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lunes, 19 de octubre de 2020

MANUAL PRÁCTICO DE ECONOMÍA POLÍTICA DE JEAN BAPTITA SAY

 Juan Bautista Say (1767-1832)

Versión del Profesor Guillermo Ramirez Hernández

 

Vea tambi�n
 � Say en Grandes Economistas
 � 
Say en el Diccionario BZM
 � J. B. Say: De la naturaleza y uso de las Monedas
 � Juan Carlos Rodr�guez Caballero: La Ley de Say, en tesis doctorales

 

�NDICE

 I

 De la formaci�n de las riquezas y de lo que constituye su valor

 II

 De lo que constituye la utilidad y en qu� consiste la producci�n de las riquezas

 III

 De la industria

 IV

 De las operaciones comunes a todas las industrias

 V

 De la naturaleza y el empleo del capital

 VI

 De los instrumentos naturales de la industria

 VII

 De los servicios productivos

 VIII

 De la formaci�n de los capitales

 IX

 De los productos inmateriales

 X

 De las causas que hacen prosperar la industria

 XI

 De los cambios y de las salidas

 XII

 De la moneda

 XIII

 De los signos representativos de la moneda

 XIV

 De la importaci�n y exportaci�n de mercanc�as

 XV

 De las prohibiciones

 XVI

 De los reglamentos relativos al ejercicio de la industria

 XVII

 De la propiedad

XVIII

 Del origen de las rentas

 XIX

 De la distribuci�n de las rentas

 XX

 De las causas que influyan sobre las rentas

 XXI

 De las rentas de los industriales

 XXII

 De las rentas de los capitalistas y de los propietarios territoriales

XXIII

 De la poblaci�n

XXIV

 Del consumo general

XXV

 De los resultados del consumo

XXVI

 De los consumos privados

XXVII

 De los consumos p�blicos

XXVIII

 De las propiedades p�blicas y de los impuestos

XXIX

 De los efectos econ�micos del impuesto

XXX

 De los empr�stitos p�blicos

 

I

De la formaci�n de las riquezas y de lo que constituye su valor

1. La Econom�a Pol�tica nos ense�a el modo como se producen, distribuyen y consumen las riquezas en la sociedad.

2. La significaci�n de la palabra riqueza puede extenderse a todos los bienes que el hombre puede gozar; y en esta acepci�n hasta la salud y la alegr�a ser�an riquezas. Pero las �nicas riquezas de que se trata en Econom�a Pol�tica, se componen de las cosas que poseemos y que tienen un valor reconocido. Una casa, una alhaja, un mueble, los vestidos, las monedas, los libros, etc�tera, son porciones de riquezas. Cada persona o cada familia posee una cantidad mayor o menor de cada una de estas cosas; y sus valores reunidos son los que constituyen su riqueza o fortuna. La suma de las fortunas particulares componen la fortuna de la naci�n o la riqueza nacional.

3. Hablando com�nmente y en el uso ordinario llamamos ricos a los sujetos que poseen muchos bienes; pero cuando se trata de estudiar el modo como se forman, distribuyen y consumen las riquezas, se denominan igualmente as� las cosas que merecen este nombre, lo mismo que tengamos muchos o pocos; pues un grano de trigo es trigo del mismo modo que lo es una espiga llena de granos.

4. Para poder compararse la cantidad de riquezas contenida en diferentes objetos, hay que comparar su valor, un kilogramo de caf� es, actualmente, en Europa; para su due�o, una riqueza mayor que un kilogramo de az�car, y esto consiste en que vale m�s.

5. Para medir el valor de las cosas se les compara con las diferentes cantidades de un mismo objeto que se pueden adquirir por el cambio y por su medio. As� pues, un anillo que su due�o puede cambiar en el momento que quiera por mil pesos, ser� una porci�n de riqueza doble de la que tendr�a con otra alhaja que s�lo pudiera vender en quinientos pesos.

6. Apreciamos mejor las cosas por la cantidad de moneda que pueden proporcionarnos, que por cualquier otra cantidad, porque en virtud del uso que hacemos todos los d�as de la moneda, conocemos mucho mejor su valor que el de la mayor parte de las otras mercanc�as; y en consecuencia sabemos mejor lo que podemos adquirir por 100 pesos que por 4 fanegas de trigo, aunque seg�n el precio del d�a, estos dos valores pueden ser iguales y por lo mismo constituyen dos riquezas tambi�n iguales.

7. Para crear riquezas basta con crear valores o aumentar el que ya tienen las cosas que poseemos.

8. Se da valor a un objeto d�ndole una utilidad que no ten�a, y para aumentar el valor que ya tienen las cosas se ha de aumentar el grado de utilidad que ten�an cuando las adquirimos.

 


II

De lo que constituye la utilidad, y en qu� consiste la producci�n de las riquezas

 

1. Se entiende por utilidad la cualidad que tienen ciertas cosas de poder servirnos de cualquier manera que sea.

2. La utilidad de una cosa hace que esta misma cosa tenga cierto valor; y esto consiste en que la utilidad que tiene que aparecer como apetecible e inclina a los hombres a hacer un sacrificio para adquirirla. Regularmente, no queremos dar nada para adquirir lo que no vale para nada; y al contrario, damos una cantidad de las cosas que poseemos (por ejemplo; cierta cantidad de monedas) para obtener las cosas cuya necesidad experimentamos. Esto es lo que constituye su valor.

3. Debe entenderse por �til todo lo que es propio para satisfacer las necesidades y los deseos del hombre, tal cual es. Y por su fisiolog�a, su vanidad y sus pasiones le inspiran algunas veces necesidades tan imperiosas como el hambre, �l es el �nico juez competente de la importancia que las cosas tienen para �l y el de la necesidad que experimenta de ellas. Los dem�s no podemos juzgar m�s que por el precio que �l las da; para nosotros, el valor de las cosas es la �nica medida de la utilidad que tienen para el hombre. B�stanos, pues, que tengan utilidad a sus ojos, para darles valor.

4. La utilidad ser� diferente seg�n los lugares y seg�n las circunstancias.

La utilidad de las cosas var�a tambi�n en una misma naci�n, seg�n las �pocas, usos y costumbres.

5. El valor no es siempre proporcionado a la utilidad de las cosas, pero s� lo es a la utilidad que se les ha dado.

Supongamos que una modista ha cortado y cosido un vestido en cuatro d�as de trabajo; como su tiempo y sus manos son una especie de precio que ha pagado para poseer el vestido, es claro que no puede darle por nada sin sufrir una p�rdida, que tendr� buen cuidad de evitar. En consecuencia, no se podr�n adquirir loa vestidos sin dar por ellos un precio equivalente a los que cost� la tela y al trabajo que han puesto las operarias para hacerlos.

Por el contrario, el agua no tendr� ning�n valor a la inmediaci�n de una fuente, porque la persona que la adquiere por nada, puede tambi�n darla por nada; y suponiendo que quiera hacerla pagar al que carece de ella, �ste en vez de hacer el menor sacrificio para adquirirla, se bajar�a a tomarla por s� mismo. De este modo, la utilidad que se ha comunicado a una cosa le da cierto valor; y por el contrario carece de �l cuando no se le ha dado utilidad.

6. Hay cosas que no son capaces de satisfacer necesidad alguna, y sin embargo tiene su valor.

La alfalfa no puede satisfacer inmediatamente ninguna necesidad, pero sirve para engordar el ganado que emplearemos para nuestro alimento. Las tinturas tampoco pueden servir inmediatamente ni de alimento, ni de ornato; pero pueden servir para adornar las telas de nuestros vestidos. Estas cosas tienen una utilidad indirecta. Esta utilidad las hace ser buscadas por otros productores, que las emplean a su vez en aumentar la utilidad de sus productos. Tal es el origen de su valor.

7. Los documentos de comercio tienen tambi�n el valor por la misma raz�n que acabamos de referir; porque acarrean una utilidad indirecta, que consiste en proporcionar otras cosas que ser�n inmediatamente �tiles. Si el documento de comercio no fuese pagado, o si lo fuese en moneda que no valiese para comprar objetos propios para satisfacer las necesidades del hombre, no tendr�a ning�n valor. De esto se infiere, que no basta crear documentos de comercio para crear valores, sino que es preciso crear la cosa que compone todo el valor de dicho documento. M�s claro; es menester crear la utilidad que constituye el valor de esta cosa.

8. Las cosas a que se ha dado cierto valor, toman un nombre particular. Cuando las consideramos respecto a la posibilidad que confieren due�os de adquirir en cambio otras cosas, se llaman valores; y cuando las miramos respecto a la suma de necesidades que pueden satisfacer, se llaman productos. De consiguiente, producir es lo mismo que dar valor a las cosas d�ndoles utilidad y la acci�n de que resulta un producto, se llama producci�n.

III

De la Industria

1. De mil modos diferentes se puede dar utilidad a las cosas, pero entendernos mejor, podemos colocar en tres clases todos los modos de producir.

2. El primer modo de producir se consigue recogiendo u ocupando las cosas que la naturaleza crea por si misma, bien sea, no a�adiendo nada a los productos de la misma naturaleza, como cuando se sacan los peces del mar o cuando extraen los minerales de la tierra; bien sea dirigiendo y favoreciendo a la naturaleza con el cultivo de las tierras y con las semillas. Todos estos trabajos se parecen por su objeto y se les da el nombre de industria rural o de agricultura.

El que encuentra una cosa enteramente acabada, como el pescador que coge un pez o el minero que re�ne los minerales da a esa cosa la utilidad de que pueda servir a la satisfacci�n de nuestras necesidades. En efecto: el pescado en el mar no nos proporciona ninguna utilidad, pero desde el momento que se transporta a la pescader�a, ya le podemos adquirir y comer; y de aqu� dimana el valor que tiene, creado por la industria del pescador. Lo mismo sucede con el carb�n de piedra. Sepultado en el seno de la tierra, no sirve para calentarnos ni para preparar el hierro en una herrer�a; la industria del mismo le hace servir para estos usos, extray�ndole por medio de sus pozos, de sus ramales y de sus vagonetas, de manera que el sacarlo de la tierra crea todo el valor que tiene cuando est� fuera.

Aunque las materias, de que consta un bulto de trigo no han salido de la nada exist�an antes de la conglutinaci�n de ese grano no obstante, estaban derramadas por la tierra, por el agua y por el aire, y no ten�an ninguna utilidad, y en consecuencia ning�n valor. El labrador que ha hecho de modo que estas tan diferentes materias se hayan reunido, al principio bajo la forma de un grano y despu�s de un bulto de trigo, ha creado el valor que ellas no ten�an. Lo mismo sucede con todos los dem�s productos de la industria rural.

3. El segundo modo de producir se verifica dando a los productos de cualquier industria un valor mayor por las nuevas formas que se les a�aden o por las transformaciones que se les hace experimentar. El minero proporciona el metal que se necesita para hacer una m�quina; pero esta m�quina vale m�s que el metal que se emple� en ella, y de aqu� se sigue que el valor de la m�quina que excede al del metal es un valor producido y que la m�quina es un producto de dos industrias: la del minero y la del fabricante. Esta industria se llama de transformaci�n.

La industria de transformaci�ntiene un vast�sima extensi�n: abraza desde las formas m�s sencillas, como las que da un artesanoa un par de herraduras, hasta las formas m�s exquisitas y art�sticas, como la de una joya preciosa; y as� mismo desde los trabajos que ejecuta un zapatero remend�n hasta los de grandes talleres y f�bricas que tengan centenares de obreros.

4. El tercer modo de producir se verifica comprando un producto en el lugar en que tiene menos valor y transport�ndolo a otro en que lo tiene mayor. Esto es lo que hace el comercio, o sea la industria comercial.

El comercio produce utilidad, no alterando en nada ni el fondo ni la forma de un producto, y volvi�ndolo a vender del mismo modo que lo compr�. El comerciante compra el producto en un lugar en que no tiene consumo, o al menos en donde su consumo es menos extenso y menos apreciado, para transportarlo a los lugares donde lo tiene mayor, o su producci�n es menos f�cil, menos abundante y m�s cara. Las maderas para el fuego y para las construcciones son de poqu�simo uso y por consecuencia de una utilidad muy limitada en las altas monta�as, donde exceden de tal manera a la necesidad que se tiene de ellas, que algunas veces se dejan pudrir donde nacen; pero las mismas maderas sirven para unos muy varios y extensos cuando se transportan a una ciudad. Las pieles de toro tienen poco valor en la Am�rica meridional, en donde hay muchis�mas reses; y las pieles tienen por el contrario un gran valor en Europa, donde su producci�n es cara y sus usos muy multiplicados. Transport�ndolas el comerciante, aumenta su valor en toda la diferencia que hay entre el precio de la Rep�blica Argentina y el precio que tienen en las naciones europeas.

De lo expuesto se deduce que por industria comercial se entiende la que toma un producto en un paraje para transportarlo a otro donde se estime m�s y donde se facilita su adquisici�n a los que lo necesitan. Tambi�n podemos comprender en esta clase, por analog�a, la industria que dividiendo un producto, lo pone al alcance de los consumidores por menor. El droguero que compra los productos por mayor para volver a venderlos en la misma ciudad y en peque�as cantidades, y el vinatero que compra el vino por grandes partidas para venderlo por botellas, ejercen de este modo la industria comercial o el comercio.

5. Hay una relaci�n muy estrecha entre los diversos modos de producir, pues todos esos modos consisten en tomar un producto en un estado y convertirlo a otro en que tenga mayor utilidad y valor. Todas las industria pudieran reducirse a una sola, y si las hemos distinguido ha sido para facilitar el estudio de sus resultados; y sin embargo, a pesar de todas las distinciones, es muy dif�cil separar una industria de otra. Un aldeano que hace una cesta, es fabricante, y cuando lleva los frutos al mercado, es comerciante. En una palabra, de cualquier manera y en cualquier momento que se cree o aumente la utilidad de la cosas, se aumenta su valor, se ejerce una industria y se producen riquezas.

IV

De las operaciones comunes a todas las industrias

1. Los hombres que emprenden la formaci�n de un producto cualquiera se llaman empresarios de industria.

2. El empresario de industria, en primer lugar debe adquirir los conocimientos m�s esenciales del arte que quiere ejercer; despu�s debe reunir los medios de ejecuci�n necesarios para crear un producto; y finalmente, debe presidir su ejecuci�n.

3. Los conocimientos que debe adquirir son los siguientes: naturaleza de las cosas en que ha de obrar y las que debe emplear como instrumentos; y as� mismo las leyes naturales de que puede aprovecharse.

Si quiere ser herrero, debe conocer la propiedad que tiene el hierro de adelgazarse por el fuego y de plegarse a la forma que se le d� con el martillo. Si quiere ser relojero, debe conocer las leyes de la mec�nica y la acci�n del peso y de los resortes sobre las ruedas. Si quiere ser labrador, debe saber cuales son los animales y los vegetales provechosos al hombre, y los medios de criarlos. Si quiere ser comerciante, debe instruirse de la situaci�n geogr�fica de los diferentes pa�ses, de sus necesidades, de sus leyes y de lo medios de transporte de que pueda valerse.

4. Las personas que se ocupan en recoger y conservar tantos y varios conocimientos, son los sabios, a quienes consulta diariamente por conducto de sus obras, el empresario de industria, quien debe tener presente que sus operaciones est�n fundadas en conocimientos ordenados y adquiridos por el estudio incesante de las ciencias.

Siendo las verdades que los sabios ense�an, la base y el fundamento de todas las artes, es indudable que esos hombres toman en parte en la producci�n de las riquezas; y si no se cultivasen las ciencias, suceder�a que durante un corto tiempo se conservar�a en los talleres la tradici�n de los conocimientos en que est�n fundadas las operaciones que se ejecutan; que estas operaciones se ir�an desnaturalizando poco a poco entre las manos de la ignorancia; que se introducir�an pr�cticas viciosas; que no se comprender�a la raz�n de estos vicios; que no se sabr�an los medios de rectificarlas y mejorarlas; y en resumen, que solo por una casualidad saldr�a una obra bien hecha.

5. Despu�s de instruido el empresario de industria de la naturaleza de las cosas en que ha de obrar y de los instrumentos que debe emplear, debe calcular los gastos que ocasionar� la formaci�n del producto, y comparar su suma con el valor que tendr� despu�s de estar concluido y practicada esta operaci�n no deber� emprender su fabricaci�n, ni continuarla, si la hubiese principiado, si no conoce por un c�lculo racional que el valor del producto bastar� para reintegrarle en todos los gastos de su producci�n.

Debe por �ltimo dirigir los trabajos de los agentes asalariados, de los comisionistas y de los obreros que le ayudan en la formaci�n de los productos.

6. El arrendatario que cultiva las tierras ajenas, y el propietario que administra por su cuenta sus heredades, son empresarios de la industria rural. Lo mismo sucede en los dem�s ramos que tienen analog�a con la agricultura. El que beneficia una mina o una cantera para sacar minerales; el que lo hace con el mar y sus riberas, para sacar sal, pescados, coral, esponjas, etc�tera; es un empresario de industria puesto que trabaja por su propia cuenta. Si trabaja por un salario o destajo, entonces el que le paga es el verdadero empresario.

7. Todos aquellos que por su propia cuenta dan un producto ya existente una nueva forma, que aumenta su valor, son empresarios de industria fabril. De aqu� se deduce que no solo es fabricante el que re�ne en su taller un gran n�mero de obreros, sino tambi�n en carpintero que hace en el suyo puertas y ventanas, y a�n los alba�iles, cerrajeros y carpinteros que van a trabajar fuera de su domicilio, y que transforman los materiales en edificios; y en una palabra, hasta el pintor que hermosea y embellece nuestras casas, ejerce tambi�n una industria fabril.

Para ser empresario no se necesita ser due�o o propietario de la materia en que se trabaja. La lavandera que nos vuelve la ropa blanca en diferente estado que aquel que se la entregamos, es igualmente empresaria de industria.

Un mismo hombre puede ser a la vez empresario y obrero. El que por un precio determinado conviene en abrir una zanja, un canal, etc�tera, es un empresario; y si lo hace por su propia mano, ser� tambi�n obrero al mismo tiempo.

8. Todos aquellos que sin transformar los productos los vuelven a vender del mismo modo que lo compraron, pero en un sitio y en un estado que los hacen m�s accesibles el consumidor, son empresarios de industria comercial, o simplemente comerciantes. De manera que no solo comercia el negociante que trae mercanc�as de Am�rica o de Asia, sino tambi�n el que compra telas y baratijas en un almac�n para volverlas a vender en su tienda, en una calle, para venderlas por menor en la inmediata.

En el comercio, desempe�an las funciones de obreros, todos aquellos que reciben un salario fijo por su trabajo.

9. Llamamos trabajo toda acci�n sostenida, en la cual nos proponemos un fin �til y lucrativo. Y por industria entendemos el conjunto de trabajos, entre los cuales hay algunos que son esencialmente intelectuales, y que algunas veces suponen combinaciones muy elevadas y dif�ciles.

10. Las operaciones que se encuentran en toda especie de industria, son en resumen: 1a. Las investigaciones del sabio 2a. La aplicaci�n de los conocimientos adquiridos a las necesidades de los hombres, comprendiendo la reuni�n de los medios de ejecuci�n y la direcci�n de esta misma ejecuci�n que es lo que corresponde a los empresarios de industria. 3a. El trabajo de los agentes secundarios como los obreros que venden su tiempo y sus energ�as, sin interesarse en el resultado de la industria.

V

De la naturaleza y empleo del capital

 

1. El empresario de industria, adem�s de su talento y de su trabajo, necesita un capital.

Enti�ndese por capital, una suma de valores adquirida con anticipaci�n.

2. El capital sirve para anticipar los gastos que necesita la producci�n desde el momento que principian las operaciones productivas hasta que la venta del producto reintegra al empresario de la anticipaci�n que ha hecho de estos mismos gastos.

3. La anticipaci�n es un valor que se presta o se consume con la intenci�n de recobrarlo. Pero si este valor no se restituye o no se reproduce, ya no ser� un valor anticipado; ser� s�, un valor perdido en todo o en parte.

Cuando una persona quiere fabricar casimir, emplea un parte de sus valores capitales en comprar lana; otra parte en comprar las m�quinas que necesita para hilar, tejer, batanear y tundir la tela; otra en pagar a los obreros; y el casimir, cuando est� concluido, la reintegra de todas estas anticipaciones por la venta que de �l hace.

En el momento que ha terminado y vendido una pieza de casimir, puede emplear su valor en otra anticipaci�n, como por ejemplo, en comprar lana o en pagar los salarios de los obreros: de este modo tiene empleado siempre todo su capital; y lo que se llama capital de la empresa se compone del valor total de las cosas compradas a expensas del primero y del cual constituyen una parte los productos cuya fabricaci�n se hab�a principiado o ya estaba adelantada en diversos grados.

4. Para no dejar ociosa parte alguna de su capital un empresario nunca debe tener una caja m�s que la cantidad necesaria pata atender a los gastos corrientes y a las necesidades imprevistas; y si tiene entradas repentinas que le proporcionan m�s dinero que el que necesita para estas dos cosas, debe emplear el exceso en dar mayor extensi�n a su industria, aumentando las f�bricas en que se trabaja comprando mayor cantidad de primeras materias y asalariando mayor n�mero de obreros y otros agentes.

5. El capital de una empresa se divide en capital fijo y capital en circulaci�n.

Capital fijo es el conjunto de los valores que existen en los edificios y en las m�quinas que se emplean en beneficio de la empresa por todo el tiempo que �sta subsiste, y que no pudiera sin p�rdida distraerse de ella para invertirlos en otra empresa.

El capital en circulaci�n est� formado de los valores que se realizan en dinero y se emplean de nuevo muchas veces durante el curso de una misma empresa. Tales son los valores con que se compran las primeras materias y se pagan los salarios de los obreros. Cada vez que se vende un producto, reintegra esta venta al empresario del valor de las primeras materias y de los diferentes trabajos que se han empleado para su formaci�n.

6. El uso y la p�rdida de valor que experimentan las m�quinas y los edificios, disminuyen siempre el capital fijo; pero en una empresa bien dirigida, una parte del valor de los productos se emplea en la conservaci�n de esta parte de capital, si no para conservarle todo su valor, al menos para mantenerle en estado de que contin�e haciendo el mismo servicio; y como a pesar de las mayores precauciones, el capital fijo no conserva siempre el mismo valor, se debe, en cuantas ocasiones se haga el inventario de la empresa, estimar esta parte del capital en algo menos de la valoraci�n que se pr�ctico la vez anterior.

Si se ha valorado, por ejemplo, en el a�o anterior, los talleres y m�quinas de una f�brica de casimires, en doscientos mil pesos, en este a�o deben valorarse en ciento ochenta mil, a pesar de los gastos que se hayan hecho para su conservaci�n; porque estos gastos deben figurar en la clase de las expensas corrientes, es decir, de las anticipaciones diarias de que debe reintegrar la venta de los productos.

7. La misma doctrina podemos aplicar a una empresa rural. La casa del colono, las trojes, las cuadras, las acequias y en general todas las mejoras que se a�aden al terreno, son un capital fijo que por lo general, corresponde al propietario de la tierra; y los muebles, los instrumentos de cultivo, las caballer�as de labor, son igualmente un capital fijo que pertenece, casi siempre, al arrendatario. Los valores con que se compran las simientes y se pagan los salarios de los obreros y la manutenci�n de las caballer�as; los que sirven para pagar las reparaciones de las herramientas, carros, etc�tera, la conservaci�n de las yuntas y en general, todos los gastos corrientes, se toman del capital en circulaci�n y se reintegran a medida que se venden los productos de la hacienda o arrendamiento.

8. Ahora bien: supongamos un terreno que tiene buenos edificios, que est� rodeado de acequias de limpia y riego, y enriqueciendo adem�s con excelentes cerramientos. �No dar� este terreno un arriendo muy superior al de otro que carezca de estas ventajas? Esto es indudable. Pues de aqu� podemos deducir otra consecuencia tan sencilla como luminosa, y es que el precio del arriendo puede dividirse en dos partes, de las cuales la una pagar� el servicio que hace la tierra, y la otra el servicio que hace el capital derramado en ella por medio de las mejoras que acabamos de enumerar.

9. Veamos, por �ltimo, el empleo de un valor capital en una empresa de comercio. Un negociante espa�ol emplea una parte de su capital en vinos de Jerez, y los env�a a M�xico: �sta es una anticipaci�n, un valor que ha desaparecido moment�neamente de Espa�a. Dicho negociante da al mismo tiempo a su corresponsal de M�xico la orden de vender aquella mercanc�a y de remitirle otra en retorno, es decir, que le devuelva su valor en garbanzos: he aqu� el capital que vuelve a aparecer bajo una nueva forma. La mercanc�a enviada debe considerarse como primera materia empleada en la formaci�n de un nuevo producto; y �ste consiste en la mercanc�a que el corresponsal env�a en retorno.

El capital de esta empresa puede pertenecer a diferentes personas. En primer lugar, el negociante que env�a una remesa a Am�rica, puede traficar con un capital que ha tomado prestado de un capitalista; puede tambi�n haber comprado al fiado los vinos, y en este caso, el fabricante es quien presta al negociante el valor de la mercanc�a que �ste remiti�.

10. Las primeras materias son aquellas a que la industria da un valor que no ten�an, o bien aumenta el que ya ten�an. En este �ltimo caso, las primeras materias de una industria son ya el producto de otra industria anterior.

El algod�n es primera materia para los que hilan, aunque ya sea el producto de dos empresas sucesivas, que son: la del plantador y la del comerciante que ha tra�do a Europa esta mercanc�a. El hilo de algod�n es a su vez primera materia para el fabricante de telas; y una pieza de tela este g�nero es igualmente primera materia para el que la pinta. La misma tela pintada es la primera materia del comercio del que trafica en percales, y estos lo son para la modista que corta y cose un vestido.

11. El empresario de industria sabr� si ha aumentado o disminuido su capital, por el sencillo procedimiento de verificar un inventario, o sea un estado circunstanciado de todo cuanto posee, valorando cada cosa seg�n su precio corriente.

12. El capital de una naci�n es la suma de todos los capitales empleados en las empresas industriales de esta misma naci�n. Para conocerlo y saber a cuanto asciende, ser�a preciso preguntar a todos los propietarios territoriales el valor de todas las mejores unidas a sus fondos; a todos los labradores, fabricantes y comerciantes el valor de los capitales que tienen empleados en sus empresas, y sumar despu�s todos esos valores.

13. La porci�n de numerario que cada uno tiene que ya proviene de un capital realizado y que piensa dedicar a una nueva anticipaci�n, constituye en realidad una parte del capital de la naci�n; pero la porci�n de dimana de una ganancia ya hecha y con la cual se ha de comprar todo lo necesario para el sostenimiento de los individuos y de las familias, no es parte de capital alguno; y esta es probablemente la de mayor consideraci�n.

VI

De los instrumentos naturales de la industria

1. Entendemos por instrumentos naturales de la industria, aquellos que la naturaleza suministra gratuitamente al hombre y de los cuales se sirve para crear productos �tiles. Los llamamos instrumentos naturales para distinguirlos de los capitales, que son los instrumentos artificiales, es decir, productos creados por la industria del hombre, que no se han concedido gratuitamente.

2. El primero y el m�s importante de todos es la tierra que se puede cultivar: si divino Hacedor la concedi� gratuitamente a todos los hombres; pero como no podr�a cultivarse sin que alguno hiciese las anticipaciones de trabajo y dinero necesarias para ello, se ha reconocido en todas las naciones cultas, la absoluta necesidad de considerar como propietarios de ella a los que poseen en la actualidad y sin ninguna contradicci�n.

3. Hay otros instrumentos que no ha creado el hombre y que sin embargo suministran productos a beneficio de la industria. Pueden colocarse en esta categor�a las aguas de propiedad particular y p�blicas que dan movimientos a todo g�nero de m�quinas, las canteras y las minas de que se sacan m�rmoles, piedras metales y carb�n. Todas esas cosas pueden considerarse como una especie de almacenes en que la naturaleza ha preparado y puesto como en dep�sito ciertas riquezas que perfeccionan despu�s la industria y los capitales de sus due�os, acerc�ndolas a los consumidores.

4. Tambi�n existen otros instrumentos naturales, que sin ser de propiedad particular o p�blica, han quedado para el uso com�n; como veremos por los siguientes ejemplos: Si queremos hacer sal, la naturaleza nos suministra gratuitamente el agua del mar y el calor del sol, con que se realiza la evaporaci�n; si queremos transportar productos de comercio, la misma naturaleza nos suministra tambi�n el mar, los r�os y la fuerza de los vientos, como otros tantos caminos expeditos para la navegaci�n de los nav�os. Lo mismo puede decirse de la industria fabril; si queremos hacer un reloj, la naturaleza nos suministrar� la elasticidad de los muelles que hace andar a las ruedas.

5. Los instrumentos naturales que tienen ya su due�o, se confunden alguna vez con los valores capitales. En los fondos en tierras, que son un instrumento que debemos a la naturaleza, encontramos con frecuencia edificios y mejoras que son productos de la industria, y por consiguiente, instrumentos artificiales y adquiridos; en las minas hay tambi�n pozos, ramales y m�quinas para agotar las aguas y perfeccionar los productos; y todas estas mejoras son capitales reunidos a los instrumentos naturales.

6. Los fondos en tierras no son susceptibles, cual los capitales, de un aumento indefinido; pero �stos, como se componen de valores creados pueden disiparse y destruirse por el consumo, mientras los otros no pueden ser consumidos. Los bienes sitios, por m�s descuidados que est�n, conservar�n siempre el mismo n�mero de metros cuadrados, aun que puedan perder con el transcurso del tiempo, todos los valores capitales que se les hab�an agregado. Por lo dem�s, los fondos en tierras no son otra cosa que unos instrumentos que hacen a la industria los mismos servicios que le prestan los capitales.

VII

De los servicios productivos

1. La industria, los capitales y los instrumentos naturales conspiran al mismo objeto, que es dar a las cosas cierto valor que las erige y constituye en productos. Todo esto no puede verificarse sin cierta acci�n, sin cierto trabajo ejecutado por los hombres, por los capitales por los fondos en tierras, y a este trabajo es al que apellidamos servicio productivo.

2. Con la misma claridad que se concibe el trabajo del hombre, hay que concebir el de los capitales y el de los fondos en tierras, pues militan para las tres cosas las mismas razones.

�No es verdad que los capitales pueden quedar sin emplearse? �No lo es igualmente que las tierras pueden quedar eriales? Y por el contrario, �no es tambi�n positivo que tanto las tierras como los capitales pueden emplearse de modo que auxilien a la industria en la creaci�n de los productos? Pues, esta acci�n de los fondos productivos es la constituye los servicios que ellos hacen. Hay por consiguiente en la producci�n servicios que hacen los hombres, y se llaman industriales: servicios que hacen los capitales, y se llaman servicios capitales o del capital; y servicios que hacen los fondos en tierras, y se llaman territoriales.

3. Los hombres que prestan los servicios industriales, se llaman industriales; los que suministran los capitales, se llaman capitalistas; y los que suministran las tierras, propietarios territoriales.

4. Lo mismo que los industriales, son tambi�n productores los capitalistas y los propietarios; pues aunque estos �ltimos no producen directamente, s� lo hacen de una manera indirecta por medio de instrumentos. Sin ellos carecer�amos de ciertos servicios indispensables para la producci�n.

5. Sucede con mucha frecuencia, que una misma persona suministra a la vez diversas especies de servicios productivos. Un propietario, por ejemplo, que administra por s� mismo sus tierras, suministra como tal los servicios territoriales; anticipando los gastos de la empresa, suministra los servicios del capital; y como empresario, suministra igualmente los servicios de la industria.

6. Cuando todos estos servicios se hacen por diferentes personas, el empresario es el que los re�ne para que concurran a una misma producci�n.

Un colono arrienda una hacienda, que es lo mismo que comprar los servicios que ella puede hacer en el tiempo del arrendamiento; toma prestado un capital, mediante cierto inter�s, que es lo mismo que comprar los servicios que puede hacer este capital durante el tiempo del pr�stamo; recibe, por fin criados y obreros, y esto es lo mismo que comprar los servicios que estos trabajadores pueden hacer cada d�a, cada semana, etc�tera. Adquiridos ya todos estos servicios, los consume despu�s reproductivamente.

7. Estos servicios se consideran consumidos, cuando el empleo que se ha hecho de ellos, no permite que se apliquen a otra cosa. Se dice que se han consumido porque los mismos servicios ya no pueden aplicarse de nuevo.

Es verdad que una tierra que ha prestado este a�o ciertos servicios, podr� hacer otros en el a�o pr�ximo: pero no lo es menos, que los que ha prestado este a�o son unos servicios que se consumieron, que se destruyeron, que suministraron ya sus productos, y de los cuales, por consiguiente, ya no se puede sacar otro partido. De la misma manera, el servicio que hiciera ayer un obrero, haya producido o no los efectos que se esperaban, en un servicio ya consumido, y del cual tampoco puede en adelante recabarse otro producto; el que har� ma�ana ser� otro servicio muy distinto, que dar� lugar a otro consumo.

8. Se consume reproductivamente el servicio de un obrero, del carpintero por ejemplo, cuando su trabajo se dirige de tal modo, que el consumo del valor del d�a reproduzca en la mesa que ha hecho otro valor que reintegre con ganancias al empresario de la anticipaci�n que hiciera del precio del jornal. Y por el contrario, se consumen improductivamente los servicios que nos hace el barbero porque, una vez terminado el acto de la rasura, desapareci� todo su trabajo, y con �l todo su valor. Esto no quiere decir que el trabajo del barbero sea improductivo: lo �nico que debe inferirse es que los servicios que presta y la utilidad que de ellos resulta se consumen o convierten en utilidad personal; al mismo tiempo que se ejecutan; mientras que los servicios del obrero y la utilidad que proporcionan se emplean en dar valor a un producto.

De todo resulta que de la primera de las utilidades producidas no queda nada, cuando por el contrario, de la segunda queda cierto valor, o lo que es lo mismo, cierta porci�n de riquezas.

9. Por gastos de producci�n se entiende el valor de los servicios productivos que ha sido necesario consumir para crear un producto. La compra que de ellos hace el empresario, no es otra cosa que una anticipaci�n de la que le reintegra el valor del producto. De este modo, cuando un fabricante de porcelana determina hacer un hermoso jarr�n, para cuya fabricaci�n gasta en el alquiler del taller, en los intereses del capital y en los salarios de los artistas y obreros, mil pesos, si ha sabido con esos gastos a ejecutar el jarr�n, de modo que valga la misma cantidad, quedar� reintegrado con su venta de todas las anticipaciones arriba referidas.

Pero si el jarr�n no vale m�s que los servicios productivos que se han consumido para su fabricaci�n, parece que el valor creado estaba ya consumido con anterioridad; y de consiguiente que la sociedad no se ha enriquecido con esta producci�n. Es cierto que la naci�n no ser� m�s rica, si el valor consumido igualase exactamente al producido; pero tampoco ser� m�s pobre, aunque los productores se hayan mantenido con este consumo. La raz�n es que los valores, aunque se consuman al mismo tiempo que se produzcan, no por eso dejan de producirse: antes bien, de estos valores que se producen y consumen sin cesar, subsiste la sociedad.

Parece que los productores han consumido, no el valor que crearon, sino otro valor que ya exist�a anteriormente. Eso no es cierto. El valor de las mil pesos que estaba antes en la caja del comprador, est� ahora bajo la forma de jarr�n en la sala que con �l quiso adornar. Porque no debemos olvidar que hablamos bajo el supuesto de que el valor del jarr�n es enteramente igual, seg�n los precios corrientes, a la cantidad que cost� su adquisici�n; pues de otro modo, la producci�n hubiera sido imperfecta y en parte ilusoria.

Al reunir el empresario los diversos servicios productivos y dirigir su inversi�n con el objeto de hacer el jarr�n, ejecut� por s� mismo cierto trabajo que tiene su valor; anticip� este valor al mismo tiempo que anticipaba todos los dem�s servicios productivos, y esta anticipaci�n constituye una parte de los gastos de producci�n del jarr�n. Por eso, cuando suponemos que los tales gastos ascendieron a mil pesos, entendemos que los del local, primeras materias, jornales, etc�tera ascend�an, por ejemplo, a 850 y a 150 la cooperaci�n del empresario. Por lo tanto, veremos que estos 150 pesos, que son el precio de sus cuidados y trabajo, y que se llaman com�nmente sus ganancias, componen parte de los gastos de producci�n.

10. De los anteriores principios se infiere que la producci�n es una especie de cambio en que se dan los servicios productivos, o su valor, si se compran, para conseguir en retorno los productos; es decir, lo que sirve para la satisfacci�n de nuestras necesidades y placeres.

11. Nuestros fondos productivos son: nuestras facultades industriales de que dimanan los servicios de la industria, o bien nuestros capitales de que provienen las anticipaciones necesarias para la producci�n; o en fin, los instrumentos naturales erigidos en propiedades (con especialidad los fondos en tierras) de que dimanan los servicios territoriales.

12. Estos fondos, que son manantiales de nuestras riquezas, los debemos a la naturaleza que nos los ha dado gratuitamente, como son: las tierras susceptibles de cultivo, la fuerza del cuerpo y la inteligencia; y otros, como los capitales, los debemos a la industria auxiliada de sus instrumentos.  

VIII

De la formaci�n de los capitales

 

1. Los capitales se forman por medio de los ahorros o de la econom�a.

Nosotros ahorramos o economizamos, cuando no consumimos para satisfacer nuestras necesidades o nuestros placeres, un valor nuevo, resultado de las ganancias que nosotros mismos hab�amos hecho. Por lo tanto, ahorro es el valor que hemos economizado de esta manera, y con estos ahorros sucesivos de formar y aumentan los capitales.

2. El ahorro puede aumentar el capital porque una ganancia es un nuevo valor independiente de las tierras y dem�s capitales que ya ten�amos con anterioridad. Y cuando este nuevo valor se halla empleado en anticipaciones, o lo que es lo mismo, se reintegra sin cesar, componen un fondo permanente que dura mientras no se disipa, y hasta tanto que se invierta en consumos reproductivos; y esto constituye una nueva porci�n de capital.

Un joyero por ejemplo, gana diez mil pesos al a�o, si se contenta con gastar seis mil para cubrir sus necesidades y las de su familia, aumentar� su capital en cuatro mil. Con este ahorro comprar� una cantidad mayor de las materias en que trabaja, emplear� mayor n�mero de obreros, etc�tera y de consiguiente el aumento de sus ganancias ser� el precio del servicio que ha hecho el capital aumentado y puesto en circulaci�n.

3. El capitalista que presta su capital, si obtiene por ejemplo cuarenta mil pesos de ganancias o de intereses al cabo del a�o, y solo gasta treinta mil, aumentar� su capital en diez mil pesos, que volver� a prestar.

4. Un propietario territorial para emplear sus ahorros, podr� mejorar sus tierras con nuevas f�bricas, o bien prestarlas a un hombre capaz de hacerlas valer, y que el mismo tiempo le pague su alquiler o arriendo, al cual llamamos inter�s. Si este propietario emplea sus ahorros en comprar una finca nueva, se aumentar�n los capitales de la sociedad, pues aunque es verdad que dicho individuo se desprende del capital que ten�a para adelantar la industria, tambi�n lo es que pasa desde entonces al que ha vendido el terreno.

5. Los asalariados podr�n adquirir un capital, prestando sus ahorros a un empresario, porque solamente estos pueden hacerle valer.

6. Los capitales pueden destruirse emple�ndolos en consumos improductivos, en vez de consagrarlos a anticipaciones que reintegren despu�s los productos.

7. Las cantidades ahorradas no perjudican a los productores, con tal que se empleen productivamente, porque un gasto productivo, aunque debe considerarse como una anticipaci�n, lleva consigo la demanda de otro producto.

Si ahorramos seis mil pesos de nuestras ganancias y las prestamos a un empresario de alba�iler�a, disminuir� nuestro consumo en esta cantidad; pero el maestro de las obras invertir� estas seis mil pesos m�s de las que hubiese invertido sin el pr�stamo. La diferencia se halla �nicamente en los productos: estos ser�n piedras labradas, productos del cantero; herramientas de su oficio, productos del herrero; y en fin, jornales de los operarios, los cuales emplean sus salarios en alimentos y vestidos, que son tambi�n productos de diferentes personas. Resulta que el ahorro puede cambiar la naturaleza de las demandas; pero no disminuir su cantidad.

8. Este gasto tiene grandes ventajas reales, porque permite a varios trabajadores sacar partido de sus facultades industriales, hacer ganancias que no hubieran hecho, y renovarlas sin cesar; pues un capital invertido en anticipaciones se reproduce siempre que se vuelve a anticipar y en todas estas ocasiones se emplea de nuevo en comprar servicios productivos.

9. Los que no tienen empresa alguna industrial pueden compar lo que han recibido con lo que han gastado, y si han consumido menos que recibieron, es claro que han aumentado el capital en la diferencia. Los que tienen empresa industrial deben hacer un inventario con toda exactitud de los valores que poseen en la actualidad, compar�ndolo con otro igual de los a�os anteriores.

La raz�n de la necesidad del inventario es que el capital de todo empresario se compone de diferentes cosas, que forman parte, ya de sus provisiones, ya de sus productos; y todas ellas debe evaluarlas al curso del d�a, si quiere conocer sus intereses con la debida exactitud. La mayor parte del capital de un empresario var�a de forma en el espacio de un a�o , y as� mismo las provisiones y mercanc�as que pose�a son un valor que se ha consumido reproductivamente, de lo que se infiere que solo comparando este valor con el que resulte por inventario, se puede saber si el capital ha aumentado o disminuido.

IX

De los productos inmateriales

 

1. Designaremos con el nombre de producto inmaterial una utilidad producida que a pesar de no estar fija en materia alguna, tiene sin embargo un valor y puede servir a la satisfacci�n de nuestras necesidades.

Un cirujano hace una operaci�n que salva al enfermo y por lo que recibe sus honorarios: he aqu� una utilidad vendida y pagada, y que no ha estado ni un solo instante fija en materia alguna, como sucede con la utilidad que tiene un vestido, un sombrero, etc�tera.

Unos cuantos m�sico se re�nen en un sal�n para dar un concierto, y no hay duda que de �l resultar� un recreo bastante apetecible para una porci�n de personas que pagar�n el placer que experimenten con la m�sica: he aqu� una utilidad producida, comprada y consumida, sin que haya estado lo m�s m�nimo en ninguna sustancia material.

2. Los productos inmateriales solo duran mientras se producen y deben consumirse necesariamente en el momento mismo en que se han producido.

La persona que no hubiera o�do el concierto, no tiene ya esperanza alguna de poder disfrutar de su ejecuci�n. Para conseguirlo, para procurarse este goce, es indispensable una nueva producci�n o lo que es lo mismo, es menester que el concierto vuelva a principiarse.

3. En las industrias que producen los inmateriales se observan las mismas operaciones que concurren a la creaci�n de los productos materiales. En primer lugar exigen muchos conocimientos; en segundo lugar, es preciso que los empresarios apliquen estos conocimientos a las necesidades de los consumidores, y en tercer, lugar, es tambi�n necesario que se empleen en la ejecuci�n muchos agentes; y por fin, para que no pierda el empresario que ha anticipado los gastos de producci�n, es menester que el valor del producto le reintegre de todos ellos.

4. Es evidente la necesidad que tenemos y el uso que hacemos de muchos productos inmateriales.

Los militares son �tiles a la naci�n, porque est�n siempre dispuestos a defenderla; los jueces, administrando justicia; los empleados p�blicos de todos los ramos, cuidando de los negocios de la comunidad y velando por la seguridad p�blica; los ministros de la religi�n, exhortando a las buenas acciones y consolando a los desgraciados. La utilidad de todas estas clases debe pagarse y se paga de las contribuciones p�blicas. Pero aquellas clases, cuyos servicios proporcionan ciertos auxilios y recreos, solo deben pagarse por las personas que lo solicitan y buscan. A esta categor�a corresponden los m�dicos, abogados, etc�tera Los c�micos y en general todos aqu�llos que trabajan para la diversi�n del p�blico, producen un placer que deben pagar �nicamente las personas que lo gozan.

5. Los fondos en tierras producen tambi�n una utilidad que se puede llamar inmaterial.

Los jardines de recreo que no producen fruto alguno, de los �rboles que no tienen un valor unido a su materia, proporcionan al menos cierto placer a los que los usan y frecuentan. Y este placer tiene su precio puesto que hay personas que quieren gozarle, pagando el arriendo; pero ya desapareci� el producto que lo ocasion�. El placer que recibiremos al a�o inmediato del mismo jard�n, ser� un nuevo producto de este a�o nuevo, que tampoco ser� susceptible de ulterior conservaci�n.

6. Tambi�n hay capitales que proporcionan productos inmateriales.

Una casa en que vive su mismo due�o es un valor capital, puesto que dimana de acumulaciones, esto es, de valores ahorrados y duraderos, y sin embargo no rinde inter�s alguno a su propietario, o lo que es lo mismo, no saca de ella cosas que pueda vender, pero le proporciona un goce que tiene un valor puesto, que pudiera venderlo, si quisiera arrendarla. Teniendo esta casa un verdadero valor, que no est� unido a producto alguno material, es en realidad un producto algunos material, es en realidad un producto inmaterial. Otro tanto puede decirse de los muebles de consistencia, de la vajilla y utensilios de plata, etc�tera, que proporcionan goces y no intereses.

7. Se limita esta doctrina a los muebles duraderos o de consistencia porque cuando el consumo destruye el valor de las cosas, este valor no es capital, es decir, que no se puede conservar despu�s de haberlo usado.

La plata labrada, por ejemplo, es un capital, porque despu�s de haberse servido de ella durante varios a�os, conserva el valor principal y solo se ha consumido la utilidad diaria que proporcion�; pero los zapatos que llevamos no son un capital, porque despu�s de haberlos usado, ya no nos queda en ellos valor alguno.  

X

De las causas que hacen prosperar la industria

1. Podremos conocer que la industria hace progresos en una naci�n, cuando se ven nuevos productos y estos tengan salida; o bien, cuando se disminuya el precio de los ya conocidos. En ambos casos adquiere el p�blico nuevos goces y aumenta sus ganancias.

2. Un objeto nuevo cuyo precio no cubriese los gastos de producci�n, no puede proporcionar una fabricaci�n permanente; ocuparse en �l ser�a lo mismo que arruinarse, sin que resultasen ni nuevos goces ni nuevas ganancias, y esto no merece el nombre de progreso.

3. Cuando se abarata un producto, pueden adquirirlo muchos consumidores que antes ten�an que privarse de �l. Muchas familias pueden comprar una alfombra, cuando no cuenta m�s que veinticinco o treinta pesos, y se pasaban sin ella, cuando era necesario pagar el doble. La sola posibilidad de comprar nuevos goces equivale a nuevas ganancias; pero ya veremos luego que a las ventajas que los hombres obtienen como consumidores, deben tambi�n agregarse las que alcanzan en calidad de productores.

4. Las causas a que deben atribuirse los progresos de la industria, son de dos clases: unas que influyen de un modo general, y son, los adelantos de los conocimientos humanos, las buenas leyes y la buena administraci�n. Otras que influyen m�s inmediatamente, a saber, la divisi�n del trabajo, el mejor uso de los instrumentos de que se sirve la industria, y particularmente los agentes naturales, cuyo auxilio es gratuito.

5. Exti�ndese por divisi�n del trabajo, el orden y arreglo con que los trabajos industriales se reparten entre diferentes personas, de tal manera que cada una se ocupe siempre exclusivamente en la misma operaci�n, y concluida, vuelva a principiarla sin ninguna interrupci�n.

Supongamos la divisi�n del trabajo en la fabricaci�n de alfileres. En ella el mismo operario tira siempre el hilo; otro le corta a trocitos iguales; otro aguza las puntas; y la cabeza solo exige dos o tres operaciones, que se ejecutan por otras tantas personas. De este modo y a beneficio de esta separaci�n de ocupaciones pueden hacerse diariamente muchos millones de alfileres, en una f�brica en que se har�an cantidades de mucha menos importancia, si cada, operario hubiese de principiar y concluir por s� solo uno detr�s de otro.

Los beneficios efectos de la divisi�n del trabajo se observan en toda sociedad en donde cada uno se consagra exclusivamente a una sola profesi�n, puesto que de este modo la desempe�a much�simo mejor que todos quisieran entender en todas.

De lo anteriormente expuesto se deduce que es sumamente ventajoso dividir las ocupaciones que son distintas por su naturaleza; y por consiguiente que conviene por ejemplo, al sombrero que el sastre le corte y cosa sus vestidos, y a �ste que aqu�l le haga los sombreros. Por la misma raz�n debemos creer que se aumenta y perfecciona la industria, cuando son objeto de otras tantas profesiones el comercio por mayor, el de por menor, el mar�timo, etc�tera

6. Para sacar m�s partido de los instrumentos de la industria, podemos emplear dos procedimientos: o bien ocup�ndolos con m�s frecuencia, o bien aumentando los productos con los mismos instrumentos. La agricultura hace mayores progresos, donde en vez de dejar las tierras barbechas, se las proporciona descanso, alternando las cosechas; que es el primer modo. El fabricante activo y diligente que ejecuta todas sus operaciones con m�s rapidez que otro, y que, en vez, de cuatro, principia y termina sus productos cinco veces, sacar� sin duda alguna mayores ganancias, puesto que con igual capital hace cinco veces lo mismo que otro pr�ctica solamente cuatro; y este es el segundo modo.

7. Tambi�n se pueden reemplazar los instrumentos que son demasiado costosos por otros que nos concede gratuitamente la naturaleza. De este modo molemos el grano por el impulso del agua y del viento, en vez de ejecutar este trabajo por la fuerza de los hombres: tales son las ventajas que obtenemos del servicio de las m�quinas.

8. El servicio de las m�quinas es ventajoso a los productores y a los consumidores. Es ventajoso a los empresarios de industria por todo el tiempo que no abarata el precio de los productos; y desde el momento en que la concurrencia hace bajar el precio al nivel de los gasto de producci�n, lo es tambi�n para los consumidores.

9. No es cierto, como algunos dicen, que el servicio de las m�quinas resulta funest�simo para los operarios o jornaleros. La experiencia nos ense�a que se emplean m�s operarios en las naciones donde hay mayor n�mero de m�quinas; y as� mismo que todas las artes en que la fuerza de los hombres se ha reemplazado por el uso de ellas, ocupan m�s personas que antes ocupaban.

La imprenta, a pesar de la celeridad con que multiplica de una manera tan admirable las copias de un original, ocupa en el d�a m�s personas que copiantes se empleaban antes en transcribirle los libros. Lo mismo sucede con el algod�n: m�s personas se ocupan ahora en hilarlo que antes de la invenci�n de los tornos.

10. El servicio de las m�quinas ayuda al perfeccionamiento de la sociedad en general, pues todos los medios que facilitan la producci�n surten este efecto de un modo extraordinario.

A la invenci�n del arado se debe en gran parte la perfecci�n de las bellas artes y de toda especie de conocimientos. La raz�n es la siguiente. Si para obtener el trigo que necesita un pueblo para su subsistencia, fuese necesario que todos sus moradores se empleasen en labrar la tierra, ninguno podr�a dedicarse a las dem�s artes; pero desde el momento que cuarenta de ellos bastan para proporcionar el trigo que necesitan ciento, los sesenta restantes pueden entregarse a otras ocupaciones. Estos pueden cambiar desde luego el fruto de su trabajo por el trigo que produjeron los primeros; y el pueblo y toda la naci�n est�n mejor provistos de todos los art�culos de necesidad o de agrado, resultando de esto que al mismo tiempo que se han aumentado las riquezas materiales, se han perfeccionado tambi�n las facultades intelectuales y morales.  

XI

De los cambios y de las salidas

 

1. Cambio es el trueque de una cosa que pertenece a cierta persona por otra cosa que pertenece a diferente sujeto.

2. La venta es el cambio que hacemos de nuestras mercanc�as por cierta cantidad de moneda, y la compra, por el contrario, el que hacemos de nuestra moneda por las mercanc�as ajenas.

3. El fin que nos proponemos cuando cambiamos por moneda nuestras mercanc�as, es emplear el dinero que recibimos en comprar otra mercanc�a.

De esta doctrina se infiere que las ventas y compras no son en realidad otra cosa que cambios de productos. En efecto, cambiamos el producto que vendemos y que no necesitamos por el producto que compramos y que nos hace falta. De consiguiente, el dinero no es el fin, sino �nicamente el intermedio de los cambios. Cuando vendemos, entra moment�neamente en nuestro poder; y cuando compramos, sale de �l, pasando a servir a otras personas de la misma manera que nos sirvi� a nosotros.

4. Los cambios no producen directamente riquezas, porque no aumentan el valor de las cosas, aumentando su utilidad. Lo objetos que son materia de cambio, pasan a diferentes manos, sin tener despu�s de terminarse otro valor que el que antes ten�an.

5. La raz�n de que los cambios tengan tanta importancia en la econom�a social, es la siguiente: no dedic�ndose cada persona m�s que a un solo g�nero de producci�n, y necesitando, un multitud de productos, no puede consumir m�s que una cort�sima porci�n de los que ella misma produce, vi�ndose por consecuencia en la precisi�n de vender todos los dem�s para comprar casi todos los art�culos que ha de menester.

6. Pocas son las personas que compran sin producir, y en este n�mero figuran �nicamente aquella que viven de socorros gratu�tos, y a�n en este caso se sostienen de los productos de sus favorecedores.

7. Los propietarios territoriales producen por medio de su tierra. El arriendo que reciben es el precio del trigo o de cualquier otro producto que han obtenido por su arte en la producci�n a que contribuyeron por la colaboraci�n de sus tierras. Lo mismo sucede con los capitalistas. El inter�s de sus fondos es por su parte el precio de los productos a que concurrieron con su capital.

8. Precio es la cantidad de moneda que se puede obtener de un producto, cuando se quiere vender, o lo que es igual, su valor expresado en moneda.

9. Ning�n producto podr�a comprarse ni venderse por mucho tiempo a un precio inferior a los gastos de producci�n, que son necesarios para su creaci�n.

Supongamos que el kilo de caf� le cuesta al almacenista de comestibles cuatro pesos, y claro es que no podr� sin arruinarse venderlo por mucho tiempo a un precio m�s bajo.

10. Toda mercanc�a, por el hecho de ser m�s ofrecida, es decir, en mayor cantidad que las otras, se vende antes y m�s barata que ellas: la raz�n es que el mejor despacho de una cosa consiste en la posibilidad en que est�n los compradores de adquirir m�s cantidad por el mismo precio. Y por el contrario en el momento que es m�s demandada, es m�s cara. Y en efecto, �qu� es la demanda de un producto, sino la oferta que hacemos de otro producto para adquirir el primero? Pues desde el momento que ofrecemos nuestros productos en mayor cantidad, se encarece el que deseamos adquirir.

11. Hablando de mercanc�as, se llama extensi�n de sus salidas, la posibilidad de vender m�s o menos cantidad.

12. Las causas que extienden la salida de un producto en particular, son dos: la mayor conveniencia o baratura que podr� hacerse, atendida su utilidad, y la abundancia de todos los dem�s productos.

Las familias que viven en una ciudad, contribuyendo a una u otra producci�n, ganan m�s o menos: las unas 1,500 pesos, las otras 2,000, 3,000, 5,000 10,000, etc�tera. Hay tambi�n ganancias intermedias, pero siempre son en mayor n�mero las m�dicas. Por lo tanto, se comprende que todo producto se vender� con m�s facilidad y en mayor cantidad, cuanto mayores sean su utilidad y baratura, porque estos son los dos requisitos que le hacen desear m�s y facilitan su adquisici�n a mayor n�mero de personas.

La raz�n de que la actividad en la producci�n de los dem�s productos aumenta las salidas de cada uno, es la siguiente: nadie puede comprar un producto de que carece, sino a beneficio de los que produce. De consiguiente, cuantas m�s personas haya que produzcan trigo, vino, etc�tera, m�s metros de tela podr�n comprar a los productores de esta mercanc�a.

13. En la actualidad se venden en las naciones europeas muchas m�s mercanc�as que en los tiempos de barbarie, por la sencill�sima raz�n de que al presente se produce mucho m�s que en aquellas �pocas desgraciadas. A la multiplicaci�n de los productos le sigue necesariamente la de los consumidores; y como cada productor produce m�s, puede tambi�n multiplicarse sus consumos. Todos producimos para todos. El agricultor, produciendo trigo, trabaja para el fabricante de telas, y viceversa; el quincellaro vende a otra baratija, y �ste paga a aqu�l con sus productos; el droguista hace venir los colores para el pintor, y �ste hace retratos y paisajes para el comerciante. Lo mismo pudi�ramos decir de todos los dem�s.

14. El comercio que hacemos con el extranjero, extiende nuestros productos y nuestro consumo. Si Espa�a careciese, por ejemplo, de comercio exterior, tambi�n carecer�a de caf�, porque no lo produce, y mediante este comercio puede producir y consumir un inmensa cantidad de esta mercanc�a. Y en efecto produciendo vinos que cambia por el caf�, es lo mismo que si produjera este g�nero.  

XII

De la moneda

1. La moneda es un producto de la industria, una mercanc�a que tiene un valor permutable. Una cantidad determinada de moneda y otra cantidad de cualquier otra mercanc�a, cuando su valor es enteramente igual, son dos porciones de riqueza iguales entre s�.

2. La moneda recibe su valor del mismo origen, del mismo manantial que cualquier otro producto. La necesidad que tenemos de ella, hace que le demos cierto precio y que ofrezcamos para adquirirla cierta cantidad de otro producto.

3. El Gobierno podr� mandar que una moneda se llame peso, otro d�lar, etc�tera, pero no podr� determinar que un comerciante venda cierta mercanc�a por una peso o por un d�lar, porque ya sabemos que el valor de una cosa se mide o se regula por la cantidad de cualquier otra cosa, que se d� comunmente para obtener la posesi�n de la primera.

4. La moneda se usa much�simo por todos los que han de hacer alg�n cambio, del modo siguiente: Cuando se quiere cambiar el producto que no se necesita por otro que se desea, es muy c�modo y muchas veces indispensable principiar cambiando el producto superfluo por la moneda, con objeto de cambiar luego �sta por aquella cosa necesaria.

Este cambio preleminar de la moneda es tan c�modo y muchas veces indispensable, por dos razones: la primera, porque la cosa que se quiere dar en cambio, difiere con mucha frecuencia en su valor de la que se quiere recibir. Si la moneda no existiese, y quisi�ramos cambiar un reloj de veinte pesos por un paraguas de cinco pesos, nos ver�amos obligados a dar un valor cuatro veces mayo al que se recibiese; pero si principi�semos cambiando el reloj por veinte pesos, podr�amos en este caso dar la cuarta parte de su valor para adquirir el paraguas, y conservar las otras tres partes del mismo valor para la adquisici�n de cualquier otro objeto.

La segunda raz�n que hace apetecible la adquisici�n de la moneda, es la siguiente: Una mercanc�a diferente de la moneda pudiera proporcionarse en cantidad al valor de la cosa que se desea vender; se podr�a, por ejemplo, tener una cantidad de arroz igual en valor al reloj que queremos desprendernos, y por lo podr�amos dar una cantidad equivalente el valor del paraguas que deseamos adquirir; pero no estamos seguros de que el parag�ero tenga necesidad del arroz que podemos ofrecerle, y s� de que recibir� con mucho gusto las monedas que le demos en cambio de su producto.

5. Esta seguridad dimana de la necesidad que todos tienen de comprar varias cosas para satisfacer sus necesidades. Las mercanc�as que no se quieren o no se pueden consumir inmediatamente para satisfacer una necesidad, solo convienen a los comerciantes que saben donde hallar�n salida, cu�l es su valor y por qu� medios podr�n conseguir su venta. Y como la moneda es una mercanc�a en que todos comercian, porque todos necesitan comprar, ofrecer moneda equivale a ofrecer todas las dem�s cosas que se compran diariamente, y de este modo se consigue la seguridad de que ofreciendo moneda a cualquier persona que sea y por cualquier cambio, se le ofrece una mercanc�a, que ella podr� emplear siempre que quiera.

6. La raz�n de que aun en el caso de que hayamos adquirido las cosas por su verdadero valor, se cree generalmente que el vendedor hace mejor negocio que el comprador, es la siguiente: el que vende tiene que hacer dos cambios para conseguir la mercanc�a que necesita, en lugar de que la que es superflua; debe en primer t�rmino cambiar �sta por moneda, y despu�s esta moneda por la cosa que apetece. Hecho ya el primer cambio, no le resta m�s que terminar el segundo, y este es el m�s f�cil, porque en vez de una mercanc�a que solo puede convenir a un limitado n�mero de personas, tiene en su poder dinero, es decir, una mercanc�a que todos necesitan.

7. La causa que fija este valor en una tasa m�s bien que en otra, es la cantidad de moneda que hay en cada pueblo. Se dan y reciben en las ventas y compras tantas m�s monedas cuantas m�s se hallan en �l, y por eso, una mercanc�a, que hoy, por ejemplo, se vende por sesenta pesos, se vender�a en ciento veinte si circulase doble cantidad de moneda.

Esto no var�a en nada la riqueza del pa�s, porque el que recibiese doble cantidad de dinero por su mercanc�a se ver�a tambi�n obligado a pagar doble m�s caras todas las dem�s cosas que quisiere adquirir, y en una palabra porque en cambio de su mercanc�a no adquir�a m�s que la misma cantidad de productos, la misma suma de goces. Lo mismo suceder�a con los due�os de la moneda; aunque tuviesen los 120 pesos como �stos no val�an m�s que los 60, el resultado ser�a el mismo, y de consiguiente, no por eso ser�an m�s ricos que lo ser�an con esta cantidad, si s�lo circulase la mitad del dinero.

8. El valor de la moneda puede aumentarse, cuando disminuye su cantidad, o bien cuando llega a aumentarse el n�mero de los cambios, porque entonces se multiplica la necesidad y la demanda del dinero. La raz�n e evidente. Cuanto m�s se multiplican los cambios y m�s se aumenta su valor, han de exigir con precisi�n mayor cantidad de moneda

9. El n�mero de los cambios se aumenta, cuando se acrecienta la riqueza del pa�s, cuando se crean y consumen m�s productos, y cuando por lo mismo crece la poblaci�n.

10. Cuando sube el valor de la moneda, se da menos cantidad en cambio de toda especie de mercanc�as, o en otros t�rminos, entonces baja el precio de todos los art�culos. Y por el contrario, cuando baja el precio de las monedas, se da m�s cantidad en cada compra, o lo que es lo mismo entonces sube el precio de todas las mercanc�as.

11. El hierro, el cobre, las conchas, los cuernos, el papel, etc�tera, han servido de moneda en algunas ocasiones en diferentes naciones, pero las materias que re�nen m�s ventajas para hacer las funciones de moneda, son el oro y la plata, y por eso se llaman metales preciosos.

Tambi�n se fabrican muchas monedas de cobre y algunas de n�quel y aluminio.

Para que las porciones de oro, plata y cobre sirvan de monedas, es preciso que reciban el sello o escudo oficial en las f�bricas del Estado, que se llaman casas de moneda.

12. Los gobiernos se reservan el derecho exclusivo de fabricar la moneda, para prevenir los abusos que los particulares pudieran introducir en dicha fabricaci�n, no dando a cada moneda la misma ley y el mismo peso que anunciase el cu�o, y tambi�n para apropiarse el beneficio que resulta de esta operaci�n, el cual constituye una parte de las rentas del Estado.

13. El valor rec�proco de las monedas de plata y oro var�a incesantemente, como el de todas las dem�s mercanc�as, seg�n la necesidad que tenemos de una y otra, y seg�n la cantidad que de ellas circula. De aqu� resulta el beneficio que algunas veces se paga por conseguir, por ejemplo, mil pesos en oro por otras mil en plata.  

XIII

De los signos representativos de la moneda

1. Se llaman signos representativos de la moneda a ciertos t�tulos o documentos que no tienen otro valor que el derecho que en su virtud adquiere el portador a recibir la cantidad que expresan.

Tales son los pagar�s, las letras de cambio, los cheque, etc�tera.

2. Letras de cambio son ciertos mandatos que da el librador y que ha de pagar el aceptante que vive en otra poblaci�n.

Pagar�s son unos documentos en los que se hace constar la obligaci�n del que los expide, de pagar cierta cantidad de dinero, a cierto plazo.

Cheques son unos documentos que se acostumbra usar para girar sobre un Banco por la cantidad que se tiene en dep�sito.

Libranzas son unos documentos de cr�dito, por medio e los cuales se hace el pago de cierta cantidad en moneda, bien porque se adeuda a la persona que la extiende, cuando �sta tiene cr�dito con el que la satisface.

Vales son unos documentos de cr�dito, cuyo valor se satisface a un plazo, o inmediatamente si son a la vista.

Recibos son los documentos que hacen constar las entregas de cantidades de dinero.

3. Las letras de cambio sirven principalmente para evitar los gastos y riesgos que lleva consigo el transporte del dinero.

Esto se verifica, estableciendo cierta compensaci�n entre lo que se deben rec�procamente los habitantes de los diferentes pueblos.

Por lo tanto, debemos tener presente que las letras de cambio se pueden comprar y vender.

4. Las letras de cambio valen tanto como la cantidad que expresan, cuando en un poblaci�n deben pagarse muchos cr�ditos y hay pocos comerciantes que quieran recibirlos; o bien, por el contrario, cuando hay necesidad de remitir a ella muchos valores. Fuera de estos casos ya no valen tanto como la cantidad que expresan; primero porque generalmente no se pagan a la vista, y segundo porque el comprador

corre el riesgo de no ser satisfecho; si el librador y el aceptante carecen de fondos.

5. Las letras de cambio contra el extranjero, se pagan en la moneda del pa�s donde reside el aceptante.

Por ejemplo: nosotros giramos una letra contra un comerciante de M�xico, por la cantidad de dos mil quinientas pesos; pues bien, ese documento deber� ser pagado all� en pesos mexicanos y al cambio que en el d�a est� fijado entre la moneda espa�ola y la mexicana.

Decimos que el curso del cambio est� a la par, cuando la cantidad de oro y plata que debemos recibir en el extranjero, es enteramente igual a la que pagamos por adquirir la letra.

6. Los billetes de Banco no se negocian como las letras de cambio, porque teniendo seguridad de que recibimos todo su valor en el momento que queramos, los recibimos como si fuesen verdadera moneda; y los damos del mismo modo, si aquel a quien los entregamos est� en la misma persuasi�n.

7. La diferencia que existe entre un documento de cambio y un billete de Banco, es que el primero no puede convertirse en met�lico siempre que se quiera, y por el contrario el segundo, queda convertido a la hora que le acomode a su due�o, puesto que se paga al portador en el acto de la presentaci�n.

Si en un documento de cambio o papel moneda se hace constar la promesa de que se pagar� a la vista, ya no debe reputarse como tal sino como una c�dula de toda confianza y seguridad, y si la promesa es vana e ilusoria, vuelve otra vez a la categor�a de papel moneda.

8. Las causas que dan valor al papel moneda son varias, pero particularmente, la facultad de pagar con �l deudas y sobre todo la falta de otro instrumento de los cambios, porque como este es de absoluta necesidad, es preciso recurrir al que existe, y mucho m�s en las naciones donde se multiplican las ventas de compras.

9. El valor de los billetes de Banco lo causa la seguridad de poder reducirlos a dinero, siempre que se quiera.

Todo Banco bien dirigido no emite billetes sin recibir en cambio otro valor, que generalmente consiste en moneda en barras de metales preciosos, o en documentos de cr�dito. Este valor sirve al Banco como de prenda, en la forma siguiente: La parte que recibe en dinero puede destinarse inmediatamente al pago de billetes; la que recibe en barras, puede tener la misma aplicaci�n en el momento que se vendan; pero aplicaci�n en el momento que se vendan; pero la que recibe en documentos de cr�dito, no podr� servirle hasta su vencimiento.

10. Los billetes de Banco podr�n suplir al numerario, pero hasta cierto punto nada m�s y s�lo en aquellas poblaciones donde haya una Caja siempre abierta para reducirlas a dinero cuando se quiera, pues solo as� pueden reputarse los billetes de Banco como dinero contante.

11. Para poner los Bancos sus billetes en circulaci�n, se conducen del siguiente modo: Cuando se encargan de la recaudaci�n y del pago por cuenta de los particulares, o bien cuando descuentan cr�ditos de comercio, pueden a favor de estas atribuciones hacer muchos pagos con sus billetes, y si inspiran una completa confianza, no hay duda de que ser�n preferidas por su mayor comodidad.

12. Si un Banco pudiese en circulaci�n una cantidad excesiva de sus billetes, suceder�a que los que se presentaron cada d�a para la reducci�n a dinero igualar�an o tal vez exceder�an a los que hab�a emitido, y esto podr�a exponerle a grand�simos embarazos y hasta la perdida del cr�dito.

13. Las palabras moneda de papel y papel moneda, han introducido alguna confusi�n en esta parte de la Econom�a Pol�tica, pues mientras unos autores han considerado moneda de papel a lo que es papel moneda, y papel moneda a lo que es moneda de papel otros han entendido que ambos conceptos sin sin�nimos y no establecieron sobre ellos las debidas diferencias.

Son moneda de papel, los signos de moneda que tienen curso forzoso y garant�a ficticia.

Son papel moneda, los signos de moneda que tienen curso voluntario y garant�a efectiva.

Existen, pues, entre esos dos signos de la moneda, dos caracteres esencial�simos que sintetizan, diferencian y distinguen perfectamente al uno del otro.

Esos caracteres son:

1. El de la circulaci�n, que es obligatoria para la moneda de papel y libre para el papel moneda.

2. El de la garant�a, que es figurada en la moneda de papel y positiva en el papel moneda.

La moneda de papel supone un valor ficticio o figurado, que circula forzosamente como moneda, y est� constituido por las emisiones de l�minas o billetes que hacen los gobiernos, dando dichos documentos en cambio del dinero que reciben o en pago de las obligaciones, que contraen; sin afianzar su amortizaci�n, sin fijar el plazo de su recogida, sin limitar, por lo general, la suma de la emisi�n, y sin abonar inter�s alguno, ofreciendo por toda garant�a de pago, esperanzas ef�meras de reintegro, valores de resultados dudosos o t�tulos de liquidaci�n dif�cil.

El papel moneda representa un valor real o positivo, que circula voluntariamente como signo de moneda, y est� formado por los efectos de comercio y dem�s documentos de cr�dito que emiten los gobiernos, los bancos, las sociedades, los comerciantes o los particulares, con la obligaci�n de reembolso a la vista o en fecha determinada, como son los bonos del Tesoro, los billetes de Banco, las letras de cambio, las libranzas, los pagar�s o la warrants.

14. La circulaci�n de la moneda de fiduciaria puede ser: con curso ordinario, legal y forzoso. En el primer caso lo billetes no tienen fuerza liberatoria, es voluntario el recibirlos y son reembolsados a la vista por el Banco que los emiti�. Tiene curso legal los billetes cuando por las leyes se les reconoce fuerza liberatoria, y no pueden ser, por tanto, rechazados, debiendo ser reembolsados en especies met�licas por la Caja del establecimiento que los emiti�, y por �ltimo cuando el billete tiene fuera liberatoria en los pagos, sin que pueda cambiarse por especies met�licas por el establecimiento que lo ha emitido, se dice que tiene curso forzoso.

La emisi�n de la moneda fiduciaria se hace por Bancos autorizados pro ello por leyes especiales, o por el Estado. En algunos pa�ses rige la libertad de

Bancos de emisi�n, y en otros se conf�a esta emisi�n a un solo Banco.  

XIV

De la importaci�n y exportaci�n de mercanc�as

1. Importaci�n de mercanc�as es una operaci�n comercial, que se reduce a comprar un producto cualquiera que sea, en una naci�n extra�a y traerlo a la nuestra.

2. Exportaci�n es todo lo contrario: es decir, una operaci�n reducida a comprar los productos en nuestro pa�s y remitirlos al extranjero.

3. Los comerciantes que se encarga de estas operaciones son indiferentemente nacionales o extranjeros, seg�n sus inclinaciones, su talento y las aptitudes que puedan emplear en ellas.

4. A una naci�n se le pagan las mercanc�as que se exportan de ella, con las otras mercanc�as que se importan.

Un ejemplo aclarar� esta verdad: Un comerciante americano da la orden a un comerciante mexicano para que compre en Jalisco tequila por valor de ochenta mil pesos y los remita a los Estados Unidos; supongamos que en llegando estos productos a New York, se venden en cien mil pesos; que el comerciante que dirige esta operaci�n da orden a su corresponsal americano para que las invierta en comprar maquinaria agr�cola y la remita a Monterrey, donde se vende en ciento veinte mil pesos; en este caso, el empresario pagar� con lo que ha producido la maquinaria, los vinos que compr� al cosechero andaluz, y el exceso servir� para satisfacer los gastos de la operaci�n y los trabajos del mismo empresario que constituyen una parte de sus anticipaciones.

5. Para M�xico o hubiera sido m�s ventajoso, que el comerciante hubiese mandado traer el valor del tequila en barras de plata que no en maquinaria agr�cola, porque el inter�s de nuestra naci�n en este caso no era diferente del que deb�a animar al negociante empresario. Entreambos deb�an desear que el valor retornado fuese el mayor posible. La raz�n es bien clara. La maquinaria que vale en M�xico ciento veinte mil pesos, ser� para la naci�n y para los particulares que la traen, una riqueza mayor que las barras de plata que s�lo valiesen ciento diez y seis mil pesos.

6. Las barras de plata convertidas en moneda mexicana no hubieran suministrado un capital m�s durable que la maquinaria agr�cola, porque la mayor o menor duraci�n de un capital no consiste en la materia en que se halla impuesto su valor, sino en la clase de consumo a que se destina.

Ejemplo: Un agricultor no pierde parte alguna de su capital, cuando transforma su dinero en maquinaria propia para la labranza y cultivo de la tierra, y s� disipa una porci�n de su capital productivo, cuando transforma una parte de los productos recolectados en alhajas o cosas para �l superfluas.

7. En una naci�n se disminuir�a su numerario si llegaban a escasear los metales de que se hace; perro no por eso resultar�a la menor dificultad en los contratos, porque el dinero, como todas las dem�s mercanc�as, vale m�s cuanto m�s escasea, de manera que podr�an circular menos monedas sin que

disminuyesen los valores, si cada pieza de metal lo tuviese mayor.

Es bien sabido que el numerario no se busca para consumirlo, sino para comprarlo, y por eso importa poco su valor, as� que si el comerciante recibe poco lo que vende, tambi�n da poco por lo que compra. La experiencia comprueba esta doctrina. El oro es mucho m�s escaso que la plata, y a pesar de eso, en las naciones donde se sirven de moneda de oro, no se advierte en los negocios dificultad alguna que no se experimente en las naciones que se valen de moneda de plata.

Por esta misma raz�n debemos creer con fundamento que si llegase el d�a en que se disminuyese la plata en M�xico hasta la d�cima quinta parte de la que hay en la actualidad, nos hallar�amos, no obstante, en el mismo caso en que se encuentran las naciones que se sirven de la moneda de oro, pues como cada moneda valdr�a entonces quince veces tanto como vale en el d�a, reemplazar�a quince monedas iguales de las que se usan en la actualidad.

8. Es imposible, por medio de prohibiciones, hacer entrar en una naci�n m�s oro y plata que lo que reclaman sus necesidades, porque en el momento que hay en cualquier parte mayor cantidad de estos metales preciosos que la que exigen sus necesidades, baja su valor respecto del que tienen todas dem�s mercanc�as. Si nuestra naci�n tiene la cantidad de metales preciosos que reclaman sus necesidades, los negociantes que hiciesen venir mayor cantidad no obtendr�a en cambio el equivalente a esa cantidad, en los efectos que deban componer sus retornos, y por consiguiente perder�an, y ya sabemos que ninguna ley puede compeler el negociante a emprender una operaci�n de comercio que lo ocasiono p�rdidas.

De las anteriores consideraciones se infiere que no depende de las leyes, sino �nicamente de la influencia del precio, el que el oro y la plata entren o salgan de una naci�n.

No debemos temer que nuestra naci�n quede sin numerario con la compra de mercanc�as extranjeras, porque aun siendo cierto que ninguna naci�n puede adquirir los productos extranjeros sino con lo que ella misma produce y aun cuando los pague en moneda siempre los adquirir� con los productos de su suelo, de sus capitales y de su industria; porque en efecto, por su medio y con ello adquiere la moneda con que ha de pagar.

9. Balanza de comercio es el estado demostrativo de las importaciones de una naci�n, comparadas con sus exportaciones.

La ense�anza que nos proporcionan dichos estados es la de saber que nos proporcionan dichos estados es la de saber lo que una naci�n gana en determinado tiempo, en su comercio con el extranjero.  

XV

De las prohibiciones

1. Las prohibiciones de que se ocupa la econom�a de que se ocupa la Econom�a Pol�tica, son las que determinan las leyes, prohibiendo importar o exportar ciertos productos.

2. Lo m�s com�n es prohibir la exportaci�n de la primeras materias y la importaci�n de los productos manufacturados.

Esto consiste en que se cree que lo que nos paga el extranjero por las primeras materias, no es una ganancia, y s�, cuando nos paga la hechuras o trabajo de las manufacturas.

Es verdad que cuando el extranjero nos paga mil pesos por diez piezas de pa�o, no reintegra por esta cantidad de las anticipaciones que fueron el precio de los servicios productivos ejecutados por los espa�oles; pero tambi�n lo es que cuando nos paga otras mil pesos por unas sacas de lana, nos reintegra igualmente con ellas de otras anticipaciones que tambi�n fueron el precio de servicios productivos ejecutados del mismo modo por espa�oles. Resulta, pues, que en ambos casos ha ganado M�xico las mil pesos, puesto que las han ganado sus cuidadanos.

3. No es la materia lo que constituye la importancia de lo que enviamos al extranjero; es, si, el valor de la materia. Y en efecto, si se debiera evitar la venta de los art�culos pesados y embarazosos, se deber�a evitar la exportaci�n del hierro, de la sal y otras materias, que tienen peque�is�mo valor a proporci�n de su volumen.

Si por la exportaci�n del hierro ya fabricado, aument�semos la suma total de nuestras exportaciones, es claro que nos ser�a favorable esta clase de env�os; pero tambi�n es cierto que la exportaci�n, por ejemplo, de cuatrocientas mil pesos en hierro bruto, no es tan ventajosa como la de igual cantidad en hierro ya elaborado. La raz�n es que en ambos casos se paga a la naci�n la misma suma de servicios productivos.

Cuando una naci�n extranjera pidiese a M�xico, por ejemplo, cierta cantidad de hierro en lingotes o barras, tendr�a m�s ganancias la clase de empresarios que la de obreros, los cuales las tendr�an mayores, si el extranjero pidiera hierro manufacturado. Si la demanda se fijase de este modo para lo sucesivo, aumentar�a el n�mero de empresarios y disminuir�a el de jornaleros, pero las ganancias de la naci�n ser�an las mismas en uno y otro caso.

4. Las leyes que m�s favorecen las exportaciones e importaciones, son las que dejan m�s libertad en la elecci�n de los art�culos que el comercio quiere enviar al extranjero y recibir en retorno.

5. No es conveniente abolir todos los derechos de importaci�n o de entrada, porque nuestro comercio con el extranjero tendr�a entonces privilegio en perjuicio de nuestros agricultores y fabricantes, que por su parte pagan los impuestos que les corresponde, y la equidad exige que estos se distribuyan entre todas las industrias y todos los consumidores.

6. Si se suprimieran de una vez los derechos excesivos y las prohibiciones, podr�an arruinarse los establecimientos que solo hab�an prosperado al favor de los privilegios que les aseguraban aquellos derechos y prohibiciones. El bien mismo debe hacerse con prudencia.

7. Un sistema que fuese disminuyendo los obst�culos y los gastos que lleva consigo el comercio exterior, proporcionar�a la ventaja de activar en gran manera nuestras relaciones comerciales con el extranjero, y por consiguiente, nuestra producci�n interior.

Cada naci�n no puede consumir para su uso m�s que un n�mero determinado de productos. Supongamos, por ejemplo, que los habitantes de M�xico no pueden consumir anualmente m�s que cinco millones de sombreros; ahora bien, si les falta el comercio exterior, es claro que no podr�n fabricar m�s que este n�mero de sombreros, porque si fabricasen m�s no los vender�an; pero si importasen caf� y cacao en mayor cantidad que se hace, tal vez podr�an fabricar un mill�n m�s de sombreros, que se exportar�an a la Am�rica hispana para pagar el caf� y el cacao, o lo que es lo mismo, producir�an estos g�neros en sombreros.

8. Hay productos que podemos fabricar en nuestra naci�n y sin embargo los traemos del extranjero. La raz�n de esto es que nos conviene hacerlo as� y recabamos grandes ventajas, si con los mismos gastos de producci�n, conseguimos una cantidad mucho mayor de productos.

Si nosotros traemos de Alemania cien mil metros de hiladillo, importamos una mercanc�a que podr�amos producir nosotros mismos, pero nos conviene m�s importarla que fabricarla; porque su fabricaci�n nos costar�a siete mil pesos, y del otro modo lo pagamos con una remesa de tequila, que no nos cuesta m�s que cinco mil pesos de gastos de producci�n.

9. Siempre que se sostiene el comercio, es prueba de que ganan los comerciantes, y de estas ganancias participan los labradores y fabricantes nacionales, cuyos productos compran aquellos. Los consumidores nacionales tienen tambi�n inter�s en obtener por medio del comercio con el extranjero , o bien productos que nos suministra su pa�s, o bien m�s baratos los que pudieran crearse en �l, aunque con mayores dispendios.  

XVI

De los reglamentos relativos al ejercicio de la industria

1. Las leyes y reglamentos que el gobierno dicta para dirigir la industria, suelen tener por objeto, o bien determinar los productos que debemos o no crear o bien prescribirnos el modo con que debemos conducir las operaciones industriales,

En la agricultura cuando proh�be un g�nero de cultivo, el del tabaco, por ejemplo; o bien cuando concede recompensas extraordinarias a otros cultivos, como el de la ca�a de az�car o el del algod�n.

En fabricaci�n, cuando favorece la manufactura de ciertos g�neros, como los de la lana; proh�be o pone obst�culos a la de otros, como por ejemplo, los tejidos de seda.

Y en el comercio, cuando por medio de tratados favorece las comunicaciones con una naci�n y las proh�be con otra; o bien cuando concede privilegios al comercio de algunas mercanc�as y proh�be o pone trabas al de otras.

2. El gobierno se propone con esta protecci�n y estos obst�culos, estimular la creaci�n de los productos que se supone m�s favorables a la p�blica prosperidad.

3. Los productos que en realidad son m�s favorables al bienestar p�blico son aquellos que adquieren m�s valor, compar�ndolo con los gastos de producci�n.

Esto se funda en dos motivos muy poderosos, a saber: primero, porque su mayor valor indica la necesidad que de ellos tenemos y segundo, porque a la mayor creaci�n de valores consiguiente la mayor creaci�n de riqueza.

Lo anteriormente dicho nos har� comprender que no est� bien tomado la medida de estimular y proteger esa clase de producci�n, porque las circunstancias indicadas la hacen m�s lucrativa que a cualquier otra.

4. Los productos que no pueden prosperar sin estimularse son todos aquellos precisamente que no conviene producir, o mejor dicho a los que no quieren consagrarse los productores sin protecci�n. Favoreciendo su producci�n, se premian las operaciones que proporcionan menos ventajas y emplean capitales, trabajos y cuidados, que sin duda alguna rendir�an m�s aplic�ndolos a otros objetos.

5. El gobierno no debe estimular a que se formen asociaciones y gremios de obreros, que ofrecen grandes inconvenientes, de los cuales el principal consiste, en el sacrificio que de una parte m�s o menos considerable de su libertad debe hacer cada uno de los asociados en pro del inter�s com�n.

6. Una asociaci�n se compone de hombres sujetos a error, que no han de tornarse perfectos al entrar en ella; antes al contrario, es de temerse que cada cual lleve sus defectos y sus pasiones, y que con el deseo de hacer triunfar y sus miras particulares, lleve tambi�n un esp�ritu de oposici�n hacia todo lo que propongan los dem�s

7. Tampoco debe creerse que mediante las asociaciones se suprimir�a la competencia, que tanto se reprocha a los fabricantes y que es, se dice, un perjuicio para los obreros. No es posible, en efecto, pretender reunir en una sola asociaci�n a todos los obreros de cada industria. Esto ser�a constituir un monopolio en provecho de determinada clase de trabajadores, y poner al p�blico a merced de ellos respecto a todos los objetos de su fabricaci�n.

Al reunirse los obreros en asociaci�n sin duda que no es su deseo hacer part�cipes a los consumidores de las ventajas que esperan obtener. Quieren tan solo aprovecharse de las ganancias que los capitalistas alcanzan

8. El fabricante que pone a sus mercanc�as r�tulos falsos, el que toma nombre de una f�brica acreditada, etc�tera, comete un fraude, que la autoridad debe justamente castigar. Lo que no debe hacer el gobierno es embarazar las operaciones de la industria con tr�mites largos y pesados, ni cobrar derechos de patente excesivos y contribuciones exageradas, que siempre resultar�n en perjuicio de los consumidores.

9. La autoridad, a quien corresponde defender los derechos de los hombres, puede y debe por la misma raz�n proscribir toda industria perjudicial o cuyos errores sean irremediables.

El que ejerce la medicinal sin saber siquiera los primeros elementos de la ciencia de curar, el boticario que vende las drogas sin conocerlas, tienden lazos a la credulidad p�blica. Estos males no suelen tener por regla general, graves consecuencias en las transacciones ordinarias de la vida, porque lo regular es no volver a casa del comerciante que vende malos art�culos como si fuesen buenos. En este caso y en todos los parecidos que pueden presentarse, el perjuicio que la sociedad tendr�a que sufrir para preservarse de este mal, ser�a todav�a mayor que el mismo mal; pero cuando un charlat�n ignorante mata al enfermo, �de qu� le sirve su experiencia?  

XVII

De la propiedad

1. La causa que constituye la verdadera propiedad de una cosa, es el derecho que debe tener asegurado todo propietario de disponer a su placer de dicha cosa, con exclusi�n de cualquiera otra persona.

2. Este derecho lo aseguran las leyes y las costumbres.

3. Las cosas que forman nuestras propiedades son los productos, o bien los fondos productivos.

4. Los productos que componen una parte de nuestras propiedades, deben dividirse en dos clases.

La una comprende los productos que se destinan a satisfacer nuestras necesidades, o procurarnos ciertos placeres como los alimentos, los vestidos y todo lo que se consume en el seno de las familias; y �stos s�lo forman parte de nuestros bienes por muy corto tiempo, que es el intervalo que separa la adquisici�n, del consumo, y como siempre destruyen con m�s o menos rapidez, no debemos contarlos en el n�mero de nuestras propiedades. La otra clase de productos consiste en las anticipaciones que hacemos para continuar la producci�n. Tales son los que hay en los talleres y almacenes, y como el consumo de ellos se reintegra con la creaci�n de otro producto, podemos considerarlos, aunque susceptibles de consumo, como una riqueza permanente, pues como renacen sin cesar, componen en realidad lo que llamamos nuestros capitales.

5. Estos capitales se adquieren por la producci�n y por el ahorro, sin exceptuar los que hemos alcanzado por donaci�n y sucesi�n, pues todos tienen el mismo origen.

6. Hay capital que a pesar de haberse formado de productos, son sin embargo inmuebles. Las mejoras de las haciendas agr�colas, las obras realizadas en las minas, las casas, etc�tera, dimanan de valores en su origen mobiliarios, es decir, de materiales que se transformaron en valores inmuebles.

La concurrencia al despacho de un notario o al bufete de un abogado, los clientes de una tienda, el cr�dito y gran circulaci�n de un peri�dico o revista, etc�tera, son bienes capitales, puesto que todas estas cosas se han adquirido a costa de habilidad y trabajo, y producen una renta anual.

7. Las propiedades que se componen de capitales, se estimar�n por su valor permutable, o lo que es lo mismo, por el precio que sacar�amos de ellas, si quisi�ramos venderlas.

8. Hay otros fondos productivos que forman tambi�n parte de nuestras propiedades. En este n�mero deben entrar nuestras facultades industriales, que se componen de las naturales y de las adquiridas, de que podemos disponer y recabar un servicio productivo, y por consiguiente, una renta.

La fuerza corporal, la inteligencia, el talento natural, son dones gratuitos de Dios; la instrucci�n, el talento adquirido, son fruto de nuestro trabajo. Esta �ltima parte de nuestras facultades industriales, puede considerarse como una propiedad industrial y capital, puesto que debemos su adquisici�n a nuestro mismo trabajo y a las anticipaciones que hicieron nuestros padres, educ�ndonos hasta la edad en que pudimos aprovecharlas.

9. La parte de nuestras propiedades que llamamos facultades industriales, no es susceptible de enajenaci�n, o carece de valor permutable. Es verdad que podemos vender los frutos o productos, pero tambi�n lo es que no podemos vender el capital. Sin embargo, puede calcularse por las ganancias, o el ingreso anual que disfrutamos; un jornalero que saca de sus servicios mil pesos por a�o, es menos rico que un ingeniero o un m�dico famoso, que obtiene sesenta u ochenta mil pesos. Pero debe tenerse presente que las facultades industriales son propiedades vitalicias que mueren con su poseedor.

10. Igualmente constituyen parte de nuestras propiedades, los fondos en tierras, en los cuales deben comprenderse no solo los terrenos que pueden cultivarse ,sino tambi�n las aguas que en ellos nacen, las minas, y en general todos los instrumentos naturales que se han erigido en propiedades exclusivas.

Estas propiedades son un don gratuito que nuestro Hacedor hizo al primer ocupante y cuya transmisi�n arreglaron despu�s las leyes positivas. Pero todas aquellas propiedades territoriales que no se han transmitido legalmente desde el primer ocupante hasta su poseedor actual, dimanan necesariamente de un despojo, violento o malicioso, sea antiguo o moderno.

Como estas propiedades son susceptibles de venta y enajenaci�n, pueden estimarse y se estiman efectivamente por su valor permutable.

11. La m�s sagrada de las propiedades es la de las facultades industriales, que son peculiares y privativas del que las posee.

Despu�s sigue la propiedad de los capitales, que son creaci�n propia del que los posee, o de aquellos que se los trasmitieron. Los capitales son unos verdaderos ahorros; el que los form�, el que sufri� privaciones y limit� sus consumos hasta verlo constituido, pudo muy bien no haberlo verificado; todav�a m�s, pudo destruir los productos que cercenara, y de consiguiente pudo entonces aniquilar toda pretensi�n que sobre ellos pudiera suscitar cualquiera otra persona. De lo expuesto se deduce que no puede haber sobre esta propiedad otra pretensi�n leg�tima que la suya.

Del mismo principio se sigue que los propietarios de los fondos productivos, deben serlo tambi�n de los productos que de ellos emanan.

12. Consagrado el principio anterior, proclama la sociedad, una regla altamente favorable a sus intereses; porque la sociedad solo subsiste por medio de su productos y porque los due�os de los fondos productivos los dejar�an ociosos si no hubiesen de gozar de sus frutos.

13. Tambi�n resultar�n ventajas para los que prestaron los servicios de la industria o los del capital necesario para hacer productivos los bienes ra�ces; y en consecuencia, los frutos de las tierras se dividir�n seg�n los convenios que hagan entre s� todos estos productos, y la porci�n que toque a cada uno de ellos, ser� el producto de sus fondos.

14. Conviene a la sociedad que se respeten las propiedades capitales, porque ni puede formarse ninguna empresa industrial, ni por consiguiente crearse ning�n producto, sin las anticipaciones de valor capital necesario para ello.

Si los capitales se ven amenazados, su due�o, en vez de aplicarlos a la producci�n, los guardar� o los consumir� en placeres, y desde entonces quedar�n eriales y sin empleo las tierras que hubieran hecho fructificar, y quietos los brazos que habr�an ocupado.

15. Del mismo modo conviene a la sociedad que los talentos industriales sean propiedades muy respetadas porque nada inspira al hombre mayor emulaci�n en el ejercicio de sus facultades, nada le excita m�s poderosamente a cultivarlas, que una entera libertad en el modo de emplearlas, y una total seguridad de gozar tranquilamente del fruto de su trabajo; prescindiendo de que tanto las tierras como los capitales, en ninguna parte rinden a sus due�os mayores utilidades que donde se desenvuelven y cultivan con mayor actividad las facultades industriales.

16. Al pobre m�s que al rico le conviene que se respeten las propiedades, porque ni tienen otros recursos que sus facultades industriales, ni podr�a aprovecharlas donde se observase tal respeto. En este �ltimo caso, rara vez sucede que el rico deje de salvar alguna parte de sus propiedades, cuando el mayor n�mero de los pobres ning�n provecho recaba el despojo de los ricos, bien lejos de eso, se ocultan los capitales, no se demanda especie alguna de trabajo, las tierras quedan cr�ales, y el pobre se muere de hambre. Ser pobre es sin duda alguna gran desgracia; pero esta desgracia es mayor, cuando est� s�lo rodeado de otros pobres como �l.  

XVIII

Del origen de los ingresos

1. Rentas son las que se reproducen y renuevan cada d�a, cada mes o cada a�o, y con las cuales viven los individuos y las familias.

2. El origen y manantial de nuestras rentas est� en nuestros fondos productivos, o lo que es lo mismo, en nuestras facultades industriales, nuestros capitales y nuestras tierras.

3. Los productos adquieren cierta utilidad por la acci�n de nuestros fondos productivos; esta utilidad les da valor, y este valor procura una renta a los propietarios de los fondos productivos.

Por ejemplo: El labrador que hace nacer el trigo no le saca de la nada, pero si saca de la nada utilidad, esto es, la facultad de nutrir que comunica las materias que forman el trigo. De ellas nace un nuevo valor; valor que el labrador debe a sus facultades industriales, que son inteligencia y su fuerza corporal; a su arado y a sus caballer�as que constituyen una parte de su capital; y por fin, a su campo, que la forma tambi�n de sus fondos en tierras. Practicando esto, ya puede el labrador vivir de su trigo, o bien de los productos que obtenga en cambio del grano cosechado.

4. Cuando el labrador carezca de capital y de tierras, tendr� que comprar los servicios de ambas cosas, tomando dinero prestado y arrendando una hacienda, del mismo modo que compra los servicios de los criados y segadores por el salario que les paga y lo que quede del ingreso total de la hacienda, satisfechos los servicios productivos del capital y de las tierras, que compondr� su propio ingreso, o lo que es lo mismo, las ganancias de su industria personal.

5. La primera renta de nuestros fondos consiste en los servicios productivos que pueden dar la industria, el capital y las tierras, y por consiguiente que la producci�n no es otra cosa que el primer cambio en que damos nuestros servicios productivos para recibir productos, que cambiamos por dinero, por v�veres, por vestidos, por todas las cosas, en fin a que estamos acostumbrados o pueden contribuir a la satisfacci�n de nuestros placeres.

6. Todos aquellos que no poseen fondos productivos, viven de las rentas de los dem�s.

7. La renta de una persona es mayor, cuando, en el cambio de servicios productivos por productos, adquiere mayor cantidad de �stos, es decir, de utilidad producida, y da menos cantidad de servicios productivos.

Un ejemplo lo aclarar� mejor: Si una fanega de tierra rinde doble trigo que otra, la renta de la primera ser� doble que la renta de la segunda, una yunta del mismo valor, que en el mismo tiempo labre doble terreno que otra, ser� un capital que producir� del mismo modo doble renta. Y si en el mismo n�mero de d�as, con el mismo capital y el mismo terreno, un labrador coge doble trigo que otro, ser� tambi�n doble su renta industrial. Resulta por lo tanto, que el aumento de renta es la consecuencia de los progresos de la industria.

8. Este aumento de renta no siempre recae en beneficio del autor de los progresos industriales. Si llega a conseguir con los mismos fondos productivos, mayor cantidad de productos y estos conservan el mismo precio, no hay duda de que en tal caso se aumentar� su renta. Pero si la concurrencia le obliga a bajar su precio en proporci�n del aumento las rentas de los consumidores

Ejemplo: Cuando una persona que empleaba veinticinco pesos de su renta en la compra de un saco de harina, lo puede conseguir con veinte pesos, claro es que ha aumentado su renta en cinco pesos por cada saco que tiene que comprar, puesto que puede invertirlas en comprar cualquier otro producto.

9. El ingreso de una naci�n se forma de la suma de todas los ingresos de los individuos que la componen.

10. Ingreso anual es el conjunto de todas las ganancias que se perciben durante el t�rmino de un a�o.  

XIX

De la distribuci�n de los ingresos

1. Los productos que se crean todos los d�as en una naci�n, corresponden a los industriales, a los capitalistas y a los propietarios territoriales, los cuales por s� mismos o por medio de sus instrumentos, son los autores de esos productos, y a quienes, por lo mismo, hemos llamado productores.

2. El valor de un solo producto se distribuye entre muchos productores por conducto de los empresarios de industria, los cuales, adquiriendo todos los servicios necesarios para una operaci�n productiva se constituyen en �nicos propietarios de todos los productos que de ellos resultan.

3. Los servicios de una heredad o hacienda agr�cola, los adquiere, arrend�ndolos, o lo que es igual, convini�ndose con el propietario en pagarle una cantidad fija por la acci�n de sus tierras, que desde entonces cultiva por su cuenta. El propietario renuncia a la renta eventual que pudiera obtener, si las administrase el mismo, seg�n las cosechas las circunstancias, para recibir en su lugar la renta fija, que constituye su arriendo.

4. El empresario de industria adquiere los servicios de los capitales tom�ndolos prestados y pagando al capitalista un inter�s. De este modo convierte el capitalista en renta fija el resultado incierto del servicio de su capital que el empresario emplear� por su cuenta.

5. El empresario adquiere del mismo modo diferentes trabajos industriales. Como le es indispensable que le ayuden otros tiene que conseguir mediante un sueldo o salario los servicios de los empleados y obreros, y �stos cambian por la renta fija que les da el empresario, la parte que pudieran pretender en el producto que resulta de su trabajo.

6. Un producto suele ser con frecuencia el fruto de muchas empresas, sucesivas, y claro es que su valor se ha de distribuir entre los diferentes empresarios que han concurrido a su producci�n, cada uno por su cuenta.

Esto se verifica del siguiente modo: Al comprar cada empresario las primeras materias de su industria, reintegra al anterior de todas las anticipaciones que hasta entonces exigiera el producto, y por consiguiente, todas las porciones de renta, que hasta aquella �poca correspond�an a sus productores.

Ejemplo: Supongamos un vestido de casimir, y desde luego veremos que en primer lugar es el resultado de la empresa de un ganadero que, al vender al lana, se reintegra de todas las anticipaciones que tiene hechas para pagar a sus diferentes productores las diversas porciones de renta a que adquirieron derecho, mediante la creaci�n de este producto. El precio de la lama que compra el fabricante de casimires, es del mismo modo una anticipaci�n que hace, as� como lo son las dem�s que a�ade al comprar las drogas que necesita para el tinte, al pagar los servicios de su obreros, etc�tera, y de todas ellas le reintegra al tiempo de la venta, el comerciante de casimires. Y como �ste es un empresario de comercio, considera el casimir como si fueran primeras materias de su industria, y por consiguiente, la compra que de �l hizo, debe tambi�n considerarse como un anticipaci�n, de que tambi�n le reintegr� a su venta al consumidor o due�o del vestido. Anal�cese del mismo modo la creaci�n de cualquier otro producto, y siempre se ver� el mismo resultado, esto es, que su valor se distribuye entre una multitud de productores, de los cuales habr� muchos quiz�, que ignoren hasta la existencia misma del producto a cuya formaci�n han contribuido; y as� podr� suceder que la misma persona que lleve el vestido de casimires, ser� tal vez, sin saberlo, uno de los capitales, y por consiguiente, uno de los productores que concurrieran a su formaci�n.

7. La sociedad se compone de productores y consumidores. Todos somos consumidores y muy pocos los que no somos productores y muy pocos los que no somos productores. La raz�n es muy sencilla. Para no ser productores, tendr�amos indispensablemente que carecer de toda industria y talento, no poseer ni la m�s peque�a porci�n de tierra y no tener empleado el m�s miserable capital.  

XX

De las causas que influyen sobre los ingresos

1. Las causas que influyen sobre los ingresos , son aquellas que hacen que los productores ganen m�s o menos.

2. Las circunstancias que producen ese efecto, son much�simas y sumamente complicadas; pero lo que generalmente hace que las ganancias aumenten es la demanda activa y frecuente de los productos.

3. Los productos se demandan con mayor actividad y frecuencia, cuando la poblaci�n es m�s civilizada produce m�s por s� misma.

Entendemos por poblaci�n civilizada, la que tiene los gustos y necesidades de un pueblo culto, la que respeta a las personas y propiedades, la que habita en casas decentes y bien amuebladas, la que se mantiene con alimentos sanos y variados, la que se cubre con buenos vestidos, y la que cultiva la inteligencia y las artes.

4. Para que florezca la producci�n en un pueblo, es menester que tenga los gastos y las necesidades que hemos indicado, porque, los productos destinados a su satisfacci�n, carecer�an de utilidad y valor donde no existieran esas necesidades y esos gastos.

5. Los hombres no pueden comprar los productos que necesitan, sino con los objetos que ellos mismos producen. En efecto; con los productos de su industria podr� el alba�il comprar los servicios productivos del relojero, procur�ndose un reloj, y con los relojes podr� �ste tambi�n pagar los servicios productivos del alba�il, si le manda hacer una casa. Pues lo mismo sucede con todos los dem�s productores. Todos aumentan sus consumos al par que aumentan su producci�n.

6. Hay otra causa que perjudica esencialmente a la mayor demanda de los productos, y es, su excesivo precio comparado con la satisfacci�n que puede resultar de su consumo.

Este efecto se explica de la siguiente manera: En todos los pa�ses son m�s numerosas las peque�as fortunas, y de aqu� resulta que sus poseedores tienen que privarse de todos aquellos productos, cuya utilidad no guarda proporci�n con su alto precio. Y en efecto, vemos que desde el momento que se abarata un producto (como sucede cuando se consigue su producci�n con menos gastos) y entra de ese modo en la regi�n en que las fortunas son m�s numerosas, se extiende con rapidez su demanda, y cuanto m�s se aviva �sta, m�s se aumentan las ganancias de los productores.  

XXI

De los ingresos de los industriales

1. Se da el nombre de industriales a las personas que obtienen su principal ingreso de sus facultades aplicadas a la industria; pero esto no impide que sean al mismo tiempo capitalistas, si sacan alguna renta de cualquier capital, y propietarios territoriales, si tambi�n alcanzan otra renta de sus tierras.

2. La clasificaci�n que debemos hacer entre los industriales, para adquirir ideas justas sobres sus ingresos, es en dos grandes clases: primera, los que trabajan por su propia cuenta, o sea, los empresarios de industria; y segunda, los que trabajan por cuenta de los empresarios y bajo su direcci�n, como los dependientes, los obreros, los jornaleros, etc�tera

3. Los banqueros, los corredores de comercio los comisionistas en mercanc�as, que trabajan por cuenta de otro, deben figurar en la clase de empresarios, porque ejercen sus funciones por empresa, encarg�ndose de proporcionar los medios de ejecuci�n emple�ndolos a sus expensas. En la misma categor�a se pueden colocar los sabios, que recogen y conservan los conocimientos de que se aprovecha la industria.

4. Los ingresos de los empresarios de industria son siempre variables e inciertas, porque dependen del valor de los productores, y no se puede saber anticipadamente y con exactitud, cuales ser�n las necesidades de los consumidores y el precio de dichos productos.

5. Los empresarios de industria son entre todos los industriales, los que pueden aspirar a mayores ganancias. Es verdad que algunos de ellos suelen arruinarse pero tambi�n lo es que entre ellos se forman casi todas las grandes fortunas.

Esto es debido, fuera de una circunstancia imprevista, a que el g�nero de servicios con que los empresarios concurren a la obra de la producci�n, es m�s escaso que el de todos los dem�s industriales. Es m�s escaso por dos motivos: el primero, porque no puede formarse una empresa sin poseer, o al menos sin poder tomar prestado, el capital necesario, y esta circunstancia excluye a muchos concurrentes; y el segundo porque a esta ventaja deben reunirse muchas cualidades que no son comunes; a saber: juicio, actividad, constancia y cierto conocimiento de los hombres y de las cosas. Los que no re�nen estas indispensables condiciones, no pueden competir con los que las poseen, o al menos, no lo pueden hacer por mucho tiempo, porque no pueden sostener sus empresas.

6. Las empresas m�s lucrativas son aquellas cuyos productos se demandan con m�s constancia y seguridad, y por consiguiente, las que tienen por objeto la creaci�n de productos alimenticios y m�s necesarios.

7. La raz�n de que las ganancias que obtienen los hombres de ciencia, son tan poco considerables, es que sus servicios no pueden consumirse por el uso que de ellos se hace.

Cuando el cient�fico ha ense�ado a los fabricantes que los aceites pueden purificarse por los disolventes, y que el az�car de color obscuro puede blanquearse con el carb�n animal, dichos fabricantes pueden aprovecharse constantemente de estas util�simas operaciones, sin recurrir de nuevo al manantial de que al principio las sacaron, y bien pronto disfrutan gratuitamente los consumidores, de unos conocimientos de que todos pueden aprovecharse.

8. A los obreros se les puede clasificar en dos grupos: primero, el de los simples jornaleros, y segundo el de los artesanos, como carpinteros, pintores, alba�iles, electricistas, etc�tera

9. El salario de los simples jornaleros, nunca excede de lo que necesitan paara su subsistencia y la de su familia. La raz�n es muy sencilla: Para ejecutar sus servicios, basta que haya un hombre, y un hombre se encuentra en todas partes donde puede vivir.

10. El salario de los artesanos es siempre mayor que el de los jornaleros. Esto consiste en que las personas de esta clase no podr�an sostenerse si su salario no les indemnizase de los gastos de su aprendizaje, adem�s de su subsistencia. Adem�s, como sus servicios requieren m�s inteligencia y habilidad que los del jornalero, hay menos concurrentes capaces de hacerlos.

11. Para graduar lo que es necesario para la subsistencia de un obrero y su familia, hay que tener en cuenta la cantidad de consumos, sin los cuales no podr�an mantenerse teniendo presente que esta cantidad debe arreglarse a las necesidades de cada pa�s.

En efecto: cincuenta familias de obreros espa�oles no podr�an subsistir con lo que se mantendr�an cien familias en el Indost�n.

XXII

De los ingresos de los capitalistas y de los propietarios territoriales

1. Para obtener una renta de un capital que poseemos, debemos emplear ese capital en una empresa industrial, o bien prest�rselo a otra persona que pueda hacerlo con mayores ventajas.

2. Emplear un capital, es anticipar los gastos de producci�n, para reintegrarse con alguna ganancia de esta anticipaci�n con el producto que resulte.

El valor del producto que resultaa de la anticipaci�n del capital y de los dem�s servicios productivos, paga el alquiler de la anticipaci�n; y si se diese el caso de que no sufragase para ello el precio del producto, cesar�a su producci�n, por la sencill�sima raz�n de que no indeminizar� a todos los productores de los sacrificios que tendr�an que hacer.

3. Cuando un empresario de industria se ha servido de un capital prestado, las ganancias corresponden al mismo empresario; pero �ste debe pagar al prestamista el inter�s fijo en que convinieron para que disfrutase de su capital. El empresario perder� o ganar� en este contrato, seg�n la menor o mayor ganancia que alcance del capital, comparada con el inter�s que paga.

4. El inter�s de los capitales prestados aunque se exprese por un tanto por ciento, en realidad, debe descomponerse en dos partes.

Pondremos un ejemplo para mayor claridad: Supongamos que prestamos cierta cantidad y que convenimos con el que la recibe, en que ha de pagar el inter�s del seis por cinto al a�o; en este caso, habr� en este inter�s un cuatro por ciento (m�s o menos) para pagar el servicio que puede hacer el capital al empresario que lo emplee, y dos por ciento, (m�s o menos) para cubrir el riesgo que corremos de que se nos reintegre de nuestro capital. Si pudi�ramos prestar el mismo capital con toda seguridad, har�amos la operaci�n al cuatro por ciento, y por consiguiente, el exceso o la diferencia hasta el seis por ciento, puede considerarse como un premio de seguro.

5. Prescindiendo del premio de aseguraci�n, que variar� seg�n la mayor o menor seguridad del empleo o imposici�n de los capitales, las causas que influyen en la tasa del inter�s, propiamente tal, son las siguientes: Sube la tasa del inter�s, cuando los que reciben capitales prestados, pueden emplearlos de distintos modos y de una manera f�cil y lucrativa, porque entonces, muchos empresarios y industria desean tambi�n participar de las ganancias que presenta esta imposici�n de los capitales, y hasta los capitalistas quieren emplearlos por s� mismos, lo cual aumenta la demanda y disminuye la oferta que se hace de los capitales que buscan empleo. Sube igualmente la tasa del inter�s, cuando llega a disminuirse, sea cualquiera la causa, la suma de capitales disponibles.

6. Las causas contrarias hacen bajar la tasa el inter�s, y tal vez una de ellas puede equilibrar de tal modo a la otra, que la tasa se mantenga en el mismo estado: la raz�n es, que la una conspirar� hacerla subiir, precisamente en la missma proporci�n que la otra tirar� a hacerla bajar.

7. Cuando decimos que se aumenta o disminuye la suma de capitales disponibles, no nos referimos �nicamente a la cantidad de dinero o moneda, sino que entendemos por tales, los valores que sus poseedores destinan para subvenir a las anticipaciones que necesita la producci�n y que no est�n fijos en un empleo determinado, de tal manera, que no se pueden retirar de �l para aplicarlos a otros.

Ejemplo: Supongamos que hemos prestado cierto capital a un negociante pero con la precisa condici�n de devolv�rnos o cuando se lo pidamos, avis�ndole con tres meses de anticipaci�n. Por lo tanto, podemos darle otra inversi�n, si la consideramos m�s ventajosa, y desde entonces debemos considerar tambi�n a nuestro capital como disponible, y as� mismo lo ser� aunque lo tengamos en mercanc�as,de f�cil salida, puesto que podremos cambiarlas, siempre que lo deseemos, por cualquier otro valor.

8. La suma de capitales disponibles es la que en realidad influye en la tasa del inter�s, y no la del dinero, bajo cuya forma pueden encontrarse moment�neamente estos valores capitales, cuando se trasladan de una mano a otra. Todo capital disponible puede estar bajo la forma de mercanc�as, del mismo modo que bajo la forma de una talega de pesos; y as� como la cantidad de esta mercanc�a que est� en circulaci�n, en nada influye en la tasa del inter�s, tampoco influir� la abundancia o escasez del dinero.

9. Inter�s legal es que fijan las leyes para los casos en que no se ha determinado por el consentimiento de las partes; como cuando el detentor de un capital ha gozado de �l en lugar de su due�o, que estaba ausente o era menor de edad y al cual debe rendir cuentas.

10. Las causas que influyen en la tasa de los arriendos, son el n�mero de demandas que se hace para tomar tierras en estas condiciones, comparado con la cantidad de las que pueden arrendarse; pero debe observarse que en esta materia, excede por regla general, la concurrencia de los que demandan tierras arrendables. La raz�n es muy sencilla. En casi todos los pa�ses es limitado el n�mero de tierras, y no sucede lo mismo con el de los arrendatarios y capitales que pueden dedicarse a la industria rural, de lo cual se saca una consecuencia importante, y es que, a no interponerse causas m�s poderosas para producir un efecto contrario, siempre ser� superior la tasa de los arriendos a la ganancia que rinda en realidad el servicio productivo de las tierras.

11. A pesar de lo dicho, la tasa de los arriendos conspira siempre aproximarse a la ganancia real de las tierras, porque si fuera mayor, se ver�a obligado el arrendatario a pagar este exceso, o de las ganancias de su industriao del inter�s de su capital; y en ambos casos no se indemnizar�a completamente de las anticipaciones que le ocasionara el empleo de estos medios de producci�n.  

XXIII

De la poblaci�n

1. La causa que multiplica en todos los pa�ses el n�mero de pobladores, es la cantidad de las cosas producidas, las cuales, distribuy�ndose entre los habitantes, del modo que tenemos explicado, constituyen sus rentas; y cada clase de habitantes, aumenta a proporci�n de la renta que recibe.

2. Una misma renta no surte sin diferencia los mismos efectos en todas las clases sociales. En aquellas clases en que sus individuos tienen m�s necesidades, no pueden subsistir tantas personas con los mismos valores.

3. La raz�n de que en cada clase social hay siempre tantos individuos, como pueden mantenerse es porque los hombres, lo mismo que todas las dem�s especies animales y hasta las plantas, tienen mucha mayor facilidad en propagarse que en asegurar su subsistencia.

4. Los g�neros m�s necesarios son aquellos a que la poblaci�n da mayor precio, y como la producci�n es la que permite a cada uno se�alar el precio a las cosas que necesita, se puede asegurar, que en general, la poblaci�n se aumenta en proporci�n de la producci�n.

5. Cuando el n�mero de personas nacidas es superior al que puede soportar el estado de la producci�n, la poblaci�n disminuye, particularmente en los individuos d�biles de las clases pobres, como los ni�os, los ancianos y los enfermos. Los que no mueren por una falta total de alimento, parecen por no tenerlo ni suficiente ni sano; por carecer de las medicinas necesarias en caso de enfermedad; por falta de aseo, de descanso y de una habitaci�n ventilada y abrigada. Por eso, en el momento que necesitan uno de estos bienes y no pueden conseguirlo, se van extenuado por m�s o menos tiempo, y sucumben a la primera indisposici�n.

6. Es verdad que las guerras y las epidemias disminuyen la poblaci�n; pero la experiencia ha demostrado que pasado el azote que ha arrebatado un gran n�mero de personas, la poblaci�n se restablece en poco tiempo en su proporci�n ordinaria con la producci�n del pa�s.

7. Una poblaci�n numerosa ser� ventajosa para el pa�s, cuando posea los medios de subsistir con comodidad: esto es, cuando posea industria y capitales. Siendo una poblaci�n pobre y miserable, resultar� una gravamen para la naci�n.

8. Los extranjeros que vienen a nuestra naci�n, trayendo sus capitales e industria, abren un nuevo comercio en la patria adoptiva. Por la demanda que hacen a los antiguos habitantes de sus productos, les proporcionan nuevas ganancias, y por los que ellos crean y dan en cambio, les proporcionan nuevos goces.

9. Una naci�n no puede impedir que sus ciudadanos emigren a pa�s extra�o, llev�ndose consigo sus fortunas. Solamente podr� hacerlo, violando el derecho que todo individuo tiene sobre su persona y sus bienes.

10. Prohibiendo solamente la salida del oro de la plata, no se impedir� que las fortunas salan de un pa�s, porque las fortunas se componen de valores, y se pueden exportar bajo la forma de ciertas mercanc�as, si se hallare prohibido la extracci�n de otras.

Quien exporta mercanc�as, en el caso presente irroga al pa�s el mismo perjuicio que quien hace salir el dinero; y este perjuicio dimana, no de que el valor salga del pa�s, sino de que no entre otro en cambio, como se verifica en la operaciones de comercio.

11. La poblaci�n m�s civilizada ser� la que produzca y consuma m�s, porque as� ser� m�s completa la subsistencia de cada particular.  

XXIV

Del consumo general

1. Consumir un producto es destruir la utilidad que tiene, y por consiguiente, quitarle todo su valor.

Consumir v�veres no es destruir la materia de que se componen, porque el hombre no pude destruir la materia; es destruir lo que constitu�a al utilidad de esta materia, o lo que es lo mismo, la propiedad que ten�a de servir de alimento. Consumir un vestido, no es destruirlo, porque las part�culas que de �l se van separando con el uso, se derraman por el universo y todav�a se conservan en alguna parte; es destruir toda la utilidad que ten�a ese vestido, de modo que no pudiendo ser aprovechado por nadie, no se ofrece en cambio otro producto, para lograr su adquisici�n.

2. No se debe regular el consumo por el peso, n�mero y tama�o de los objetos que consumimos. Del mismo modo que la producci�n se regula por el valor de las cosas producidas, el consumo debe tambi�n regularse por el valor de las consumidas. Un gran consumo es el que destruye un gran valor, sean cual fueren los objetos en que reside este valor.

3. El hombre no puede quitar a las cosas el valor que las di� cuando la erigi� en productos. As� es, que podr� consumir enteramente un valor capital, consumiendo sin reproducci�n los productos cuyo valor invirti� en las anticipaciones necesarias para la producci�n; pero no podr� consumir el suelo de un campo, que la naturaleza di� gratuitamente a su primer poseedor.

4. Todos los productos se consumen, pero hay notables diferencias en la rapidez del consumo. Un pescado, por ejemplo, se consume m�s pronto que un sombrero; el consumo de �ste es m�s r�pido que el de un caballo; una casa sirve por m�s tiempo que aqu�,l pero se consume antes que un diamante. El valor de los objetos que duran much�simo tiempo, como el de una vajilla de plata, pasa por un valor capital, y la raz�n es que casi es igual al fin del a�o que la principio, y se perpet�a como un capital, aunque no por los mismos medios, y esto consiste en que el capital se perpet�a porque su valor se reproduce a la vez que se consume, y la vajilla de plata se perpet�a porque no se usa.

5. No es posible consumir dos veces el mismo producto, porque un valor, una vez destruido, no puede destruirse de nuevo, y es necesario que se interponga una nueva producci�n, para que haya un nuevo consumo; pero un producto puede consumirse en parte, puesto que se puede destruir �nicamente una porci�n de su valor.

Ejemplo: Cuando despu�s de haber usado un vestido que val�a cien pesos, se puede todav�a revender en cincuenta, es claro que s�lo se ha consumido la mitad de su valor.

6. Consumos privados son las destrucciones de valores que tienen por objeto satisfacer las necesidades de los particulares o de las familias.

7. Consumos p�blicos son los que tienen por objeto satisfacer las necesidades comunes de una ciudad, de una provincia, de una naci�n.

8. La reuni�n de los consumos privados y de los p�blicos, componen el consumo nacional.

9. Se consumen diferentes cosas por el p�blico y por las familias: por el p�blico municiones de guerra, edificios para escuelas, juzgados, asilos, cuarteles etc�tera y por las familias, casas, vestidos, v�veres, libros, muebles, etc�tera; pero son exactamente iguales la naturaleza y los efectos de entrambos consumos: unos y otros recaen en productos cuyo valor es el fruto de una producci�n que se destruye por el uso que de ellos se hace.

10. Consumo anual del p�blico y de los particulares es la suma de los valores que se destruyen para su uso, en el transcurso de un a�o, para satisfacer sus necesidades o bien para la reproducci�n de nuevos valores. Cuando �sta no iguala a los que se han consumido para los dos fines indicados, es claro que se empobrecen las familias y el Estado; y por el contrario, se enriquecen, cuando la reproducci�n es mayor que el consumo.

11. Todos somos consumidores, porque no hay uno solo que pueda subsistir, si no satisface las necesidades que reclama nuestra existencia. Todos consumimos valores en todos los instantes de nuestra vida, aun durante el sue�o, puesto que entonces consumimos el lecho en que nos tendemos, las s�banas en que nos envolvemos y la colcha con que no cubrimos.  

XXV

De los resultado del consumo

1. El primer resultado del consumo, es la p�rdida del valor del objeto consumido, y en consecuencia, la p�rdida de una porci�n de riqueza.

2. El poseedor del objeto consumido, se reintegra del valor perdido, bien por el placer que le proporciona el consumo, si es improductivo; bien por un nuevo producto acompa�ado de una ganancia o aumento de riqueza, si el consumo es reproductivo.

Pondremos un ejemplo: Cuando un panadero quema la le�a para cocer el pan, la consume reproductivamente, porque a�ade a su pan todo el valor de que priva a la le�a; pero cuando quemamos la le�a para calentarnos, la consumimos improductivamente, porque de esta combusti�n no resulta ning�n otro valor que reemplace al de la le�a.

3. Lo mismo que la producci�n puede considerarse como un cambio, en el cual damos nuestros servicios, productivos para obtener en recompensa un producto, puede tambi�n considerarse el consumo como otro cambio en que damos un producto (el que perdemos) para conseguir, bien un goce, bien otro producto de igual o de mayor valor.

4. Se pueden tambi�n consumir productiva o improductivamente los servicios. Consumimos productivamente el servicio de un obrero, cuando despu�s de haberle pagado su jornal, volvemos a encontrar el valor en el producto que ha hecho por orden nuestra, y consumimos improductivamente el servicio de un criado, de un m�sico, de un actor que nos divierte, porque el gasto que en este caso hemos hecho, no vuelve a aparecer en ning�n otro producto.

5. Veamos ahora los principales efectos del consumo improductivo.

Todos los productos creados, se consumen, pero no necesaria, sino ordinariamente. La raz�n es muy sencilla. El productor no crea el producto sino cuando cree fundadamente que este producto tendr� valor, de otro modo no lo crear�a, ni har�a un sacrificio del que no se reintegrar�a, o lo que es lo mismo, no har�a un cambio en que diese si recibir. Y en efecto; �qu� es lo que da valor a este producto? El deseo sin duda, que tienen algunos de dar cierto precio para adquirirlo; y es claro que si estos lo pagan, ser� para consumirlo, pues a no ser as�, har�an tambi�n un sacrificio sin compensaci�n; y esto es ajeno a la naturaleza humana.

6. Cuando un producto que se ha cre�do dar valor, no lo tiene en realidad, resulta una verdadera p�rdida para el productor. Esto es lo que sucede cuando se fabrican mercanc�as de mala calidad o de mal gusto, que despu�s no pueden venderse. Tales mercanc�as no pueden considerarse como verdaderos productos, porque para merecer este nombre, es preciso que el valor de la mercanc�a cubra, cuando menos, los gastos de producci�n .

7. Tambi�n hay consumos que no reproducen el m�s m�nimo valor, ni satisfacen necesidad alguna.

Cuando en una tempestad se arroja al mar el cargamento de un nav�o, y cuando se incendian los almacenes que no se quiere sean presa del enemigo, se realiza, en efecto, una destrucci�n de valores; pero �sta no se llama propiamente consumo.

8. Un sistema que aconsejara el consumo, no para gozar ni para reproducir, sino para favorecer la producci�n, deber�a ser considerado como a un hombre que aconsejase incendiar una ciudad, para dar ganancia a los alba�iles. El resultado de esta acci�n insensata ser�a privarnos del bienestar que proporcionan las riquezas ya adquiridas, para tener que trabajar en la adquisici�n de otras nuevas.  

XXVI

De los consumos privados

1. La diferencia que hay entre gasto y consumo, es la siguiente: el gasto es la compra que hacemos de una cosa para consumirla, y como a la compra sigue por lo com�n el consumo, por eso se han confundido con tanta frecuencia estas dos palabras. Conviene, por lo tanto, observar, que cuando compramos un producto, recibimos valor por valor; el de un paquete de velas este�ricas, por ejemplo, por el de una peso, y de consiguiente que somos tan ricos despu�s de la compra como antes; la �nica diferencia consiste en poseer en las velas la misma porci�n de riqueza que ten�amos en la peso. Esta riqueza empieza a perderse, cuando se principian a consumir las velas, y s�lo despu�s de haberse realizado su total consumo, es cuando nuestra riqueza se ha disminuido en una peso. Y de esto resulta, que no disminuimos nuestro bienes comprando, sino consumiendo, del mismo modo que aumentan, produciendo. Esta es la raz�n de por qu� en las familias contribuyen tanto a la conservaci�n de sus intereses, el car�cter y el talento econ�mico de la mujer, que es quien dirige la mayor parte de los consumos de la casa.

2. En los gastos que hacemos no se pierde el valor del dinero: este se adquiere por el que nos vende el producto, pero no se consume; lo que verdaderamente se consume es el producto que nosotros adquirimos, destruyendo su valor. De esto se deduce que la riqueza de los particulares y aun la del p�blico, pueden disiparse, aun cuando se conserve la misma cantidad de dinero; y por consiguiente, que es una ilusi�n imaginarse que reteniendo siempre en una ciudad, en una provincia, en una naci�n, la misma cantidad de numerario, se conserva siempre la misma riqueza.

3. Se puede economizar en los gastos y en los consumos, bien destinando a un gasto reproductivo una porci�n de renta que se pudiera dedicar a un gasto improductivo (ya hemos visto que as� se forman los capitales), bien resistiendo al atractivo de un consumo presente, para emplear esta porci�n de renta en un consumo futuro, mejor entendido.

4. Consumos bien entendidos, son aquellos que procuran mayor satisfacci�n a proporci�n del sacrificio de valores que ocasionan. Tales son los que, en vez de satisfacer caprichos, satisfacen necesidades reales y efectivas. Del mismo modo y en igualdad de valor, los alimentos sanos, los vestidos aseados, las casas c�modas, son consumos m�s discretos que los manjares exquisitos, los trajes costos�simos por su exagerado lujo y las habitaciones fastuosas.

Tambi�n deben considerarse como consumos mejor entendidos, los de los productos de la mejor calidad en todo g�nero, aunque cuesten m�s caros.

5. El consumo de los objetos que se usan lentamente, procura goces menos vivos pero m�s duraderos, y la especie de bienestar que proporciona, contribuye m�s a la felicidad de los consumidores.

En efecto: �qui�n se atrever� a comparar la satisfacci�n que procura la vista de unos fuegos artificiales con la que pueden proporcionar algunos libros escogidos del mismo precio, y de los cuales podemos disfrutar en toda nuestra vida y aun trasmitirlos a nuestros hijos?

6. Siempre convendr� preferir entre los productos duraderos, aquellos cuyo uso sea m�s frecuente y com�n. Mejor ser�, sin duda alguna, invertir nuestro dinero en hacer la casa que habitamos, c�moda, ventilada y agradable, que en comprar alhajas y grandes coches con que podamos alimentar nuestra vanidad en algunas ocasiones.

7. El m�s r�pido de todos los consumos es el que se hace de los servicios personales.

8. Los consumos hechos en com�n, resultan muy econ�micos. Un cocinero puede aderezar la comida de diez personas, como la de una sola: con el mismo fuego con que se cuece la comida del uno, puede cocerse la de los diez, y por lo mismo resulta que con igual gasto podemos tener mejor trato viviendo con otros que viviendo solos.

9. Son consumos indiscretos o mal entendidos, aquellos que en vez de satisfacci�n, nos acarrear disgustos y desgracias: tales son los excesos e la intemperancia y los gastos que provocan el desprecio y la venganza.

10. La econom�a es una virtud porque se necesita cierto dominio sobre s� mismo para resistir el atractivo de un consumo presente en favor de otro futuro, cuyas ventajas aunque en realidad mayores, est�n distantes, son vagas y no afectan a los sentidos.

11. La cualidad moral que m�s se descubre en la econom�a, es el juicio; porque en efecto, es indispensable para apreciar la importancia de los diferentes consumos, y sobre todo de aquellos que podr�n reclamar las necesidades futuras, siempre m�s o menos inciertas.

Cuando damos una importancia excesiva a necesidades futuras e inciertas, incurrimos en la avaricia; y cuando no las atribuimos la importancia necesaria, caemos en la prodigalidad.

12. El consumo no puede aumentar las riquezas de una naci�n, a no provocar la producci�n de un valor superior al consumido; y la raz�n es clara a saber: que destruyendo la riqueza no se puede aumentar su cantidad. Pero como el consumo sigue al compensaci�n, y si perdemos un valor, adquirimos una satisfacci�n, todos los consumos bien entendidos que provocan la creaci�n de un producto nuevo, son favorables, en cuanto multiplican las satisfacciones que se experimentan en la sociedad. Por eso, la naci�n que consume y reproduce mucho, tiene mas vida, la pasa con m�s comodidad y abundancia y goza de todos los encantos de la civilizaci�n.

13. Cuando el ahorro no es m�s que un consumo diferido, retarda, aunque poqu�simo, la actividad del consumo; pero cuando tiene por objeto el aumento de los capitales reproductivos, siempre le acompa�a el consumo, puesto que los capitales no pueden emplearse reproductivamente sino en la compra de materiales o de trabajo, con el fin de consumirlos. Este �ltimo ahorro tiene todav�a otra ventaja y es que no se trata de un consumo que se hace de una vez para siempre; sino de un consumo que se repite cuando la producci�n reintegra el capital.

14. El consumo reproductivo pone a los productores en estado de sacar de sus servicios productivos.

Para mayor claridad de lo que acabamos de decir, pondremos un ejemplo: Si para iluminar nuestra casa en unas fiestas, gastamos en luz el�ctrica la cantidad e cien pesos, correspondientes a la renta de este a�o, ya no volveremos a adquirir este dinero, y en consecuencia, ya no podremos gastarlo otra vez; pero si empleamos esta cantidad en alumbrar nuestro taller, aunque se gastar� tambi�n, provocar� una nueva producci�n de luz el�ctrica, y podremos otra vez gastar la misma suma, porque nos la reintegraremos con el producto que salga del taller.

En el caso de que las cien pesos hayan servido para alumbrar el taller no s�lo se reproducir� ese valor, sino lo ser� con ganancia, y entonces ganaremos con esta reproducci�n el inter�s de nuestro capital, y los obreros ganar�n el salario de su trabajo.  

XXVII

De los consumos p�blicos

1. El fin de los consumos p�blicos es satisfacer las necesidades comunes a muchos individuos, a muchas familias o al de la poblaci�n en general.

2. Los objetos que se consumen con este fin, son las armas y municiones con que abastecen los ej�rcitos; las provisiones y medicamentos que se dan en los hospitales y casas de socorro y otros, pero especialmente los servicios de muchas clases numerosas que dirigen los negocios p�blicos, como administradores, jueces, militares, catedr�ticos, maestros de escuela, sacerdotes y todos los dem�s que hacen profesi�n de servir a los pueblos.

3. Por consumir los servicios de estas diversas clases, se entiende lo siguiente: Sus trabajos, bien sean intelectuales o manuales, tienen un valor que el p�blico paga y consume porque lo disfruta; y este consumo surte el mismo efecto que todos los dem�s, que es destruir el valor comprado y pagado, puesto que un servicio que se paga y consume, no puede ya emplearse otra vez; de manera que para recabar nuevas ventajas, es indispensable que se haga nuevo servicio.

4. El p�blico es quien consume el servicio de los empleados, o al menos se consume en su beneficio, del mismo modo que los funcionarios p�blicos consumen los valores que han recibido del p�blico en cambio de sus trabajos.

En este caso hay un consumo doble del mismo modo que en todos los cambios; pero en �ste uno de los productos permutables es inmaterial (el del funcionario p�blico) y por consecuencia se halla consumido en el momento que se ha terminado el servicio.

De todo esto se infiere que aun cuando los funcionarios p�blicos sean operarios productivos y hagan verdaderos servicios, su multiplicaci�n en nada aumenta la riqueza nacional. La raz�n es evidente: la utilidad que producen se destruye en el momento de su producci�n, de la misma manera que la que reportan los particulares del trabajo de los m�dicos y otros de productores de cosas inmateriales.

5. La utilidad del servicio de los empleados y el sueldo que conviene asignarles, no puede se�alarlos el consumidor, como sucede en los dem�s consumos; porque en este caso el consumidor es p�blico, es decir, un ser compuesto de una multitud de individuos, que por lo com�n no pueden expresar sus necesidades si su voluntad, sino que han de se�alarlos los que gobiernan a la naci�n.

6. La principal ventaja que una naci�n puede reportar de los gastos p�blicos, es la seguridad de las personas y de las propiedades; porque sin ella no puede subsistir la sociedad.

Los gastos que proveen a esta seguridad, son los que se hacen para mantener las fuerzas de mar y tierra destinadas a rechazar los ataques de los enemigos exteriores; los tribunales del crimen que reprimen las acciones culpables de los particulares; y de los tribunales civiles que repelen las pretensiones injustas que un ciudadano puede suscitar contra los derechos y propiedades de otro.

7. Las ventajas que recaba el p�blico de los gastos relativos a la instrucci�n p�blica, son las siguientes: La instrucci�n, suavizando las costumbres hace m�s dulces y amables las relaciones de los hombres entre s�; ense��ndonos cu�les son nuestros verdaderos intereses, nos manifiesta al mismo tiempo lo que debemos buscar y de lo que debemos huir; restablece el imperio de la raz�n sobre la fuerza; ense�a a respetar los derechos ajenos, ilustrando a cada uno en particular sobre los suyos, y en fin, por su gran influjo sobre la producci�n de las riquezas, favorece la prosperidad p�blica, en la que todos estamos interesados y de cuyos beneficios todos disfrutamos.

8. Desde luego ya es una satisfacci�n y un honor socorrer a la humanidad doliente, pero adem�s deben considerarse los hospitales que admiten a la vejez y a la infancia desv�lidas, y los asilos abiertos a los indigentes, como unas casas a cuyo sostenimiento contribuimos, cuando nos hallamos con comodidades, para encontrarlos en caso de necesidad y cuando nos veamos en la pobreza. Pero sin embargo, deben tomarse sever�simas precauciones para que estos establecimientos no favorezcan la propagaci�n de la gente indigente, y no multipliquen las necesidades a la par de los socorros.

9. Las ventajas que reciben las naciones de los trabajos y de los edificios p�blicos, son las siguientes: Los unos, como los caminos, los puentes los puertos, etc�tera facilitan las comunicaciones y relaciones de los hombres entre s�, y desenvuelven todas las ventajas que resultan de estas relaciones.

Los otros establecimientos p�blicos, como las obras de utilidad y ornato en las ciudades, los paseos p�blicos. etc�tera son favorables a la salud de los pobladores, aumentan las dulzuras de su existencia y las rodean de objetos agradables que contribuyen a su felicidad. Los monumentos p�blicos que son meramente de lujo, lisonjean, es verdad, la vanidad nacional, y considerados bajo este aspecto, es innegable que producen algunos placeres; pero lo que m�s lisonjea la vanidad, llam�mosla as�, de un pueblo juicioso e ilustrado, es manifestar que en �l no se desprecia cosa alguna que sea verdaderamente �til, y que estima en m�s la comodidad y el aseo, que todo el fausto del mundo.

10. La econom�a de los que gobiernan y administran las naciones, consiste en renunciar en obsequio mismo del pa�s, aquellas ventajas que cuestan m�s que valen en obtener las s�lidas y verdaderas con las mejores condiciones y menos gastos posibles, y sobre todo, en no invertir lo caudales del p�blico en detrimento del mismo, y en gracia de los intereses particulares.  

XXVIII

De las propiedades publicas y de los impuestos

1. Todos los valores que se consumen en beneficio del p�blico dimanan de las rentas que rinden las propiedades que pertenecen al p�blico, o de los impuestos.

2. Las propiedades p�blicas son las que pertenecen a toda la naci�n o a una parte de ella, como a una provincia, a una ciudad, etc�tera

Estas propiedades suelen consistir en capitales o fondos territoriales, pero por lo com�n en estos �ltimos, como tierras, casas, f�bricas, que el Gobierno a los ayuntamientos arriendan, y cuyas rentas consumen en beneficio del p�blico. Cuando son montes, venden el corte de le�a de cada a�o.

3. Los impuestos se pagan por los particulares, que en este caso, se llaman contribuyentes.

El impuesto debe medirse por lo que cuesta al contribuyente, y no por lo que rinde al Gobierno, porque la p�rdida que �ste puede hacer experimentar sobre los valores cuyo sacrificio exige del contribuyente, en nada disminuye la extensi�n de este sacrificio. Un ejemplo aclarar� esta verdad: Si un Gobierno obliga a los labradores a hacer ciertos sacrificio que les obliguen a abandonar sus cosechas, y de los cuales resulte para ellos, adem�s de la p�rdida de sus jornales, estimados en doscientas pesos, otra de igual cantidad por los perjuicios que se le sigan, en realidad pagar�a una contribuci�n de cuatrocientas pesos. Y si a beneficio de este impuesto, el Gobierno ejecuta un trabajo que a verificarlo por empresa, se hubiese hecho por ciento veinte pesos resultar� que en este caso el Gobierno habr� exigido un impuesto de cuatrocientas pesos, y s�lo habr� recibido ciento veinte; y esto es lo mismo que si hubiera consumido los doscientas ochenta pesos de exceso, sin ninguna ventaja para el p�blico.

4. Los valores que pagan los contribuyentes, se toman de las ganancias que obtienen de su industria, de sus capitales y de sus tierras. El impuesto es una porci�n de los ingresos de los contribuyentes, que ellos no consumen, y que se transfiere al Gobierno para que �l la consuma en beneficio del p�blico. As� es, que cuando se habla de los ingresos de una naci�n, si se a�adiese a las de los particulares la suma de los impuestos, se contar�a dos veces esta �ltima cantidad.

5. Cuando los ingresos de los particulares son insuficientes para atender a sus gastos y al pago de los impuestos, estos se pagan con una parte de los capitales de los mismos particulares, lo cual obstruye uno de los manantiales de la producci�n. Esta desgracia se verifica en aquellos pa�ses en que los impuestos son excesivos, y si por ventura no acarrean la ruina total de la naci�n, consiste en que las acumulaciones hechas por algunos particulares, suelen igualar y hasta exceder a las p�rdidas que sufren otros capitales.

6. Para fijar la cuota que cada uno debe pagar en la contribuci�n com�n, se establece ciertas reglas que obligan a contribuir a cada jefe de familia, en proporci�n a sus ingresos . Pero no basta para que el impuesto sea equitativo, que se reparta en una proporci�n igual sobre cada renta, pues un impuesto que ascendiese al quinto de los ingresos y que hiciese pagar doscientos cuarenta pesos a un ingreso de mil doscientas, ser�a una carga mucho m�s pesada que los veinticuatro mil pesos que el mismo impuesto har�a pagar a un de ingreso de ciento veinte mil .

7. Si el inter�s personal no inclinase a los hombres a ocultar la verdad, bastar�a preguntar a cada uno lo que gana en cada a�o por su industria, sus capitales y sus tierras. Entonces se tendr�a la mejor base del impuesto, y con arreglo a ella se le pedir�a cierta parte de su ingreso, y este ser�a, sin duda

alguna, el impuesto m�s equitativo, menos gravoso y de m�s suave recaudaci�n.

Pero falta de este medio, hay que recurrir a otros para hacer contribuir a los particulares, en proporci�n a sus ingresos . Estos medios son los siguientes: Juzgando de los ingresos de los propietarios territoriales por el valor en arrendamiento de sus tierras, es decir, por el precio en que est�n arrendadas o en que pudieran arrendarse; y esta es la contribuci�n territorial. Y haciendo lo mismo con aquellos que fundan sus rentas sobre el inter�s de sus capitales o las ganancias de su industria, teniendo en consideraci�n la naturaleza de su comercio, la importancia de los cr�ditos, etc�tera, saldr�n las contribuciones de patentes, de marcas, la persona, la mobiliaria y otras . Todas �stas se llaman contribuciones directas, porque se piden directa y se�aladamente a cada particular.

8. Se supone que cada uno consume en proporci�n a sus ingresos , y con este motivo se obliga a pagar a los productores de ciertas mercanc�as, un tanto por ciento, presumiendo que aumentar�n en otro tanto el precio de las mismas, y por consiguiente que esta contribuci�n recaer� sobre los consumidores.

Estas contribuciones se pagan en el acto de la primera extracci�n de los productos; otras veces, cuando las mercanc�as se introducen en nuestra naci�n, llam�ndose en este caso derechos de aduana; y otras, en el acto en que la mercanc�a se vende al consumidor, como cuando se imponen derechos a las bebidas, a los billetes de espect�culos p�blicos, a los carruajes, etc�tera Todas estas se llaman contribuciones indirectas, porque no se piden directamente a aquellos sobre quienes se supone que deben recaer.

9. El Gobierno se reserva algunas veces el ejercicio exclusivo de cierto ramo de industria, y a beneficio de este monopolio hace pagar los productos mucho m�s de lo que le cuestan los gastos de producci�n como cuando se apropia la fabricaci�n de los cigarros y venta exclusiva del tabaco.

Los gobiernos reportan tambi�n algunas ganancias de las loter�as, de las casas de juego y otros lugares en que no se produce valor alguno, y en que por consecuencia, el impuesto no surte otro efecto que agravar las p�rdidas que ya se experimentan.

10. Los gastos de recaudaci�n se componen de lo que se da a los cobradores, a los administradores, a los empleados municipales y a los del Ministerio de Hacienda, encargados de hacer pagar a los contribuyentes. Todos estos gastos son un carga para las naciones, sin procurarlas ninguna de las ventajas que debieran reintegrarlas del sacrificio del impuesto. 

XXIX

De los efectos econ�micos del impuesto

1. Los que m�s nos interesa saber con relaci�n a los efectos del impuesto, es sobre quien recae en realidad esta carga, y cual es su resultado en la prosperidad nacional.

2. El impuesto no pesa �nicamente sobre el contribuyente que lo paga. Cuando paga el impuesto el productor, procura reintegrarse, en cuanto puede, vendiendo m�s caros sus productos. Cuando lo paga el consumidor, disminuye su consumo; y de aqu� resulta una disminuci�n de demanda y precio, que disminuye tambi�n las ganancias del productor.

Pondremos un ejemplo: Cuando se impone a la le�a un derecho a la entrada en una ciudad, encarece su precio al comerciante de este g�nero, para que recaiga el derecho sobre el consumidor. Por este medio no se consigue que el consumidor pague todo el impuesto, porque los consumidores de le�a, o al menos una gran parte de ellos, reducen su consumo a medida que se encarece este producto. En efecto, la le�a se ha de pagar con la renta, cualquiera que sea su origen. Cada uno consagra una parte de sus ingresos para cada uno de sus consumos: el que tiene cuarenta mil pesos de renta anual, dedica, por ejemplo, mil doscientas para �ste, con las cuales compra ocho carretadas; pero si el impuesto asciende a la sexta parte, por la misma cantidad solo conseguir� lo que representa el art�culo disminuido en ese tanto por ciento. Lo mismo puede decirse de los dem�s g�neros. Reduciremos el consumo del vino, si se lo grava con un impuesto m�s, y buscaremos habitaci�n de menos precio, si se gravan los alquileres aun m�s de lo que est�n; y es imposible que suceda otra cosa, porque si solo tenemos cuarenta mil pesos de renta, no podemos gastar sesenta mil.

3. Cuando el impuesto se pide al consumidor, pagar� su parte el productor por una consecuencia de sus mismas necesidades. Si el consumidor de Madrid compra vino de provincias, los derechos que se le har�n pagar le obligar�n a reducir su consumo, y el vinatero, para venderlo, se ver� tambi�n obligado a reducir su precio.

4. La parte del impuesto que deben pagar el productor y el consumidor, variar� mucho, seg�n los g�neros y seg�n las circunstancias. Algunas veces, el comprador de un g�nero muy necesario, en nada disminuye su consumo en virtud del encarecimiento: pero como siempre tiene que limitar su gasto a una cantidad determinada, suprimir� en todo o en parte otro consumo, y de este modo ocurrir� alguna vez que el productor de az�car sufrir� una parte del impuesto sobre la carne.

De todo esto se infiere que la le�a, el az�car, la carne, el vino, la sal, el aceite, en una palabra, lo que se llama com�nmente materia imponible, no son en realidad m�s que un pretexto que sirve para hacer pagar un impuesto, el cual recae siempre, o sobre las rentas de toda clase de consumidores, que disminuye, encareciendo los productos, o sobre las rentas de los productores, disminuyendo sus ganancias. Y en muchos casos se verificara a la vez este doble efecto.

5. Los impuestos irrogan a la naci�n otros da�os independientes del valor que hacen pagar al contribuyente. Esto sucede cuando son excesivos, que suprimen en parte la producci�n de ciertos art�culos.

6. De la recaudaci�n de los derechos se origina un inconveniente grav�simo y de mucha trascendencia para las costumbres, y es la necesidad de registrar en las fronteras y algunas veces en las puertas de las ciudades, los fondos del comercio y los equipajes de los viajeros, de lo cual resultan p�rdida de tiempo y deterioro de las mercanc�as. Este mal es tanto mayor cuando m�s alto son los derechos, resultando en consecuencia, que al paso que los particulares se ven excitados al fraude, el fisco se ve obligado a valerse de rigor para reprimirlo.

7. Los impuestos no surten el buen efecto de favorecer la producci�n, obligando a los productores a redoblar sus esfuerzos, porque estos creadores de riquezas jam�s se estimulan a producir si no tienen la seguridad de gozar sin recelo del fruto de sus tareas; cosa que no les permite el impuesto. Por tanto, se puede asegurar, que en vez de estimular, desalienta y limita los esfuerzos de la industria.

8. Cuando los derechos son excesivos, fomentan el fraude, y este es un da�o real y efectivo que hacen los defraudadores a los productores que no los imitan; que obliga al Gobierno a tomar medidas de represi�n que siempre son odiosas, y a asalariar un gran n�mero de oficinistas y carabineros que aumentan de un modo espantoso los gastos de recaudaci�n.

9. Se podr�an conseguir algunos buenos efectos de las contribuciones, prescindiendo de las necesidades p�blicas que deben satisfacer y haci�ndolas recaer sobre los consumos mal entendidos. Tal es el impuesto sobre los art�culos de lujo y los usos contrarios a la moral.

10. Cuando el gobierno o sus agentes hacen compras con el dinero que dimana de las contribuciones, no lo regalan al p�blico gratuitamente; antes bien, obtienen de los comerciantes un valor igual al que dan.

�Que pensar�amos de un propietario territorial que despu�s de haber recibido de su colono el arriendo de sus heredades, pretendiera que se le hab�a restituido porque lo empleara �ntegramente en comprarle el trigo, la manteca, la lana, y sus dem�s productos? Pues no es menos rid�culo el raciocinio que hacen los que creen que el Gobierno restituye a la naci�n con sus gastos, el dinero que �sta le da en pago de las contribuciones.

El dinero que entra de nuevo en circulaci�n, no vale m�s que los g�neros que el Gobierno compra con �l, suponiendo que hace las compras a los precios corrientes.

11. Las cantidades que pueden ahorrar los contribuyentes, cuando hay econom�a en los gastos p�blicos, se convierten en su poder en capitales.

XXX

De los empr�stitos p�blicos. .

1. El fin que persiguen los gobiernos al abrir los empr�stitos p�blicos, es el de atender a los gastos extraordinarios, que no se pueden cubrir con los ingresos ordinarios.

Los intereses de estos empr�stitos los pagan, o bien cargando una nueva contribuci�n, o bien economizando de los gastos ordinarios la cantidad anual suficiente para su satisfacci�n.

Luego los empr�stitos ser�n un medio de consumir un capital, cuyos intereses se pagar�n por la naci�n.

2. Los prestamistas ser�n los particulares que tienen capitales de que pueden disponer, cuando suponen que el Gobierno que los recibe, querr� y podr� cumplir exactamente las obligaciones que con ellos contrae.

 

Siendo el Gobierno quien representa a la sociedad y componi�ndose �sta de los particulares, el resultado ser�, que en los empr�stitos p�blicos, la sociedad es quien se presta a s� misma. Una parte de los particulares presta a todos ellos, o lo que e lo mismo, a la sociedad o a su gobierno.

3. El empr�stito por s� mismo, o considerando aisladamente, ni aumenta ni disminuye la riqueza general; es solo un valor que pasa de los particulares al Gobierno. Pero como el capital prestado, se consume ordinariamente en el momento que se verifica la traslaci�n, los empr�stitos p�blicos llevan consigo un consumo improductivo, esto es, la destrucci�n de los capitales.

4. Los particulares que prestaron el capital, desear�an, sin duda, imponerlo y no consumirlo. Y por lo mismo, si no lo hubiesen prestado al Gobierno, lo habr�an hecho a particulares que lo emplearan o bien emple�ndolo por s� mismos; y en ambos casos, el capital se consumir� reproductivamente, en vez de serlo improductivamente. Si esta porci�n de capital nacional estaba ya destinada a los consumos reproductivos, se habr� disminuido el capital en toda la cantidad del impuesto; y si era el fruto de un nuevo ahorro, no se aumentar� con �l el capital nacional.

5. Los ingresos de la naci�n se disminuyen con los empr�stitos p�blicos; y la raz�n es muy sencilla, porque toda capital que se consume, lleva consigo la p�rdida de la renta que hubiera procurado.

Sin embargo en este caso, el prestamista nada pierde, puesto que el Gobierno le paga el inter�s de su capital. Los que verdaderamente experimentan la p�rdida, son los contribuyentes que sufren un aumento de impuestos, que se invierte en pagar al prestamista los intereses del empr�stito; y no hay duda de que esta exacci�n les ocasiona la disminuci�n de su renta.

6. Las principales formas bajo las cuales paga el Gobierno el inter�s de los empr�stitos, son las siguientes:

Pagando un inter�s perpetuo del capital prestado sin obligarse a restituirlo; y en este caso, los prestamistas no tienen otro remedio si desean recobrar su capital, que vender su cr�dito a otros particulares.

Tomando prestado a fondo perdido, y pagando al prestamista un inter�s vitalicio.

Tomando el pr�stamo, con la obligaci�n de reintegrar al prestamista su capital, y entonces estipula, o bien la restituci�n sencilla, por partes, en cierto n�mero de a�os, o bien por sorteo, fijando la suerte a cierto n�mero de lotes.

Negociando o vendiendo libranzas que expide contra los tesoreros o recaudadores de contribuciones; y en tal caso, la p�rdida que sufre por el descuento, representa el inter�s de la cantidad anticipada.

7. El efecto que producen todos los modos de tomar prestado, es retirar de los empleos productivos los capitales que se consumen inmediatamente para un servicio p�blico.

8. Cuando el Gobierno carga a los pueblos un impuesto para pagar los intereses de un empr�stito, lo hace en una cantidad algo mayor de la que es necesaria para satisfacerlos; y este exceso se conf�a a una caja especial, que se llama de amortizaci�n, la

cual lo emplea en extinguir cada a�o, y al inter�s corriente de la plaza, una parte de las rentas que paga el Estado. Y como �stas contin�an peg�ndose siempre, al a�o siguiente puede ya la caja de amortizaci�n consagrar a la extinci�n de las rentas, no s�lo la porci�n del impuesto que se le adjudic� con este designio, sino tambi�n el importe de las rentas extinguidas hasta entonces. Este modo de amortizar la deuda p�blica por su acci�n siempre progresiva, llegar�a a conseguirlo con bastante prontitud, primero, si como es justo, no se dedicaran jam�s a otros objetos, los fondos destinados a la caja de amortizaci�n; y segundo, si la deuda no se volviese a aumentar con nuevos empr�stitos, cuyos intereses excedan a los que la caja puede extinguir.

Una caja de amortizaci�n debe considerarse, m�s como un medio de sostener el cr�dito del Gobierno, que como una medida para conseguir la extinci�n de la deuda p�blica.

9. La situaci�n m�s favorable en que una naci�n puede hallarse respecto del cr�dito p�blico, es cuando puede tomar prestado, siempre y cuanto quiera, y sin embargo, no lo hace jam�s.

10. La Econom�a de las naciones es la misma que la de los particulares.

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