Cuando los economistas damos una explicación de cualquier fenómeno económico, como, por ejemplo, por qué suben los precios o por qué se producen las crisis, lo que estamos haciendo es aplicar una determinada teoría económica a la explicación de la realidad. Es decir, estamos haciendo economía aplicada.
Detrás de esas interpretaciones que hacemos (seamos conscientes de ello o no, y sea explícitamente o no), hay una teoría general sobre el funcionamiento de la economía y sobre el comportamiento económico. Por ello, para que esas explicaciones sean correctas, la teoría debe estar bien fundamentada. De hecho, supuestamente, lo que debería enunciar una teoría sería el conjunto articulado de regularidades que se dan en el funcionamiento de una economía. Es decir, tendría que tener detrás unas leyes (sin entrar en el alcance que puedan tener) que den cuenta de sus procesos básicos. Sería el que detrás de esta explicación existieses esas leyes lo que le conferiría el carácter científico a la misma.
Sin embargo, en la práctica real las cosas no están tan claras: la teoría económica ortodoxa aspira a estar enunciando las leyes del comportamiento económico (e incluso no económico) universal. Partiendo de las cuales construiría, mediante la abstracción en su mala acepción (es decir, eliminando elementos importantes, que influyen en el objeto de estudio, de la explicación), unos modelos con los que explicaría nuestra realidad económica.
Sin embargo, lo que se consideran las leyes del comportamiento humano no son más que ideas simplistas sobre lo que se cree que es la naturaleza humana, que no tienen otra fundamentación que divagaciones acerca de no se qué náufrago en no se qué isla desierta. Así, los modelos no pueden sino construirse deduciendo de esos supuestos, acerca de las supuestas naturaleza y comportamientos humanos, el conjunto de relaciones y resultados que explicarían cómo funciona una economía. Lo cual quiere decir que esos modelos no son fruto de un estudio histórico que intentase descubrir las leyes que rigen una economía, y una sociedad, mediante una correcta abstracción (es decir, sacando lo abstracto o general de lo concreto, la esencia de la particularidad) que haga visibles las relaciones generales que están detrás de los fenómenos históricos concretos.
Por el contrario, mediante la agregación de los resultados de esos comportamientos individuales, que estudia la microeconomía, como se construyen los modelos macroeconómicos con los que se estudia al conjunto de la economía. En ambos casos se pueden plantear diferentes situaciones (salarios rígidos o flexibles, información completa o incompleta, competencia perfecta o imperfecta…) y estudiar que resultados produce la adaptación de ese comportamiento racional, que habría que llamar optimizador, del homo oeconomicus a las nuevas circunstancias. Así se podrán deducir conclusiones (que todos conocemos de antemano: liberalización, privatización, apertura externa; o concretando un poco más: políticas monetaria y fiscal restrictivas) acerca de qué política económica hay que practicar para que la economía mejore su eficiencia y crezca más (momento en el que nos tendríamos que preguntar quién ha elegido al crecimiento económico como el objetivo básico de la sociedad).
Olvidando, eso sí, las diferencias entre un modelo de competencia perfecta y una economía liberalizada, privatizada y abierta al comercio exterior (véase el artículo de J.Segura, quien es favorable a la teoría económica ortodoxa, pero crítico con sus malos usos, “Competencia, mercado y eficiencia”).
Todos esos resultados se habrán obtenido mediante razonamientos que acaban siendo simples juegos de lógica formal en un terreno que está totalmente alejado de la realidad: el terreno de las ideas, en el que no se considera en absoluto a la historia (quizás porque se cree que acabó con el final advenimiento de esa sociedad acorde a la verdadera naturaleza humana). En efecto, la estaticidad del análisis, que toma en cuenta la evolución histórica de las condiciones sociales que determinan el funcionamiento de una economía, se plasma en la consideración de un tiempo que sólo tiene dos momentos: el inicial de equilibrio en el que se modifica una de las variables (ceteris paribus, claro) y el momento de la consecución del nuevo equilibrio.
Por mucho que se construyan modelos que tengan en cuenta algunas de las diferentes condiciones que puedan existir en la economía, la teoría ortodoxa (no sólo la neoclásica) es incapaz de hacer frente a la complejidad de la cultura, la sociedad y las instituciones que son determinantes tanto para la acción económica como para el desenvolvimiento de una economía. Y lo es porque su construcción no se ha hecho partiendo del estudio histórico -social de la sociedad concreta cuya economía se quiere comprender, sino partiendo de idealizaciones estudiadas en islas desiertas.
Pero, después de todo lo dicho, se plantea la duda: ¿es posible construir la teoría de otra manera? Se puede responder a eso haciendo mención a algunas propuestas específicas de formación de una teoría de manera no-ortodoxa:
Empezando por la de K.Marx: lo que hace en “El Capital” es intentar conocer, con un estudio histórico, “la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna”. Tal “ley” estaría acotada a la sociedad capitalista, es decir, no tiene pretensión de universalidad y, por ello, tendría un carácter histórico. Supone una teoría acerca del funcionamiento general, pero también de la dinámica de evolución, del capitalismo como sistema socioeconómico. Su conocimiento (que está basado en el método del materialismo dialéctico en el que no vamos a profundizar) se intenta obtener partiendo del análisis histórico, de la observación de la particularidad, tal y como se presenta en la realidad, del llamado “concreto material”.
De la abstracción del carácter particular de sus elementos, no eliminando elementos de la realidad, sino sacando lo que existe de general en ellos, se obtienen las categorías generales y simples que representan lo que es común a todo proceso de producción (por ejemplo, el trabajo en general), es decir, se obtiene el llamado “abstracto intelectual”. Analizando, y teniendo presente, continuamente el proceso histórico real se intenta explicar cómo esa categoría general y simple ha tomado una forma particular y compleja en una sociedad determinada (siguiendo con el ejemplo, se explicaría cómo ha surgido y en qué consiste el trabajo asalariado en la sociedad capitalista), consiguiéndose el “concreto intelectual”. De esta forma se van construyendo todos los conceptos y se van estableciendo las relaciones entre ellos, pudiendo hacer ver (no olvidemos que en el ámbito de la teoría, la cual se utilizará para interpretar los fenómenos históricos concretos) los procesos básicos que rigen el funcionamiento de una economía. Es decir, se explica el comportamiento económico y la evolución de un sistema socio-económico en unas condiciones histórico-sociales concretas. Habiendo formado una estructura teórica mediante el análisis histórico.
Aún así, de esta manera no se hace frente totalmente a la complejidad y a las variaciones existentes dentro del capitalismo. En efecto, éste ha tomado diferentes formas a lo largo de su historia, formas en las que se han alterado los procesos y las relaciones explicadas por el análisis marxista. Así lo hacen ver los autores de la Escuela de la Regulación y, en concreto, su fundador M.Anglietta (“regulación y crisis del capitalismo. La experiencia de los EE.UU).
Sin profundizar en sus planteamientos (como tampoco hemos hecho con los de Marx), porque no es el objetivo de este escrito, se puede decir que dividen la evolución histórica del capitalismo en diferentes modos de desarrollo (cuyo ejemplo que puede resultar más paradigmático es el modo de desarrollo fondista) que van surgiendo fruto de las dinámicas sociales (algo que tampoco tienen en cuenta los planteamientos ortodoxos que hacen surgir su sistema económico de la nada ignorando las continuas transformaciones de la historia, como si hubiese estado allí desde el “big bang”), dinámicas sociales que se dan al entrar en contradicción un régimen de acumulación y el modo en que está regulado socialmente el proceso de acumulación capitalista.
Lo importante de ello es que se ha logrado haciendo “un razonamiento teórico que entraña un análisis histórico” (no obstante, se basa en el análisis de la historia de los EEUU). En este caso lo que se ha conseguido es la enunciación de las leyes de la acumulación capitalista para unas condiciones sociales e institucionales delimitadas históricamente. Es decir, exponer cómo van variando aquellas según lo hacen el régimen de acumulación y el modo de regulación. Exponer tanto las condiciones de la reproducción de una sociedad (es decir, por qué se mantienen esas leyes) como las de su ruptura (por qué dejan de ser válidas y surgen del conflicto social nuevas formas). Todo ello haciendo, según evoluciona la sociedad, continuas idas y vueltas entre lo abstracto y lo concreto. De esta manera, la teoría se hace histórica y la historia se puede interpretar con ayuda de la teoría (con las ventajas, en las que no se va a entrar, que eso conlleva). La teoría evoluciona según lo hace la sociedad (no dándose nunca por acabada), construyéndose, de ese modo, distintas teorías para diferentes realidades (acabando con la separación entre ellas).
Sin embargo, incluso las teorías obtenidas de esta manera seguirían sin estar completas si no se toman en consideración toda una serie de elementos sociales, políticos y culturales. No es este el momento de hacer una crítica profunda a la separación de las ciencias sociales, ni de proponer, argumentadamente, el intento de un estudio unificado de una realidad social que es única y no está separada en ámbitos como las disciplinas que la estudian. Por ahora, se tomará una postura más moderada afirmando la necesidad de que los análisis económicos tomen en consideración cuestiones tan importantes como los comportamientos sociológicos, la estructura política o las representaciones culturales de una sociedad.
En efecto, aunque se argumentase que todos esos elementos son fruto en último término de las condiciones materiales de una sociedad, no se podrá negar que también ellos determinan y explican el comportamiento económico (dónde más claro se puede ver es en el consumo, aunque también tengan incidencia en el ámbito productivo). Es cierto, que desde posiciones como las que se acaban de presentar siempre se ha entendido la economía como economía política, y por ello, se han tratado tanto el conflicto político-social como las cuestiones culturales. Sin embargo, quizás, haya faltado su inclusión, sobre todo la de éstas últimas, entre los factores explicativos en el estudio del ámbito económico, y no sólo como factores explicados desde su origen en éste.
Por otro lado, por mucho que la economía hegemónica sólo crea en la conducta optimizadora de medios como modelo de acción humana universal, cualquier acercamiento a estudios históricos y/o antropológicos demuestran que esto no es así (véase el maravilloso libro de K.Polanyi “La gran transformación”, o los estudios de antropología económica de M.Harris). No se quiere decir que no haya situaciones en las que las personas hacen cálculos económicos racionales (entendidos en el sentido ya dicho), sino que la diversidad de la acción humana es mucho mayor y su complejidad no puede ser reducida a aseverar el supuesto egoísmo innato del ser humano.
Desgraciadamente, por ahora, no existen apenas acercamientos que permitiesen integrar lo dicho en los estudios económicos, acercamientos a las disciplinas que han hecho importantes avances en los estudioso sociológicos y culturales en los procesos económicos como la antropología económica, la sociología del consumo, la sociología industrial y de la empresa o tantas otras.
Quizás uno de los pocos intentos que se hayan hecho de integrar los elementos de los que hemos hablado ha sido el de la llamada economía cultural. Ésta entiende y analiza la economía como cultura. Partiendo de una visión no-materialista, cree que es tanto un “producto cultural” como un “productor cultural”, que está vinculada a la “producción de valores y significados” y que “tiene una dimensión simbólica, es decir, expresiva y comunicativa”. Con esta base critica tanto la concepción hegemónica de lo económico como estudio de la asignación eficiente de los recursos, como la separación del ámbito económico en un dominio apartado ya que creen que los seres humanos son “seres totales” (complejos y multidimensionales) que no deben ser reducidos como lo hace la economía. Con esa base llevaría a cabo estudios, dentro de la consideración de la diversidad de culturas y sociedades existentes, estudios culturales de lo económico.
Es una de las posibles vías, aunque en este caso la construcción de una teoría general se haga más difícil.
De cualquier modo, a falta de mayores desarrollos, ya seríamos capaces de responder a la pregunta que nos hemos hecho ya hace un rato: sí que es posible salir del simplismo y la fantasía del intento universalizador de la economía que sufrimos en la mayoría de nuestras clases, y lograr avanzaren la obtención de una teoría económica que sirva para poder comprender mejor el mundo en el que vivimos y, ¿por qué no? Poder transformarlo…
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