Que el capitalismo y el patriarcado caigan juntos. Apuntes sobre las potencialidades, límites y desafíos de los feminismos en la experiencia argentina reciente
Theomai, núm. 39, pp. 21-38, 2019
Red Internacional de Estudios sobre Sociedad, Naturaleza y Desarrollo
Resumen:Este artículo intenta recuperar los aportes y debates que han atravesado a gran parte del movimiento feminista, como producto de la articulación virtuosa entre pensamiento crítico y compromiso político, en torno a los vínculos entre capitalismo y patriarcado. Asimismo, retoma las contribuciones de Nancy Fraser, Verónica Schild y otras autoras para problematizar el análisis acerca de las potencialidades y tensiones de los feminismos, especialmente observando la propia génesis del movimiento en la región. En esta clave, interesa abordar las condiciones de posibilidad que motivaron el impulso de este movimiento en Argentina en los últimos años, que requiere una reflexión crítica sobre los horizontes y desafíos que presenta en el contexto actual. Por último, se esbozarán algunos interrogantes que intentarán servir como insumo para una caracterización de los procesos vigentes en clave feminista y anticapitalista.
Introducción
En los últimos años el movimiento feminista y los colectivos disidentes se han colocado en el centro de la escena política, demostrando gran capacidad de interpelación, convocatoria y movilización. A través de sus consignas y acciones se pone en evidencia la necesidad de una transformación social de fondo, frente a las violencias y desigualdades que padecen particularmente las mujeres, lesbianas, travestis y trans. Las demandas planteadas traspasan las fronteras del activismo y se han convertido en cuestión de debate público, desbordando los espacios académicos y militantes. El feminismo, con la heterogeneidad de perspectivas que lo caracterizan, logró convertirse en lenguaje común y manifestaciones que se multiplican. A partir de la observación de este fenómeno, este artículo tiene por objetivo comprender ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad para la emergencia del movimiento feminista en este contexto? ¿Cómo se construye y disputa su agenda de demandas en tiempos de reacción neoliberal? ¿Cuáles son las potencialidades y los límites de los feminismos actuales?
Para responder estos interrogantes retomaré las contribuciones de diversas autoras y sus aportes conceptuales y teóricos para enmarcar el presente análisis. Particularmente, pondré en discusión la perspectiva de Nancy Fraser (2015) sobre las tensiones latentes del movimiento feminista en torno a la radicalidad de sus horizontes, recuperando el debate y los aportes que Verónica Schild (2016) plantea al respecto para analizar la experiencia latinoamericana. Estos insumos me servirán para problematizar el contexto argentino en particular. De este modo, este articulo tiene como pretensión poner en debate un conjunto de herramientas teórico-conceptuales que permitan abordar las tensiones y potencialidades del movimiento feminista en esta coyuntura. Se trata de contribuir a la comprensión de las formas de resistencia que emergen frente al recrudecimiento de las violencias, pero también sus posibles “tensiones y límites” en el marco de un proceso de masificación que asume protagonismo en la actualidad con un un carácter heterogéneo y disruptivo. Asimismo, surge la pregunta acerca de las potencialidades de los colectivos y organizaciones feministas actuales en la tarea de construir las condiciones que posibiliten una transformación radical de los factores que reproducen la desigualdad y la opresión.
El trabajo aquí presentado se ordena en cuatro apartados. El primero recupera algunos de los principales debates que han atravesado al feminismo históricamente en torno a los vínculos entre capitalismo y patriarcado y que posibilitan pensar el contexto actual dentro de una continuidad de tensiones, luchas y avances a través de los distintos procesos sociohistóricos en el que se inscribe este movimiento. El segundo apartado, retoma las contribuciones de Nancy Fraser y Verónica Schild para problematizar el marco de análisis acerca de las potencialidades y tensiones de los feminismos, especialmente observando la propia génesis del movimiento en la región. En el tercero, centro la mirada en algunos elementos que posibilitan redimensionar los alcances del movimiento en la Argentina reciente. Por último, las conclusiones retoman los principales planteos del artículo y preguntas que intentarán servir como insumo para el análisis crítico de los procesos actuales en clave feminista y anticapitalista2.
Capitalismo y patriarcado ¿la lucha es una sola?
Los debates en torno a la relación entre capitalismo y patriarcado han acompañado al movimiento feminista a lo largo de décadas3. Particularmente, a partir de las contribuciones de las feministas marxistas y socialistas de Europa y Estados Unidos durante la década del ´70 se encarnaron álgidas discusiones en torno al origen de la opresión sobre las mujeres que motivaron innumerables investigaciones, escritos, elaboraciones teóricas y conceptuales que resultaron fundamentales para la comprensión de los vínculos entre la opresión de género y las formas de explotación capitalista. En distintos periodos, teóricas y activistas feministas trabajaron en la búsqueda de una explicación precisa sobre el origen o la raíz de la opresión. Estas indagaciones se enlazaron con los debates acerca de la coexistencia y/o vinculación del sistema patriarcal con el capitalista. Al respecto, existieron algunas perspectivas que fueron preponderantes a la hora de comprender estos nudos problemáticos. A riesgo de hacer una caricaturización esquemática de las posiciones, podemos señalar al menos dos: por un lado, la corriente del feminismo que se enmarcó en la denominada “teoría de los dos sistemas” y, por otro, la llamada “teoría unitaria”.
Por la primera, una de las principales exponentes fue Heidi Hartmann, quien publica en 1979 “El infeliz matrimonio entre marxismo y feminismo”, valioso trabajo que marcará uno de los intentos más logrados por conciliar el análisis de la coexistencia entre el sistema capitalista y el sistema patriarcal. La crítica explicita de Hartmann a la teoría marxista se centraba en su ceguera en la comprensión de la funcionalidad de la opresión patriarcal al régimen capitalista. En ese sentido, intentó a partir de su teoría sortear estos escollos conceptuales y brindar nuevas herramientas que acortaran distancias entre el feminismo y el marxismo en la búsqueda de una transformación radical. En el texto mencionado, la autora sostiene que las jerarquías impuestas por la opresión patriarcal tienen bases materiales que reordenan la división sexual del trabajo, al mismo tiempo que operan de manera articulada con los mecanismos propios de la explotación capitalista. La caracterización de Hartmann desde su perspectiva es que ambos sistemas mantienen niveles de autonomía relativa, siendo los mecanismos de opresión sobre las mujeres plausibles de ser reutilizados por el capitalismo para su propia reproducción. El aporte más destacable de la obra es la propia definición de patriarcado, en tanto se enuncia como un sistema de carácter histórico, por lo tanto, no universal ni invariable. Esta afirmación requiere pensar al patriarcado (en sus mecanismos y estructuras) siempre articulado con un modo de producción determinado (Arruza, 2015, p.145)4. Sin embargo, este trabajo suscito polémicas entre las marxistas feministas y las feministas radicales quienes sostenían concepciones diferentes acerca de las raíces de la desigualdad entre varones y mujeres.
Otra contribución central dentro de la perspectiva de los dos sistemas es la que elabora Christine Delphy en su trabajo “El enemigo principal”, publicado a mediados de la década del ´70. Allí la autora teoriza acerca de la existencia de un modo de producción doméstico propio del sistema patriarcal. Este sistema manifiesta los mecanismos de opresión ejercidos por el colectivo de varones a través de la sujeción y subordinación de las mujeres al ámbito doméstico. Desde esta postura, las relaciones entre las clases antagónicas se trasladan directamente a las relaciones sexuales de explotación y opresión de los varones hacia las mujeres. Las mujeres aparecen en la teorización conformando una clase como tal, unificada en su condición y posición subordinada. Esta tesis de Delphy, a pesar de ser criticada y debatida desde la misma época de su publicación (Molyneux, 1979) ha sido clave para las posteriores elaboraciones teórico-conceptuales en torno al carácter del trabajo doméstico no remunerado que realizan las mujeres y el papel de la reproducción en el capitalismo.
Un importante contrapunto respecto a la teoría de los dos sistemas fue la posición planteada por Iris Young (1992). Desde su perspectiva, las feministas marxistas continuaban con una visión economicista y reduccionista de las lógicas del capitalismo. Por el contrario, Young planteaba la necesidad de incorporar al análisis de la opresión la categoría división de género del trabajo, tanto con relación al trabajo productivo como reproductivo. Para la autora, se debe apostar al desarrollo de un marco analítico que pondere las relaciones sociales materiales que se despliegan en una formación histórica particular, como un sistema de explotación y opresión unificado, donde la diferenciación de género es un atributo central (Young, 1992).
Años más tarde, las contribuciones desde el feminismo negro5 sirvieron para complejizar acerca de la coexistencia entre capitalismo y patriarcado, incorporando la centralidad de la dimensión racial dentro de los mecanismos de opresión y explotación. En este sentido, los aportes teóricos y políticos de esta corriente han dotado de mayor robustez el análisis de la interrelación y los modos en que se conjugan los sistemas de dominación, señalando las limitaciones y las cegueras racistas y de clase de los feminismos blancos y hegemónicos. Por su parte, el trabajo de Kimberlé Crenshaw hacia finales de la década del ´80 fue clave en esta contribución ya que evidenció la necesidad de pensar en clave interseccional las formas de opresión y que sufrían las mujeres negras. Desde esta perspectiva, articular la dimensión de raza, género y clase para pensar la desigualdad no implica un ejercicio de superposición de violencias, sino pensar en las formas explicitas en que se manifiesta esta imbricación.
Mas recientemente, jóvenes teóricas marxistas recuperan el análisis de la perspectiva unitaria. Autoras como Cinzia Arruzza (2016) y Tithi Batthacharya (2015), señalan que las relaciones patriarcales de dominación son constitutivas de las estructuras e instituciones sociales capitalistas, conformando así un sistema unificado de explotación y dominación. En este sentido, este enfoque propone comprender al sistema capitalista como un complejo orden social cuya dinámica de acumulación produce, reproduce, transforma, renueva y mantiene las relaciones jerárquicas entre los géneros. Asimismo, sostiene y reconfigura sus mecanismos de explotación sobre la base de un fuerte contenido racial y heteronormativo. En particular, Arruzza (2010) argumenta que con el advenimiento de las transformaciones del sistema feudal y el desarrollo del sistema capitalista el sistema patriarcal dejó de funcionar como un modo autónomo de organización social. En consecuencia, las relaciones patriarcales fueron reabsorbidas en la dinámica y estructura de funcionamiento de la sociedad capitalista, otorgando así un carácter histórico a las formas imbricadas de opresión y explotación. En este sentido, continuar “separando” los sistemas es útil únicamente como ejercicio de enunciación intuitivo y descriptivo de las formas que se manifiesta la opresión sobre las mujeres que aparecen fragmentadas y contradictorias. En este sentido, ambas autoras contribuyen con sus valiosos a reactualizar los vínculos entre marxismo y feminismo.
Podríamos afirmar que los enfoques hasta aquí presentados y que tensionaron al movimiento feminista desde mediados de la década del ´70 continúan vigentes. Esto ocurre en la medida en que los feminismos siguen otorgándole múltiples significados a la relación entre capitalismo-patriarcado6. Los marcos interpretativos y teóricos desde dónde se aborda esta cuestión tienen su correlato en la construcción de las agendas políticas, en la capacidad de articular alianzas, así como limitar o potenciar los horizontes de transformación posible. En la búsqueda de (re)pensar sobre estos nudos problemáticos que atraviesan al movimiento feminista y como se traducen en la propia praxis política, Nancy Fraser (2014) plantea la necesidad de reconstruir una noción ampliada de capitalismo. Esto implica también ampliar el contenido y sentido de las luchas sectoriales y de los movimientos sociales y políticos. Se trata de comprender cómo las distintas dimensiones de la existencia constituyen campos de conflicto pero que están necesariamente articulados: desde las demandas vinculadas a la identidad sexual, cultural, los conflictos ecologistas hasta la crisis de la reproducción social a escala global. En contraposición con los modelos heredados del marxismo ortodoxo que solo ponen el acento en el trabajo en su dimensión productiva y en el antagonismo de clase reducido al conflicto patrón- asalariado, se trata de integrar las distintas formas en que se entrelazan las desigualdades y, por ende, las resistencias posibles.
Frente a las crisis capitalistas que se suscitan, para Fraser es necesario reconstruir una teoría crítica capaz de vislumbrar adecuadamente su carácter. Esto requiere analizar a las crisis que se suscitan al interior del sistema desde una concepción más amplia que la visión economicista – reduccionista propone, observando sus efectos sobre el medioambiente, las condiciones de reproducción social que involucran mecanismos de desigualdad de género y violencias, el vaciamiento de lo público frente al avance de la mercantilización y el despojo de bienes y recursos. Al respecto, la autora señala que la reducción de los servicios públicos en paralelo con la incorporación masiva de las mujeres al trabajo precario redefine los límites institucionales que históricamente separaban la producción de mercancías y la reproducción social como esferas separadas. (Fraser, 2014, p.65). En efecto, los mercados dependen para su propia existencia de relaciones sociales no mercantilizadas que proporcionan las condiciones de posibilidad de fondo. Allí, el papel de las mujeres es clave en tanto las políticas de Estado destinadas a desmercantilización de los recursos para la subsistencia que se implementan sobre la base de una mayor sobrecarga de demandas sobre estas.
El análisis de estos mecanismos que señala Fraser cobra relevancia a la luz de las reconfiguraciones del capitalismo en el siglo XXI. Principalmente, debido a que dichas reconfiguraciones se manifiestan tanto en el mundo del trabajo, como así también en todas las dimensiones de la vida. En este sentido, Fraser llama a realizar un giro epistémico que pondere a la reproducción social como una condición previa e indispensable para la sustentabilidad del capital. La división entre reproducción social y producción de mercancías se ha convertido en una de las principales herramientas para el sostenimiento de diversas formas de subordinación sobre las mujeres. Hoy, se reprivatiza bienes, recursos y servicios y, al mismo tiempo, se mercantiliza otros aspectos de la reproducción social que hasta entonces se mantenían fuera de los mecanismos de mercado. Este proceso señala la necesidad de repensar la agenda de los movimientos, en particular, del feminismo. Asimismo, se requiere ampliar el repertorio de demandas y trazar nuevas líneas de acción superando las interpretaciones aisladas sobre la relación entre condiciones materiales, reproducción de desigualdades y las formas en que opera la opresión de género.
En este mismo sentido, Tithi Bhattacharya (2015) plantea que la relación entre producción y reproducción social es estratégica para repensar los modos en que se despliega la lucha de clases actualmente. Por tanto, allí reside un gran potencial político para la clase trabajadora y, fundamentalmente, para el movimiento feminista. La autora argumenta que “lo económico” constituye una relación social, por lo tanto, es posible evidenciar como el proceso de dominación y expropiación va más allá de la esfera del mercado y de las relaciones estrictas entre trabajo y capital. Partiendo de este análisis, las demandas del movimiento feminista conforman el repertorio de luchas de la clase trabajadora en el estado actual. En efecto, esto implica que la incorporación de reclamos específicos por condiciones de vida, salud, recursos y autonomía e infraestructura en los territorios son vitales para cuestionar las alianzas entre modos de opresión capitalista y formas explicitas de despojo capitalista.
En el plano político, esta perspectiva se traduce en la ampliación de las demandas reivindicativas y derechos que atañen no solo a la clase trabajadora traducidas en disputas salariales, sino a una noción más amplia que rompe los límites de la clase tradicionalmente definida y que permite estallar la lucha también desde la esfera reproductiva. En este sentido, el feminismo tiene una oportunidad histórica de articular luchas que contengan las demandas de amplios sectores y reconfigurar nuevas estrategias de resistencia que confronten la avanzada reaccionaria y neoliberal que se despliega en nuestro contexto.
Tensiones y debates feministas en torno a la construcción de las agendas de lucha
La construcción de la agenda política al interior de los feminismos ha ido siempre acompañada de tensiones y disputas. En efecto, la emergencia de otras experiencias contrahegemónicas dentro del movimiento hizo posible evidenciar esos conflictos. Un ejemplo claro de este proceso en la denominada segunda ola fue el surgimiento del feminismo negro a fines de los años setenta y principios de los ochenta (Hooks,1984). Pero las feministas negras no fueron las únicas que problematizaron los alcances y limitaciones de la hegemonía blanca, heterosexual y de sectores “acomodados” dentro del feminismo, también lo hizo irrupción del activismo lésbico (Rich,1980; Witting, 1980). En este mismo sentido, el feminismo chicano (Alndazúa, 2012) y la perspectiva feminista poscolonial, contribuyeron a cuestionar fuertemente el contenido eurocéntrico dentro del movimiento, proponiendo la elaboración categorías, nociones y herramientas de acción política contra la opresión patriarcal, colonial y capitalista desde los territorios y las comunidades subordinados (Bidaseca y Vázquez Laba, 2011).
Otras tantas tensiones se han manifestado en los debates en torno a las derivas del feminismo frente a los intentos de “reabsorción” o readecuación de sus demandas a las lógicas reformistas o institucionalistas. En este punto me voy a detener particularmente para recuperar un interesante análisis de Fraser al respecto. Esta autora, en su artículo “El feminismo, el capitalismo y la astucia de la historia” (2015) elabora una dura crítica al denominado feminismo de la segunda ola durante la década del ´60 y ´70. Las críticas y cuestionamientos que llevaron a cabo las feministas durante este proceso, tanto en el plano teórico como político, tuvieron mayoritariamente el propósito de derribar las perspectivas hegemónicas patriarcales que estructuraban el orden social dominante. En este aspecto, frente al “economicismo”, tanto en la perspectiva liberal como en la marxista, la crítica feminista señaló la invisibilización de otros ámbitos de desigualdad como la familia, la sexualidad o el sistema racial. Asimismo, fueron capaces de denunciar con claridad el androcentrismo sostenido en la estructuración de la división sexual del trabajo y la invisibilización y desvalorización de las labores domésticas y de cuidados. Y, en tercer lugar, también realizaron un fuerte cuestionamiento al estatismo burocrático frente al desarrollo de los Estados de Bienestar, al que contrapusieron la necesidad de la democratización y participación popular. Para Fraser, si bien el feminismo de la segunda ola ha tenido un impacto muy importante en el plano cultural y simbólico, fue incapaz de lograr una transformación estructural del sistema.
En otro de sus artículos, Fraser analiza en la misma clave crítica como las agendas reivindicativas del movimiento feminista fueron reordenando prioridades, así como también transformando su contenido. Particularmente, la autora plantea como las luchas por la redistribución política y económica fueron desplazándose hacia la centralidad de las luchas por el reconocimiento de identidades sexuales, étnicas, culturales. A propósito de esta definición, la autora señala el proceso de disociación de las luchas que aparece como un obstáculo para los procesos de disputa por la transformación social: “Dentro de los movimientos sociales, como el feminismo, por ejemplo, las tendencias activistas que consideran la redistribución como el remedio de la dominación masculina están cada vez más disociadas de las tendencias que buscan, en cambio, el reconocimiento de la diferencia de género” (Fraser, 2008, p.84). Esta polarización de perspectivas no tendría otro resultado que la fragmentación de los movimientos y la imposibilidad de construir agendas de lucha en común que logren modificar con eficacia las condiciones de explotación y dominación. Sobre estas afirmaciones no faltaron las controversias, principalmente por la inexacta identificación del feminismo de la segunda ola como un fenómeno político homogéneo. Asimismo, otras autoras no tardaron en señalar su desacuerdo respecto a la apreciación de Fraser sobre las características de los nuevos movimientos sociales que se organizaban en torno a demandas de carácter identitario. La crítica en este sentido fue direccionada hacia la concepción marxista sobre el carácter de las luchas identitarias que continuaba separando infructuosamente la dimensión simbólica/cultural de las condiciones materiales en las que se conjugan las desigualdades.
Los postulados de Fraser motivaron interesantes debates en el ámbito de la intelectualidad y el movimiento feminista, uno de los más reconocidos es el que mantuvo con Judith Butler (2000). Más recientemente, Verónica Schild retoma parte de estas discusiones en su artículo “Feminismo y neoliberalismo en América Latina” (2016). Allí, la autora se propone observar el significado y las implicancias de las luchas encarnadas por las feministas latinoamericanas en la segunda ola que se sitúan en un contexto regional de avanzada neoliberal marcado por dictaduras sangrientas. El texto es potente como marco para analizar la experiencia organizativa y política de los feminismos latinoamericanos. En el recorrido que hace la autora, se analiza la génesis del movimiento feminista de la época y su enraizamiento con las organizaciones revolucionarias y las luchas anticolonialistas que se dieron en la región. Esta vinculación entre feminismo y las izquierdas latinoamericanas tuvo efectos en los modos en que se han problematizado las demandas específicas de las mujeres. Los modos en que circularon la ideas y teorías y las experiencias propias de organización de este movimiento, así como también la importancia que tuvieron los Encuentros Feministas Latinoamericanos y del Caribe organizados de manera regular desde principios de la década del ´807, son elementos que dan cuenta de las particularidades del feminismo en estas latitudes.
Sumergiéndonos en el debate acerca de la viabilidad del esquema de Fraser para pensar a los feminismos latinoamericanos, Schild señala con claridad algunas limitaciones que responden a la especificidad de esas experiencias. Un rasgo distintivo fue el rol fundamental que tuvieron los movimientos populares en la visibilización de las demandas de las mujeres en la región, conteniendo una amplia gama de expresiones que incluyeron sectores de trabajadoras, comunidades indígenas y campesinas, incluso grupos afines a la teología de la liberación. En este proceso, las reivindicaciones del movimiento feminista latinoamericano se enfocaron fundamentalmente en el reclamo por la autonomía económica y política de las mujeres. Esta demanda aparece como prioritaria en las agendas locales, observándose cierta distancia respecto a los planteos y consignas del feminismo europeo y norteamericano, quienes en gran parte centraron su mirada sobre los vínculos entre el trabajo reproductivo y el funcionamiento de la dinámica capitalista.
¿Por qué estas luchas encarnadas por parte del feminismo durante la segunda ola en los países centrales no fueron trasladadas en los mismos términos a las agendas del movimiento en América Latina? Principalmente por las características del mercado de trabajo y las economías latinoamericanas, un desarrollo desigual de la sociedad salarial, la industrialización y el proceso de incorporación de las mujeres al mundo laboral. En efecto, estas particularidades de la región articularon otras formas de organización del ámbito doméstico y comunitario y de relacionamiento entre lo “publico” y lo “privado”. En este mismo sentido, una parte importante de las expresiones del feminismo latinoamericano tuvo una impronta clasista, ligada a su capacidad de articulación de las demandas específicas del movimiento, la crítica al desarrollo capitalista y el rechazo a la subordinación de los países del sur a los poderes centrales. Asimismo, los debates y demandas en torno a conflictos vinculados al reconocimiento de las identidades y sexualidades disidentes se dieron en un proceso más tardío que el norte global y también tuvieron su correlato con las realidades socioeconómicas de la región.
Sin duda, la agenda de los feminismos del sur se ha caracterizado por ser sumamente heterogénea y polarizada, con reivindicaciones atravesadas por la propia composición política, racial y de clase de cada sector del movimiento. Asimismo, la lenta incorporación de la “perspectiva de género” en el ámbito de las instituciones y las políticas de acción gubernamental dio cuenta de una encrucijada: la tensión entre el reconocimiento de las demandas del movimiento feminista y ciertas concesiones en torno a la necesidad de garantizar la legitimidad los proyectos de modernización democrática capitalista excluyentes. Como señala Schild, mientras algunas feministas seguían reclamando por derechos básicos y el cese de todas las formas de violencia colonialista y machista contra las mujeres, otras tantas articulaban sus demandas en torno a una agenda de inclusión en los circuitos del poder. En efecto, coexistieron sectores que se avocaron a la conformación de organizaciones no gubernamentales que, en muchos casos, reemplazaron las formas y metodologías de los feminismos autogestivos y populares.
En este sentido, para Schild las demandas y luchas por la autonomía de las mujeres también sufrieron un proceso de resignificación. Particularmente, la definición de autonomía como reivindicación y horizonte se dirimió en términos de “empoderamiento”, reconvirtiéndose en una estrategia de desarrollo individual bajo la clave de los organismos internacionales de crédito en el marco de los procesos de reformas estructurales operadas durante la década del ´90. Una herramienta central para esto fue la reconfiguración de las políticas sociales destinadas a los sectores más empobrecidos con un fuerte peso sobre la responsabilidad de las mujeres como sujeto y objeto de estas intervenciones. Bajo la premisa de combatir el fenómeno creciente de feminización de la pobreza, la mayoría de las políticas destinadas para este fin reforzaron las responsabilidades de las mujeres en la reproducción del hogar y la supervivencia. En consecuencia, el avance de los proyectos de modernización del Estado y las políticas de ajuste y flexibilización aplicadas en las instituciones laborales y de protección social tuvieron un fuerte impacto en las condiciones de vida de las mujeres.
Estas tensiones planeadas en torno a los feminismos locales parecen continuar vigentes, debido a que nos encontramos frente un proceso dinámico que presenta nuevos desafíos. Sin duda, emerge la necesidad de abordar los modos en que se constituye una agenda de lucha integral al calor de un movimiento que contiene expresiones diversas que van desde las universidades hasta los barrios populares, pasando por los sindicatos y las iniciativas colectivas espontaneas. Muchas de estas manifestaciones que apuntan a combatir las formas de desigualdad existentes que someten a las mujeres, lesbianas, travestis y trans a pagar los costos de la opresión patriarcal y capitalista aparecen fragmentadas y/o disociadas. Visibilizar esta limitación recurrente no implican un desmerecimiento de las experiencias de resistencia vigente y su potencial, sino por el contrario, un ejercicio permanente de fortalecimiento que resulta sumamente necesario para pensar los desafíos actuales y los horizontes posibles.
Los feminismos en las calles y en tiempos de reacción
En estos últimos años el movimiento feminista, particularmente en Argentina, ha cobrado una mayor visibilidad, principalmente a partir de su capacidad de interpelación y convocatoria. Sin duda, este fenómeno es producto de la construcción paciente y persistente de activistas y colectivos que lograron traspasar fronteras generacionales. Asimismo, las diversas experiencias, también fueron consecuencia de los modos en que migraron y circularon las ideas feministas en la región. Analizar este proceso con detenimiento requiere de un ejercicio de reconstrucción genealógica que excede los propósitos de este artículo, sin embargo, numerosas investigaciones y autoras locales han trabajado en profundidad sobre la emergencia del feminismo en estas latitudes (Chejter, 1996; Rodríguez Agüero, 2010; Trebisacce, 2013; Grammático 2010; Giordano,2012). Muchos de esos trabajos hacen hincapié en las tensiones, debates y configuraciones del feminismo local, particularmente durante de la década del ´70.
Desde los primeros años de este periodo y previo al golpe cívico-militar implantado en Argentina en marzo de 19768, el feminismo local ya contaba con experiencias organizativas9. En particular, tanto el Partido Socialista de los Trabajadores como el Frente de Izquierda Popular, dos organizaciones políticas de la época, tomaron la problemática de la opresión de las mujeres como un asunto de relevancia para su desarrollo programático y ensayaron distintos modos orgánicos para incorporar la cuestión a la política partidaria. En ambas experiencias se atravesaron álgidos debates (internos y públicos) en torno al lugar que ocupaba esta problemática. Estas experiencias, forjadas en la tensión de la época, pusieron en primer plano las discusiones sobre la incorporación del feminismo (o el rechazo frente a la ligazón del movimiento a los intereses de sectores privilegiados o a la colonización cultural de los países centrales) a la política revolucionaria, así como también la denuncia sobre la condición subordinada de las mujeres en la sociedad capitalista y en la esfera doméstica. Estos tópicos se combinaron el debate acerca del lugar de las mujeres en la vida política de las organizaciones (Trebisacce y Torelli 2011; Trebisacce, 2012).
Más cercano a nuestro tiempo, otro antecedente de gran relevancia para el desarrollo y consolidación del feminismo local han sido los Encuentros Nacionales de Mujeres10 que se realizan desde 1986. Esta experiencia ha posibilitado la articulación de una agenda feminista que fue transformándose al calor de los procesos políticos y sociales del país y la región. A partir del 2001 y en medio de una profunda crisis social y económica los Encuentros comenzaron a ganar masividad, principalmente por la creciente participación de organizaciones populares que lentamente fueron incorporando en sus agendas de lucha el interés por las demandas específicas vinculadas a las desigualdades de género en todos los ámbitos de la vida social. Ya en 2003, las consignas en torno al aborto legal, seguro y gratuito y la despenalización de la práctica fueron imponiéndose como un reclamo cada vez más resonante. Asimismo, la irrupción de los Movimientos de Trabajadores Desocupados, así como también comisiones sindicales y organizaciones de trabajadoras en estos encuentros, fueron otorgándole mayores niveles de apropiación de las demandas que abordan dimensiones de clase y género, cobrando mayor visibilidad la perspectiva del feminismo popular (Korol, 2016). En este sentido, los Encuentros Nacionales de Mujeres son un hecho político clave para el reconocimiento de las problemáticas comunes y como experiencia política para las mujeres en primera persona (Alma y Lorenzo, 2009).
En los años recientes también se ha evidenciado un proceso de apropiación por parte de las organizaciones sociales y políticas incorporando al feminismo como un pilar de su construcción cotidiana. Este fenómeno incluye la resignificación del espacio de la calle como un escenario de visibilización y disputa de sentidos. Ejemplos de este crecimiento del movimiento se pueden observar en las movilizaciones cada vez más masivas que se despliegan en fechas emblemáticas como, por ejemplo, el 8 de marzo en conmemoración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Históricamente ha sido una efeméride de peso en el calendario de lucha a nivel internacional, siempre presente en el activísimo feminista y, particularmente, en las organizaciones vinculadas a la izquierda local. Se puede observar como cada 8 de marzo se suman miles de mujeres, organizaciones sociales, políticas y disidentes que confluyen en marchas y acciones públicas en distintas ciudades del país. Con instancias preparatorias asamblearias donde convergen diferentes expresiones del activismo, se ha convertido en una experiencia de articulación y confluencia feminista. En los últimos tres años, se dio paso a la combinación de estas manifestaciones con el llamamiento de un paro de mujeres de carácter internacionalista. Esta iniciativa se replicó en distintos países del sur y del norte global, mostrando la capacidad de acción del movimiento y la posibilidad de tender redes y alianzas de carácter transversal. Recuperar la herramienta del paro como forma concreta de protesta feminista, fue un elemento innovador en este nuevo proceso.
En los diferentes llamados y comunicados que elaboran las organizaciones y colectivos feministas (o al menos una parte importante de estas) se evidencian los intentos por articular demandas de carácter antipatriarcal y anticapitalista. La denuncia contra el aumento de la precariedad laboral y las políticas de ajuste que afectan a las trabajadoras se conjuga con la necesidad de visibilizar el impacto de la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidado que recae sobre las mujeres. Consignas a favor de los derechos sexuales y reproductivos y contra las formas más cruentas en las que se manifiesta la violencia machista se suman a la exigencia de políticas de Estado en relación con la prevención y erradicación de estas problemáticas, conformando un repertorio amplio de reivindicaciones compartidas. La combinación entre política feminista y metodología obrerista, entendiendo el paro como práctica de lucha ligada históricamente al movimiento obrero organizado es, sin duda, un fenómeno relevante para pensar los modos que adquiere este resurgir del movimiento11. Bajo la consigna “Ni Una Menos”, que se impuso con fuerza a partir de 2015, se logró instalar la necesidad de reaccionar colectivamente, abandonando la pasividad e irrumpiendo en el espacio público. Politizar dimensiones de la vida cotidiana aquello que parecía pertenecer al mundo “privado” logró incorporar a nuevas camadas de feministas organizadas y autoconvocadas, interpelando activamente a la juventud.
Poco a poco, la agenda política del feminismo en el contexto reciente ha ido incorporando demandas de la coyuntura local y cuestiones de la política nacional. Así quedó demostrado durante 2018 frente al acuerdo del Gobierno Nacional con el Fondo Monetario Internacional y las políticas de ajuste implementadas por la gestión de Mauricio Macri en la presidencia12, cuyas medidas recibieron un fuerte rechazo desde las organizaciones feministas. Los documentos acordados en cada manifestación pública expresan la condensación de una perspectiva transversal del feminismo y demuestra la capacidad articulación del movimiento. En este aspecto, logró tender puentes entre las diferentes experiencias y expresiones de la clase trabajadora y los sectores populares, conteniendo en su interior a una amplia gama de organizaciones, colectivos y corrientes político-ideológicas. Asimismo, la práctica asamblearia como método de confluencia y organización para la gesta de manifestaciones y acciones callejeras ha sido otro atributo destacable de este “resurgir” feminista y un modo de hacer política que requiere atención sobre sus potencialidades.
Una expresión concreta de este proceso fue la irrupción de La Marea Verde13, expresión que comenzó a utilizarse para denominar al movimiento que se nucleó en torno a la demanda por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito. El debate sobre el aborto estuvo presente en los medios de comunicación masiva, en los lugares de trabajo, en las escuelas y Universidades, y en los centros de salud. Se trató de una articulación feminista transversal que logró rebalsar los límites del propio movimiento y que, por supuesto, no estuvo exenta de tensiones y desafíos. Este proceso ha demostrado la capacidad de articular la lucha callejera y programática en torno a una demanda común y, además, logró cristalizarse en masivas manifestaciones frente al Congreso Nacional durante junio y agosto de 2018. Sin embargo, también puso en evidencia contradicciones frente al carácter de las alianzas debido a que se conjugaron expresiones políticas de las más diversas y antagónicas ya que, hasta entonces, la demanda por el aborto legar aparecía sólo en el repertorio del activismo feminista y de las organizaciones de izquierda14. En efecto, la lucha por el aborto legal logro revitalizar el discurso y la acción del movimiento al mismo tiempo que suscito polémicas por sus detractores y también por sus adherentes15.
La articulación de expresiones organizadas del feminismo en su heterogeneidad transcurre en paralelo en un contexto de avanzada reaccionaria de las derechas “modernas” en el cono sur. La asunción del gobierno de Mauricio Macri en diciembre de 2015 hizo resurgir viejos debates en torno al carácter de la retórica neoliberal16 de la nueva coalición gobernante (García Delgado y Gardin, 2017). El panorama agrega complejidad si sumamos el avance de la contraofensiva religiosa conservadora por parte de la Iglesia Católica y las congregaciones evangelistas que ponen de manifiesto la capacidad de presión que tienen las instituciones religiosas sobre el Estado, particularmente para frenar el avance de las demandas por el ejercicio efectivo de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres y de igualación de derechos para las personas trans, travestis, gays y lesbianas. En este contexto, la iglesia intenta recuperar terreno en la injerencia de la institución en las políticas públicas, montándose en el peligro del avance de la “ideología de género”17. Sin embargo, esto último parece ser una cuestión que trasciende fronteras a nivel regional. En el caso de Brasil, la presidencia de Jair Bolsonaro, pone en evidencia la acumulación, crecimiento y capacidad de articulación de los poderes religiosos, corporativos, racistas y reaccionarios que colocan la mira en el movimiento feminista como uno de los principales enemigos (Alcaraz, 2018; Colectivo Passharinho,2018).
Otro elemento que considerar tiene que ver con el escenario represivo y de endurecimiento de las políticas de ajuste que empujan a un clima de aguda crisis social y que colocarán a los movimientos sociales, incluyendo a los denominados feminismos populares, en la primera línea de confrontación con los poderes locales. Este contexto requiere una reflexión profunda acerca de los horizontes posibles de resistencia y transformación a pesar del diagnóstico desalentador. Volver sobre debates nodales que se han dado en el seno del feminismo puede ser una posibilidad para reinterpretar sus potencialidades y ponderar alternativas que habiliten superar obstáculos y limitaciones. ¿En qué lugar quedan los feminismos en este “retorno” neoliberal? ¿es el feminismo el único movimiento social capaz de subvertir o resistir los embates de esta avanzada? En el marco de una creciente fragmentación de las organizaciones populares y de la clase trabajadora ¿puede el movimiento feminista superar esta tendencia? Son algunos de los interrogantes que posibilitan reflexionar acerca de los horizontes posibles.
Partiendo de estas preguntas es posible analizar los modos en que la creciente precariedad de las condiciones de vida de la clase trabajadora ha significado también un proceso de feminización de las estrategias de organización y resistencia. Las mujeres se ubican en una posición clave dentro del campo de lucha contra las formas de explotación y opresión que erosionan las condiciones de la sostenibilidad de la vida. Hay consenso en señalar que asistimos a un proceso de crisis de la reproducción social que afecta al conjunto de la clase trabajadora. Las mujeres cargan con el peso de sostener dicha reproducción, incrementando e intensificando el trabajo no remunerado al servicio de los hogares y comunidades. En este sentido, las reconfiguraciones de la clase trabajadora también implican transformaciones en la dimensión reproductiva de la vida. Esta situación, sin embargo, puede convertirse en condición de posibilidad para la emergencia de luchas que rompan los límites de lo domestico, que vayan más allá de las fábricas o de los mercados y se transformen en un movimiento más amplio y potente. En esta intersección entre el ámbito doméstico, reproductivo y de cuidados y el mundo del trabajo se ubica la posibilidad de desplegar nuevas formas de construcción para el feminismo actual. Atendiendo a estas potencialidades para el movimiento actual se suman más interrogantes y desafíos: ¿Cómo se logra construir una política feminista anclada en la clase evitando consolidar una mirada heterocentrada sobre las luchas contra la precariedad de la vida? ¿es el movimiento feminista capaz trazar una nueva noción de lucha de clases que supere el reduccionismo economicista y la perspectiva “culturalista” de la opresión patriarcal? Estas preguntas constituyen, desde mi perspectiva, algunos de los desafíos latentes del feminismo en esta coyuntura.
Palabras finales
Este artículo intentó recuperar aportes que provienen de la elaboración teórica feminista, pero fundamentalmente, de la articulación virtuosa entre pensamiento crítico y compromiso político. Muchos de los elementos aquí señalados responden a debates que subyacen a la práctica feminista en el contexto actual. ¿Es posible lograr avances significativos para las demandas del movimiento feminista en esta coyuntura? Para responder este interrogante resulta necesario hacer una lectura crítica de las condiciones de posibilidad para la articulación de las luchas frente al avance de sectores reaccionarios en el poder y de nuevos modos en que operan mecanismos de dominación. En este sentido, la irrupción del “Ni una Menos” en 2015 y el debate sobre el aborto legal que ganó protagonismo en la agenda pública durante gran parte del 2018 en Argentina mostró las potencialidades del movimiento feminista en su diversidad. Sin embargo, es de suma relevancia recuperar el camino trazado por las feministas que trabajaron pacientemente en la incorporación de demandas específicas de las mujeres e identidades disidentes al interior de los movimientos territoriales, sociales y sindicales en los últimos años.
La marea verde logró condensar marcos de unidad y alianzas entre sectores sumamente heterogéneos en torno a una demanda central que trastoca los intereses de la corporación religiosa, el poder médico, los mecanismos de disciplinamiento sobre los cuerpos feminizados y los negociados vinculados a la clandestinidad. La enorme movilización en torno al reclamo atravesó generaciones y alianzas políticas impensadas y posibilitó, sin dudas, la masificación de una lucha histórica del feminismo argentino. Por otro lado, las estrategias comunicativas y de organización desplegadas se estructuraron mayormente sobre la imbricación de las demandas contra las violencias y femicidios, derechos sexuales y reproductivos y que, con más o menos condiciones de articulación, se combinaron con otras directamente ligadas a la desigualdad material y el deterioro de las condiciones de vida de las mujeres. En este sentido, el protagonismo del feminismo popular ha sido vital para el desarrollo de estas experiencias enraizadas en los territorios.
Frente al avance y el recrudecimiento de políticas que hacen insostenible la vida de las mayorías y recrudecen las violencias sobre los cuerpos feminizados, las mujeres tejen respuestas desde abajo y reconfiguran colectivamente las estrategias de reproducción. “Que el capitalismo y el patriarcado caigan juntos” es la consigna que motivó originalmente la elaboración de este artículo. A partir de sus implicancias y de su poderosa interpelación, intenté recuperar algunos de los debates que han atravesado al feminismo. Sin embargo, es frecuente evidenciar las tensiones de un movimiento sumamente heterogéneo, dónde también coexisten expresiones que no necesariamente coinciden en la búsqueda de un horizonte anticapitalista o de ruptura18. Esta heterogeneidad también tensiona las posibilidades de resignificación y/o cooptación, limitando la capacidad de transformación real sobre las estructuras que sostienen las desigualdades y violencias. Asimismo, el contexto general de crecimiento del movimiento feminista se da en el marco de una fragmentación importante de luchas y un fuerte cuestionamiento de los modos “tradicionales” de organización política y sindical. Esta “crisis de representación” se expresa también en las fuerzas de la izquierda local. En este aspecto el feminismo se constituye así en la única herramienta capaz de aglutinar la dispersión actual. Sin duda, gracias a su amplitud ha logrado contar con una gran capacidad de interpelación.
Este contexto, se requiere una noción ampliada del capitalismo que integre a las formas de opresión patriarcal que lo sostienen y que posibilitaría expandir y articular las luchas de los colectivos que intenten transformar la realidad. En este sentido, el feminismo tiene la potencialidad de convertirse en una herramienta potente capaz de condensar demandas y formas de resistencia que emergen desde abajo contra el deterioro de las condiciones de vida de las mayorías. Resulta urgente entonces, abordar la tarea de (re)elaborar en la conjunción entre ideas y acción política nuevas alternativas para la transformación social.
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