CRITICANDO LA “CIENCIA ECONÓMICA”
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Adaptado de mi libro La Red y el futuro de las organizaciones: Mas conectados … ¿Más integrados? En el mundo de hoy y frente a lo desolador que resulta para tantísima gente el procurarse de una vida digna, no puedo más que considerar la siguiente crítica a la Ciencia Económica:
Sobre la economía se puede decir que hoy en día no existe otro conjunto de criterios que ejercite una influencia mayor sobre las acciones de los individuos, grupos, y gobiernos. Los textos de economía nos hablan de leyes económicas basadas en la disposición natural del hombre a competir por los escasos recursos materiales disponibles y, por tal motivo, se autoproclama como una ciencia “éticamente neutra”. Se suele declarar que la disciplina es rigurosamente descriptiva. Sin embargo, dado el impacto que esta tiene sobre las decisiones políticas no se debe descartar su carácter tácitamente normativo y formativo de una visión (digo yo) fragmentada de la realidad. De acuerdo con la economía tradicional, feliz es aquel capaz de consumir la mayor cantidad posible de recursos. Su teoría nos trata como “consumidores insaciables”. La economía moderna nada dice acerca de la posibilidad de que las decisiones de consumo se tomen a partir de un conjunto amplio de valores éticos y, por ello, valora los medios por encima de los fines.
La teoría económica actual nos dice que sólo actuamos bajo el imperio del mero comportamiento optimizador individual: nos define como “maximizadores de la utilidad”. Cómo afirma el Premio Nóbel de Economía: Amartya Sen (1986): “Se asigna un ordenamiento de preferencias a una persona, y cuando es necesario se supone que este ordenamiento refleja sus intereses, representa su bienestar, resume su idea de lo que debiera hacer y describe sus elecciones (…) En efecto, el hombre puramente económico es casi un retrasado mental desde el punto de vista social. La teoría económica se ha ocupado mucho de ese tonto racional”. Es cierto, no podemos negarlo, las personas somos consumidores con preferencias individuales, pero ante todo somos seres humanos con lealtades y aspiraciones morales que actuamos en sociedad. Afortunadamente somos seres sociales, concientes, multifacéticos y, por sobre todo, Humanos y capaces de sentir angustia por el dolor ajeno, deseosos de comunicarnos y motivados por ayudar al prójimo.
Según el canadiense Crawford MacPherson (1973), excluir a otros del uso o disfrute de algo ya no es una concepción válida para delimitar la estructura de nuestras relaciones económicas en el mundo pleno de abundancia de hoy. En este mundo interdependiente, “el derecho individual a no ser excluido del uso o disfrute de los recursos acumulados por toda la sociedad” debería ser la forma de propiedad más importante. Si hay recursos más que suficientes para que todo el mundo pueda satisfacer sus necesidades básicas, no tiene sentido organizar las relaciones materiales sobre la base de la exclusión de los otros. Sin embargo, esto no suele ser visto o pensado por la corriente principal de la economía cuyos principios se basan en comportamientos económicos, basados en una concepción fragmentada, egocéntrica e individualista. Reconozcámoslo, la razón puede racionalizar hasta lo irracional, cuando se la obliga a servir los propósitos del poder y la riqueza. Una perspectiva alternativa debe complementar la visión que procede de la economía tradicional; una aproximación que sea sensible a la paradoja moral que supone que, dado que somos seres sociales, los medios más efectivos para maximizar la satisfacción de las personas no consiste en buscar la maximización de la satisfacción individual (Partridge, 2003).
La relación costo-eficiencia esbozada por la ciencia económica demanda una sincera reflexión. Los negocios se basan en el intercambio; como en todo intercambio, hay siempre implicada una relación, en este caso se busca conseguir el máximo dando lo menos posible. Pero a veces eso: ¿no resulta injusto, amoral, antisocial, abusivo y, tal vez, perverso? Ese comercio predatorio (llamado eufemísticamente “libre mercado”) por lo general opera basado en el principio de conseguir el máximo beneficio pagando el mínimo costo y a eso lo llaman eficiencia. Bajo este imperativo, los campos de concentración y exterminio construidos y operados por los nazis, pueden ser vistos son el paradigma de la eficiencia llevada al nivel de la atrocidad; el mal convertido en una actividad disciplinada, técnica y racional, con todas las características de una producción industrial, esto es: división del trabajo, utilización económica, efectividad, eficiencia y eficacia. Con esto quiero dejar sentado que hay en el pensamiento técnico, en la manera como se organiza desde un punto de vista económico y en la búsqueda del máximo rendimiento, una raíz maligna. El comercio predatorio difiere de esto en escala, pero no en concepto. Los campos de exterminio están continuamente en nuestro inconsciente occidental porque la devoción por la eficiencia sobrevive en el lado oscuro del dios viviente actual, la Economía, que empuja nuestra civilización hacia delante con la creciente ayuda de la eficiencia.
El estereotipo del economista se encarna como frío, desaprensivo, insensible y calculador. Algunos investigadores de la academia se han tomado esto en serio y por eso realizaron investigaciones que buscan determinar si la enseñanza de la economía convierte a los estudiantes a este estereotipo. Uno de ellos, Ariel Rubinstein, experto en teoría de juegos de la Universidad de Tel Aviv, demostró que los economistas suelen comportarse en forma más egoísta que el resto de los profesionales. Según relata en unartículo periodístico , contactó a varios grupos de estudiantes de economía, matemática, derecho, filosofía y negocios. A todos se les presentó una situación empresarial, en la cual había que optar entre varias alternativas de optimización de resultados sobre la base de despedir empleados. Por una diferencia estadísticamente abrumadora, el grupo de estudiantes de economía optó por la alternativa de echar a la mayor cantidad de gente para obtener la mayor rentabilidad posible, sin tener en cuenta los posibles impactos sobre los trabajadores cesanteados o sobre el clima laboral al interior de la empresa. Otro estudio realizado por Frank, Gilovich y Regan (1993) mostró que exponer a los alumnos a modelos donde los agentes económicos buscan maximizar su propio beneficio promueve un comportamiento de esas características. Los estudiantes fueron impelidos a jugar el dilema del prisionero , y el resultado fue que los de economía mostraron, por lejos, la actitud más individualista y menos cooperativa. Más aun, Liberman, Samuels y Ross (2004), demuestran que los resultados de jugar al dilema del prisionero, en forma iterada, cambian significativamente, a favor de la competencia o la cooperación según la manera en que este sea rotulado, ya sea con el nombre “Juego de Wall Street” o “Juego de la Comunidad”, respectivamente.
Conceptos tales como producto, intercambio, costos, mercado, demanda, utilidad, ingreso, índices de precios, tasas de crecimiento, propiedad, acumulación de capital, agregados monetarios (M1, M2), recaudación, etc. se han enraizado como entidades autónomas, y crecen dentro de ese complejo organismo llamado ciencia económica sin que la sociedad pueda alzarse por encima para tomar contacto con la realidad humana de la miseria, la frustración, la alineación, la desesperación, la desmoralización, el escapismo y la anomia espiritual. De acuerdo con la filosofía del capitalismo occidental, los negocios son la fuerza esencial de la humanidad y, como cualquier teoría monoteísta, proclaman una fe fundamentalista en sus principios. La economía es propensa a reemplazar el pensamiento por automatismo porque se relaciona con ciertas tendencias penetrantes de la naturaleza humana, tales como el egoísmo y la codicia, y no da cuenta del sentido y propósito del ser humano sobre la tierra. Su poder está internalizado y domina a la sociedad a través de nuestras mentes.
Claro está, la economía es el reflejo de lo que somos, a la vez que fortalece, con sus conclusiones y recomendaciones, nuestra percepción de cómo deben ser las cosas y peor aún, de cómo debemos actuar en la sociedad en que vivimos. Desde el pensamiento economicista queda establecido quién será marginado y quién no, cómo se distribuirán los premios y castigos de riqueza y pobreza, de ventajas y desventajas, de felicidad y penuria. El pensamiento económico de la sociedad nos ha obligado a “ganarnos” la vida. Dado que la internalización de esta forma de pensamiento es incuestionable y universalmente aceptada, es en la Economía donde reside el inconsciente contemporáneo y donde una “terapia psicológica globalizada” debería ser crucial encarar.
Debido a su casi universalidad, la estructura conceptual que sostiene el poder de los negocios, es decir el pensamiento económico, debería convertirse en el centro de cualquier estudio que intentara comprender a los miembros de la sociedad actual, a nosotros mismos. En su más famosa obra publicada en 1776: “La investigación sobra la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones” (comunmente titulada “La Riqueza de las Naciones”), Adam Smith introduce la metáfora de la mano invisible que subyace en todo mercado y que despliega su accionar y coordina las decisiones de los individuos que en él interactúan, movidos siempre por el interés particular. Se asevera que tal interacción da lugar al óptimo social, un equilibrio “pareto-eficiente” en el que todos “realizan sus planes óptimos” dadas las restricciones presupuestarias de cada individuo. Se trata de una situación en el que no se puede mejorar la situación de alguien sin afectar la de otro. La pregunta sería ¿qué sucede cuando ese “otro” se enriquece materialmente más allá de límites éticos? ¿Cabe seguir siendo neutral, aceptando esta suerte de “darwinismo social” en que la competencia por los recursos es el estado natural de los miembros de la sociedad? Rakesh Khurana (2002) afirma que “cuando otorgamos a la mano invisible del mercado un status religioso, la avaricia deja de ser un pecado capital y se convierte en una virtud autoafirmativa”.
Hoy, el mercado es la institucionalización del individualismo, el egoísmo y, en definitiva, la irresponsabilidad. Los defensores acérrimos del “libre mercado” defienden la libre competencia, la flexibilidad, cuando la sociedad está con la guardia baja apoyan las reducciones salariales, la eliminación de regulaciones, etc., olvidándose de la imperiosa necesidad de establecer mecanismos que converjan a una mayor equidad social o una distribución más justa de los vastos recursos disponibles. No es casualidad que muchos hombres de negocios exitosos, aquellos más adecuados al funcionamiento de los mercados sean asombrosamente primitivos, puesto que viven en un mundo regido por la simplificación del eficientismo. La empresa privada se ocupa simplemente de los beneficios y así logra la simplificación de los objetivos y se obtiene una medida perfecta de desempeño en términos de éxitos o fracasos.
Muchos economistas desconocen o han olvidado que Adam Smith publicó en 1759, con anterioridad a La Riqueza de las Naciones: “La Teoría de los Sentimientos Morales”, donde afirma que quienes transan bienes materiales en los mercados no deberían actuar sin un sustento ético o moral, poniendo de manifiesto que la responsabilidad social atañe a cada ciudadano y debe estar presente incluso en todas las acciones de índole económica. Según el Premio Nobel de Economía Amartya Sen este es un libro de capital importancia para el campo de la ética, la teología y la moral. Amartya Sen destaca la importancia del sentimiento de la simpatía en la obra de Smith y cuestiona la estrecha interpretación a la Milton Friedman que le atribuye al egoísmo la armonía del mundo. Para Smith, los gobiernos deberían intervenir para asegurar la existencia de un mercado libre, una distribución equitativa de la riqueza y el acceso a la educación para todos. La mano invisible de Smith no es el puño de los poderosos que, con el pretexto del libre albedrío, aplasta al resto. Smith soñó con mercados operados por seres dotados de verdadera humanidad a quienes la educación enseñaría a amar y amarse por lo que son y pueden devenir, y no por lo que tienen y pueden acumular. La educación procedió y sigue operando a la inversa de lo que debería ser. Explicamos nuestro comportamiento en la sociedad con teorías económicas de sofisticación técnica abrumadora y no nos damos cuenta que estas teorías al proliferar descontroladamente afectan a su vez nuestro comportamiento económico cuando se transforman en la principal guía de nuestro pensamiento colectivo. La economía se enseña sin prestar atención al pobre concepto de naturaleza humana que subyace en la teoría económica actual, haciendo que tal punto de vista quede implícito en su enseñanza.
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