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jueves, 4 de agosto de 2022

LA DESTRUCCIÓN CREADORA DE SCHUMPETER



LA DESTRUCCIÓN CREADORA DE SCHUMPETER 

Su significado histórico y su proyección actual 

Joan Morro 


Introducción 

La presente tesis doctoral es el resultado de una investigación que intenta aclarar un concepto cuyo principal autor, Joseph A. Schumpeter, es generalmente ignorado por filósofos y simplificado por economistas: el de la Destrucción Creadora. En base a esto, mi objetivo de partida fue responder a las siguientes preguntas de una manera articulada: ¿Qué es la Destrucción Creadora de la que habla Schumpeter? ¿En qué contexto y cómo se origina? ¿Dónde se reconoce en la actualidad? Las tres son igualmente constitutivas de este trabajo doctoral. Es preciso añadir que, a lo largo de la investigación realizada para responderlas, fue surgiendo un objetivo ulterior, a saber: establecer unas bases sólidas para una teoría crítica de los procesos de modernización y, por tanto, una filosofía política para nuestro tiempo, sin identificarlo ingenuamente con el presente inmediato. De aquellas cuestiones a estas metas: tal es lo que se ha afrontado con este trabajo. 

Schumpeter acuña la expresión “Creative Destruction” en Estados Unidos poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Por entonces daba clases de Historia del Pensamiento Económico en la Universidad de Harvard, una institución donde fue profesor y supervisor de algunos de los principales economistas académicos del siglo XX (Paul A. Samuelson, Paul Sweezy, John K. Galbraith, Alvin Hansen, James Tobin, Nicholas Georgescu-Roegen, etc.). Durante esas fechas, mientras dicha institución se convertía en una cantera mundial de pensamiento económico keynesiano, Schumpeter era el único profesor que enseñaba a Marx en una facultad estadounidense de Economía. Este dato es clave para entender la Destrucción Creadora. 

Es en Capitalism, Socialism, and Democracy, de 1942, donde la expresión “Creative Destruction” aparece publicada por primera vez. Ésta ha sido traducida al castellano como “Destrucción Creativa” y “Destrucción Creadora”. En este estudio, opto por la segunda acepción porque se adecua mejor a la concepción de Schumpeter sobre el capitalismo. Con ésta se intenta dar cuenta de una situación general en la que la introducción exitosa de innovaciones en la economía comporta crisis no ya coyunturales, sino constitutivas para todas las relaciones implicadas, cargando un par ‘destruir/crear’ prácticamente fáctico y, por tanto, una tendencia al cambio radical en todas las dimensiones socioeconómicas. Se destruye lo precedente creándose lo nuevo. Es sobre todo por este carácter distintivo que traducir “Creative Destruction” por “Destrucción Creativa”, como se ha hecho a menudo, aun en ediciones recientes en lengua castellana (Schumpeter 2015a, 2015b), puede generar confusión. Schumpeter no habla de 14 destrucciones que puedan crear, sino que crean a la par. “Creativo”, a diferencia de “Creador”, carece de connotaciones fácticas como las señaladas. El creativo puede crear, mientras que el creador crea o, al menos, ha creado. 

Al hacer referencia a la Destrucción Creadora no se está apelando a algo o alguien que se limite a poder crear, ni a prometer creaciones, sino que crea, y no sólo de una forma aislada ni uniformemente. De hecho, desde el siglo XVIII hasta la actualidad, ha venido generando una sucesión de lo que a finales del siglo XX economistas inspirados en Schumpeter como Christopher Freeman y Carlota Pérez han llamado paradigmas tecnoeconómicos. Con estos, la Destrucción Creadora deviene una realidad descaradamente visible. El par ‘destruir/crear’ que implica esta realidad propia del capitalismo triunfante supone una experiencia sustantiva, no meramente modal, que es correlativa a los procesos de modernización y a sociedades y subjetividades consiguientes. Hay que señalar que, frente a creaciones pretéritas como el trueque y el dinero, tales procesos comportan el crédito moderno, al que Schumpeter considera el complemento monetario de la innovación [the monetary complement of innovation]. Desde luego, el crédito no supone el fin del dinero, del mismo modo que el dinero no supuso el fin del trueque. 

El crédito no se limita a sustituir nada. Se trata de algo radicalmente moderno, pese a sus posibles antecedentes en la historia económica. El crédito es una novedad radical que condicionará incluso una civilización radicalmente nueva: lo que Schumpeter llama una civilización subjetiva. Ahora bien, aunque confuso, no es erróneo entender el crédito como una forma moderna de trueque o de dinero, al menos desde una perspectiva schumpeteriana. El caso es que supone una nueva forma de moneda, cuya esencia moderna radica en la unidad contable. Ya no implica tanto un equivalente físico, del tipo que tal número de animales equivale a tal número de productos textiles (como ocurre con el trueque tradicional) o que tal moneda acuñada equivale a tantas monedas de acuñación diferente (como ocurre con la forma tradicional de dinero), sino a una moneda descorporeizada. Esto supone una contabilidad. Por su parte, la innovación está imbricada en relaciones tales que sólo pueden concebirse como neutras o armonizadoras en el caso de que se confundan las innovaciones y los inventos. Ahora bien, innovar en economía, es decir, emprender con éxito, no es lo mismo que inventar en ningún caso. Pueden darse casi a la vez, como ocurre con un invento que revoluciona las relaciones socioeconómicas, pero es un error identificar innovación e invención. En cualquier caso, obsérvese que las precisiones conceptuales y las repercusiones históricas que Schumpeter le supone al crédito y la innovación cuanto menos convocan a una consideración filosófica, 15 irreductible al tratamiento característico del economista. Él fue totalmente consciente de esto y así lo reivindicó en sus últimos diez años de vida. 

Para nuestro autor, la Destrucción Creadora es el hecho esencial del capitalismo [the essential fact about capitalism], al que considera una civilización [civilization] marcada por el emprendimiento creador [creative entrepreneurs]. Esto, a su juicio, es lo que ha generado la mayor parte de innovaciones tecnoeconómicas en su sentido moderno y ha sido condicionado y potenciado por acreedores, a los que identifica con los capitalistas. Donde no hay innovación de este tipo, entendida como creación que destruye relaciones socioeconómicas existentes, tampoco hay capitalismo. Schumpeter llega a estas conclusiones tras comentar y discutir durante décadas, como estudiante y profesor, en Europa y en Estados Unidos, tres tradiciones: el marginalismo, el historicismo y el marxismo. Con todo, esta tercera tradición, y sobre todo la obra de Marx, es lo que más le acabará influyendo en su concepción de la modernidad. 

Schumpeter no se compromete con la expresión “Destrucción Creadora”. No acude literalmente a ella cuando la tiene en mente. En la Trilogía de Harvard, que es como llamo al conjunto de sus libros redactados y publicados en Estados Unidos, apela a ella de diferentes maneras. Pero, sin duda, la expresión mencionada es la que más ha arraigado en la literatura sobre la obra schumpeteriana. Con todo, es oportuno remarcar dos aspectos sobre la historia de esta expresión tan tergiversada y que mueve nuestra investigación. Por un lado, ha sido tradicionalmente reprobada por los economistas. Según Samuelson, acaso el principal autor de la Economía como disciplina académica contemporánea, la Destrucción Creadora es básicamente una proyección romántica derivada del carácter artístico y atormentado de Schumpeter (Samuelson 1965, 1981). En este sentido, hay una considerable literatura formada por textos de historiadores de la economía y filósofos que han presentado a nuestro autor como a un nietzscheano, tanto para bien como para mal. Por otro lado, según he podido recoger a lo largo de la investigación, hay al menos dos lecturas diferenciadas sobre la obra schumpeteriana en general y sobre la Destrucción Creadora en particular, a saber: la documental y la revisionista o neoschumpeteriana. Mientras que para la lectura documental la Destrucción Creadora es una visión, lo que permite ver el capitalismo, para la revisionista se trata de algo que corroborar o incluso de una evidencia que, en un caso y en el otro, se puede codificar en pos de la optimización de la economía y la sociedad. Esta segunda lectura ha sido significativamente promocionada por la OCDE. 

Este trabajo supone una defensa y una radicalización de la lectura documental de Schumpeter, la cual nos conduce a mantener la siguiente hipótesis general: la Destrucción Creadora es el hecho esencial del capitalismo, como ya dijera nuestro autor reconstruyendo los textos de Marx sobre la modernidad, y en la actualidad comporta al menos uno de dos grandes compromisos, esto es, asumirla como deseo o como principio crítico. En términos prácticos, esto puede sintetizarse en que la experiencia moderna o capitalista implica en nuestros días al menos una de las siguientes asunciones, a saber: o el mito del emprendedor o las políticas fáusticas. Mientras que la primera asunción se manifiesta en unas relaciones generadas por el imperativo “emprende”, según el cual se concibe la realidad bajo la óptica de la empresarialidad hasta el punto de normalizarse la conciencia de ser un “empresario de sí”, de acuerdo a la expresión asociada a Michel Foucault (Foucault 2007), la segunda comporta un compromiso “trágico”, por el que se advierte la imposibilidad histórica de una realidad regida por una razón sustantiva, un tiempo cíclico, un bien común o un utilitarismo eficiente. Como diría Marshall Berman, la política fáustica comporta una conciencia radical del fin del “pequeño mundo”, arrasado de forma irreversible por el capitalismo, y cualquier alternativa que lo ignore no conlleva sino a una política pseudofáustica, tal vez autocomplaciente pero anacrónica (Berman 1988). O, como diría Schumpeter, carente de experiencia histórica [historical experience]. Todo esto supone una serie de cuestiones que han ido delimitando la presente investigación, generando y confirmando su encuadre o marco teórico. Lo expongo a continuación en una serie de puntos. 

El primer punto es una crítica a la lectura revisionista de Schumpeter. Según esta lectura, nuestro autor fue un economista pesimista que, pese a sus brillantes intuiciones, no pudo completar sus investigaciones de una forma satisfactoria debido a sus limitaciones para la formalización matemática, la cual rehusó en su obra madura. Los revisionistas consideran que Schumpeter destacó especialmente por sus “opiniones” generales en torno a la innovación, las cuales, no obstante, desarrolló de una manera incompleta y al margen del tecnicismo propio de los economistas profesionales. Es por esto que tratan de actualizarlo con datos y recursos disponibles en la actualidad, desde fórmulas a estadísticas, a fin de poder homologar lo que dijo en su momento dentro de los estándares de la ciencia económica contemporánea y poder citarlo como a un clásico para el estudio de los sistemas de innovación, en el sentido promocionado en el siglo XXI por la OCDE y economistas e ideólogos afines, como Alan Greenspan (Greenspan 2007, OECD-EUROSTAT 2006). Relacionado con esto, un aspecto implícito en el neoschumpeterismo es lo que llamo la asunción del mito del emprendedor. Mediante este mito se postula que el imperativo “¡emprende!” es un criterio para explicar y potenciar la optimización de la economía en cualquier sociedad humana. Dicho imperativo está presente dentro y fuera de la academia y tiene repercusiones diversas y muy notables1 . Y es así como muchos lo defienden y prescriben. En este sentido, la Destrucción Creadora ya no es tanto lo que distingue trágicamente al capitalismo: para los revisionistas, a diferencia de lo sostenido por nuestro autor, es lo que hay que confirmar en la teoría y generar en la práctica. 

La lectura revisionista parte de cuatro grandes afirmaciones sobre Schumpeter: que fue un genio que no acabó de desarrollar su obra; que se equivocó al rehusar el formalismo económico en sus análisis; que, por lo precedente, su tesis sobre la obsolescencia de la función emprendedora es errónea, ya que está supuestamente desacreditada por la historia; y que, pese a todo, es un autor que debe ser actualizado incluso frente a lo que él mismo sostuvo en pos de la explicación y la potenciación del crecimiento y el desarrollo económico. Mi defensa y radicalización de la lectura documental implica un rechazo inequívoco de estas afirmaciones. 

El segundo punto de mi marco teórico es la defensa de la lectura documental de Schumpeter. Mientras que el criterio principal del neoschumpeterismo es que la Destrucción Creadora es algo que corroborar o incluso una evidencia, el criterio principal de esta segunda lectura es que la Destrucción Creadora es una visión [vision], según las palabras textuales de nuestro autor. Este criterio tiene un triple sentido determinante en mi investigación. Por un lado, implica que la Destrucción Creadora es irreductible a codificación. No hay ni formalismo alguno que pueda agotarla ni programa (político, económico o ético) que pueda garantizar su feliz realización. La Destrucción Creadora es algo que o se ve o no se ve: formalizarla para justificar inferencias de lo que habrá o de lo que ha de haber es un contrasentido. O, por lo menos, implica trastornar el sentido de la obra madura de Schumpeter. En tanto visión, por otro lado, la Destrucción Creadora constituye la experiencia genuina de la modernidad. Experimentarla implica ver el capitalismo, al menos lo que éste tiene de civilización diferenciada. Ni puede verse el capitalismo antes de que éste alcance cierto grado de realización y desarrollo –lo que Schumpeter identifica a “civilización”– ni cabe la posibilidad de dicho grado al margen de lo que contienen los procesos de modernización, esto es, desde la estatalidad moderna a las formas modernas de conocer, pasando por las creaciones artísticas modernas y los ideales éticos modernos. Por lo demás, dado que dicha visión es resultante de la proliferación torrencial de innovaciones tecnoeconómicas, la cual es debida al emprendimiento creador, la Destrucción Creadora es inmanente al capitalismo. Donde éste se da, hay Destrucción Creadora, y a la inversa, sea triunfante (como a partir de la Revolución Industrial y con los sucesivos paradigmas tecnoeconómicos) o no. En la lectura documental, Schumpeter no es sólo un economista: es un historiador y un filósofo que estudia el capitalismo y cuya obra madura todavía está por explorar. Partiendo de todo esto, intento radicalizar esta lectura con las siguientes consideraciones. 

En efecto, ya como consideración, el tercer punto de mi marco teórico apunta a sostener que la Destrucción Creadora está presente en la obra de Marx. Esto es algo que no sólo se desprende de los estudios y comentarios de Schumpeter, que es en lo que debe centrarse una lectura documental como la señalada: nuestro autor insiste expresamente en ello en su obra madura. Asimismo, es algo que puede confirmarse comparando las obras de ambos autores y a lo que han aludido algunos estudiosos, especialmente académicos marxistas anglosajones, desde Paul Sweezy a Tom Bottomore. Pienso que este punto es insoslayable para cualesquiera investigaciones futuras que quieran profundizar, defender o criticar la Destrucción Creadora. Igualmente insoslayable, especialmente para contraponerlos, es que Schumpeter remarca que Marx no supo explicar dicha visión. Según nuestro autor, la razón principal de esto es haber carecido de una teoría del emprendimiento, en buena parte debido al hecho de que Marx heredó acríticamente la distinción entre propietario (capitalista) y productor (trabajador) de la Economía Política británica. Este dualismo socioeconómico le impidió entender la función emprendedora. 

Cuarto, la idea de visión que se ha señalado le adviene a Schumpeter al intentar encajar a Marx en la historia del análisis económico. Nuestro autor entiende que toda visión es heredada, que está presente al investigar cualquier asunto y que sólo somos propiamente conscientes de ella al encontrarle un antecedente, es decir, al advertirla en la exposición articulada de algún investigador cuyo trabajo sea anterior a nuestra propia investigación. Es como si sólo rastreando en el pasado pudiéramos reconocer por qué vemos como vemos. Pues bien, además de reconocer que Marx es su antecedente en cuanto a la visión que él mismo reconoce en sus investigaciones, Schumpeter defiende que hay un antes y un después de Marx en la historia del análisis económico. Los autores precedentes partían de una visión diferente, una visión del equilibrio, por la que la economía se considera cuanto menos potencialmente equilibrada. Se trata de una visión presente desde que hay registros sobre asuntos económicos y que, en cierto modo, es secularizada por Adam Smith a partir de su recepción de la escolástica cristiana. El resultado de esta secularización puede considerarse un postulado de la economía convencional, que arranca con el mencionado autor escocés. Quizás por esto Marx no fue consciente de su propia visión, al ser el primer analista de la economía que vio la Destrucción Creadora, si bien él también la heredó. En cualquier caso, la ciencia económica contemporánea no sólo se constituye en buena parte frente a Marx y desarrollando a Adam Smith: también postulando la visión del equilibrio. Y como ocurrirá con Friedrich A. von Hayek –cuyo maestro, Ludwig von Mises, estudió con Schumpeter en Viena– incluso se llega a reivindicar el pensamiento escolástico nada menos que recogiendo el Nobel de Economía (Hayek 1989). Es por todo esto que Schumpeter llega prácticamente a concluir que hay dos grandes visiones en la historia del análisis económico: la presentada por Marx y la tradicional. 

Quinto, en línea directa con el precedente, aunque su autor fuera políticamente conservador y un admirador del capitalismo decimonónico, la obra schumpeteriana no sólo choca con la síntesis neoclásica que encarna significativamente el trabajo académico de Samuelson, sino también con la Escuela Austríaca y con la economía convencional que arranca con Adam Smith y David Ricardo. De hecho, estos autores supuestamente novedosos interpretan en términos seculares la idea de equilibrio, cultivada tradicionalmente por la escolástica, es decir, por un pensamiento desarrollado con anterioridad –y posteriormente de espaldas– a la historia y los conflictos derivados de la Revolución Industrial. No ven el capitalismo, y mucho menos los resultados de su triunfo, aunque vivan en presencia de éste. Todo esto ha llevado a que economistas contemporáneos de primera línea como Joseph E. Stiglitz presenten a Schumpeter como un outsider de la Economía (Stiglitz 2015). Pero consideraciones como ésta no pueden disimular que nuestro autor comparte la misma visión que Marx sobre el capitalismo, a pesar de que ambos no compartieran ideología. 

Sexto, la experiencia genuina de la modernidad, que Schumpeter sugiere como la visión de la Destrucción Creadora, antes que en Max, ya está presente en la obra de Johann Wolfgang von Goethe. Concretamente, en su Fausto. Esta tragedia moderna es proyectada, redactada y publicada en un periodo en el que coinciden producciones como el arraigamiento del primer paradigma tecnoeconómico con la expansión de la Revolución Industrial, los textos fundacionales de la Economía Política, especialmente de Adam Smith y Ricardo pero también de fisiócratas como François Quesnay y Jean-Baptiste Say, y de las ideas liberales y del capitalismo en territorio germánico. Asimismo, hay en dicha obra la representación de una transición que no puede ser obviada, a saber: Fausto tiene una visión del equilibrio hasta que se compromete con Mefistófeles, cuyo pacto por escrito no es una mera licencia del poeta. A partir de dicho pacto, Fausto deviene un arquetipo literario de la Destrucción Creadora. 

Esta lectura que relaciona el Fausto de Goethe con la Destrucción Creadora de Schumpeter ha sido explícitamente remarcada por David Harvey, quien, siguiendo a otros autores marxistas como György Lukács y Marshall Berman, entiende que la versión que el poeta alemán presenta de Fausto representa la Destrucción Creadora en tanto que personificación de los procesos de modernización (Harvey 1990). No es casual que sean los seguidores de Marx quienes más hayan insistido en las condiciones históricas y trágicas de la Destrucción Creadora hasta el punto de presentarla como algo independiente de la teoría, así como reconocible en expresiones artísticas, e irreductible al trabajo de los economistas convencionales, quienes normalmente desconsideran aspectos fundamentales de las relaciones socioeconómicas modernas en pos de formalismos. De hecho, sin haber hecho referencias explícitas a Goethe, Schumpeter ya presentó la Destrucción Creadora en estos términos en Capitalism, Socialism and Democracy, donde, además de dedicar casi tres cuartas partes del texto a la obra de Marx, la posibilidad del socialismo y la historia política del marxismo, acusa a los economistas profesionales de no atender pormenorizadamente a los problemas históricos y a los efectos transformadores del capitalismo. Tal como lo plantea nuestro autor, están cegados por postular el equilibrio en las relaciones socioeconómicas. 

Séptimo, la experiencia genuina de la modernidad, representada por el personaje goetheano de Fausto, implica lo que llamo el sustrato, que siempre es “sustrato de conocimiento”. Por éste entiendo algo similar a lo que Lukács llama “ser social”, el cual se contrapone a la “conciencia social” apelada por autores como Max Weber, por un lado, y, por otro, implica unas condiciones comunes para la sociedad y la subjetividad, siendo así irreductible a cualquier suerte de “voluntad” (individual, histórica, cósmica, etc.), y cuyo estudio depende de un método que Schumpeter, siguiendo muy probablemente al mencionado filósofo húngaro, llama la “quintaesencia del marxismo”; un método cuya exposición más clara se encuentra, como recordara Lukács, en el prefacio que Marx escribe en 1859 para su Contribución a la Crítica de la Economía Política. 

Schumpeter sugiere que el sustrato de la Destrucción Creadora, de la experiencia genuina de la modernidad, de lo que permite ver la civilización capitalista, puede retrotraerse a la época en la que surge una simbiosis radical entre el crédito y el emprendimiento creador, esto es, entre finales de la Edad Media y principios del Renacimiento. No es nada casual que esta simbiosis sea la que representa magistralmente Goethe con su versión del Fausto: mientras Mefistófeles representa al acreedor moderno, al capitalista, Fausto representa la condición humana afectada por el emprendimiento creador. Se trata de dos personajes representativos de los procesos de modernización que subyacen a las teorizaciones y reflexiones de Schumpeter y por los que pueden rastrearse ciertas continuidades históricas relativas a la sociedad y la subjetividad a fin de justificar la idea de capitalismo como civilización. 

Octavo, lo que tiene de novedoso la época de Goethe para la filosofía política contemporánea no es ya que las innovaciones tecnoeconómicas comiencen a generar paradigmas, que la Economía Política devenga una disciplina académica y que el capitalismo comience a revolucionar lo que después será el II Reich, sino la crisis irreversible del utilitarismo. Si bien éste empieza a presentarse entonces como una opción política y ética, sobre todo a partir de la difusión de la obra de Jeremy Bentham, Schumpeter lo remonta a Tomás de Aquino y a cómo éste y los escolásticos fundamentan un presunto “Bien Común” promocionado desde el Renacimiento a la actualidad. Se trata, no obstante, de un vestigio de la sociedad precapitalista que supone la visión del equilibrio, la cual deviene simplemente incompatible con una lectura crítica de la sociedad y la subjetividad a partir de los tiempos de Goethe. Entonces la Destrucción Creadora pasa a ser la única visión adecuada para entender las relaciones socioeconómicas en expansión. 

Noveno, la Destrucción Creadora no fue propiamente pensable antes de la expansión de la Revolución Industrial, si bien es anterior a ésta. Aunque su sustrato se remonte a antes del Renacimiento y la subjetividad y la sociedad capitalistas puedan advertirse ya en obras como Robinson Crusoe de Daniel Defoe y La fábula de las abejas de Bernard de Mandeville, la experiencia genuina de la modernidad supone el pensamiento evolucionista para poder ser representada, sea mediante personajes o conceptos, sea desde relatos o teorías. En efecto, no puede haber capitalismo sin evolución ni proyectarse un todo-en-evolución sujeto al par ‘destruir/crear’, que es como se proyecta el capitalismo cuando se reconoce que su hecho esencial es la Destrucción Creadora, sin un pensamiento evolucionista. Y dicho pensamiento, que dista tanto de cualquier presunto “eterno retorno” como de posibilitar concepciones homogéneas (ahí están, por ejemplo, los evolucionismos de Condorcet, de Comte, de Hegel, de Darwin, de Schmoller, etc.), no arraiga antes de finales del siglo XVIII. Es por entonces, en la época en que Goethe elabora su Fausto, cuando el tiempo cíclico es destruido y comienza a arraigar una concepción evolutiva del tiempo. Es ésta la que hará posible una idea clave para entender el capitalismo al margen de cualquier equilibrio general, sea de partida 22 (macroeconomía, keynesianismo) o de llegada (microeconomía, marginalismo), y de la que Marx será el primero en tomarse radicalmente en serio, a saber: la del ciclo económico. 

El último de los puntos que considero más importante remarcar para el encuadre de mi investigación es negar algunas de las valoraciones, más o menos originales, que se han hecho en los últimos años sobre la Destrucción Creadora. Schumpeter verbaliza la experiencia genuinamente moderna y de su obra madura cabe inferir lo siguiente: los procesos de modernización, que pueden identificarse con la civilización capitalista, implican una tragedia generalizada y carente de cualquier tipo de teleología o deontología efectiva. La visión de la Destrucción Creadora depende radicalmente de relaciones históricas concretas y conflictivas que se generalizan y que podrían extinguirse; así como el “Bien Común” y el “eterno retorno” devinieron vestigios de ciertas civilizaciones pretéritas, la experiencia genuina de la modernidad es una experiencia estrictamente moderna, capitalista. Es por esto que no tiene sentido suponer la Destrucción Creadora ni como una suerte de percepción arquetípica más o menos innata en nuestra especie, ni como la secularización de ciertas nociones teológicas, ni como la base para una ontología general, tal como han sostenido algunos autores que se discuten en este trabajo. 

Indicados los principales puntos para encuadrar la presente investigación doctoral, procurando con ello defender y radicalizar la lectura documental de Schumpeter en contraposición a las lecturas revisionistas o neoschumpeterianas dominantes, paso a justificar el subtítulo de la presente tesis en relación con una serie de cuestiones que, además de conformar la estructura de mi investigación, resultan pertinentes para las investigaciones y los debates abiertos en el marco académico en el que he realizado esta tesis doctoral. En primer lugar, el significado histórico de la Destrucción Creadora y, por tanto, la pregunta por cómo se origina la experiencia genuina de la modernidad y llega hasta nuestros días, siguiendo a Schumpeter, nos lleva al intento de articular cuatro fenómenos capitalistas todavía desconsiderados por la conceptualización filosófica: el emprendimiento creador, el crédito moderno, la sincronización de la producción y los paradigmas tecnoeconómicos. En segundo lugar, el estado actual de tales fenómenos capitalistas –ya que no responden a formas absolutas o inamovibles, puesto que son radicalmente históricas– es constitutivo no sólo de lo que llamo la fase infoindustrial del capitalismo, sino de, como ya he avanzado, un compromiso más o menos tácito o enfático bien con el mito del emprendedor, bien con las políticas fáusticas. Valgan las siguientes aclaraciones. 

Primero, pese a su abusiva presencia en el capitalismo contemporáneo, el emprendimiento no comporta un concepto unívoco; obviar esto no es sino uno de los efectos del mito del  [.....] 


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