Principios económicos
La Teoría Económica se ha construído sobre la base del pensamiento clásico y neoclásico. Este enfoque es el que acepta la Academia y el que se enseña en los libros de texto. En este curso, vamos a estudiar sus fundamentos básicos, junto con las críticas de que es objeto desde otras líneas de pensamiento económico. En adelante, y siempre que no se diga lo contrario, se entiende que al hablar de Economía o análisis económico, nos referimos a esta teoría económica clásica y neoclásica.
Los principios sobre los que se fundamenta la Economía parten de la hipótesis del comportamiento racional de los agentes económicos. A esta forma de conducta supuesta por la teoría económica se le conoce también como el homo economicus o "pensar como un economista". El principio de racionalidad se aplica a la resolución de las cuestiones económicas mediante la regla de la decisión racional de los agentes, que persiguen obtener el máximo bienestar individual: los consumidores intentan conseguir la máxima utilidad y las empresas el máximo beneficio. Conjugando estos supuestos básicos con el principio de escasez de los recursos, surge otro concepto fundamental de la Economía: la eficiencia, que se refiere a la obtención del máximo bienestar con el mínimo consumo de recursos. La idea detrás de la eficiencia es la ausencia de despilfarro, el aprovechamiento óptimo de los recursos escasos. La racionalidad de los agentes se define de forma operativa mediante el análisis coste-beneficio, es decir, agrupando los factores que influyen en sus decisiones en dos bloques, que representan los costes y los beneficios de realizar una acción: cualquier individuo racional realizará una acción si los beneficios esperados, presentes y futuros, que se derivan de la misma son mayores que sus costes esperados, presentes y futuros; en caso contrario, no realizará dicha acción. En este ejemplo la chica debe decidir si consumir un refresco o no. Observa que tanto los beneficios como los costes que espera obtener no sólo son valoraciones monetarias objetivas (como el precio del refresco), sino también valoraciones subjetivas individuales (el placer de beber un refresco). Marcia elegirá tomarlo si el placer que le proporciona es mayor que su precio, los 2 € que le cuesta. Si, por el contrario, Marcia valora más los 2 € que el placer obtenido por beber el refresco, no lo tomará. Aparentemente la regla de decisión basada en la comparación de costes y beneficios es sencilla, pero en ocasiones no están muy claros ni unos ni otros, dando lugar a errores en la decisión. A continuación se exponen los elementos que llevan a cometer esos errores. El coste de oportunidad Una decisión consiste en elegir una entre varias alternativas de acción, rechazando el resto. El coste de oportunidad mide el valor de la mejor alternativa a la que se renuncia al tomar una decisión. El nombre hace referencia al coste de la oportunidad perdida al rechazar una acción concreta en detrimento de otra. Éste es uno de los conceptos más importantes de la Economía y se considera que el valor de algo es precisamente su coste de oportunidad, o lo que es lo mismo, el valor de la mejor opción alternativa a la que se renuncia. En el ejemplo de Marcia, el precio del refresco es su coste de oportunidad, pues para adquirirlo debe renunciar a 2 €, que podría dedicar a otra cosa. Como se ha dicho, las valoraciones de costes no siempre son monetarias y objetivas, sino que con frecuencia son subjetivas e individuales de cada persona, como se ilustra en el siguiente ejemplo. Supongamos que una persona se dispone a comprar un libro que venden en la librería de su barrio por 30 €. Antes de hacerlo, una amiga le informa que en el centro comercial de las afueras de la ciudad venden el mismo libro por 25 €. ¿Debe desplazarse al centro comercial? Para tomar la decisión correcta, deberá comparar los 5 € de ahorro en el precio del libro con el coste total del desplazamiento hasta el centro comercial: 1 € de transporte más el tiempo dedicado. Si esta persona decide ir al centro comercial, significa que el valor que asigna al tiempo invertido en el desplazamiento es menor que 4 €. Si, por el contrario, decide comprarlo en su barrio, la valoración de su tiempo de desplazamiento es superior a los 4 € que puede ahorrar. En otros casos, los costes y beneficios se valoran de forma exclusivamente monetaria y objetiva, como en este otro ejemplo: Un individuo dispone en su cuenta corriente de 5.000 € que no desea gastar en un plazo de un año. Un amigo economista le aconseja invertirlo en una cuenta a plazo fijo que le dará una rentabilidad del 5% en un año. ¿Debe invertir su dinero?. Si este individuo no traslada el dinero a la cuenta a plazo fijo asume un coste de oportunidad de un 5%, es decir, 250 € en un año, que deja de ganar si deja el dinero en la cuenta corriente. Y en determinadas situaciones los costes y beneficios no pueden cuantificarse, ni objetiva ni subjetivamente. Pensemos en el caso del cambio climático como consecuencia del exceso de contaminación ambiental: ¿cuáles son sus costes futuros? difícilmente se puede contestar esta pregunta si ni siquiera sabemos hoy con exactitud el alcance de los perjuicios que tendrá sobre la naturaleza, incluida la humanidad entera. Los costes irrecuperables Un error bastante frecuente a la hora de tomar una decisión es considerar los costes del pasado que no se pueden recuperar en el momento de la elección, a los que, por esta razón, se les llama costes irrecuperables o costes hundidos (sunk costs). Este tipo de costes no deben tenerse en cuenta en el análisis de las decisiones porque no pueden evitarse aunque no se realice la acción. Por ejemplo, una empresa que ha lanzado un nuevo producto al mercado que no se vende, se resiste a abandonarlo pensando en la inversión que ha hecho para su producción y lanzamiento. Pero este comportamiento le hará tener pérdidas cada vez mayores... Este planteamiento es erróneo porque en la decisión sólo deben tenerse en cuenta los costes y beneficios presentes y futuros, nunca los pasados, que son irrecuperables. Así, la decisión correcta será abandonar el producto lo antes posible para evitar mayores pérdidas. Otro ejemplo: supongamos que vamos al cine pagando 8 € por la entrada. Pero la película es mala y aburrida. ¿Debemos abandonar el cine? Para tomar esta decisión deberíamos olvidar el dinero pagado y pensar sólo en el tiempo que estamos perdiendo en la sala de cine, a disgusto. La decisión racional sería salir para dedicar el tiempo a otra ocupación más placentera. La interacción entre decisiones individuales Normalmente cuando analizamos decisiones sólo tenemos en cuenta los costes y los beneficios de dicha acción de manera individual. Sin embargo, con frecuencia ocurre que los intereses que guían nuestras decisiones entran en conflicto, o dependen, de los intereses que guían las decisiones de otros individuos. Es decir, en el mundo real, numerosas decisiones dependen de la interacción de los individuos, por lo que habrá que incorporarlas al análisis. Un ejemplo que ilustra situaciones de este tipo es la pesca de anchoa del Cantábrico. Cada pescador individual toma su decisión de cuánto pescar buscando maximizar su beneficio, sin considerar las decisiones de los demás pescadores. Pero las decisiones de todos los pescadores tomadas individualmente, sin tener en cuenta la interacción entre ellos, lleva al resultado final del agotamiento de la pesca, poniendo a la anchoa en peligro de extinción. Otro caso puede ser la asistencia a un concierto de rock. Uno de los beneficios que tendremos en cuenta al tomar la decisión será "disfrutar del ambiente"... pero ese "ambiente" no depende de nuestra decisión, sino de las de otras personas. Estos ejemplos ponen de manifiesto la dificultad de identificar los costes y los beneficios cuando el resultado de la decisión individual depende de las decisiones de otros, y las limitaciones de la regla de comportamiento racional: es útil pero difícil de aplicar en los casos de interacción entre agentes económicos. El resultado de ello es, a menudo, un perjuicio colectivo, a nivel social. Para estas situaciones los economistas utilizan una herramienta diferente: la Teoría de juegos. El análisis marginal Hasta ahora hemos analizado una decisión única con varias alternativas de acción: invertir o no, salir del cine o quedarnos, etc. Pero en la vida económica muchas veces la decisión no es hacer algo o no hacerlo, sino cuánto hacer. Es decir, tomar la misma decisión sucesivamente. En este caso, los costes y los beneficios realmente importantes se producen en el margen, en el límite, dando lugar al llamado análisis marginalista. Supongamos que compramos una caja de nuestros bombones favoritos y rápidamente la abrimos para tomar uno, que nos sabe a gloria. Con la caja delante, al rato debemos decidir si tomar otro bombón, y lo hacemos. Y así seguimos toda la tarde, ¿hasta cuándo? ¿cuántos bombones tomaremos? El análisis marginalista se centra exclusivamente en los costes y los beneficios de repetir una acción nuevamente, es decir, en los costes marginales y los beneficios marginales: los costes y los beneficios adicionales que recibimos por repetir la acción. Siguiendo el ejemplo de los bombones, cada vez que nos planteamos tomar uno más analizamos el coste marginal del bombón (pongamos 1 €) con su beneficio marginal, que aquí es su utilidad marginal o satisfacción adicional que nos produce comer un bombón más. En el caso de una empresa el análisis marginal está detrás de la mayoría de las decisiones secuenciales. Supongamos una empresa que produce 100 bicicletas al día, aunque la capacidad instalada le permite una producción de hasta 150 unidades diarias. El empresario se planteará la pregunta: ¿me conviene fabricar una bicicleta más (o 10 más)?. Para responder a la cuestión calculará con todo detalle los costes y los beneficios adicionales de esa producción añadida, llegando a los siguientes resultados: Coste marginal = 37€ Ingreso marginal = 50€ La respuesta del empresario maximizador de su beneficio será afirmativa: si produce y vende una bicicleta más obtendrá un beneficio adicional o marginal de 13€ (=ingreso marginal - coste marginal) Las personas reaccionan ante los incentivos En general, se puede afirmar que las personas aprovecharán aquellas oportunidades que se les presenten para mejorar su situación. En este sentido, se dice que las personas reaccionan ante los incentivos cuando cambian su comportamiento porque ese cambio les ofrece algún tipo de recompensa. Existen múltiples ejemplos de incentivos: recientemente salió en la prensa la noticia de la fuerte caída en las ventas de coches al terminar el plan Renove implantado por el gobierno, que entregaba 2.000 € por la compra de un coche nuevo. O, en el caso de la formación de la burbuja inmobiliaria que hemos padecido en los últimos años, jugó un importante papel como incentivo las elevadas desgravaciones fiscales por compra de vivienda. Otro ejemplo bien conocido es el establecimiento de incentivos en los salarios de muchos directivos si alcanzan determinados objetivos empresariales. |
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