Hoy en día, muchos economistas y políticos se auto proclaman "keynesianos". Pero, ¿cuántos entendieron realmente a Keynes?
Por Ricardo Crespo (IAE)
El caso de Keynes es un ejemplo de construcción social de una realidad donde el Keynes/hombre no siempre coincide con el Keynes/mito.
Como decía su amigo y discípulo Richard Kahn, se ha abusado de la palabra "Keynes". Con el tiempo (y gracias a la acción de malos políticos), ésta quedó asociada a soluciones inflacionarias, falaces y facilistas, a los problemas de la desocupación y a un Estado fuertemente interventor.
Sin embargo, sólo con importantes restricciones y matices (y en determinadas circunstancias) Keynes habría estado de acuerdo con las recetas que le atribuyen. Por eso, en 1946, el año de su muerte afirmó: "Yo no soy keynesiano".
Terence Hutchison escribió un célebre artículo con el título de "Keynes vs. Keynesians" donde muestra cómo estos últimos tergiversaron las ideas del maestro y cómo, por tanto, se las ha usado ilegítimamente o se lo ha acusado injustamente.
Entonces, ¿quién fue y qué pensó el verdadero Keynes? ¿Cuál es la esencia de su pensamiento?
Para comprender su economía, debemos primero indagar en su filosofía. En efecto, su formación y actitud fueron originalmente, filosóficas. Keynes estudió y discutió con sus amigos artistas e intelectuales de la sociedad de los apóstoles y Bloomsbury, toda clase de cuestiones de metafísica, lógica, matemáticas y filosofía moral, tales como el acceso a la verdad, el bien, lo correcto y la belleza.
El grupo de Bloomsbury se guiaba por una preocupación esencialmente moral: ¿cómo reemplazar la decadente e hipócrita ética victoriana por una opción más auténtica? Así, Keynes comenzó sus investigaciones de lógica inductiva por una motivación eminentemente ética.
Estas reflexiones dieron origen a su tesis y primera obra teórica importante, el "Tratado sobre la Probabilidad", donde rechazó la ética utilitarista del cálculo de consecuencias, y propuso que la búsqueda constante e insegura de la verdad esencial de fenómenos complejos e inciertos como los morales, debía encararse de otro modo.
Para manejarnos razonablemente en la tormenta de contingencias de la vida humana, Keynes confiaba en la intuición (teórica y práctica) y en la convención.
El hombre enfatiza en una u otra a medida que se va enfrentando con realidades diversas. El hombre tiene la constante creencia de que la intuición puede ayudarlo a descubrir lo esencial (dentro de un margen de duda razonable) y actuar. Sin embargo, esta búsqueda no es sencilla (y menos aún en ciertos campos). Por lo tanto, la convención es también útil para superar la incertidumbre.
Ahora bien, estas reflexiones filosóficas de Keynes son fundamentales para comprender el rol del empresario.
Keynes insistió continuamente en la necesidad de introducir la voz del empresario, del hombre práctico, en la consideración de la economía. Los hombres prácticos prestan suma atención al "estado de confianza" (Teoría General, Cap. XII, II). Sin embargo, hasta entonces, los economistas no lo habían analizado cuidadosamente.
Precisamente, señala Keynes, los empresarios son individuos con carácter, con tendencia a actuar (y no tanto a calcular). En la realidad cotidiana de los negocios, suele no haber base suficiente para hacer demasiados cálculos (Cap. XII, VII).
Cuando los cálculos son imposibles, aparecen las convenciones (que están fuertemente afectadas por ese "estado de confianza"). El problema: las depresiones económicas tienen un fuerte impacto negativo sobre el estado de confianza.
Rara vez se enseña a los estudiantes de economía estos supuestos keynesianos sobre la acción humana. Y, precisamente, comprender estos presupuestos básicos es la única vía para discernir entre mitos y realidades en el verdadero pensamiento de Keynes.
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Retomando el argumento, según Keynes, en situaciones de crisis e incertidumbre, las convenciones o las reacciones de los empresarios son deficientes para impulsar una inversión que conduzca a una ocupación plena. Por eso, parece conveniente fomentar una inversión autónoma y ahorrar en tiempos de auge. Así se comprenden también las propuestas keynesianas de formación de corporaciones semipúblicas.
En contextos de crisis y debilitamiento del estado de confianza, se necesitan hombres con la habilidad de calcular la eficacia marginal social del capital e impulsar la inversión (Cap. XII, VIII).
Ahora bien, ¿quiénes son esos hombres probos, de espíritu público, que saben calcular la eficiencia marginal social del capital y administrar correctamente esas corporaciones semipúblicas? Keynes creía en su existencia. Sin duda, se consideraría a sí mismo como uno de ellos.
Y seguramente, en muchos aspectos, lo fue. Quizás este sea su punto más débil, utópico, a la vez que profundamente aristocrático. Pero, ¿será quizá también realista o al menos posible? Deberíamos tener otro tipo de gobernantes para que lo fuera
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