Alfred Marshall realizó la siguiente sentencia:
"la salud y la fortaleza física, espiritual y moral, son la base de la base de la riqueza social; al mismo tiempo, la importancia fundamental de la riqueza material radica en que, si se administra sabiamente, aumenta la salud y la fortaleza física, espiritual y moral de género humano".
La salud de la economía de un país y la salud de sus ciudadanos están estrechamente interconectadas; pero no siempre en el sentido que se podría inferir a primera vista. Hay sorpresas. En los escenarios en los que la economía se consolida y el desempleo disminuye, la mortalidad ¡aumenta!, si bien a corto plazo. Con una perspectiva mayor la salud económica y la sanitaria corren parejas, como dicta el sentido común.
Un estudio
retrospectivo realizado en la Unión Europea ha recopilado información anterior
a, y durante, la última Gran Recesión que comenzó en otoño de 2008. Halló que
con cada incremento del 1% en la tasa de desempleo la mortalidad global
disminuía un 0,5%. Otros estudios
realizados tanto en Europa como en Estados
Unidos han confirmado esta relación de manera bastante
fidedigna.
Esta relación inversa entre
deterioro de las condiciones de vida y mortalidad parece ilógica. Cabría pensar
que con una
economía más boyante se dispondría de más recursos para
promocionar la salud y el bienestar general.
Una economía en crecimiento genera
mayores ingresos, pero a costa de una mayor contaminación. La relación entre
producción de bienes y polución es inobjetable. Y el deterioro de las
condiciones medio-ambientales ejerce un efecto indubitado sobre la salud. Según
algunos investigadores (David Cutler
y Wei Huang, de la universidad de Harvard; y Adriana Lleras-Muney de la universidad de California, Los Ángeles), al menos dos terceras partes del
incremento de mortandad global son achacables
al deterioro del medio ambiente en un contexto de mayor dinamismo económico.
La situación es diferente en
economías basadas primordialmente en la agricultura. En sociedades
predominantemente rurales la mejora de la economía se traduce en una disminución
de la mortandad global. Esta correlación unívoca cambió a partir de 1945, final
de la Segunda Guerra
Mundial, cuando las sociedades occidentales se recondujeron hacia una
concentración de la población en grandes urbes.
Otra investigación publicada en la
revista Health Economics refuerza la
hipótesis de la contaminación. Una investigación epidemiológica suscrita por
José Tapia Granados de la universidad de Drexel
(Philadelphia, Pasadena), Estados Unidos) y Edward
Ionides de la universidad de Michigan
(Estados Unidos) hallaron la siguiente relación: por cada incremento de un
punto porcentual de la tasa de desempleo se observa una disminución del 1% en la
mortalidad, tanto por causas respiratorias como cardiovasculares. En ambos
tipos de patologías la contaminación ambiental representa un vector importante.
Por ejemplo, en España, donde la
Gran Recesión fue más dramática, entre los años 2008 y 2010 la mortalidad
debida a enfermedades respiratorias se redujo un 16%, mientras que durante un
período de tiempo similar anterior a 2008 la disminución de estas patologías fue
del 3,2%.
Existen otros factores que
contribuyen a elevar la mortalidad durante las fases de expansión económica. Los
riesgos ocupacionales, el estrés laboral, el consumo de bebidas alcohólicas y
tabaco, la mayor movilidad, son factores que inciden en un aumento de la
mortalidad global.
Durante los períodos de recesión
las personas llevan un estilo de vida más comedido, gastan menos, comen más
sano (comer poco es fuente indubitada de buena salud), duermen más y sus
actividades se reducen. En resumen, viven, muchas veces sin ser conscientes, de
modo más saludable.
Otro
estudio epidemiológico evidencia que una mayor tasa de desempleo se asocia
con menos obesidad, mayor actividad física y mejor dieta (no excesos
culinarios). Por el contrario, los casos
de suicidios aumentan, pero no hasta el grado de contrarrestar en términos
estadísticos los beneficios antes comentados.
Como se ha escrito al comienzo del
artículo, aun cuando a corto plazo las depresiones económicas aumentan la
esperanza de vida, medida en términos de una reducción de la mortalidad, a
largo plazo (décadas) la economía y la salud de la población corren parejas. Así
se observó en Japón durante los ciclos expansivos de las décadas de 1960 y
1970. Y así se observó también, en sentido contrario, durante la Gran Depresión
mundial de la década de 1930, cuando se redujo sustancialmente la esperanza de
vida.
Las naciones
más ricas son también más saludables, un efecto que se mantiene a través de
generaciones. Los niños y adolescentes son particularmente sensibles durante su
etapa de formación.
La vida intrauterina ejerce una
trascendente influencia sobre nuestro desarrollo en la vida, influyendo en
aspectos tan variopintos como el grado formación académica, el nivel salarial
conseguido; y, consiguientemente, nuestra salud y longevidad.
No hay dudas acerca de que el
aumento de los estándares socio-económicos mejoran las condiciones de vida de
los ciudadanos, pero raramente del modo igualitario que sería deseable.
Zaragoza a 19 de octubre de 2017
Dr.
José Manuel López Tricas
Farmacéutico
especialista Farmacia Hospitalaria
Farmacia
Las Fuentes
Zaragoza
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