Tres Keynes en la teoría General
Axel Kicillof
Axel Kicillof
La siguiente es una transcripción de una publicación de Documentos del CEPLAD, colección "Archivo Abierto", Serie "Temas de Historia del Pensamiento Económico", noviembre de 2002
Introducción
El primer tercio del siglo XX fue escenario de profundas transformaciones que sacudieron los cimientos de la moderna sociedad capitalista. Para caer en la cuenta de la dimensión de estas transformaciones, basta con evocar tres acontecimientos: la primera guerra mundial en 1914, la revolución rusa de 1917 y la crisis económica mundial de 1929.
La violencia de estos cambios puso en cuestión, sin duda, la subsistencia misma de la sociedad burguesa como tal; entretanto, en el campo de la teoría económica, la doctrina marginalista terminaba de imponerse en los círculos académicos y profesionales como el discurso científico oficial, desplazando del terreno a la economía política clásica, dominante durante la mayor parte del siglo XIX. Los esfuerzos teóricos de la escuela neoclásica dieron como fruto un nuevo sistema de categorías que se destaca por su cuidada consistencia formal, su método análogo al de las ciencias naturales –en especial la física- y novedosos resultados en el plano discursivo. Dedicaremos el primer apartado de este trabajo a una breve exposición de sus aspectos más relevantes para nuestro estudio.
El marginalismo encierra la pretensión de elevar las formas de conciencia del hombre capitalista al rango de conducta natural y eterna del ser humano. La acción del individuo, siempre y cuando no sea entorpecida por fuerzas ajenas al proceso económico mismo, es decir, en tanto sea libre, asegura la asignación eficiente de los recursos. La libre expresión del interés individual, con la mediación espontánea de los mecanismos automáticos del mercado, conduce a posiciones llamadas de equilibrio. En nuestro desarrollo mostraremos la centralidad que adquiere para este enfoque la noción de equilibrio, que tiene la fantástica potencia de transformar en armonía al ineludible choque de intereses contrapuestos. Por un lado, la intervención autónoma del mercado en el proceso de circulación de la riqueza garantiza que se alcance la mejor asignación posible de los recursos existentes, beneficiando a todos los participantes. Se resuelve así el aparente enfrentamiento entre compradores y vendedores. En lo que respecta a la producción (que es reducida a un acto de compraventa en el mercado), el equilibrio asegura además una remuneración "justa" para todas las partes intervinientes. Cada quien obtiene una remuneración proporcional a su contribución (física) en la fabricación del producto.
Todo cambio histórico que afecte al proceso económico queda por definición desterrado del campo de la teoría ortodoxa, que como señalamos niega el carácter específico de su objeto de estudio. El mercado, modo eficiente y racional par excellence de asignar recursos, es la expresión más perfecta de la naturaleza humana.
La economía oficial es sorprendida, nada menos que en plena crisis de los años 30, en su incapacidad para dar cuenta de las transformaciones ocurridas en la sociedad, a pesar de sus devastadores e inocultables efectos económicos y sociales. En 1936 este mundo color de rosa en que el marginalismo había convertido a la sociedad burguesa no comulgaba con el "estado de ánimo" imperante, ni estaba a la altura de las acuciantes necesidades de sus propios mentores.
Dice al respecto JohnMaynard Keynes:
"Tal optimismo es el causante de que se mire a los economistas como Cándidos que, habiéndose apartado de este mundo para cultivar sus jardines, predican que todo pasa del mejor modo en el más perfecto posible de los mundos, a condición de que dejemos las cosas en libertad" (Keynes, 1992: 40)
La economía se había alejado demasiado del movimiento real de su objeto de estudio y se elevaban voces clamando por adecuar la una al otro. Sin embargo, lo que los economistas proscribían de sus textos, era puesto en práctica insolentemente por la política y la historia. El New Deal americano se anuncia tres años antes de la publicación de la Teoría General. La interpretación idealista –que es la que generalmente adopta la historia del pensamiento económico, pero también gran parte de la ciencia política - cae presa de la ilusión, invirtiendo los términos: el proceso histórico es resultado de las formas políticas, y peor aun, de las doctrinas económicas.
El Estado del capital respondió espontáneamente, aunque no sin resistencias, al desempleo generalizado con la intervención directa en los negocios de la sociedad civil, haciendo caso omiso al cartel fijado en la puerta de la industria que reza "noadmittance except on business". De la economía oficial, mientras tanto, sólo se escuchaban impotentes reproches y unas pocas propuestas a todas luces inconducentes. Así, la reformulación de la ciencia económica burguesa se presentaba como una necesidad impostergable, y esta tarea cayó en manos de un prestigioso economista ortodoxo, discípulo insigne de AlfredMarshall. Keynes será además el encargado de decretar a la ciencia económica en estado de emergencia, y de convencer a sus pares de abjurar de su antigua fe; para hacerlo se coloca en un sitio privilegiado: el del converso. "Yo mismo defendí durante muchos años con convicción las teorías que ahora ataco y creo no ignorar cuál es su lado fuerte". (Keynes, 1992:9)
"Si la economía ortodoxa está en desgracia, la razón debe buscarse no en la superestructura, que ha sido elaborada con gran cuidado por lo que respecta a su consistencia lógica, sino en la falta de claridad y generalidad de sus premisas" (Keynes, 1992:9)
En el prefacio de su obra define sin eufemismos la causa de aquella desgracia.
"Sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales" (Keynes 1992: 15).
Y peor aun. "Han destruido casi toda influencia práctica de la teoría económica" (Keynes, 1992: 9, subrayado AK)
Era menester reformular la economía, revisar los "supuestos básicos de la teoría", para que sus portavoces recobraran su codiciada "influencia práctica" (léase, política). El proyecto requería cuestionar sus premisas pero con delicadeza suficiente como para no ocasionar un derrumbe estrepitoso de la cuidada construcción teórica que tantos servicios presta en el campo de la apologética. La crítica no podía traspasar ese límite. Un acontecimiento histórico reciente se encargaba de que ese límite estuviese presente, como una amenaza latente: la revolución de octubre. Era menester tomar una posición.
"The class war will find me on the side of the educated bourgeoisie." (Keynes, Am I a liberal?)
El marginalismo creó un mundo propio, basado en supuestos tan irreales como estrictos. Atacar al sistema en cualquiera de sus puntos exponía a la crítica a cargar con las consecuencias de haber abierto la caja de Pandora. La Teoría General transita por esta delicada frontera. Keynes se mueve en ese terreno con magistral precaución, cuestionando por aquí, conservando por allí. Nuestro propósito es mostrar que la crítica keynesiana, pese a esa cautela, y en tanto se trata de una crítica inmanente al sistema neoclásico, encierra la potencia de trascenderse a ella misma, animada por el irrefrenable impulso del concepto. Este impulso alarma sin duda al mismo Keynes, que termina confinando sus ideas más controvertidas en los remotos –y poco visitados- capítulos finales de su libro.
Exponemos a continuación un bosquejo de nuestra propuesta interpretativa. En la obra de teoría económica más influyente del siglo XX, la Teoría General, conviven tres Keynes a los que bautizaremos Keynes el práctico, Keynes el teórico y Keynes el utópico.
En correspondencia con estas tres personalidades que conviven en la persona de nuestro autor, en el texto cohabitan tres niveles expositivos, de distinta profundidad, a los que dedicaremos los apartados segundo, tercero y cuarto. Estos tres niveles no concuerdan exactamente con el orden expositivo de la Teoría General.
Para aislarlos y distinguirlos es menester recorrer el texto completo, descosiendo la trenza mediante el análisis, dotando a la obra de una unidad de la que carece en su expresión inmediata.
En primer lugar, expondremos la crítica superficial de Keynes a la economía neoclásica:
la crítica tal como aparece, con sus resultados inmediatos. Esta crítica tiene un doble sustento. Por un lado, se reconocen dos cambios históricos decisivos: la intervención de los sindicatos en la fijación del salario; y la mediación del mercado bursátil en las decisiones de inversión. Ninguna de estas dos instituciones –sindicato y bolsa- es en sí novedosa y exclusiva de este período, pero alcanzan un nivel de desarrollo que les confiere una nueva trascendencia. Por otro lado, Keynes arremete contra dos pilares básicos del pensamiento neoclásico: el enfoque estático y la existencia de una magnitud fija de producto (ambos aspectos se encuentran mutuamente implicados). Aunque la discusión se limita exclusivamente a impugnar al mercado neoclásico de trabajo, la eficacia de la maniobra se refleja en sus devastadores resultados.
Después de la crítica el panorama se transforma por completo, hasta volverse irreconocible.
El resultado es, empero, eminentemente político. La responsabilidad del desempleo sólo puede ser atribuida a la caprichosa conducta de los empresarios, que por caprichosa no deja de ser inevitable. Este aporte es suficiente para provocar un giro completo en el discurso que se desprende de la teoría económica en lo referente a la desocupación. Por otra parte, de aquí en más, el sistema capitalista deja de ser un perpetuum mobile que transita por un camino sembrado de prosperidad.
Keynes empuja la primera pieza de dominó de la fila, y ésta a la que sigue.
Penetramos en el segundo nivel de la crítica, en el que habremos de enfrentar problemas conceptuales más complejos. Al insuflar vida al estático sistema neoclásico, las categorías fundamentales se sacuden el polvo para recobrar su aliento vital. En el mundo del equilibrio y el intercambio puro, el dinero es un mero numerario, un bien cualquiera (xi) que se escoge arbitrariamente para indicar la relaciones de cambio entre los restantes. Todo cambia cuando se agregan nuevos cuadros a la película antes detenida..
El mecanismo neoclásico termina con su tarea, se detiene, cuando los bienes disponibles se han distribuido entre los individuos, en provecho mutuo. Luego de operar en un instante, el movimiento cesa, los bienes desaparecen, se extinguen en el acto de consumo; si aquí nos detenemos, nada queda. Pero ni bien se admite la existencia del futuro, encontramos que una porción de los bienes no es consumida, sino que subsiste y reaparece en el próximo cuadro.
Una primera mirada a este mundo post-neoclásico se topa con los bienes de capital no agotados. Pero junto a ellos se encuentra también el dinero que sólo cambió de manos pero no fue deglutido por el proceso de cambio ni absorbido por el estómago del consumo, sino que retiene y conserva poder de compra. Keynes deberá resolver un problema teórico que la ortodoxia había barrido debajo de la alfombra: no tendrá más remedio que establecer las diferencias entre los bienes durables y el dinero.
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