Los Efectos de la Ingeniería en el Aspecto HumanoCarlos Osorio M.(1)
Conferencia presentada en el XXIX Convención Panamericana de Ingeniería,
UPADI 2004. Ciudad de México, Septiembre 22 al 25 de 2004.
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Introducción
Antes de entrar en materia, quiero dar las gracias a la Unión Mexicana
de Asociaciones de Ingenieros, y a la Organización de Estados Iberoamericanos
para la Educación, la Ciencia y la Cultura –OEI-, por hacerme extensiva
la invitación a participar con estas reflexiones en esta memorable convención.
Lo que quiero comentar acerca de los efectos de la ingeniería
en el aspecto humano, se inscribe en la tradición académica de
los llamados Estudios en Ciencia, Tecnología y Sociedad, que la OEI ha
venido promoviendo a través de su Programa de Ciencias en los últimos
cinco años. Los estudios en Ciencia, Tecnología y Sociedad, comprenden
un conjunto de aproximaciones interdisciplinarias que buscan analizar, tanto
los orígenes sociales y culturales de la producción del conocimiento
científico y tecnológico, como sus consecuencias sociales y ambientales(2).
La importancia de esta clase de estudios se puede resumir en el comentario de
Rosalind Williams, directora del Programa de Ciencia, Tecnología y Sociedad
del MIT (Massachusetts Institute of Technology):
“...el conocimiento humanístico
es ahora más importante que nunca... en ingeniería, como en otros
estudios, se necesita entender otras lenguas, otras culturas, tener formación
en Historia y Ciencias Sociales, porque los cambios tecnológicos que
estamos viviendo no funcionarán si no hay un profundo conocimiento cultural
detrás. Para que funcione la tecnología también se tiene
que entender el contexto histórico y social.”
Partiendo de estas consideraciones, me surgen algunas inquietudes con relación
al objetivo de la presente comunicación.
¿Es adecuado plantear el
tema de los efectos de la ingeniería en una relación causal con
el aspecto humano, es decir, con la sociedad?
A primeras luces nadie pondría
en duda que la práctica de la ingeniería y el desarrollo tecnológico
alcanzado con ella, efectivamente han producido grandes transformaciones en
la sociedad. Sin embargo dicha interrogación podría verse como
si la ingeniería hubiese actuado como un agente externo en el desarrollo
tecnológico y que la sociedad poco hubiera aportado en ese proceso. Pues
bien, no vamos a renunciar a plantear la relación entre ingeniería
y sociedad en términos de sus efectos, pero tendremos la precaución
de ver también el sentido interactivo por parte de la sociedad con relación
a la ingeniería.
Siguiendo las orientaciones de los Estudios en Ciencia, Tecnología y
Sociedad, haremos uso de una interrogación hermenéutica para comprender
tal interactividad. Decimos hermenéutica en el sentido en que el filósofo
norteamericano de la tecnología, Carl Mitcham (1.989), lo ha señalado
para la tecnología: la búsqueda por penetrar en su significado,
definiendo sus vínculos. La interrogación hermenéutica
permite entrar en la ingeniería y su relación con la sociedad,
sabiendo que se trata de una relación histórica. A ella corresponden
preocupaciones que pueden ser, entre otras, del siguiente orden: ¿Hasta
qué punto la manera de entender los efectos de la ingeniería esta
vinculada a la concepción de la tecnología? ¿Cuales son los
argumentos que fundamentan la relación entre la tecnología y la
ingeniería con la sociedad, desde la perspectiva del determinismo tecnológico,
así como de la crítica a este tipo de enfoque? ¿De qué
modo están los destinos humanos implicados en el destino de la tecnología
y la ingeniería, y cuál es la participación de aquellos
en el devenir de éstas? En otras palabras, se trata de plantear unos
cuantos elementos que conlleven a analizar el tema de los efectos de la ingeniería
en la sociedad, entendiendo, como acabamos de mencionar, que se trata de una
relación bidirectiva y que es en dicha relación como se puede
plantear su papel en la sociedad del conocimiento.
Avanzaremos en primer lugar, en una breve caracterización de la tecnología
y de la ingeniería, para luego entrar a analizar los efectos de la ingeniería
en la sociedad. Este segundo aspecto será considerado con base en los
conceptos de sistema tecnológico y paradigma tecnoeconómico, señalando
el papel de las nuevas tecnologías en una sociedad del conocimiento.
Por último, terminaremos con unas consideraciones acerca de la inviolabilidad
del derecho de cada persona, para acceder a las decisiones y beneficios de los
sistemas tecnológicos.
1- El sentido de la relación entre tecnología e ingeniería
Vamos a establecer una primera relación que permita orientarnos a lo
largo de nuestra exposición, se trata de no separar la comprensión
de los efectos de la ingeniería de la conceptualización misma
acerca de la tecnología. Precisemos inicialmente qué entendemos
por ingeniería.
La ingeniería puede ser entendida, siguiendo la formulación de
Thomas Tredgold en el siglo XVIII,
“como el arte de dirigir la mayor parte
de las fuentes de energía de la naturaleza para el uso y la conveniencia
del hombre”
(tomado del borrador de Tredglod de la Institución Británica
de Ingenieros Civiles, 1828; citado por Mitcham, 2001).
Esta definición
se repite con ligeras modificaciones, en obras de referencia habituales como
la Enciclopedia Británica y la Enciclopedia de Ciencia y Tecnología
de McGrawHill. De acuerdo con la definición clásica y aún
estándar que los ingenieros dan de su propia profesión, la ingeniería
es la aplicación de los principios científicos para la óptima
conversión de los recursos naturales en estructuras, máquinas,
productos, sistemas y procesos para el beneficio de la humanidad.
Otras definiciones más amplias, aunque sin alejarse de la acepción
tradicional, se refieren a la ingeniería como aquella actividad en que
la conjunción de los conocimientos tecnológicos, de ciencias exactas
y naturales, más la adecuada inclusión de los enfoques contextualizadores,
obtenidos a través del estudio sistemático, la experiencia y la
práctica concreta, se amalgaman y se aplican con juicio para desarrollar
diversas formas de utilizar, de manera económica, las fuerzas y materiales
de la naturaleza y del mundo artificial, en beneficio de la humanidad. Desde
esta perspectiva, la ingeniería no es considerada una ciencia, sino más
bien una práctica que requiere tanto de la habilidad y de la creatividad
de quien la ejerce, como del adecuado conocimiento del contexto en el cual desarrolla
su actividad (Universidad de Comahue, 2002).
Tenemos entonces que la ingeniería trata de un campo de conocimiento
profesional, entendido como una práctica orientada al hacer mismo de
la tecnología en beneficio de la humanidad; a pesar que, en ocasiones,
este principio benéfico ha sido cuestionado por diversos autores desde
la década de los años 60.
Vamos a considerar los efectos de la ingeniería con relación
a la sociedad, teniendo en cuenta diversas maneras de entender la tecnología.
Partamos de tres de estas maneras de entender la tecnología: la tecnología
como artefactos, la tecnología como ciencia aplicada y por último,
la tecnología como sistema.
1.1. La tecnología como artefactos
Una de las definiciones más frecuentes sobre la tecnología se
relaciona con su sentido artefactual. Desde esta perspectiva las tecnologías
se entenderían como máquinas, herramientas y artefactos, así
como procedimientos técnicos o medios auxiliares de los que se hace uso
en la actividad productiva y de servicios. Automóviles, teléfonos,
computadoras... junto con tecnologías organizacionales serían
ejemplos, entre otros muchos, de artefactos tecnológicos y procedimientos
industriales vinculados a un determinado sector productivo (González,
et. al, 1996).
¿Qué consecuencias podrían derivarse de esta interpretación
artefactual de la tecnología, para la práctica de la ingeniería?
En principio, sería considerar que la ingeniería solo tendría
en cuenta el criterio de utilidad para la actividad tecnológica, con
lo cual se descuidan muchos otros factores que intervienen en la elaboración
de una tecnología. Se sabe que otros factores adicionales intervienen
en el hacer tecnológico, por ejemplo, los valores de goce existencial;
algunos autores señalan que en el corazón de la ingeniería
yace una alegría existencial por hacer obras bien hechas (Florman, 1976).
Otros valores también participan en la actividad tecnológica,
por ejemplo, los valores estéticos en las obras realizadas, bajo la creencia,
entre otras cosas, de que si lucen bien están bien hechas (Stanley, 1970).
En todos estos casos, "...las metas económicas y los motivos utilitarios
parecen completamente insignificantes, el imperativo tiene aquí su raíz
en <valores virtuosos>, no económicos, e incluso en el impulso
deportivo" (Pacey, 1983).
Y de otro lado, ¿qué consecuencias se derivan de esta imagen artefactual
de la tecnología, para plantear los efectos de la ingeniería con
relación a la sociedad?
En principio, sería considerar que los
efectos de la ingeniería se reducen a la producción de tecnologías
en donde todo comienza y termina en una máquina. Según el historiador
de la tecnología Arnold Pacey (1983), ésta concepción corresponde
a la clásica definición de túnel de la ingeniería,
en donde se ignoran los efectos sociales, los aspectos administrativos y los
valores en juego en el uso de dicha máquina.
Desde la concepción artefactual, la producción tecnológica
correría el riesgo de entenderse como algo inevitable. Una frase del
politólogo Langdon Winner (2001), podría resumir esta idea: “Se
nos dice que <eso> aparece ante nosotros como una fuerza irresistible,
un dinamismo alterador del mundo que transformará nuestros trabajos,
revolucionará nuestras familias y educará a nuestros hijos. También
cambiará la agricultura y la medicina de métodos tradicionales
y modificará los genes de organismos vivos, quizá incluso el organismo
humano. Enfrentados con <eso>, no hay ninguna alternativa, no queda sino
aceptar lo inevitable y celebrar su venida. De ahora en adelante <eso>
decidirá nuestro futuro. El <eso> en estas frases es, por supuesto,
la tecnología”.
Esta idea acerca del carácter inevitable de la tecnología, no
es nueva y se le conoce como determinismo tecnológico, o la creencia
de que las fuerzas técnicas determinan los cambios sociales y culturales
(Hughes, 1994)(3). El determinismo tecnológico deja por fuera los colectivos
sociales como agentes importantes de los sistemas tecnológicos, quedando
los científicos e ingenieros como los responsables de toda decisión
respecto del desarrollo tecnológico con relación a la sociedad.
1.2 La tecnología como ciencia aplicada
La otra definición más frecuente de la tecnología hace
referencia a su vinculación con la ciencia, en este caso se considera
que la tecnología es ciencia aplicada. Esta acepción tiene un
marcado tono cientificista y cuenta con dos debilidades. Por un lado, descuida
el elemento material al que con frecuencia se hace referencia al hablar de la
tecnología; y de otro, la clave del desarrollo tecnológico estaría
dado por la actividad científica. Sería pues el concurso de la
ciencia el que haría posible mejorar nuestras condiciones materiales
de vida, en una ecuación que podría representarse de la siguiente
forma: +ciencia=+tecnología=+riqueza=+bienestar. Desde esta perspectiva,
la tecnología, en tanto cadena transmisora del conocimiento científico,
conllevaría a la mejora social siempre y cuando la ciencia tuviera un
carácter autónomo en su desarrollo. Dicho principio de autonomía
científico–tecnológica haría dependiente todo cambio
social; tesis, que igualmente podemos calificar como determinista.
A pesar de que esta conceptualización de la tecnología como ciencia
aplicada es muy extendida, también ha sido cuestionada desde los años
ochenta a partir de análisis historiográficos de la tecnología.
El análisis de John Staudenmaier (1.985) de los casos citados en la revista
Technology and Culture en el periodo de 1959 hasta 1980, muestra que en numerosos
casos la tecnología modifica los conceptos científicos, cuando
no, utiliza los propios de la ingeniería; muestra también que
la tecnología puede realizar aportaciones conceptuales a problemas de
los que la ciencia no se ocupa; de igual forma muestra que el conocimiento tecnológico
guarda cierta especificidad respecto de la ciencia. Este último aspecto
también ha sido tratado por Mario Bunge (1969), al considerar que el
conocimiento tecnológico comprende una especificidad distinta a la ciencia,
al involucrar: habilidades técnicas, máximas técnicas,
leyes descriptivas, reglas y teorías tecnológicas.
En otras palabras, no se niega que la tecnología guarde una relación
con la ciencia, lo que se busca es más bien un consenso para entender
la ciencia y la tecnología como dos subculturas simétricamente
interdependientes; la ingeniería utilizaría ambos tipos de conocimientos.
A estas consideraciones podríamos agregarle otra, relacionada con el
problema del método. Hay diversos autores que consideran que la imagen
tradicional de método científico, no sería aplicable como
método de trabajo de la ingeniería. Para algunos autores, el método
de la ingeniería se basaría en el diseño tecnológico.
Para otros, como Vaughn (1985), el método de la ingeniería consistiría
en la estrategia para causar, con los recursos disponibles, el mejor cambio
posible en una situación incierta o pobremente estudiada. La estrategia
sería una heurística, compuesta a su vez de heurismos. Un heurismo
es cualquier cosa que provea una ayuda o dirección confiable en la solución
de un problema, se usa para guiar, descubrir y divulgar. En vez de buscar la
respuesta a un problema, como lo hace el científico, para lo cual formula
hipótesis que busca luego contrastar, el ingeniero busca una heurística,
con heurismos que incluso se pueden contradecir, los cuales se construyen bajo
la noción pragmática del tiempo-trabajo y en todos los casos teniendo
en cuenta los contextos de aplicación.
Pero la definición propuesta de método implica algo más,
se trata del mejor cambio posible en una situación incierta o pobremente
estudiada, y este “mejor”, en tanto valoración que se propone,
nos lleva a la esfera de la comprensión social para que sea congruente
con los valores de una sociedad.
Ahora bien, ¿qué consecuencias se desprenden de la idea de tecnología
como ciencia aplicada, acerca de la relación con la sociedad? Al igual
que la concepción artefactual de la tecnología, se puede llegar
a considerar que la tecnología es autónoma e inevitable y por
lo tanto es el determinismo tecnológico el que explica dicha relación.
Una postura contraria al determinismo tecnológico es la que se conoce
como determinismo histórico, que destaca cómo las leyes del capital
y las determinaciones sociales de clase, condicionan el proceso innovador. En
lugar de sistemas autorregulados, como sucede en el determinismo tecnológico,
el determinismo histórico-social caracteriza el modo de producción
y con ello explica la naturaleza del cambio tecnológico contemporáneo.
Este determinismo histórico-social no desconoce el papel del inventor,
llámese ingeniero o científico, como sucede con frecuencia en
el determinismo tecnológico, sino que sitúa el “genio del
inventor” con las circunstancias objetivas que rodean esta acción.
Como vemos, los componentes histórico-sociales son los agentes causales
de la tecnología y no la tecnología el agente causal de la sociedad.
Pero nuestro interés no es adoptar alguno de estos enfoques. Hay otros
enfoques que involucran una relación tecnología-ingeniería
y sociedad, distintos al determinismo tecnológico y al determinismo social(4).
Sólo vamos a mencionar el que se relaciona con entender la tecnología
como un sistema tecnológico.
Es allí donde se inscribe el papel
de la ingeniería en la sociedad, en la construcción de los sistemas
tecnológicos que producen grandes transformaciones sociales. Veamos entonces
qué entendemos por la tecnología como sistema, para volver a plantear
la relación acerca de los efectos de la ingeniería con la sociedad.
1.3. La tecnología como sistema
En las definiciones anteriores había una constante que consiste en separar
las cuestiones de la actividad tecnológica con las cuestiones valorativas.
Para zanjar esta distancia vamos a considerar un modelo de la tecnología
que permite reunir los aspecto materiales del hacer tecnológico, los
conocimientos sistemáticos relacionados con la ciencia, entre otros;
las actividades de organización y gestión misma de esa tecnología
y la esfera de los valores de la sociedad en donde esa tecnología hace
parte. Una definición que reúne estas características la
propone Arnold Pacey, cuando se refiere a la tecnología como una práctica
tecnológica.
El concepto de práctica tecnológica “...viene a ser la aplicación
del conocimiento científico u organizado a las tareas prácticas
por medio de sistemas ordenados que incluyen a las personas, las organizaciones,
los organismos vivientes y las máquinas” (Pacey, 1983). Pacey propone
el concepto de práctica tecnológica, por analogía con el
de práctica médica, el cual deja ver con mayor nivel de implicación
los aspectos organizativos y no solo la dimensión estrictamente técnica.
En este sentido, la práctica tecnológica abarcaría tres
dimensiones: 1. El aspecto organizacional, que relaciona las facetas
de la administración y la política públicas, con las actividades
de ingenieros, diseñadores, administradores, técnicos y trabajadores
de la producción, usuarios y consumidores; 2. El aspecto técnico,
que involucra las máquinas, técnicas y conocimientos, con la actividad
esencial de hacer funcionar las cosas; 3. El aspecto cultural o ideológico,
que se refiere a los valores, las ideas, y la actividad creadora. La práctica
tecnológica encierra la integración de estos tres elementos en
un sistema, tal como se observa en la gráfica 1:
En el concepto de práctica tecnológica, la tecnología
es concebida como un sistema o un sociosistema. El sistema permite intercambios
y comunicaciones permanentes de los diversos aspectos de la operación
técnica (instrumentos, máquinas, métodos, instituciones,
mercados, etc.), administrativa y cultural.
Figura 1: La Práctica Tecnológica, según Pacey (1983)
2. Los sistemas tecnológicos y la sociedad
Hemos dicho que una forma de comprender la relación entre tecnología-ingeniería
y sociedad, es partir de los sistemas tecnológicos. Al respecto tomaremos
la propuesta de Thomas Hughes (1983) para explicar esta situación. Hughes
estudió los sistemas eléctricos de potencia de comienzos del siglo
XX, mostró que los sistemas tecnológicos contienen complejos y
desordenados componentes que interactúan en la solución de los
problemas. Los componentes de los sistemas tecnológicos son artefactos
físicos, organizaciones, componentes usualmente descritos como científicos,
artefactos legislativos y los recursos naturales. Las personas, inventores,
científicos, industriales, ingenieros, gerentes, financieros y trabajadores;
son componentes del sistema, pero no deben ser considerados como artefactos
del mismo ya que tienen grados de libertad que no contienen los artefactos.
Hughes explica la relación entre tecnología y sociedad a partir
del concepto denominado Momentum tecnológico, es decir,
la propensión de las tecnologías por desarrollar trayectorias
previamente definidas en un determinado momento de su desarrollo. Dice Hughes
que cuando el sistema es joven, el entorno configura el sistema. A medida que
el sistema va siendo mayor y más complejo, va cobrando impulso o momentum
y el sistema es cada vez menos configurado por su entorno y por el contrario
el sistema se convierte en el elemento que más configura la sociedad.
En otras palabras, el sistema configura la sociedad y es configurado por ella.
En su estudio, muestra como la EBASCO (Electric Bond and Share Company), sociedad
de cartera americana de los años 20, especializada en el sector eléctrico;
un sistema tecnológico maduro que involucraba compañías
eléctricas, servicios de finanzas, gestión, inventores, ingenieros,
así como instituciones de formación e investigación y consultoría,
entre otros; y que contaba a su vez con un núcleo técnico (físico
y lógico); Hughes muestra cómo en algunas ocasiones el núcleo
técnico de EBASCO fue la causa del desarrollo de la sociedad y en otras
fue el efecto. El sistema configuró la sociedad y fue configurado por
ella. A esto le denominó impulso tecnológico.
De donde Hughes concluye que los constructivistas sociales tienen una clave
para comprender la conducta de los sistemas jóvenes, al considerar que
los grupos sociales o de interés definen los artefactos y les dan significado.
Mientras que los deterministas parecen tener razón, en el caso de los
sistemas tecnológicos maduros. Sin embargo, el concepto de momentum o
impulso tecnológico constituye un modo de interpretación aún
más flexible y acorde con la historia de los grandes sistemas tecnológicos.
Permite considerar que la configuración es más fácil antes
de que el sistema haya adquirido componentes políticos, económicos
y de valores. Hughes no sostiene que los sistemas se vuelvan autónomos,
sino que más bien alcanzan momentum, es decir, su desarrollo continúa
gobernado por la inercia de su propio movimiento. Antes que hablar de determinismo
tecnológico, habría que centrarse más bien en todas las
fuerzas en juego, e intereses invertidos en la estabilización de una
trayectoria tecnológica dada. A ello se suma la diversidad de mecanismos
de regulación que una sociedad construye para que sus objetivos sociales
y económicos intervengan las trayectorias de los sistemas tecnológicos.
Los sistemas tecnológicos serían burocracias reforzadas por infraestructuras
físicas o técnicas. Lo social y lo técnico se interrelacionan
en los sistemas tecnológicos, en lo que se ha llamado un tejido sin costuras.
Pero se trata de una interacción que no es simétrica a lo largo
del tiempo, los sistemas tecnológicos evolucionan dependiendo del tiempo.
Hughes destaca que los ingenieros son en gran medida los constructores de los
sistemas tecnológicos, ya que son capaces de coordinar actividades de
innovación, resolver problemas organizativos, encontrar recursos de financiación
o responder a los cuestionamientos políticos. El caso de Thomas Edison
es paradigmático, más que un inventor, es el constructor del sistema
eléctrico de potencia, en donde combina conocimientos, capacidad organizativa
y resolución de problemas, consiguiendo reunir los intereses financieros,
políticos y sociales necesarios para el desarrollo del sistema.
La idea del ingeniero como constructor de sistemas ha sido planteada de manera
equivalente por autores como Michel Callon (1987), en términos de ingeniero-sociólogo.
Un ingeniero-sociólogo logra enrolar o interesar a diferentes actores
en un proceso de innovación, acercando igualmente los componentes físicos,
organizativos y sociales que entrarían en juego en el sistema.
También
Carl Mitcham (2001), se ha referido a los ingenieros destacando que son los
filósofos no reconocidos del mundo postmoderno. Lo distintivo de la base
material de la postmodernidad es una materialidad ingenieril, comenta Mitcham.
La propuesta de Pacey como modelo de entender la tecnología como sistema
y la de Hughes para articular el sistema con la sociedad, nos deja ver que el
ingeniero y por consiguiente la ingeniería, no se circunscribe a una
relación con la tecnología en sentido restringido, sino que el
ingeniero actúa en un campo social en muchas direcciones. Es a partir
de los sistemas tecnológicos como unidad de análisis que entendemos
los efectos de la ingeniería sobre la sociedad, en donde la tecnología
configura la sociedad y la sociedad configura la tecnología.
3. Ingeniería y paradigma tecnoeconómico
El concepto de sistema tecnológico podemos ampliarlo en una dimensión
histórica, para referirnos a grandes momentos de desarrollo tecnológico
y sus efectos en la sociedad, en este sentido es útil el concepto de
paradigma tecnoeconómico.
Los sistemas tecnológicos con sus procesos de innovación están
en la base de los cambios tecnológicos y por consiguiente de los cambios
en el conjunto de la economía y la sociedad. Estos cambios o “revoluciones
tecnológicas” no sólo hacen aparecer nuevos productos, servicios,
sistemas e industrias, sino que afectan directa o indirectamente a todas las
ramas de la economía. Para referirse a estas transformaciones, Freeman
y Pérez (1988) emplean el concepto de paradigma tecnoeconómico,
destacan que no sólo influye en las trayectorias tecnológicas
de determinados productos y procesos, sino que modifican las estructuras de
costos, las condiciones de producción y distribución de todo el
sistema económico(5).
Un paradigma tecnoeconómico es concebido como un tipo ideal de organización
productiva, que define el contorno de combinaciones más eficientes y
de menor costo durante un período dado y sirve, en consecuencia, como
norma implícita orientadora de las decisiones de inversión y de
innovación tecnológica. Con un nuevo paradigma nace una manera
óptima tecnológica y organizativa de hacer las cosas. Habría
que considerar el trabajo de la ingeniería en la construcción
de los paradigmas tecnoeconómicos, mediante los sistemas tecnológicos.
Históricamente es posible ver esta relación mediante cinco ondas
de largo plazo, a lo largo de la sociedad capitalista, según Freeman
y Pérez (1988).
La figura 1A, transcrita de Pérez (http://www.carlotaperez.org/Articulos/1-desafiossocialesypoliticos.htm),
muestra gráficamente la sucesión de dichas ondas largas.
Se observa en estos paradigmas un conjunto de revoluciones tecnológicas
que implican sistemas tecnológicos nuevos. Por ejemplo, la Revolución
Industrial se basó en un salto tecnológico en la industria
textilera del algodón y en la difusión de los principios de mecanización
y de organización fabril a otras industrias. La máquina de Watt
se encuentra en el corazón mismo de la revolución industrial,
en la que tiene lugar la “revolución del algodón”, producto
de la simbiosis entre la innovación tecnológica y el capital de
su época. No sobra recordar que Watt era ante todo un técnico
y un empresario.
Simultáneamente tuvo lugar una “revolución metalúrgica”,
que a su vez desató nuevas energías creadoras a través
de la construcción de máquinas, ferrocarriles y de buques de casco
metálico movidos a vapor, lo que dio a Inglaterra una enorme preeminencia.
Gracias a las redes de ferrocarriles se logró el “Boom Victoriano”
a mediados del siglo XIX, que logró la ampliación de mercados
a escalas mucho mayores que las previstas en la máquina de vapor(6).
Las innovaciones transformaron la industria inglesa y originaron un nuevo modo
de producción: la fábrica; entendida como unidad de producción
unificada, con trabajadores sujetos a supervisión, que usa una fuente
central y típicamente inanimada de energía. La ingeniería
estaría en todo este proceso, tanto en los aspectos de invención,
como de emprendimiento y gestión de estos cambios tecnológicos.
¿Estamos ahora en condiciones de responder a la pregunta acerca de cuáles
son los efectos de la ingeniería en la sociedad? Diremos que a partir
de la construcción de los sistemas tecnológicos que conforman
paradigmas tecnoeconómicos, se define el ámbito de las posibilidades
del hacer tecnológico en la producción de bienes y servicios,
y en general del grupo de ramas inductoras del crecimiento de la economía,
la organización empresarial y los patrones de competencia y cooperación
en las diversas sociedades.
4. Los efectos de la ingeniería en la sociedad del conocimiento
Con el advenimiento de las nuevas tecnologías, la sensación de
mutación y cambio tecnológico se ha hecho más palpable
y con ello la importancia de la ingeniería en las decisiones de la sociedad.
Las nuevas tecnologías están en la base de una economía
global o “economía informacional”, caracterizada porque la
productividad y la competitividad se basan de forma creciente en la generación
de nuevos conocimientos y en el acceso a la información adecuada, bajo
nuevas formas organizativas que atienden una demanda mundial cambiante y unos
valores culturales versátiles.
En contraposición a la pluralidad de las sociedades del pasado, para
algunos autores hoy se asiste a un único sistema de sociedad propiciado
por la tecnociencia. La tecnociencia es un concepto que no hace grandes distinciones
entre la ciencia y la tecnología, pues su espacio de contextualización
está definido por la Investigación y el Desarrollo I+D de las
empresas y agencias tecnocientíficas; a diferencia de la ciencia y la
tecnología, que eran promovidas ante todo por comunidades de científicos
e ingenieros. Las nuevas tecnologías de información y comunicación
conforman un sistema tecnocientífico, entre otros, el cual está
posibilitando el nuevo paradigma tecnoeconómico y con ello la emergencia
y el desarrollo de una nueva modalidad de sociedad, la sociedad del conocimiento(7).
Este nuevo sistema tecnocientífico que implica un nuevo paradigma tecnoeconómico,
se caracteriza por una nueva forma de sobrenaturaleza que depende en gran medida
de una serie de innovaciones tecnológicas. Según el filósofo
español Javier Echeverría (1999), se trata de una sociedad de
tercer entorno, posibilitada por una serie de tecnologías, entre las
cuales mencionaremos siete: el teléfono, la radio, la televisión,
el dinero electrónico, las redes telemáticas, los multimedia y
el hipertexto. La construcción y el funcionamiento de cada uno de esos
artefactos presuponen numerosos conocimientos científicos y tecnológicos
(electricidad, electrónica, informática, transistorización,
digitalización, óptica, compresión, criptología,
etc.), motivo por el cual conviene subrayar que la construcción de este
tipo de sociedad, sólo ha comenzado a ser posible para los seres humanos
tras numerosos avances científicos y técnicos. Esta sociedad es
uno de los resultados de los sistemas tecnocientífcos y por ello ha emergido
con más fuerza en aquellos países que han logrado un mayor avance
tecnocientífico.
Estamos ante una transformación de mayor entidad basada en un nuevo
espacio de interacción entre los seres humanos, en el que surgen nuevas
formas sociales y se modifican muchas de las formas anteriores. Se está
modificando profundamente la vida social, tanto en los ámbitos públicos
como en los privados, el sistema tecnocientífico incide sobre la producción,
el trabajo, el comercio, el dinero, la escritura, la identidad personal, la
noción de territorio, memoria y también sobre la política,
la ciencia, la información y las comunicaciones y la educación;
los trabajos de Manuel Castells, entre otros, apuntan a aclarar este tipo de
implicaciones.
Es esta sociedad, llámese E3, sociedad mundial, "aldea global",
"tercera ola", "ciberespacio", "sociedad de la información",
"frontera electrónica", "realidad virtual", etc.
en donde la ingeniería y los ingenieros han tenido un papel como en ninguna
otra sociedad del pasado. Han sido en gran parte los constructores del nuevo
sistema tecnológico, en una multiplicidad de espacios de acción
que van desde los niveles micro, nano, genético, molecular, atómico
e incluso subatómico; pero también social, cultural, económico,
etc. Nadie ha vivido más profundamente en este mundo de artefactos vivientes
que los ingenieros y es precisamente este mundo el que todos los demás
estamos viviendo, pero este mundo no es igual para todos. Y es aquí donde
quisiéramos introducir un comentario final.
A manera de cierre
Hemos visto cómo los sistemas tecnológicos, y en particular con
el ejemplo de las nuevas tecnologías, son sistemas de tipo intersocial,
es decir, sistemas que producen importantes cambios sociales, afectan a varias
sociedades a la vez, en períodos diferentes de tiempo y a ritmos diferentes.
Se construyen en procesos de economías transnacionales, sujetas igualmente
a contextos políticos internacionales, en donde sabemos muy bien que
algunos países se benefician más que otros, en la medida en que
son productores y reguladores a la vez del acceso al conocimiento científico-tecnológico.
Pero en su acepción original, la ciencia, la tecnología y la
ingeniería, y por extensión, los sistemas tecnológicos,
son bienes públicos; la definición que dábamos al comienzo
acerca de la ingeniería, muestra el sentido profundamente humano de dichas
prácticas. Un bien público es aquel que una vez producido, puede
ser consumido por más de una persona al mismo tiempo. Sin embargo, que
un bien como el conocimiento sea (o pueda ser) de libre acceso no significa
que beneficie o esté en condiciones de beneficiar a todo el mundo, es
decir, que todos puedan acceder a él. El mantenimiento de bienes (realmente
públicos) exige un esfuerzo considerable para asegurar que todo el mundo
tenga un acceso potencial a esos bienes (López, 2000). En otras palabras,
hay que hacer un esfuerzo para que todo el mundo y en particular los miembros
más desfavorecidos de una sociedad tengan acceso a las tecnologías
y se beneficien de ellas (según Rawls citado por López y Luján,
2002).
Se trata pues de considerar que cada miembro de la sociedad posee una inviolabilidad
fundamentada en la justicia, que el bienestar de los más favorecidos
no puede anular. Hay que reconocer que los individuos más desprotegidos
deben acceder a los beneficios de los sistemas tecnológicos, en condiciones
de igualdad de oportunidades. Y de otro lado, deben ser reconocidos ciertos
derechos políticos y humanos que les permitan participar en las decisiones
relacionadas con la orientación del desarrollo científico-tecnológico
de la sociedad. Y es en este punto donde también la ingeniería
puede jugar un papel fundamental, a diferentes niveles y en particular en los
procesos de formación de sus ingenieros.
Si formamos ingenieros más sensibles y mejor preparados acerca de su
papel en la sociedad, conscientes de que su actividad no se circunscribe a la
esfera técnica, sino que transita de la técnica a lo social, frente
a lo cual debe aprender a tomar decisiones que afectan a los colectivos humanos,
así como al medio ambiente; muy seguramente podremos contribuir a que
la tecnología sea realmente un bien público. La educación
puede contribuir a formar ingenieros en la búsqueda y desarrollo de sistemas
tecnológicos más participativos, que incorporen los intereses
y requerimientos de las personas, incluyendo a las más desfavorecidas;
y a la naturaleza en un sentido responsable.
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Notas
(1) Profesor de la Escuela de Ingeniería Industrial y Estadística
de la Universidad del Valle, en Cali, Colombia.
Miembro de la Red Iberoamericana de Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación, de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura –OEI-.
Miembro de la Red Iberoamericana de Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación, de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura –OEI-.
(2) Para una aproximación a los estudios en Ciencia, Tecnología
y Sociedad, véase: González et al. 1996.
(3) Algunos autores hablan de determinismo duro y blando. El determinismo suave
o blando, más que concebir la tecnología como agente causal en
sí misma, reconoce su importancia pero la ubica respondiendo de forma
discriminada a las presiones sociales, económicas, políticas y
culturales. Mientras que la visión dura concibe el desarrollo tecnológico
como una fuerza autónoma, absolutamente independiente de las restricciones
sociales.
(4) Tales enfoques hacen parte de los Estudios en Ciencia, Tecnología
y Sociedad, por ejemplo, el llamado enfoque social-constructivista de la tecnología,
el cual enfatiza en el papel de los actores sociales relevantes (no las relaciones
de clase como sucedería en el determinismo histórico-social) de
un determinado proceso de desarrollo tecnológico. En este enfoque el
conocimiento tecnológico es tratado de una manera simétrica, imparcial
y los hechos son vistos a lo largo de sus transformaciones. Los artefactos tecnológicos
son tratados como constructos sociales. La construcción social de la
tecnología permite explicar la participación de las personas en
los procesos de innovación, desde el juego de las interacciones. Considera
que el proceso de innovación de un artefacto es multidireccional, en
contraste con un modelo unidireccional, a partir de la alternación de
variación y selección del artefacto. Y es allí donde interviene
el papel de los grupos sociales relevantes que comparten el bloque de significados
respecto de los problemas y expectativas relacionados con los diversos artefactos
que compiten en el proceso de selección. Las situaciones socioculturales
y políticas de los grupos relevantes involucran normas y valores, las
cuales a su vez influencian el significado dado al artefacto (Pinch y Bijker,
1987). De las distintas interacciones de los grupos sociales respecto de los
artefactos, se ve crecer y disminuir el grado de estabilización de éstos
últimos. Estabilización que no solo se relaciona con la conciencia
de los miembros del grupo social respecto del artefacto; también se trata
de estabilización económica del artefacto en un determinado mercado,
sobre la base de diversos diseños y no del “mejor” diseño,
para llegar a una clausura del proceso. La clausura de la tecnología
envuelve la estabilización del artefacto seleccionado y la desaparición
o redefinición de los problemas del mismo frente a otros.
(5) El marco de referencia del concepto de paradigma técnico–económico
podemos encontrarlo en la teoría de las ondas largas del desarrollo económico,
postulada por primera vez por Kondatrieff y luego retomada por Schumpeter. Para
Schumpeter, la explicación básica del fenómeno de ondas
largas consiste en que las diferentes épocas económicas estarían
asociadas con racimos (clusters) de tecnologías. Una fase de ascenso
se caracteriza por la aparición de un nuevo conjunto de tecnologías
e industrias, el cual estimula la inversión y la expansión de
la actividad económica. A su vez, el agotamiento de cada fase se vincula
con la desaceleración del cambio tecnológico y la disminución
de las oportunidades de inversión. La teoría intenta explicar
los ciclos de cincuenta a sesenta años que ha experimentado la economía
mundial, con veinte o treinta años de prosperidad seguidos de otros veinte
o treinta años de crecimiento muy desigual, de recesiones e incluso depresiones
económicas. La explicación sería el surgimiento de innovaciones
en las revoluciones tecnológicas sucesivas, así como las dificultades
de su asimilación.
(6) En La “Belle Epoque”, subyace el poder estructural del
acero, las oportunidades de la electricidad y de la química moderna;
en el “Boom Keynesiano” de la postguerra, liderado por los
Estados Unidos, resultó en infinitos campos de aplicación de la
producción en masa y petróleo barato, empezando por los automóviles
y los electrodomésticos, el armamento y la petroquímica.
(7) Otros ejemplos de sistemas tecnocientíficos, son: la conquista del
espacio, los polímeros, los nuevos materiales, la tecnomedicina, el proyecto
genoma, el internet, las nanotecnologías, la biotecnología, etc.
(Echeverría, 2004).
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