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martes, 16 de agosto de 2022

Federico el Grande firmó el Decreto de la Patata en 1746 para introducir por orden real el tubérculo en Prusia y acabar con las hambrunas periódicas en su territorio

 JUAN CARLOS BARRENA

Cuenta la leyenda que cuando Federico el Grande firmó el Decreto de la Patata en 1746 para introducir por orden real el tubérculo en Prusia y acabar con las hambrunas periódicas en su territorio, los campesinos, desconfiados del nuevo cultivo, no le hicieron caso. El monarca ordenó entonces plantar patatas en sus propias tierras en la región de Brandeburgo en torno a Berlín y desplegó a sus soldados para protegerlas. Una maniobra que, inevitablemente, provocó la curiosidad de los campesinos de la región, a los que los militares informaron de que las patatas estaban destinadas a la mesa real y que tenían orden de evitar cualquier robo. Lo que es bueno para el rey tiene que ser bueno para el pueblo, debieron de pensar los curiosos, que por las noches sustraían las simientes para plantarlas en sus propios huertos. Todo, con el consentimiento de los soldados, cuya consigna era echarse a dormir y hacer la vista gorda para facilitar los hurtos.

A partir de entonces, la 'kartoffel' -la patata- se convirtió en alimento básico de los alemanes; cocida, asada, en puré o frita, no falta casi a diario en sus mesas. Federico el Grande probó al parecer por primera vez las 'tartuffoli', como se conocían al principio las patatas en tierras germanas, en la corte de su hermana Wilhelmine en Bayreuth y reconoció inmediatamente el valor nutritivo del tubérculo para su propio pueblo. Este se lo agradece todavía hoy. Escoltada por las tumbas de sus caballos y perros favoritos, la sepultura del monarca en los jardines del palacio de Sanssouci, en la ciudad de Potsdam, que linda con Berlín, no está cubierta de flores, sino de patatas, que los admiradores del rey que convirtió Prusia en potencia europea acostumbran a depositar sobre su lápida. 

Sin embargo, el principal recurso alimenticio del pueblo germano se ve ahora amenazado por el cambio climático. El pasado verano, Alemania sufrió el periodo de sequía más largo desde el comienzo de los registros sistemáticos, hace casi 140 años. Como consecuencia, se produjo la peor cosecha de patatas de los últimos 28 años. Pese a que la superficie de cultivo se incrementó en 1.700 hectáreas, solo se recogieron 8,9 millones de toneladas, casi un 25% menos que el año anterior. Y para este año las previsiones no son mejores. Ya en junio, la región de Brandeburgo, una de las zonas mas productivas del país, registró durante más de dos semanas temperaturas superiores a los 30ºC -algunos días, incluso 35ºC-, y las tormentas no fueron suficientes para humedecer la tierra.

El calor ha multiplicado los incendios de los grandes bosques en torno a Berlín, que solo pueden ser sofocados desde helicópteros e hidroaviones por el peligro de explosión de la numerosa munición de guerra que se acumula en su subsuelo.

La sequía del pasado año hizo dispararse los precios del tubérculo y sus derivados. Hasta las patatas fritas de bolsa subieron de media casi un euro por kilo en otoño. La empresa Intersnack, mayor productora alemana de patatas fritas para aperitivos, señaló que sus suministradores registraron mermas en sus cosechas de hasta un 40%. La compra de patatas fuera de Alemania tiene límites legales y no es posible compensar las carencias en el país con la importación de esa solanácea, por ejemplo, de China, el mayor productor del mundo. Y en el caso de países vecinos como Polonia, el fuerte calor y la falta de lluvias les afectó en igual medida. La sequía de 2018 ha tenido además consecuencias graves para 2019, ya que también escasea el producto para la siembra.

Tres museos

La reducción de la cosecha en Alemania, pero también en otros países de la Unión Europea, ha dejado huella en el mercado internacional de energía y materias primas EEX de Leipzig, donde la patata ha alcanzado cotizaciones récord: de junio de 2018 a junio de este año, su precio se ha más que duplicado, hasta alcanzar los 32 euros por quintal. También en la venta al público se ha dejado notar. En 2017, el kilo de patatas costaba en Alemania 55 céntimos de media; en otoño pasado subió a 88 céntimos y actualmente supera los 1,20 euros. La baja cosecha ha hecho incluso que salgan al mercado tubérculos que en otros años se desechaban por llevar manchas o tener demasiados 'ojos', defectos estéticos que no afectan al sabor, pero que no gustan al consumidor.

Este tubérculo es tan preciado en Alemania que cuenta incluso con tres museos exclusivos en Múnich, Fussgönheim y Tribsees. Todos dedicados a la historia y el cultivo de la patata, aunque el primero, el Kartoffelmuseum de la capital bávara, cuenta con una amplia colección sobre el tema en óleos, acuarelas, grabados y dibujos de todos los tiempos reunidos por el fallecido industrial Werner Eckardt, propietario en su día de la mayor empresa alemana de productos alimenticios elaborados a base de patata.


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