Por: Johan Ríos Rivas, con maestría en Diplomacia y Relaciones Internacionales en la Academia Diplomática del Perú “Javier Pérez de Cuéllar”. Miembro honorario del Taller de Estudios Internacionales “José Luis Bustamante y Rivero” de la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la UNMSM.
La pandemia del COVID-19 no es la Peste Negra pero al igual que la caída del Muro de Berlín o el derrumbe de las Torres Gemelas, existe una sensación colectiva inconfundible de que estamos viviendo algo insólito, y en momentos como estos, inevitablemente queremos averiguar frente a qué futuro nos enfrentaremos.
A lo largo de la historia registrada, las plagas y pandemias han sido una tremenda fuente de inestabilidad en los asuntos humanos. Durante los últimos meses, muchos académicos han formulado posibles secuelas que la pandemia dejará en el mundo. Unos afirman que nos encontramos en un turning point de la historia moderna: un reshape del orden internacional [1] [2]. Otros predicen que la pandemia provocará un nuevo orden mundial liderado por China [3] [4]. Hay quienes afirman que la pandemia acelerará la historia en lugar de remodelarla [5]; otros esperan que marque el comienzo de una nueva era de cooperación global [6]. Y aún otros proyectan que se alzarán los nacionalismos en muchos partes del mundo, socavando el libre comercio [7]. ¿Frente a qué futuro nos enfrentamos?
El papel de los Estados Unidos como líder mundial en las últimas siete décadas se ha construido no solo sobre la riqueza y el poder, sino también, y de igual importancia, sobre la legitimidad que fluye de la gobernanza interna de los Estados Unidos, la provisión de bienes públicos globales, y la capacidad y voluntad para reunir y coordinar una respuesta global a las crisis. La pandemia del coronavirus está probando los tres elementos del liderazgo estadounidense. Sin embargo, Washington no ha reunido al mundo en un esfuerzo colectivo para enfrentar el virus o sus efectos económicos. Además, tampoco ha reunido al mundo para seguir su ejemplo al abordar la enfermedad en su territorio. Pero no hablo de una reducción en su poder económico o militar (capacidad de actuar), sino de una vacilación en su voluntad de actuar. Y, claro, el presidente Donald Trump se ha encargado de transmitir el poco interés, ya sea en alianzas o en mantener el papel principal tradicional de los Estados Unidos para abordar los principales problemas globales, con su ya célebre mensaje American First, que prometía que Estados Unidos sería más fuerte y más próspero si hiciera menos en el extranjero, y enfocara sus energías en los asuntos internos [8]. En cierta medida, creo que la COVID-19 reforzará dicho mensaje entre los ciudadanos americanos, en tanto ahora son el foco infeccioso del virus en el mundo [9].
A medida que Washington vacila, Beijing se mueve rápida y hábilmente para aprovechar la apertura creada por los errores de Estados Unidos [10], llenando el vacío para posicionarse como el líder mundial en la respuesta a la pandemia. Está trabajando para promocionar su propio sistema, proporcionar asistencia material a otros países e incluso organizar a otros gobiernos [11]. Aunque la vida en China aún no ha vuelto a la normalidad, Beijing está trabajando para convertir estos primeros signos de éxito en una narrativa más amplia para transmitir al resto del mundo, una que haga que China sea el jugador esencial en la recuperación mundial que se avecina al tiempo que elimina su mala gestión anterior de la crisis –incluso, se discute la posibilidad que Beijing sea responsable internacionalmente [12] [13]. La ventaja de Beijing en asistencia material se ve reforzada por el simple hecho de que gran parte de lo que el mundo depende para luchar contra el coronavirus se hace en China: mascarillas, respiradores Nº 95, ingredientes farmacéuticos, entre otros [14].
En segundo lugar, el nuevo coronavirus se perfila como una enorme prueba para la globalización. La pandemia ha devastado países abiertos y cerrados, ricos y pobres, orientales y occidentales. A medida que las cadenas de suministro se rompen y las naciones acumulan suministros médicos y se apresuran a limitar los viajes, la crisis está obligando a una importante reevaluación de la economía global interconectada. La globalización no solo ha permitido la rápida propagación de enfermedades contagiosas, sino que ha fomentado una profunda interdependencia entre las empresas y las naciones que las hace más vulnerables a las crisis inesperadas. Ello, es una prueba más de que la globalización es una realidad, no una elección. Lo que falta es cualquier signo de una respuesta global significativa. La ley de Newton —que por cada acción hay una reacción opuesta e igual— aparentemente ha sido suspendida. Pero, con ello no quiero decir que la globalización haya fallado. La lección es que la globalización es frágil, a pesar de o incluso debido a sus beneficios.
Por otro lado, muchos presidentes en todo el mundo han autodefinido a esta situación como “una guerra contra un enemigo invisible”. Cuando los líderes aceptaron que la guerra contra la COVID-19 era necesaria, pronto se dieron cuenta de que carecían de armas. Se estima que para producir una vacuna todavía faltan entre 12 y 18 meses [15]. Exactamente, la pandemia ha resaltado dos realidades: ningún país, por poderoso que sea, puede enfrentarla con éxito por sí misma, y el fracaso de las organizaciones internacionales para apalear estos desafíos [16] [17]. La triste pero inevitable verdad es que, aunque la frase "comunidad internacional" se usa como si ya existiera, es principalmente aspiracional, y se aplica a pocos aspectos de la geopolítica en la actualidad. Esto no cambiará en el corto plazo.
Las principales respuestas a la pandemia han sido nacionales, no internacionales [18] [19]. Y una vez que pase la crisis, el énfasis cambiará a la recuperación nacional. Posiblemente haya un enfoque renovado en el potencial de interrupción de las cadenas de suministro junto con un deseo de estimular la fabricación nacional. El comercio mundial se recuperará en parte, pero por algunos meses una mayor parte será administrada por los gobiernos en lugar de los mercados. Una razón para este pesimismo es que la cooperación entre los dos países más poderosos del mundo es necesaria para enfrentar la mayoría de los desafíos globales; sin embargo, las relaciones entre Estados Unidos y China se han deteriorado durante los últimos años. La pandemia está exacerbando la fricción entre ambos países [20].
La pandemia del COVID-19 no es
la Peste Negra pero al igual que la caída del Muro de Berlín o el derrumbe de las Torres Gemelas, existe una sensación colectiva inconfundible de que estamos viviendo algo insólito. |
Finalmente, es probable que la pandemia refuerce la recesión de las instituciones democráticas y la (des)protección de los derechos humanos durante los últimos años. Hoy observamos un papel más amplio del gobierno en la sociedad, ya sea para restringir el movimiento de poblaciones o proporcionar ayuda económica [21]. Las libertades civiles están siendo tratadas como víctimas de esta guerra. En Europa, la propagación de la COVID-19 ha puesto de manifiesto – nuevamente– el cuestionamiento al control de las fronteras y el problema de la deuda. Y, en los países de renta baja, la debilidad estatal ha sido un problema global significativo durante décadas, pero el costo económico de la pandemia creará estados aún más débiles o fallidos.
Además, la resistencia en gran parte del mundo desarrollado a aceptar grandes cantidades de inmigrantes y refugiados, una tendencia que había sido visible durante al menos la última mitad de la década, también se intensificará con la pandemia. Esto se debe en parte a la preocupación por el riesgo de importar enfermedades infecciosas; además, el alto desempleo hará que las sociedades desconfíen de aceptar personas externas. Esta oposición crecerá incluso a medida que el número de personas desplazadas y refugiados, ya en niveles históricos, continúe aumentando significativamente a medida que las economías ya no puedan mantener a sus mismos ciudadanos.
Esta crisis debería traer un compromiso renovado para construir un orden internacional más robusto, tan igual como la calamidad de la Segunda Guerra Mundial condujo a acuerdos que promovieron la paz, la prosperidad y la democracia durante el siglo XX. Sin embargo, ¿el mundo de hoy es el mismo de 1945? No, hoy el poder se distribuye en muchas más manos, tanto estatales como no estatales. Ningún actor disfruta de la posición que los Estados Unidos disfrutaba en 1945. Es incierto el futuro que afrontaremos. Lo único cierto es que esta pandemia nos ha dado una lección de humanidad: la solidaridad, empatía y fraternidad como dones del ser humano necesarios para la superación de tiempos calamitosos.
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