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miércoles, 31 de agosto de 2022

LOS EFECTOS CRECIMIENTO Y REDISTRIBUCIÓN: UNA PROPUESTA METODOLÓGICA

 

LOS EFECTOS CRECIMIENTO Y REDISTRIBUCIÓN: UNA PROPUESTA METODOLÓGICA

 Ciclo económico y pobreza en México* Henio Millán

RESUMEN 

A pesar de ser el más usual, el método Datt-Ravallion de descomposición de las variaciones en la pobreza en dos efectos —el de redistribución y el de crecimiento—, ha dejado muchas insatisfacciones a causa de su inexactitud y asimetría. El artículo propone un procedimiento alternativo que repara estas fallas sin recurrir a los promedios interanuales que utilizan otras técnicas. Al aplicarlo a México, los resultados satisfacen estas expectativas metodológicas y revelan el carácter conflictivo entre ambos efectos, lo que explica por qué el descenso de la pobreza es tan lento en las fases expansivas del ciclo y por qué la redistribución del ingreso amortigua las repercusiones de las crisis, especialmente de las más profundas, sobre la pobreza. 

ABSTRACT 

Despite being the most popular decomposition methodology of poverty into its effects of redistribution and growth, the Dath-Ravallion method has been a cause of great dissatisfaction due to its inaccuracy and asymmetry. This article proposes an alternative procedure that repairs these failures without calling on inter-annual averages used by other techniques. When applied to Mexico, results satisfied these methodological expectations and discovered the trade-off between both effects, which helps to explain why poverty reduction is so low in the expansion stages of economic cycles, and why income redistribution cushions the impact of crisis, specially the most profound ones, on poverty.

INTRODUCCIÓN

 Un consenso creciente recorre los estudios sobre la pobreza: cualquier alteración en los indicadores que dan cuenta de la misma obedece a un cambio en el nivel de actividad económica y/o en la distribución del ingreso. A la primera causa se le conoce como “efecto o componente crecimiento”, mientras que a la segunda se le llama “efecto o componente distribución”. La razón es muy simple: si la pobreza es medida unidimensionalmente, cualquier alteración que sufra es resultado de un cambio en los ingresos de quienes la padecen, y esta mutación sólo puede provenir de la redistribución del ingreso y/o de las perturbaciones en el crecimiento económico (Bourguignon, 2004; Cortés, 2010; Mahmoudi, 2001). No existe otro mecanismo. 

En este sentido, las explicaciones que recibe su evolución deben pasar, previamente, por la ubicación de los causales en uno de los dos casilleros. Por ejemplo, los que minimizan o exaltan la influencia de la política social deberían inspeccionar primero los efectos de ésta en la redistribución del ingreso y, de igual modo, quienes ponderan (o desprecian) la estabilidad macroeconómica deberían sopesar su influencia estimuladora o inhibidora en el crecimiento. Lo mismo podría decirse de las remesas, de la mejoría de la productividad agrícola o del desarrollo de actividades rurales, cuya remuneración no depende de los usos tradicionales de los recursos en el campo. 

Pero una tarea como esta demanda detectar previamente los cambios en el nivel de actividad y en la distribución del ingreso, con el propósito de brindar una ponderación —lo más exacta posible— de su responsabilidad en las modificaciones registradas en el indicador pobreza seleccionado. Con la excepción de la descomposición elaborada por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) —citada por Cortés (2010, p. 84 )— no conozco una estimación similar para el caso de México. Sin embargo, este ejercicio reposa en la metodología propuesta por Datt-Ravallion (1992), que ha sido objeto de una abultada batería de críticas por la gama de ambigüedades que la rodean. 

La fuente de tales ambigüedades reside, en primer lugar, en que la descomposición operada por Datt y Ravallion no es exacta: siempre va acompañada por un residuo, cuando —en principio— la intuición nos advierte que no existe cambio en la pobreza que no provenga del crecimiento o de la redistribución del ingreso. El residuo no explicado puede ser lo suficientemente grande para sobrestimar o subestimar el efecto de alguno de estos ingredientes y, sobre todo, para dejar una amplia zona de nubosidad tras el ejercicio de descomposición. 

Por ejemplo, con excepción del periodo 2000-2006, la estimación del Coneval —que puede apreciarse en el apéndice— reporta un residuo consistentemente mayor que el impacto distributivo, incluido el lapso en que se escenifica la crisis de mediados de los noventa. Aún más, en este lapso la distribución del ingreso y el crecimiento del ingreso cooperan en la tarea de abatir la incidencia de la pobreza, mientras que el residuo opera como una fuerza contraria. Es difícil precisar qué significa este resultado. 

En segundo término, la descomposición de Datt y Ravallion se distingue por no ser simétrica: los resultados divergen según se utilice el año inicial o el final como referente (Kakwani, 1997; Mahmoudi, 2001; López Bóo, 2006). Por ejemplo, Mahmoudi (2001, p. 4) advierte que los datos de DattRavallion arrojan un componente distributivo de -1.95 cuando —como lo hacen estos autores— la estimación reposa en el año inicial; pero si el mismo cálculo es construido con base en el último, el resultado es -0.54. 

En tercer término, como veremos más adelante, el método Datt-Ravallion opera sobre la constancia o la variación de toda la distribución del ingreso familiar al estimar el efecto crecimiento o el componente distributivo, respectivamente. En este último caso debería arrojar una asociación consistente y unívoca entre este último efecto y las variaciones del coeficiente de Gini, de tal forma que una mayor equidad se exprese en una reducción de la pobreza, y una menor equidad en un recrudecimiento de esta condición. Sin embargo, como se muestra en la estimación del Coneval, el procedimiento no siempre produce este resultado: en el lapso 1994-1996, cuando se atestiguó una de las crisis más virulentas que ha experimentado México, el componente distributivo aparece como un impulsor de la pobreza, a pesar de que el Gini exhibió una clara mejoría (gráfica 5); en el siguiente (1996-2000), sucede lo contario: el Gini aumenta, mientras aquél exhibe a la distribución del ingreso como un reductor de la incidencia de la pobreza. Este hecho siembra dudas razonables sobre si es adecuado usar toda la distribución como variable de impacto cuando se calcula este efecto, y, en general, si los contrafactuales a los que se recurre para la estimación de uno y otro componente son los apropiados. 

El primer objetivo de estas líneas es suministrar un método alternativo de descomposición de la pobreza que no incurra en estos problemas. Su principal virtud reside en que es una técnica no estocástica, basada en un simple procedimiento algebraico que arroja una estimación exacta y simétrica y, por tanto, que elimina el residuo de Datt-Ravallion. 

Otro atributo es que no recurre a soluciones fincadas en métodos controversiales para resolver los problemas de inexactitud o asimetría. A partir de la aparición del texto de Kakawani (1997) proliferaron estimaciones que corrigen estas fallas con base en promedios interanuales de los efectos crecimiento y distribución, respectivamente (Moussamadi; Bourguignon, 2004). Este método ya había sido acusado de arbitrario por Datt-Ravallion (1992, p. 278) en su primera versión, pero ha sido utilizado ampliamente a pesar de la advertencia seminal. La arbitrariedad no ha sido explicitada, pero es fácil deducirla: la técnica de los promedios no está ligada a la definición de los componentes ni obedece a una articulación lógica con la propia naturaleza de la descomposición. 

Por otro lado, no han faltado los ejercicios que adoptan el supuesto de homogeneidad de grado uno de la función (inversa) de distribución (la curva de Lorenz). Así lo ejemplifican el texto del propio Kakwani y el de López-Bóo (2006). De esta manera se salva el escollo asociado a la débil articulación lógica, y el resultado fincado en “promedios” emerge como un corolario del supuesto. Sin embargo, éste no deja de representar una invocación muy apretada y, en el mejor de los casos, un expediente aplicable a un número muy restringido de casos. 

Adicionalmente, la asunción de homogeneidad en primer grado implica especificar a priori la función de desigualdad. Según Maasoumi y Mahmoudi (2001, p. 13), la verdadera fuente del residuo Datt-Ravalion no reside en la elección del año de referencia, sino en las especificaciones que tales autores escogieron para realizar sus estimaciones para Brasil y la India.1 Para ellos, un método de descomposición atinado debería construirse y operarse con independencia del tipo de especificación que se asuma para la curva de Lorenz.

 Datt y Ravallion especifican la función de la curva de Lorenz de dos formas: el modelo Beta de Kakwani (1980) y la Cuadrática General de Villaseñor y Arnold (1989). Citados por Datt y Ravallion, 1992, p. 280.

Es difícil argumentar a favor o en contra de esta opinión y, sobre todo, extenderla al supuesto de homogeneidad; pero parece razonable, al menos por un motivo: siempre será mejor una estimación con menores supuestos. 

El método que aquí se propone elude este tipo de soluciones porque no necesita “promedios”, ni tampoco especificar la función de distribución en un sentido determinado, pero desmerece en otros aspectos. El más sobresaliente es que es aplicable solamente a un indicador de la pobreza: la incidencia. Tanto el procedimiento Datt-Ravallion como el de “promedios” pueden desplegarse a cualquier medida descomponible de la pobreza; señaladamente, la tres que conforman la familia Foster-Greer-Thorbecke (1984). La propuesta metodológica no llega a tanto; al menos no sin arriesgar otra de sus principales virtudes: la simplicidad. 

El segundo objetivo es aplicar el procedimiento al caso mexicano, con el propósito de detectar, en primer lugar, cuál de los dos componentes es predominante en el ciclo de la economía nacional; en segundo, si se sostiene la acción cooperativa del crecimiento y la redistribución del ingreso sobre los cambios en la pobreza, que parece insinuar la estimación del Coneval, y, por último, si el crecimiento mexicano es —o no— propobre, en alguno de los dos significados que suelen atribuírsele al término: el absoluto y el relativo. 

La reacción desatada por el trabajo de Kakwani y Pernia (2000) en algunos integrantes prominentes del Banco Mundial (Ravallion, 2004), ha exhumado viejas inconformidades con la teoría del “goteo” distributivo (trickle-down). Ésta encuentra sus antecedentes más remotos en Kuznets (1995) y en los pioneros de la teoría del desarrollo (Lewis, 1954; Nurske, 1943) y, más recientemente, en el llamado Consenso de Washington. Los años setenta fueron testigo de las primeras rebeliones contra la idea de que el crecimiento acabaría por derramar sus beneficios entre los más pobres y, por esta vía, por activar una mayor igualdad. Las decepciones que ha acarreado ese Consenso despertaron esa polémica, encarnada en la disputa entre dos definiciones del crecimiento propobre: la absoluta y la relativa (Whitefield, 2008; López, 2004; Klasen, 2004). Al amparo de la primera, cualquier crecimiento que reduzca la pobreza puede ser adjetivado como propobre (Ravaillon, 2004; Dollar y Kraay, 2002); bajo la segunda, el calificativo sólo se lo gana el dinamismo económico que conlleve un crecimiento del ingreso de los pobres proporcionalmente mayor al de los no pobres (Kakwani y Pernia, 2000). 

El asunto es que el enfrentamiento ha involucrado directamente los procedimientos de descomposición de la pobreza: quienes adoptan la definición absoluta defienden el método Datt-Ravallion; quienes se decantan por la relativa abogan por la técnica de los “promedios”. El método que abordará este texto, en su simplicidad, se inclina por la segunda definición pero como un resultado lógico, no preconcebido ni determinado por una simpatía previa hacia alguna de las dos posiciones. 

En suma, estas líneas buscan inspeccionar cómo han incidido los cambios en la distribución del ingreso y las variaciones en el nivel de actividad en la pobreza mexicana. En México, las crisis se han distinguido por tener efectos devastadores sobre la pobreza, mientras que las recuperaciones no son tan contundentes al revertir estos efectos. Pero también han ocasionado mutaciones en el campo distributivo, que frecuentemente actúan como amortiguadores en las caídas del producto y como débiles propulsores en sus ascensos. Este comportamiento no coincide con el descrito en la descomposición del Coneval, pero sí con la evolución del coeficiente de Gini en las distintas fases del ciclo. A mi juicio, ello obedece a las inconsistencias que, en algunas circunstancias, registra el procedimiento Datt-Ravallion, usado por aquella institución. La revisión del comportamiento de los componentes en el ciclo a la luz de la metodología es, entonces, el principal propósito de este texto. 

El artículo se organiza en tres secciones. En la primera se aborda directamente la descomposición de la incidencia de la pobreza y se compara el método propuesto con otras descomposiciones que exhiben como piedra angular la curva de Lorenz; en la segunda se estima la descomposición de la pobreza patrimonial2 para el caso mexicano en el lapso 1992-2010, y en la tercera se presentan las conclusiones. 

I. EL MÉTODO DE DESCOMPOSICIÓN DE LA POBREZA 

La intención de este apartado es presentar un método de descomposición de la incidencia de la pobreza (headcount) en dos componentes que, en principio, deben agotar los cambios en este indicador: el efecto crecimiento (o ingreso) y el efecto redistribución. 

2 La pobreza patrimonial es el resultado de aplicar una línea de pobreza, establecida oficialmente por el Coneval, para las personas y hogares cuyo ingreso no es suficiente para cubrir los gastos alimentarios, educativos y de salud, así como de transporte, vivienda y vestido. 

Se ha tratado de que ambos cumplan [...]

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