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jueves, 26 de noviembre de 2015

ECONOMÍA COLABORATIVA

”Antes, compartir era de pobres y ahora es de listos”. Son las palabras de Albert Cañigueral, una de las cabezas visibles de la economía colaborativa en España, en una reciente entrevista. Compartir. Esa es la clave. Esta nueva tendencia, en la que los consumidores son los que se organizan y, gracias a la potencia de la red, organizan servicios. Transporte, alojamiento e, incluso, préstamos. Pero, ¿de qué estamos hablando realmente?
La cultura de la propiedad, de la compra, de la adquisición ha sido la que ha guiado las últimas décadas en las economías familiares. Si querías algo tenías que comprarlo. Y el mayor paradigma lo representa el mercado inmobiliario, aunque hay muchos más. Ahora, poco a poco y con la ayuda de la red y las nuevas herramientas que ésta pone a nuestra disposición, esta mentalidad está cambiando.
El término “Economía Colaborativa” proviene de la expresión inglesa “Sharing Economy”, divulgado separadamente por Lisa Gansky y Rachel Bootsman con Roo Rogers en 2010. El gerundio informa acerca de la acción verbal dinámica, y no constituye una simple teoría social.
También podríamos traducirlo literalmente: “Compartiendo economía”, si definimos Economía como “los medios de satisfacer las necesidades humanas mediante los recursos disponibles que siempre son limitados”. Es indudable que la desigualdad de las sociedades occidentales, ha contribuido al desarrollo de la economía colaborativa, como medio también de defensa y supervivencia.
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La economía colaborativa es un cajón de sastre donde coexisten acciones de distintos tipo, con una característica común: todas las iniciativas están basadas en las tecnologías de la información y comunicación, que permiten la creación de redes sociales y portales, donde se pueden realizar interacciones entre individuos de forma masiva.
Enfocado desde la vertiente económica: si aplicamos en alguna  red social nuestros activos infrautilizados (casa, carros, objetos) haciendo líquido un beneficio latente, lo llamamos consumo colaborativo. En los casos en que esta actividad se organiza como un modelo de negocio, elimina ciertas “capas” de la producción que son mochilas improductivas.
Desde el punto de vista de la economía clásica, el consumo colaborativo (transaccional, no gratuito) altera el statu quo de la definición de mercado. En el desarrollo teórico  del “libre mercado de competencia perfecta” (el que consigue la mayor eficiencia en la producción y asignación de bienes), los economistas citan como características de este mercado:
  • La existencia de un gran número de productores y consumidores, que los convierte en precio-aceptantes.
  • La transparencia del mercado, que permite la información completa y gratuita de productores y consumidores.
  • La inexistencia de barreras de entrada o salida al mercado.
  • La movilidad perfecta de bienes y factores, con costes de transporte despreciables.
  • La inexistencia de costes de transacción para los productores y consumidores.
Las plataformas colaborativas se han acercado a las condiciones de libre mercado establecidas por los economistas clásicos. La consecuencia es que los mercados colaborativos son más eficientes en la asignación de precios y recursos, al poner en valor, además, recursos infrautilizados. El “alquiler compartido” de bienes hace posible su “divisibilidad”, que el sistema “tradicional” de adquisición y consumo no alentaba. Esto provoca que las plataformas colaborativas sustituyan paulatinamente a otros mercados menos eficientes.
Algunos modelos, además, nos acercan a la acepción más pertinente de consumir, que es la de agotar la utilización de los objetos hasta su fin, y no desecharlos antes del final de su vida útil (por lo que permanecen “inconsumidos” en vertederos).
Lo que no queda alterado por el consumo colaborativo es el paradigma mercantilista. Quizás en algunos casos lo acentúa, al sustituir la benevolencia del consumo compartido por su mercantilización: algunas relaciones  y experiencias, antes realizadas “gratis et amore” ahora pasan a ser relaciones mercantiles, como la transformación del autoestopista gratuito en consumidor colaborativo. El “free-rider” se incorpora al sistema, tanto por el ajuste de la tecnología, como por la escasez de los recursos. El free-rider, ahora se ha refugiado en el sector financiero, que es el menos regulado.

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Otra cuestión estriba en la propiedad y explotación de las plataformas colaborativas: muchas de ellas son propiedad (adquirida o ab initio) de grandes corporaciones, que de esta manera amplían su modelo de negocio, precisamente como nuevos intermediarios de la economía colaborativa, recogiendo parte del margen que percibían las “capas obsoletas” de producción y distribución de las empresas tradicionales.
Estas grandes corporaciones se benefician de la inexistencia y/o fragmentación de regulación (las regulaciones estatales) para extender sus iniciativas, que constituyen negocios altamente beneficiosos.
No cabe duda, que la “economización” de las relaciones, constituye una simplificación que permite modelizar y gestionar con mayor facilidad las conexiones y enlaces entre personas, pero también es cierto que no abarca la totalidad de los actos y motivaciones de las personas: hay algo más que elhomo economicus, como nos demuestra la acción benevolente de millones de personas, compartiendo abierta y libremente su sangre y sus conocimientos.

Algunas fuentes utilizadas:

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