Del espiritu del capitalismo al capitalismo espiritual
Gil-Manuel Hernàndez i Martí
El objetivo del siguiente ensayo consiste en trazar una somera trayectoria histórica que explique la singular relación mantenida entre el sistema capitalista de producción y la esfera de la espiritualidad humana. Aparentemente podría tratarse de dos ámbitos claramente alejados, uno claramente materialista, el otro evidentemente inmaterial, pero como ya se encargó de demostrar Max Weber, nada más alejado de la realidad. De hecho, lo que nos proponemos es llevar el razonamiento de Weber algo más allá, especulando sobre cómo la relación entre capitalismo y espiritualidad se ha prolongado hasta nuestros días, aunque con insospechadas y sugerentes transformaciones.
Según nuestra hipótesis, la relación entre capitalismo y espíritu ha transitado por cuatro fases bien diferenciadas, que iremos desgranando, pero que contienen una auténtica dialéctica entre los dos mundos relacionados. En una primera fase, la del espíritu del capitalismo, tan magistralmente mostrada por Weber, se observa como el capitalismo hunde sus raíces en una creencia religiosa, concretamente el ascetismo puritano de orientación calvinista. Unas raíces espirituales que el capitalismo, ya librado a su propio desarrollo autónomo, y estrictamente guiado por razones materialistas, abandona posteriormente, dando lugar así a una segunda fase, la del capitalismo clásico, el capitalismo sin espíritu.
Sin embargo, desde los años sesenta del siglo XX, y facilitada por la propia intensificación de la globalización impulsada por el capitalismo, va emergiendo una «nueva espiritualidad» en el mundo occidental, de carácter global, holístico e híbrido, pues conecta Oriente y Occidente, así como las diversas tradiciones espirituales místicas y las exigencias de reencantamiento de la modernidad.
Una nueva espiritualidad que, unida a la revitalización de ciertas expresiones místicas de las religiosidades clásicas, acabaría generando, paradójicamente, la oportunidad de un nuevo nicho de mercado para el negocio capitalista, una tercera fase que hemos dado en llamar el capitalismo espiritual. Este funcionaría como una práctica mercantil, es decir, como un negocio capaz de generar todo un sector específico de bienes y servicios, pero también como un discurso legitimador del neoliberalismo actualmente dominante. En este sentido, el discurso del capitalismo espiritual estaría promoviendo un «nuevo» espíritu del capitalismo, en la medida que se justificaría el proceder capitalista contemporáneo (neoliberalismo) desde un «trabajo» espiritual desligado de las confesiones religiosas al uso.
EL ESPÍRITU DEL CAPITALISMO
Weber define el «espíritu» del capitalismo como una nueva mentalidad económica que se forma en la edad moderna, especialmente entre los siglos XVII y XVIII sobre la base de la Reforma protestante. Weber se refiere a una ética, detectable en algunos relevantes textos de esos siglos, que considera como un deber moral el ganar dinero, sin tomar en consideración ningún tipo de interés individual como la felicidad o el placer del individuo. Ganar dinero se convierte en un fin en sí mismo, al que todos los demás fines están subordinados, y se ancla en el fondo de la personalidad del sujeto.
Esta nueva mentalidad o «espíritu», que no es resultado de la codicia humana, que siempre ha existido, se opone a una mentalidad económica que Weber denomina como tradicionalista, según la cual se trabaja para vivir y no al revés, no considerando, en ningún caso, el trabajo y el enriquecimiento como un deber moral. En la mentalidad capitalista, y desde el punto de vista de la felicidad individual, llama la atención el elemento de irracionalidad que contiene: la entrega absoluta al trabajo.
Para Weber el origen de este elemento irracional reside en el protestantismo ascético calvinista, que proporciona el fundamento religioso de esa idea de trabajo como «profesión», superadora de la mentalidad económica tradicional.
La conclusión final a la que llega Weber es que «el modo de vida racional sobre la base de la idea de profesión, que es uno de los elementos constitutivos del espíritu capitalista, y no sólo de este sino de la cultura moderna, nació del espíritu del ascetismo cristiano» (Weber, 2002:232).
Weber denomina «espíritu del capitalismo» o «espíritu capitalista» a la mentalidad o actitud que aspira sistemática y profesionalmente al lucro por el lucro mismo.
Este mentalidad se llama capitalista porque encontró en la empresa capitalista moderna su forma más adecuada y porque se convirtió en el motor «mental» más adecuado para la misma. Con todo, Weber señala que el «espíritu» capitalista y el capitalismo no son lo mismo: la mentalidad o actitud y el sistema o forma se comportan de forma relativamente independiente entre sí.
El «espíritu» es, en realidad, un habitus, una disposición psíquica del individuo que se manifiesta en sus pautas de comportamiento, en los criterios con los que organiza su vida.
El «espíritu» es relativamente independiente tanto de las ideas como de las instituciones o sistemas donde actúa el individuo. Implica una norma de vida, una obligación moral, un deber absoluto que está por encima de cualquier consideración hedonista o utilitarista (Abellán, 2002).
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