INTRODUCCIÓN
de F. A. Hayek
La historia de la economía política es rica en ejemplos de precursores
olvidados, cuya obra no despertó ningún eco en su tiempo y que sólo fueron
redescubiertos cuando sus ideas más importantes habían sido ya difundidas por
otros. Es también rica en notables coincidencias de descubrimientos simultáneos
y de singulares peripecias de algunos libros. Pero difícilmente se encontrará
en esta historia, ni en la de ninguna otra rama del saber, el ejemplo de un
autor que haya revolucionado los fundamentos de una ciencia ya bien establecida
y haya conseguido por ello general reconocimiento y que, a pesar de todo, haya
sido tan desconocido como Carl Menger.
Apenas si existen casos paralelos al de los Principios, que
tras haber ejercido un influjo firme y permanente hayan tenido —debido a causas
totalmente accidentales— tan limitada difusión.
Para los historiadores resulta incuestionable que la posición poco menos
que excepcional alanzada por la Escuela austriaca en el proceso de desarrollo
de la economía política en los últimos sesenta años se debe casi en su
totalidad a los fundamentos sobre los que la asentó este gran economista. Es
cierto que la fama de la Escuela de cara al exterior y el desarrollo de algunas
panes esenciales del sistema se deben a los esfuerzos de sus brillantes
seguidores Eugen von Böhm-Bawerk y
Friedrich von Wieser.
Pero no es oscurecer los méritos de estos dos hombres afirmar que sus ideas
fundamentales surgieron en su totalidad de Carl Menger.
De no haber tenido tales discípulos, su nombre habría quedado envuelto en una
suave penumbra. Tal vez habría corrido la suerte de muchos hombres capacitados,
cuyas ideas se anticiparon a su tiempo pero que luego fueron olvidados. En todo
caso, es prácticamente seguro que durante largo tiempo apenas habría gozado de
prestigio fuera del ámbito germano-parlante. Pero la característica común de
todos los partidarios de la Escuela austriaca, lo que les confirió su
peculiaridad e hizo posibles sus posteriores contribuciones, fue precisamente
su aceptación de las teorías de Carl Menger.
El hecho de que William Stanley Jevons,
Carl Menger y
Léon Walras descubrieran
casi al mismo tiempo y cada uno por su lado el principio de la utilidad límite
es tan conocido que no es necesario insistir en ello. Hoy se admite, en
general, y con buenas razones, que el año 1871, en el que se publicaron
la Theory of Political Economy de Jevons y
los Principios de Menger,
es el punto de partida de una nueva época en el desarrollo de la política
económica. Jevons había
expuesto ya sus ideas fundamentales nueve años antes, en un artículo (publicado
en 1866) que apenas llamó la atención. Walras no inició la
publicación de sus teorías hasta 1874. En todo caso, está bastante bien
comprobada a mutua independencia de los trabajos de los tres fundadores. Aunque
sus propósitos centrales —es decir, aquella parte de sus sistemas a que mayor
importancia dieron sus contemporáneos— son los mismos, el carácter general y el
telón de fondo de sus trabajos son tan esencialmente diferentes que se plantea
de forma inevitable la pregunta de cómo es posible que por caminos tan
distintos se llegara a resultados tan parecidos.
Para comprender el transfondo intelectual de la obra de Carl Menger conviene
hacer algunas observaciones sobre la situación general de la economía política
en aquella época. Si bien es cierto que el cuarto de siglo que media entre la
aparición de los Principles de J. St. Mill (1848)
y el nacimiento de la nueva escuela fue, bajo muchos aspectos, testigo del gran
triunfo de la política económica clásica en el ámbito práctico, sus
fundamentos, y más en concreto su teoría del valor, fueron cada vez más
discutidos. Tal vez la exposición sistemática de los Principles del
propio J. St. Mill contribuyó
en parte, a pesar o a causa de su autocomplaciente satisfacción por el alto
grado de perfección alcanzado por la teoría del valor, a una con su posterior
refutación de otros puntos importantes de esta teoría, a poner al descubierto
las lagunas del sistema clásico. Fuera como fuere lo cierto es que en la
mayoría de los países se multiplicaron los ataques críticos y los esfuerzos por
conseguir nuevos puntos de vista.
Pero en ninguna parte se registró tan rápido y tan total ocaso de la
escuela clásica de la economía política como en Alemania. Bajo los ataques de
la escuela histórica, no sólo se abandonaron enteramente las teorías clásicas
—que, por lo demás, nunca habían tenido profundas raíces en esta parte del
mundo—, sino que toda tentativa de análisis teórico era saludada con profunda
desconfianza. Esto era en parte el resultado de una serie de reflexiones
metodológicas. Pero era, sobre todo, el producto de la acentuada animosidad con
que el impulso reformista de los nuevos grupos, que se autodenominaban
orgullosamente “escuela ética”, se oponía a las consecuencias prácticas de la
escuela clásica inglesa. En Inglaterra se estancó el progreso de la teoría
económica. Mientras tanto, había surgido en Alemania una segunda generación de
economistas políticos históricos, que nunca había llegado a familiarizarse con
el único sistema teórico bien estructurado y desarrollado y que había
aprendido, además, a considerar inútiles, si no abiertamente perjudiciales,
todo tipo de especulaciones teóricas.
Las teorías de la escuela clásica habían incurrido probablemente en tal
descrédito que ya no podían servir de base de partida para un movimiento de
renovación de los que todavía se interesaban por los problemas teóricos. Con
todo, en los escritos de los economistas políticos alemanes de la primera mirad
del siglo se registraron algunos planteamientos que abrían la posibilidad de
una nueva evolución [1].
Una de las razones que explican por qué la teoría clásica nunca asentó
firmemente el pie en Alemania radica en el hecho de que los economistas
políticos de este país tuvieron siempre clara conciencia de ciertas
contradicciones inherentes a todas las teorías de los costes o del valor del
trabajo. Tal vez ya a partir de la obra de Galiani y de otros autores franceses
e italianos del siglo XVIII se había mantenido siempre viva una tradición que
se negaba a admitir una radical separación entre el valor y la utilidad. Desde
los primeros años del siglo hasta la década de los cincuenta y los sesenta hubo
toda una serie de autores, de los que el más destacado e influyente fue Hermann
(apenas si se prestó atención a Gossen, cosechador por otra parte de grandes
éxitos), que intentaron combinar la idea de la utilidad con la de la escasez,
para explicar el concepto del valor. Estos autores llegaron a posiciones muy
próximas a la solución al final aportada por Menger,
que debe muchas de sus ideas a estas especulaciones que a los economistas
políticos ingleses contemporáneos, más atentos al pensamiento práctico, debían
parecerles por fuerza inútiles excursos al campo de la filosofía. Una mirada a
las detalladas notas al pie de los Principios indica
claramente que Menger conocía
a fondo a estos autores alemanes, franceses e italianos y que, en este sentido,
los clásicos ingleses desempeñaron en su obra un papel relativamente pequeño.
Aunque probablemente Menger superó
a todos los cofundadores de la teoría de la utilidad límite por su vasto
conocimiento de la literatura especializada —y sólo gracias a su pasión de
bibliófilo, despertada en él por el ejemplo de Roscher, con su formación
universal, puede explicarse tanto saber como el que revela en sus Principios, escritos
en los años de juventud—, se registran también asombrosas lagunas en las listas
de los autores citados, lo que permite explicar el diferente planteamiento de
su investigación respecto de los de Jevons y Walras [2].
Es significativo el hecho de que cuando escribió los Principios desconocía
evidentemente los trabajos de Cournot,
mientras que todos los restantes fundadores de la moderna economía política,
entre ellos Walras,Marshall y
posiblemente también Jevons [3] bebieron,
directa o indirectamente, en esta fuente. Más sorprendente aún es la
circunstancia de que por aquella época Menger tampoco
conocía la obra de Thünen,
con el que indudablemente se hubiera sentido muy compenetrado. Así pues, si de
una parte puede afirmarse que trabajó en un ambiente declaradamente favorable
para un análisis de la teoría de la utilidad, por otro lado, no contaba, para
la construcción de una teoría moderna del precio, con un suelo tan firme como
el que tuvieron sus colegas, todos ellos influenciados por Cournot,
a lo que se añade, en el caso de Walras,
el influjo de Dupuit [4] y
en el de Marshall,
el de Thünen.
No deja de tener cierto interés la especulación sobre la evolución que
habría experimentado el pensamiento de Menger de
haber conocido a estos fundadores del análisis matemático. Es significativo
que, a cuanto yo sé, nunca hiciera la más mínima alusión al valor de las
matemáticas como instrumento de la teoría científica [5] ,
aunque probablemente no le faltaron ni los recursos técnicos ni la afición. Muy
al contrario, está fuera de toda duda su interés por las ciencias naturales y
en toda su obra es patente su fuerte predilección por los métodos de estas
ciencias.
También el interés de sus hermanos, y más concretamente de Antonio, por
las matemáticas y el hecho de que su hijo Karl fuera un eminente matemático,
insinúan la existencia de una predisposición hacia estas ciencias en el seno de
la familia. Pero aunque en una época posterior Menger conoció
los trabajos de Jevons y Walras,
así como los de sus compatriotas Auspitz y Lieben, en sus escritos sobre
problemas metodológicos no aparece nunca el método matemático [6] .
¿Debemos concluir que se sentía escéptico sobre su utilidad?
Entre los autores que influyeron en Menger durante
el período decisivo de su pensamiento, no aparece ningún economista austriaco,
por la simple razón de que en la primera mitad del siglo XIX no los había. En
las universidades frecuentadas por Menger,
el estudio de la economía política, considerada como una parte de la
jurisprudencia, corría a cargo de científicos procedentes en su inmensa mayoría
de Alemania. Y aunque, como todos los posteriores economistas políticos austriacos, Menger se
doctoró en Derecho, difícilmente puede admitirse que se sintiera estimulado por
sus profesores para dedicarse al estudio de las ciencias económicas. Esta
afirmación nos introduce ya en su biografía personal.
Nació el 28 de febrero de 1840, en Neu-Sandec, en una zona de Galizia
hoy perteneciente a Polonia. Su padre, que ejercía la abogacía, procedía de una
familia austriaca de artesanos, músicos, funcionarios civiles y oficiales del
ejército, que sólo una generación antes se había trasladado de los territorios
germano-parlantes de Bohemia a las provincias orientales. Su abuelo
materno [7] ,
un comerciante de Bohemia que se había enriquecido considerablemente durante
las guerras napoleónicas, compró una extensa propiedad en la Galizia
occidental. Aquí transcurrió una buena parte de la juventud de Carl Menger y,
antes de 1848, pudo contemplar aún las últimas reliquias de la servidumbre de
la gleba, que en esta región de Austria se prolongó más tiempo que en ninguna
otra parte de Europa, con excepción de Rusia. Junto con sus dos hermanos
—Anton, que más tarde escribió sobre cuestiones jurídicas y sociales, fue autor
del célebre libro Das Recht auf den vollen Afbeitsvertrag y
colega de Carl en la Facultad de Derecho de la Universidad de Viena, y Max,
conocido parlamentario austríaco y redactor de escritos sobre problemas
sociales—, Carl estudió en las Universidades de Viena (1859-1860) y de Praga
(1860-1863). Tras obtener el doctorado en Cracovia, trabajó al principio como
periodista, primero en Lemberg y más tarde en Viena. Sus artículos no se
limitaron a temas de índole científica [8] .
Al cabo de algunos años ingresó, como funcionario de la Administración, en el
gabinete de Prensa del Consejo de Ministros austríaco. Se trataba de un
departamento que gozaba de una posición muy relevante dentro de la
Administración pública austríaca y que contaba con los servicios de hombres muy
capacitados.
Wieser nos
informa de que en cierta ocasión Menger le contó que entre sus tareas figuraba
la de redactar boletines sobre la situación del mercado para un periódico
oficial, el Wiener Zeitung, y que, al estudiar sus informes,
le había llamado la atención el claro contraste entre las teorías tradicionales
sobre los precios y el hecho de que los hombres experimentados siempre
consideraban la praxis como el elemento decisivo para fijar el precio de las
cosas. No sabemos si fue esta circunstancia la que le impulsó a consagrarse al
estudio del fenómeno de la fijación de los precios o si, lo que es más
probable, sólo confirió una determinada orientación a los estudios que ya venía
realizando desde sus tiempos universitarios. Lo que sí parece estar fuera de
toda duda es que ya desde los años 1867-68 hasta el momento de la publicación
de los Principios estaba trabajando con intensidad sobre estos
problemas y que no se decidió a publicar la obra hasta no tener enteramente
elaborado su sistema [9].
Al parecer, Menger declaró en cierta ocasión que escribió los Principios en
un estado de febril excitación. Esta afirmación no puede interpretarse en el
sentido de que su libro sea el resultado de una repentina inspiración y que lo
planeara y escribiera a marchas forzadas. Pocos libros hay tan cuidadosamente
preparados como éste y en contadas ocasiones el primer esbozo de una idea ha
sido modelado tan a conciencia y ejecutado con tal cuidado en todas y cada una
de sus ramificaciones. El pequeño volumen, publicado en la primavera de 1871,
pretendía ser la parte introductoria de un tratado global. En él exponía con el
necesario detalle los problemas fundamentales para los que ofrecía soluciones
que no estaban acordes con la opinión entonces prevalente, porque deseaba tener
la plena certeza de construir sobre terreno firme. Los problemas analizados en
este volumen, que llevaba el subtitulo de “Primera parte. Aspectos generales”,
eran: las condiciones que ponen en marcha las actividades económicas, el valor
de intercambio, los precios y el dinero. Por las notas manuscritas de que nos
habla su hijo en la introducción a la segunda edición, publicada más de
cincuenta años más tarde, sabemos que la segunda parte estaba destinada a “los
intereses, los salarios, las rentas, los ingresos, el crédito y los billetes de
banco”, La tercera parte, “práctica”, estudiaría la teoría de la producción y
del comercio mientras que la cuarta contendría la crítica del sistema económico
imperante y presentaría algunas propuestas de reforma económica.
Su objetivo fundamental, tal como declara en el prólogo (y también en el
Capítulo III), era desarrollar una teoría unitaria del precio, que pudiera
explicar todos sus fenómenos y en concreto, y sobre todo, los
intereses, los salarios y las rentas, desde un punto de vista válido para todos
ellos. Pero lo cierto es que más de la mitad del volumen está consagrado a
cosas que no hacen sino allanar el camino para llegar a esta tarea fundamental,
es decir, a la concepción —que dio su peculiar carácter a la nueva escuela— del
sentido subjetivo y personal del valor. Y aun a esto tan sólo se llega tras una
discusión a fondo de los conceptos básicos con los que debe trabajar el
análisis económico.
Se percibe claramente en estas páginas la influencia de los antiguos
autores alemanes, con su predilección por las clasificaciones un tanto pedantes
y por las claras definiciones. Pero, en manos de Menger, los venerables
“conceptos fundamentales” de los manuales tradicionales alemanes cobran nueva
vida. Las áridas enumeraciones y definiciones se transforman en poderosos
instrumentos de un análisis en el que cada paso parece derivarse con inevitable
necesidad del precedente. Aunque en la exposición de Menger faltan muchas de
las plásticas expresiones y de las elegantes formulaciones de los escritos
de Böhm-Bawerk y
de Wieser,
cuanto al contenido en nada cede a los trabajos posteriores y en muchos
aspectos es netamente superior.
No pretende esta introducción trazar un cuadro toral y coherente de las
reflexiones de Menger. Pero hay en su tratado algunos aspectos poco conocidos y
algo sorprendentes que merecen una especial mención. Su detallada y seria
investigación sobre la relación causal entre las necesidades humanas y los
medios que sirven para satisfacerlas lleva, ya en las primeras páginas, a la
distinción, hoy muy conocida, entre bienes del primero, del segundo, del tercero
y de otros órdenes superiores. Esta división y el concepto, hoy ya también
familiar, de los bienes complementarios son —a pesar de una opinión muy
difundida que defiende lo contrario— expresión típica de una opinión de la
particular atención que la Escuela austríaca ha consagrado siempre a la
estructura técnica de la producción. Esta atención, que encuentra
su más pura expresión en la “parte pre-teórica del valor”, tan cuidadosamente
elaborada, anticipaba ya la discusión de la teoría del valor que aparecería en
la obra posterior de Wieser, Theorie
der gesellschaftlichen Wirtschaf (1914).
Más notable aún es el papel predominante que juega, desde el principio,
el factor del tiempo. Hay una creencia muy difundida de que los primeros
representantes de la economía política propendían a pasar por alto este aspecto
temporal. Respecto de los fundadores de la exposición matemática de la moderna
teoría del equilibrio, tal vez esté justificada esta impresión, pero no lo está
respecto de Menger. Para él, la actividad económica es esencialmente una
planificación en orden al futuro y su concepción del espacio temporal o, dicho
con mayor exactitud, de los diferentes espacios temporales a los que se extiende
la previsión humana en orden a la satisfacción de las diferentes necesidades
(Ver Capítulo II, nota 2) tiene un acento decididamente moderno.
No es tarea fácil imaginarse hoy que Menger haya sido el primer autor
que basó la distinción entre bienes libres y bienes económicos en el concepto
de la escasez. Como él mismo dice (Ver Capítulo II, nota 7), todos los autores
alemanes que ya habían utilizado estos conceptos con anterioridad —y muy concretamente
Harmann— intentaron explicar la diferencia por la presencia o ausencia de
costes, en el sentido de esfuerzos, mientras que la literatura inglesa ni
siquiera conocía esta expresión. Es un hecho muy característico que en la obra
de Menger no figure ni una sola vez la sencilla palabra de “escasez”, aunque
fundamentó todo su análisis en esta idea. “Cantidad insuficiente” o “relación
económica de las cantidades” son las equivalencias más exactas y aproximadas
—aunque ciertamente mucho más pesadas— utilizadas en sus escritos.
Toda su obra se caracteriza por el hecho de que concede mucha mayor
importancia a la cuidadosa descripción de un fenómeno que a designarlo con un
nombre corto y adecuado. Esta tendencia impide muchas veces que su exposición
sea todo lo expresiva que sería de desear, pero le inmunizaba en cambio frente
a una cierta unilateralidad y contra el peligro de excesivas simplificaciones,
en las que se incurre fácilmente cuando se recurre a fórmulas cortas. El
ejemplo clásico de cuanto venimos diciendo se halla en la constatación de que
Menger no descubrió ni utilizó (a cuanto yo sé) la expresión de “utilidad
límite” introducida por Wieser. Habla siempre de “valor”, añadiendo, para
explicar bien su idea, la clara pero pesada fórmula de “la significación que
alcanzan para nosotros unos bienes concretos o cantidades de bienes, por el
hecho de que tenemos conciencia de que dependemos de su posesión para la
satisfacción de nuestras necesidades”. Y describe la magnitud de este valor
como igual a la significación de la satisfacción menos importante que puede
alcanzarse mediante una cantidad parcial de la cantidad de bienes disponible
(Capítulo III, 1 y 2 y nota 8).
Otro ejemplo, tal vez menos importante pero no menos significativo, del
temor de Menger a sintetizar las explicaciones en fórmulas cortas, aparece ya
antes, en la discusión sobre la decreciente intensidad de las necesidades
individuales a medida que va en aumento la satisfacción de las mismas. Este
hecho psicológico, que ha alcanzado más tarde, bajo el nombre de “ley de Gossen
sobre la satisfacción de las necesidades”, un puesto tal vez excesivo en la
exposición de la teoría del valor y que fue celebrado por Wieser como
el descubrimiento fundamental de Menger, aparece con frecuencia en el sistema
de nuestro autor al menos como uno de los factores que nos permiten jerarquizar
por orden de importancia las diferentes sensaciones de las necesidades
individuales.
Los puntos de vista de Menger son notablemente modernos en otra
cuestión, aún más interesante, relacionada con la pura teoría del valor
subjetivo. Aunque algunas veces habla de que el valor es mensurable, de sus
explicaciones se desprende claramente que lo único que pretende decir es que el
valor de una mercancía cualquiera puede expresarse poniendo en su lugar otra
mercancía del mismo valor. A propósito de las cifras que utiliza para
mostrarnos la escala de utilidad, dice expresamente que no sirven para marcar
la significación absoluta, sino sólo la relativa de las necesidades (Capítulo V
- 3). Los ejemplos que pone permiten ver, ya desde el primer momento, que no
está pensando en números cardinales, sino en ordinales (Capítulo III - 2) [10].
Una vez establecido el principio que le permitió fundamentar en la
utilidad la explicación del valor, tal vez la más importante aportación de
Menger haya sido aplicar este principio al caso en que para asegurar la
satisfacción de una necesidad humana se requiere más de un bien. Aquí daban sus
frutos el concienzudo análisis de la relación causal entre los bienes y las
necesidades desarrollado en el capítulo introductorio y la idea de los bienes
complementarios y de los bienes de diversos órdenes. Todavía hoy es poco
conocido el hecho de que Menger solucionó el problema de la distribución de la
utilidad de un producto final entre los diferentes bienes concurrentes de orden
superior —lo que Wieser llamó
más tarde el problema de la asignación— gracias a una teoría sumamente
elaborada de la productividad límite. Distingue claramente entre el caso en que
son variables las proporciones de dos o más factores para producir una
mercancía y el otro en que estas proporciones son invariables. En el primero,
soluciona el problema de la asignación afirmando que las cantidades de los
diversos factores que pueden intercambiarse para mantener la misma cantidad del
producto deben tener el mismo valor, mientras que cuando las proporciones son
invariables declara que el valor de los diversos factores está determinado por
su utilidad en las aplicaciones alternativas (Capítulo IV - 2).
En esta primera parte de su obra, consagrada a la teoría del valor
subjetivo y que resiste muy bien cualquier comparación con los trabajos
posteriores de Wieser, Böhm-Bawerk y
otros autores, figuran varios puntos importantes en los que la exposición de
Menger presenta una grave laguna. Difícilmente puede considerarse completa una
teoría del valor —y, por supuesto, nunca será del todo convincente— si no
explica de forma clara y expresa - el papel que desempeñan los costes de
producción para la fijación del valor relativo de las diversas mercancías. Al
comienzo de su exposición, Menger demuestra que ha visto bien el problema y promete
analizarlo más adelante. Pero nunca cumplió la promesa. Estaba reservado
a Wieser el
desarrollo de este tema, conocido más tarde por el principio de la opportunity de
los costes o “ley de Wieser”. Según ella, la diferente utilización de los
factores limita la cantidad disponible para cualquier tipo de producción, de
tal suerte que el valor del producto no puede ser inferior al valor conjunto de
todos los factores utilizados de forma concurrente para su producción.
Se ha afirmado a veces que Menger y su escuela estaban tan satisfechos
con su descubrimiento de los principios que determinan el valor en la economía
de un individuo que se sentían inclinados a aplicarlos, con excesiva premura y
simplificación, para explicar el fenómeno del precio. Esta afirmación podría
estar hasta cierto punto justificada en algunos de los seguidores de Menger,
incluido el Wieser de
los años juveniles, pero es, desde luego, falsa respecto de la obra del propio
Menger. Su exposición concuerda plenamente con la regla, más tarde
enérgicamente acentuada por Böhm-Bawerk, de que toda teoría satisfactoria del
precio debe realizarse en dos niveles diferentes y separados, de los que el
análisis del valor subjetivo es sólo el primero. Esta afirmación constituye el
fundamento de una explicación de las causas y de los límites del intercambio
entre dos o más personas. El modo de proceder de Menger en los Principios es
ejemplar a este respecto. El capítulo sobre la teoría del intercambio, que
precede al dedicado al problema del precio, pone totalmente en claro el influjo
del valor, en sentido subjetivo, sobre las relaciones objetivas de intercambio,
sin atribuir a la correspondencia más importancia que la que está objetivamente
justificada por los hechos.
La sección expresamente dedicada a la teoría del precio, con su
cuidadosa investigación sobre cómo influyen las valoraciones relativas de cada
uno de los participantes en la relación de intercambio de dos individuos
aislados luego en una situación de monopolio y, finalmente, en una situación de
competencia, es la tercera y probablemente la menos conocida de las
aportaciones básicas de los Principios. Y, sin embargo, sólo
leyendo este capítulo se comprende la unidad esencial del pensamiento de
Menger, la clara meta que persigue en su exposición, desde la primera línea
hasta la última.
No es preciso añadir aquí muchas cosas sobre los últimos capítulos, en
los que se analizan las repercusiones de la producción en el mercado, la
significación técnica de la expresión “mercancía” y su diferencia respecto del
simple “bien”, así como los diversos grados de la capacidad o facilidad de
venta, que sirven de introducción al estudio de la teoría del dinero.
Efectivamente, las ideas contenidas en ellos y las observaciones fragmentarias
sobre el capital en las secciones anteriores son las únicas partes del libro
que el autor desarrolló con más detalle en sus escritos posteriores. Aunque las
aportaciones de Menger sobre estos puntos conservan un influjo permanente son
conocidos sobre todo a través de su forma posterior, más detallada.
El espacio relativamente amplio que se ha dedicado aquí al contenido de
los Principios se justifica por la singular jerarquía que
ocupa este trabajo no sólo en el conjunto de las publicaciones de Menger, sino
en el panorama total de la literatura que ha puesto los cimientos de la moderna
economía política. En este contexto, estimo oportuno citar al especialista más
cualificado para valorar los méritos contraídos por cada una de las
contribuciones de la nueva escuela, es decir, la opinión de Knut Wicksell.
Wicksell ha sido el primer autor y—hasta ahora el mejor— que ha acometido la
tarea de sintetizar los aspectos más destacados de las teorías de los
diferentes grupos. “Su fama”, dice a propósito de Menger, “se apoya en esta
obra, merced a la cual su nombre entrará en la posteridad, porque puede
afirmarse sin ninguna duda que, desde los Principles de Ricardo,
no ha aparecido ningún libro —ni siquiera la contribución brillante, aunque
algo aforística de Jevons o
el trabajo, desgraciadamente difícil, de Walras—
que haya tenido tan profunda influencia en la economía política como los Principios de
Menger” [11].
Y , sin embargo, no puede decirse que la obra fuera
acogida desde el primer momento con entusiasmo. Al parecer, ninguna de las
recensiones publicadas en los periódicos alemanes captó la esencia de esta
importante contribución [12].
Incluso en Austria, la tentativa de Menger de conseguir un puesto
como profesor libre en la universidad de Viena basándose en este trabajo, sólo
fue coronada por el éxito tras haber superado algunas dificultades. Tal vez
Menger ignoraba que, justamente antes de que inician su docencia, acababan de
abandonar la Universidad de Viena dos jóvenes que advirtieron de inmediato que
aquel trabajo aportaba la “palanca de Arquímedes” (en expresión de Wieser),
con la que podían arrancarse de su quicio los sistemas entonces vigentes en el
campo de la teoría económica. Eugen von Böhm-Bawerk y Friedrich von Wieser,
sus primeros y entusiastas partidarios, no fueron directos alumnos suyos y sus
tentativas por popularizar las teorías de Menger en los seminarios de los jefes
de fila de la vieja escuela histórica, Knies, Roscher y Hildebrand, fueron
infructuosas [13].
De todas formas, Menger comenzó a ganar poco a poco considerable prestigio en
Austria. No mucho después de su nombramiento como profesor extraordinario, el
año 1873, renunció a su puesto en el ministerio, con gran pasmo de su jefe, el
príncipe Adolf Auersperg, para quien resultaba de todo punto incomprensible que
alguien estuviera dispuesto a cambiar un cargo tan ambicionado y tan prometedor
por la carrera de la docencia[14]. Con
todo, este paso no fue todavía la despedida final de la vida pública. En 1876
fue nombrado maestro del desdichado copríncipe Rudolf, que entonces contaba
dieciocho años de edad. Le acompañó durante dos años en sus prolongados viajes
por extensas regiones de Europa, entre ellas Inglaterra, Escocia, Irlanda,
Francia y Alemania. A su regreso, obtuvo Menger, en 1879, la cátedra de economía
política de Viena, y a partir de este momento llevó aquel tranquilo género de
vida de un sabio, que fue ya característico de la segunda mitad de su dilatada
existencia.
Por entonces comenzaron a despertar considerable atención las teorías de
su primer escrito. En este período no publicó ninguna otra obra, a excepción de
algunas cortas recensiones de libros. Respecto de Jevons y Walras se
pensaba, con razón o sin ella, que lo radicalmente nuevo de sus aportaciones
era el método matemático, no el contenido de sus teorías, y éste fue justamente
el obstáculo principal para su aceptación. No había impedimentos de este tipo
para la comprensión de la exposición de la nueva teoría del valor aportada por
Menger. En el segundo decenio después de la publicación del libro comenzó a
difundirse con rapidez su influencia. Por la misma época adquirió también
Menger un gran prestigio como profesor. Sus clases y seminarios atraían a un
creciente número de estudiantes, muchos de los cuales adquirieron más tarde
categoría y fama como economistas políticos. Aparte los ya citados, merecen
especial mención, entre los primeros miembros de su escuela, sus contemporáneos
Emil Sax y Johann von Komorzynski y sus discípulos Robert Meyer, Robert
Zuckerkandl, Gustav Gross y, algo más tarde, H. von
Schullern-Schrattenhofen, Richard Reisch y Richard Schüller.
Pero mientras que en Austria se iba consolidando definitivamente su
escuela, los economistas políticos alemanes se aferraban, más aún que los de
otros países, a su actitud de rechazo. Por aquella época gozaba de gran
prestigio en Alemania la nueva escuela histórica, dirigida por Schmoller.
El Volkswirtschatliche Kongress, que había mantenido hasta entonces la
tradición clásica, fue sustituido por una nueva fundación, la Verein für
Socialpolitik. De hecho, la economía política teórica fue cada vez más
desplazada de los ambientes universitarios alemanes. De aquí que tampoco se
tuviera en estima la obra de Menger, no porque los economistas alemanes
creyeran que sus teorías eran falsas, sino porque consideraban inútil aquel
tipo de análisis.
En estas circunstancias era absolutamente natural que para Menger fuera
más importante defender su método contra la pretensión de la Escuela histórica
de poseer el único instrumento adecuado de investigación que llevar adelante el
trabajo iniciado en los Principios. Fruto de esta preocupación
es su segunda gran obra, las Untersuchungen über die Methode der
Socialwissenschaften und der Politischen Oekonomie insbesondere (Estudios
sobre el método de las ciencias sociales y de la economía política en
particular). A este propósito conviene recordar que en 1975, cuando Menger
comenzó a trabajar en este libro, y en 1883, fecha de su publicación, todavía
no habían comenzado a madurar las ricas cosechas de los trabajos de sus
discípulos, que consolidaron definitivamente la posición de la escuela. Es
probable que Menger iniciara su nuevo libro bajo la impresión de que era
trabajo perdido seguir escribiendo mientras no se diera una respuesta
definitiva al problema del principio.
A su modo, las Untersuchungen apenas ceden en nada a
los Principios. Se trata de un libro difícilmente superable
como polémica contra las pretensiones de la Escuela histórica de recabar para
si el derecho exclusivo al estudio de los problemas económicos. No es tan
seguro que tenga igual mérito su exposición positiva de la esencia del análisis
teórico. Si fuera éste el fundamento principal de la fama de Menger, estaría
tal vez justificada, al menos en parte, la opinión, a veces manifestada por sus
propios admiradores, de que es deplorable que Menger abandonara su análisis de
los problemas concretos de la economía política. Esto no quiere decir que lo
que Menger escribió sobre el carácter del método teórico y abstracto no sea de
gran importancia o que haya ejercido menor influencia. Probablemente este libro
contribuyó más que ninguna otra obra aislada, a poner en claro la peculiar
naturaleza del método científico cuando se le aplica a las ciencias sociales.
Su influjo sobre los filósofos alemanes pertenecientes al grupo de los
“teóricos científicos” fue considerable. Con todo, en mi opinión la importancia
capital de esta obra para los economistas de nuestro tiempo radica, de una
parte, en su versión, extraordinariamente profunda, de la esencia de los
fenómenos sociales, tal como se pone de manifiesto cuando aborda la discusión
de la problemática de los distintos planteamientos metodológicos y, de otra, en
su clarificador análisis del desarrollo del aparato conceptual con el que
tienen que trabajar las ciencias sociales. La discusión de puntos de vista un
tanto anticuados, como, por ejemplo, la interpretación orgánica —o, por mejor
decir, fisiológica— de los fenómenos sociales le dio ocasión para explicar el
origen y el carácter de las instituciones sociales. La lectura de estas páginas
sigue conservando plena validez también para los modernos economistas políticos
y para los sociólogos.
De entre las afirmaciones centrales del libro citaremos aquí sólo una,
que ha dado pie a amplias discusiones: su insistencia en la necesidad de método
de investigación estrictamente individualista o, como Menger dice, atomista.
Uno de sus más destacados seguidores dijo una vez de él que “fue siempre un
individualista en el sentido de la economía política clásica. Pero sus
seguidores ya no lo fueron”. Cabría preguntarse si tal afirmación es exacta,
salvo tal vez en uno o dos ejemplares, pero, de todas formas, no lo es respecto
del método utilizado por Menger. Lo que en los economistas políticos clásicos
es a menudo un poco mezcla de postulados éticos y de instrumentos
metodológicos, fue sistemáticamente desarrollado por Menger en la segunda
dirección. Y si bien es cierto que los escritos de la Escuela austriaca
insisten en el elemento subjetivo más firme y convincentemente que ninguno de
les otros fundadores de la moderna economía, el mérito recae en gran parte en
la brillante fundamentación que le dio Menger en su libro.
Con su primera obra no consiguió Menger despertar la atención de los
economistas políticos alemanes; pero respecto de la segunda no pudo quejarse de
que pasara inadvertida. El ataque directo a la única teoría por ellos admitida
provocó un eco inmediato y, aparte otras recensiones hostiles, dio origen a una
formidable réplica del propio Gustav Schmoller,
jefe de la Escuela, en un tono de desusada agresividad [15].
Menger aceptó el desafío y respondió a Schmoller en
un apasionado folleto, titulado Die lrrthümer des Historismus in der
deutschen Nationalökonomie (vol. III: Los errores del historicismo en
la economía política alemana). El escrito está redactado bajo la forma de
cartas a un amigo y en ellas lleva a cabo una demolición implacable de las
posiciones deSchmoller.
El folleto añade poco contenido al pensamiento esencial de las Untersuchungen, pero
constituye el mejor ejemplo de la extraordinaria capacidad y brillantez
expresiva de que gozaba Menger, cuando lo que se traía entre manos era no una
demostración académica y complicada, sino la exposición clara y sensible de
unos cuantos puntos controvertidos.
El duelo entre los maestros fue muy pronto imitado por los discípulos.
La hostilidad alcanzó cimas pocas veces igualadas en las controversias
científicas. La más grave ofensa contra la Escuela austriaca partió de la pluma
del propio Schmoller,
cuando, con ocasión de la publicación del folleto de Menger, tomó una decisión
sin precedentes: publicó en su revista una nota en la que se decía que había
devuelto al autor el ejemplar enviado para recensión, sin siquiera leerlo. Y
más aún: no tuvo reparos en publicar también la injuriosa carta [16] que
acompañaba a la devolución del libro.
Para comprender por qué el problema del método adecuado fue, durante
toda su vida, la preocupación fundamental de Menger, debe tenerse en cuenta el
clima pasional que despertó esta controversia y lo que significó para Menger y
para sus alumnos el rompimiento con la Escuela predominante en Alemania. Schmoller llevó
su animosidad hasta el extremo de declarar públicamente que los partidarios de
la Escuela “abstracta” no estaban capacitados para enseñar en las universidades
alemanas y, como gozaba de tan sólido prestigio, aquella declaración supuso la
exclusión de todos los partidarios de las teorías de Menger de los puestos
académicos de Alemania. Todavía treinta años después de finalizada la controversia,
Alemania seguía siendo, entre todas las naciones importantes del mundo, la
menos influenciada por las nuevas ideas, ya triunfantes por doquier.
A pesar de todos estos ataques, en el curso de seis años, entre 1884 y
1889, aparecieron en rápida sucesión los libros llamados a fundamentar la fama
universal de la Escuela. Ya en 1881 había publicado Böhm-Bawerk su pequeño pero
importante estudio sobre Rechte und Verhältnisse von Standpunkt der
Wirtschaftlichen Güterlehre. Con todo, hasta la publicación simultánea
de la primera parte de su trabajo teórico sobre el capital, titulado Geschichte
und Kritik der Kapitalzinstheorien y de la obra de Wieser Ursprung
und Hauptgesetze des Wirtschaftlichen Wertes, el año 1884, no se echó
de ver el poderoso apoyo que estos trabajos aportaban a las teorías de Menger.
De los dos, el más importante para la ulterior evolución de las ideas
fundamentales de Menger fue el de Wieser,
porque en él se procedía a la aplicación práctica al fenómeno de los costes,
conocida hoy, como se ha dicho bajo el nombre de “ley de costes de Wieser”.
Pero dos años más tarde aparecieron ya los Grundzüge einer Theorie des
Wirtschaftlichen Güterwertes [17] , de Böhm-Bawerk.
Aparte su cuidadosa elaboración, es cierto que en ellos era poco lo que se
añadía a la obra de Menger y Wieser,
pero era tanta la claridad de las ideas y la fuerza de la argumentación que
contribuyó, más que ninguna otra aislada, a difundir la teoría de la utilidad
límite.
En 1884, dos discípulos directos de Menger, V. Mataja y G. Gross,
publicaron sus libros sobre los beneficios empres es. E. Sax contribuyó con un
estudio sobre el problema del método, en el que sostenía la actitud básica de
Menger, aunque criticándole en algunos puntos concretos [18] .
En 1887 apareció la obra de Sax que más ha contribuido al desarrollo de la
Escuela austriaca,Grundlagen der theoretischen Staatswissenschaft, el
primero y más completo intento de aplicación del principio de la utilidad
límite a los problemas de la ciencia de la Administración. Aquel mismo año
apareció también en escena otro alumno de Menger, Robert Meyer, con una
investigación sobre la naturaleza de los ingresos [19].
Este año se publicaron la Positive Theorie des Kapitalzinses, de Böhm-Bawerk;
el Natürlicher Wert, de Wieser; Zur
Theorie des Preises, de R. Zuckerkandl; Wert in der isolierten
Wirtschaft, de Komorzynski; Neuste Fort schritte der
nationalökonomischen Theorie, de Sax, y Untersuchungen über
Begriff und Wesen der Grundrente, de H. von
Schullern-Schrattenhofen [20].
En los años siguientes surgieron también numerosos partidarios entre los
economistas políticos checos, polacos y húngaros de la doble monarquía
austro-húngara.
Probablemente la exposición más brillante de las teorías de la Escuela
austriaca en lengua no alemana fueron los Principii di economia
pura, de M. Pantaleoni,
cuya primera edición es también del año 1889 [21].
De los restantes economistas políticos italianos, aceptaron la mayor parte o la
totalidad de las teorías de Menger, L. Cossa, A. Graziani y M. Mazzola. No fue
menor el éxito de estas teorías en Holanda, donde el gran economista N. G.
Pierson aceptó la idea de la utilidad límite en su Manual (1884-1889),
publicado también más tarde en inglés bajo el título de Principles of
Economics. La obra ejerció una considerable influencia. En Francia, la
nueva doctrina fue difundida por Ch. Gide, E. Villey, Ch. Secrétan y M. Bloock.
En los Estados Unidos fue asumida por S. N. Patten y Richard Ely.
También la primera edición de A. Marshall, Principles, publicada
en 1890, muestra un influjo de Menger y de su grupo mucho más fuerte de lo que
podría deducirse de la segunda y posteriores ediciones de esta gran obra [22].
En los años siguientes, W. Smart y James Bonart, que ya antes habían anunciado
su pertenencia a la Escuela austriaca, difundieron sus teorías en el mundo
anglo-parlante [23].
Pero para entonces —y esto nos lleva de nuevo a la singular situación de la
posición de Menger— ya las preferencias de los lectores se inclinaban no tanto
por sus escritos cuanto por los de sus discípulos. El hecho se debía
fundamentalmente a la circunstancia de que los Principios se
habían agotado desde mucho tiempo atrás y Menger se negaba tanto a una nueva
reimpresión como a una traducción. Esperaba poder sustituir en breve plazo el libro
por un “System” mucho más amplio de economía política y de ahí que no se
mostrara propenso a reeditar la obra sin una revisión a fondo. Pero como otras
tareas más urgentes reclamaban su tiempo, fue retrasando año tras año este
proyecto.
La controversia directa entre Menger y Schmoller concluyó
abruptamente el año 1884, pero otros autores se encargaron de llevar adelante
las discusiones sobre el método, de modo que estos problemas siguieron
reclamando la atención de nuestro autor. La siguiente ocasión para manifestarse
públicamente sobre estos puntos se la proporcionó una nueva edición del Handbuch
der politischen Oekonomie, de Schönberg (1885-1886), obra colectiva en
la que una serie de economistas políticos alemanes, la mayoría de ellos
discípulos no del todo convencidos de la Escuela histórica, se habían puesto de
acuerdo para trazar una exposición sistemática de la economía política en su
conjunto. Menger hizo una recensión de la obra para una revista jurídica
vienesa, en un artículo que publicó también por separado, bajo el título Zur
Kritik der politischen Oekonomie (1887, vol, III) [24] .
En la segunda parte analiza detalladamente la clasificación de las diversas
disciplinas que de ordinario se agrupaban bajo el nombre genérico de Economía
política. Dos años más tarde volvió sobre este punto, de manera más exhaustiva,
en el artículo Grundzüge einer Klassifikation der
Wirtschaftswissenschaften (vol. III, págs. 185 y siguientes) [25] .
En los años intermedios había publicado una de sus dos únicas contribuciones
sobre el contenido de la teoría económica —a diferencia de la metodología—, a
saber, su importante escrito Zur Theorie des Kapitals (vol.
Iil, págs. 133 y siguientes) [26].
Es casi seguro que debemos este artículo al hecho de que Menger no se
sentía enteramente de acuerdo con la definición del concepto de capital dada
por Böhm-Bawerk en
la primera parte, histórica de su obra, dedicada al capital y los intereses del
capital. La discusión no tiene acentos polémicos. A Böhm-Bawerk se
le cita siempre con elogios. Pero es evidente que su interés fundamental radica
en defender el concepto abstracto del capital como el valor de la riqueza
expresada en dinero, que debe ser invertido en orden a obtener beneficios, en
contra del concepto de Smith, que lo consideraba como “los modios de producción
producidos”. Tanto el argumento fundamental de Menger, según el cual los
diferentes orígenes de una mercancía son irrelevantes desde el punto de vista
económico, como su insistencia en la necesidad de una clara distinción entre
las rentas que produce una instalación ya existente y los intereses en sentido
estricto, rozan muyde cerca problemas que hasta hoy no han despertado la
atención que merecen.
Hacia la misma época (1889), los amigos de Menger lograron casi
convencerle para que no retrasara por más tiempo una nueva edición de los Principios. Pero
aunque escribió de hecho una nueva introducción (de la que, al cabo de más de
treinta años, apareció un extracto en la introducción a la segunda edición,
dada a la luz por su hijo), la publicación fue pospuesta, una vez más. Poco
tiempo después surgió un nuevo campo de problemas que reclamó su atención y le
mantuvo ocupado durante los dos años siguientes.
A finales de los años ochenta el problema del sistema monetario
austriaco, que venía arrastrándose desde tiempo atrás, adquiró tales
proporciones que pareció posible y hasta necesaria una reforma drástica. La
caída del precio de la plata restableció una vez más, en los años 1878-1879, la
paridad de la plata y del depreciado papel moneda, pero poco después fue
preciso interrumpir la libre acuñación de plata, porque el valor de este metal
aumentaba cada vez más en el sistema monetario austriaco de papel dinero,
mientras que su valor en oro estaba sujeto a continuas oscilaciones. Por
aquella época se advertía que la situación —sin duda alguna, y desde muchos
aspectos, una de las más interesantes en la historia de los sistemas
monetarios— era cada vez menos satisfactoria. Como por primera vez desde hacía
mucho tiempo las finanzas austriacas iniciaban un período que prometía
estabilidad, se esperaba que el Gobierno afrontaría decididamente el problema.
Además, el tratado con Hungría del año 1887 pedía expresamente que se nombran
sin tardanza una comisión para discutir las medidas previas necesarias para el
restablecimiento de los pagos en metálico. Tras un considerable retraso, debido
a las habituales dificultades políticas entre los dos socios de la Doble
Monarquía, se procedió al nombramiento de la comisión o, con más exactitud, de
las comisiones, una para Austria y otra pera Hungría, que se reunieron por vez
primera en marzo de 1892, en Viena y Budapest, respectivamente.
Las deliberaciones de la Comisión austriaca de encuesta del sistema
monetario, cuyo miembro más destacado fue Menger, revisten, prescindiendo por
completo de aquella especial situación con la que tuvieron que enfrentarse el
máximo interés. Como base de partida para las negociaciones, el Ministerio de
Hacienda austriaco había preparado con sumo cuidado tres voluminosos
memorándums, que constituían probablemente la más completa colección de
documentos sobre la historia del sistema monetario de los períodos precedentes
que puede encontrarse en ninguna obra [27].
Aparte Menger, formaban parte de la comisión otros acreditados economistas
políticos, como Sax, Lieben y Mataja, a más de una lista de periodistas,
banqueros e industriales, como Benedikt, Hertzka y Taussig, todos ellos
sumamente familiarizados con los problemas monetarios. El representante del
Gobierno y segundo presidente de la Comisión era Bóhm-Bawerk, funcionario del
Ministerio de Hacienda. El cometido de la comisión no era redactar un informe,
sino recabar la opinión y discutir los puntos de vista de los miembros sobre
una sede de preguntas formuladas por el Gobierno [28] .
Estas preguntas se referían a los fundamentos del futuro sistema monetario, al
comportamiento de la circulación de la plata y de los billetes en el caso de
que se decidiera adoptar el parrón oro, a la relación de intercambio entre los
guldes de papel hasta entonces en curso y el oro y al carácter de la nueva
unidad monetaria que se pretendía establecer.
El hecho de que Menger dominara a fondo el problema, unido a su
capacidad para las exposiciones claras y precisas, le confirieron
inmediatamente una situación dirigente dentro del grupo. Sus exposiciones
fueron seguidas con gran respeto y llegaron incluso a provocar una baja
temporal en la bolsa, distinción poco frecuente para un economista político. Su
aportación no consistió tanto en una discusión del problema genérico del tipo
de sistema a elegir —en este punto prácticamente todos los miembros de la
comisión estaban de acuerdo en que la única solución razonable era aceptar el
patrón oro—, sino en los consejos, cuidadosamente sopesados, respecto de los
problemas prácticos, a saber, cuál debería ser la cotización del cambio y en
qué momento debería procederse a su implantación. El trabajo de esta comisión
goza de merecida fama ante todo por su análisis de los problemas prácticos
inherentes a la introducción de un nuevo sistema monetario y por su visión
global de los diversos aspectos que debían tenerse en cuenta al dar este paso.
Hoy día su interés no ha hecho sino incrementarse, ya que casi todos los países
tienen que enfrentarse con parecidos problemas [29].
El trabajo de la Comisión, el primero de una serie de publicaciones
sobre cuestiones monetarias, fue el fruto maduro de varios años de estudios en
torno a estos problemas. Sus resultados fueron publicados en rápida secuencia
en el curso de un solo año. Aquel mismo año vio la luz un número de trabajos de
Menger superior al de cualquier otra etapa de su vida. Las conclusiones de su
análisis de los peculiares problemas austriacos aparecieron en dos folletos,
publicados por separado. El primero, Beiträge zur Währunsgsfrage in
Osterreich-Ungarn (vol. IV, página 125 ss), que se ocupa de la
historia y de las peculiaridades del sistema monetario austriaco y de la
problemática general planteada por el nuevo patrón que se intentaba introducir,
es la reedición de una serie de artículos que habían aparecido aquel mismo año,
con otro título, en los Conrad’s Jahrbücher [30].
El segundo, Der Uebergang zur Goldwährung. Untersuchungen
über die Wertprobleme der Osterreichischungarischen VaIutareform (Viena,
1892) (vol. IV, pág. 189 ss.), se centra esencialmente en los problemas
técnicos inherentes a la aceptación del patrón oro, sobre todo respecto de la
elección de la cotización de cambio adecuada y de los factores que influyen en
el valor de la divisa, una vez introducido el nuevo patrón.
Aquel mismo año contempló, además, la publicación de un tratado mucho
más global sobre cuestiones monetarias, sin conexión directa con los problemas
del momento. Se trataba del articulo “GeId” (dinero), publicado en el tercer
volumen de la primera edición del Handwörterbuch der
Staatswissenschaften, de reciente aparición. Es la tercera y última de
las grandes contribuciones de Menger a la teoría económica (volumen IV. pág. 1
ss). Sus estudios precedentes, realizados como preparación de esta cuidadosa
exposición de la teoría general del dinero, que le mantuvieron probablemente
ocupado durante los dos o tres años anteriores, le sirvieron a Menger de
magnífica preparación a la hora de iniciarse la discusión en torno a los
problemas específicos austriacos. De todas formas, siempre se había sentido
atraído por las cuestiones relacionadas con las teorías monetarias. El último
capítulo de tos Principios y algunas secciones de las Untersuchungen
über die Methode contenían ya importantes contribuciones, sobre todo
respecto del problema del origen del dinero. Debe aludirse también aquí al
hecho de que entre las numerosas recensiones de libros que Menger solía
escribir sobre todo en sus años jóvenes, para diversos periódicos, se
encuentran dos artículos muy elaborados, del año 1873, a propósito de los Essays
de J. G Cairnes sobre las repercusiones del descubrimiento de
yacimientos auríferos. En algunos aspectos se advierte una estrecha conexión
entre los posteriores puntos de vista de Menger y los defendidos por
Cairnes [31].
En su última gran obra es donde Menger aporta su contribución capital al
problema central del valor del dinero. Pero ya otras contribuciones anteriores,
y sobre todo su análisis de los diversos grados de capacidad de venta de las
mercancías como fundamento de la comprensión de las funciones del dinero,
habrían bastado para asegurarle un puesto de honor en la historia de la teoría
monetaria. Hasta que el profesor Mises no prolongó en línea recta, veinte años más
tarde, la contribución de Menger, este artículo fue la más importante
publicación de la Escuela austriaca sobre los problemas de la teoría monetaria.
Merece la pena insistir algo en las ideas de este estudio, porque han sido a
menudo mal interpretadas. Está difundida la creencia de que la contribución de
la Escuela austriaca al problema monetario se limitó a una tentativa, bastante
mecánica, por aplicar a este problema el principio de la utilidad límite. Y no
es así. El mérito principal de la Escuela austriaca en este campo radica en su
concluyente aplicación de los planteamientos especialmente subjetivos o
individualistas a la teoría del dinero, que lleva ciertamente implícito el
análisis de la utilidad límite, pero que desborda este aspecto, porque tiene
una significación mucho más rica y general. Este mérito recae directamente
sobre Menger. Su exposición de los diferentes conceptos del valor del dinero,
de las causas del intercambio y de la posibilidad de una medida del valor, así
como su discusión de los factores que determinan la demanda de dinero,
significan, en mi opinión, un paso adelante de suma importancia frente a la
exposición tradicional de la teoría de la cantidad bajo la forma de agregados y
de valores medios. Y aunque para distinguir entre el valor de intercambio del
dinero “interno” y “externo” recurre a conceptos un tanto desconcertantes (pues
no intenta expresar con ellos, en contra de lo que pudiera parecer, diversos
tipos de valor, sino diversas fuerzas o capacidades que influyen en el valor),
con todo, el concepto que subyace en el problema tiene una extraordinaria
actualidad.
Con las publicaciones del año 1892 [32] llega
prácticamente a su fin la serie de los trabajos mayores que vieron la luz en
vida de Menger. En los tres decenios siguientes sólo publicó algunos cortos
artículos ocasionales. Durante algunos años sus escritos se centraron en el
problema del dinero. Entre ellos merece destacarse la colaboración Das
Goldagio un der heutige Stand der Valutareform (1893), el artículo
sobre el dinero y las monedas (derecho de acuñación) en Austria desde 1857,
publicado en el Osterreichischen Staatswörterbuch (1897), y,
de forma especial, su artículo, totalmente revisado, sobre la teoría monetaria
para el vol. IV de la segunda edición del Handwörterbuch der
Staatswissenschaften (1990) [33].
Sus últimas publicaciones se reducen esencialmente a recensiones, notas
biográficas o introducciones a trabajos de sus discípulos. El último artículo
fue una nota necrológica sobre su discípulo Böhm-Bawerk,
que murió en 1914.
La razón de esta aparente inactividad es clara. Menger quería
consagrarse plenamente al estudio de los grandes temas que se había impuesto:
la obra sistemática —una y otra vez retrasada— sobre la economía política y,
además, un amplio tratado sobre la esencia y los métodos de las ciencias
sociales en general. A dar cima a estas tareas consagró todas sus energías. A
finales de los años noventa confiaba en que estaba ya próximo el momento de la
publicación y, de hecho, algunas secciones muy importantes habían recibido ya
su forma definitiva. Pero se iba ampliando cada vez más el campo de sus
intereses y del trabajo acometido. Consideró necesario profundizar en el
estudio de otras disciplinas. La filosofía, la psicología y la etnología iban
reclamando porciones cada vez mayores de su tiempo, de modo que la publicación
sufrió continuos aplazamientos. En 1903, y a la relativamente temprana edad de
63 años, renunció a su actividad docente, para poder dedicarse de manera
exclusiva a estos trabajos [34] .
Pero nunca se sentía satisfecho y, al perecer, trabajó con el creciente
distanciamiento propio de la edad, hasta que le llegó la muerte, en 1921, a la
edad de 81 años. Un repaso a sus manuscritos indica que tenía ya lista para la
imprenta una buena parte del material. Con todo, incluso cuando las fuerzas le
iban abandonando, llevó adelante el esfuerzo de reelaborar muy a fondo los
originales, de trastocar secciones, de tal modo que cualquier tentativa de
reconstrucción significa una tarea difícil, por no decir imposible. Algunas
secciones referentes a los Principios, parcialmente revisadas para
la reedición prevista, fueron publicadas por su hijo en 1923, en la segunda
edición de la obra [35] .
Pero otra parte mucho mayor se conserva sólo en forma de manuscritos,
ciertamente muy extensos, pero fragmentarios y desordenados, que sólo con
largos y pacientes esfuerzos de un editor muy hábil podrían ponerse en manos
del público. Por el momento, debemos considerar perdidos los trabajos de los
últimos años de Menger.
Para quien apenas si puede afirmar haber conocido personalmente a Carl
Menger, no deja de ser osada empresa añadir aquí, a este boceto de su biografía
científica, una valoración de su carácter y su personalidad. Pero dado que la
actual generación de economistas políticos sabe muy poco sobre él y que no
disponemos aún de una biografía completa [36] ,
tal vez sea oportuno traer a colación las impresiones extraídas de los informes
de sus amigos y alumnos o transmitidas por tradición oral en Viena, para trazar
las líneas esenciales de su retrato. Estas impresiones proceden, como es obvio,
de la segunda parte de su vida, es decir, de un tiempo en que ya había dejado
de participar activamente en la vida pública y llevaba la tranquila y retirada
vida de un sabio, repartiendo sus actividades entre la enseñanza y la
investigación.
La impresión que su casi legendaria figura despertó en un joven en las
escasas ocasiones de tratarle, está bien reflejada en el conocido grabado de
Stich. Es muy posible que la idea que se tiene de Menger se apoye tanto en este
magistral retrato como en recuerdos personales. Difícilmente puede olvidarse
esta sólida y bien proporcionada cabeza, con la poderosa frente y las ciaras y
profundas arrugas. De mediana estatura, espesos cabellos y poblada barba,
Menger debió ser, en la plenitud de su vida, una figura impresionante.
Cuando ya se había jubilado se convirtió en costumbre que los jóvenes
economistas que concluían su carrera universitaria peregrinaran a la casa de
Menger. Allí les recibía, en medio de sus libros, con amistosa cordialidad y
conversaba con ellos sobre aquella vida que él conocía tan bien y de la que se
había retirado después de haber recibido de ella cuanto había deseado. Conservó
hasta el final de su vida un acusado, aunque también sereno,
interés por la economía y por la vida universitaria y cuando en sus postreros años
su creciente miopía puso un límite a aquel lector incansable, pedía a sus
visitantes información sobre sus trabajos. En estos años postreros daba la
impresión de un hombre que, tras una larga y densa vida continuaba su trabajo
no como quien cumple un deber o lleva a cabo una tarea que se ha impuesto, sino
por el simple y mero placer intelectual, o como quien se mueve en un elemento
que ha llegado a convertirse en su atmósfera vital. Tal vez en sus últimos días
se pareciera un poco a la imagen popular del sabio que no tiene ningún contacto
con la vida real. Pero esto no fue en modo alguno consecuencia de ningún tipo
de limitación de su horizonte, sino más bien el resaltado de una decisión
tomada tras ponderado análisis, en la plenitud de la edad, después de haber
acumulado ricas y variadas experiencias.
De haberlo querido, no le habrían fallado a Menger ni ocasión ni
distinciones externas para escalar posiciones influyentes en la vida pública.
En 1900 fue nombrado miembro vitalicio de la Alta Cámara austriaca, pero apenas
si tomó parte en estos trabajos. Para él, el mundo era mucho más objeto de
análisis y reflexión que de acción y por eso disfrutó tan intensamente la
posibilidad de conocerlo tan de cerca. Inútilmente se buscará en su obra
escrita alguna alusión a sus puntos de vista políticos. De hecho, se inclinaba
al conservadurismo o al liberalismo del viejo estito. No dejó de tener
simpatías hacia el movimiento en pro de reformas sociales, pero nunca el
entusiasmo por lo social enturbio su mente clara y precisa. En este y en otros
aspectos, formaba un extraño contraste con su hermano Anton, mucho más
apasionado [37] .
De ahí que varias generaciones de estudiantes le recuerden básicamente como a
uno de los más prestigiosos profesores de la Universidad [38] ,
aunque es bien sabido que, de forma indirecta, ejerció un enorme influjo en la vida
pública austriaca [39].
Todos los informes alaban unánimemente la cristalina claridad de su exposición.
Merece la pena reproducir aquí la impresión de un joven economista
norteamericano, que asistió a las clases de Menger en el invierno de 1892-93:
“El profesor Menger lleva sus cincuenta y tres años con gran voluntad. En sus
lecciones utiliza muy pocas veces notas escritas, salvo para
recordar una cita o una fecha. Las ideas parecen fluirle a medida que va
hablando. Las expresa con un lenguaje tan claro y sencillo, subrayándolas con
los gestos adecuados, que es un placer seguir el hilo de su exposición. El
estudiante no se siente empujado, sino guiado, y cuando extrae una conclusión,
no llega como algo venido de fuera, sino como la más lógica y natural
consecuencia del propio pensamiento. Corre la fama de que quien sigue con
asiduidad las lecciones del profesor Menger no necesita ya ninguna otra
preparación para el examen final de economía política. Yo lo creo a pies
juntillas. Pocas veces o tal vez nunca he escuchado a un profesor que tenga tan
igual talento para unir la claridad y la sencillez de las expresiones con la
profundidad filosófica de las ideas. En raras ocasiones son estas lecciones
‘demasiado altas’ para los menos dorados y siempre encierran algún aliciente
para los más inteligentes” [40].
Todos sus alumnos conservan un recuerdo particularmente vivo de su análisis
sistemático y profundo de la historia de las doctrinas económicas. Las copias
de sus explicaciones sobre la Hacienda pública eran, todavía veinte años
después de su jubilación, los apuntes más buscados como preparación para el
examen.
Pero donde mejor florecieron sus dotes de maestro fue en su seminario.
Allí se daba cita un círculo selecto de estudiantes de los cursos superiores y
de muchos doctores, que habían obtenido el título muchos años antes. Si se
discutían problemas prácticos, el seminario se organizaba a modo de debate
parlamentario, con un ponente principal a favor y otro en contra de
una solución determinada. Pero más a menudo era una ponencia bien preparada por
uno de los miembros la que se convertía en fundamento de una detallada
discusión. En los remas centrales, Menger cedía la palabra a los estudiantes y
no ahorraba ningún esfuerzo para ayudarles en la preparación de los remas. No
sólo ponía completamente a su disposición su biblioteca, sino que llegaba
incluso a comprarles los libros especiales necesarios y repasaba varias veces
los manuscritos con ellos. Ponía tanto empeño en el estudio de los temas
principales y en la estructura de la ponencia como en enseñarles “el arte de la
exposición y la técnica de la respiración” [41] .
Para los recién llegados resultaba al principio difícil penetrar en el
círculo íntimo de Menger. Pero si descubría en alguien un talento especial y el
interesado entraba en el ámbito elegido del seminario, entonces no rehuía
ningún sacrificio para ayudarle en su trabajo. Las relaciones entre Menger y el
seminario no se reducían a las discusiones académicas. A menudo
invitaba a los miembros del grupo a excursiones domingueras al campo, o a algún
estudiante concreto a que le acompañara a pescar. La pesca era el único
pasatiempo que se concedía. E incluso entonces, procedía con el mismo rigor
científico que en todo lo demás: intentaba dominar todos los aspectos técnicos
y estudiaba la literatura especializada sobre el tema.
Es difícil imaginarse a Menger dominado por una pasión que no estuviera
de algún modo relacionada con el objetivo dominante de su vida, a saber, el
estudio de la economía política. Aparte el estudio directo, tuvo otra ocupación
a la que se consagró con tal intensidad que apenas cedía a la primera: la
colección de libros y el cuidado de su biblioteca. Por lo que hace a la sección
económica, apenas debió haber tres o cuarto bibliotecas privadas de tal
magnitud. Pero no se limitó en modo alguno a la literatura especializada. La
colección de obras etnográficas y filosóficas era casi tan rica como la de los
libros de economía. A su muerte, la mayor parte de esta biblioteca, incluidos todos
los escritos sobre temas económicos y etnográficas, pasó al Japón. Este legado
forma hoy una sección independiente de la Biblioteca de la Universidad
Comercial de Tokio (llamada actualmente Universidad Hitotsubashi). El catálogo
reseña, tan sólo en economía política, más de 20.000 títulos [42].
No se le concedió a Menger ver realizado el propósito principal de sus
posteriores años, ni dar fin a la gran obra con que esperaba coronar todo el
trabajo de su vida. Pero sí pudo asistir con complacencia al espectáculo de la
riquísima cosecha producida por su primera gran obra de juventud. Conservó
siempre un intenso y nunca menguado entusiasmo por el tema elegido para sus estudios.
El hombre que —como se cuenta de él— pudo decir que de haber tenido siete
hijos, todos ellos habrían estudiado economía, debió sentirse inmensamente
feliz en su trabajo. Que tuvo además el don de transmitir a sus discípulos este
mismo entusiasmo lo confirma el nutrido grupo de economistas políticos que se
sentían orgullosos de proclamarle su maestro.
________________________
[1] Lo dicho es
también aplicable en muy buena medida, a Francia. Incluso en Inglaterra hubo
una cierta tradición heterodoxa, de la que puede asimismo decirse que se
mantuvo totalmente a la sombra de la escuela clásica predominante. Pero no por
eso careció de importancia, ya que los trabajos de su principal representante,
Longfield, ejercieron indudablemente alguna influencia, a través de Hearn,
en Jevons.
[2] Tiene poco de
sorprendente el hecho de que no conociera a su inmediato predecesor, el alemán
H. H. Gossen. En realidad, tampoco llegaron a conocerle ni Jevons ni Walras,
o al menos no por la época en que publicaron sus primeros escritos. El primer
libro que hace justicia a los méritos de la obra de Gossen es el Arbeitsfrage (2.ª
edición), de F. A. Lange, publicado en 1870, cuando probablemente
Menger había dado ya a la imprenta sus Principios.
[3] Sir John
Hicks me afirmó que tenía motivos para pensar que la exposición gráfica de
Lardner sobre la teoría del monopolio, que ejerció una gran influencia en Jevons,
según éste mismo confiesa, procede de Cournot.
Cf. sobre este tema el artículo “Walras”,
de Hicks, enEconométrica, vol. 2 (1934).
[4] Con todo,
Menger conocía el trabajo de A. A. Walras, padre de Léon Walras ya
que le cita en la pág. 54 de los Principios.
[5] Cfr., sin
embargo, las dos cartas de Menger a Walras,
de los años 1883 y 1884, publicadas en los vols. I y II de la Correspondence
of LéonWalras, editada
por William Jaffé, Amsterdam, 1965.
[6] La única
excepción, una recensión sobre las investigaciones en torno a la teoría de los
precios de R. Auspitz y R. Lieben, publicada en un periódico (el Wiener
Zeitung, de 8 de julio de 1889) apenas si puede
considerarse como tal, porque Menger afirma expresamente que no quiere comentar
el valor de la exposición matemática de los principios doctrinales de la
economía política. El tono general de la recensión y la objeción de Menger
contra el hecho de que “en su opinión los autores utilizan el método matemático
no sólo como medio de exposición, sino como medio de investigación”, confirman
la impresión general de que no atribuía a este método una especial utilidad.
[7] Antón Menger,
padre de Carl, era hijo de otro Anton Menger, procedente de una antigua familia
alemana que emigró a Eger (Bohemia) en 1623; y de su esposa Ana (de soltera
Müller). La madre de Carl, Carolina, fue hija de Josef Gerzabek, comerciante de
Hohenmaut, y de la mujer de éste, Theresa (de soltera Kalaus), cuyos
antepasados figuran en el registro bautismal de Hohenmaut en los siglos XVII y
XVIII.
[8] Por e sta
época, Menger participó también en la fundación de un periódico, el Wiener
Hagblatt, pronto sustituido por el Neue Wiener Tagblatt, que
fue durante varios decenios uno de los diarios más influyentes de la capital
austriaca. Menger mantuvo excelentes relaciones con el prestigioso editor de
esta última publicación, Moris Szeps. Existe la difundida opinión de que muchos
de los artículos sin firma de este periódico proceden de la pluma de Menger.
[9] Los más
antiguos artículos manuscritos sobre la teoría del valor llegados hasta
nosotros se remontan al año 1867.
[10] Merecen
destacarse también algunos otros aspectos de la teoría general del valor de
Menger, como su constante insistencia en la necesidad de clasificar las
distintas mercancías más por criterios económicos que técnicos (cf. páginas
131—134 y 159, nota), su clara anticipación de la teoría de Böhm-Bawerk en
el tema de la menor valoración de las necesidades futuras págs. 142-145) y su
cuidadoso análisis del proceso a través del cual la acumulación del capital
transforma poco a poco los factores inicialmente libres en bienes escasos.
[12] Tal vez la
excepción esté representada por la recensión de Hack en Zeizschrift für
die gesamte Staatswissenschaft, 1872. Hack no sólo acentúa la calidad
científica del libro y la originalidad de su método, sino que, además, y en
contra de Menger, indica que la relación económicamente relevante entre bienes
y necesidades no se encuadra en la categoría de causa y efecto,
sino en la de medio y fin.
[13] Estimo
oportuno corregir aquí la falsa impresión, surgida de una afirmación de A.
Marshall, de que en los años 1870-74, es decir, cuando estaba elaborando
algunos puntos concretos de su teoría, “Böhm-Bawerk y Wieser estaban
todavía en la universidad...” (Memorials of Alfred Marshall, página
417). Los dos abandonaron la universidad por las mismas fechas entraron en 1872
al servicio de la administración pública y en 1876 eran ya tan conocidos que en
los informes para el seminario de Knies en Heidelberg, pudieron presentar los
elementos más importantes de sus posteriores contribuciones.
[14] Por aquella
época Menger había rechazado ya algunas ofertas para enseñar en Karlsruhe
(1872) y Basilea (1873.). Poco tiempo después rechazó también una oferta del
Politécnico de Zurich, porque tenía la esperanza de ser nombrado profesor de
la Universidad .
[15] Zur
Methodologie der Staats- und SoziaIwissenschaften”, en Jahrbuch
für Gesetzgebung, Verwaltung und Volkswirtschaft im deutschen
Reich, 1883. En la reimpresión del artículo de Schmoller en Zur
Literaturgeschichte der Staats- und Sozialwissenschaft im deutschen
Reich,1888, se suavizan un tanto las expresiones más hirientes.
[16] La redacción
del Jahrbuch no puede proporcionar información sobre este
libro, porque la remitió a su autor, a vuelta de correo, con las siguientes
líneas: “Estimado señor: He recibido, como impreso su libro Die
Irrthümer des Historismus in der deutschen Nationalökonomie. Dado
que venía estampado como ‘del autor’, deduzco que debo agradecerle a usted
personalmente el envío. Desde hace algún tiempo había sabido por diversas
fuentes que este escrito era esencialmente un ataque contra mí y la primera
ojeada a la primera línea así me lo ha confirmado. Aunque reconozco su buena
voluntad y su preocupación por instruirme, no por ello quiero apartarme del
principio que me he trazado de mantenerme alejado de semejantes lances
literarios. Me veo, pues, en la precisión de aconsejarle que imite usted
también este comportamiento. De este modo, podrá ahorrarse mucho tiempo y
muchos sinsabores. Estos ataques personales, sobre todo cuando no espero de su
autor ningún nuevo aliciente, los arrojo a la estufa o a la papelera, sin
molestarme en leerlos. De este modo, nunca caigo en la tentación de aburrir al
público con el espectáculo de ciertos profesores alemanes, que actúan como
matones literarios. No quisiera incurrir con usted en la descortesía de romper
un libro suyo tan bellamente presentado. Se lo devuelvo, pues, con mis mejores
agradecimientos y con el ruego de que le dé mejor destino. Por lo demás, le
quedo ahora agradecido por otros posibles nuevos ataques pues, como dice el
refrán: ‘a más enemigos, más gloria’. Acepte usted la expresión de mis mejores
sentimientos... G. Schmoller.”
[18] V.
MATAJA, Der Unternehmersgewinn, Viena, 1884; G. GROSS, Lehre
vom Unternehmesgewinn, Leipzig, 1884, y E.
SAX, Das Wesen und die Aufgabe der Nationalökonomie, Viena,
1884.
[20] Aquel mismo
año, otros dos economistas vieneses, R. Auspitz y R. Lieben, publicaron sus
estudios sobre la teoría del precio, que todavía hoy día siguen estando a la
cabeza de las obras de economía política matemática. Pero aunque ambos autores
estaban fuertemente influenciados por la obra de Menger y de su grupo, no se
apoyaron tanto en la aportación de sus compatriotas cuanto más bien en los
principios expuestos por Cournot,
Thünen, Gossen, Jevons y Walras.
[21] MAFFEO Pantaleoni, Principii
di Economia Pura, Florencia, 1889 (segunda edición, 1894). Una
desafortunada nota de la edición italiana acusaba a Menger de plagiar a Cournot,
Gossen, Jennings y Jevons.
Pero el propio Pantaleoni corrigió
esta afirmación en el prólogo que compuso para la edición italiana de los Principios de
Menger; cf. C. MENGER, Principii fondamentali di economia pura, con prefazione
di Maffeo Pantaleoni, Imola,
1909 (publicada primeramente en 1906 y 1907 como anexo del Giornale
degli Economisti, pero sin la introducción dePantaleoni).
Esta introducción fue reimpresa también en la traducción italiana de la segunda
edición (de que se hablará más tarde) de losPrincipios publicada en
Bari en 1925.
[22] Este hecho
aparece confirmado también por las numerosas notas marginales del ejemplar de
los Principios utilizado por Marshall, conservado en la
Marshall Library de Cambridge.
[23] Cf.
especialmente J. BONAR, “The Austrian Economists and their Views on Value”,
en Quarterly Journal of Economics, 1888, y “The Positive
Theory of Capital”, ibid., 1889.
[24] La recensión
original apareció en (Grünhuts) Zeitschrift für das Privatund
öffentliche Recht der Gegenwart, vol. XIV, impreso más tarde en Viena,
1887.
[26] En la misma
revista, N. F., vol. XVII, Jena, 1888. Aquel mismo año apareció una traducción
francesa resumida, realizada por CH. SECRÉTAN, en la Revue d’économie
politique, bajo el título de “Contribution à la theorie du capital”.
[27] Denkschrift
über den Gang der Währungsfrage seit dem Jahre 1867. Denkschrift über das
Papiergeldwesen der österreischisch-ungarischen Monarchie. Statistische Tabelle
zur Wührungsfrage der österreichisch-ungarischen Monarchie. Publicaciones del
Ministerio de Finanzas. lang=EN-US Viena, 1892.
[28] Cf. Stenographische
Protokolle über die vom 8. bis 18. März 1892 abgehaltenen Sitzungen der
nach Wien einberufenen Währungs-Enquete-Commision. Viena, Imprenta del
Estado, 1892. Poco antes de que se reuniera la Comisión, Menger había ya
expuesto los problemas principales en una conferencia, publicada después en
el Allgemeine Juristen Zeitung, núms. 12 y 13 del volumen
correspondiente a 1892.
[29] En el marco
de esta introducción no es, desgraciadamente, posible consagrar a este importante
episodio de la historia del sistema monetario todo el espacio que merece, tanto
en razón de su estrecha conexión con Menger y su escuela como del interés
general de los problemas entonces discutidos. Merecería, por tanto, la pena
iniciar una investigación sobre el tema. No deja de ser lamentable que no
exista una exposición histórica de esta discusión y de las medidas tomadas en
aquella coyuntura. Aparte las publicaciones oficiales arriba mencionadas, el
material más importante sobre este punto lo constituyen los escritos del mismo
Menger.
[30] “Die
Valutaregulierung in Osterreich-Ungarn”, Jahrbücher für Nat. ök, und Statistik, III,
F. vol, III y IV, 1892.
[31] Los artículos
fueron publicados en el Wiener Abendpost (anexo del Wiener
Zeitung) los días 30 de abril y 9 de junio de 1873. Como
todos los anteriores trabajos periodísticos de Menger, también estos
aparecieron sin firma.
[32] Además del
artículo francés ya mencionado, aquel mismo año apareció otro, bajo el título
de “La Monnaie Mesure de la Valeur”, en laRevue d’économie politique (vol.
VI) y otro inglés, “On the Origin of Money”,
en Economic Journal (vol.III)
[33] La
reimpresión del mismo artículo en el vol. IV de la 3.ª edición del HdSw (1909)
sólo contiene, respecto de la 2.ª edición, algunas pequeñas modificaciones
estilísticas.
[34] Esto explica
que casi todos los posteriores representantes de la Escuela austriaca, como los
profesores H. Mayer, L. von Mises, J. A. Schumpeter y otros varios no fueran
discípulos directos de Menger, sino de Böhm-Bawerk y
de Wieser.
[35] Principios
de economía política, de Carl Menger, 2.ª edición póstuma a cargo de
Karl Menger, con prólogo de Richard Schüller, Viena, 1923. Hay un detallado
análisis de las modificaciones y adiciones de esta edición en F. X.
Weiss, “Zur zweiten Auflage von Carl Mengers Grundsätze”, en Zeitschrift
für Volkswirtschaft und Sozialpolitik, N. F., vol. IV, 1924.
[36] De entre los
pequeños resúmenes existentes deben mencionarse especialmente los de F. von
Wiser, en Neue Osterreichische Biographie,1923, y R. Zuckerkandl, en Zeitschrift
für Volkswirtschaft, Sozialpolitik und Verwaltung, volumen
XIX, 1911.
[37] Los dos
hermanos formaban parte de un grupo que en los años 80 y 90 solía reunirse casi
diariamente en un café situado frente a la Universidad; al principio se
componía básicamente de periodistas y comerciantes, pero más tarde se nutría
ya, sobre todo, de discípulos de Carl Menger y de estudiantes. A través de este
círculo mantuvo Menger —al menos hasta su retirada de la Universidad- contacto
permanente y notable influencia con y sobre los sucesos cotidianos. Uno de los
discípulos más destacados de Menger, R. Sieghart, nos ha dejado una descripción
del contraste que formaban los dos hermanos (cf. Die letzten Jahrzehnte
einer Grossmacht, Berlín, 1932, pág. 21): “Verdaderamente una extraña
y curiosa pareja la de estos dos hermanos Menger: Carl, fundador de la Escuela
austriaca de economía política, descubridor de la ley económico-psicológica de
la utilidad limite, maestro del copríncipe Rudolf, también periodista en los
inicios de su carrera, conocedor del gran mundo, aunque esporádicamente,
revolucionador de su ciencia y al mismo tiempo más bien conservador en
política; del otro lado, Antón, ajeno al mundo, cada vez más consagrado a su
propia especialidad, el derecho procesal civil, con espléndido dominio de su
materia y, por ello, cada vez más interesado en los problemas sociales y en su
solución a través del Estado, vivamente dedicado a los problemas del socialismo.
Carl, de claridad absoluta, entendido por todos, ilustrado al estilo de Ranke;
Anton, difícil de seguir, pero familiarizado con los problemas sociales bajo
todas sus manifestaciones —en el derecho civil, en la economía y en el Estado.
De Carl Menger he aprendido el método económico-político, pero los problemas
que yo mismo me planteaba me venían de la mano de Anton Menger”
[38] Es considerable el número de personas que
pertenecieron, en una u otra época, al círculo íntimo de los discípulos de
Menger y que luego desempeñaron importantes papeles en la vida publica
austriaca. Por citar sólo algunos de los que han aportado su colaboración
también en el ámbito de la literatura científica de la economía política, daremos
aquí los nombres de Karl Adler, Stefan Bauer, Moriz Dub, Markus Ettinger, Max
Garr, Viktor Grätz, I. von Gruber-Menninger, A. Krasny, G. Kundwald, Wilhelm
Rosenberg, Hermann Schwarzwald, E. Schwiedland, Rudolf Sieghart, Ernst Seidler
y Richard Thurnwald, aparte los ya mencionados en páginas anteriores.
[39] A través de
su hermano Max, que formó parte durante muchos años del Consejo del Reich
austriaco, y de sus numerosas y diversas amistades en el antes mencionado café,
Menger ejerció también durante largo tiempo un considerable influjo en las
opiniones económicas de los diputados liberales germano-parlantes.
[40] H. R.
SEAGER, “Economics at Berlin and Vienna”, Journal of Political Economy,
vol.I, 1893, reimpreso en Labor and other Essays, del mismo
autor, Nueva York, 1931.
[42] Katalog
der Carl Menger-Bibliothek in der Handelsuniversität Tokio. Erster
Teil, Sozialwissenschaften, Tokio, 1926. También Katalog der Carl
Menger-Bibliotheck in der Hitotsubashi Universität, II, Tokio, 1955 (con
varios retratos de Menger). El profesor Emil Kauder ha escrito dos artículos
sobre las notas manuscritas en algunos de los libros de la biblioteca de
Menger, que pueden arrojar luz sobre la evolución de sus ideas: “Menger and his
Library” en The Economic Review Hitotsubashi University, vol.
10, 1959, y “Aus Mengers nachgelassenen Papieren”, enWeltwirtschaftliches
Archiv, volumen 89, 1962. Con ayuda de estos artículos, la
Biblioteca de la Hitotsubashi University lanzó en 1961 y 1963 unas
ediciones provisionales de las notas de dos de estos volúmenes, con los
siguientes títulos: Carl Mengers Zusätze zu Grundsätze der
Volkswirtschaftslehre y Carl Mengers erster Entwurf zu seinem Hauptwerk
‘Grundsätze’, geschrieben als Anmerkungen zu den ‘Grundsätzen der
Volkswirtschaftslehre’ von Karl Heinrich Rau.
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