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jueves, 27 de enero de 2022

Pero ¿es la Economía una ciencia?

 

Pero ¿es la Economía una ciencia? 

La respuesta a la pregunta del rótulo depende, como es natural, de lo que entendamos por ‘ciencia’. En el hablar cotidiano y en la jerga de la vida académica —sobre todo en países de lengua francesa e inglesa— el término se usa a menudo denotando la física matemática. Esto excluye, como es evidente, todas las ciencias sociales y por lo tanto también la economía. Tampoco resulta ser una ciencia el conjunto de la economía si consideramos característica defi nitoria (defi niens) de la ciencia el uso de métodos análogos a los de la física matemática. En este caso sólo una reducida parte de la economía es «científi ca». Si defi nimos la ciencia de acuerdo con el eslogan «ciencia es medición», hallaremos que la economía es científi ca en algunas de sus partes y no en otras. Ésta no es una cuestión que deba suscitar susceptibilidades a propósito del «rango» o la «dignidad» de un conocimiento: llamar ciencia a un campo del conocimiento no debería implicar ni elogio ni denigración. 

Para nuestros fines se impone una defi nición muy amplia, a saber: es ciencia cualquier tipo de conocimiento que haya sido objeto de esfuerzos conscientes para perfeccionarlo.2 Esos esfuerzos producen hábitos mentales —métodos o «técnicas»— y un dominio de los hechos descubiertos por esas técnicas; dicho dominio rebasa el accesible con los hábitos intelectuales y el conocimiento fáctico de la vida cotidiana. Por eso podemos también adoptar la defi nición siguiente, que equivale a la propuesta: es ciencia cualquier campo de conocimiento que haya desarrollado técnicas especiales para el hallazgo de hechos y para la interpretación o la inferencia (análisis). Por último, si deseamos subrayar los aspectos sociológicos, podemos proponer una defi nición más, que también equivale en la práctica a las dos anteriores: es ciencia cualquier campo de conocimiento en el que haya personas, llamadas investigadores, o científi cos, o estudiosos, que se dedican a la tarea de mejorar el acervo de hechos y métodos existente y que, en el curso de ese proceso, consiguen un dominio de los unos y los otros que los diferencia del «lego» y al fi nal del mero «práctico» de ese mismo conocimiento. Sin duda se podrían encontrar muchas otras defi niciones no menos satisfactorias. He aquí dos más, sin necesidad de ulterior comentario: 1) ciencia es sentido común refi nado; 2) ciencia es conocimiento instrumentado. 

Como la economía utiliza técnicas que no son de uso común por parte del público general y como hay economistas que cultivan esas técnicas, la economía es obviamente una ciencia en el sentido de nuestra defi - nición. Por lo tanto, podría esperarse que escribir una historia de las técnicas dichas fuera una tarea llana que no suscitara ni dudas ni preocupaciones. Pero, desgraciadamente, la situación no es ésa. Nuestro camino no nos ha sacado todavía del bosque, o, por mejor decir, ni siquiera nos ha llevado a él. Hay todavía obstáculos que eliminar antes de que podamos sentirnos seguros del suelo que pisamos; el más grave de todos ellos se titula ideología. Su eliminación se intentará en los siguientes capítulos de esta parte. Por el momento presentaremos unos cuantos comentarios a nuestra defi nición de ‘ciencia’. 

Ante todo hemos de enfrentarnos con lo que el lector considerará probablemente objeción insuperable. Si la ciencia es conocimiento instrumentado, es decir, si se defi ne la ciencia por el criterio del uso de técnicas especiales, entonces parece inevitable incluir bajo el concepto la magia, por ejemplo, practicada por una tribu primitiva, siempre que ésta use técnicas no accesibles a todo el mundo, sino desarrolladas y manipuladas dentro de un círculo de magos profesionales. Y desde luego que tendríamos que incluirla en principio bajo el alcance de nuestra defi nición. Pues la magia y otras prácticas que en sus aspectos decisivos no se diferencian de la magia desembocan a veces gradualmente en lo que el hombre moderno reconoce como procedimiento científi co: la astrología ha sido hermana de la astronomía hasta comienzos del siglo XVII. Pero hay otra razón todavía más constrictiva. La exclusión de cualquier tipo de conocimiento instrumentado equivaldría a declarar que nuestros propios criterios instrumentales son absolutamente válidos para todos los tiempos y lugares. Y no podemos hacerlo.3 En la práctica no tenemos elección, y hemos de interpretar y estimar todo elemento de conocimiento instrumentado, igual pasado que presente, a la luz de nuestros criterios, pues no tenemos otros. Éstos son

resultado de un desarrollo de más de seis siglos4 durante los cuales el reino de los procedimientos científi camente admisibles o de las técnicas correctas se ha restringido más o menos, en el sentido de que se han descartado y declarado inadmisibles cada vez más procedimientos y técnicas. Cuando hablamos de ciencia «moderna», o «empírica» o «positiva» estamos pensando en este reino críticamente reducido de procedimientos.5 Sus reglas de procedimiento difi eren en los varios departamentos de la ciencia y, como hemos visto antes, no están nunca fuera de duda. Pero en general se pueden describir por medio de dos características destacadas: reducen los hechos que se nos proponen con fundamento científi co a la categoría, más reducida, de los «hechos verifi cables por observación o experimento»; y reducen el ámbito de los métodos admisibles a la «inferencia lógica a partir de hechos verifi cables». A partir de ahora nos situaremos en este punto de vista de la ciencia empírica, al menos en la medida en que sus principios se reconocen en economía. Pero al hacerlo hemos de tener presente que aunque vamos a interpretar las doctrinas desde este punto de vista, no pretenderemos que se trate de una perspectiva «absolutamente» válida; y aunque razonando desde ese punto de vista declararemos que tales o cuales proposiciones o métodos no son válidos —siempre, desde luego, por referencia a las condiciones históricas en las cuales se formularon—, sin embargo, no por eso los excluiremos del reino del pensamiento científi co en nuestro sentido inicial (y amplio) de esa palabra; por decirlo de otro modo: no les negaremos carácter científi co,6 el cual se ha de estimar, si es que hay que estimarlo de algún modo, según los criterios «profesionales» de cada época y cada lugar.

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2. Reservaremos el término ‘ciencia exacta’ para la segunda de las defi niciones de la palabra ‘ciencia’ antes enumeradas, o sea, para las ciencias que usan métodos más o menos semejantes en su estructura lógica a los de la física matemática. El término ‘ciencia pura’ se usará en contraposición a ‘ciencia aplicada’. (En francés es frecuente ese mismo uso, como, por ejemplo, en mécanique o économie pure; pero también es corriente el uso mécanique o économie rationnelle; el equivalente italiano es meccanica o economia pura; el alemán, reine Mechanik o reine Ökonomie.)

3. La mejor manera de convencernos de esta imposibilidad consiste en observar que nuestras reglas de procedimiento están sometidas —y probablemente lo estarán siempre— a discusión, y se encuentran en estado fl uido. Considérese, por ejemplo, el caso siguiente. Nadie ha demostrado hasta ahora que todo número par se pueda formular como suma de dos números primos, aunque hasta el momento no se ha descubierto ninguno que no se pueda descomponer así. Supongamos que un día esa proposición conduzca a una contradicción con otra que estemos dispuestos a aceptar. ¿Se seguiría de ello que existe un número par que no es la suma de dos primos? Los matemáticos «clásicos» contestarían que sí, los «intuicionistas» (como Kronecker o Brouwer) contestarían que no; o sea: los primeros admiten, y los últimos niegan, la validez de lo que se llama teoremas de existencia indirectamente demostrados, los cuales se utilizan abundantemente en muchos campos, como, por ejemplo, en economía pura. Evidentemente, ya la mera posibilidad de una tal diferencia de opinión acerca de lo que constituye una demostración válida basta para mostrar, entre otras cosas, que nuestras reglas no se pueden aceptar como la última palabra acerca del procedimiento científi co.

4. Esta apreciación cronológica se refi ere a la civilización occidental sólo, y no tiene, además, en cuenta los desarrollos griegos sino en la medida en que se han integrado en el pensamiento científi co de la Europa occidental desde el siglo XIII, o sea, sólo los considera como herencia, no en sí mismos. Escogemos como piedra miliar la Summa Theologica de santo Tomás de Aquino, que excluye la revelación de entre las philosophicae disciplinae, es decir, del conjunto de todas las ciencias excepto la teología sobrenatural (sacra doctrina; la teología natural es, en cambio, una de las philosophicae disciplinae). Éste fue el paso primero y más importante dado por la crítica metodológica en Europa desde el hundimiento del mundo grecorromano. Se mostrará más adelante el modo como santo Tomás combinó la exclusión de la revelación del conjunto de las ciencias excepto la sacra doctrina con la evitación también del recurso a la autoridad en ciencia como método científi co admisible. 5. La palabra ‘positiva’ usada en este contexto no tiene nada que ver con el positivismo fi losófi co. Ésta es la primera de varias advertencias que se habrán de formular en este libro para evitar los peligros de confusión que surgen del uso de una misma palabra para cosas del todo diferentes por parte de autores que empiezan a veces por confundir ellos mismos las cosas. La cuestión es importante y mencionaré por lo tanto otros ejemplos de portadores de riesgos análogos: ‘racionalismo’, ‘racionalización’, ‘relativismo’, ‘empirismo’. 6. Todo esto es muy inadecuado y no da razón, desde luego, de los profundos problemas superfi cialmente aludidos. Pero como es todo lo que se puede decir al respecto en el espacio disponible para estas cuestiones, me limitaré a añadir que la interpretación dada en el texto ha de leerse sin ver en absoluto en ella a) una pretensión de omnisciencia profesional; b) un deseo de nivelar los contenidos culturales del pensamiento del pasado con el rasero de los presentes criterios; c) la intención, sobre todo, de estimar algo que no sea una técnica de análisis. A medida que avancemos se irán aclarando algunas cuestiones relacionadas con ésta.

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