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jueves, 21 de abril de 2016

Economía: Es más sencilla de lo que pensáis

Economía: 

Es más sencilla de lo que pensáis

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[Este artículo apareció en el número de marzo-abril deThe Austrian]
En opinión de John Tamny (editor de Forbes yRealClearMarkets), la economía como se estudia y enseña en las universidades es innecesariamente complicada. Las verdades básicas de la economía son sencillas y no requieren ninguna matemática difícil para entenderlas. Los lectores recordarán la gran La economía en una lección de Hazlitt.

Empresarios contra burócratas

El libro está animado por una visión controladora. Una economía de éxito depende de empresarios innovadores que estén dispuestos a asumir grandes riesgos a cambio de la posibilidad de grandes beneficios. Es esencial para la prosperidad no obstaculizar los esfuerzos de estos empresarios a través de intentos públicos de gravar y regular la economía. Tamny ilustra esta tesis con muchas historias acerca de personas famosas, como sugiere el subtítulo del texto.
El gobierno, destaca Tamny, no produce nada por sí mismo. Funciona quitando recursos a lo productivo. A la objeción de que el gobierno puede usar él mismo el dinero que recibe en impuestos para fines beneficiosos para la economía, Tamny responde que es mucho más probable que las personas de éxito en los negocios sean mejores jueces de lo que es beneficioso que los burócratas en el gobierno. Si estos fueran más capaces de discernir oportunidades de conseguir beneficios, ellos mismos serían empresarios. Los funcionarios de alto nivel pueden ganar salarios altos, pero la riqueza de los que están en los negocios es mucho mayor. “Si eres tan listo, ¿por qué eres un funcionario?”
A esto se puede imaginar alguien objetando: Aunque sea verdad que los empresarios de éxito aumentan la productividad económica, ¿no lo hacen con un gran peligro? ¿Qué pasa con la desigualdad? ¿Qué pasa si los empresarios de éxito lo hacen tan bien que acumulan muchísima más riqueza que otros? Es sabido que Thomas Piketty ha enfatizado mucho este punto, pero Tamny tiene una respuesta eficaz y sencilla. Las grandes acumulaciones de riqueza son deseables: los ricos invertirán su dinero y todos se beneficiarán. “Cuando el rico ‘atesora’ su riqueza, se presta a quienes necesitan dinero para coches, ropa o escolarización, por no mencionar la nueva generación de Bill Gates, plena de ideas pero necesitada de capital que abundará si algunos de los más ricos de la sociedad mantienen intacta su riqueza de forma que pueda pasar a generaciones futuras”.
Si una alta inversión es la clave de la prosperidad, el impuesto a las ganancias del capital es algo especialmente deplorable. “Los inversores que podrían arriesgar su capital en el sector privado saben que podrían perderlo todo y afrontan un impuesto del 20% sobre cualquier retorno que consigan en su inversión. Esos mimos inversores tienen la opción de comprar bonos públicos y, aunque los retornos son bajos, son fiables y, en el caso de los bonos municipales, están libres de impuestos. (…) Nuestro código fiscal (…) pone a los empresarios en una enorme desventaja cuando compiten con el gobierno por los inversores”.
Los impuestos, por supuesto, no son la única manera en que el gobierno obstaculiza el libre mercado. Los intentos del gobierno por regular la economía plantean exactamente el problema que encuentra Tamny en los impuestos. Por ejemplo, las leyes antitrust pretenden impedir que las empresas ganen un control de monopolio de productos importantes, ¿pero no están los que están en el escenario más cualificados que los “expertos” públicos para evaluar si las condiciones del mercado hacen deseables las fusiones? De nuevo, son los empresarios, no los funcionarios, los capacitados para anticipar la demanda futura. “Las fusiones en último término se refieren a la supervivencia. Las empresas deben ajustarse a un clima empresarial futuro incierto y restringir la capacidad de empresas más grandes para actuar como más interese a los accionistas es contraproducente. La regulación antitrust no estimula la competencia tanto como reduce las empresas de éxito a presas fáciles”.

“Las sociedades capitalistas pueden recuperarse de todo”

Hemos omitido hasta ahora una parte clave del argumento de Tamny. Los empresarios habilidosos tienen éxito, pero muchos fracasan en los negocios. El mercado funciona distinguiendo a los exitosos de los fracasados mediante la prueba de la rentabilidad. A partir de este hecho, es tan esencial que se permitan lo fracasos como que se permita a los que tengan éxito mantener sus beneficios. Los intentos de salvar los fracasos inutilizan el mercado.
Este punto vital puede usarse para responder a una objeción común al libre comercio. Mucha gente objeta al libre comercio porque, en algunos casos, la competencia extranjera elimina del negocio a las empresas nacionales, causando desempleo. A la respuesta de que un comercio expandido crea trabajos en otro lugar en la economía, la respuesta habitual es ¿qué pasa con los trabajadores que sí pierden su empleo? Son a menudo incapaces de conseguir nuevos empleos tan buenos como los que tenían antes. El hecho de que otros estén mejor es poco consuelo para ellos.
La explicación de Tamny de la forma en que funciona el mercado libre hace imposible aceptar esta objeción que acabo de dar. “En una economía libre, el capital se mueve hacia los emprendedores con talento ansiosos de conseguir oportunidades rentables. Innovaciones como el automóvil, la computadora y los servicios de venta en línea, destruyen trabajos, pero el proceso lleva a trabajos mejores y mejor pagados (…) para crear trabajos en abundancia, debemos permitir que el mercado libre los aniquile habitualmente”. Tamny reconoce que “el proceso de creación de empleo mediante destrucción de empleo nos hace angustiosa la pérdida de empleo. (…) pero ser despedido no es razón para desesperarse. A menudo viene algo bueno de perder tu empleo”. Los trabajadores, como los capitalistas, tienen que estar alerta ante nuevas oportunidades.
De una forma que muestra un gran ingenio, Tamny aplica lo dicho acerca de las empresas fracasadas a la crisis financiera de 2008. Según Ben Bernanke, Timothy Geithner y muchos otros, solo los rescates masivos de instituciones financieras en respuesta al colapso del mercado inmobiliario salvaron a la economía del desastre. Tamny invierte esta idea. Era esencial para el funcionamiento adecuado del mercado permitir que fracasaran las empresas que actuaron imprudentemente en el mercado. Si se hubiera hecho así, la economía se habría reajustado rápidamente. “Las sociedades capitalistas pueden recuperarse de todo. En particular, pueden recuperarse de quiebras bancarias que no exterminen capital humano o destruyan su infraestructura. Un gobierno que interfiera es la única barrera para cualquier reavivamiento de la sociedad y por eso la economía global se vino abajo en medio de toda la intervención pública en 2008”.

El oro, el dinero y el estado

Hasta aquí ha habido pocas razones para estar en desacuerdo con los principales argumentos del autor. Sin embargo, en teoría monetaria hace lo que me parece una afirmación incorrecta, pero, por fortuna, su principal receta política puede rescribirse de una forma mejor. Tamny reclama correctamente una moneda fuerte. Rechaza los intentos inflacionistas desencaminados  para reducir su balance comercial “desfavorable”. Tal y como apunta, un déficit comercial no es algo que haya que temer en absoluto. “Todo comercio se equilibra. ‘Déficits’ comerciales con productores cercanos y lejanos son las recompensas a la productividad de cada uno”.
Hasta aquí, bien, pero se equivoca cuando compara el dólar con una vara de medir que no debe cambiar. “Igual que el pie nunca es más largo o corto, el dinero no debe ser ni fuerte ni débil. El pie es una herramienta estandarizada para medir cosas reales y el dinero debería tener la misma constancia”. ¿Cuál es su argumento para esta opinión? Como señala, la gente quiere dinero, no por sí mismo, sino para comprar bienes y servicios. (Dejamos aparte unas pocas excepciones). Cree que a partir de este hecho, si el gobierno sigue la política apropiada, el valor del dinero puede mantenerse constante. Los precios relativos de bienes y servicios cambiarán para reflejar cambios en su oferta y demanda. El dinero puede por tanto servir como vara de medir, para permitir a la gente evaluar los cambios en los precios relativos. De esto no se deduce sin embargo que como el dinero se demanda como medio para conseguir otras cosas no haya una demanda independiente de dinero en absoluto. En el mercado libre, el dinero es un producto cuyo precio puede cambiar.
Pero incluso si Tamny se equivocara en este punto, podría salvarse su mensaje principal. Es completamente deseable que el producto monetario sea improbable que esté sometido a fluctuaciones sustanciales de precio. El patrón oro cumple abundantemente con este requisito y esto da a Tamny todo lo que quiere razonablemente. Hablar de varas de medir solo oscurece el consejo, como señaló Mises hace mucho tiempo. “Aunque sea habitual hablar del dinero como medida del valor y los precios, la idea es completamente falsa. Mientras se acepte la teoría subjetiva del valor, esta cuestión de la medición no puede plantearse”. (Mises, Teoría del dinero y del crédito, capítulo 2).
Las muchas ideas del libro exceden con mucho a la importancia de este desacuerdo acerca del dinero como medida de valor. Popular Economics es un gran libro que, si se leyera ampliamente, mejoraría mucho la comprensión del público de las verdades económicas ásicas.

Publicado originalmente el 30 de marzo de 2016. Traducido del inglés por Mariano Bas Uribe. El artículo original se encuentra aquí.

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