Tengo formación económica (en concreto, soy titulado en Ciencias Económicas y Empresariales y en Investigación y Técnicas de Mercado), pero el caso es que fue una sorpresa casi para todos los que me conocían –no para mis padres– que no me hiciera ingeniero, ya que lo mío siempre fueron los números. En realidad la única lógica detrás de esa decisión es algo que hoy me parece un poco frívolo pero que a mis 18 años me parecía una razón de peso: toda ingeniería tenía asignatura de dibujo y yo siempre detesté el dibujo y en general las artes plásticas. Sin más. También es verdad que mi padre de forma más o menos subliminal me condicionó porque solía decir que los ingenieros eran demasiado cuadriculados para dirigir una empresa, y cierto es que no me arrepiento de haber estudiado Empresariales porque aprendí una base muy útil para asumir mi papel de coordinador general de un equipo. En particular, diría que las asignaturas más cercanas a la rama de humanidades (Psicología, Dirección de Personal) han sido de hecho de las más útiles para mi desempeño profesional porque al final en la dirección de una empresa lo más crítico y complicado es la gestión de las personas. Pero en cualquier caso siempre he tenido una querencia especial por todo lo que son números y un aprecio y admiración hacia los ingenieros.
Ingenieros y economistas compartimos en la gestión de los recursos productivos el principio de la eficiencia (conseguir los objetivos con el mejor uso posible de los recursos disponibles), pero es innegable que a efectos prácticos hay un diferente enfoque. Mientras que los unos ponen el énfasis en la consecución de los objetivos, los otros la ponen en los costes. O poniendo un ejemplo práctico, en el mundo en el que me muevo de la fabricación de productos industriales, unos se concentran en que el producto funcione bien y sea duradero, a la vez que tenga un coste razonable y unos consumos reducidos, mantenimiento contenido y larga durabilidad, mientras que el enfoque de los otros es más y más el de que el producto dé el pego, sea aparente, funcione a corto plazo (mientras dura el periodo de garantía, porque luego si se rompe pronto casi mejor porque genera ingresos de mantenimiento), y sobre todo que sea barato de fabricar para permitirnos generar más beneficio a un precio dado de venta o bien recortar dicho precio para captar más cuota de mercado.
Por supuesto que hoy en día hay muchos ingenieros que han abrazado “el lado oscuro de la fuerza”, pero es porque el mundo de la empresa ha sufrido un giro en el sentido de primar esa deformación del concepto de eficiencia y demanda profesionales más y más enfocados a esa rentabilidad cortoplacista. Cierto es también la pujante competencia de países de menor coste de mano de obra ha obligado a muchas empresas occidentales a recortar en otros factores productivos lo que no pueden aquilatar por el lado del coste de la mano de obra, y eso explica muchas cosas.
Pero a mí me gusta ese modelo un poco romántico y posiblemente algo idealizado del ingeniero para el que lo principal es que las cosas sean como tienen que ser, y que disfruta optimizando productos y procesos pero sin sacrificar pilares esenciales, entre ellos el de la durabilidad. Oigo en mi desempeño profesional muchas quejas en el sentido de que ya son sólo los economistas o los ingenieros con MBA y ese punto de vista de costes ante todo los que mandan en todo tipo de empresas. Durante mucho tiempo se han beneficiado de las inercias positivas de diseños y prácticas heredadas de tiempos más ingenuos, pero ahora que se está produciendo un radical relevo generacional en muchas empresas, en realidad se observa que no hay tal relevo: sencillamente ha desaparecido el conocimiento de los veteranos y entre los jóvenes falla mucho la base, porque no se ha primado al que más conoce sino al que más ahorra. Más aún, a menudo he tenido la sensación de que si uno empieza a plantear los riesgos que tienen ciertas prácticas de ahorro de costes y exponer sus posibles problemas futuros, necesidad de ser prudente, ir con tiento, primar las soluciones “tried-and-tested”, etc., se convierte en una “mosca cojonera”; te ganas fama de ser el típico quejica que sólo pone pegas, y se te desplaza para poner en primera fila al típico tío que anda muy erguido, con una eterna sonrisa en la boca y que a todo responde con un “¡no hay problema!”.
Queda claro que no soy nada objetivo en esta discusión. Tomo clarísima parte a favor de la primera parte del enunciado de la eficiencia, y soy precisamente de esos críticos que miro con escepticismo las soluciones de ahorro de costes y me lo pienso mucho antes de implantarlas de manera irresponsable, porque siempre tengo en mente que la rueda lleva mucho tiempo inventada y que quizá esta idea magnífica que se nos ocurre ahora fue ya descartada en un pasado por otros profesionales tan buenos o mejores que nosotros. Y no me basta el “no hay problema”. Los problemas existen y lo que quiero es estar seguro que ponerme en manos de personas que tienen sus soluciones y que me transmitan confianza en que no se dedican a la palabrería y a esconder las miserias bajo la alfombra, que es lo que observo más y más en el día a día.
Lo cierto es que vivo en los últimos tiempos con tristeza, resignación y mucha tozudez una evolución en el modelo del negocio en el que opero donde se está primando el precio por encima de toda consideración. Y como a nadie le gusta perder dinero, aparte de mejorar la eficiencia de los procesos también se están asumiendo recortes de prestaciones y retoques de diseño que reducen los costes a costa de sacrificar durabilidad y eliminar componentes no perceptibles del producto pero que tenían una función y una razón de ser. Me estoy quizá obcecando en renunciar a seguir al mercado, y probablemente eso me vaya relegando más y más a un rincón o directamente expulsar del mismo, pero al mismo tiempo creo en que existe como mínimo un nicho de mercado para los que hacen un producto bueno y duradero, y para los que no se deshacen de su capital humano de gente “cara” pero sabia y valiosa en favor de una plantilla barata sin más de gente “sin problemas”. Conste que no es sólo una visión estratégica del negocio lo que hay detrás de mi enfoque (que también), sino que es un poco del romanticismo inicial con el que empezaba el post. Me gusta hacer algo de lo que poder sentirme orgulloso y quiero pensar que vale la pena luchar por ello. Me pregunto muchas veces si dentro de diez años seguiré dándome la razón a mí mismo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario