TRES PARÁBOLAS EN CLAVE ECONÓMICA
TRES PARABOLAS EN CLAVE ECONÓMICA
Por Ludovico Videla para Sabiduría Cristiana, mayo de 2012
La relación entre la religión cristiana y la economía es bastante clara. La religión ofrece la salvación y la felicidad eterna e indica el camino para alcanzarla. La economía es una parte de la actividad humana que trata de la administración de los recursos escasos y debe, en el caso del creyente, ajustarse y ser consistente con lo que nos lleva por el camino de la salvación. Este es el lugar apropiado de la economía.
El maestro Emilio Komar siempre decía que el problema de la economía es que ha pretendido ser una eudemonología o eudaimonología, arte o ciencia de la felicidad, término acuñado por Schopenhauer, pero que se desarrolla en un contexto sensista. Sería la ciencia de la felicidad del sensismo inglés. [1]
Este proyecto iluminista es hoy extremadamente popular, pero ha fracasado porque no ha podido crear un mundo feliz en libertad. Jeremy Bentham, uno de los iniciadores de esta corriente, era profundamente totalitario. Su máxima creación fue el panóptico, un edificio que desde el puesto central y a través de espejos permitía controlar a todos sus habitantes. Un edificio propio de una cárcel o asilo para dementes.
Aldous Huxley, en su obra “Un mundo feliz” se refiere al problema de la felicidad como el de “lograr que la gente ame su servidumbre”, una vez que las personas se convierten integralmente en optantes racionales, cuyos términos son el placer y el dolor, están preparadas para lograr resolver el problema de la felicidad amando su servidumbre.[2] Han perdido su verdadera libertad.
La palabra eudaimonía quiere decir literalmente “tener un buen ángel guía”, ese sería el modo para lograr la felicidad. En nuestros tiempos hemos reemplazado el blanco ángel guía, por el negro ángel del Estado con su oferta de providencia o bienestar.
Es notable como en un cuadro de expansivo secularismo, en el que el descreimiento es general, crece la esperanza y la credibilidad en políticos banales que prometen la felicidad que describe Huxley.
Joseph Schumpeter fue una mente brillante, tal vez el economista más importante del siglo veinte. En su monumental obra sobre la historia del pensamiento económico, dice que la ciencia económica fue elaborada inicialmente por los maestros escolásticos, confesores y teólogos que respondiendo a la consulta moral sobre la licitud de lo que los comerciantes y empresarios hacían, fueron descubriendo principios de operación, y por supuesto, orientaciones morales.[3]
Toda esta reflexión fue separándose en un campo secular de carácter científico y otro campo moral y religioso que conforma la Doctrina Social de la Iglesia. La ciencia decía: hecho esto se produce tal cosa, si emito dinero o rebajo o desbastó la moneda, provoco inflación. La moral decía si estaba bien o mal hacerlo.
Por ejemplo, el obispo Nicolás Oresme (1300), genio matemático y astronómico describió con precisión la relación entre dinero e inflación y calificó a la inflación como un pecado más grave de la usura.
En el tema de la Doctrina Social, recientemente se editó un Compendio que recoge las líneas fundamentalmente del pensamiento moral de la Iglesia en cuestiones económicas, políticas y sociales cuya consulta recomiendo vivamente.
Llegado a este punto conviene hacer un breve excursus. La economía es una ciencia en que no hay un trabajo de laboratorio de prueba y error que permita descartar lo que es falso o no sirve. Por ello las nuevas ideas se agregan a un acervo, en que conviven principios y experiencias valederas y disparates manifiestamente falsos. Por ejemplo Oresme dijo verdades y John Duns Scotus disparates. Las teorías de Scotus son repetidas hoy día en la Argentina y negadas las de Oresme.[4]
También hay que decir que la experiencia económica es histórica, es decir está acotada en el tiempo y en el lugar. Por ello hay una cierta ambigüedad en la aplicación y adecuación de la prescripción, con el problema.
Por ello, la economía es una ciencia difícil, en la que el economista debe sumar diversos saberes para poder interpretar correctamente los problemas.
Decimos que los maestros escolásticos fundaron la ciencia, pero hubo también desarrollos erróneos que generaron enormes confusiones. Nada peor que la mala teología o filosofía sumada a la mala economía, el resultado es espantoso.
Piensen hoy en la Teología de la Liberación que toma como base científica de su análisis la teoría de Carlos Marx, que es demostradamente errónea en la teoría y en la práctica.
Sin llegar a estos extremos, es habitual escuchar reflexiones donde la mala economía y la mala teología resultan en un coctel indigerible. Por ello, estamos obligados a discernir y aplicar nuestro buen criterio. Para ello hay que formarlo.
Con este propósito les explico mi propuesta de hoy. Tomaremos tres parábolas importantes del Evangelio y trataremos de discernir sus enseñanzas morales y religiosas aplicadas a los problemas económicos.
¿Qué enseñan las parábolas?
Comencemos con un texto de Marcos (4,10)[5]
“Cuando quedó a solas, le preguntaron los que estaban en torno suyo con los Doce acerca de las parábolas y El les dijo: a vosotros os ha sido dado a conocer el misterio del Reino de Dios, pero a los otros, todo se les dice en parábolas para que Mirando, miren y no vean, Oyendo oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados”.[6]
Esta frase casi enigmática muestra la dificultad de una justa interpretación de la parábolas. Por ello no sorprende que el esfuerzo por entenderlas haya sido constante en la Iglesia.
Las parábolas nos ofrecen una lectura en diversos planos. Algunos exégetas han señalado la dirección escatológica que apunta a la instauración del Reino de Dios.
Los judíos veían al mesías prometido, como aquel que iba a instaurar el dominio político y territorial de Israel.
Los discípulos estaban también de alguna forma alcanzados por esta expectativa. A pesar de tener la evidencia del misterio de la persona de Cristo, le preguntan a Jesús resucitado: “Señor ¿es ahora cuando vas a restaurar el Reino de Israel?” Hch. (1,6)
Los apóstoles, hasta Pentecostés, no comprendieron lo que Jesús les decía. “No lo entendieron cuando trataba de transformar sus expectativas en un Reino, nacional y terrenal y los orientaba hacia la realización de un Reino internacional, universal católico; un Reino que se manifiesta en la tierra, pero que es esencialmente celestial”. [7]
En realidad la instauración del Reino debe entenderse en clave cristológica, el Reino de Dios llega con la persona de Cristo. Cristo es la auténtica expresión del Reino que se cumple en su persona.
Sin embargo, Cristo Rey no resuelve gran parte de las expectativas mesiánicas. Los judíos rechazan a un Rey que muere en una cruz. .
Cristo es el profeta esperado, pero como profeta, tal como nos enseña la historia de la salvación, humanamente fracasa. Su destino es el de los profetas, que predican pero fracasan, porque su mensaje contradice la opinión general. Sólo a través de su fracaso las palabras resultan eficaces.
En el texto de Marcos citado Cristo refiere abreviadamente a un texto de Isaías que es el siguiente:
“Y oí la voz del Señor que decía: ¿A quién enviaré y quien irá de nuestra parte? Y yo le dije heme aquí envíame a mí. Y él me dijo Ve y di a ese pueblo. Oíd y no entendáis ved y no conozcáis. Endurece el corazón de ese pueblo, tapa sus oídos, cierra sus ojos ni oiga con sus oídos, ni entienda su corazón y no sea curado de nuevo, Y yo le dije ¿Hasta cuándo Señor? Y Él respondió. Hasta que las ciudades queden asoladas y sin habitantes y las casas sin moradores y la tierra hecha desierto.” Is.(6,9)
El castigo anunciado responde a la cerrazón del pueblo que no escucha al profeta. Este fracaso del profeta se cierne como una oscura pregunta sobre toda la historia de Israel y en cierto sentido se repite en la historia de la humanidad. También como decíamos es un fracaso humano el destino de Jesucristo: la cruz. Pero precisamente de la cruz se deriva una gran fecundidad.
Con ello se desvela la relación del Reino con las parábolas, especialmente la del sembrador y con la figura de la semilla. El Reino de Dios está presente como una semilla. La semilla es pequeña y sin embargo puede contener en sí un árbol entero.
La semilla mira al futuro, es presencia de él. Es promesa ya, presente hoy.
“Si el grano de trigo muere da mucho fruto” J (12.32)
Las parábolas hablan todas del misterio de la cruz. El fracaso es el modo o camino que lleva a la conversión y al perdón de Dios.
Los cristianos somos seguidores de un profeta que para el mundo fracaso porque murió en la cruz, sin embargo para los creyentes su muerte y resurrección nos reconcilió con Dios, nos redimió del pecado y del mal.
Un modernista descreído Alfred Loisy decía sarcásticamente que “Jesús proclamó el Reino; y lo que vino fue la Iglesia”. Es cierto, Cristo nos acompaña hasta el final de los tiempos con su presencia en el pan eucarístico que compartimos juntos. “Donde está la eucaristía allí está el rey. Y donde está el rey allí está el reino “. Por ello el Reino de Dios está presente en la Iglesia que nos da la eucaristía.”[8]
Parábola de los talentos
“El Reino de los Cielos es como si uno al emprender un viaje llama a sus siervos y les entrega su hacienda, dando a uno cinco talentos a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad y se va. Luego el que había recibido cinco talentos se fue y negoció con ellos y ganó otros cinco. Asimismo el de los dos ganó otros dos. Pero el que había recibido uno se fue, hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su amo. Pasado mucho tiempo vuelve el amo de aquellos siervos y les toma cuentas y llegando el que había recibido cinco talentos presentó otros cinco diciendo: Señor tú me has dado cinco talentos, mira pues otros cinco que he ganado. Y su amo le dice, muy bien siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco te constituiré sobre lo mucho, entra en el gozo de tu Señor. Llega el de dos talentos y dijo; Señor dos talentos me has dado mira otros dos que he ganado. Díjole su amo. Muy bien siervo bueno y fiel has sido fiel en lo poco te constituiré sobre lo mucho entra en el gozo de tu Señor. Se acercó también el que había recibido un solo talento y dijo; Señor tuve en cuenta que eres hombre duro que quieres cosechar donde no sembraste y recoger donde no esparciste y temiendo me fui y escondí tu talento en la tierra, aquí lo tienes. Respondiole su amo, siervo malo y haragán ¿Con que sabias que yo quiero cosechar donde no sembré y recoger donde no esparcí? Debías pues entregado mi dinero a los banqueros para que a mi vuelta recibiese lo mío con intereses, quitadle el talento y dádselo al que tiene diez, porque al que tiene se le dará y abundará, pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará y a ese siervo inútil echadle a las tinieblas exteriores allí habrá llanto y crujir de dientes.” Mt. (25,14-29)
La parábola de los talentos (antigua moneda romana) está en el capítulo 25 de Mateo y tiene un correlato en Lucas 19, en la parábola de las minas (monedas de plata)
El contexto es el del juicio final. Es decir seremos juzgados según nuestros merecimientos y en forma individual. A cada uno se le pedirá cuenta del uso que hizo de los dones que Dios le dio.
Los talentos no sólo representan las cualidades naturales personales, sino también las riquezas que el Señor nos ha dejado en herencia, para que las hagamos fructificar.
La parábola nos recalca el carácter provisorio de la existencia terrenal, que es una peregrinación hacia la meta que es Dios. Dios “es nuestro último destino y el que da sentido a nuestra vida”, nos dice Benedicto XVI.
La parábola propone las grandes líneas de una eficaz política económica.
El desarrollo depende de las personas individuales y su deseo de progresar. Se requiere una mentalidad activa y emprendedora que aproveche todas las oportunidades que las circunstancias nos brindan.
Hay que asumir riesgos confiando en que si Dios nos ha favorecido con un talento, éste, con nuestro esfuerzo, ha de fructificar.
La confianza y la responsabilidad personal son virtudes centrales al orden económico.
Sabemos que hay un tiempo para todo. Lo requiere la semilla para germinar y dar frutos. Por eso nuestro empeño debe ser a largo plazo; no nos preocupan los resultados de corto plazo solo debemos estar preparados al final de nuestra vida para presentar al justo juez nuestra producción.
No cabe el temor. El miedo nos paraliza y nos lleva a enterrar el tesoro que nos es lo que el Señor quiere.
En su juicio el Señor parece implacable: “al que tiene se le dará y abundará, pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará”.
La razón es que nuestros talentos son dones para nosotros pero también para los demás. Nuestra condición esencial de seres sociales indica, que sólo en la cooperación con los demás podremos se eficientes y aprovechar esos dones para nosotros y los demás.
Esta es la magia del mercado y de la especialización, que permite que cada uno pueda dar lo mejor de sí mismo.
Pero para que la responsabilidad esté presente, Dios nos otorga el privilegio del dominio individual sobre nuestras capacidades. Es la propiedad individual que fructifica, cuando es administrada mirando a la comunidad.
Benedicto XVI reconoce la influencia de esta Parábola en Occidente. Dice “esta enseñanza evangélica ha tenido un impacto también a nivel histórico- social promoviendo en las poblaciones una mentalidad activa y emprendedora”.[9]
Max Weber alude al concepto calvinista tardío de “vocación” como fundamento del “espíritu capitalista” y del avance del capitalismo. Calvino y sus seguidores insistían en el mérito de ser productivos en el propio trabajo u ocupación, en la propia vocación profesional. El éxito buscado afanosamente por estos puritanos, se funda en la idea de que triunfar en la propia vocación es signo visible de que uno se cuenta entre los elegidos, y ha sido seleccionado por la propia fe calvinista, para trabajar y tener éxito, como manifestación de la gloria de Dios.
Sin duda en la visión puritana se recogen elementos de esta parábola que son exagerados, ello no deja de resaltar la importancia histórica y cultural que ha tenido.
La visión católica en comparación al calvinismo del duro trabajo y el ahorro, enfatiza la búsqueda moderada de la felicidad y la alegría, la buena vida que incluye el ocio y la fiesta. La vida contemplativa era sospechada por el calvinismo, que la veía con sospecha como un perder el tiempo, no una verdadera vocación en la vida.
San Francisco le explica al hermano León de Perusa que la alegría perfecta está en padecer todos los males que nos sobrevienen con paciencia y por amor a Cristo. “Si todo esto lo soportamos con paciencia y con gozo, acordándose de los padecimientos de Cristo bendito, que nosotros hemos de sobrellevar por su amor, ¡Oh hermano León!, escribe que aquí hay alegría perfecta”.[10]
La parábola de los talentos choca con algunos lugares comunes contemporáneos. Hay premios y castigos, no se iguala para abajo por el contrario se premia la eficacia. Los talentos no se distribuyen por igual sino en forma manifiestamente desigual. Incluso se dice que al que no tiene se le quitará y al que tiene se le dará.
Por otra parte se manifiesta una gran confianza en la capacidad y responsabilidad de cada persona para salir adelante por sí mismas.
Parábola de los dos hermanos o Parábola del hijo pródigo Lc (15,11-32)
El texto de Lucas es bien conocido. Un padre tiene dos hijos. El hijo pródigo le pide al padre su herencia quien, con magnanimidad, accede a su pedido aunque puede entrever el destino que esta decisión le acompañará. Respeta su decisión y le da libertad.
El hijo se marcha a un país lejano. Lejos del padre y su mundo.
Los Padres de la Iglesia han visto en este alejamiento, una separación interior de lo que es propio y de lo que es auténtico. Un alejarse de su naturaleza.
El hijo derrocha la herencia. Sólo busca disfrutar, aprovechar la vida al máximo, tener una vida en plenitud. Una vida feliz según Jeremías Bentham.
Benedicto XVI se pregunta: “¿Acaso no es difícil ser precisamente en eso el espíritu de la rebelión moderna contra Dios y contra la Ley de Dios? ¿El abandono de todo lo que era hasta ahora el fundamento básico, así como la búsqueda de una libertad sin límites?”[11]
La palabra griega usada en el Evangelio para designar la herencia derrochada significa sustancia. El hijo perdido desperdicia su naturaleza se desperdicia a sí mismo.
Al final se gasta todo. Se ve obligado a criar cerdos y envidia su comida. Su falsa autonomía, sin normas lo lleva a la esclavitud. Téngase en cuenta que para los judíos, el cerdo es un animal impuro. Ser cuidador de cerdos es la expresión de la máxima alienación.
En este punto el hijo comprende que está perdido. Era un hombre libre pero se da cuenta que los esclavos de su padre son más libre que él.
Entonces recapacita. Su conversión consiste en que reconoce todo esto, ha perdido su libertad y para recuperarla debe volver a su padre, a su casa, a lo que él es.
El padre ve al hijo cuando todavía estaba lejos y sale a su encuentro. Lo abraza y lo besa y manda preparar un gran banquete. Dice el texto: “porque él que estaba muerto ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado”.[12]
Para los Padres de la Iglesia el hijo es la imagen del nuevo Adán, al que Dios sale a su encuentro y recibe en su casa.
El mejor traje es el vestido de la Gracia, y el banquete es la imagen de la Eucaristía.
Benedicto XVI destaca la magnanimidad del padre, figura de Dios. El corazón de Dios transforma su justa ira por la conducta del hijo y cambia el castigo por el perdón.
Entonces aparece el hermano mayor. Regresa a casa tras el trabajo en el campo, oye la fiesta en la casa, se entera del motivo y se enoja. No considera justo que a ese haragán, que ha malgastado con prostitutas toda su fortuna, se le obsequie con una fiesta espléndida, sin pasar siquiera por una prueba, por un tiempo de penitencia.
Esto choca con su idea de justicia: una vida de trabajo como la suya parece insignificante frente al sucio pasado del otro.
La respuesta del padre es conocida: “hijo tu estas siempre conmigo y todo lo mío es tuyo”. Le explica la grandeza de ser hijo, ser verdaderamente libre que es la condición de hijo, en la que la herencia material es secundaria. También la actitud del hijo mayor, indica que había soñado, o tal vez deseado una libertad sin límites que llevo a su hermano a la perdición.
Hasta aquí la Parábola. Nos preguntamos, ¿Qué nos dice para la economía?
La afirmación más sugerente se refiere a la clara superioridad del amor sobre la justicia que propone la parábola. Desde la perspectiva de la justicia, como la interpretamos los humanos el hijo mayor parece tener razón.
El padre trata de explicarle que el premio a su constancia en el trabajo y la fidelidad, ya ha sido recompensada con la amistad y comunión con su padre.
Esta comunión, supera a lo material, a la balanza estricta de lo que se recibe o se da. O más bien, si buscamos el amor de Dios y lo volcamos a nuestros semejantes como expresión de nuestra caridad, necesariamente la justicia va a estar resuelta y plenamente vigente.
Es decir que el amor, el don o la gratuidad como se dice ahora, contienen y supera a la justicia.
En la Caritas in veritate, Benedicto XVI nos dice que lo más importante que Dios nos da es su amor. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres su amor, es su promesa y nuestra esperanza.
El Papa nos dice “Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente, en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y aceptando esta verdad se hace libre”.[13]
Confrontando esto, la visión convencional sostiene que la persona está más o menos alienada por el sistema económico y político. Para algunos teólogos, la economía de mercado induce a una idolatría de los mecanismos impersonales y termina creando “sacrificios humanos” a través de los ajustes y movimientos de la oferta y demanda.
En ese marco no hay libertad personal posible sin un “cambio de sistema”, concretado a través del imperio de la justicia social, realizada por el Estado.[14]
Estas corrientes teológicas afirman que la visión antropológica del ser humano reducido a mero defensor de sus propios intereses, creada con la concepción moderna de progreso, no puede generar un avance capaz de realizar el bien común. Para ellos, pensar que el egoísmo coordinado por la mano invisible de Adam Smith puede promover el bien común, es un acto de fe, la confianza en un mecanismo impersonal providencial.
Por supuesto que esta teología rechaza lo que considera formas de una absolutización del mercado y propone la intervención o regulación del Estado, con vistas a objetivos sociales y medioambientales.
Benedicto XVI en cambio, considera este enfoque poco realista y estrecho. Para él, la caridad también tiene que estar presente en el ámbito de las relaciones económicas. Porque si hay caridad está implícita la justicia.
“La solidaridad es en primer lugar que todos se sientan responsables de todos, por tanto no se la puede dejar solamente en manos del Estado. Mientras antes se podía pensar que lo primero era alcanzar la justicia y que la gratuidad venía después como un complemento, hoy es necesario decir que sin la gratuidad no se alcanza ni siquiera la justicia.”[15]
La posición de Benedicto XVI no pasó inadvertida y ha sido también criticada por algunos teólogos, porque de alguna forma abandona la retórica del cambio del sistema tan popular en América Latina.
Suponer que el agente del mercado que busca su propio interés, puede sentirse solidario, amar a su prójimo y contribuir al bien común, es un verdadero sin sentido para estos teólogos del estatismo.
Su rechazo a Benedicto XVI se vincula a la profundización de algo que ya estaba en Centesimus annus que es el dejar de lado la crítica a la economía de mercado. Toma nota del fracaso del marxismo, la caída del Muro de Berlín y que el modelo “monárquico de izquierda”, conduce a la prepotencia del Estado y la política.
Uno de estos críticos, Johan Verstraeten, profesor de ética y doctrina social en la Universidad Católica de Lovaina dice: “En la encíclica del Papa Benedicto XVI Caritas in veritate, se propone una nueva visión del mercado basada en la lógica del don, no simplemente como una adición o rectificación moral de la actual práctica y teoría económica sino como base para una nueva visión de la naturaleza de la economía como tal”.[16] Y concluye que esta tendencia presente en la encíclica de Benedicto XVI reduce la ética social católica, en lo que a cuestiones económicas respecta a una cuestión de actuación individual e intersubjetiva, con lo que la necesidad de cambiar estructuras injustas desaparece en el ámbito de lo marginal.
La cuestión no es menor ya que desde hace décadas el juicio teológico sobre la realidad económica se cargaba en general de una retórica anti mercado y estatista, que si bien merecía el aplauso de vastos sectores era por razones equivocadas. La perspectiva iluminista se siente cómoda con una iglesia que se convierte en una gran ONG, dedicada a atender a los pobres y a reclamar más gasto social. La “opción preferencial” termina siendo la del estatismo más que la de los pobres, porque la acción pública se tiñe de clientelismo y manipulación de las conciencias. Es lograr que los pobres sean felices amando su servidumbre.
Con la visión de Benedicto XVI todo este enfoque se convierte en una retórica vacía de contenido real y destinada al fracaso.
Hay que decir también que una cierta ortodoxia neoliberal rechaza la introducción del don y la gratuidad en la actividad económica. Están en desacuerdo con el texto de Caritas in veritate que dice “que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria”.[17]
Les parece incomprensible y una idea no operativa al momento de ponerse en práctica.
Propongo una breve conclusión sobre este punto. La primacía del amor sobre la justicia se integra perfectamente con las enseñanzas de Caritas in veritate. No hay transformación económica duradera sin un regreso al Padre como la que nos enseña el hijo prodigo en la parábola.
Parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro
El cuadro que describe el Evangelio es conocido. El rico Epulón lleva una vida disipada, llena de placeres y el pobre Lázaro ni siquiera puede tomar las migajas de pan que, que según las costumbres de la época, los comensales tiraban al piso después de limpiarse las manos con ella.
Desde el punto de vista cristiano salta a la vista, en primer lugar, lo que representan las riquezas y los placeres para alcanzar el Reino de Dios. Son o pueden ser un obstáculo.
También sale a la luz la vanidad y el vacío de los que buscan prioritariamente las riquezas, que son verdaderos pobres a los ojos de Dios.
Se ven también el destino de sufrimiento de los que siguen al Señor, como en este caso Lázaro.
Este sufrimiento del discípulo se asocia con el misterio del mal y la satisfacción de Cristo con el sufrimiento de la cruz. La pregunta del best seller del rabino Kushner, ¿por qué sufren los buenos?, o más bien como un Dios poderoso y bondadoso no se conmueve ante el sufrimiento de los justos y los protege, parece no respondida.
Pero la respuesta o señal para esa generación adúltera fue la de Jonás, figura de Cristo en el Antiguo Testamento, y la de Cristo para nosotros los cristianos.
El milagro que pide Epulón en el Hades cuando se encuentra con Abraham, no sirve como instrumento de conversión, es inútil. Así por ejemplo, la resurrección de Lázaro, en lugar de tocar el corazón de los escribas y fariseos hacia la conversión, los movilizó para conspirar y para matarlo a Jesús.
Benedicto XVI nos invita a leer el Salmo 72 para empezar a entender esta parábola.
El salmista manifiesta inicialmente la bondad de Dios para los justos y limpios de corazón.
Pero reconoce que la observación de la realidad del mundo, por poco lo confunde y lo lleva a dar un mal paso.
Los malvados y perversos prosperan, no tienen sinsabores, están sanos y orondos, no pasan fatiga ni sufren como los demás. Siempre seguros acumulan riquezas.
Viendo esto el Salmista se pregunta ¿para qué he limpiado yo mi corazón y he lavado mi conciencia?
Es decir ¿qué sentido tiene este sufrimiento?
El salmista reconoce que entender esto es muy difícil hasta que, “entre en el Misterio de Dios y comprendí el destino de ellos” (los malos)
En verdad, Dios pone a los infieles en el resbaladero, los precipita en la ruina y deja que los consuma el espanto.
El salmista dice que cuando su corazón se agriaba y le punzaba en su interior por lo que sufría era un necio e ignorante. “Yo era un animal ante ti”.
Y concluye ¿no te tengo a ti en el Cielo?
Y contigo ¿Qué me importa la tierra?
Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio.
Para nuestra visión contemporánea las enseñanzas de esta parábola resultan difíciles de entender. El desamparo de Lázaro nos conmueve y su pobreza nos resulta inaceptable. Sin embargo, la tradición cristiana nos enseña que la pobreza puede ser también ocasión de alegría.
San Francisco de Asís por ejemplo, demuestra que la pobreza fue el medio por el que él alcanzó la alegría. El desasimiento que la pobreza exige, abre paso a una actitud fundamentalmente espiritual ante la vida.
San Francisco dice que la pobreza no es una renuncia melancólica o una mortificación, es por el contrario una posibilidad de goce, acaso la única chance de ingresar en el camino de la alegría. La tenencia de bienes bloquea el acceso a una vida dichosa.
En realidad la opción de San Francisco por la pobreza, no solo trae alegría sino que también permite abandonar una riqueza ilusoria – la de los bienes materiales- por una riqueza auténtica y permanente- la de los bienes del espíritu-.
Abdala escribió con acierto, que nuestros contemporáneos en su desmedido afán de riqueza material o de fama, en su incesante búsqueda neurótica del placer o de la diversión banal, comprometen la capacidad natural para la alegría, que nos ha regalado Dios como una gracia especial.
Nuestra obcecación nos impide ver los que San Francisco entrevió, la alegría profunda no solo es posible y está al alcance de cualquiera, sino que es barata, es gratuita, es un don, un regalo.
Por esto resulta claro de la parábola que una sociedad que busca como fin principal la riqueza material, no puede terminar bien.
Se destaca también como colofón del texto, el fenómeno de la ceguera voluntaria que sufre Epulón en vida y su deseo de alertar sobre ella, a sus hermanos. Impresiona que la ceguera voluntaria sea tan potente, que ni siquiera un milagro pueda revertirla. Nosotros debemos cuidarnos especialmente de ella y buscar por el contrario abrir nuestros ojos a Dios, es decir a una perspectiva providencial de la vida y a un horizonte que incluya nuestro destino final, prefigurado en la parábola por el Hades y el juicio.
[1] Komar, Emilio, “El progreso ilimitado y su posible filosofía”, en Revista Valores, Año 1, nº1, 3 Trimestre. de 1983, p.38.
[2] Huxley, Aldous, Un Mundo Feliz, prólogo , p.8, http://www.sindominio.net
[3] Schumpeter, Joseph,1971, Historia del análisis económico, Ediciones Ariel, Barcelona, cap.2.
[4] Scotus sostenía que el precio justo del cereal era el que correspondía al costo de producción del labrador más los gastos de sostenimiento de su familia. Fijar el precio por el costo, es lo que pretenden los gerentes de Aerolíneas Argentinas que reclaman por el precio del combustible que les cobra YPF, ignora el costo de oportunidad y que el precio lo fija la oferta y la demanda. Sobre Scotus confrontar Rothbard, Murray,1999, Historia del pensamiento económico, Unión Editorial, Madrid, pp.90-91.
[5] Todas las citas bíblicas corresponden a E.Fuster, A.Colunga, G.Cicognani,1957, Sagrada Biblia, BAC, Madrid.
[7] Hahn, Scott, 2009, La fe es razonable, Rialp, Madrid, p.214.
[8] Hahn,Scott, 2009, p.211.
[9] Homilía de Benedicto VI, Obispo de Roma. 2008-11-16
[10] San Francisco de Asís, Florecillas, capítulo VIII.
[11] Ratzinger, Joseph, 2007, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, p.245.
[12] Lc (15,32)
[13] Caritas in veritate, n°1.
[14] Los teólogos que siguen esta línea son entre otros Enrique Dussel y Hugo Assman. Confrontar Concilium N° 343, noviembre de 2011.
[15] Caritas in veritate, n°38.
[16] Verstraeten, Johan,2011, “Nueva visión de la economía, ¿una cuestión de amor o de justicia?, Concilium , n°343, noviembre, p.116.
[17] Caritas in veritate, n°38.