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sábado, 6 de abril de 2013

EL PENSAMIENTO ECONÓMICO Y EL MÉTODO ECONÓMICO.


La Economía, a semejanza de las demás ciencias, tuvo su origen, en investigaciones particulares de fenómenos dignos de atención que plantearon problemas de diversa índole. Durante mucho tiempo estuvo limitada al estudio de cuestiones especiales a los que se les intentaba dar una explicación por factores específicos y aunque se presentía la existencia de interdependencias estructurales, no eran contempladas en su globalidad. El fenómeno central de la economía nacional, en sí mismo, permaneció en buena medida desconocido, o bien oscurecido por los conocimientos prácticos instintivos.
Aunque mucho antes del siglo XVIII se había especulado ya sobre la naturaleza del proceso económico, fueron los fisiócratas, en la década de 1760, los que dieron un paso decisivo para el progreso de nuestra ciencia. François Quesnay y sus discípulos no consiguieron poner en marcha una escuela continuada de pensamiento económico, pero merecen ocupar un lugar destacado en la historia de la ciencia social por muchas razones. Su clasificación de los miembros de la sociedad como <<agricultores>>, <<artesanos>>, y <<terratenientes>> introdujo la idea de que la estructura fundamental del orden social está formada por clases que se definen de acuerdo con sus papeles y estatus económicos. Esto se convirtió, con algunas modificaciones, en una característica básica de la economía clásica ortodoxa y de las grandes teorías sociales de Karl Marx y Friedrich Engels.
La tesis fisiocrática de que el sector agrícola de la economía produce un <<excedente>> introdujo una idea que, de nuevo con modificaciones, desempeño un papel importante en los modelos ricardiano y marxiano , como veremos en este trabajo, en el análisis económico <<neoclásico>> que sustituyó a finales del siglo XIX y principios del XX al modelo ricardiano. Los fisiócratas, aunque no abogaron por el laissez-faire como una política general, consideraron los sistemas económicos regidos por <<leyes>>, análogas a las que controlan los fenómenos naturales. La característica más destacada del modelo fisiocrático, la concepción de la economía como un flujo circular de gastos e ingresos, no la utilizaron los economistas clásicos. Aunque asomaba al fondo en la literatura económica del siglo XIX, centrada en el funcionamiento del sistema monetario, no reafloró destacadamente como un paradigma analítico hasta la década de 1930, en que empezó a desarrollarse de un modo sistemático la subdisciplina de la <<macroeconomía>>¹.
Pero una interpretación analítica de la totalidad del proceso económico solo aparece con los trabajos de los autores clásicos, destacando entre ellos los de A. Smith, D. Ricardo, Malthus y J.S. Mill.
Con el nombre de Economía Clásica se designa la elaboración doctrinal de un grupo de economistas que expusieron sus teorías entre finales del siglo XVIII y principios del XIX². Durante este periodo, y mediante la decisiva aportación de estos autores, la economía va a recibir por primera vez y de forma satisfactoria, un tratamiento sistemático, que la acabará constituyendo en un cuerpo organizado de conocimientos, en una ciencia.
En este periodo del pensamiento económico aunque existieron diferencias entre las ideas de los miembros de la escuela clásica, en general sostuvieron principios que incluían la creencia en la libertad natural (laissez faire) y la importancia del crecimiento económico como medios para mejorar la condición de la existencia del hombre.
Los economistas clásicos recogieron de los fisiócratas el interés investigador por el producto neto pero, a diferencia de estos, entendieron que la agricultura no era la única actividad productiva, la industria también generaba excedente. De tal forma, se puede decir que una vez establecida por los fisiócratas la idea de la producción como base de la Ciencia Económica, serían, entre otros, Smith, Ricardo, Say y Malthus, quienes dieron el primer paso hacia el actual orden de ideas ocupándose de cortar el cordón umbilical que unía originariamente la noción de producción – y a la clasificación de las actividades en productivas e improductivas- al mundo físico. Lo anterior permitió cifrar el progreso mediante la simple multiplicación de mercancías con independencia ya de los procesos que les habían dado origen, y ensalzar las cualidades productivas de la industria capitalista.
Adam Smith (1723-1790) hoy considerado como el padre de la Economía, dio a la Economía Política su estructura moderna. Estructura que le fue revelada, a su vez, por las etapas iniciales de la Revolución industrial. De ahí que se idolatrara la ciencia y la técnica, a la vez que el trabajo se elevaba a la categoría de un valor supremo. Sin embargo, para Adam Smith, cuya obra estaba todavía impregnada de “resabios” fisiocráticos, la agricultura seguía siendo la actividad productiva por excedencia al confluir en ella las cualidades productivas de la tierra y del trabajo.
Smith consideraba que la esencia de la riqueza era la producción de bienes físicos solamente y esto le llevó a distinguir entre trabajo productivo y trabajo improductivo³. Según esta distinción, el trabajo productivo es el que produce un bien tangible que posee un valor de mercado. El trabajo improductivo, por otra parte, se traduce en la producción de cosas intangibles, como los servicios prestados por los artistas o profesionales, mantenidos con una parte del producto anual del trabajo de los demás. El “error capital” de la fisiocracia es, según Adam Smith, considerar a los artesanos, fabricantes y mercaderes como una clase de gentes improductivas e infecundas. Smith no considera el trabajo como posible productor de materia, sino de valor (de cambio), categoría ésta eminentemente social pues sólo se concibe como fruto de relaciones entre individuos.
Smith planteó el problema del valor dándole a esta palabra un doble significado: unas veces expresan la utilidad de un objeto particular –“valor en uso”- y otras veces la capacidad de comprar otros bienes que confiere la posesión de tal objeto – “valor en cambio”-. Considerando, a su vez, que las cosas que tienen un gran valor en uso, frecuentemente apenas tienen valor en uso.
Smith resolvió el problema en su época limitándose a dejar de lado el valor de uso y preconizando un valor de cambio que era una versión de lo que llegaría a conocerse como la “teoría del valor trabajo”. Según esta, el valor de cualquier posesión se mide, en definitiva, por la cantidad de trabajo por la cual puede ser cambiada.
Por lo tanto, se puede establecer, tras el giro que acusó el pensamiento con los llamados economistas clásicos, la coexistencia en los fisiócratas de dos niveles de análisis que hoy se muestran conceptual y metodológicamente muy diferenciados, alejados incluso. Uno que trata de acrecentar las riquezas orientando la gestión de recursos desde una perspectiva física y que como corolario aprecia los resultados atendiendo a su valor vital o utilitario concreto. Otro el que trata de hacerlo razonando en términos monetarios y de valores de cambio.
El primero domina en los fisiócratas, en la medida en que la riqueza inmobilidaria ocupa para ellos todavía un lugar prioritario, mientras que con Adam Smith se opera un desplazamiento definitivo hacia el predominio de la riqueza mobiliaria, imponiéndose también en consecuencia, el segundo de estos niveles y buscando acrecentar ya las riquezas mediante la simple explotación de los valores de cambio y de la plusvalía.
El dinero es, por supuesto, la medida más común del valor, pero Smith era igualmente consciente de los defectos de las medidas monetarias, dado que el valor del dinero cambia con el tiempo. Así, se esforzó por distinguir cuidadosamente entre precios reales y precios nominales. Para Smith, el trabajo, como las mercancías, tiene un precio real y un precio nominal. Mientras que su precio real consiste en la cantidad de las cosas necesarias y convenientes de la vida que se entrega a cambio de él, su precio nominal es la cantidad de dinero. El salario era, en general, el coste de atraer al trabajador a su trabajo y de mantenerlo para que siguiera desempeñándolo.
Adam Smith fue el primero en destacar la importancia económica del fenómeno de especialización de las funciones productivas, lo que designó con el nombre de división del trabajo. Joseph Schumpeter ha observado que para Adam Smith la división del trabajo “es prácticamente el único factor del progreso económico”. Smith concluyó que la división del trabajo comporta ventajas derivadas del aumento de la habilidad y destreza del trabajador, del ahorro de tiempo y de la posibilidad de introducir maquinaria que incremente la productividad.
El fenómeno de la división del trabajo está condicionado por la dimensión del mercado: a medida que se extiende el mercado se incrementa la división del trabajo. Esto arguye a favor de un área de libre comercio lo más vasta posible, que proporcionaría la máxima eficiencia posible al trabajo.
En los años subsiguientes a la muerte de Smith, surgieron tres grandes figuras que refinaron y ampliaron su obra; se trataba de tres autores casi exactamente contemporáneos, a saber, un francés, Jean-Baptiste Say (1767-1832) y dos ingleses, Thomas Robert Malthus (1766-1834) y David Ricardo (1772-1823). Los tres, pero Malthus y Ricardo en particular, presenciaron el vigoroso florecimiento de la Revolución Industrial, y, perfeccionando la obra de Smith, trataron que la ciencia económica se desarrollara en consonancia con este enorme cambio. Con ellos llegó la teoría económica correspondiente al orden industrial.
La principal aportación de J. B. Say (1767-1832) en su Tratado de Economía Política, publicado en 1803, fue su ley de los mercados. La ley de Say sostiene que la producción de bienes genera una demanda agregada efectiva (es decir, realmente gastada) suficiente para comprar todo los bienes ofrecidos. Por lo tanto, nunca puede originarse en el sistema económico una superproducción generalizada. En términos algo más moderados, esta ley viene a expresar que el precio de cada unidad de producto vendido genera unos ingresos bajo la forma de salarios, intereses, beneficios o rentas de la tierra, suficientes para comprar dicho producto. En consecuencia, nunca puede ocurrir una insuficiencia de la demanda, que es la otra cara de la moneda de la superproducción.
La ley de Say prevaleció triunfante hasta la gran Depresión. Sólo en esas circunstancias pudo ser refutada por John Maynard Keynes, quien sostuvo y argumentó influyentemente, que podía haber (y entonces había en efecto) una insuficiencia de la demanda.
David Ricardo (1772-1823) fue la mente capaz de llevar a su plenitud la mayor parte del cuerpo doctrinal que, pasado el tiempo, recibiría el nombre de economía clásica. “Lo que aseguró el lugar de Ricardo en la historia de la Economía fue su capacidad de construir un sistema analítico general que generaba conclusiones fundamentales, basadas en unos relativamente pocos principios básicos. Su sistema era un monumento al proceso del razonamiento deductivo”. Hay que esperar a David Ricardo para que se inviertan por completo los antiguos planteamiento sobre la génesis de las riquezas y del valor. En sus Principios de economía política y tributación, publicado en 1821, sostiene que las fuerzas naturales no añaden nada de valor a las mercancías, sino que, por el contrario, lo merman y rebate la idea de Smith de que la agricultura era más productiva que la industria.
Se suele caracterizar la teoría del valor de Ricardo como una teoría del “coste real”, en la que, el trabajo es el factor (empírico) más importante. El problema central planteado en los Principios... era ver cómo se producen los cambios en las proporciones relativas de la renta correspondientes a la tierra, al trabajo y al capital, y el efecto de estos cambios sobre la acumulación de capital y el crecimiento económico. La determinación de la renta era una parte integral de este problema. Pero toda la teoría de la distribución de la renta tiene que descansar en una teoría del valor y Ricardo procedió a modificar la teoría del valor de Smith para su propio uso.
Entre los factores que determinan el valor de una mercancía, Ricardo cree que el primero es la utilidad. Si una mercancía no fuera útil en absoluto, es decir si no pudiera contribuir a nuestra satisfacción, carecería también de valore de cambio. Sin embargo: “la utilidad no es la medida del valor de cambio aunque es algo absolutamente esencial al mismo”.
Una vez establecida la necesidad de los productos “intercambiables”, advierte luego que su valor proviene, ya sea de su escasez, o de la cantidad de trabajo necesaria para obtenerlos. Para Ricardo, la relación entre valor y tiempo de trabajo empleado en la producción era una relación bien simple: cualquier aumento de la cantidad de trabajo debe elevar el valor del bien sobre el que se ha aplicado, así como cualquier disminución debe reducir su valor, constituía una auténtica contribución a la Economía.
Aunque Ricardo nunca modificó esta posición básica, sin embargo, añadió varias cualificaciones necesarias para hacer más realista la teoría. La primera excepción a la regla anterior, que se permitió, fue en el caso de los bienes no reproducibles; son bienes cuyo valor está determinado tan sólo por su escasez. Ningún trabajo puede aumentar la cantidad de dichos bienes y, por tanto, su valor no puede ser reducido por una mayor oferta de los mismos, (por ejemplo una pintura de Renoir). No obstante, consideraba que estos bienes representaban tan sólo una pequeña parte de todo el conjunto de bienes que diariamente se intercambiaban en el mercado; constituyendo los bienes reproducibles, cuyo valor de cambio estaba recogido por el trabajo incorporado a los mismos, el caso general.
Las cualificaciones más importantes de la teoría del valor trabajo se hicieron respecto al papel y a la importancia del capital, que se trata como trabajo “indirecto” o “incorporado”. Aquí, Ricardo distinguió entre capital fijo y circulante. El capital circulante “perece rápidamente y tiene que ser reproducido con frecuencia”, mientras que el capital fijo “se consume lentamente”. Por tanto, el valor aumentará a medida que aumente la proporción entre el capital fijo y el capital circulante y a medida que aumente la duración del capital.
Ricardo reconoció, por lo tanto, dos maneras en las que el capital afecta al valor de los bienes:
1.- El capital utilizado en la producción constituye una adición al valor del producto.
2.- El capital empleado por unidad de tiempo tiene que ser compensado(al tipo de interés corriente).
Desde un punto de vista analítico, Ricardo basó el valor en los costes reales de trabajo y capital. Su teoría difería de la de Smith en que excluía la renta de los costes. Pero desde el punto de vista empírico, Ricardo sostenía que las cantidades relativas de trabajo utilizadas en la producción son los principales determinantes de los valores relativos.
En sus Principios...., elabora en primer lugar una tipología de rentas y de su modo de determinación: salario, renta y beneficio, que aparece aquí como un residuo. El beneficio desempeña un papel central, ya que de el depende la tasa de ahorro, la tasa de acumulación y por tanto el crecimiento del producto. En situación de maximización de beneficio y libre movilidad del capital, asegura la igualación tendencial de las tasas de beneficio en toda la economía, “ley” establecida por Ricardo.
Para explicar cómo se establece el reparto y cómo evoluciona cuando el producto total aumenta, divide la economía en dos ramas y muestra cómo las fuerzas que operan en la agricultura sirven para determinar el reparto en la industria. Su análisis parte del funcionamiento del sector agrícola, considerando la tasa de salario independiente de la productividad. El excedente agrícola será la suma de la renta de los propietarios terratenientes y de los beneficios de los capitalistas agrarios; la tasa de beneficio sobre el capital vendrá determinada por la relación de los beneficios con los salarios.
A continuación estudia las relaciones entre el sector agrícola y el resto de la economía, y el equilibrio en su conjunto. La existencia de un excedente agrícola permite al sistema desarrollar actividades de carácter industrial, viniendo medida la tasa de beneficio en la industria y la tasa de salario monetario por las condiciones de producción de los bienes salariales, siendo enteramente independiente de las condiciones de producción de los bienes de lujo.
En cuanto a la dinámica y evolución del sistema, Ricardo distingue “reproducción simple” de “reproducción ampliada”. En el caso de que una fracción del excedente se utilice productivamente, el sistema verá crecer su capacidad productiva. Como, por hipótesis, los propietarios terratenientes consumen toda su renta (la renta) en bienes de lujo, la capacidad de expansión del sistema se basa totalmente en el modo de utilización del beneficio, fuente y móvil de la acumulación de capital. Este es un progreso decisivo en el análisis de los fisiócratas¹º. Aunque apunta el papel de las mejoras en las técnicas agrícolas, no desarrolla su impacto.
Sometida al beneficio, la acumulación de capital depende de la diferencia entre productividad marginal en la agricultura y tasa de salario. Para examinar sobre esta base la dinámica de su sistema, supuesto en un estado de equilibrio natural, Ricardo aísla, entre el conjunto de los fenómenos en juego, el proceso de acumulación, y demostrará así la “ley de gravitación de los beneficios” y la marcha hacia el “estado estacionario”.
La ley de gravitación de los beneficios es razonada muy sintéticamente así: a medida que progresa la acumulación de capital, el número de trabajadores empleados, las producciones, el volumen de los salarios distribuidos y el de las rentas aumenta regularmente, al igual que el precio del bien numerario y la tasa de salario natural expresada en moneda mientras que los beneficios totales aumentan hasta cierto punto, luego disminuyen y la tasa de beneficio disminuye constantemente. El progreso se detiene cuando la tasa de beneficio alcanza un valor umbral que permite exactamente la reproducción del sistema de manera idéntica. Este alcanza entonces el “estado estacionario” (tasa de crecimiento nula).
¿Es irremediable esta conclusión?. En absoluto. Ricardo señala dos factores susceptibles de retrasar su aparición, factores que intervienen, de una manera u otra, sobre la ley de los rendimientos decrecientes que junto al mecanismo malthusiano de la población son determinantes para estas conclusiones. Los dos factores son el progreso técnico en la agricultura y el comercio exterior. Ambos van a quebrar el alza en el coste de los bienes de subsistencia. Abandera los intereses de los capitalistas frente a los propietarios terratenientes al defender la importación libre de productos agrícolas de subsistencia para mantener bajo el precio de los mismos. Adquiriendo el trigo producido a coste inferior en el exterior (al menos a coste “comparado” inferior) a cambio de productos manufacturados que no tienen que sufrir la ley de los rendimientos decrecientes se puede acrecentar el fondo de salarios sin recurrir a procedimientos costosos que pesarían sobre los beneficios.
El modelo construido por Ricardo constituye un sistema coherente de notable rigor lógico¹¹. Basado en hipótesis claramente especificadas, basa su análisis en dos clases fundamentales: capitalistas y trabajadores. Al hacer esto, pone en evidencia el proceso de acumulación y la racionalidad del sistema basado en la función del beneficio así como en la naturaleza del salario.
La dinámica del sistema ricardiano reposa en la acumulación de capital que interviene como el factor determinante de un proceso complejo de evolución del sistema social. De ese proceso que engendra crecimiento, Ricardo establece y diferencia el control del mismo de sus beneficiarios e inserta el proceso social en el sistema ecológico que tiende a dominar a través de la ley de los rendimientos decrecientes en la agricultura. Una llamada de atención a los límites de una acumulación incontrolada, algo presente en otros clásicos además de Ricardo, luego olvidado y de indudable modernidad.
El modelo ricardiano pone de manifiesto algunos de los problemas de su tiempo. La necesidad de beneficios suficientes para la acumulación de capital que debe apoyarse en un excedente agrícola importante y poco costoso desprendido de la tasa de salario de subsistencia evidencia el conflicto entre propietarios terratenientes y capitalistas industriales, vieja y nueva clase dirigente.
El análisis ricardiano se apoya en cuatro “leyes”, cada una de las cuales trata de representar un elemento esencial de lo real, constituyendo otros tantos modelos que no han dejado de ser criticados:
• la ley de los rendimientos decrecientes
• la ley de la población de Malthus
• la ley de los mercados de Say
• la ley de la acumulación
La propia toma de partido de Ricardo, su lucha por el desarrollo del capitalismo industrial, le hace subestimar ciertas deficiencias del mismo como sus insuficiencias en lo que concierne al equilibrio (criticado por Malthus) o a su falta de visión en cuanto al carácter contingente del sistema (criticado fundamentalmente por los marxistas). Como escribe en el prólogo a la primera edición de los Principios: “Si se reconociera que los principios que juzgo verdaderos lo fuesen realmente, a otros escritores más hábiles que yo corresponderá llevarlos hasta todas las consecuencias importantes”¹².
La primera contribución de Thomas Robert Malthus (1766-1834) clérigo, escritor y profesor de historia y economía política así como observador de la recesión causada por las guerras napoleónicas, fue la ley que a su criterio regía el crecimiento demográfico, influyendo además en la determinación de los salarios. En la primera edición del Ensayo sobre el principio de la población (1798) Malthus presentó su “ley de la población”. La población, cuando no es controlada, se incrementa geométricamente; las disponibilidades alimenticias sólo se incrementan, como mucho, aritméticamente. La persistencia de esta asimetría, según Malthus, significaba que el incremento demográfico será limitado por la oferta de alimentos, a menos que aparezcan antes otras limitaciones.
La segunda contribución de Malthus¹³ contenida en su obra Principios de economía política, publicada en 1820, es el desarrollo de su teoría de la insuficiencia de la demanda efectiva para mantener el pleno empleo. Si una persona sólo puede vender su trabajo, el empresario no lo contratará si no produce un valor mayor que el que recibirá, es decir, será preciso que el empresario pueda conseguir un beneficio. Dado que el trabajador no puede comprar otra vez el producto total, otros deben hacerlo. El beneficio no puede volver a los trabajadores porque en una economía de libre empresa y propiedad privada, la producción y el empleo cesan si desaparecen los beneficios.
El pleno empleo sólo podrá mantenerse si la inversión es suficientemente elevada como para absorber el excedente. ¿Quién consumirá el excedente? Los trabajadores no pueden, o los beneficios desaparecerán. Los capitalistas tienen la posibilidad de consumir sus beneficios, pero no suelen hacerlo. El gran objeto de su vida es amasar una fortuna, y están tan ocupados en sus negocios que no pueden dedicarse a consumirla.
El gasto de los terratenientes es el medio mejor de superar el estancamiento, dado que la renta de la tierra es un excedente diferencial, su gasto se añade a la demanda efectiva sin añadirse al coste de producción. Otras formas de rentas –salario, interés y beneficio- incrementan el poder adquisitivo, pero elevan también los costes de producción, y los costes deben permanecer bajos si el país pretende mantener una posición competitiva en los mercados mundiales.
Mientras Malthus se mostraba favorable al consumo improductivo por parte de los propietarios de la tierra se opuso al mismo si era financiado por el gobierno. Los funcionarios, soldados, marinos y todos aquellos que viven de los intereses de la deuda nacional, suponen impuestos cada vez más elevados que pueden frenar el crecimiento de la riqueza.
El análisis de Malthus deja todavía muchos cabos sueltos, pero es mérito suyo:
1. Haber señalado, por primera vez, que no es tan evidente, como creía Smith, la equivalencia entre ahorro e inversión.
2. Que la potenciación de la demanda es una de las posibles soluciones al difícil problema de las depresiones económicas.
3. Que una de las dificultades con las que se enfrenta una “política anticrisis” es que existe antagonismo entre potenciación de la demanda y encarecimiento de los costes.
La aportación de Karl Marx (1818-1883) es importante no sólo por los resultados de sus investigaciones económicas, poniendo al descubierto las leyes del desarrollo de la sociedad capitalista, sino fundamentalmente, porque aporta un nuevo método de análisis para el estudio de los fenómenos sociales y económicos, una nueva interpretación de la historia y del mundo que va a tener unas importantes repercusiones en una gran parte de los autores posteriores.
En su esquema de pensamiento, Marx adopta la dialéctica hegeliana del cambio, pero invirtiendo su orden (dialéctica materialista). Mientras que para Hegel la Razón o la Idea es la única realidad existente y el cambio real solo cobra sentido en el avance de esta idea a través de una cadena de transacciones dialécticas –tesis, antítesis, síntesis-, para Marx es la realidad la que explica el movimiento de todo lo demás, ideas, instituciones, etc.
De acuerdo con el materialismo histórico, todos los sistemas económicos y sociales, incluyendo el capitalista, son transitorios. Des esta manera, la historia puede entenderse como una sucesión de distintos sistemas económicos: salvajismo, barbarie, esclavismo, feudalismo..., que desembocan finalmente en el capitalismo. La lucha de las clases emergentes contra las dominantes, y las propias contradicciones internas de las formas de producción de estos sistemas que surgen de su propio desarrollo, acarrean sus crisis y la superación por otros nuevos, más ricos y complejos. Esto no significa un esquema rígido e inamovible ya que la historia no queda explicada como una sucesión rígida y predeterminada de los modos de producción, es decir, no se cree que cada sociedad tenga que vivir necesariamente la misma secuencia de etapas, cada una de las cuales fuera el resultado de la anterior y condición necesaria de la siguiente.
En su obra central de análisis económico, “Critica de la economía política” o “ El Capital”, cuyo primer volumen se publica en 1867, Marx estudia el proceso productivo y la circulación y distribución de las rentas, empleando un método macroanalítico globalizador que había sido olvidado por los autores clásicos. Formula una teoría del valor-trabajo que le permite introducir los preceptos centrales de “plusvalía” y “explotación”. El origen de esta plusvalía se encuentra en el excedente de trabajo –única fuente de valor- incorporado a una mercancía que es apropiado por el capitalista. El sistema de precios también contribuye a la distribución de la renta a favor de los capitalistas. Con todo ello, las clases obreras se ven abocadas necesariamente a una pobreza creciente, mientras la riqueza se concentraría cada vez más.
Lo que identifica al sistema capitalista no es la circulación del dinero o de las mercancías, no la propiedad privada de los medios de producción, sino el hecho de que el propietario de dichos medios se encuentra en el mercado con los trabajadores o proletarios que no pueden sino vender su fuerza de trabajo: la compra y venta del trabajo es lo que diferencia a esta sociedad de otras donde se daban vínculos de servidumbre o esclavitud.
Marx analiza el proceso de acumulación de capital (conversión de plusvalía en nuevo capital), a partir de la definición y características de las mercancías (valor de uso y valor de cambio). La circulación de mercancías es el punto de arranque del capital. La producción de mercancías y su circulación desarrollada, el comercio, forman las premisas históricas en que surge el capital. El capitalista intercambia dinero por recursos productivos y mercancías y éstas por dinero, obteniendo al fin una diferencia positiva o plusvalía. Lo que hace aumentar el valor de las primeras compras es el trabajo incorporado a las máquinas y primeras materias. Este trabajo incorporado tiene también un valor, el tiempo de trabajo necesario para su producción, o para la producción de los medios de subsistencia, y no sólo los imprescindibles para vivir, sino también los considerados socialmente como aceptables en función del grado de bienestar de la sociedad.
El valor de la mercancía producida va a tener tres componentes: el capital constante (material y maquinaria usado), el capital variable (capital invertido en la compra de la fuerza de trabajo) y la plusvalía. Siguiendo a Marx¹⁴, la plusvalía va a depender (o es la expresión) del grado de explotación del trabajador. Marx distingue entre trabajo necesario (parte de la jornada de trabajo en la que el trabajador produce el valor de su fuerza de trabajo y obtiene con ella sus medios de subsistencia) que sería el equivalente a su salario, y el trabajo excedente. La plusvalía (p) guarda con el capital variable (v) la misma proporción que el trabajo excedente con el trabajo necesario. La cuota de plusvalía (p/v) nos da la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital o del obrero por el capitalista.
La plusvalía producida depende de la magnitud del capital variable y del grado de explotación de la fuerza de trabajo. Como, por otra parte, la cuota de plusvalía depende de la relación entre la jornada de trabajo y el tiempo necesario, los dos métodos que existen para aumentar el grado de explotación son:
1. Prolongar la jornada de trabajo y
2. Disminuir el tiempo necesario (empleo de nuevas técnicas).
La máquina acorta el tiempo de trabajo necesario, pero puede eliminar puestos de trabajo, por lo tanto, el empleo de maquinaria por el capitalista implica una contradicción: con un capital dado, hace que aumente uno de los factores de la plusvalía (la cuota de ésta), disminuyendo el otro factor (el número de obreros empleados). El aumento de la composición técnica del capital camina pareja a la disminución de la masa de trabajo. Al producir capital, la población obrera produce también, en proporciones cada vez mayores, los medios para su propio exceso relativo, formando un contingente disponible dispuesto siempre a ser explotado a medida que lo reclamen las necesidades variables del capital, presionando sobre los obreros activos, que se ven obligados a someterse a sus imposiciones.
Gran parte de la obra de Marx está dedicada al estudio y la crítica de los trabajos de diversos autores anteriores: Petty, Davenant, Sismondi, Smith, Malthus y sobre todo Ricardo, recomponiendo sus teorías como una fase preparatoria para la suya. Con respecto a Ricardo, le criticó el confusionismo, por lo demás común a todos los clásicos, al no ser capaces de distinguir entre los conceptos trabajo y fuerza de trabajo y llega, por tanto, a los de plusvalía y explotación. Para Marx, la baja tendencial de la tasa de ganancia es consecuencia del progreso técnico, al variar la composición orgánica del capital, en tanto que para Ricardo es el resultado de una insuficiencia de progreso técnico. A pesar de coincidencias con Ricardo, Sismondi (1773-1842) es considerado como un auténtico precursor de Marx.
Malthus y Sismondi (que publican, uno y otro, sus Principios de economía política en 1819) “descubren en la crisis económica de 1816, en la que Ricardo sólo ve un acontecimiento excepcional, un fenómeno inherente al nuevo sistema económico”¹⁵. Marx profundiza en esa idea. Se siente atraído por Sismondi (en cuyas teorías ya se esboza el concepto de plusvalor) que se declaraba “impresionado por el número de manufacturas que sin esperar las necesidades y la demanda del público, vuelcan en el mercado productos que superan infinitamente las posibilidades de comprar de ese público”.
El elemento de progreso que incorpora Marx es la diferenciación en la producción entre un sector de bienes de consumo y otro de bienes de producción, los cuales son objeto de una demanda específica por parte de los capitalistas en función de los beneficios. Esto le permite concluir que la crisis no vendrá tanto de la insuficiencia de capitales como de sus excesos en relación a la demanda solvente. Es el problema de la “realización del producto” en Marx. Y escribe “llega un momento en que el mercado parece demasiado estrecho para la producción”. Al tratar el desencadenamiento y desarrollo de la crisis distingue una causa profunda, enraizada en el carácter del modo de producción, de una causa inmediata: el resultado de la superinversión provocará una caída de la tasa de beneficio, que puede acentuarse por la propia tendencia decreciente de la misma. La crisis de sobreproducción juega un papel regulador junto con la tasa de beneficio y la movilidad del capital.
“Para los economistas clásicos ortodoxos, la tarea principal de la teoría económica era la elaboración de un modelo de desarrollo económico y el uso de ese modelo para identificar los tipos de política pública que fomentaban el desarrollo y los que lo retrasaban. Para Marx y sus seguidores, la finalidad de las teorías económicas es poner al descubierto el mecanismo a través del cual actúa el capitalismo como sistema de explotación y demostrar que el capitalismo, como todos los sistemas económicos que le precedieron, genera inevitablemente fuerzas que llevan a su destrucción y sustitución”¹⁶.
Cómo ya se ha observado, la visión de los clásicos sobre el crecimiento se basaba en las previsiones demográficas de Malthus y la teoría de los rendimientos decrecientes de Ricardo, Malthus y West. Según estos, el incremento demográfico y los rendimientos decrecientes conducirían a una mayor presión de los salarios de subsistencia en detrimento de los beneficios y la acumulación de capital, lo que conduciría inevitablemente al estado estacionario, cuya llegada sólo podría ser retardada propiciando la acumulación del capital (progreso técnico) y favoreciendo el comercio internacional. La preocupación por la acumulación de capital les llevo a plantearse el problema de la distribución, y éste, a su vez, a la teoría del valor.
El método defendido por la Escuela Clásica provoca discrepancia en un grupo de economistas alemanes que, ante lo que ellos consideraban una excesiva abstracción y universalidad en la formulación de las leyes económicas, reclaman la necesidad de afrontar la comprensión de los fenómenos económicos no solo a través del simple razonamiento abstracto sino con la perspectiva que da el conocimiento histórico. En torno a este pensamiento germina en el decenio de 1840 lo que habría de conocerse como escuela Histórica Alemana, con las obras de Friedrich List (1789-1846) y Wilhelm Roscher (1817-1894), extinguiéndose con la primera guerra mundial a la muerte de Gustav Schmoller (1838-1917)¹⁷ .
Los economistas de la escuela histórica insistieron en la importancia de estudiar la economía desde una perspectiva histórica, como parte de un todo integrado, asumiendo un enfoque evolucionista en su estudio de la sociedad. La sociedad está en constante cambio. Por tanto, la doctrina económica adecuada para un país en un periodo determinado puede serlo para otro país u otra época. Criticaba las características de abstracción, deductividad, falta de realismo y tendencia histórica de la metodología clásica. Frente a la universalidad e inmutabilidad que los clásicos otorgan a los principios y leyes económicas, resultado de la supuesta inmutabilidad de las instituciones y conductas del individuo, los históricos postulan la relatividad y la variabilidad de las leyes económicas. Ello les lleva, por ejemplo, a defender el laissez-faire y el libre comercio para Inglaterra pero no para Alemania.
Con su defensa de la investigación empírica los economistas históricos suscitaron la inquietud de muchos de sus contemporáneos, promoviendo el estudio de aspectos que habían quedado relegados durante la etapa clásica. Si bien, es verdad que no lograron culminar la formulación de las leyes que rigen el desarrollo económico, ni definir el método histórico para la investigación económica, consiguieron, eso sí, el papel en el desarrollo de la historia, anticipándose en este sentido al pensamiento de Marx. Con ellos se produjo, por lo demás, un profundo proceso de discusión de los planteamientos metodológicos.
La defensa del sistema clásico provino de un sector ligeramente desplazado con respecto a la corriente central de la ciencia económica. Se trataba del utilitarismo. Situado en la herencia histórica de la economía política del siglo XVIII, fundado como sistema de pensamiento por Jeremy Bentham (1748-1832)¹⁸.Y revisado por John Stuart Mill (1806-1873) el utilitarismo aporta un enfoque que se ha extendido principalmente en la Teoría Económica, la ciencia política y la filosofía moral, campos en los que aparece como una de las grandes corrientes que presiden los desarrollos actuales. Como teoría analítica, se basa en los siguientes supuestos. En primer lugar, el indivualismo metodológico, que implica una toma de partido por la autopreferencia o el criterio de cada uno es quien mejor puede decidir sobre sus propios intereses, y una consideración de que los deseos de todos los individuos tienen la misma dignidad. En segundo lugar, la capacidad racional de los individuos de ordenar sus preferencias y fijar sus objetivos y de elegir los medios adecuados para conseguirlos.
Toda la obra de J.S.Mill (1806-1873) es una tentativa de construir una concepción ética del utilitarismo a partir de la crítica del primer sistema de pensamiento benthamiano. Mill sistematiza gran parte de las ideas posteriores a Ricardo tanto en Inglaterra como en Francia. Distingue, como los clásicos entre un valor temporal y un valor permanente o natural. El primero depende de la demanda y de la oferta, y el segundo del coste. A propósito del coste hay una distinción en Mill importante: la oferta de algunos bienes puede ser ampliada indefinidamente sin que ello comporte un aumento del coste. Para estas mercancías la demanda no tendría ninguna influencia cuantitativa sobre el valor. Habría mercancías cuya oferta podría ampliarse indefinidamente con sucesivos aumentos de coste. Mill recoge las ideas de Say y de Senior, y define primero el coste como la suma de los gastos de los empresarios para preguntarse después qué es, en última instancia el coste de producción y dar un concepto de coste “real” como suma de trabajo, abstinencia y riesgo del empresario. Pero la forma como estos elementos del coste real dan lugar en el mercado a los precios que se han de pagar por las mercancías no es llevado muy lejos por Mill¹⁹.
En The Principles of Political Economy²º, Mill establece el laissez-faire como uno de los principios secundarios derivados del principio de la utilidad, aunque con excepciones suficientemente numerosas para que en él haya podido percibirse un precedente de la teoría de los fallos del mercado en que más tarde se apoyaría la teoría económica del bienestar. Según Mill, hay intervenciones del Estado necesarias (leyes sobre la propiedad y los contratos, administración de justicia, policía, impuestos) e intervenciones facultativas, entre las cuales algunas son legítimas y otras erróneas porque deben realizarse de un modo autoritario.
El paso del tiempo quitó la razón a los clásicos en sus predicciones sobre el estado estacionario y a los marxistas en su visión sobre el desarrollo del capitalismo, lo que impulsó a nuevos planteamientos en el ámbito económico, como fue el caso de la revolución marginalista, a cuya sombra nace, en el último tercio del siglo XIX, la escuela neoclásica²¹ con la aparición simultánea e independiente de los trabajos de W.S. Jevons (1835-1882), Karl Menger (1840-1921) y León M. E. Walras (1834-1910)²² entre 1871 y 1874.
Schumpeter, en su Historia del análisis económico, acepta la continuidad de los neoclásicos, señalando que mantienen la misma “visión” que los clásicos del proceso económico y del progreso hacia el que éste ha de apuntar²³, lo que no quita que reconozca y enumere las diversas aportaciones neoclásicas al aparato analítico de la ciencia económica que la hicieron ganar en precisión y en coherencia interna.
Esta ganancia en precisión y coherencia aparecía asegurada por el continuo recurso al análisis matemático, que ofrecía una apariencia de ruptura con las obras de los economistas clásicos. Pero tal ruptura es más formal que otra cosa, pues el mismo método de investigación empleado por los neoclásicos muestra una continuidad hacia el pasado de esta ciencia.
Se abandona la teoría del valor-trabajo por una teoría subjetiva del valor (utilidad marginal), haciendo de las apreciaciones subjetivas la base del establecimiento de los precios relativos. Para un neoclásico, lo que da valor a un producto (o servicio) no es la satisfacción total proporcionada por su posesión y uso, sino la satisfacción y el goce –la utilidad-procedente de la última y menos deseada adición al consumo de un individuo dado. Lo mismo sucede con los costes marginales por el lado de la oferta.
Suponiendo la homogeneidad de la fuerza de trabajo y omitiendo las diferencias de habilidad y diligencia, el salario era fijado por el valor de la contribución del último trabajador disponible a la producción y los rendimientos. De este modo nadie podía pedir una remuneración superior a su contribución marginal a la empresa. Los excesos en materia de procreación podían incrementar la oferta de trabajadores y disminuir el rendimiento marginal, que de este modo era susceptible de caer a niveles de subsistencia.
A su vez, el interés del capitalista se explicaba en forma similar: quedaba establecido por la última y menos rentable unidad de inversión. Tendría lugar un equilibrio entre el rendimiento marginal del capital y el incentivo necesario para atraer al ahorrador individual. Se separaba del interés el beneficio, que compensaba el riesgo.
El análisis neoclásico intenta demostrar que el libre juego de los mercados (el de trabajo, el de bienes, ...) pretende maximizar las preferencias de los agentes teniendo en cuenta la limitación de los recursos de partida disponible. Este análisis es a la vez descriptivo –en la medida que considera la organización social ordenada alrededor de los mercados-, y normativo, toda vez que al libre funcionamiento de estos mercados permite obtener el “óptimo social”.
Vemos, pues, que el centro de la atención del análisis neoclásico está constituido por el mercado, en el seno del cual los agentes económicos realizan las operaciones, definidas como la maximización de sus preferencias bajo la limitación que supone la escasez. En este contexto, es lógico que la Economía fuera definida como “la ciencia que estudia las condiciones que debe satisfacer la conducta humana para conseguir un placer máximo con un costo mínimo en forma de penosidad”²⁴.
Entre los precursores del marginalismo destaca, por su profunda visión del sistema económico Alfred Marshall (1842-1924). Sus Principios de Economía, publicados en 1890, fueron, en un sentido significativo, una cota en el desarrollo de la disciplina de la Economía, constituyendo quizá el manual más relevante durante la primera parte del siglo actual. Con dicho libro captó el espíritu académico de la época sintetizando los análisis clásico y neoclásico del coste y de la utilidad, produciendo una sólida maquinaria para el análisis económico²⁵ .
Marshall fue mucho más que un simple sintetizador. Su método de equilibrio parcial se utilizó como un elemento que homogenizaba las diferentes ramas de la teoría. El uso del tiempo conceptual, que se encuentra en el corazón de su método, constituía una contribución densa y original a la teoría y a la política económica moderna. Además de numerosos descubrimientos teóricos, Marshall no dejó nunca de tocar un concepto “recibido” sin ampliarlo o mejorarlo.
Para Marshall todos los métodos científicos han de ser utilizados por el economista y no existe ningún método de investigación especial que pueda llamarse con propiedad método de la Economía, sino que cada uno de los conocidos debe utilizarse cuando corresponda, ya sea aisladamente o en combinación con otros. No obstante, Marshal pone énfasis en la inducción y se muestra desconfiado con el método exclusivamente abstracto. Esta posición metodológica le lleva a valorar positivamente, aunque con matices, la aportación de la Escuela Histórica Alemana²⁶.
El fondo de la teoría marshalliana del valor es que toda cantidad de una cierta mercancía tiene un precio de demanda y un precio de oferta; el primero es aquel precio en correspondencia del cual el mercado está dispuesto a absorber dicha cantidad; el precio de oferta es aquel por el cual los productores ponen a disposición del mercado dicha cantidad. De aquí se obtienen las curvas de oferta y demanda, siendo la cantidad efectivamente cambiada aquella que iguala ambos precios. Pero lo que determina la demanda es la utilidad y lo que fija la oferta es el coste.
El coste es para Marshall la suma de todos aquellos sacrificios que toda producción comporta: el implícito en el trabajo y el que lleva consigo el aplazamiento del consumo necesario para la formación de capital (la abstinencia de Senior, en Marshall es la espera). El precio de oferta de una determinada cantidad de bienes es exactamente la remuneración conjunta que es preciso ofrecer para que se efectúe aquella suma de sacrificios necesaria para la producción de dicha cantidad. Por lo tanto, las causas últimas del valor son la utilidad que tienen todos los bienes para satisfacer las necesidades y los sacrificios que es preciso aceptar para tener la disponibilidad de estos. La teoría del valor de Marshall puede así considerarse como la expresión más rigurosa y completa de la línea teórica de J. S. Mill²⁷ .
Marshall sostiene que el ideal es ir hacia el estudio del sistema económico como un organismo que evoluciona en el tiempo histórico –a la manera de los institucionalistas americanos-. Si bien no se niega el valor de la contribución neoclásica a la economía proporcionando una explicación rigurosa de la determinación de los precios en el equilibrio estacionario de largo plazo, tampoco debe ignorarse el limitado propósito de esta clase de análisis y su alejamiento de los problemas prácticos.
Marshall tuvo desde un principio la esperanza de atraer a las cuestiones económicas a jóvenes con formación matemática. Aspecto este que no se produce hasta la década de los 30, cuando de la mano de miembros como Sraffa, Kaldor y Keynes, las matemáticas se utilizan profusamente. En este sentido hay que constatar que los estudios de la teoría del capital de la Escuela de Cambridge son modelos básicamente matemáticos.
La influencia marshalliana provoca un renacimiento de la economía monetaria, un creciente interés de los problemas macroeconómicos, inexistente en los primeros marginalistas. Representantes de este resurgir monetario son Knut Wicksell (1851-1926) e Irving Fisher (1867-1947).
En los inicios del siglo XX la ciencia económica cobra un reconocido prestigio, fundamentado en la solidez y coherencia de su estructura teórica. Se pueden ordenar los diferentes autores económicos estableciendo cuatro líneas de desarrollo:
• el institucionalismo
• la economía del bienestar
• la competencia imperfecta
• el crecimiento económico
En lo que se refiere a los institucionalistas, podemos señalar que se trata de una corriente de pensamiento económico iniciada en Estados Unidos por Thortein Veblen (1857-1929) a fines del siglo XIX, que prácticamente se ha circunscrito a economistas de esta nacionalidad con algunas ramificaciones en Gran Bretaña²⁸.
Fueron unánimes en su rechazo del utilitarismo hedonista, así como del método abstracto-deductivo de los neoclásicos. En vez de buscar leyes generales de la economía introduciendo en el razonamiento hipótesis irreales, tienden a intensificar los estudios empíricos en especial la investigación acerca de las instituciones de cada sistema económico. Propugnan, por consiguiente, al igual que los pensadores de la escuela histórica alemana, el método empírico-inductivo. Fue precisamente a las universidades alemanas, a donde se dirigieron un gran número de estudiante norteamericanos interesados en las ciencias sociales en la séptima y octava década del siglo pasado. La escuela histórica alemana promovía la utilización de instrumentos empíricos del análisis como la estadística. Como señala Velarde, “ el contacto comenzó por medios variadísimos, pero algunos datos concretos informan por qué los intelectuales del joven país se interesan especialmente por la corriente germana de pensamiento”, señalando a continuación diversas causas afectas a la necesidad del desarrollo de una metodología y obtención de unos datos estadísticos de carácter económico, por cuanto “las teorías abstractas y las tradiciones históricas sin duda tienen su papel y su lugar adecuado, pero los estadísticos son los ojos del hombre de Estado, capacitándole para vigilar y escudriñar con visión clara y comprensiva la completa estructura y economía del cuerpo político”²⁹ .
El institucionalismo es ante todo una corriente de pensamiento no convencional. Se concentra en el problema básico de organización de la economía como un sistema, incluyendo en él al mercado. Mientras que la economía ortodoxa se centra en los problemas de asignación de recursos, distribución de la renta, determinación de los niveles de renta, empleo, precios y crecimiento, el institucionalismo estudia el recíproco impacto mutuo de la organización económica en los problemas de asignación de recursos y de crecimiento.
Otra crítica que recibió la escuela neoclásica vino de la mano de aquellos economistas que trataron de hacer una valoración global de las consecuencias de una política económica basada en el laissez faire, dando pie a lo que hoy conocemos como teoría del bienestar. Dentro de su argumentación está la valoración de los servicios que la ciencia económica rinde, como tal, al hombre inserto en la sociedad y no al individuo abstracto del modelo neoclásico. Como indican Oser y Blanchfield, “la economía del bienestar no es un sistema de ideas diferenciado y unificado. Se trata más bien de una corriente de pensamiento que interesa tanto a economistas de distintas escuelas como a otros que no pertenecen a ninguna”³º. Nombres de posturas muy distantes pueden incluirse en esta corriente de pensamiento, entre ellos J.A. Hobson (1858-1940) A. Pigou³¹ (1877-1959) y J.M: Clark (1847-1938).
Surge en los años 1920 y 1930 un grupo de economistas preocupados por establecer un esquema interpretativo que reuniese todos los diversos grados de competencia que se presentaban en la realidad: desde el monopolio hasta la competencia perfecta. A pesar de que algunos autores los tratan como una desviación del enfoque marginalista, “... del conjunto de proposiciones ahora publicadas que, aunque no entran en una discusión de la teoría marginalista del valor y la distribución, han sido elaboradas, sin embargo, para servir de base a una crítica de tal teoría”³².
Se puede considerar como indicador de esta corriente a P. Sraffa (1890-1983), quien en 1926 sentó las bases para una revisión de los conceptos de competencia hasta entonces vigentes E. H. Chamberlin (1899-1967) aportó su teoría de la competencia monopolística, llegando a la conclusión de que en condiciones de competencia imperfecta, el precio y el volumen de producción de equilibrio son más alto y más bajo, respectivamente, que los correspondientes a una situación de competencia pura.
No debemos olvidar dentro de este enfoque a J. Robinson, discípula de Marshall e influida por las ideas de Marx, que intentó dar una nueva explicación a las teorías de la explotación de la mano de obra basándose en los principios marshallianos. Notable fue, sin duda, su tratamiento sobre el monopolio.
La evolución de la realidad económica obligó a los economistas a enfrentarse con el problema de buscar una explicación teórica al hecho evidente de las perturbaciones y desajustes del proceso económico. Pero surge la dificultad de cómo construir una teoría del ciclo a partir de unos supuestos (clásicos, marginalistas) que negaban la posibilidad de las fluctuaciones económicas.
La teoría del crecimiento propuesta por J.A. Schumpeter (1883-1950) tiene su raíz en el modelo de equilibrio walrasiano, modelo que sólo es válido para una economía estacionaria pero que Schumpeter modificó dando cabida a los factores dinámicos, procurando de este modo explicar cual es el comportamiento dinámico de un sistema económico hasta que alcanza y se mantiene en equilibrio. Los resultados obtenidos de este análisis le permitieron realizar una interesante valoración de la totalidad del sistema económico capitalista.
Schumpeter al construir una teoría del crecimiento económico, nos brinda por añadidura una teoría del ciclo: la introducción de la innovación y la entrada de los primeros competidores en el campo constituyen la fase de prosperidad, con altos beneficios y expansión del mercado, mientras que el descenso de estos beneficios a causa de la avalancha de competidores constituye la fase de caída y depresión. Como señala Gabriel Tortella, “el logro intelectual de Shumpeter es muy considerable, porque consigue integrar elementos que antes de él parecian inasimilables: la teoría estática marginalista queda engarzada como una teoría del crecimiento por un lado, y una teoría del crecimiento capitalista se integra, por otro, en una teoría de los ciclos. Esto es algo que ni Marx ni Keynes lograron plenamente”³³.
El inconformismo latente acerca de la realidad de la teoría clásica y neoclásica se decanta hacia un proceso de maduración intelectual cuya cabeza principal es J.M. Keynes (1883-1946). Su revolución consistió más bien en un cambio de perspectiva que traería una visión más general y realista del problema económico. En su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, publicada en 1936, Keynes considera que enseñanzas de la teoría clásica engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales, ya que sus postulados sólo son aplicables a un caso especial que no se correspondía con la situación económica real.
Queremos centrar este comentario en una de las cuestiones más relevante del autor, como es el tratamiento de las insuficiencias de demanda efectiva. Ya hemos comentado en páginas anteriores que éste fue uno de los problemas que Ricardo no supo detectar. Era algo que Malthus había apuntado en sus “Principios... “ en 1820 afirmando que “... el principio del ahorro, llevado al exceso destruiría el móvil de la producción”. Para Ricardo, el ahorro estaba ligado a los capitalistas y, por consiguiente, significaba lo mismo que acumulación de capital. Además era muy socorrido para él acudir a la reconocida autoridad de Say, quien había afirmado que toda producción engendra su propia demanda. Esto dio lugar a una controversia entre Malthus y Ricardo en la que predominó la teoría más fuerte. Un siglo después, en la cumbre de su entusiasmo por Malthus, pudo exclamar Keynes: “Si Malthus y no Ricardo hubiera sido el tronco del que brotó la ciencia económica del siglo XIX cuánto más sabio y rico sería hoy el mundo”³⁴.
El principio básico que durante tanto tiempo permaneció oculto puede expresarse en forma concisa de la manera siguiente: entre los rasgos que diferencian la sociedad industrial de la agrícola existe uno que obliga a distinguir entre capacidad productiva y producción efectiva. Capacidad productiva no significa producción, sólo significa producción potencial. Para que pueda haber una producción efectiva, tiene que existir una demanda efectiva. En tanto exista capacidad ociosa que pueda utilizarse, las fluctuaciones de la demanda engendrarán fluctuaciones de la producción, mientras que los precios permanecerán más o menos inafectados. Sólo cuando la demanda rebase el nivel de utilización plena de la capacidad, el aumento de la demanda puede causar un incremento de los precios. El proceso de creación de renta seguirá, pero los aumentos de la misma lo serán sólo en valor monetario, porque en términos reales la producción no puede sobrepasar la capacidad productiva.
Por lo tanto, al perder la variación de los precios su influencia como mecanismo tradicional de respuesta, otro mecanismo de respuesta entra en uso. A las variaciones de la demanda, los productores responden variando la producción. En otras palabras, ante la proposición de Say de que “toda oferta crea su propia demanda”, Keynes planea que “la demanda engendra renta”. Esto tiene una implicación muy seria. Las variaciones de la producción suponen modificaciones en la utilización de la capacidad productiva existente y estancamiento. Una situación familiar a Keynes, que vive las secuelas de la Gran Depresión y oye a los profesionales de la tradición mantener que podía remediarse el paro reduciendo los salarios monetarios³⁵.
La sencillez del principio de la demanda efectiva nos lleva a preguntarnos porqué tarda tanto tiempo en manifestar su presencia. Ya se ha comentado en páginas anteriores que la cuestión fue apuntada, tanto por la izquierda ricardiana (Sismondi) como por Marx o por aquellos economistas preocupados por el estudio de los ciclos económicos (Tugan-Baranoswski o Rosa de Luxemburgo). Estos autores, cuyas ideas en este campo se recogen bajo el título de teorías del subconsumo (o de la sobreproducción) se vieron rebatidos por la teoría económica establecida: a comienzos del siglo XIX tomarían la forma de una simple enunciación de la ley de Say; a comienzos del XX bajo la forma más sofisticada de un planteamiento de equilibrio general en el que se consideran como dados los recursos totales y la competencia determina los precios de equilibrio, de modo que éstos conducen a la eliminación de excedentes o déficit en todos los mercados. A la gran mayoría del pensamiento oficial en Economía le resultaba impensable en los primeros 20 años de nuestro siglo que pudiera darse una situación de equilibrio con paro involuntario. Creencia que les lleva en Inglaterra en 1929 a oponerse a un programa de obras públicas con el argumento de que esto no podía tener otro efecto que el de aumentar el desempleo.
Las circunstancias en la década de los 30 eran favorables al cambio en el esquema de pensamiento. Dos economistas procedentes de mundos y formación muy diferentes Kalecki³⁶ desde Polonia partiendo de las ecuaciones de reproducción marxista y Keynes desde Inglaterra rebelándose contra Marshall, llegan independientemente a análogas conclusiones sobre el problema de la demanda efectiva.
La Teoría General del Empleo, publicada en 1936, podemos formularla de manera sencilla y rigurosa. Keynes, una vez definido el proceso básico de creación de la renta por la demanda efectiva, pasa a preguntarse qué es lo que determina la demanda efectiva. A la manera de los clásicos, distingue dos grandes grupos de agentes: consumidores y productores. La demanda efectiva será la suma de la demanda de bienes de consumo ( C -) y la de bienes de Inversión ( I ). Por tanto
Y = C + I
Y necesitamos una teoría del consumo y una teoría de la inversión. El consumo lo hace depender de la renta.
C = C ( Y )
Respecto de la inversión, Keynes opina que no depende para nada de la renta, en contraste con la teoría tradicional que no diferencia entre demanda de bienes de consumo y demanda de bienes de inversión. Para aquel, la inversión es función de la rentabilidad decreciente esperada de la misma (E) y del tipo de interés ( i ).
I = I ( E, i )
Al introducir i, Keynes piensa que, por una serie de razones (transacción, precaución y especulación).
I = i ( L, M )
siendo L la función de preferencia por la liquidez decreciente ( la demanda monetaria ) y M la cantidad de dinero emitida por la autoridad central.
En conclusión, dada la función de consumo, la tabla de eficiencia marginal del capital y la función de preferencia por la liquidez, y la oferta monetaria (exógena) las cuatro ecuaciones anteriores determinan las cuatro incógnitas Y, C, I, i.
La novedad del planteamiento con respecto a teorías anteriores es que muestra que no hay razón por la que el nivel de renta nacional tenga que acabar siendo precisamente el que corresponde a la plena utilización de la capacidad productiva y al pleno empleo de la fuerza de trabajo. La demanda para consumo depende de la renta y la demanda para inversión (determinada con independencia de la renta) se suma simplemente al consumo. Cuando se deja al sistema operar por sí mismo será un puro azar que se logre el pleno empleo. Habrá un equilibrio entre oferta agregada y demanda agregada, pero es un equilibrio con paro.
La importancia práctica de este análisis es que además de apuntar un gran problema del sistema capitalista sugiere su remedio. Manipulando matemáticamente³⁷el sistema de ecuaciones anterior podemos llegar a una relación que nos indique cual es el incremento en el flujo de renta neta por unidad incremental de inversión, o sea, el multiplicador keynesiano. Por tanto no hay necesidad de que el aumento de la demanda efectiva provenga de la inversión. Cualquier incremento autónomo de la demanda efectiva originará precisamente los mismos efectos multiplicadores. Por consiguiente, si la inversión corriente es demasiado baja para dar lugar a la plena ocupación, el Estado puede actuar a través del gasto público.
Un elemento de la concepción general de Keynes es su racionalismo abstracto: “ Dos elementos fundamentales de la concepción de Keynes sobre la naturaleza del conocimiento económico deben ser destacados: pragmatismo y racionalismo. Keynes no está preocupado en problemas de fundamentos del conocimiento económico ni por la elección de un gran sistema teórico con vocación de universalidad y permanencia, susceptible de ir siendo desarrollado a lo largo de lustros y siglos, porque no cree que ese tipo de costructo teórico sea útil ni acaso, posible: pero, por otra parte, su imperativo de conocimiento racional conduce, inevitablemente, a una metodología deductiva”³⁸.
Siguiendo a Pasinetti³⁹, podemos decir que el método de análisis de Keynes viene a ser básicamente el de Ricardo. La indicación más representativa en este sentido se encuentra en la manera directa de presentar Keynes sus supuestos. Como Ricardo, siempre busca lo esencial, selecciona las variables que considera más relevantes. La consecuencia característica de este procedimiento metodológico es que de Keynes surge, como de Ricardo un sistema de ecuaciones de tipo causal, en oposición al sistema de ecuaciones simultáneas completamente interdependientes. Contra la actitud común ente los teóricos del marginalismo de que “todo depende de todo”, Keynes (como Ricardo) asume como tarea el especificar qué variables son suficientemente interdependientes para estar mejor representadas por relaciones simultáneas, y qué variables muestran tal dominante dependencia en una dirección, y tan escasa en la dirección contraria, que se representan mejor por relaciones de dirección única. Otros rasgos de clara ruptura en los métodos keynesianos respecto a la tradición marginalista surgida 60 años antes son el empleo de variables macroeconómicas, la división de los agentes en grandes categorías (consumidores y empresarios ) y el propósito de determinar el tipo de interés ( y por tanto la distribución) fuera del campo de la producción.
La existencia de desempleo era incompatible con el equilibrio clásico, ya que toda oferta creaba su propia demanda. Con la llegada de la teoría keynesiana se demostró la posibilidad de que esa incompatibilidad no existiera. Con objeto de justificar la incapacidad del capitalismo liberal para funcionar sin situaciones prolongadas de desempleo laboral Keynes apeló a la existencia de rigideces en los mercados y especialmente en el funcionamiento del mercado de trabajo. Así mismo destacó la incidencia determinante de las expectativas sobre la demanda de inversión y sobre el desenvolvimiento de los ciclos económicos.
Es importante destacar que uno de los objetivos preponderantes de Keynes fue la lucha contra el desempleo, y que éste se podía atacar con medidas de política económica tendentes a incrementar el nivel de demanda agregada y, por tanto, de la renta nacional. En definitiva, Keynes establece una política económica para resolver los problemas de la sociedad postindustrial basada en una política anticíclica y redistributiva, cuya herramienta principal es el déficit presupuestario.
La Teoría General de Keynes ha sido y es motivo de fuertes controversias que estimularon de manera inevitable la evolución del pensamiento económico. Muchos autores siguen la línea keynesiana en sus escritos económicos, así podemos citar, entre otros, a J. R. Hicksº, que a través del análisis IS-LM pone de manifiesto la impotencia de las políticas económicas para eliminar los problemas que acechan a la economía: inflación y empleo.
El estudio del crecimiento y desarrollo económico desde la perspectiva keynesiana se debe principalmente a R. Harrod y E. D. Domar, en cuyos modelos de crecimiento tratan de establecer las condiciones que determinan una tasa estable del crecimiento equilibrado de la renta.
En esta línea de la teoría del crecimiento, aunque con puntos de vista diferentes al keysianismo, podemos situar a R. Solow, que en 1956 presentó las alternativas al keynesianismo en este aspecto proponiendo los modelos neoclásicos de crecimiento económico. Solow recibe críticas de J. Robinson y N. Kaldor, inspiradas en la concepción kaleckiana del ciclo económico, a quienes debemos los modelos postkeynesianos de crecimiento. Este tipo de modelos se fundamenta en un intento de conciliación entre las teorías de Keynes y Marx⁴¹.
Frente a la corriente de pensamiento económico keynesiano surge una escuela de economistas liberales, cuyos rasgos más generales, en opinión de Martinez-Echevarría⁴², son los siguientes:
• Un claro predominio del enfoque microeconómico o individualista de la Ciencia Económica.
• Un importante papel del dinero en la actividad económica.
Podemos destacar, como economistas más representativos de esta tendencia liberal, a L. Mises, F. A.Hayek (1899-1992) y M. Friedman, siendo este último el más vivo representante de la actuación económica a través de la teoría monetaria, en fuerte polémica con los keynesianos, defensores de las medidas de política fiscal.
La polémica suscitada entre ambas visiones de la economía sólo puede ser aminorada mediante la evidencia empírica, pero hasta el momento no ha existido la prueba que manifieste que una es superior a la otra.
Con todo, la crisis actual de la Economía es un hecho que no admite discusión. El motivo se dice que estriba en que las teorías ortodoxas han dejado de funcionar, lo que implica dar por hecho que en algún tiempo funcionaron, como se sugiere cuando se afirma que el éxito de la postguerra fue una consecuencia directa de las teorías keynesianas. Sin embargo, las técnicas de estimulación de la demanda a través del gasto público ya habían sido preconizadas, tanto en el campo teórico como en el práctico, antes de que se hubiese publicado la Teoría General. Por otro lado, las tareas de reconstrucción de postguerra hubieran procurado de cualquier modo el pleno empleo, aún cuando no hubiera existido una teoría al respecto.
A partir de los años ochenta cobra actualidad la llamada economía de la oferta, ante el fracaso que las políticas de demanda habían manifestado para solucionar los problemas generados por la variación de los precios relativos en las décadas precedentes.
En síntesis, sostiene que el nivel y la tasa de crecimiento de la producción pueden incrementarse significativamente mediante políticas diseñadas para promover una aumento de la eficiencia económica, una menor regulación, un incremento de la oferta de trabajo y unos mayores niveles en la formación de capital (ahorro e inversión). Desde esta nueva perspectiva, adquiere gran importancia la influencia que la política fiscal puede ejercer sobre la oferta de factores de producción y sobre la capacidad de crecimiento de la economía. Miembros destacados de esta corriente son : A. B. Laffer, y B. Bartlett ente otros.
Por otro lado, se han reconsiderado las premisas de la macroeconomía tradicional en lo que a las expectativas de los agentes económicos se refiere, introduciéndose así en el análisis económico el concepto de expectativas racionales.
Muchos economistas se han visto muy atraídos por la teoría de las expectativas racionales, apartándose de lo que Okun, Tobin, Modigliani, Solow y Samuelson llamarían postkeynesianismo ecléctico. Las críticas de Robert Lucas⁴³, Tom Sargent y Robert Barro han encontrado oídos receptivos⁴⁴.
Como afirma J. L. Raymond, la racionalidad de las expectativas supone que si los individuos cometen errores en sus previsiones, estos se limitan a los puramente inevitables, de suerte que sus expectativas se forman aprovechado, de forma completa y eficiente, la información disponible. En contra de la hipótesis tradicional sobre expectativas que consideraban que los agentes económicos las formaban a través del mecanismo “ad hoc”⁴⁵ .
Hasta las propias políticas discrecionales de estabilización fueron blanco de la crítica no ya por ineficaces, sino por considerarlas una fuente importante de inestabilidad económica. Las políticas económicas sistemáticas, esperadas y entendidas no pueden generar efectos reales, ya que los agentes económicos racionales, al anticiparlas, reaccionan de modo que las compensarán y neutralizarán. En opinión de L. A. Rojo, “la hipótesis de expectativas racionales señala acertadamente las perturbaciones que la variabilidad de las políticas de estabilización pueden provocar en el comportamiento de las economías al generar confusión en los agentes y desviar la atención respecto de la naturaleza de alteraciones cuya solución a través de lentos ajustes de carácter real puede resultar entorpecida en consecuencia⁴⁶.
Según Samuelson, “a las expectativas racionales los datos empíricos de los años ochenta les han sido casi tan poco favorables como al monetarismo. Los decididos esfuerzos del gobernador Volcker y otros directivos del banco central de la Reserva Federal por supeditar la política monetaria al control de la inflación / y de la estanflación) han tenido un coste en desempleo, producción perdida y beneficios perdidos que coinciden muy de cerca con las estimaciones anteriores de Okun, Tobin, George Perry y Robert J. Gordon, y que han sobrepasado con mucho las esperanzas de los seguidores de Lucas-Sargent, que esperaban irracionalmente estabilizaciones de bajo coste del tipo de la que impuso Schachts en 1923 para acabar con la hiperinflación alemana”⁴⁷.

1. GORDON (1985) pág.585.
2. Se extiende aproximadamente desde la aparición de la Riquea de la sNaciones en 1776 hasta la muerte de John Stuart Mill en 1873.
3. Otra reminiscencia fisiocrática también observable en Ricardo y Marx
4. EKELUND, R.B. y HEBERT, R.F. (1991)
5. Esta idea de que lo que se compra con dinero o con bienes se adquiere con trabajo parece que la tomó de su amigo David Hume (1711-1776), aunque la misma idea había sido expresada por su predecesor William Petty (1623-1687). El enigma de la diferencia entre valor de uso y valor de cambio tardaría en resolverse otro siglo o más, hasta que, en uno de los triunfos secundarios de la teoría económica, se descubrió el concepto de utilidad marginal. Según éste, el factor determinante es la necesidad o uso menos urgente, o marginal.
6. “Sobre esta base, David Ricardo formularía la ley de bronce de los salarios, según la cual la clase trabajadora percibe la remuneración mínima indispensable para su supervivencia”, GALBRAITH, J.K. (1993) pág. 80.
7. EKELUND, R..B. y HÉBERT, R.F. (1991) pág. 155.
8. RICARDO, D. (1821) pág. 19.
9. Puede verse una formulación matemática del modelo ricardiano en Pasinetti, L. (1974) pp 13 a 36.
10. En Quesnay, la evolución del sistema está totalmente controlada por la clase de los propietarios terratenientes. Si bien los fisiocrátas no desarrollan el análisis en términos de reproducción ampliada, si tienen el mérito, reconocido por Marx, de descubrir el papel del excedente económico y de sus detentadores en el proceso deaucmulación de capital.
11. ROSIER, B. (1975) pp.102 y ss.
12. RICARDO, D. (1821) pág.16.
13. ROSIER, B. (1975) pp.122y ss.
14. SWEEZY, P. (1942) pp. 71 y ss.
15. ROSIER, B. (1975) pág. 104.
16. GORDON (1995) pág. 594.
17. OSER, J. Y BLANCHFIELD, W.C. (1980)
18. La expresión utilitaria (utilitario) fue usada por primera vez por Jeremy Bentham hacia 1780.
19. NAPOLEONI, C (1956) pp. 1592 y ss.
20. Una de las principales contribuciones de John Stuart Mill a la historia de la disciplina que cultivó fue la que aportó como autor de lo que podría considerarse razonablemente como el primer libros de texto de economía plítica. Su obra Principles of Political Economy fue efectivamente utilizada con ese fin, y su sobresaliente calidad literaria no ha tenido rival hasta ahora.
21. Marginalistas y neoclásicos no son, sin embargo, términos qu se solapen: el marginalismo rebasa a Keynes y llega hasta nuestros días. En este periodo se internacionaliza el ámbito de la teorización ecnómica que hasta entonces había quedad prácticamente restringido a Inglaterra, creándose escuelas como la de Lausana (cuyas figuras más representativas fueron Walras y Pareto), la Austriaca (J.B. Clark, C. Menger, Bohm-Bawerk) y la Sjueca (K. Wicksell, G. Gassel, E.F. Heckscher y B. Ohlin).
22. Para Schumpeter, Walras es el economista más grande en el terreno de la teoría pura, la suya es la única obra que soporta una comparación con los logros de ls Física Teórica. La concepción del equilibrio general de Walras sintetiza muchos atibos clásicos sobre la idea de interdependencia en Ëconomía, esto es, la idea de que los fenómenos económicos están interrelacionados, de forma que los precios no son arbitrarios sino que pueden expresarse como un sistema de ecuaciones, cuyas incógnits –los precios- se determinan de forma simultánea.
23. Como señala Marshall en el prólogo a la primera edición de sus Principios – que pasaron a sustituir a los antiguos Principios de J. S. Mill como acreditado compendio del saber económico de la época- “la ciencia económica es, y debe ser, una disciplina de lento y continuo crecimiento”.
24. NAPOLEONI, C. (1968) pág. 650.
25. Cierto número de autores importantes contribuyó al corpus del análisis microeconómico neoclásico antes de la publicación de la obra clásica de Marshall. Cournot, dupuit, Jevons y Walras, por mencionar sólo a quienes realizaron las aportaciones más fecundas, se anticiparon a los intereses de Marshall.
26. MARCHANTE MERA, A y MARTÍNEZ SANCHEZ, J.M (1994)
27. MARCHANTE MERA ,A Y MARTÍNEZ SANCHEZ, J.M (1994)
28. Entre sus más importantes representantes podemos incluir, además del ya mencionado T. Veblen, a J.R. Commons A su vez, seguidor de Veblen puede considerarse a W. C. Mitchell, desarrollando una aproximación a la teoría de los ciclos económicos.
29. VELARDE, J. (1964)
30. OSER, J. Y BLANCHFIELD, W.C. (1980) pág. 435.
31. “Arthur C. Pigou fue el pionero en adoptar la expresión Welfare o bienestar enteoría económica (Wealth and Welfare, 1912) y autor sobre todo de The Economics of Welfare, 1920”, COLOMER, J: M. (1987) pág. 80.
32. SRAFFA, P. (1959) pág. 13.
33. TORTELLA, G. (1980)
34. PASINETTI, L. (1983) pág. 59.
35. KALECKI, M. (1973). Ver el prólogo de J. Robinson
36. Puede consultarse su demostración en “las ecuaciones de reproducción marxista y la moderana economía” (KALECKI, M.) en Marx and contemporary scientific thought (Publicaciones del Consejo Internacional de Ciencias Sociales, 1969).
37. HANSEN, A. (1976) pág. 80 y ss.
38. RUBIO DE URQUIA, R. (1990).
39. PASINETTI, L. (1974) pág. 59 y ss.
40. “En 1934, Hick y R.G. D. Allen (1904-1983) emprendieron una completa revisión de la teoría del valore en términos de cálculo. Hicks amplió después la nueva microeconomía neoclásica, en 1939 (Valor y capital), para incluir consideraciones dinámicas y monetarias. Su rigurosa presentación matemática de los componentes clave de la teoria económica llegó a ser con el tiempo un elemento estándar de la práctica moderna”. EKELUND, R..B. y HEBERT, R.. F.(1991) pp. 624-625.
41. MARTÍNEZ-ECHEVARRÍA, M.A. (1983) pág. 303.
42. MARTÍNEZ-ECHEVARRÍA, M.A. (1983) pág. 362.
43. R.E. Lucas ha sido distinguido recientemente como premio Nobel de Economia 1995 por “haber desarrollado y puesto en práctica la hipótesis de las previsiones racionales que transformaron radicalmente las bases de análisis macroeconómico y la visión de la economía” en palabras de la Academia de Ciencias, que destaca, de esta forma, a R. E. Lucas como el economista que ha tenido mayor influencia en el campo de la investigación y la previsión macroeconómic con base estadísitica desde los años setenta.
44. Estas críticas han debilitado un tanto las afirmaciones del monetarismo, deseinflando los males reales que puedan seguirse de la fluctuación de la oferta de dinero.
45. RAYMOND, J. L. (1986).
46. ROJO, L.A. (1982) pág. 68.
47. SAMUELSON, P. A. (1989) pág. 10.

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