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sábado, 18 de junio de 2022

"Vicios privados, beneficios públicos" o la diestra administración del legislador utilitarista

 "Vicios privados, beneficios públicos" o la diestra administración del legislador utilitarista 

Jimena Hurtado Lecturas de Economía, 61 (julio-diciembre 2004), pp. 71-99. 

Resumen: Este artículo explora la conexión entre Bernard Mandeville y Jeremy Bentham. La complementariedad entre ellos se evidencia en dos puntos: primero, el sentido enunciativo del principio de la utilidad, axioma fundamental del utilitarismo de Bentham, reposa sobre una concepción antropológica implícita que puede ser comprendida gracias a Mandeville. Segundo, la lección de Mandeville es que “los vicios privados a través de la diestra administración de un político capaz pueden ser transformados en beneficios públicos”. El arte de la legislación de Bentham permite entender en qué consiste esta “diestra administración” y quién es el “político capaz”. Además, Mandeville explica en detalle el surgimiento del legislador, figura central tanto en su análisis como en el de Bentham pues garantiza la cohesión social. 

Palabras clave: Bernard Mandeville, Jeremy Bentham, legislador, naturaleza humana, cohesión social. Clasificación JEL: B11, B12, B31 

Abstract: This article explores the connection between Bernard Mandeville and Jeremy Bentham. Their analyses are complementary on two points: first, the descriptive sense of the utility principle, main axiom of Bentham's utilitarianism, relies on an implicit anthropological conception which Mandeville explains in detail. Second, the latter's great lesson is that “private vices by the dextrous management of a skillful politician may be turned into public benefits”. Bentham's art of legislation allows understanding of “the dextrous management and knowing” “who the skillful politician is”. Furthermore, Mandeville accounts for the emergence of the legislator, central figure in his theory as well as in Bentham's because it guarantees social cohesion. 

Keywords: Bernard Mandeville, Jeremy Bentham, legislator, human nature, social cohesion. JEL: B11, B12, B31 

Résumé: Cet article est une analyse de la connection entre Bernard Mandeville et Jeremy Bentham. Ces auteurs sont complémentaires en deux points: D'abord, le sens énonciative du principe de l'utilité, principal axiome de l'utilitarisme benthamien, repose sur une conception anthropologique implicite qui peut être comprise à travers la théorie de Mandeville. Ensuite, la grande leçon de cet auteur est que “les vices privés a travers la gestion adroite d'un politicien habile peuvent être transformés en bénéfices publics”. L'art de la législation de Bentham permet de donner un contenu à “la gestion adroite” et de déterminer qui est-ce “le politicien habile”. Par ailleurs, Mandeville explique en détail l'émergence du législateur, figure centrale aussi bien dans sa propre théorie que dans celle de Bentham car elle assure la cohésion sociale. 

Mots clés: Bernard Mandeville, Jeremy Bentham, législateur, nature humaine, cohésion sociale

Jeremy Bentham, como él mismo lo reconoce, no es el fundador de la filosofía utilitarista. El escritor inglés se considera heredero directo de David Hume y afirma haber sistematizado el principio de la mayor felicidad para el mayor número1 transformándolo en una fuerza reformadora capaz de sustentar un arte de gobierno. En este sentido, el utilitarismo benthamiano se desprende de las Luces y, en particular, de dos corrientes de pensamiento: por una parte, la tradición del sentido moral de Anthony Ashley Cooper, III Conde de Shaftesbury, y de Francis Hutcheson, y, por otra, Bernard Mandeville (Kaye 1924, Hayek 1978 [1966], Horne 1978, Dumont 1985, Halévy 1995 [1901], Audard 1999). De la primera corriente Bentham no sólo hereda el principio de la mayor felicidad para el mayor número. La filosofía del sentido moral también le transmite el papel central otorgado a la razón en la formación del juicio moral, el cual se convierte en un cálculo racional (Caillé 2001, p. 512). De igual manera, el carácter eminentemente consecuencialista de la filosofía utilitarista sigue la tradición de Bernard Mandeville. La principal intención de este autor es mostrar la incoherencia entre el sistema moral vigente y el auge de una economía de mercado. Mandeville, al cuestionar la virtud rigorista como fundamento de la sociedad, sugiere el camino hacia una moral consecuencialista. 

Esta presentación de Shaftesbury, Hutcheson y Mandeville como precursores del utilitarismo de Bentham pasa por alto la abierta oposición entre ellos. Mandeville considera la teoría de Shaftesbury como una apología de valores aristocráticos que privilegia intereses privados en detrimento del interés público. Hutcheson escribe una de las más duras críticas contra el libro más conocido de Mandeville, la Fábula de las abejas, que sostiene que es una obra llena de sin sentidos y de cinismo, la cual ignora la existencia de sentimientos superiores en los seres humanos. 

Mientras Shaftesbury y Hutcheson representan la visión optimista de la naturaleza humana y de sus consecuencias sobre la organización social, Mandeville representa la visión pesimista. Este artículo intenta demostrar que esta última visión permite presentar a Mandeville como más que un simple precursor del utilitarismo de Bentham. De igual manera, Bentham es más que el simple heredero de Mandeville. Los dos análisis se completan y se entrelazan en puntos esenciales para la comprensión de cada uno de ellos, los cuales han sido poco tratados en la literatura.2 Bentham no reconoce esta filiación. Aunque Mandeville constituye un paso obligado para los autores en filosofía moral durante la mayor parte del siglo XVIII, la controversia y el escándalo generados por la Fábula se disipan con el tiempo. Para el momento en que Bentham escribe, Mandeville prácticamente está condenado al olvido. En la primera parte de este artículo se hará un breve recorrido por este proceso de refutación y de banalización de la obra de Mandeville que explican el olvido y la poca atención que Bentham le presta. 

No obstante, existen dos puntos centrales tanto en la obra de Mandeville como en la de Bentham que permiten mostrar la complementariedad entre los dos autores. Estos dos puntos constituyen la segunda sección del artículo. El primero hace referencia a la concepción de la naturaleza humana a partir de la cual ambos autores construyen su obra. El principio de la utilidad en su sentido enunciativo contiene un sustento antropológico que Bentham no hace explícito. Mandeville, por el contrario, elabora en detalle las bases antropológicas de su propuesta y deriva de ellas su conocida expresión “vicios privados, beneficios públicos”. El segundo punto se refiere a la manera como el utilitarismo de Bentham permite dar un contenido preciso a la expresión de Mandeville. La formulación completa de esta expresión es “los vicios privados a través de la diestra administración de un político capaz se transforman en beneficios públicos”. La ciencia de la legislación elaborada por Bentham permite establecer en qué consiste esta “diestra administración” y quien es el “político capaz”. 

La tercera parte del artículo explora este vínculo mostrando la conexión entre la aparente paradoja de Mandeville y el principio de la mayor felicidad para el mayor número, de Bentham. Mandeville obliga a sus lectores a preguntarse sobre la compatibilidad entre la sociedad de mercado y la moral rigorista. Este cuestionamiento lleva a preguntarse sobre la relación entre las esferas de la política, la moral y la economía. Bentham seguirá la pista de Mandeville y, consciente del carácter artificial de la moral, propondrá un sistema acorde con el principio de la utilidad que permite a la sociedad disfrutar de la prosperidad sin renunciar a la virtud. Esta solución implica la absorción de la moral y de la política dentro de la economía. 

Este artículo termina con algunas conclusiones que enfatizan la continuidad entre Mandeville y Bentham, en particular, respecto al desafío que el primero lanza a sus lectores. Se trata de una pregunta de filosofía económica que todos los pensadores de su época intentarán resolver: ¿cuál es el lugar de la Economía frente a la moral y a la política? De manera análoga, se trata de resolver: ¿cuál es la relación entre el agente económico, el sujeto moral y el ciudadano? Bentham, como heredero de Mandeville, relanza este cuestionamiento y obliga a enfrentar una pregunta que la teoría económica contemporánea ha olvidado.

* Jimena Hurtado Prieto: Profesora Assistente Facultad de Economía y Cede, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. Carrera 1 Este No. 18 A -10. bloque A, oficina 314. Investigadora asociada de PHARE (Universidades París I y X y CNRS). Dirección electrónica: jihurtad@uniandes.edu.co Una primera versión de este artículo fue presentada en el TercerEncuentro Ibérico de Historia del Pensamiento Económico organizado en la Universidad de Granada el 12 y 13 de diciembre 2003. Agradezco a los participantes por sus comentarios y preguntas. Agradezco al evaluador anónimo de la Revista por sus sugerencias y ayuda en la redacción del artículo. Toda insuficiencia del texto es de mi entera responsabilidad. 

1 Bentham menciona a Joseph Priestley como la fuente de este principio. Todo parece indicar que el primero en formularlo de manera explícita es Francis Hutcheson cuya principal obra fue publicada 43 años antes que la de Priestley. Los comentadores señalan esta alusión a Priestley como un error de Bentham al confundir esta obra con la de Cesare Bonesana, marqués de Beccaria. Sigot (2001, 49) presenta esta confusión como una prueba de la popularidad de la expresión en la época.

2 Esta posición implica una visión contraria a una posición relativamente difundido en la literatura secundaria, según la cual Mandeville sería un representante de la teoría de la identidad natural de intereses (Halévy 1995 [1901], pp. 113-114) mientras que Bentham adheriría a la armonización artificial de intereses. En este sentido, este artículo busca sacar a Bentham de la tradición de Hume y Smith y acercarlo a la de Hobbes como una manera alternativa de reflexión política frente al republicanismo y al humanismo cívico. Esta conexión, a través de Mandeville, permite también reubicar a este último autor dentro de una visión de armonización artificial de intereses tal como lo hace Viner (1991) en contra de la presentación de Hayek (1978 [1966]).

I. Mandeville condenado al olvido La fama de Bernard Mandeville, debida en buena parte al carácter escandaloso de su obra (Primer 1975, x), perduró durante buena parte del siglo XVIII. Después de la publicación anónima del poema The Grumbling Hive or Knaves turn’d Honest en 1705, fueron publicadas al menos trece ediciones de la Fábula de las Abejas3 entre 1714 y 1806 únicamente en Inglaterra (Kaye 1924, i.xxxiiii-xxxviii; Primer 1975, xvii, x-xi; Carrive 1983, pp. 65-118). Durante este tiempo la obra fue objeto de comentarios, condenaciones y refutaciones. Las más conocidas son, sin duda, las Remarks upon the Fable of the Bees (1750) de Francis Hutcheson y Alciphron: or, the Minute Philosopher (1732) de George Berkeley.4 Chalk (1951, p. 219) afirma que todos los grandes autores en filosofía moral durante medio siglo intentaron responder o negar las tesis de Mandeville: “su espectro, parece perseguir los espíritus del siglo XVIII”. 

Sin embargo, para el momento en que Bentham escribe, Mandeville ya no hace parte de las referencias obligadas en filosofía moral. En realidad, Bentham no presta mayor atención a Mandeville. En la primera parte de esta sección se verá cómo algunos de los autores que inspiran a Bentham al hablar sobre Mandeville señalan sus errores y contradicciones. Esta actitud se ve reflejada en la apreciación que Bentham tiene sobre el autor de la Fábula, cuyas paradojas: “[…] contenían muchas verdades originales y audaces mezcladas con una combinación de falsedad, que escritores sucesivos, aprovechando la luz que habían proyectado sobre el tema, han sido capaces de separar.” (Commonplace Book, (ed.) Bowring, x, p. 73). 

En consecuencia, para Bentham, Mandeville es el representante de un momento superado de la filosofía moral en el cual el juiciomoral concierne la motivación de la acción y no sus consecuencias materiales. Esta concepción del juicio moral queda atrás, según Bentham, al perfeccionar y al sobrepasar los prejuicios asociados al lenguaje:

3 Todas las referencias a la Fábula de las abejas corresponden a la edición de F. B. Kaye (1924), el volumen es indicado en cifras romanas. Hemos traducido todas las citas originalmente en inglés o en francés. 

4 Pero, claramente, estos dos pensadores no son los únicos en haberse detenido sobre la obra de Mandeville. Kaye menciona cerca de 200 referencias a la obra de Mandeville durante el período (Kaye, 1924, ii, pp. 418-453). Dobrée (1954, vi) nota que justo después de la publicación de la edición de 1723 la Fábula es presentada dos veces ante el jurado de Middelesex como una amenaza a la tranquilidad pública; discursos y sermones aparecen en la prensa y en las iglesias al igual que una multitud de artículos y panfletos contra el libro.

A esta imperfección del lenguaje y a nada más deben ser atribuidos, en gran medida, los violentos clamores que han surgido de tiempo en tiempo contra esos ingeniosos moralistas que, viajando fuera del camino corriente de la especulación, han encontrado una mayor o menor dificultad en deshacerse de los grillos del lenguaje ordinario: tales como Rochefoucault, Mandeville y Helvétius. Frecuentemente se imputó a lo irrazonable de sus opiniones o aún con mayor injusticia a la corrupción de sus corazones lo que más comúnmente se debía o bien a la falta de habilidad en asuntos de lengua de parte del autor o a una falta de discernimiento, probablemente en algunos casos falta de probidad de la parte del comentador. (Introduction to the Principles of Morals and Legislation,5 102n). 

A pesar de la casi total ausencia de referencias a Mandeville en su obra, algunos comentadores han establecido un vínculo directo entre los dos autores. Kaye (1924, i.lix-lxi) por ejemplo, considera que el eclipse del cual fue víctima la Fábula se debe en buena parte, a la difusión de las ideas de Mandeville a través de las obras de Adam Smith,6 Claude Adrien Helvétius y Bentham (Kaye, 1924, i.cxviii n). En la segunda parte de esta sección se explorará la banalización de sus ideas en particular a través de la obra de Helvétius.7 

A. La refutación de Mandeville 

Cuatro autores permiten seguir la suerte de la Fábula durante la primera mitad del siglo XVIII: Hutcheson, Berkeley, Hume y Smith. Todos buscan mostrar que, contrariamente a la posición de Mandeville, la virtud en una sociedad de mercado es posible. Durante el mes de febrero de 1726 Hutcheson publica en el Dublin Journal tres cartas que forman la mitad de su libro póstumo de 1750 Reflections upon Laughter and Remarks upon the Fable of the Bees. Hutcheson advierte que no tiene la intención de responder a los argumentos de la Fábula porque, como intentará mostrarlo, no puede haber respuesta a este libro. Según este autor mientras no se sepa con certeza lo que significa “vicios privados, beneficios públicos” es imposible entender los argumentos de Mandeville. Hutcheson ve cinco interpretaciones posibles: los vicios privados son en sí mismos beneficios públicos; los vicios privados tienden naturalmente a producir la felicidad pública; los vicios privados, a través de la diestra administración de los gobernantes, pueden ser transformados para contribuir a la felicidad pública; los vicios privados emanan necesariamente de la felicidad pública; los vicios privados probablemente emergerán de la prosperidad pública dado el estado de corrupción actual. Hutcheson considera que las cinco proposiciones se encuentran en la Fábula y que, por lo tanto, es imposible dar una sola respuesta. 

Pero, en realidad, la intención de Hutcheson es refutar a Mandeville sobre un punto específico. Hutcheson, siguiendo a Shaftesbury, defiende la existencia de placeres superiores compatibles con la virtud. Estos placeres no están relacionados con aquellos puramente egoístas del lujo, a los cuales Mandeville daría un lugar central como fuente de crecimiento económico.8 Según Hutcheson, la abundancia asociada a la división del trabajo no es una fuente de vicio pues, lejos de incitar las pasiones egoístas, fortalece los lazos de gratitud entre individuos quienes, en consecuencia, pueden disfrutar de un mejor nivel de vida. Esta abundancia no se debe al consumo suntuario de los ricos, sino a la inversión de capitales en actividades productivas. 

La visión de Mandeville sería entonces explicada por su incapacidad de reconocer las tendencias amables y benévolas de la naturaleza humana, las cuales acercan a los individuos en vez de alejarlos. En consecuencia, Hutcheson cree superar la paradoja de la Fábula poniendo en evidencia la falsa concepción de la naturaleza humana sobre la cual está construida. 

En 1732 George Berkeley publica Alciphron: or the Minute Philosopher. El segundo diálogo del libro está dedicado a la Fábula. En él, el vocero de Mandeville afirma que en Inglaterra los filósofos han demostrado que “los vicios privados son beneficios públicos” (Berkeley, 1732, p. 65) y concluye que “el vicio parece ser algo muy bueno bajo un feo nombre” (Ibid., p. 69). La crítica de Berkeley parece más una caricatura que cualquier otra cosa.9 Dobrée (1954, vii-ix), por ejemplo, en su introducción a la respuesta de Mandeville a Berkeley, muestra lo poco fundamenta ve cinco interpretaciones posibles: los vicios privados son en sí mismos beneficios públicos; los vicios privados tienden naturalmente a producir la felicidad pública; los vicios privados, a través de la diestra administración de los gobernantes, pueden ser transformados para contribuir a la felicidad pública; los vicios privados emanan necesariamente de la felicidad pública; los vicios privados probablemente emergerán de la prosperidad pública dado el estado de corrupción actual. Hutcheson considera que las cinco proposiciones se encuentran en la Fábula y que, por lo tanto, es imposible dar una sola respuesta. Pero, en realidad, la intención de Hutcheson es refutar a Mandeville sobre un punto específico. Hutcheson, siguiendo a Shaftesbury, defiende la existencia de placeres superiores compatibles con la virtud. Estos placeres no están relacionados con aquellos puramente egoístas del lujo, a los cuales Mandeville daría un lugar central como fuente de crecimiento económico.8 Según Hutcheson, la abundancia asociada a la división del trabajo no es una fuente de vicio pues, lejos de incitar las pasiones egoístas, fortalece los lazos de gratitud entre individuos quienes, en consecuencia, pueden disfrutar de un mejor nivel de vida. Esta abundancia no se debe al consumo suntuario de los ricos, sino a la inversión de capitales en actividades productivas. La visión de Mandeville sería entonces explicada por su incapacidad de reconocer las tendencias amables y benévolas de la naturaleza humana, las cuales acercan a los individuos en vez de alejarlos. En consecuencia, Hutcheson cree superar la paradoja de la Fábula poniendo en evidencia la falsa concepción de la naturaleza humana sobre la cual está construida. En 1732 George Berkeley publica Alciphron: or the Minute Philosopher. El segundo diálogo del libro está dedicado a la Fábula. En él, el vocero de Mandeville afirma que en Inglaterra los filósofos han demostrado que “los vicios privados son beneficios públicos” (Berkeley, 1732, p. 65) y concluye que “el vicio parece ser algo muy bueno bajo un feo nombre” (Ibid., p. 69). La crítica de Berkeley parece más una caricatura que cualquier otra cosa.9 Dobrée (1954, vii-ix), por ejemplo, en su introducción a la respuesta de Mandeville a Berkeley, muestra lo poco fundamentado de la presentación del segundo. Mandeville, en su tono jovial y ligero, empieza su réplica con un elogio de Berkeley quien siendo “un Hombre sabio, sin disposición a desperdiciar su tiempo” (Mandeville, 1954 [1732], p. 2,) seguramente no leyó la Fábula y se limitó a las numerosas críticas y al reporte del jurado de Middlesex que la condenaba. 

Más allá de la pertinencia del análisis de Berkeley, tanto su crítica como la de Hutcheson ejercieron una importante influencia sobre la posteridad de Mandeville aunque no lograron eliminarlo del horizonte filosófico. Por ejemplo, Pope y Voltaire retoman párrafos de Mandeville, el primero en su Essay on Man (1733-1734) y el segundo en su poema Le marseillois et le lion (1768). Hay un autor particularmente importante para Bentham que parece disipar toda ambigüedad de la formulación de Mandeville. David Hume en su ensayo Of Refinement in the Arts (1987 [1752]) se propone corregir las posiciones extremas respecto al lujo. Según el autor escocés, el lujo contribuye a la felicidad y a la virtud social hasta cierto punto pues favorece el refinamiento de las ciencias y las artes y, por consiguiente, la sociabilidad. Hume considera la argumentación de Mandeville contradictoria: el vicio no puede ser presentado como algo benéfico para la sociedad cuando, al mismo tiempo, las distinciones morales son denunciadas como inventos de los políticos en nombre del interés público para aprovecharse del trabajo de los demás. Para Hume, el razonamiento de Mandeville es inconsistente: o bien el vicio contribuye al interés general o bien es una argucia de los políticos en aras de su propio interés.10 

Finalmente, otro autor importante para Bentham es Adam Smith, quien dedica toda una sección de la Teoría de los Sentimientos Morales a refutar el sistema de filosofía moral de Mandeville. Su crítica está fundada en la rigidez de la definición de lujo de Mandeville. De acuerdo con esta definición, todo aquello más allá de lo estrictamente necesario para la supervivencia física es superfluo. Smith atribuye los errores del sistema de Mandeville a la influencia de los mercantilistas y a su concepción errónea de la riqueza y del enriquecimiento nacional. Smith relativiza la noción de lujo mostrando que lo necesario está definido por la cultura y que, en el caso de la sociedad de su época, la mayor parte de los individuos no buscan el lujo sino la satisfacción de sus necesidades socialmente determinadas. En consecuencia, Smith niega el rol central del consumo de lujo en la generación de riqueza y presenta la frugalidad y la división del trabajo como los factores determinantes del crecimiento económico. Esta visión está lejos de poner en peligro la virtud social. A esto se agrega, como lo indicaba Hutcheson, el error de Mandeville en su concepción de la naturaleza humana. El ser humano, según Smith, es por naturaleza sociable y su principal objetivo es el placer de la compañía del otro no la satisfacción de sus motivaciones egoístas. 

Este breve recorrido de Hutcheson a Smith permite ver por qué para un lector poco atento de la Fábula, Mandeville, después de estas críticas, no tiene mayor interés. Su argumento es contradictorio y está fundado sobre premisas equivocadas. Para formularlo de manera radical: ¿para qué perder el tiempo con un autor que, según todos los grandes filósofos, está equivocado? 

B. La banalización de Mandeville 

Luego de este período de contradicción abierta de los argumentos de Mandeville llega una etapa en la cual su teoría empieza a ser incorporada en el espíritu de la época. En efecto, siguiendo el análisis de Stephen (1900), Kaye (1924, cxviii) y Halévy (1995 [1901], p. 158) la principal razón por la cual Bentham hace prácticamente caso omiso de Mandeville es porque las ideas del segundo eran corrientes en la época del primero. En este sentido, Mandeville es uno de los muchos autores de las Luces, cuyo principal aporte en materia de filosofía moral es la redefinición de la noción de placer y el análisis de su relación con la moral y la razón (cf. Caillé, Lazzeri, Senellart (dir.) 2001, p. 401). 

En esta reformulación de la moral, Helvétius, gran fuente de inspiración para Bentham, es determinante. La banalización de las ideas de Mandeville puede explicar por qué Bentham no lo reconoce cuando Helvétius afirma: 

Un filósofo que en sus escritos se supone habla del universo debe dar a la virtud fundamentos sobre los cuales todas las naciones puedan construir y, por consiguiente, edificarla sobre la base del interés personal. Debe apegarse aún más a este principio en la medida en que motivos de interés personal, manejados con destreza por un hábil legislador, son suficientes para formar hombres virtuosos. (Helvétius, 1961 [1758], 232).11

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