LA DESACTIVACIÓN DE LA ONTOLOGÍA EN W. QUINE
Alfonso García Marqués. Universidad de Murcia
Resumen:
Quine es un autor conocido por una serie de tesis de carácter lógico-gnoseológico, que conducen a la negación de los objetos de la metafísica (los individuos). Estas tesis culminan en la «desactivación de la ontología» (es indiferente postular la existencia de unos objetos o de otros para justificar nuestras oraciones). En este artículo, se muestra que las posiciones de Quine son, en el fondo, una «ontología procesual», una metafísica en sentido estricto. Y además, se intenta probar que las dificultades lógicas suscitadas por tales tesis conducen inexorablemente a conclusiones absurdas, lo cual pone en entredicho la ontología que Quine presentó como pieza culminante de su sistema.
Abstract: Quine is an author known by a series of thesis of logical-gnoseological character, that they lead to the negation of the objects of metaphysics (the individuals). These theses culminate in the «deactivation of the ontology» (he is indifferent to postulate the existence of objects or others to justify our orations). This article shows that the positions of Quine ist indeed a «procesual ontology», a metaphysics in strict sense. Besides, the article tries to prove that the logic difficulties provoked by such theses, lead inexorably to absurd conclusions. This idea is against the ontology that Quine presented as a culminating piece of its system.
Quine es un autor conocido por sus sugerentes propuestas de carácter lógicognoseológico no exentas de un cierto alcance ontológico. Me refiero a cuestiones como el compromiso ontológico, la indeterminación de la traducción, la inescrutabilidad de la referencia y la relatividad ontológica. Estos aspectos de la filosofía de Quine conducen inequívocamente a una negación del sujeto (u objeto, en terminología lógica): el individuo no sería una realidad independiente, en sí, sino que sería algo desconocido, totalmente ignoto, que sólo podemos concebirlo dentro de un lenguaje. Esta «desconstrucción» del sujeto, tematizada en Quine como «relatividad ontológica», concluiría en la tesis fuerte de que «no hay filosofía primera1». Sin embargo, Quine no se queda en esa desconstrucción, sino que ofrece, especialmente en sus últimas obras, una auténtica ontología de los objetos.
El presente artículo se centra en las propuestas positivas de Quine, que podemos considerar como la culminación de sus sistema filosófico. Ciertamente Quine pretende que sus propuestas son una «desactivación de la ontología», es decir, que los objetos que postulemos no desempeñan ningún papel en la justificación de nuestras oraciones sobre el mundo. Sin embargo, muestro que, en el fondo, las propuestas de Quine son una «ontología procesual», una metafísica en sentido estricto. Y además, intento probar que las dificultades lógicas suscitadas por sus tesis conducen inexorablemente a conclusiones absurdas, lo cual pone en entredicho la ontología que Quine presentó como pieza culminante de su sistema.
1. La construcción de los objetos: la reificación.
1.1. Presupuestos de la reificación
Según la interpretación substitucional de las variables, debemos admitir que hay objetos a los que nos referimos o que son los valores de dichas variables. Ciertamente, según Quine, no sabemos qué son «en sí» tales objetos, pero nosotros, con nuestro lenguaje, hablamos de ellos y los suponemos. Es decir, dado un lenguaje determinado, estamos dispuestos a admitir como objetos aquellos que puedan sustituir a nuestras variables.
Si efectivamente no nos son dados los objetos como un algo absoluto, sino que son constructos de nuestro lenguaje, la cuestión que surge es «cómo construimos tales objetos», al menos en nuestro lenguaje base, puesto que en otro lenguaje podría no haber tales objetos. Esta cuestión es debatida por Quine bajo el rótulo de «reificación». Dicho de otro modo, la reificación es el proceso por el cual suponemos –o afirmamos lingüísticamente– que hay cosas, objetos, con diversas propiedades.
Este proceso es descrito por Quine en diversas obras, ligándolo frecuentemente a consideraciones de psicología del aprendizaje. Sin embargo, me parecen más interesantes las propuestas de las últimas obras de Quine, donde reelabora y clarifica conceptos de sus obras anteriores, aunque ciertamente sin abandonar del todo sus presuntas explicaciones del aprendizaje infantil. Esas reelaboraciones tienen lugar en la primera parte de La búsqueda de la verdad, titulada «Evidencia»; en ella se encuentran los conceptos fundamentales para entender la reificación, expuesta en «Referencia», la segunda parte de esta obra.
En dicha primera parte, Quine introduce sus propias distinciones. Considera que las «oraciones observacionales» son: a) «oraciones, directa y firmemente asociadas con nuestros estímulos2«, b) que además «cada vez que se diera un estímulo perteneciente a la gama adecuada, la oración debería provocar el asentimiento o disenso inmediato del sujeto3«, y c) «a diferencia de lo que ocurre cuando informamos acerca de sentimientos, la oración debe suscitar el mismo veredicto en todos los testigos de la situación que sean lingüísticamente competentes4». Ejemplos de estas oraciones observacionales son ‘Llueve’ o ‘Eso es un conejo’. Además, Quine nos recuerda que estas son oraciones «ocasionales», pues son a veces verdaderas y a veces falsas, a tenor de lascircunstancias5, a diferencia de las oraciones eternas (‘Los hombres son mortales’), que siempre son verdaderas.
A continuación, establece una distinción que servirá de tránsito hacia otro tipo de oraciones más importantes. Esta distinción es entre la simple «conjunción» de oraciones observacionales ‘El sol sale y los pájaros cantan’ y la «predicación»: «Es el caso de ‘Este guijarro es azul’, que resulta de combinar ‘Mira, un guijarro’ y ‘Mira, azul’. Una forma equivalente y simple de combinarlas es ‘Guijarro azul’; ambas combinaciones están asociadas a la misma gama de estímulos6». Es claro que se trata de una forma de predicación, ‘El guijarro es azul’ (o ‘El azul es guijarro’), pues lo decisivo es que ambas observaciones sean de lo mismo. Por eso, el sentido que tiene es que ‘Algo es azul’ y ‘Eso mismo es guijarro’.
Por último, introduce una idea decisiva en este contexto, el concepto de «categórica observacional»7: «Llamo categórica observacional a toda generalización que resulta de combinar los observables como he descrito –‘Siempre que ocurre esto, ocurre lo otro’. Una categórica observacional está formada por oraciones observacionales. […] Es una generalización de la que nos servimos para afirmar que las circunstancias especificadas por una oración observacional estarán acompañadas indefectiblemente por aquellas descritas en la otra8».
Ahora bien, en función de los dos tipos de unión entre las oraciones observacionales –la conjunción y la predicación–, tenemos dos tipos de oraciones categóricas: las categóricas observacionales «libres», que son la generalización de las conjunciones; y las categóricas observacionales «focales», que son generalización de las predicaciones. Con las primeras decimos que siempre que hay un suceso se da otro, mientras que la observacional focal «lleva a cabo la generalización sobre una oración observacional predicativa. […] Un ejemplo más breve de oración observacional predicativa es ‘Este cuervo es negro’, o ‘Cuervo negro’. Si la generalizamos, obtendremos la categórica observacional focal ‘Siempre que hay un cuervo, éste es negro’ o, dicho brevemente, ‘Todos los cuervos son negros’9».
Abstract: Quine is an author known by a series of thesis of logical-gnoseological character, that they lead to the negation of the objects of metaphysics (the individuals). These theses culminate in the «deactivation of the ontology» (he is indifferent to postulate the existence of objects or others to justify our orations). This article shows that the positions of Quine ist indeed a «procesual ontology», a metaphysics in strict sense. Besides, the article tries to prove that the logic difficulties provoked by such theses, lead inexorably to absurd conclusions. This idea is against the ontology that Quine presented as a culminating piece of its system.
Quine es un autor conocido por sus sugerentes propuestas de carácter lógicognoseológico no exentas de un cierto alcance ontológico. Me refiero a cuestiones como el compromiso ontológico, la indeterminación de la traducción, la inescrutabilidad de la referencia y la relatividad ontológica. Estos aspectos de la filosofía de Quine conducen inequívocamente a una negación del sujeto (u objeto, en terminología lógica): el individuo no sería una realidad independiente, en sí, sino que sería algo desconocido, totalmente ignoto, que sólo podemos concebirlo dentro de un lenguaje. Esta «desconstrucción» del sujeto, tematizada en Quine como «relatividad ontológica», concluiría en la tesis fuerte de que «no hay filosofía primera1». Sin embargo, Quine no se queda en esa desconstrucción, sino que ofrece, especialmente en sus últimas obras, una auténtica ontología de los objetos.
El presente artículo se centra en las propuestas positivas de Quine, que podemos considerar como la culminación de sus sistema filosófico. Ciertamente Quine pretende que sus propuestas son una «desactivación de la ontología», es decir, que los objetos que postulemos no desempeñan ningún papel en la justificación de nuestras oraciones sobre el mundo. Sin embargo, muestro que, en el fondo, las propuestas de Quine son una «ontología procesual», una metafísica en sentido estricto. Y además, intento probar que las dificultades lógicas suscitadas por sus tesis conducen inexorablemente a conclusiones absurdas, lo cual pone en entredicho la ontología que Quine presentó como pieza culminante de su sistema.
1. La construcción de los objetos: la reificación.
1.1. Presupuestos de la reificación
Según la interpretación substitucional de las variables, debemos admitir que hay objetos a los que nos referimos o que son los valores de dichas variables. Ciertamente, según Quine, no sabemos qué son «en sí» tales objetos, pero nosotros, con nuestro lenguaje, hablamos de ellos y los suponemos. Es decir, dado un lenguaje determinado, estamos dispuestos a admitir como objetos aquellos que puedan sustituir a nuestras variables.
Si efectivamente no nos son dados los objetos como un algo absoluto, sino que son constructos de nuestro lenguaje, la cuestión que surge es «cómo construimos tales objetos», al menos en nuestro lenguaje base, puesto que en otro lenguaje podría no haber tales objetos. Esta cuestión es debatida por Quine bajo el rótulo de «reificación». Dicho de otro modo, la reificación es el proceso por el cual suponemos –o afirmamos lingüísticamente– que hay cosas, objetos, con diversas propiedades.
Este proceso es descrito por Quine en diversas obras, ligándolo frecuentemente a consideraciones de psicología del aprendizaje. Sin embargo, me parecen más interesantes las propuestas de las últimas obras de Quine, donde reelabora y clarifica conceptos de sus obras anteriores, aunque ciertamente sin abandonar del todo sus presuntas explicaciones del aprendizaje infantil. Esas reelaboraciones tienen lugar en la primera parte de La búsqueda de la verdad, titulada «Evidencia»; en ella se encuentran los conceptos fundamentales para entender la reificación, expuesta en «Referencia», la segunda parte de esta obra.
En dicha primera parte, Quine introduce sus propias distinciones. Considera que las «oraciones observacionales» son: a) «oraciones, directa y firmemente asociadas con nuestros estímulos2«, b) que además «cada vez que se diera un estímulo perteneciente a la gama adecuada, la oración debería provocar el asentimiento o disenso inmediato del sujeto3«, y c) «a diferencia de lo que ocurre cuando informamos acerca de sentimientos, la oración debe suscitar el mismo veredicto en todos los testigos de la situación que sean lingüísticamente competentes4». Ejemplos de estas oraciones observacionales son ‘Llueve’ o ‘Eso es un conejo’. Además, Quine nos recuerda que estas son oraciones «ocasionales», pues son a veces verdaderas y a veces falsas, a tenor de lascircunstancias5, a diferencia de las oraciones eternas (‘Los hombres son mortales’), que siempre son verdaderas.
A continuación, establece una distinción que servirá de tránsito hacia otro tipo de oraciones más importantes. Esta distinción es entre la simple «conjunción» de oraciones observacionales ‘El sol sale y los pájaros cantan’ y la «predicación»: «Es el caso de ‘Este guijarro es azul’, que resulta de combinar ‘Mira, un guijarro’ y ‘Mira, azul’. Una forma equivalente y simple de combinarlas es ‘Guijarro azul’; ambas combinaciones están asociadas a la misma gama de estímulos6». Es claro que se trata de una forma de predicación, ‘El guijarro es azul’ (o ‘El azul es guijarro’), pues lo decisivo es que ambas observaciones sean de lo mismo. Por eso, el sentido que tiene es que ‘Algo es azul’ y ‘Eso mismo es guijarro’.
Por último, introduce una idea decisiva en este contexto, el concepto de «categórica observacional»7: «Llamo categórica observacional a toda generalización que resulta de combinar los observables como he descrito –‘Siempre que ocurre esto, ocurre lo otro’. Una categórica observacional está formada por oraciones observacionales. […] Es una generalización de la que nos servimos para afirmar que las circunstancias especificadas por una oración observacional estarán acompañadas indefectiblemente por aquellas descritas en la otra8».
Ahora bien, en función de los dos tipos de unión entre las oraciones observacionales –la conjunción y la predicación–, tenemos dos tipos de oraciones categóricas: las categóricas observacionales «libres», que son la generalización de las conjunciones; y las categóricas observacionales «focales», que son generalización de las predicaciones. Con las primeras decimos que siempre que hay un suceso se da otro, mientras que la observacional focal «lleva a cabo la generalización sobre una oración observacional predicativa. […] Un ejemplo más breve de oración observacional predicativa es ‘Este cuervo es negro’, o ‘Cuervo negro’. Si la generalizamos, obtendremos la categórica observacional focal ‘Siempre que hay un cuervo, éste es negro’ o, dicho brevemente, ‘Todos los cuervos son negros’9».
La tesis de Quine es clara: hay dos tipos de observaciones, la simple conjunción (Pedro pasea y Juana mira) y la predicación (cuervo negro). La generalización de la primera no origina a nada especial, pero la de la segunda, da lugar a las proposiciones del tipo «Todos los A son B», sc. una auténtica predicación universal.
1.2. El proceso de reificación
Una vez establecidos, en la primera parte de La búsqueda de la verdad, los presupuestos para entender la reificación, Quine pasa a exponer en detalle el proceso «creador» de objetos, o sea, el proceso de reificación. Señala que dicho proceso tiene dos momentos: uno que inicia la reificación y otro que la consuma. Éste es el primero: «Ya en las oraciones observacionales predicativas (…) es posible apreciar la existencia de una reificación incipiente. Los componentes predominantes en este tipo de combinación son oraciones observacionales que se proyectan sobre partes manifiestamente limitadas de la escena; pues el compuesto expresa precisamente la superposición de los focos sobre la escena10». Dicho de otro modo, al hacer coincidir en el mismo «foco» dos observaciones, estamos construyendo una incipiente unidad: eso negro es cuervo y eso cuervo es negro. La diferencia con la mera conjunción es patente: no es lo mismo decir «Juan pasea y María corre» o «Eso es cuervo y aquello es negro», que «Eso es cuervo y eso «mismo» es negro». En este último caso, hemos comenzado a reificar: realizamos una inmersión del cuervo en el negro; ya no tenemos, como en la simple unión, «rasgos (“features”) que marchen cada uno por su lado11».
El segundo paso tiene como elemento decisivo las oraciones categóricas observacionales focales: «En virtud del estrechamiento de su foco, sin embargo, la categórica observacional focal –a diferencia de la libre– posee ya decididamente el aire del discurso general sobre cuerpos –sauces en un ejemplo, cuervos en el otro–. Aquí es donde, ontológicamente hablando yo veo materializarse los cuerpos; éstos se introducen como nudos ideales atados sobre la intersección de oraciones observacionales que se solapan. Sugiero que aquí se encuentran las raíces de la reificación12». Como hemos visto, en las categóricas observacionales se da una generalización de nuestro conocimiento, si además son focales, tenemos que esa generalización supone que hay algo que tiene, «de modo estable», los dos (o más) predicados que le atribuimos. Aquí lo decisivo es darse cuenta que no sólo tenemos un momentáneo «Guijarro azul» o «Cuervo negro», sino que «Todos los cuervos son negros», por tanto, consumamos la reificación: establecemos una unión estable de dos predicados ‘cuervo’ y ‘negro’. Hemos «anudado», unido, establemente ambas predicaciones; tenemos, pues, el individuo como un «nudo ideal».
A partir de este momento, ya podemos preguntarnos por la «identidad» de los individuos; o sea, si este individuo es el mismo que aquel otro. Por ejemplo, si la moneda que tengo ahora en el bolsillo es la misma que tenía ayer. La pregunta por la identidad ya tiene sentido: «Preguntar si estamos viendo la misma pelota de antes o sólo una parecida tiene sentido incluso cuando no hay respuesta. Es en este momento cuando podemos decir que la reificación de los cuerpos ha llegado a su madurez13». Ahora bien, es importante darse cuenta del sentido que Quine atribuye a la reificación. La reificación es el modo en que nosotros «postulamos o suponemos» que hay individuos, cuerpos, cosas, pero en realidad nuestra suposición no exige que realmente los haya. Es decir, no exige que haya substancias permanentes en el tiempo. La reificación en sentido fuerte no viene exigida lógicamente por las categóricas observacionales focales; es sólo una suposición teórica, no una exigencia lógica o una realidad ontológica (al margen del sujeto cognoscente): «Parece claro que la reificación de los cuerpos a través del tiempo desborda el ámbito de las oraciones observacionales y de las categóricas observacionales. La reificación propiamente dicha es teórica14».
Quine insiste en que la reificación sólo es una conveniencia teórica: postulamos objetos por simplicidad y para evitar recurrir a operadores modales15. Quine lo ilustra del siguiente modo. Supongamos esta proposición:
(1) Un perro blanco mira a un gato y ladra.
Tenemos, en realidad, cuatro oraciones observacionales: «Perro», «Blanco», «Miragato» y «Ladra». Pero sucede que una simple unión es demasiado débil, pues no simplemente señalamos cuatro observaciones, por eso, es más cómodo postular un objeto, un perro, respecto al cual predicamos lo demás. Sin embargo, no necesitamos pensar que ese perro permanece en el tiempo, que sea un perro duradero.
Ahora bien, pongamos que queremos decir:
(2) Si un perro come carne podrida y enferma, en lo sucesivo evitará la carne.
Evidentemente aquí necesitamos postular un perro duradero. No basta, con decir ‘si-entonces’, como si dijésemos, «si llueve, el suelo se moja», pues estamos hablando del mismo individuo, que primero enferma y luego evita la carne.
1.2. El proceso de reificación
Una vez establecidos, en la primera parte de La búsqueda de la verdad, los presupuestos para entender la reificación, Quine pasa a exponer en detalle el proceso «creador» de objetos, o sea, el proceso de reificación. Señala que dicho proceso tiene dos momentos: uno que inicia la reificación y otro que la consuma. Éste es el primero: «Ya en las oraciones observacionales predicativas (…) es posible apreciar la existencia de una reificación incipiente. Los componentes predominantes en este tipo de combinación son oraciones observacionales que se proyectan sobre partes manifiestamente limitadas de la escena; pues el compuesto expresa precisamente la superposición de los focos sobre la escena10». Dicho de otro modo, al hacer coincidir en el mismo «foco» dos observaciones, estamos construyendo una incipiente unidad: eso negro es cuervo y eso cuervo es negro. La diferencia con la mera conjunción es patente: no es lo mismo decir «Juan pasea y María corre» o «Eso es cuervo y aquello es negro», que «Eso es cuervo y eso «mismo» es negro». En este último caso, hemos comenzado a reificar: realizamos una inmersión del cuervo en el negro; ya no tenemos, como en la simple unión, «rasgos (“features”) que marchen cada uno por su lado11».
El segundo paso tiene como elemento decisivo las oraciones categóricas observacionales focales: «En virtud del estrechamiento de su foco, sin embargo, la categórica observacional focal –a diferencia de la libre– posee ya decididamente el aire del discurso general sobre cuerpos –sauces en un ejemplo, cuervos en el otro–. Aquí es donde, ontológicamente hablando yo veo materializarse los cuerpos; éstos se introducen como nudos ideales atados sobre la intersección de oraciones observacionales que se solapan. Sugiero que aquí se encuentran las raíces de la reificación12». Como hemos visto, en las categóricas observacionales se da una generalización de nuestro conocimiento, si además son focales, tenemos que esa generalización supone que hay algo que tiene, «de modo estable», los dos (o más) predicados que le atribuimos. Aquí lo decisivo es darse cuenta que no sólo tenemos un momentáneo «Guijarro azul» o «Cuervo negro», sino que «Todos los cuervos son negros», por tanto, consumamos la reificación: establecemos una unión estable de dos predicados ‘cuervo’ y ‘negro’. Hemos «anudado», unido, establemente ambas predicaciones; tenemos, pues, el individuo como un «nudo ideal».
A partir de este momento, ya podemos preguntarnos por la «identidad» de los individuos; o sea, si este individuo es el mismo que aquel otro. Por ejemplo, si la moneda que tengo ahora en el bolsillo es la misma que tenía ayer. La pregunta por la identidad ya tiene sentido: «Preguntar si estamos viendo la misma pelota de antes o sólo una parecida tiene sentido incluso cuando no hay respuesta. Es en este momento cuando podemos decir que la reificación de los cuerpos ha llegado a su madurez13». Ahora bien, es importante darse cuenta del sentido que Quine atribuye a la reificación. La reificación es el modo en que nosotros «postulamos o suponemos» que hay individuos, cuerpos, cosas, pero en realidad nuestra suposición no exige que realmente los haya. Es decir, no exige que haya substancias permanentes en el tiempo. La reificación en sentido fuerte no viene exigida lógicamente por las categóricas observacionales focales; es sólo una suposición teórica, no una exigencia lógica o una realidad ontológica (al margen del sujeto cognoscente): «Parece claro que la reificación de los cuerpos a través del tiempo desborda el ámbito de las oraciones observacionales y de las categóricas observacionales. La reificación propiamente dicha es teórica14».
Quine insiste en que la reificación sólo es una conveniencia teórica: postulamos objetos por simplicidad y para evitar recurrir a operadores modales15. Quine lo ilustra del siguiente modo. Supongamos esta proposición:
(1) Un perro blanco mira a un gato y ladra.
Tenemos, en realidad, cuatro oraciones observacionales: «Perro», «Blanco», «Miragato» y «Ladra». Pero sucede que una simple unión es demasiado débil, pues no simplemente señalamos cuatro observaciones, por eso, es más cómodo postular un objeto, un perro, respecto al cual predicamos lo demás. Sin embargo, no necesitamos pensar que ese perro permanece en el tiempo, que sea un perro duradero.
Ahora bien, pongamos que queremos decir:
(2) Si un perro come carne podrida y enferma, en lo sucesivo evitará la carne.
Evidentemente aquí necesitamos postular un perro duradero. No basta, con decir ‘si-entonces’, como si dijésemos, «si llueve, el suelo se moja», pues estamos hablando del mismo individuo, que primero enferma y luego evita la carne.
Pero esto no nos debe llevar al error de pensar que hay un perro como una realidad ontológica al margen de mi lenguaje. Incluso en estos ejemplos más sofisticados, «la función de la reificación sigue siendo la anáfora, esto es, sigue consistiendo en poner el remache sobre aquel punto donde las referencias se cruzan. No es casualidad que esta tarea sea también realizada por los pronombres y las variables ligadas. Ser es ser el valor de una variable16». En definitiva, según Quine, nos comprometemos con los objetos que se relacionan con nuestras variables ligadas o con los pronombres del lenguaje ordinario, pero tales objetos son relativos a nuestro lenguaje, no absolutos ontológicos.
2. La ontología de Quine a examen
2.1. ¿Desactivación de la ontología?
A continuación vamos a examinar detalladamente las consecuencias que se derivan de las tesis quineanas que acabamos de considerar.
De entrada, es importante darse cuenta que, en Quine, la ontología queda relegada a mero auxiliar de las oraciones observacionales y teóricas. Sostiene que «estas oraciones forman parte de una red que las conecta, y los objetos desempeñan en esa estructura el papel de meros nudos17».
La metáfora del «nudo» para explicar lo que son los objetos es muy sugerente y acertada para reflejar la posición de Quine. En efecto, un nudo es precisamente algo, de suyo, inexistente: no hay más que las cuerdas que se entrelazan. Esto equivale a decir que sólo hay oraciones observacionales («Perro», «Blanco», «Ve-gato»…), sus correspondientes estimulaciones nerviosas y la situación correspondiente18. Nosotros postulamos un nudo ideal de cruce (un objeto que es perro y que es blanco y que ve un gato…), pero en realidad no hay tal objeto. O mejor dicho, esa suposición es tan válida –o inválida– como cualquier otra alternativa. Lo único que habría que respetar, según Quine, serían las oraciones observacionales: «El que haya unos objetos u otros no afecta a la verdad de las oraciones observacionales, ni al apoyo que éstas proporcionan a las oraciones teóricas, ni al éxito predictivo de la teoría19».
Bajo el rótulo «No importa qué ontología», parágrafo 12 de La búsqueda de la verdad, Quine ilustra la relatividad ontológica recurriendo a lo que él llama «funciones vicarias», que ya había desarrollado en La relatividad ontológica20. Su tesis es que podemos sustituir mediante una función los objetos de nuestra ontología ordinaria, elemento por elemento. O sea, cada objeto ‘x’ puede ser sustituido por ‘fx’, y nuestros predicados ordinarios los reinterpretamos predicándolos con verdad de los nuevos ‘fx’. Pienso que el sentido de esta operación podríamos explicitarlo con el siguiente ejemplo. En nuestro hablar ordinario o técnico presuponemos una ontología de objetos medianos y persistentes en el tiempo, por eso hablamos de un Px, o sea, «x es un P», ahora tenemos que decir que «x es un f de un P». Por ejemplo, si decimos que «esto es un perro», ahora tendremos que reinterpretarlo como «esto es un estadio de perro». El nuevo objeto «estadio de perro» sustituye al viejo objeto «perro». Podríamos traducir este ejemplo a nuestro lenguaje ordinario del siguiente modo. En nuestro idioma, solemos decir «llueve» o «llueve aquí» o «llueve en Galicia», y no «esto llueve», puesto que para este caso no suponemos un sujeto que realice una acción: sólo hay proceso. Igualmente podríamos decir, siguiendo las propuestas de Quine, «perrea» o «perrea aquí» o «perrea en el jardín». De este modo eliminamos los viejos objetos y los substituimos por procesos temporales. Ciertamente reconoce Quine que «los cuerpos son nuestras reificaciones primigenias, unas reificaciones construidas sobre similaridades perceptuales innatas. Sería ciertamente gratuito canjearlos por sus vicarios; todo lo que quiero hacer notar es que podríamos hacerlo21». Y de hecho, argumenta Quine, lo hacemos por intereses teóricos como sucede en la física contemporánea. Queda claro, sin embargo, que los nuevos objetos (vicarios o científicos) no existen realmente, sino simplemente los postulamos, porque nos son más útiles para nuestros intereses vitales o teóricos: «Una ontología es empíricamente relevante sólo porque proporciona los nudos que entrelazan los hilos de la red teórica22».
De este modo, Quine pretende que sus tesis son neutras respecto a la ontología. En La búsqueda de la verdad, culmina la exposición del capítulo sobre la referencia, precisamente con el parágrafo 13 titulado «La desactivación de la ontología23».
Ciertamente lo que exista en concreto en este mundo ha de determinarse de modo empírico, pero lo que, en general, puede existir, la tipología de los objetos, ha de ser determinado por la filosofía primera. Quine no quiere dar el paso hacia una ontología en sentido estricto, pero, y es aquí donde entra la principal crítica que deseo hacer a Quine en el presente artículo, me parece que tal «neutralidad» es imposible. En efecto, no se trata de que Quine niegue que los objetos de nuestra ontología ordinaria existan realmente, sino de que, en general, no hay objetos como entidades absolutas, independientes de nuestros predicados. Si Quine afirma que los objetos son «nudos» creados por nuestro lenguaje, eso significa que no existen «in re» tales nudos.
[…]
De todo esto, pienso que se puede concluir que una ontología procesual de carácter fenoménico, como la defendida por Quine, es imposible. Y esto no sólo por motivos ontológicos, sino principalmente por exigencias lógicas. La admisión de un sujeto real, último y determinado es absolutamente necesaria, pues, si no, nuestro hablar sobre el mundo carecería de sentido, se tornaría imposible.
* * *
Alfonso García Marqués Dpto. de Filosofía Universidad de Murcia E-30071 Murcia marques@um.es
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1 Quine, W., «Géneros naturales», en «La relatividad ontológica y otros ensayos», Tecnos, Madrid 1986, p. 163
2 Quine, W., «Pursuit of Truth», Harvard University Press, Cambridge 1990. Cito por la versión castellana «La búsqueda de la verdad», trad. de Javier Rodríguez Alcázar, Crítica, Barcelona 1992, p. 19. (En adelante, Quine, Verdad).
3 Quine, Verdad, p. 19.
4 Quine, Verdad, p. 19.
5 Quine, Verdad, p. 20.
6 Quine, Verdad, p. 21.
7 La extraña expresión ‘categórica observacional’ es la traducción que de ‘observation categorical’ ofrece Javier Rodríguez Alcázar. Aunque podría parecer que ‘observación categórica’ es mejor traducción, no es así. Doy por buena la de J. Rodríguez, pues pienso que hay que sobreentender ‘oración’. Es decir, se trataría de ‘oraciones categóricas observacionales’, en paralelo con las ‘observation sentences’, ‘sentencias (oraciones) observacionales’, de las que aquéllas serían una clase.
8 Quine, Verdad, p. 29.
9 Quine, Verdad, p. 31. No puedo entrar aquí en las muchas consecuencias de este planteamiento. Sólo señalo que contradice, en parte, la tesis de la lógica simbólica, incluida la interpretación del propio Quine. Según la lógica, las proposiciones cuantificadas universalmente no implican la existencia de sus posibles objetos, pero las categóricas observacionales focales son, evidentemente, universales y presuponen impresiones sensibles de objetos existentes. En ejemplos: «Todos los marcianos son verdes» es una proposición verdadera desde el punto de vista lógico, aunque los lógicos se apresuren a añadir, «vacuamente verdadera» por no existir marcianos. En efecto, dicha proposición lógicamente se formaliza así: «para todo objeto se cumple que si es marciano, entonces es verde». Pero Quine ahora sostiene que tales proposiciones son generalizaciones de observaciones sensibles, lo cual no el caso de las proposiciones lógicamente verdaderas sobre los marcianos.
10 Quine, Verdad, p. 45.
11 Quine, Verdad, p. 53. Nótese que Quine evita frecuentemente hablar de «propiedades», pero habla de «features» (rasgos o características). Me parece que la diferencia es puramente nominal. Esas dificultades son índice de la imposibilidad de eliminar totalmente las propiedades (aunque luego tengamos que discutir si todas son objetivas o hay otras ligadas a nuestra percepción, etc.). Sobre las dificultades de la posición de Quine, bien percibidas por él mismo, es interesante consultar el cap. 12, «Sobre la individuación de los atributos» de «Teoría y cosas» («Theories and Things», Harvard University Press, Cambridge 1981), donde –inútilmente– intenta hacer un esfuerzo de tolerancia hacia tales entidades: «Por el momento me propongo de tratar con tolerancia a los atributos o propiedades», p. 127.
12 Quine, Verdad, p. 46. Tres o cuatro años más tarde, en «Del estímulo a la ciencia» (Ariel, Barcelona 1998, pp. 36-53), Quine desarrolló de modo más técnico el proceso de reificación, pero sin que aportar diferencias de fondo con lo que había expuesto en «La búsqueda de la verdad».
13 Quine, Verdad, p. 47.
14 Quine, Verdad, p. 48.
15 Cfr. Quine, Verdad, p. 55. Recordemos la aversión de Quine a la lógica modal.
16 Quine, Verdad, pp. 55-56.
17 Quine, Verdad, p. 56.
18 Cfr. Quine, Verdad, p. 20. No olvidemos la actitud naturalista de Quine: «Doy primacía lingüística y conceptual a las cosas ordinarias […]. El peso que Russell colocó sobre los datos sensoriales, yo lo coloco sobre «inputs» neuronales […]. Soy capaz de adoptar esta postura a causa de mi naturalismo, de mi repudio de cualquier filosofía primera lógicamente anterior a la ciencia. Mi afinidad aquí no es con Russell sino con Neurath», «Reply to Stenius», «Synthese» XIX (1968) 269-272, p. 270.
19 Quine, Verdad, p. 56.
20 Cfr. Quine, «La relatividad ontológica y otros ensayos», Tecnos, Madrid 1986, pp. 76-80.
21 Quine, Verdad, p. 60.
22 Quine, Verdad, p. 59.
23 El título del parágrafo, en la edición inglesa de 1990, es «Ontological relativity», pero el traductor de la española, que traduce como «desactivación de la ontología», señala que ha basado su traducción en la nueva versión que Quine preparaba para una segunda edición; nueva versión inglesa, que yo no he podido consultar.
24 «…quizá descubramos que la misma noción de existencia, la tradicional, ha pasado a mejor vida. Puede que su lugar sea ocupado por una noción afín cuya similitud con la anterior nos permita seguir usando la misma palabra; así es como funcionan las cuestiones terminológicas», Quine, Verdad, p. 63.
25 Quine, Verdad, p. 104.
26 Quine, W., «Palabra y objeto», trad. Manuel Sacristán, Labor, Barcelona 1968, p. 65.
27 Sobre los objetos materiales como fusiones mereológicas, cfr. Pérez Otero, M., «Conceptos modales de identidad», Edicions de la Universitat de Barcelona, Barcelona 1999.
28 Blasco, J. Ll. «Compromiso óntico y relatividad ontológica», en Varios autores, «Aspectos de la filosofía de W.V. Quine», Dpto. de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Valencia, Valencia 1976, p. 131.
29 Quine, Verdad, p. 41.
30 Cfr. Pérez Fustegueras, A., «La epistemología de Quine», Fundación Juan March, Madrid 1981, pp. 30-35.
31 Inciarte, F., «Die Einheit der Aristotelischen Metaphysik», «Philosophisches Jahrbuch» 101 (1994), p. 11. (En adelante, Inciarte, Einheit).
32 Quine, Verdad, p. 55.
33 En esta argumentación presupongo la validez del principio de no contradicción: no es posible afirmar y negar el mismo predicado del mismo sujeto (simultáneamente, respecto a lo mismo, etc., y todas las demás precisiones habituales). Sobre la vinculación entre predicación, principio de no contradicción e identidad del individuo, me permito remitirme a mi artículos «Los que eso dicen destruyen la substancia y lo que era ser», en José Solana Dueso y otros (eds.), «Las raíces de la cultura europea» (Ensayos en homenaje al profesor Joaquín Lomba), Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza 2004, pp. 67-77; y «Substancia y principio de contradicción en el comentario de Averroes a Metafísica IV, 4', en «Averroes y los averroísmos». Actas del III Congreso Nacional de Filosofía Medieval, Sociedad de Filosofía Medieval, Zaragoza 1999, pp. 193-204.
34 Cfr. Inciarte, Einheit, p. 9.
35 Por supuesto, Quine no estaría de acuerdo en absoluto con lo que escribo en este párrafo, pues afirma que todas las propiedades están al mismo nivel: tan sólo se destacan unas u unas u otras por intereses circunstanciales. Sin embargo, ¿caracterizan igualmente a Sócrates ser hombre, que ser griego, que haber estornudado tal día en tal momento?
36 Cfr. Inciarte, Einheit, pp. 9-11. 37 Cfr. Inciarte, Einheit, p. 12.
38 Comenta Inciarte, Einheit, p. 18: «Realismo y rechazo de la substancia, que en cada instante está toda (o sea, que no tienen ningún trozo temporal) son incompatibles, asimismo y por el mismo motivo son incompatible esencialismo y holismo. Si todo (anaxagoréicamente) está ya contenido en todo, permanecer y pasar así como devenir en general son sólo apariencias, epifenómenos».
2. La ontología de Quine a examen
2.1. ¿Desactivación de la ontología?
A continuación vamos a examinar detalladamente las consecuencias que se derivan de las tesis quineanas que acabamos de considerar.
De entrada, es importante darse cuenta que, en Quine, la ontología queda relegada a mero auxiliar de las oraciones observacionales y teóricas. Sostiene que «estas oraciones forman parte de una red que las conecta, y los objetos desempeñan en esa estructura el papel de meros nudos17».
La metáfora del «nudo» para explicar lo que son los objetos es muy sugerente y acertada para reflejar la posición de Quine. En efecto, un nudo es precisamente algo, de suyo, inexistente: no hay más que las cuerdas que se entrelazan. Esto equivale a decir que sólo hay oraciones observacionales («Perro», «Blanco», «Ve-gato»…), sus correspondientes estimulaciones nerviosas y la situación correspondiente18. Nosotros postulamos un nudo ideal de cruce (un objeto que es perro y que es blanco y que ve un gato…), pero en realidad no hay tal objeto. O mejor dicho, esa suposición es tan válida –o inválida– como cualquier otra alternativa. Lo único que habría que respetar, según Quine, serían las oraciones observacionales: «El que haya unos objetos u otros no afecta a la verdad de las oraciones observacionales, ni al apoyo que éstas proporcionan a las oraciones teóricas, ni al éxito predictivo de la teoría19».
Bajo el rótulo «No importa qué ontología», parágrafo 12 de La búsqueda de la verdad, Quine ilustra la relatividad ontológica recurriendo a lo que él llama «funciones vicarias», que ya había desarrollado en La relatividad ontológica20. Su tesis es que podemos sustituir mediante una función los objetos de nuestra ontología ordinaria, elemento por elemento. O sea, cada objeto ‘x’ puede ser sustituido por ‘fx’, y nuestros predicados ordinarios los reinterpretamos predicándolos con verdad de los nuevos ‘fx’. Pienso que el sentido de esta operación podríamos explicitarlo con el siguiente ejemplo. En nuestro hablar ordinario o técnico presuponemos una ontología de objetos medianos y persistentes en el tiempo, por eso hablamos de un Px, o sea, «x es un P», ahora tenemos que decir que «x es un f de un P». Por ejemplo, si decimos que «esto es un perro», ahora tendremos que reinterpretarlo como «esto es un estadio de perro». El nuevo objeto «estadio de perro» sustituye al viejo objeto «perro». Podríamos traducir este ejemplo a nuestro lenguaje ordinario del siguiente modo. En nuestro idioma, solemos decir «llueve» o «llueve aquí» o «llueve en Galicia», y no «esto llueve», puesto que para este caso no suponemos un sujeto que realice una acción: sólo hay proceso. Igualmente podríamos decir, siguiendo las propuestas de Quine, «perrea» o «perrea aquí» o «perrea en el jardín». De este modo eliminamos los viejos objetos y los substituimos por procesos temporales. Ciertamente reconoce Quine que «los cuerpos son nuestras reificaciones primigenias, unas reificaciones construidas sobre similaridades perceptuales innatas. Sería ciertamente gratuito canjearlos por sus vicarios; todo lo que quiero hacer notar es que podríamos hacerlo21». Y de hecho, argumenta Quine, lo hacemos por intereses teóricos como sucede en la física contemporánea. Queda claro, sin embargo, que los nuevos objetos (vicarios o científicos) no existen realmente, sino simplemente los postulamos, porque nos son más útiles para nuestros intereses vitales o teóricos: «Una ontología es empíricamente relevante sólo porque proporciona los nudos que entrelazan los hilos de la red teórica22».
De este modo, Quine pretende que sus tesis son neutras respecto a la ontología. En La búsqueda de la verdad, culmina la exposición del capítulo sobre la referencia, precisamente con el parágrafo 13 titulado «La desactivación de la ontología23».
Ciertamente lo que exista en concreto en este mundo ha de determinarse de modo empírico, pero lo que, en general, puede existir, la tipología de los objetos, ha de ser determinado por la filosofía primera. Quine no quiere dar el paso hacia una ontología en sentido estricto, pero, y es aquí donde entra la principal crítica que deseo hacer a Quine en el presente artículo, me parece que tal «neutralidad» es imposible. En efecto, no se trata de que Quine niegue que los objetos de nuestra ontología ordinaria existan realmente, sino de que, en general, no hay objetos como entidades absolutas, independientes de nuestros predicados. Si Quine afirma que los objetos son «nudos» creados por nuestro lenguaje, eso significa que no existen «in re» tales nudos.
[…]
De todo esto, pienso que se puede concluir que una ontología procesual de carácter fenoménico, como la defendida por Quine, es imposible. Y esto no sólo por motivos ontológicos, sino principalmente por exigencias lógicas. La admisión de un sujeto real, último y determinado es absolutamente necesaria, pues, si no, nuestro hablar sobre el mundo carecería de sentido, se tornaría imposible.
* * *
Alfonso García Marqués Dpto. de Filosofía Universidad de Murcia E-30071 Murcia marques@um.es
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1 Quine, W., «Géneros naturales», en «La relatividad ontológica y otros ensayos», Tecnos, Madrid 1986, p. 163
2 Quine, W., «Pursuit of Truth», Harvard University Press, Cambridge 1990. Cito por la versión castellana «La búsqueda de la verdad», trad. de Javier Rodríguez Alcázar, Crítica, Barcelona 1992, p. 19. (En adelante, Quine, Verdad).
3 Quine, Verdad, p. 19.
4 Quine, Verdad, p. 19.
5 Quine, Verdad, p. 20.
6 Quine, Verdad, p. 21.
7 La extraña expresión ‘categórica observacional’ es la traducción que de ‘observation categorical’ ofrece Javier Rodríguez Alcázar. Aunque podría parecer que ‘observación categórica’ es mejor traducción, no es así. Doy por buena la de J. Rodríguez, pues pienso que hay que sobreentender ‘oración’. Es decir, se trataría de ‘oraciones categóricas observacionales’, en paralelo con las ‘observation sentences’, ‘sentencias (oraciones) observacionales’, de las que aquéllas serían una clase.
8 Quine, Verdad, p. 29.
9 Quine, Verdad, p. 31. No puedo entrar aquí en las muchas consecuencias de este planteamiento. Sólo señalo que contradice, en parte, la tesis de la lógica simbólica, incluida la interpretación del propio Quine. Según la lógica, las proposiciones cuantificadas universalmente no implican la existencia de sus posibles objetos, pero las categóricas observacionales focales son, evidentemente, universales y presuponen impresiones sensibles de objetos existentes. En ejemplos: «Todos los marcianos son verdes» es una proposición verdadera desde el punto de vista lógico, aunque los lógicos se apresuren a añadir, «vacuamente verdadera» por no existir marcianos. En efecto, dicha proposición lógicamente se formaliza así: «para todo objeto se cumple que si es marciano, entonces es verde». Pero Quine ahora sostiene que tales proposiciones son generalizaciones de observaciones sensibles, lo cual no el caso de las proposiciones lógicamente verdaderas sobre los marcianos.
10 Quine, Verdad, p. 45.
11 Quine, Verdad, p. 53. Nótese que Quine evita frecuentemente hablar de «propiedades», pero habla de «features» (rasgos o características). Me parece que la diferencia es puramente nominal. Esas dificultades son índice de la imposibilidad de eliminar totalmente las propiedades (aunque luego tengamos que discutir si todas son objetivas o hay otras ligadas a nuestra percepción, etc.). Sobre las dificultades de la posición de Quine, bien percibidas por él mismo, es interesante consultar el cap. 12, «Sobre la individuación de los atributos» de «Teoría y cosas» («Theories and Things», Harvard University Press, Cambridge 1981), donde –inútilmente– intenta hacer un esfuerzo de tolerancia hacia tales entidades: «Por el momento me propongo de tratar con tolerancia a los atributos o propiedades», p. 127.
12 Quine, Verdad, p. 46. Tres o cuatro años más tarde, en «Del estímulo a la ciencia» (Ariel, Barcelona 1998, pp. 36-53), Quine desarrolló de modo más técnico el proceso de reificación, pero sin que aportar diferencias de fondo con lo que había expuesto en «La búsqueda de la verdad».
13 Quine, Verdad, p. 47.
14 Quine, Verdad, p. 48.
15 Cfr. Quine, Verdad, p. 55. Recordemos la aversión de Quine a la lógica modal.
16 Quine, Verdad, pp. 55-56.
17 Quine, Verdad, p. 56.
18 Cfr. Quine, Verdad, p. 20. No olvidemos la actitud naturalista de Quine: «Doy primacía lingüística y conceptual a las cosas ordinarias […]. El peso que Russell colocó sobre los datos sensoriales, yo lo coloco sobre «inputs» neuronales […]. Soy capaz de adoptar esta postura a causa de mi naturalismo, de mi repudio de cualquier filosofía primera lógicamente anterior a la ciencia. Mi afinidad aquí no es con Russell sino con Neurath», «Reply to Stenius», «Synthese» XIX (1968) 269-272, p. 270.
19 Quine, Verdad, p. 56.
20 Cfr. Quine, «La relatividad ontológica y otros ensayos», Tecnos, Madrid 1986, pp. 76-80.
21 Quine, Verdad, p. 60.
22 Quine, Verdad, p. 59.
23 El título del parágrafo, en la edición inglesa de 1990, es «Ontological relativity», pero el traductor de la española, que traduce como «desactivación de la ontología», señala que ha basado su traducción en la nueva versión que Quine preparaba para una segunda edición; nueva versión inglesa, que yo no he podido consultar.
24 «…quizá descubramos que la misma noción de existencia, la tradicional, ha pasado a mejor vida. Puede que su lugar sea ocupado por una noción afín cuya similitud con la anterior nos permita seguir usando la misma palabra; así es como funcionan las cuestiones terminológicas», Quine, Verdad, p. 63.
25 Quine, Verdad, p. 104.
26 Quine, W., «Palabra y objeto», trad. Manuel Sacristán, Labor, Barcelona 1968, p. 65.
27 Sobre los objetos materiales como fusiones mereológicas, cfr. Pérez Otero, M., «Conceptos modales de identidad», Edicions de la Universitat de Barcelona, Barcelona 1999.
28 Blasco, J. Ll. «Compromiso óntico y relatividad ontológica», en Varios autores, «Aspectos de la filosofía de W.V. Quine», Dpto. de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Valencia, Valencia 1976, p. 131.
29 Quine, Verdad, p. 41.
30 Cfr. Pérez Fustegueras, A., «La epistemología de Quine», Fundación Juan March, Madrid 1981, pp. 30-35.
31 Inciarte, F., «Die Einheit der Aristotelischen Metaphysik», «Philosophisches Jahrbuch» 101 (1994), p. 11. (En adelante, Inciarte, Einheit).
32 Quine, Verdad, p. 55.
33 En esta argumentación presupongo la validez del principio de no contradicción: no es posible afirmar y negar el mismo predicado del mismo sujeto (simultáneamente, respecto a lo mismo, etc., y todas las demás precisiones habituales). Sobre la vinculación entre predicación, principio de no contradicción e identidad del individuo, me permito remitirme a mi artículos «Los que eso dicen destruyen la substancia y lo que era ser», en José Solana Dueso y otros (eds.), «Las raíces de la cultura europea» (Ensayos en homenaje al profesor Joaquín Lomba), Prensas Universitarias de Zaragoza, Zaragoza 2004, pp. 67-77; y «Substancia y principio de contradicción en el comentario de Averroes a Metafísica IV, 4', en «Averroes y los averroísmos». Actas del III Congreso Nacional de Filosofía Medieval, Sociedad de Filosofía Medieval, Zaragoza 1999, pp. 193-204.
34 Cfr. Inciarte, Einheit, p. 9.
35 Por supuesto, Quine no estaría de acuerdo en absoluto con lo que escribo en este párrafo, pues afirma que todas las propiedades están al mismo nivel: tan sólo se destacan unas u unas u otras por intereses circunstanciales. Sin embargo, ¿caracterizan igualmente a Sócrates ser hombre, que ser griego, que haber estornudado tal día en tal momento?
36 Cfr. Inciarte, Einheit, pp. 9-11. 37 Cfr. Inciarte, Einheit, p. 12.
38 Comenta Inciarte, Einheit, p. 18: «Realismo y rechazo de la substancia, que en cada instante está toda (o sea, que no tienen ningún trozo temporal) son incompatibles, asimismo y por el mismo motivo son incompatible esencialismo y holismo. Si todo (anaxagoréicamente) está ya contenido en todo, permanecer y pasar así como devenir en general son sólo apariencias, epifenómenos».
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