Imágenes del lunes 9 al lunes 16 de noviembre del 2020, semana convulsionada política, y socialmente tras la vacancia del presidente Martín Vizcarra y la breve asunción al cargo de Manuel Merino. Tras la renuncia de este último, el legislador Francisco Sagasti (inf. der.) asume el cargo hasta julio del 2021. Fotos: El Comercio.
Imágenes del lunes 9 al lunes 16 de noviembre del 2020, semana convulsionada política, y socialmente tras la vacancia del presidente Martín Vizcarra y la breve asunción al cargo de Manuel Merino. Tras la renuncia de este último, el legislador Francisco Sagasti (inf. der.) asume el cargo hasta julio del 2021. Fotos: El Comercio.
Czar Gutiérrez

Gamarra contra La Mar. Salaverry contra de Orbegoso. Torrico contra Menéndez. Prado contra Diez Canseco. Piérola contra Prado. Leguía contra Pardo. Velasco contra Belaúnde. Morales Bermúdez contra Velasco. Fujimori contra el Congreso. Todo ello sin contar con las asonadas tanto de los hermanos Gutiérrez como de los hermanos Humala. O la vez que Carlos de Piérola perpetró un golpe contra su hermano Nicolás. Por eso aquella vez que Manuel Odría encajó contra Bustamante y Rivero, el poeta Martín Adán dijo con pasmosa ironía: “El Perú ha vuelto a la normalidad”.

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Ocurre, pues, que esos golpes sangrientos –¿serán tal vez “las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema”?— han alimentado con tanta regularidad nuestra trayectoria política que un prolongado periodo de alternancia democrática nos parece insostenible. Nos incomoda. Nuestro Estado, apenas cubierto tras el velo de una retórica libertaria, pareciera extrañarse violador de su propia legalidad. Y entonces nosotros, sus habitantes, volveremos a habitar ese “Perú, país de desconcertadas gentes” del que hablaba De Piérola. Para un sino natural que César Moro sentenció con feroz ironía: “En todas partes se cuecen habas, pero en el Perú solo se cuecen habas”.

Rumbo incierto

Más allá del chispazo anecdótico, ciertamente, se ubican los intelectuales que trataron de explicar semejante fenómeno. José Carlos Mariátegui (1894 - 1930) se remonta a la economía de carácter feudal el surgimiento de una burguesía en las colonias. El gamonalismo, en la estructura de la administración centralizada en la cadena clientelas del sistema político como detonador de un sistema desigual que Jorge Basadre Grohmann profundizará en multitud de volúmenes, empezando por “Perú: problema y posibilidad: Ensayo de una síntesis de la evolución histórica del Perú” (1931), genitor de ese excepcional repaso por el cosmos de nuestra identidad contenidos en los dieciséis volúmenes Historia de la República del Perú (1939), la obra más relevante de la historiografía peruana del siglo XX.

El estudioso Alberto Flores-Galindo (1949 - 1990) se remontará a la colonia para estudiar la reforma agraria, el mesianismo, el milenarismo, los mitos movilizadores, la construcción de un imaginario colectivo, la identidad, la utopía, la violencia, las utopías andinas, los movimientos obreros, la república aristocrática y la tradición autoritaria en un corpus que acrisola en su libro “Buscando un Inca: Identidad y utopía en los Andes” (1987). Mientras que, ya más cercano en el tiempo, la grave descomposición social y la sucesión de fracasos para constituir un Estado institucionalmente sólido será el leit motiv de “Descomposición política y autoritarismo en el Perú” (Julio Cotler, 1993).

La corrupción, las violaciones a los derechos humanos y vicisitudes de una economía en constante zozobra jalonan “Rumbo incierto, destino desconocido. El perú bajo el segundo alanismo” (Nelson Manrique, 2015). Mientras, el científico social Gonzalo Portocarrero (1949 - 2019) analizará racismo, mestizaje, blanqueamientos y otros asuntos de capital importancia como genitores de la espiral violentista que desangró nuestros años ochenta: “Razones de sangre. Aproximaciones a la violencia política” (1998) reconstruye ese proceso, desde las creencias que originaron la insurrección hasta los diferentes grados de respuesta que desembocaron en tan traumático proceso.

No era una nación

Pero, sin duda, las bases de la actual crisis están en el desvelamiento de la corrupción casi institucionalizada que fagocitó diferentes poderes del Estado. Así, "Historia de la corrupción en el Perú (Alfonso W. Quiroz, 2013) analiza esa enfermedad que ya había hecho metástasis cuando salió a la luz. Y desde tiempos inmemoriales, con énfasis en los siglos XVIII y mediados del XX. Todo lo cual tendrá como telón de fondo un malñ atávico: el reiterado desencuentro entre los peruanos. O, como confiesa ese niño llamado José María Arguedas cuando llega a Lima desde su ciudad natal, Andahuaylas, en 1919:

Un serrano era inmediatamente reconocido y mirado con curiosidad o desdén; eran observados como gente bastante extraña y desconocida, no como ciudadanos o compatriotas. En la mayoría de los pequeños pueblos andinos no se conocía siquiera el significado de la palabra Perú. Los analfabetos se quitaban el sombrero cuando era izada la bandera, como ante un símbolo que debía respetarse por causas misteriosas, pues un faltamiento hacia él podría traer consecuencias devastadoras. ¿Era un país aquél que conocí en la infancia y aun en la adolescencia? Sí, lo era. Y tan cautivante como el actual. No era una nación”.

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