Revista Observaciones Filosóficas
En torno a la obra de Gabriel Marcel 'Los hombres contra lo humano'
Dra. Célida Godina Herrera - B. Universidad Autónoma de Puebla1
En 1951 Marcel reúne varios artículos y les da el nombre de Los hombres contra lo humano. En este libro expresa sus preocupaciones ligadas a lo que fue la postguerra. En el Prefacio, Paul Ricoeur expresa que esta obra de Marcel tiene un tono que “oscila entre la lucidez alarmada y el repudio a la desesperanza” y que estaríamos muy equivocados si “tan sólo retuviéramos los temas de lamento, incluso de protesta y denuncia”. De hacerlo, agrega, estaríamos descuidando las advertencias más frecuentemente repetidas a lo largo de la obra.
Palabras clave
Libertad, envilecimiento, dignidad, progreso técnico, desesperanza, despersonalización, análisis fenomenológico
La ley de la mayoría es una regla groseramente pragmática
En 1951 Marcel reúne varios artículos y les da el nombre de Los hombres contra lo humano. En este libro expresa sus preocupaciones ligadas a lo que fue la postguerra. En el Prefacio, Paul Ricoeur expresa que esta obra de Marcel tiene un tono que “oscila entre la lucidez alarmada y el repudio a la desesperanza” y que estaríamos muy equivocados si “tan sólo retuviéramos los temas de lamento, incluso de protesta y denuncia”. De hacerlo, agrega, estaríamos descuidando las advertencias más frecuentemente repetidas a lo largo de la obra.
La única arma que posee el filósofo es la reflexión, la reflexión segunda, así llama Marcel a la reflexión que repasa las razones articuladas por una primera reflexión. Ésta le da las razones filosóficas para resistir y para esperar. ¿Qué es lo que alarma a Marcel? se pregunta Ricoeur. Podemos ver en esta obra que los motivos de su alarma son las tendencias que se viven en ese momento. Dichas tendencias tienen que ver con la anticipación angustiada de una destrucción de la humanidad por armas atómicas, el temor a una bolchevización de la Europa Occidental, el fortalecimiento de la tiranía burocrática y tecnocrática, los crímenes y los excesos de la depuración. Marcel también denuncia el espíritu de abstracción que rige en toda gama de procesos reductores, y las técnicas de envilecimiento, que despojan a las víctimas del respeto y del control de sí mismas, que han aparecido en esta época. Asimismo, algo que le preocupa a Marcel, es el papel de los medios masivos de comunicación y la aparición de la propaganda.
Dejemos ahora que sea Marcel mismo quien a través de los 13 capítulos de Los hombres contra lo humano,2 nos muestre sus motivos de alarma, que nos señale con su lucidez la atención que debemos prestar a acontecimientos de aquél momento que han repercutido en el mundo de hoy.
El universal contra las masas. Marcel comienza diciendo que no pueden disociarse sus posiciones adoptadas frente a la realidad política y social del conjunto de su doctrina. Concibe que su obra filosófica se ha caracterizado, desde sus primeros escritos, por la lucha tenaz que ha ejercido contra el espíritu de abstracción. El espíritu de abstracción es de “esencia pasional y, a la inversa, la pasión destila lo abstracto”, este espíritu está presente en nuestra época, la cual, a decir de Marcel, presenta una verdadera coherencia en el absurdo, absurdo que llega a convertirse en mal.
El mal es un misterio y el misterio “no es un simple rótulo colocado a la entrada de un camino”. Las reflexiones que siguen llevan a Marcel a declarar que el misterio se corresponde con lo que denominaría meta-técnico, esto último, entendido como la esfera en donde nunca tendrán acceso las técnicas. Marcel afirma que nunca será posible construir una máquina capaz de interrogarse acerca de las condiciones de posibilidad y los límites de su eficacia. En este punto es donde aparece la íntima conexión entre reflexión y misterio. Sólo una cosa podemos constatar, y esto es que cuanto más progresan las técnicas más atrás queda la reflexión. El progreso y la difusión de las técnicas tienden a crear una atmósfera antiespiritual que no favorece en nada a la reflexión; esta observación es la que prepara para comprender que hoy en día el universal sólo puede afirmarse fuera de las masas.
El universal es el espíritu y el espíritu es el amor. El espíritu es lo más concreto. Mientras que las masas existen y se desarrollan según leyes puramente mecánicas, son lo humano degradado. Para Marcel las masas no pueden ser educadas, sólo amaestradas, por eso son fanatizables, únicamente puede ser educado el individuo, la persona. Por presentar estas características las masas son presa de la propaganda, las electriza y mantiene en ellas no la vida sino la apariencia de vida.
¿Qué es un hombre libre? Lo propio del hombre es estar en situación, y la situación histórica por la que atraviesa el hombre hoy es que se ha afirmado que el hombre agoniza (Michel Foucault, Gilles Deleuze y otros hablan de la muerte del hombre, como tres cuartos de siglo antes Nietzsche habló de la muerte de Dios). Decir que el hombre agoniza es traer a la memoria acontecimientos que pueden darse, éstos son la aniquilación de nuestro planeta por el uso de armas atómicas y las técnicas de envilecimiento, puestas en práctica por estados totalitarios. Ahora bien, la pregunta que es nuestro deber hacer ante tal estado de cosas es: ¿en qué se convierte la libertad en un mundo en el que el hombre, tras haber alcanzado cierto grado de conciencia, se ve forzado a reconocer que empieza a agonizar?
Cuestiones previas constituirían el planteamiento de las preguntas: ¿Qué es un hombre libre?, ¿acaso el hombre es libre solamente si vive en un país libre?, ¿en qué se convierte la libertad de un individuo, entendida en su sentido más íntimo, en un país totalitario? En la filosofía estoica un individuo hallaba un refugio inviolable en su fuero íntimo, la soberanía interior era inalienable. Hoy esto ya no es posible sostenerlo debido a que se han creado peculiares técnicas de envilecimiento que ponen al individuo en una situación tal que pierde contacto consigo mismo, que está literalmente fuera de sí. Ya no es necesaria la tortura física, hoy se emplea la manipulación psicológica y otros métodos sutiles para que un acusado acepte crímenes no cometidos. Por eso debe admitirse que “existen medios concretos susceptibles de ser activados mañana contra él y de despojarle de su soberanía o, dicho menos ambiciosamente, que ese autocontrol que, en otras épocas, habría podido considerar con todo fundamento como inquebrantable, como inviolable”.3
En un régimen totalitario el hombre no es libre. El hecho de que un individuo lleve un diario íntimo puede concebirse como un crimen que puede merecer la pena capital. Tampoco parecería imposible pensar que haya detectores que informaran de nuestros movimientos, pensamientos o sentimientos a la policía, como ha planteado Orwell en su libro 1984. Queda pues un único recurso para que el hombre sea libre: el trascendente. ¿Qué quiere decir esto? Marcel quiere decir que la única oportunidad que queda es apelar a un orden del espíritu que es también el de la gracia. El artista se mueve en el orden del espíritu, es un creador al que no le importa el plano en que su creación culmine, lo importante es que se reconoce como libre y que su creación lo abre al otro.
Las libertades perdidas. Hemos perdido libertades, ¿cómo las podremos recuperar? Observamos que vivimos en un mundo cada día más burocratizado y en donde las actividades de control han aparecido. El trabajo se ha tornado despersonalizado y se trabaja para no perder el puesto. Se da el fenómeno de vigilarse en el trabajo los unos a los otros, el otro se ha convertido en una amenaza: “el otro es para mí aquel cuyos ojos se le van tras mi empleo o, más sutilmente, aquel que me daña íntimamente porque obtiene un puesto mejor retribuido que el mío”.4 Por otra parte, se percibe una anestesia general, los hombres no se dan cuenta de que les han robado sus libertades fundamentales. Quizá esto ha sucedido porque el hombre estaba más preocupado por su subsistencia cotidiana y en las agobiantes dificultades a las que cada cual debía hacer frente para simplemente existir que por su libertad. Odios sectarios han contribuido a anular el sentido de nuestras libertades fundamentales. Ha aparecido una especie de atonía de la opinión pública y una habituación a lo monstruoso. Llega el momento en que “la sensibilidad embotada por agotamiento deja de reaccionar. Pero, en este caso, ese fenómeno se complica notablemente, Marcel se pregunta: ¿cómo ha podido suceder que los mismos hombres que habían luchado y sufrido porque su país fuese liberado de la Gestapo, una vez en el poder hayan instituido o tolerado unos métodos que están lejos de diferir esencialmente de los que ellos mismos habían padecido?”.5 En este punto, agrega Marcel, conviene hablar más de contagio que de habituación.
En la última parte de este ensayo Marcel se pregunta ¿cuál es el camino a seguir? Responderá que cada individuo está obligado a trabajar para la restauración de los valores, es decir, que cada ser humano debe aprender nuevamente la distinción entre verdadero y falso, bien y mal, justo e injusto “igual que un paralítico que ha recobrado el uso de sus miembros ha de aprender de nuevo a andar”.6 Se trata, pues, de una reeducación que traerá consigo que la palabra libertad tome nueva fuerza en la conciencia de los hombres.
Las técnicas de envilecimiento. “La crisis que está hoy atravesando el hombre occidental es una crisis metafísica”, sostiene G. Marcel. No se trata de hacer algún ajuste social para apaciguar la inquietud que procede de lo más hondo del ser. Es necesario hacer un balance humano, agrega Marcel, que nos permita ver por qué se han suscitado terribles acontecimientos que podrían acabar con nuestro universo. Traer a la memoria dichos acontecimientos es importante, pues la facultad de olvido crece en los seres humanos rápidamente. La historia no es suficiente, es una manera de olvidar, de perder el contacto real con el acontecimiento, a falta de lo cual éste queda reducido a mera mención abstracta. Es sorprendente la extraordinaria ineptitud de los hombres de sacar provecho de las enseñanzas del pasado. Cuando el pasado es conocido históricamente se observa fuera de la vida, es preciso no neutralizar el pasado, habría que intentar revisarlo no como algo ajeno a nosotros, sino como algo que nos atañe por la repercusión que ha tenido en nuestras vidas. Con este espíritu comenzará Marcel su reflexión sobre las técnicas de envilecimiento.
Es imposible dejar de mencionar que los nazis emplearon las técnicas de envilecimiento. Marcel entiende por técnicas de envilecimiento “el conjunto de procedimientos llevados a cabo deliberadamente para atacar y destruir, en individuos que pertenecen a una categoría determinada, el respeto que de sí mismos puede tener y, ello, a fin de transformarlos poco a poco en un deshecho que se aprehende a sí mismo como tal y al que, a fin de cuentas, no le queda sino desesperar de sí mismo, no sólo intelectualmente, sino vitalmente”.7 Al emplearse las técnicas de envilecimiento el ser humano debe esforzarse por conservar su propia integridad moral, pues lo primero que desaparece es el aire civilizatorio, además aparecen las mezquindades y la educación ya no es un punto de apoyo. El uso de estas técnicas tiene como objetivo humillar la dignidad humana, borrar la huella de humanidad, convertir en bestias salvajes e inspirar horror y desprecio por el hombre mismo y de su entorno. De lo que se trata entonces es de degradar hasta lo último la humanidad de los hombres, de humillarlos.8
Las técnicas de envilecimiento no sólo han sido empleadas en sistemas totalitarios; en el mundo de hoy hacen su aparición de distintas formas, por ejemplo, hoy podemos verlas emparentadas con la propaganda. Hubo una época en que la propaganda tenía una existencia relativa a la vez que subordinada, era una propaganda para, no una propaganda en el sentido absoluto del término. La propaganda se reducía al conjunto de medios de persuasión dispuestos para reclutar adeptos a una empresa, a un producto o a un partido determinado. Vista así, la propaganda es esencialmente corruptora, puesto que se vale de la seducción para sus fines; se emparenta con las técnicas de envilecimiento porque pretende envilecer a aquellos sobre quienes se ejerce. Toda propaganda implica la pretensión de manipular las conciencias.
Los progresos de la técnica se han traducido en un determinado envilecimiento del ser espiritual. Esto no quiere decir que hay que remontar el curso de la historia o que haya que romper las máquinas, sino únicamente, como lo ha dicho Bergson, que “todo progreso técnico debe ser equilibrado por una especie de conquista interior orientada hacia un control siempre mayor de sí mismo”.9 Lamentablemente, el trabajo sobre uno mismo cuesta cada vez más, ya que el beneficio que tenemos con los progresos de la técnica nos facilita mucho la vida. Por eso se puede decir como subraya Marcel, que en el mundo de hoy:
…un ser pierde tanto más conciencia de su realidad íntima y profunda cuanto más dependiente es de todos los mecanismos cuyo funcionamiento le asegura una vida material tolerable. Me siento tentado a afirmar que su centro de gravedad y, podría decirse, su base de equilibrio se le vuelven exteriores, que se sitúa cada vez más en las cosas, en los aparatos de los que depende para existir. No sería excesivo decir que cuanto más domina el hombre en general la naturaleza, más esclavo de esa misma conquista es de hecho el hombre en particular.10
Marcel no quiere decir con esto que la técnica en sí misma es mala, no, lo que quiere dejar claro es que la técnica es buena, por cuanto encarna cierta potencia auténtica de la razón; o también, por cuanto introduce un principio de inteligibilidad en el desorden aparente de las cosas. Pero hay una cuestión que debe quedar bien planteada: es necesario saber cuáles son las reacciones probables de la técnica sobre quien, sin haber contribuido de ninguna manera a inventarla, llega a ser beneficiario suyo.
De forma por demás tajante, Marcel afirmará que el logro técnico aparece con mayor frecuencia como el signo principal, si es que no único, de la superioridad humana en un mundo absurdo e informe. En ella, ciertamente, puede haber una reivindicación prometeica que por sí misma no está desprovista de grandeza. Pero esa reivindicación se degrada y se pervierte en el plano del consumidor, ya que favorece la pereza en el individuo, la envidia y el resentimiento, que vienen a centrarse en objetos precisos.
Llevando el análisis más lejos, Marcel, así, en lo relativo no ya a un individuo en particular y a la familia sino al Estado y a la vida internacional, habría que preguntarse de qué manera incide en ellos un desarrollo que tiende a identificar cada vez más la ciencia con el poder, “hasta el punto de que, en algunas regiones de la ciencia, la diferencia entre ciencia y técnica llega a ser por así decir casi nula… ¿cómo no habría de resultar irresistible la tentación de confiscar las prodigiosas ventajas que confiere la propiedad de tal invención, de tal patente, en provecho de esas potencias monstruosas?”11 Lo cierto es que los efectos del poder se confunden con los de la ciencia.
Marcel insiste en que el progreso técnico ha expuesto al hombre al peligro de la idolatría (el ser humano se siente seguro con ella, la seguridad domina su vida), y que una civilización en que la técnica tiende a emanciparse progresivamente del conocimiento especulativo y a cuestionarlo, una civilización en que la contemplación se encuentra recusada, se encamina inevitablemente hacia una filosofía que mejor valdría de calificar de misosofía. De esta manera, se puede observar que las técnicas de envilecimiento cumplen un papel muy importante en todos estos sucesos, pues ellas son responsables de envilecer al ser humano pisoteando sus valores universales. Por ejemplo, la solidaridad entre hombres comienza a desaparecer, sólo resta una “especie” de ella en la relación entre subhombres, es decir, “entre seres que tienden en forma creciente a reducirse a su propia función con un margen reservado a diversiones de las que la imaginación vaya siendo progresivamente desterrada”.12 Lo que es necesario saber es que el hombre de la técnica, al haber perdido contacto consigo mismo, o lo que es lo mismo, al haberse olvidado de lo trascendente que le permite orientarse en el mundo, se halla cada vez más inerme entre las potencias destructoras desencadenadas en torno a él.
Técnica y pecado. La era que vivimos es una era escatológica, afirma Marcel. Con esto quiere decir que el ser humano tiene el poder de ponerle fin a su existencia en la tierra. No se trata de una posibilidad lejana, es un hecho que puede llegar a realizarlo si es su voluntad. No hace falta más que leer los diarios en donde se dan a conocer los últimos descubrimientos hechos por los científicos del mundo, para estar informados de hasta dónde han podido llegar los avances técnicos. Han aparecido armas químicas que pueden borrar poblaciones enteras en fracción de segundos. Lo cierto es que las grandes potencias financian este tipo de investigaciones sin importarle sus consecuencias, aún cuando éstas sirvan para hacer la guerra.
La guerra, dice Marcel, es el pecado mismo, no se le puede reconocer ningún valor espiritual. Hoy tenemos que reconocer que la guerra es cada vez un asunto de técnicos. Guerra y técnica se encuentran indisolublemente unidas. Por esta razón las guerras son profundamente destructoras, por eso mismo nos hace pensar que puede darse el suicidio de la especie humana. La unión de técnica y pecado es porque hoy los Estados son los únicos lo suficientemente ricos como para financiar las investigaciones en los que se elabora la nueva física; ella es quien hace crecer su potencia destructiva. En este sentido, hay que decir que la estatización de la ciencia y de la técnica es “una de las peores calamidades de nuestro tiempo”.
A pesar de tener presente esta situación trágica, Marcel no concibe a la técnica como un mal y que por eso sus progresos hayan de ser condenados. Bien entendida, la técnica es “un conjunto de procedimientos metódicamente elaborados y, en consecuencia, susceptibles de ser enseñados y reproducidos, cuya aplicación garantiza la realización de tal fin concreto determinado”.13 Así definida, no puede ser considerada mala. Si la consideramos en sí misma, es ante todo un bien, pues es cierta especificación de la razón cuando se aplica a lo real. Sin embargo, para llegar a la verdad no debemos quedarnos en definiciones abstractas, es necesario interrogarse acerca de la relación concreta que tiende a establecerse entre “la técnica y el ser humano”, en esto precisamente es donde las cosas se complican.
El hombre puede hacerse esclavo de la técnica. Ése es uno de los peligros que ésta presenta. Así vemos al automovilista que “adora” su auto y la velocidad. El progreso técnico comporta cambios en toda nuestra vida, lo constatamos a escala mundial. Hoy es el Internet, en la época de Marcel era la radio. En su texto, Marcel habla de cómo las comunicaciones se encaminan a uniformar cada vez más al mundo y de cómo la invasión de la técnica acarrea al hombre obliteración. Es el mundo de lo problemático donde el misterio ha desaparecido progresivamente, y en este tipo de mundo, las técnicas no hacen más que desembocar en la desesperanza.
El desarrollo de la técnica trae también consigo la instauración de la categoría de rendimiento. En estas condiciones, en un mundo sometido a la primacía de la técnica:
…en un mundo tecnocratizado, un ser cuyo rendimiento ha caído por debajo de cierto nivel y se vuelve prácticamente nulo aparecerá como una carga sin compensación para la Sociedad que se creería obligada a mantenerle. El termino “mantenimiento” resulta muy revelador. El mantenimiento de un hombre es asimilado al de una máquina, al de un material cualquiera –porque, en efecto, al propio hombre se le trata como a un material-.14
Como podemos percibir, el hombre degradado hasta el infinito es condenado a anular sus sentimientos más fundamentales que han guiado su conducta. Marcel concluirá señalando que el hombre debe devolver el valor al recogimiento, ya que el recogimiento hará que puedan nacer y congregarse las potencias de amor y humildad “capaces de contrapesar a la larga la soberbia ciega y cegadora del técnico encerrado en su técnica”.
El filósofo ante el mundo de hoy. Marcel es contundente con respecto al papel del filósofo ante el mundo de hoy al decir que el filósofo está obligado a tomar posición con respecto a la miseria de un mundo cuya destrucción integral nada tiene de inconcebible. El conocimiento de lo que pasa en el mundo no es para el filósofo un conocimiento superficial, al contrario, es un conocimiento profundo de la realidad y su primer deber es tener claro cuáles son los límites de su saber y reconocer que existen ámbitos en los que su incompetencia es absoluta. En otras palabras, el filósofo debe estar permanentemente en guardia15 contra una pretensión incompatible de su verdadera vocación. Además, el filósofo debe comprometerse a fondo, no importan los riesgos que éstos le traigan. También está obligado a combatir los prejuicios de todo tipo, asimismo, está obligado a proclamar con toda energía que es inadmisible de constituir jurisdicciones de excepción. El filósofo tiene el deber, en el mundo de hoy, de combatir el fanatismo, no importa la forma que éste presente y su primera misión es repudiar la servidumbre de cualquier tipo.
Hoy no puede haber filosofía que no realice un análisis de carácter esencialmente fenomenológico sobre la situación fundamental del hombre. Así lo han visto filósofos como Scheler, Landsberg, Jaspers, Heidegger. Marcel señalará que
Parece hoy fuera de toda duda que lo propio del hombre en cuanto sin más vive su vida, sin esforzarse en pensarla, es estar en situación, y que la esencia del filósofo –quien, él sí, se propone pensar la vida y su vida- es reconocer esa situación, explorarla en la medida que le sea posible, sin que, por lo demás, pueda al respecto alcanzar nunca el conocimiento exhaustivo al que se entrega cuanto es objeto de ciencia.16
Un filósofo17 no es un profeta, pues no toma atajos para conocer la verdad. Así también la filosofía no debe ser panfletaria, pues perdería su sentido crítico. De todo esto se deriva que la situación del filósofo ante el mundo de hoy parece ser de lo más peligrosa y la más expuesta, al tener que caminar por pasajes cada vez más movedizos. Pero nada más necesario, ante los males de este mundo, que la meditación del filósofo; él, con la reflexión segunda que lo caracteriza, podrá combatir la confusión que amenaza con hundir los espíritus terriblemente.
La conciencia fanatizada. Marcel realizará en este apartado un análisis fenomenológico de la conciencia fanatizada. Partirá de afirmar que estamos cercados por el fanatismo. Lo vivido en el nazismo, en el estalinismo, etc. es fanatismo. Además, algunas religiones tienen la tendencia a fanatizarse.
La conciencia siempre es conciencia intencional, lo cual quiere decir que la conciencia es conciencia de, conciencia hacia. Está tendida a una realidad de la que no puede ser separada. Marcel mostrará en qué consiste la alteración que se plasma en la intencionalidad propia de la conciencia fanatizada, tratando de comprender que ésta conciencia no es solamente subjetiva, no recae sobre un estado, sino más bien en la manera que tiene la conciencia de referirse a algo distinto de ella. Indagará también cuáles son las razones por la que esta “enfermedad” tiende a convertirse en epidémica; asimismo, intentará mostrar algunas medidas, principalmente en el terreno de la educación, que ayuden a salir de este problema.
La primera cosa que observa es que el fanático no puede verse a sí mismo como tal; sólo el que no lo es puede reconocerle como fanático. Las condiciones que reúne un hombre fanático son: no puede ser alguien aislado y pertenece las más de las veces a la masa. Las masas son esencialmente fanatizables. La masa es la que “arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto”, decía Ortega y Gasset en su libro sobre la Rebelión de las masas. Además, al no permitir lo diferente, quien no piense como ella, tiende a ser eliminado. Las masas son accesibles a la propaganda y por eso son fanatizables.
El hombre, para ser hombre-masa, ha tenido que vaciarse de la realidad sustancial que iba unida a su singularidad. Ha perdido su espíritu crítico y ha quedado insensibilizado ante todo lo que no gravita en su sentido de imantación propio. El fanatismo será definido por Marcel como “la opinión elevada a su paroxismo, con todo lo que puede comportar de ciega ignorancia de sí misma”. Por definición, el fanatismo es incompatible con la preocupación por la verdad, y en consecuencia sólo con la verdad puede ser combatido. Finalmente, en el mundo actual, donde sobran los problemas, se crea una atmósfera propicia para el fanatismo y solamente un hombre que luche con la fuerza de la verdad contra este fanatismo podrá llegar a ser sí mismo.
El espíritu de abstracción, factor de guerra. Desde el principio de este apartado Marcel distingue entre abstracción y espíritu de abstracción. Por abstracción entiende una operación mental a la que es indispensable proceder para alcanzar un bien determinado. Abstraer es, en síntesis, proceder a un desescombro previo, pudiendo presentar ese desescombro un carácter racional. El espíritu de abstracción es el engaño en que cae el espíritu a consecuencia de una especie de fascinación en que pierde conciencia el espíritu, a esto se agrega que se da arbitrariamente preeminencia a una categoría aislada de todas las demás. El espíritu de abstracción también se caracteriza por el sometimiento del pensamiento a un reduccionismo atroz, por ser un espíritu de exclusión que deseca, esteriliza, endurece todo lo que toca. El espíritu de abstracción corrompe todo cuanto toca e intensifica el espíritu de guerra en el mundo.
En el mundo actual observamos que toma cuerpo el espíritu de abstracción. Ejemplos típicos de este tipo de espíritu son los de masa y medios de comunicación, que en el capítulo anterior Marcel ya ha explicado. Lo que intenta mostrar Marcel con esta noción de espíritu de abstracción es que la intervención de éste, considerado como una especie de enfermedad de la inteligencia, es lo que hace posible esa contradicción.18
La crisis de los valores en el mundo actual. Marcel se pregunta ¿qué entendemos por crisis de valores? Y dice que por esto debemos entender el terrible malestar espiritual por el que atraviesa la humanidad. Los seres humanos están viviendo una transvaloración masiva, que bien podría llamarse un cambio completo de horizonte espiritual.
El avance científico ha llevado a la humanidad a la pérdida de valores. Este cientismo al no preguntarse nunca en qué se convierte o en qué degenera, no únicamente la ciencia, sino una verdad científica, trae consigo la degradación de los valores y la ansiada conciencia planetaria se ve cada vez más alejada. También se observa que en esta época las condiciones de vida se han estandarizado. Esta pérdida de la diferencia, que confería a un individuo su valor, su singularidad, ha desaparecido en este mundo deshumanizado.
Cuando hablamos de falta de valores, entendemos por qué encajan en este mundo nuestro las nociones de función y de rendimiento. En el mundo industrializado, el hombre ya no es más una persona, cumple la función de máquina, es asimilado por la máquina y se cuantifica su rendimiento. La proliferación de la burocracia tiende a aparecer como parásito o como una carcoma que se desarrolla en una sociedad en descomposición. Las costumbres van desapareciendo, así como la idea de futuro. Por eso dice Marcel que “esta reducción de la vida a lo inmediatamente vivido, y ello en un mundo en que triunfa la técnica en las formas del cine, la radio, etc., no puede menos que desembocar en una chabacanería sin precedentes”.19 Todo este conjunto de observaciones denota que lo que trata de mostrar Marcel es que el mundo de los hombres de hoy, es un mundo en gran parte abandonado a la fatiga y padece un desamparo tan profundo que éste ni siquiera alcanza a reconocerse como tal. Es un mundo donde se ha roto el vínculo entre el hombre y la vida, y donde la palabra amor ya no tiene significado.
Degradación de la idea de servicio y despersonalización de las relaciones humanas. Marcel en esta disertación se preguntará en qué se convierte la idea de servicio en un mundo burocratizado. Primeramente, aclarará que esta idea necesita ser precisada, pues hay acepciones que se han instalado en el lenguaje corriente que nos alejan del sentido profundo que encierra esta palabra.
Servir puede querer referirse simplemente a ser utilizado (por ejemplo, cuando decimos de un aparato: ya no me sirve). Por otro lado, servir significa algo que guarda distancia de la mera utilidad (por ejemplo: cuando decimos: hay un honor o una nobleza en el hecho de servir). Esta segunda forma es muy rica, pero constatamos que la palabra tiende a aplicarse cada vez menos al acto y cada vez más algunos órganos que aseguran ciertas funciones sociales determinadas, es lo que domina la mentalidad actual. Así se contrata a alguien para el “servicio doméstico”, estas palabras, si las interpretamos correctamente, tienen un sentido puramente funcional. Servir quiere decir ser empleado. En el mundo funcionalizado todos cumplimos una función. El viejo al “ya no servir” no cabe en este mundo, pues ha dejado de cumplir la función que le correspondió por algún tiempo. Lo mismo pasa con los niños o con los enfermos.
El mundo que se está constituyendo ante nuestros ojos, es un mundo en donde la conciencia usuaria es el denominador común. Es el mundo burocratizado donde cada persona cumple con su función y donde la despersonalización de las relaciones humanas es el pan de cada día. Asimismo, la aparición de la mentalidad tecnocrática convierte a los individuos en “útiles”. En este tipo de mundo, como podrá verse, la idea de servicio en su sentido profundo no cabe. Servir a la verdad, servir a Dios, son frases que carecen de significado.
Pesimismo y conciencia escatológica. Por escatología debemos entender al conjunto de creencias y doctrinas sobre el destino final del ser humano y del universo. La conciencia escatológica amenaza siempre con surgir de nuevo, debido a las crisis y calamidades por la que atraviesa la humanidad. Un espíritu despierto dará cuenta de que lo que está pasando en el mundo no ha sido mero accidente, sino que hay fuerzas que han jugado un papel importante para que las cosas se estén viendo de la peor manera. Un espíritu optimista es el que se reconforta pensando en que hoy se está dando cierta unidad planetaria gracias a las técnicas modernas. Pero la cuestión radica en saber si una unificación de este tipo, que se traduce sobre todo por la supresión práctica de las distancias, presenta alguna incidencia espiritual positiva. Podemos constatar que los progresos de la técnica traen como consecuencia una reducción cada vez más acusada de la diversidad humana, una extraordinaria nivelación de las sociedades, de la manera de vivir. Además, que los medios técnicos acaban poniéndose a disposición de la ideología.
La conciencia escatológica será definida por Marcel de forma negativa, por “rechazar categóricamente adherirse a una filosofía de las masas que se apoya en la consideración de las técnicas y por repudiar la aportación de estas últimas a lo que, sin duda, sería temerario llamar civilización. Se caracteriza también por un rechazo no menos determinado de aliarse con el optimismo de los espíritus ‘instalados’”.20 El filósofo en estas circunstancias puede verse conducido a preguntarse si nos encaminamos al final de la historia, y si la bomba atómica no es un “símbolo real que empuja a nuestra especie a la autodestrucción”.
Ahora bien, Marcel se interroga en relación a lo que ha sostenido a lo largo de este ensayo, y reflexiona sobre si la posibilidad de que alguien lo cuestione con respecto a un acontecimiento apocalíptico próximo. Su respuesta es la siguiente: no creo yo que a una cuestión como ésta se pueda responder con un sí o un no. Dado que mi esencia de criatura prisionera de lo sensible y del mundo de las costumbres y de los prejuicios en el que estoy implicado le pertenece estar siempre dividida, ese yo cautivo no puede responder más que esto: “No, no lo creo”; y tan pronto se abandona a la pura y simple desesperanza, como se refugia en algún pensamiento optimista, algún “si después de todo”, si bien esto último sucede cada vez más difícilmente.21
El hombre contra la historia. El filósofo no es un profeta, dice Marcel, la única arma con la que cuenta es la reflexión. Con ella puede ver qué es lo que le depara el futuro. La mirada aguda del filósofo penetra en los más recónditos lugares del mundo que le resulta amenazante.
Asimismo, muchos son los autores que también han prevenido al hombre de hoy sobre los acontecimientos que pueden venir al mundo si no tenemos la fuerza de pararlos, de rechazarlos. G. Orwell, por ejemplo, en su obra de 1984, -admirada por Marcel-, alza su voz de alarma sobre el fin de la vida privada que se avecina gracias a la barbarie tecnocrática. Estos autores, con sus obras, nos invitan a dar la lucha a favor del hombre, a favor de la dignidad humana, contra todo lo que hoy amenaza aniquilarlos.
Reintegrar el honor. El honor está unido a la palabra, al hecho de no tener más que una palabra. El honor también está unido a un sentido hondo e indesarraigable del ser, entre el ser y la palabra existe una unidad infrangible. Sólo un honor tiene el hombre, y este es el honor de ser un hombre. Sin embargo, el honor se ha perdido, todo es ambiguo, sin sentido. Restituir el honor del hombre es tarea que tiene la humanidad entera, una vez que ésta ha perdido sus valores, ha reducido a los individuos a elementos abstractos y ha convertido en jerarquía el dinero.
Conclusión de “Los hombres contra lo humano”. Este libro muestra cómo el hombre desde hace un siglo, y quizá más, se ha visto obligado a ponerse en cuestión. Una mirada atenta ha mostrado al hombre en qué se ha convertido el mundo. Es profundamente significativo observar que el nihilismo tienda a adoptar un carácter tecnocrático y que la tecnocracia sea inevitablemente nihilista. La tecnocracia consiste precisamente en hacer abstracción del prójimo, el prójimo se convierte en un número, en una estadística. El extremo peligro que hoy vive el mundo nos hace tomar conciencia de nuestra responsabilidad. Sobre todo, agrega Marcel, el filósofo, que aunque no puede contribuir a salvar al hombre de sí mismo más que “si denuncia sin piedad y sin descanso las devastaciones causadas por el espíritu de abstracción…(el filósofo) sabe que la masa es mentira, y contra ella y en pro del universal debe dar testimonio”.22
A pesar del pesimismo de Marcel en lo que se refiere a la realidad del tecnificado mundo contemporáneo, el hecho tan sencillo de vivir le parece algo maravilloso, lo cual no se prueba dando ninguna razón, sino observando que no hay niño que carezca de la <<conciencia exclamativa de existir>>. Para Marcel, el ser humano tiene en su poder la posibilidad de acoger o rechazar este mundo trágico. Este poder es lo que constituye la esencia misma de la libertad. Marcel es el filósofo de la admiración, admiración que le permite tener una atención aguda sobre los acontecimientos que se están dando en el mundo. Por esta razón lanza su protesta, ya que protestar es la única forma de ir más allá de todas las fórmulas con las cuales se intenta aprisionar la vida. Por último, quisiera decir que encontrarse con la filosofía de Marcel, es descubrir que sólo el ejercicio del pensamiento es lo único que puede llevar al ser humano a alguna claridad respecto de sí y del mundo.
Doctora en filosofia por la Universidad Iberoamericana de México.
Coordinadora y profesora-investigadora del Colegio de Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México.
Secretaría de redacción de La lámpara de Diógenes, Revista semestral de Filosofía, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario