra (hay ladrido)”) están conectadas con las no observacionales mediante los términos, pero los términos sólo se aprenden en el contexto de la oración. En este momento primario, oracional, no hay lugar a la reificación, a la ontología.
Después surge la categoría de las oraciones “categóricas observacionales”, que tienen la forma “siempre que ocurre tal, ocurre cual”, unión de dos oraciones observacionales. Este es el puente que lleva de la observación a la ciencia. No se refuta una categórica observacional, sino toda la teoría. Seguimos, en esa labor, la máxima de la mutilación mínima: cambiar lo menos posible el conjunto.

Hasta aquí, la respuesta epistemológica de Quine al problema de la ciencia. Ahora viene la parte meta-epistemológica, o sea, la que aborda la cuestión de qué lugar ocupa la propia epistemología, y su relación con (el resto de) la ciencia.
La ciencia, afirma Quine, no se fundamenta desde otro lugar. Esto es lo que significa lanaturalización de la epistemología. Sin embargo, cree Quine, con esto no se acaba con lo normativo, sino que solo se lo convierte en un capítulo del discurso tecnológico: la tecnología de la predicción de estímulos sensoriales. La norma es la misma que en el resto de la ciencia, nihil in mente quod non prius in sensu. Este mismo principio, recalca Quine, es un descubrimiento científico, pero tiene luego valor normativo al precavernos contra telépatas y cosas parecidas.
Ahora bien, dice Quine, no hemos de considerar normativa la afirmación de que las predicciones son las aduanas a la ciencia. Se trata, más bien, de la definición de un cierto “juego de lenguaje”, el de la ciencia. La predicción es a la ciencia lo que los goles son al futbol.
Por otra parte, dice Quine, el juego de la ciencia no está circunscrito al ámbito de lo “físico”. La telepatía es una opción, si cuenta con muchas evidencias favorables. En ese caso, hasta el empirismo podría ser arrojado por la borda: toda ciencia es falible.
La credencial seguiría siendo la eficacia en la predicción de estímulos sensoriales.
Puede haber otros “juegos de lenguaje”, diferentes a la ciencia, como la poesía, pero no aspiran a la verdad.

Voy a dejar a un lado asuntos, que me parecen más que discutibles, como, por ejemplo, que la “intersubjetividad” de soporte a la objetividad. Quiero argumentar que el naturalismo epistemológico (o teorético) es inadmisible.

En resumen, la posición naturalista profunda (como en la versión de Quine) se puede reducir a los siguientes puntos:



  • La ciencia es la técnica de predecir estímulos sensoriales. Las predicciones son “los goles de la ciencia”. Lllamemos a esto “Senso-predictivismo”.

  • El discurso normativo es parte del discurso científico, la parte “tecnológica”, concretamente la tecnología de predecir estímulos.

  • El Empirismo (o sea, la tesis de nihil in intelectu…) es una hipótesis científica más, falsable desde el criterio senso-predictivista.

  • La ciencia, por tanto, no está comprometida con el Empirismo: si la telepatía acumulase muchas predicciones, sería una hipótesis científica respetable.

  • La ciencia tampoco está comprometida con el fisicismo, es decir, con la tesis ontológica de que todo lo que “hay” es de naturaleza física. Si la ciencia se viese llevada a postular entidades mentales, o números, etc., habría que admitir esas entidades.

  • La ciencia es el único “juego de lenguaje” de tipo veritativo respetable. Llamemos a esta tesis “Naturalismo”.

Lo que define, verdaderamente, a la Ciencia no es, pues, ni el empirismo ni el fisicismo (ambas “hipótesis” podrían ser falsas, sin que dejara de haber ciencia), sino el senso-predictivismo, o sea, la capacidad de hacer predicciones de estímulos sensoriales intersubjetivos.
El Naturalismo (epistemológico) es la tesis de que todo discurso teórico, es decir, con pretensiones de verdad, es de naturaleza científica, es decir, sometido al criterio senso-predictivo. Las oraciones que no pueden hacer predicciones de estímulos sensoriales no son ciencia ni, por tanto, conocimiento legítimo alguno.
Ahora bien, es obvio, que el la(s) oracion(es) que expresan el criterio de lo que hay que considerar ciencia, o sea, el senso-predictivismo, no puede ser parte de la ciencia, porque no es falsable: no podría ser abandonado sin que, con ello, dejase sencillamente de haber “ciencia”. La capacidad de predecir estímulos sensibles intersubjetivos es lo que define a (la esencia de) la Ciencia, así que no puede ser una cuestión “interna” a ella.¿Qué pasaría si los científicos dejasen el día de mañana de atenerse al criterio senso-predictivo y decidiesen atenerse a otros criterios como su intuición intelectual o su fe? ¿Qué tendría que decir aquí el naturalista?
-Por una parte, la naturalización de la epistemología les exigiría atenerse a lo que estén haciendo los científicos, y no a pretender situarse en un lugar superior desde el que legislar qué es buena ciencia y qué es mala ciencia o no es ciencia en absoluto.
-Pero, por otra parte, es evidente que así no se podría trazar frontera alguna entre ciencia y cualquier otro tipo de discurso o “juego de lenguaje”, así que, no lo dudo, el naturalista cientificista diría que los que se atienen a criterios no senso-predictivos no son realmente científicos.

Entonces resulta evidente que el naturalismo es a priori y completamente normativo.Y no es una normatividad interna a la ciencia, sino previa, constitutiva, imposible de someter a los propios criterios de la ciencia. Luego es evidente que el naturalismo no explica toda proposición con pretensiones de validez teórica, porque, para empezar, no se salva a sí misma. Hay un elemento irreduciblemente normativo y a priori en cualquier discurso, que no se puede someter al criterio senso-predictivo sin contradicción.

Lo enigmático es que Quine considere no-normativo al criterio senso-predictivo. Es más bien, dice, una definición del juego de lenguaje que es la ciencia. Pero ¿qué quiere decir eso? Es obvio que es una definición completamente a priori, que discrimina normativamente qué hay que considerar ciencia y qué no.
Quizá uno se vea tentado a sostener que la definición de un juego de lenguaje no es una proposición que pueda ser verdadera o falsa. En ese caso, la proposición “Ciencia es lo que se produce senso-predicciones” no sería ni verdadera ni falsa. Creo que es difícil encontrar atractiva esta opción (aunque me imagino que para los wittgensteinianos será de lo más natural –no digamos para otros relativistas “peores”-).
Además de todo esto, hay que añadir que cuando Quine, por ejemplo, delimita el “juego de lenguaje” de la “ciencia”, no da un solo argumento (ni podría darlo) para demostrar que ese es el único juego veritativo. Tal como la Ciencia sería el juego de lenguaje veritativo senso-predictivo, la Metafísica podría ser, por ejemplo, el juego de lenguaje veritativo racio-completo, o la ciencia introspectiva podría ser el juego de lenguaje veritativo interno-predictivo (que predijese experiencias de fenomenología primo-personal), etc.

En conclusión, el naturalismo epistemológico, ni explica todo el conocimiento que la propia tesis naturalista implica, ni excluye que haya otros tipos de conocimiento respetable.

223 comentarios:

  1. Juan Antonio:
    te copio lo que te respondía ayer en mi blog:
    Preguntabas tú:
    ¿qué dirías si los científicos empezasen a usar otros criterios, y a no aportar predicciones? Creo que dirías (y harías bien) que eso no son científicos. Lo que prueba que tu posición es completamente apriorística
    Y yo respondía:
    No. Con lo que sería relevante plantear qué es lo que yo diría, es, o bien con una situación en la que los científicos encontraran otra forma de descubrir cómo son las cosas (una forma según la cual YA NO HICIERA FALTA hacer predicciones). A mí no se me ocurre esa forma, pero si a alguien se le ocurre y me convence de que eso es mejor que la ciencia para averiguar la estructura de la glucosa, pues ya veremos.
    Por otro lado, si el intento histórico de averiguar cómo es el mundo mediante la observación, la experimentación sistemática y el método hipotético-deductivo NO HUBIERA CONDUCIDO a resultados relevantes, pues en ese caso, doscientos años después de Newton lo habríamos abandonado, y habríamos jugado a otros juegos (el cartesiano, el tomista, el jomeiniano, etc., etc.). Luego NO ES UNA DECISIÓN COMPLETAMENTE A PRIORI: depende de los resultados.
    .
    En todo caso, para poder comparar, estaría bien que pusieras ejemplos claros de qué tipo de otros "tipos de conocimiento respetable" se te ocurren a ti... COMO JUEGOS PARA AVERIGUAR CÓMO ES EL MUNDO, en qué criterios te basas para pensar que esos juegos dan resultados "respetables", y por qué tendríamos que aceptar esos criterios en vez de encogernos de hombros.