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martes, 21 de marzo de 2023

La explotación capitalista patriarcal

 


La explotación capitalista patriarcal 

En los comentarios sobre la acumulación originaria, sobre la constitución de los mercados de fuerza de trabajo capitalista patriarcales, y sobre las formas salariales, hemos hablado implícitamente de la explotación. Sin embargo hay que precisar qué entendemos por la misma y cómo la podemos definir en términos capitalista patriarcales. En este apartado intentamos precisar dicha noción. En el Capítulo 2, retomaremos el problema de la explotación, central para poder hablar de clases sociales, pero en términos históricos, para señalar, precisamente, las luchas sociales que ha implicado. La explotación es precisamente uno de los problemas básicos que se pretenden afrontar mediante la institucionalización de dispositivos disciplinarios específicos que garantice la extracción regular de plusvalía. Ahí veremos que explotación y dominación e institucionalización son cuestiones estrechamente vinculadas. Para definir conceptualmente la noción de explotación que manejamos en esta investigación nos apoyamos en Marx, si bien deberemos ir más allá, para poder entender la explotación también en términos patriarcales. 

El planteamiento de Marx 

En el capitalismo la obtención de plusvalía no hay que buscarla en la extracción directa del producto, a través de la apropiación forzosa del trabajo asalariado: el trabajo se compra y se vende según su valor en el mercado, como cualquier otra mercancía puesto que el trabajador está liberado de las obligaciones inherentes al feudalismo o a la esclavitud (Giddens, 1989 [1973]). ¿Dónde está entonces la plusva- Las clases sociales como forma de interacción social. Una estrategia de aproximación 78 lía? Para contestar esta pregunta primero debemos clarificar que entendemos por valor. 

El valor: utilidad y cambio de la mercancía 

Según Marx, la mercancía es un objeto externo apto para satisfacer las necesidades humanas de cualquier clase. Toda mercancía tiene valor de uso y valor de cambio. Lo que da valor de uso a una mercancía es su utilidad. Es decir, el valor de uso sólo toma cuerpo en el uso o consumo de los objetos. Evidentemente, la utilidad está condicionada por las cualidades materiales de la mercancía sin las cuales no podría existir. Para Marx, los valores de uso forman el contenido material de la riqueza, cualquiera que sea la forma social de ésta, siendo, como mínimo en el capitalismo, el soporte material del valor de cambio (Marx, 2000 [1867]). A primera vista, el valor de cambio aparece como la relación cuantitativa, como la proporción en que se cambian valores de uso de una clase por valores de uso de otra, relación que varía constantemente en el tiempo y el espacio. Se trata pues de una relación comparativa. Es decir, lo que caracteriza la relación de cambio de las mercancías es el hacer abstracción de sus valores de usos respectivos. Es decir, para poder establecer una proporción entre mercancías, debe haber algo común a todas ellas (Marx, 1997 [1898]). Y ¿cuál es esa expresión común a la que se puede reducir los valores de una mercancía? Para Marx es el trabajo, 

“Para producir una mercancía hay que invertir en ella o incorporar a ella una determinada cantidad de trabajo. Y no simplemente trabajo, sino trabajo social. El que produce un objeto para su uso personal y directo, para consumirlo, crea un producto, pero no una mercancía. Como productor que se mantiene a sí mismo no tiene nada que ver con la sociedad. Pero, para producir una mercancía, no sólo tienen que crear un artículo que satisfaga una necesidad social cualquiera, sino que un mismo trabajo ha de representar una parte integrante de la suma global de trabajo invertido por la sociedad. Ha de hallarse supeditado a la división del trabajo dentro de la sociedad. No es nada sin los demás sectores del trabajo, y a su vez, tiene que integrarlos.” (Marx, 1968 [1898]: 39-40) 

Así, Marx considera las mercancías como valores exclusivamente bajo el aspecto de trabajo social realizado, o cristalizado. Las mercancías sólo se pueden distinguir las unas de las otras en cuanto representan cantidades mayores o menores de trabajo (Marx, 1968 [1898]). Por lo tanto, las mercancías vistas desde el valor de cambio las consideramos como productos del trabajo, prescindiendo de su valor de uso. Pero no productos de un trabajo real y concreto. Al prescindir de su valor de uso, prescindimos también de los elementos materiales y de las formas que los convierten en tal valor de uso. Todas sus propiedades materiales, útiles, nos dice Marx, se han evaporado, por lo que dejan de ser también productos del trabajo concreto. Es decir, 

“Con el carácter útil de los productos del trabajo, desaparecerá el carácter útil de los trabajos que representan y desaparecerán también, por tanto, las diversas formas concretas de estos trabajos, que dejarán de distinguirse unos de otros para reducirse todos ellos al mismo trabajo humano, al trabajo humano abstracto.” ( Marx, 2000 [1867]: 7) 

Ese denominador común de las mercancías es, como nos dice Marx, un residuo, un simple “coágulo” de trabajo humano indistinto. Es decir, de empleo de fuerza humana de trabajo, independientemente de la forma en que se usa. Así tomadas las mercancías, éstas, 

“(...) sólo nos dicen que en su producción se ha invertido fuerza humana de trabajo, se ha acumulado trabajo humano. Pues bien, considerados como cristalización de esta sustancia social común a todos ellos, estos objetos [mercancías] son valores, valores-mercancías.” (Marx, 2000 [1867]) 

Así pues la magnitud del valor de cambio es independiente de su valor de uso. Si bien, todo valor de cambio tiene por condición el valor de uso, porque no se intercambia algo si es inútil. Llegado a este punto cabe preguntarse ¿cómo se miden las cantidades de trabajo abstracto? Se miden, por el tiempo que dura el trabajo, mediante las horas, los días, etc. Evidentemente, nos dice Marx, para aplicar esta medida, todas las clases de trabajo se reducen a una unidad de medida que es el trabajo medio o simple. Así pues llegamos a la siguiente conclusión, 

“Una mercancía tiene un valor por ser cristalización de un trabajo social. La magnitud de su valor o su valor relativo [de cambio] depende de la mayor o menor cantidad de sustancia social que encierra; es decir, de la cantidad relativa de trabajo necesario para su producción. Por tanto, los valores relativos de las mercancías se determinan por las correspondientes cantidades o sumas de trabajo invertidas, realizadas, plasmadas en ellas. Las cantidades correspondientes de mercancías que pueden ser producidas en el mismo tiempo de trabajo son iguales. O, dicho de otro modo: el valor de una mercancía guarda con el valor de la otra mercancía la misma proporción que la cantidad de trabajo plasmada en la una guarda con la cantidad de trabajo plasmada en la otra.” (Marx, 1968 [1898]: 40-41) 

Si determinamos el valor de una mercancía por la cantidad de horas de trabajo invertidas en su producción, las mercancías tendrán tanto más valor cuantas más horas se tarde en producirlas. De ello, nos dice Marx, se podría deducir que cuanto más lento y torpe sea uno produciendo una mercancía más valor tendrá. Pero esto no es así. Se hace sobre la totalidad del trabajo social o tiempo de trabajo socialmente necesario. El tiempo de trabajo socialmente necesario es aquel que se requiere para producir un valor de uso cualquiera, en condiciones normales de producción y con el grado medio de destreza e intensidad de trabajo imperantes en la sociedad (Marx, 2000 [1867]). Así, por ejemplo, 

“Cuando en Inglaterra el telar de vapor empezó a competir con el telar manual, para convertir una determinada cantidad de hilo en una yarda de lienzo o de paño bastaba con la mitad de tiempo de trabajo que antes se invertía. Ahora, el pobre tejedor manual tenía que trabajar diecisiete o dieciocho horas diarias, en vez de las nueve o diez que trabajaba antes. No obstante, el producto de sus veinte horas de trabajo sólo representan diez horas de trabajo social, es decir, diez horas de trabajo socialmente necesario para convertir una determinada cantidad de hilo en artículos textiles. Por tanto, su producto de veinte horas no tenía más valor que el que antes elaboraba en diez.” (Marx, 2000 [1867]: 7) 

Con este ejemplo, se pone en evidencia que la cantidad socialmente necesaria de trabajo para producir una mercancía cambia constantemente, al cambiar las fuerzas productivas del trabajo aplicado. Cuanto mayores son las fuerzas productivas del trabajo, más productos se elaboran en un tiempo de trabajo dado; y cuanto menores son, menos se produce en el mismo tiempo. 

Así pues, el valor de cambio de una mercancía encierra el trabajo socialmente necesario que se ha invertido en su producción. Pero ese trabajo no sólo es del presente, actual, sino también del pasado, pretérito. La mercancía es histórica en tanto encierra en ella la historia del trabajo. Es decir, para calcular el valor de cambio de una mercancía tenemos que añadir a la cantidad de trabajo que hemos invertido en ella últimamente, la que se encerró antes en las materias primas con que se elabora la mercancía y el trabajo incorporado a las herramientas, maquinaria y edificios empleados en la producción de dicha mercancía (Marx, 1968 [1898]). 

La fuerza de trabajo y plusvalía 

La fuerza de trabajo del trabajador, para Marx es una mercancía y su costo de producción puede calcularse exactamente igual que el de cualquier otra mercancía. Siguiendo a Marx podemos entender la fuerza de trabajo como, 

“(…) el conjunto de las condiciones físicas y espirituales que se dan en la corporeidad, en la personalidad viviente de un hombre y que éste pone en acción al producir valores de uso de cualquier clase.” (Marx, 2000 [1867]: 121). 

La fuerza de trabajo es una mercancía muy especial, porque posee “la peregrina cualidad de ser fuente de valor”. Es decir, una mercancía cuyo consumo es al mismo tiempo materialización de trabajo y, por tanto, creación de valor. Es la única mercancía que posee esa cualidad. Cualquier otra mercancía, como mucho lo que hace es transferir su valor a una nueva mercancía, como por ejemplo, la maquinaria que produce un tejido. En cada metro de tela se transfiere una parte del valor de la máquina. Pero en el caso de la fuerza de trabajo, la cosa es distinta. No transfiere valor a la tela, sino que añade. Y esto se podrá comprender cuando analicemos el valor de la fuerza de trabajo. Por otro lado, el trabajo es el uso de la fuerza de trabajo. Es decir, bajo condiciones capitalista, el comprador de la fuerza de trabajo la consume haciendo trabajar a su vendedor. Éste se convierte en fuerza de trabajo en acción, en obrero, lo que antes era sólo en potencia (Marx, 2000 [1867]). Así, el trabajo objetiviza en la mercancía el consumo de la fuerza de trabajo comprada. Así mismo es muy especial, dado que es una mercancía que su despliegue implica prácticas sociales que pueden entrar en contradicción con su carácter de mercancía en el intercambio capitalista. 

El valor de la fuerza de trabajo se determina como cualquier otra mercancía, es decir, a través de la cantidad de trabajo necesaria para su producción. La fuerza de trabajo de un ser humano existe en su individualidad viva. Para poder desarrollarse y sostenerse, un ser humano tiene que consumir una determinada cantidad de artículos de primera necesidad. Además de estos artículos para su propio sustento, necesita otra cantidad para criar un determinado número de criaturas, llamadas a reemplazarle en el mercado de trabajo, y a perpetuarle como trabajador o trabajadora. Además también es necesario dedicar otra suma de valores al desarrollo de su fuerza de trabajo y a la adquisición de una cierta destreza. Así pues, el valor de la fuerza de trabajo se corresponde a las mercancías (que pueden ser bienes o servicios) necesarias para su supervivencia. Éstas se expresan en el salario, que no es otra cosa que el precio de la fuerza de trabajo. Y un precio no es otra cosa que la expresión en dinero del valor64 (Marx, 1968 [1898]). 

 64 El precio de una mercancía, como hemos dicho expresa su valor, pero no sólo eso. Cuando el precio de mercado no hace más que expresar la cantidad media de trabajo social que, bajo condiciones medias de producción, es necesaria para abastecer el mercado con una determinada cantidad de un artículo, decimos que el precio de una mercancía en el mercado coincide con su valor. Sin embargo, al precio que coincide con el valor, o precio natural, le afectan las oscilaciones de mercado, que unas veces exceden del valor o precio natural i otras veces quedan por debajo de él. Y esas oscilaciones dependen de las fluctuaciones de la oferta y la demanda, por lo que se produce una desviación constante respecto de los valores. (Marx, 1898)

Así pues, 

“El capitalista compra esta fuerza de trabajo por un día, una semana, un mes, etc. Y una vez comprada, la consume, haciendo que los obreros trabajen durante el tiempo estipulado. (...) Los obreros cambian su mercancía, la fuerza de trabajo, por la mercancía del capitalista, por el dinero, y este cambio se realiza guardándose una determinada proporción: tanto dinero por tantas horas de uso de la fuerza de trabajo. Por tejer durante doce horas, dos marcos. Y estos dos marcos ¿no representan todas las demás mercancías que pueden adquirirse por la misma cantidad de dinero? En realidad, el obrero ha cambiado su mercancía, la fuerza de trabajo, por otras mercancías de todo género, y siempre en una determinada proporción. Al entregar dos marcos, el capitalista le entrega, a cambio de su jornada de trabajo, la cantidad correspondiente de carne, de ropa, de leña, de luz, etc. Por tanto, los dos marcos expresan la proporción en que la fuerza de trabajo se cambia por otras mercancías, o sea el valor de cambio de la fuerza de trabajo.” (Marx, 1987 [1891]:32) 

La plusvalía en el capitalismo surge de la diferencia entre el valor de la fuerza de trabajo, que se determina por el tiempo socialmente necesario para su producción, -para producir aquello que necesita para vivir en una formación social dada-, y el valor que produce durante su venta en las condiciones capitalistas de producción, 

“El que para alimentar y mantener en pie la fuerza de trabajo durante veinticuatro horas haga falta media jornada de trabajo, no quiere decir, ni muchos menos, que el obrero no pueda trabajar durante una jornada entera. El valor de la fuerza de trabajo y su valoración en el proceso de trabajo son, por tanto, dos factores completamente distintos. Al comprar la fuerza de trabajo, el capitalista no perdía de vista esta diferencia de valor. El carácter útil de la fuerza de trabajo, en cuanto apta para fabricar hilado o botas, es conditio sine qua non, toda vez que el trabajo, para poder crear valor, ha de invertirse siempre en forma útil. Pero el factor decisivo es el valor de uso específico de esta mercancía, que le permite ser fuente de valor, y de más valor que el que ella misma tiene. He aquí el servicio específico que de ella espera el capitalista. Y, al hacerlo, éste no se desvía ni un ápice de las leyes eternas del cambio de mercancías. En efecto, el vendedor de la fuerza de trabajo, al igual que el de cualquier otra mercancía, realiza su valor de cambio y enajena su valor de uso. No puede obtener el primero sin desprenderse del segundo. El valor de uso de la fuerza de trabajo, o sea, el trabajo mismo, deja de pertenecer a su vendedor, ni más ni menos que al aceitero deja de pertenecerle el valor de uso del aceite que vende. El poseedor del dinero paga el valor de un día de fuerza de trabajo: le pertenece, por tanto, el uso de esta fuerza de trabajo durante un día, el trabajo de una jornada. (...) El hecho de que el valor creado por su uso durante un día sea el doble del valor diario que encierra [la conservación diaria de la fuerza de trabajo] es una suerte bastante grande para el comprador, pero no supone, ni mucho menos, ningún atropello que se cometa contra el vendedor [se compra y se vende la fuerza de trabajo por su valor en el mercado].” (Marx, 2000 [1867]: 144-145) 

Esto nos lleva a dos clases fundamentales: los capitalistas, propietarios de los medios de producción que extraen y se apropian de la plusvalía, y los trabajadores65 , propietarios de su fuerza de trabajo que no tienen más remedio que venderla, productores de la plusvalía que se apropia y extrae los capitalistas. 

  65 En este punto no hacemos distinciones entre si los trabajadores son contratados directamente por la empresa, o bien son trabajadores autónomos dependientes de la misma. La relación fundamental es la misma, al ser ambos trabajadores que dependen en exclusiva del empresario que compra su fuerza de trabajo para acceder a los medios de vida. La diferencia está en las condiciones y formas de extracción de excedente, especialmente desde el punto de vista de los dispositivos disciplinarios a los que están sometidos.

Pero para que la plusvalía se convierta en capital es necesaria su valorización a través de la venta de las mercancías producidas (debe incorporarse en la dinámica D-M-D). Es decir, la explotación se valoriza en la venta de las mercancías. Eso implica que la acumulación de capital, necesita de los dispositivos disciplinarios de extracción de excedente pero al mismo tiempo de dispositivos comerciales que garanticen su venta. Lo cual quiere decir que una empresa puede cerrar porque no ha valorizado en la venta la extracción de excedente que ha acometido en los procesos de producción. 

Por lo tanto, la noción marxiana de explotación significa que una persona es explotada si realiza mayor trabajo del necesario para producir los bienes que consume. Si produce sus propios bienes de consumo, el criterio de explotación se reduce a saber si produce también bienes para el consumo de otros. Éste era el caso del feudalismo donde los siervos trabajaban algunos días su propia tierra y el resto de la semana la tierra del señor. A la inversa, una persona es explotadora si trabaja menos horas de las necesarias para sostener su consumo (Elster, 1991 [1986]). 

La explotación y el patriarcado 

Podemos aplicar el planteamiento de Marx sobre la noción de explotación al ámbito patriarcal: las relaciones de explotación entre amas de casa y ganadores de pan que hemos apuntado anteriormente. La explotación en este caso implica una transferencia de trabajo, a cambio de especies, en el caso de las amas de casa en exclusiva, y a cambio de nada o de una "ayuda" en las tareas domésticas que realiza por parte del ganador de pan, en el caso de las amas de casa que tienen un empleo. 

Replantear la noción de explotación implica en primer lugar reconsiderar los límites que se habían establecido en las interpretaciones marxistas sobre la explotación que la restringían al contexto de producción de mercancías físicas (siendo, quizás, el representante más destacado de esta posición Poulantzas, 1977 [1974]). Si los valores de uso adquieren la forma de servicios, y si la producción de estos servicios está destinada al mercado, no hay razón que impida afirmar que la producción no material genere plusvalor del mismo modo que lo hace la producción de mercancías físicas (Wright, 1983 [1978]). De hecho Marx ya ofrece una lectura de la producción más amplia que ese tipo de reinterpretaciones. En especial nos referimos al pasaje sobre la fábrica de salchichas,

"Más, por otra parte, se restringe el concepto de trabajo productivo. La producción capitalista no es sólo producción de mercancías, sino que esencialmente es producción de plusvalía. El obrero no produce para sí sino para el capital. Por tanto, ya no basta con que produzca en términos generales. Tiene que producir plusvalía. Sólo es productivo el obrero que produce plusvalía para el capitalista o que sirve para la autovalorización del capital. Si se nos permite un ejemplo fuera de la esfera de la producción material, un maestro de escuela será productivo no sólo cuando elabora las mentes de los niños, sino cuando moldea su propio trabajo para enriquecer al empresario. El que este último haya invertido capital en una fábrica de enseñanza en vez de una fábrica de salchichas, no cambia en nada la relación. Por eso, el concepto de trabajo productivo no incluye, de ningún modo, simplemente una relación entre la actividad y el efecto útil, entre obrero y producto del trabajo, sino también una relación específicamente social, de origen histórico, que convierte al obrero en medio directo de valorización del capital". (Marx, 2000 [1867]: 256) 

Un primer paso es replantear en qué contextos se produce excedente. Sin embargo, la noción sigue limitada, en cuanto se entiende la explotación como el diferencial entre lo que produce y lo que vale la fuerza de trabajo en el mercado capitalista. Es precisamente como entendamos lo que es el trabajo productivo, lo que nos permite aplicar la noción de explotación a las relaciones patriarcales. El camino es el de entender, como han hecho diversas autoras (Izquierdo, 1998a, 1998b; Delphy, 1985 [1970]; Walby, 1994, 1986a, 1986b) que fundamentalmente el trabajo productivo es trabajo abstracto que se transfiere en el proceso de producción, sea esta capitalista sea patriarcal. Sin negar que el trabajo productivo en el capitalismo conduce a la plusvalía, como vimos, se puede leer desde el punto de vista de la transferencia de trabajo. Desde esta óptica entonces se puede entender la relación de explotación entre amas de casa (lo sean en exclusiva o con empleo) y los ganadores de pan (que no realizan trabajo doméstico o lo realizan parcialmente). Pero no se trata sólo de una simple transferencia, se trata de una apropiación de trabajo. Como ha puesto en evidencia Roemer (1989 [1982]), si hablamos de la explotación como transferencia de trabajo se producirían situaciones paradójicas en las que determinadas relaciones, entre ricos y pobres, serían de explotación, donde los segundos explotan a los primeros. Si usáramos un ejemplo desde el punto de vista del trabajo doméstico, sería como decir que la crianza de los niños es una relación de explotación donde éstos explotan a sus madres. Una de las formas de evitar este tipo de problemas es entender que la transferencia de trabajo que se lleva a cabo en este tipo de interacciones consiste en una apropiación del mismo entre seres humanos que no corresponde a la transferencia que se hace a los seres humanos dependientes. Algunas autoras, como Bubeck (1995), consideran que este tipo de trabajo es el que se puede denominar trabajo de cuidado y que las mujeres son explotadas como cuidadoras dado que la orientación al cuidado no les permite defenderse de la explotación, que consiste en asumir toda la carga del cuidado de los dependientes y de quienes se pueden cuidar por sí mismos. 

Así mismo, hay que tener en cuenta que la transferencia de trabajo entre los sujetos que interactúan no sólo corresponde a la explotación. De hecho, la transferencia de trabajo se puede conceptualizar de formas distintas según que vínculos sociales se establecen entre los seres humanos en sus interacciones. Izquierdo (1998a, 1998b), apoyándose en Polanyi (1989 [1944]) y en Mingione (1993 [1991]), nos ofrece la siguiente tipología de vínculos sociales, como categorías analíticas, de los cuales la explotación implicaría el robo66 . 

La reciprocidad: requiere simetría, el emparejamiento de relaciones individuales que favorece la circulación de bienes y servicios. Comporta que los bienes y servicios reproducidos, al menos una parte sea para que lo consuman otros, con los que nos une una relación personal de ayuda. La mutua ayuda no implica necesariamente una compensación inmediata, ni a la persona de la que se recibe la ayuda, sino una garantía de compensación que se puede posponer en el tiempo o desplazar a otra persona. De lo que se trata es de que haya una devolución, pero la devolución se puede producir de muchos modos. Ésta es la que se produce entre madres e hijas y padres e hijos, que implican el compromiso de continuar las relaciones, siendo un mecanismo de reproducción social, al comprometerse la hija a hacer con su hija lo que hizo su madre con ella, y el hijo lo mismo con relación al padre. En cambio no hay reciprocidad, mutualidad, entre ganador de pan y ama de casa dado que ésta es patrimonio de aquél (Izquierdo, 1998b: 298-302). 

La redistribución: requiere centralidad, la figura de un jefe que centralice los bienes y servicios producidos y los distribuya. Una parte importante de la actividad redistribuidora puede ir encaminada a preservar la posición de poder que se ocupa, si consideramos que el cabeza de familia tiene la función redistribuidora podría reforzar su posición al hacer la redistribución (Izquierdo, 1998b: 298). 

66 Lo que no quita, como en cualquier ámbito social, que en las interacciones se mezclen esos vínculos y a veces no esté muy claro cuales priman. Esto es especialmente válido en la relación ama de casa y ganador de pan, en tanto la relación de explotación al mismo tiempo está inmersa en relaciones afectivas, por lo que a veces es fácil pasar del regalo al robo y del robo al regalo, en nombre del amor.

El mercado: el intercambio mercantil requiere la mediación del dinero. A cambio de dinero se producen bienes o parte de bienes, y con ese dinero se obtienen otros bienes en cuya producción no se ha intervenido y con cuyos productores no hay otro vínculo que el intercambio de dinero por producto. No hay intereses comunes, sino opuestos, "yo tengo lo que no quiero, un producto, tú tienes lo que quiero, dinero", o a la inversa (Izquierdo, 1998b: 298). En el mercado se desarrollan la mayor parte de actividades de los ganadores de pan, los cuales no tienen elección sobre las condiciones de producción de sus vidas, la pérdida efectiva de control sobre sus vidas, sufrimiento que se sostiene por sentir que están obligados a mantener una familia, va acompañada de una posición de poder, respecto del resto de los miembros de su familia, jamás igualada. Las cuatro paredes del hogar quedan cerradas al exterior como no lo estuvieron antes y su familia depende vitalmente de los ingresos que aporta. Cómo no esperar afectos ambivalentes con relación a su familia, amor que les conduce a soportar cosas que por sí mismos no soportarían, odio porque atribuyen a sus responsabilidades familiares, el fracaso de su proyecto personal de vida (Izquierdo, 1998b: 301). 

El autoabastecimiento: sería la producción directa de bienes y/o servicios, para la satisfacción de las propias necesidades. En su expresión más próxima al tipo ideal, exige una relación inmediata con la naturaleza, o mediada por instrumentos de producción construidos por uno o una misma. En lo que se puede denominar actividades de autoabastecimiento intervienen los demás directa o indirectamente. Si cultivamos nuestros propios tomates, nos estamos autoabasteciendo en tanto los produzcamos para nuestro consumo individual, pero usamos fertilizantes, o semillas, o azadas que han producidos otros, y conocimientos que nos han facilitado (Izquierdo, 1998b: 299). 

El don o regalo: con el regalo no se establece equivalencia entre lo que das y lo que recibes. Para que el regalo lo sea, requiere sacrificio, pérdida, dejar de tener sin esperar compensación, o más allá de cualquier compensación que se pueda recibir. El regalo, como el autoabastecimiento es una declaración de autonomía, pero el autoabastecimiento no requiere testigos y sí los requiere el regalo. Tanto el regalo puro como el autoabastecimiento, son prácticamente imposibles, porque siempre, por remoto que sea, están relacionados con algún tipo de intercambio. Adicionalmente, en las relaciones de intercambio personal puede haber una parte de regalo, un más allá de la que sería la mutualidad. La expresión extrema del regalo es la entrega amorosa al otro, no ya dar la vida como ocurre cuando se tiene un hijo o una hija, sino dar la propia vida (Izquierdo, 1998b: 299). El ejemplo por excelencia son los cuidados que suministra el ama de casa. Es lógico que el trabajo doméstico no tenga valor, porque lo que recibes es impagable, inconmensurable, no porque sea enorme, sino porque no se puede medir (Izquierdo, 1998b: 303). 

El robo: el regalo y el robo tienen muchos elementos en común, pero la diferencia principal estriba en que en el caso del regalo es fundamental la voluntad del donante, mientras que en el robo no hay donación, sino expolio producido mediante el engaño y, sobre todo, mediante la fuerza, o consiguiendo obediencia por haber legitimado la posición de poder. En las relaciones de intercambio de mercado se puede producir una parte de robo, un más allá de lo que sería obtener, en forma de producto, el equivalente del dinero que se da o inversamente. Si admitimos que el capital, las máquinas, no producen riqueza, sino que la riqueza la producen los seres humanos cuando trabajan, la distribución de la renta nacional entre salarios y beneficios es un robo institucionalizado. Estamos hablando de la plusvalía. También hay que señalar el fraude fiscal, la economía sumergida. El robo radical, el que sería "la madre de todos los robos" es la esclavitud, ya que uno no queda expoliado de sus productos, sino de sí mismo. El robo es la expresión más extrema de la pobreza humana, de la debilidad, de la falta de poder de realización (Izquierdo, 1998b: 300). 

 Así pues, la explotación es una forma de interacción que liga a los explotados con los explotadores a través de una mutua dependencia asimétrica en la que hay algún tipo de apropiación o robo de los frutos del trabajo de los explotados hacia los explotadores (veremos en el Capítulo 2 los dispositivos que rigen esa apropiación) con pretensiones de validez legítimas. Eso quiere decir que si no hubiera esa apropiación los explotadores no podrían seguir existiendo (ni tampoco los explotados). 

Entonces, la explotación capitalista patriarcal es un tipo de relación de producción que se caracteriza por la apropiación del trabajo ajeno en cuatro formas distintas, y cuya institucionalización implica, como veremos, la invención de una serie de dispositivos disciplinarios fruto de intenciones y de consecuencias imprevistas: ß Apropiación del trabajo excedente capitalista y del trabajo excedente patriarcal. 

ß Producción del trabajo excedente capitalista y apropiación del trabajo excedente patriarcal. 

ß Producción del trabajo excedente patriarcal. 

ß Producción del trabajo excedente patriarcal y del trabajo excedente capitalista.

Propuesta para el análisis de las relaciones de producción: un punto de partida para el análisis de clase 

Lo que proponemos con nuestra interpretación de las relaciones de producción capitalista patriarcales en términos de interacción social es, analizar lo económico como proceso social. Entendemos lo económico como un ámbito de interacción social que se define como cualquier otro ámbito social, pero cuyo objeto es decisivo para la satisfacción de necesidades: producir y administrar recursos escasos. Criticar lo económico como forma de esencia o de naturalismo no implica no asignarle un lugar fundamental en el mundo social (Laclau y Mouffe, 1987 [1985]). Lo que se critica es que se conciba de modo cosificado, fetichista, desligada de las acciones de los seres humanos que lo constituyen, sostienen y transforman. 

Si entendemos lo económico de este modo, las relaciones de producción se pueden conceptualizar de un modo distinto al que ha venido caracterizando parte de la tradición marxista. Devienen circunstancia en la acción. 

Nuestra propuesta de entender las relaciones de producción en términos de interacción social se entronca directamente con aquel enunciado tan conocido de Marx, 

“Los seres humanos hacen su propia historia, pero no la hacen arbitrariamente, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo circunstancias directamente dadas y heredadas del pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”. (Marx, 1982 [1869]: 11) 

Este es nuestro punto de arranque y preocupación: cómo podemos analizar las clases sociales en términos del hacer de los sujetos, un hacer histórico en unas circunstancias no elegidas. ¿Las clases son hacer historia? ¿Las clases son las circunstancias no elegidas? Para nosotros el camino es analizar que hay de "hacer" y de "circunstancia no elegida" en esa relación social que denominamos clase. Circunstancias que son fruto de interacciones pasadas que marcan las acciones futuras, que en las circunstancias hay el hacer de los seres humanos que limitan sus propios haceres, que las clases sociales son circunstancias en su hacer. Y el punto de partida es analizar que hay de hacer y de circunstancia, de instituyente y de instituido en las relaciones de producción. 

Para ello desarrollaremos un análisis de las relaciones de producción que se pregunta sobre los procesos de institucionalización de las mismas en el capitalismo patriarcal, y sobre que consisten en cuanto interacción social cotidiana. El primer eje de análisis se articula entorno a cuestiones tales como reiteración, objetivación, dispositivos disciplinarios, reinstalación de las relaciones de producción. El segundo eje se articula entorno a cuestiones tales como los procesos de constitución de los sujetos, la discursividad de la interacción, la subjetividad individual y colectiva, la racionalidad de la interacción y sus límites en las relaciones de producción.

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