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lunes, 22 de noviembre de 2021

Jean-Baptiste Say: sobre la decadencia y el progreso industrial de España

 Jean-Baptiste Say: sobre la decadencia y el progreso industrial de España 

• José M. Menudo Universidad Pablo de Olavide 

INTRODUCCIÓN

Mientras la etapa inicial de emergencia de la Economía como materia académica en nuestro país (1776-1806) estuvo marcada por la influencia de Adam Smith, la aparición de la Economía como disciplina universitaria trae consigo la apertura de «la era de Say en España».1 Publicado en castellano justo antes de la guerra de independencia napoleónica, el Traité d’économie politique (en adelante Traité) entra en la escena española con el eminente protagonismo que le otorga el Plan de estudios de Caballero.2 Jean-Baptiste Say es uno de los economistas más importantes del siglo xix, el principal protagonista de la Economía clásica en el continente europeo y uno de los autores más traducidos en el panorama de la literatura económica peninsular —el más importante en dicho siglo con 23 obras—.3 Su influencia directa en España se extiende desde 1804 hasta 1846, sin retraso apreciable alguno y con un periodo de gran intensidad entre los años 1814 y 1827, ayudado por la fuerte censura y por la gran acogida de quienes ven la posibilidad de articular sus pensamientos en torno a la obra de Say.4 

Finalizado el periodo bélico, aparecen obras nacionales de carácter didáctico, aunque sin afán de convertirse en libros de texto porque las cátedras de Economía emplean sistemáticamente el Traité. A partir de los años veinte las publicaciones presentan una alternativa al economista francés, por medio de novedades en la estructura o a través de la incorporación de análisis relativos a la economía nacional. Disponemos de una extensa y cualificada literatura económica sobre estas propuestas o aplicaciones —el término preferido por estos autores—5 para ubicar la situación nacional dentro de los patrones de la evolución económica europea. Este artículo pretende contribuir a ella con la incorporación del análisis que el propio Jean-Baptiste Say realiza del caso español. Para ello vamos a emplear las páginas dedicadas a la población, donde Say expone una teoría del progreso económico que discute particularmente la situación de España, avanzando las causas de su retraso económico y proponiendo medidas para su industrialización.6 Más allá de la imagen que Say tiene de España y de sus alusiones en diversos temas de su obra, consideramos de interés el análisis del país desde un esquema teórico sobre el desarrollo económico. Además, la cuestión es especialmente pertinente porque, dada la preeminencia de la obra de Say en las aulas, esta es la explicación del retraso económico que gran parte de los alumnos de Economía política estudió durante la primera mitad del siglo xix. 7

  Por esta razón y en la medida de lo posible, emplearemos las traducciones al castellano del periodo.8 

Este trabajo está estructurado en tres partes. La primera presenta la teoría del progreso de J.-B. Say. Enmarcado en un institucionalismo que proyecta la experiencia europea como modelo universal a otros ámbitos, Say investiga por qué las naciones menos civilizadas carecen del conjunto de instituciones compatibles con el progreso.9 La segunda parte analiza el lugar asignado a España en esta escala de civilización. Say entra en el debate sobre las causas de la decadencia española con una medida universal del desarrollo y una cambiante imagen de la nación. Encontramos que los resultados son modificados y España abandona el grupo de países retrasados para incorporarse a la industrialización, aunque dicha conclusión no estuviera al alcance del lector en castellano por ser expuesta en obras posteriores a 1828.10 En tercer lugar, presentamos las políticas de desarrollo propuestas por Say. El autor no cree en la generación espontánea de las instituciones que permiten un estado industrial de prosperidad. El único medio para construir un cuerpo social industrial es un sistema de instrucción pública que capacite al conjunto de la población. La responsabilidad recae en el legislador, tanto por ser condición necesaria del éxito como por ser la causa última del fracaso.

La teoría del progreso económico de J.-B. Say 

El progreso de una nación, para J.-B. Say, está asociado a la satisfacción de las necesidades de sus miembros. Las naciones más civilizadas son aquellas que cumplen más y de la mejor forma las numerosas y variadas demandas de sus ciudadanos. Pero el criterio para definir el nivel de civilización no será únicamente el grado de satisfacción porque hay que tener numerosas necesidades para ser considerada una nación civilizada. La medida del grado de civilización será la producción o el consumo per cápita.11 Jean-Baptiste Say emplea la idea ilustrada de unos estadios del progreso, con un vector único de crecimiento, que finalizan en los países de Europa occidental.12 Aunque la cuestión sea abordada en diversos momentos de su obra, los capítulos dedicados a la población —el capítulo xi del libro ii del Traité, desde el capítulo i al xviii de la sexta parte del Cours complet d’économie politique pratique (en adelante Cours complet) la séptima sesión del Cours à l’Athénée. El nivel más bajo está formado por los pueblos salvajes; es decir, individuos que no viven en un «estado social». Say presenta un cuadro caótico de individuos que solo buscan su propia subsistencia. El primer paso es establecer relaciones sociales —por medio de la construcción de ciudades o del cercamiento de terrenos— para que la civilización sea posible.13 El segundo grupo es calificado como naciones inferiormente civilizadas. India o China no tienen únicamente un problema de retraso económico. Existe una discontinuidad fundamental con Europa provocada por su nula participación en las ganancias del comercio internacional.14 Europa tiene una responsabilidad civilizadora que implica eliminar los monopolios comerciales para permitir a estas naciones competir en los mercados internacionales. El tercer conjunto está formado por los países en decadencia y, en consecuencia, con una población en continua disminución. Siria, Egipto, Rusia, Irlanda o España son países mal civilizados. ¿Qué haría un fabricante activo, o un negociante hábil en una ciudad poco poblada y mal civilizada de ciertos parajes de Vesfalia [España] o de Polonia? Aun cuando no tuviese allí ningún competidor, vendería poco, porque es poco lo que en ellas se produce; al paso que en París, en Amsterdam y en Londres, a pesar de la concurrencia de cien mercaderes como él podrá hacer inmensos negocios por la sencilla razón de que está rodeado de gentes que producen mucho en una multitud de ramos, y hacen compras con lo que han producido, esto es con el dinero procedente de la venta de lo que han producido. 15 La decadencia duradera de estas naciones tiene su origen en unas instituciones que obstaculizan la extensión de los recursos productivos y, en particular, la industria del hombre. 16 Jean-Baptiste Say distingue explícitamente la industria y el trabajo para reconstruir la tríada de Adam Smith (trabajo, tierra y capital) desde su propia teoría de la producción.17 Para J.-B. Say, producir es conferir utilidad a una sustancia que antes carecía de ella o bien aumentar la utilidad que ya poseía.18 Su fuente son tres conjuntos de recursos o «fondos productivos» —capitales, recursos naturales y la industria del hombre— que generan al productor una utilidad denominada «servicio productivo».19 Say aplica el concepto de mercancía a los recursos, de forma que los fondos productivos son acumulables, perecederos, no consumibles, inalienables y también rentables —la retribución por los servicios productivos recibe el nombre de salario, interés y arrendamiento, respectivamente—. Los propietarios de los fondos son el capitalista, el terrateniente y el hombre industrioso. Este último puede diferenciarse en sabio, empresario y obrero porque la actividad humana en la producción siempre implica tres operaciones: la generación del conocimiento, su aplicación y la ejecución de tareas. La industria del hombre aparece como un fondo acumulable de capacidades y conlleva la transformación de los conceptos producción y distribución. En primer lugar, emerge con mayor importancia el capital humano en la literatura económica y, específicamente, en el proceso económico. 

[…] una considerable pérdida de hombres ya formados es una pérdida grande de riqueza adquirida; porque todo hombre adulto es un capital acumulado que representa todas las anticipaciones que ha sido preciso hacer durante muchos años para ponerle en el estado en que se halla.20 

Incluso Say considera que los padres que invirtieron en la formación de sus hijos deben recuperar el adelanto por medio de transferencias monetarias cuando el capital intangible proporcione frutos. 

En segundo lugar, Say presenta estas capacidades como argumento explicativo de las diferencias salariales presentes en el precio de equilibrio de los mercados de factores. Así, la escasez de ciertos talentos, en relación con las necesidades de servicios productivos, aumenta la retribución de aquellos que los poseen.21 En tercer lugar, el estudio de las capacidades permite ampliar el ámbito teórico de la actividad empresarial con la perspectiva de la oferta de un recurso escaso y necesario. Concretamente, existen tres razones principales para la escasez de empresarios: 1) el acceso al capital, 2) las capacidades empresariales y 3) el riesgo de la producción.22 Dentro del grupo de condiciones necesarias para la producción, el lugar predominante está ocupado por el empresario. Su capacidad para otorgar utilidad y, por lo tanto, procurar valor permite que las producciones sean mercancías. 

Si la actividad empresarial requiere una poco frecuente combinación de condiciones, la estructura institucional de las naciones mal civilizadas añade más dificultades al limitar el fondo productivo denominado industria del hombre. En esta cuestión, Say emplea el ilustrativo término «instituciones políticas».23 Frente al orden espontáneo de la ilustración escocesa, las instituciones civilizadas de Say no emergen de forma gradual y no planificada como consecuencia del comportamiento de individuos guiados por el propio interés.24 Las sociedades políticas son un cuerpo vivo que requiere medios —la moral, la legislación, la política y, sobre todo, la Economía política— para asegurar la armonía de los intereses individuales. En la cuestión de la prosperidad o la decadencia, tanto las instituciones como las políticas son instrumentos del gobernante. La autoridad instruida es una condición necesaria para crear una cultura industrial, mientras que el «administrador vicioso» yerra en sus políticas de prosperidad o emplea las instituciones para otros fines. Son ejemplo de estas nefastas instituciones políticas el ejercicio de la autoridad sin imparcialidad (no uniforme aplicación de la ley) y con arbitrariedad (presencia de un cambiante deseo en el legislador), la ausencia de educación, la ausencia de seguridad jurídica, las prácticas supersticiosas, los sistemas políticos no representativos, los sistemas fiscales donde solo tributan los productores, los sistemas gremiales de producción o los derechos de progenitura. 

Estas estructuras institucionales «arcaicas» presentan dos tipos de problemas. Por un lado, generan desincentivos a la actividad productiva que tiene como consecuencia recursos desempleados. Concretamente, la población no forma parte del circuito producción-distribución-gasto expuesto en su teoría. Say hace referencia a la ociosidad provocada por las instituciones y a la pereza promovida por pequeñas rentas procedentes de algún privilegio o de algún fondo. Ni el incentivo de la ganancia, ni la necesidad, ni el gusto por bienes superfluos influyen en la decisión individual de incorporación al sistema industrial. 

En fin, los pueblos y hasta las aldeas serían más numerosos, y tendrían un aire de comodidad, si sus habitantes en general fuesen más activos y más industriosos: si tuviesen una emulación más laudable; si su vanidad consistiese en procurarse todo lo que es verdaderamente útil para mantener su casa aseada y ordenada, más bien que en vivir sin hacer nada, en mantenerse de un corto arriendo o de un empleo inútil a costa del país. Un sujeto que tiene cuatro u ocho mil reales que gastar cada año, vejeta con esta renta, que podría duplicar o triplicar si reuniese a ella un trabajo industrial. Aun aquellos mismos que tienen una ocupación útil no la dan toda la extensión de que es susceptible poniendo en ella más actividad y más conocimientos. 25 

La segunda cuestión son los errores y fracasos empresariales generados por la escasez de capacidades entre la población. El conocimiento es el criterio empleado por Say para definir la actuación empresarial, concretamente la aplicación del conocimiento para la creación de mercancías. 

Se tendrá presente que el empleo de un empresario de industria tiene relación a la segunda operación que hemos reconocido como necesaria para el ejercicio de una industria cualquiera: operación que consiste en hacer aplicación de los conocimientos adquiridos para la creación de un producto que debemos usar. 26 

El conocimiento permite romper la dinámica repetitiva. Say rechaza la experiencia como modo de aprendizaje porque conlleva ignorancia y desemboca en la rutina. Aboga por un ejercicio práctico, basado en el conocimiento teórico, que permita romper el automatismo y que ahorre los costes de prueba y error generados por el aprendizaje práctico.27 Trata de coligar los estudios científicos, que el papel puede soportar, y la práctica ejercida en cada uno de los puestos de trabajo que conforman el proceso de producción. Para ello, el empresario debe conocer las dificultades que entraña la ejecución realizada por cada obrero y determinar las carencias de cada parte que conforma la organización.28 El éxito de esta aplicación del conocimiento depende de las capacidades empresariales. 

Las personas que no reúnen las cualidades necesarias hacen empresas con poco suceso: estas empresas no se sostienen, y su trabajo no tarda en estar fuera de circulación. No queda en ella por consiguiente más que el que puede continuarse con buen suceso, es decir con capacidad. 29 

La actividad empresarial es el fruto de facultades industriales, que pueden ser naturales o adquiridas, personales o morales. Las cualidades morales tienen este calificativo porque proceden del proceso de socialización del individuo en el que un ciudadano adquiere competencias, por medio de la educación industrial y de la familia, para ejercer una conducta instruida. El juicio es la cualidad moral más importante que debe presentar el empresario y el objetivo principal de la formación.30 

En segundo lugar, este género de trabajo exige cualidades morales cuya reunión no es común. Requiere juicio, constancia, conocimiento de los hombres y de las cosas. Se trata de apreciar convenientemente la importancia de tal producto, la necesidad que se tendrá de él, los medios de producción. 31 

Este razonamiento empresarial permite cuantificar en términos monetarios las necesidades de las personas y las mercancías, de ahí la obligación de conocer tanto a los individuos como los recursos.32


 

1. Tal como fue definido este periodo por Martín Rodríguez (1989), p. 40. Hijo de un comerciante acomodado, Jean-Baptiste Say (1767-1832) fue más que un afamado economista; soldado en la Revolución francesa, después periodista y redactor jefe de La Décade Philosophique, Littéraire et Politique, parlamentario y opositor a Bonaparte, posteriormente empresario y primer catedrático de Economía, en el Conservatoire des Arts y a continuación en el Collège de France. 

2. Sobre la influencia de J.-B. Say en el proceso de institucionalización de la enseñanza de la Economía política en España, véase López Castellano (2009). 

3. Autores como Frédéric Bastiat, con dieciséis ediciones de varias obras, Jeremy Bentham, con quince o Gaetano Filangieri con seis aparecen cuantitativamente lejos de la difusión de los textos de Say. Véase Cabrillo (1978). 

4. Sobre la influencia de la Economía clásica en los autores españoles clásicos, véase Smith (1968), Martín Rodríguez (1989), Almenar (1997), Almenar y Lluch (2000), López Castellano (2000), Menudo y O’Kean (2005) o Almenar (2014). 

5. Véase Elementos de la Ciencia de la Hacienda con aplicación a España (1825) de José Canga Argüelles, Tratado de Economía Política Aplicada a España (1831) de José Espinosa de los Monteros, Elementos de Economía política con aplicación particular a España (1833) del marqués Valle Santoro o el Curso Elemental de Economía Política con aplicación a la legislación económica de España (1836) de Euraldo Jaumeandreu. 

6. Al margen de Jean-Baptiste Say, aparecen autores calificados por la literatura secundaria con el apelativo de industrialistas. Sus textos se alejan de la Economía clásica y, tomando como referencia a Jean-Antoine-Claude Chaptal, Charles Babbage, Auguste Dupin y NicolasFrançois Canard, intentan promover en el seno de la sociedad el desarrollo máximo de la industria. Se trata de obras orientadas a problemas específicos con una metodología heredera de la Aritmética política, como la Reflexiones sobre la variación del precio del trigo (1812) de Juan López de Peñalver, o de trabajos que tenían por objeto promover medidas de política económica ligadas a la difusión de la industrialización, caso de España con industria fuerte y rica (1816) de Antonio Buenaventura Gassó, o los artículos de Josep Andreu Fontcuberta. Véase Lluch (1992) y Almenar, Argemí y Lluch (1999).

 7. Las obras de J.-B. Say son empleadas hasta 1846 en los distintos ámbitos de enseñanza de la Economía política, de naturaleza pública o privada, tanto a futuros cargos públicos, como a funcionarios o a comerciantes. Es introducida como libro de texto en la cátedra de Economía civil y de Comercio de la Real Sociedad Económica Aragonesa por su titular en 1807, José Benito de Rivera, y continuará durante el magisterio de Agustín Alcaide (1815- 1821). Los Consulados y Juntas de Comercio también se convierten en centros de enseñanza, con sus propias cátedras y teniendo a Say como referencia. En la misma línea, la cátedra de la Sociedad Económica Matritense se reestablece en 1820 con José Antonio Ponzoa al frente, traductor del Traité, obra que forma parte incluso del concurso de cátedra. Véase Martín Rodríguez (1989). También es necesario reseñar la influencia de la economía clásica en la política económica española, véase San Julián (2012). 

8. Emplearemos la edición de 1821, titulada Tratado de economía política ó exposición de cómo se forman, se distribuyen y se consumen las riquezas. Elegimos esta traducción de la cuarta edición del original, a cargo de Juan Sánchez Rivera, porque se trata de la última publicación del Traité durante el periodo de mayor influencia directa de J.-B. Say en España, entre los años 1814 y 1827. 

9. Sobre distintos enfoques institucionales sobre el desarrollo, véase López Castellano (2012). 

10. Junto a las seis ediciones en castellano del Traité, otras obras de J.-B. Say son traducidas. Se realiza una edición de Épitome des principes fondamentaux de l’économie politique (1814) como texto independiente en 1816, seis ediciones de Catéchisme d’économie politique ou Instruction familière qui montre de quelle façon les richesses sont produites, distribuées et consommées dans la société (1815) con distintos títulos, una edición de De l’Angleterre et de les anglais (1816) aparecida en Madrid un año después, cuatro ediciones de la Cartas de Say a Malthus (1815) y una edición de Petit volume contenant quelques aperçus des hommes et de la société (1817) de la tercera edición francesa de 1839, ese mismo año. También se reproducen en castellano algunos artículos, caso de «Ensayo histórico sobre el origen, progreso y resultados probables de la soberanía de los ingleses en la India» y «Disertación sobre la balanza de los consumos y las producciones», ambos aparecidos en Mercurio de España, en diciembre de 1824 y marzo de 1825 respectivamente. Esta intensidad pudo convertirse en saturación e impedir la recepción de su obra más importante, el Cours complet d’économie politique pratique (1828). Véase Menudo y O’Kean (2005).

 11. Véase Say (1840), p. 232. 12. Sobre la teoría del desarrollo económico de J.-B. Say, véase Platteau (1978). 

13. Esta fase es desarrollada únicamente en el Cours complet. Véase Say (1840), pp. 379 y ss. 

14. Hay que sumar instituciones y valores que generan comportamientos opuestos al crecimiento económico. Véase Say (1821), vol. ii, p. 143. 

15. Say (1821), vol. i, p. 104. A partir de la quinta edición del Traité, Say sustituye Vestfalia por España. 

16. El concepto de industria del hombre ha sido asunto de un importante debate desde 1920, al objeto de delimitar la transición del significado saber-hacer hacia el sentido de empresa o sector. Véase James (1977) y Braudel (1979). Pero inequívocamente, a lo largo del siglo xviii industria describe los talentos utilizables para fines productivos y, en general, aparece tanto ligado al factor trabajo como desvinculado de un agente en particular. Véase Fontaine (1992). 

17. Say (1821), vol. i, p. 34. La cuestión de las capacidades y el conocimiento dan lugar a una crítica de Say a Adam Smith, pues el autor escocés resume todo lo dicho anteriormente en el concepto de trabajo, obviando el conjunto de las operaciones y cualidades industriales. 

18. Esta definición supone una ruptura con el concepto tradicional de producción. François Quesnay hablaba de un regalo de la naturaleza, mientras Adam Smith restringía el concepto a los bienes materiales. Véase Steiner (2000). 

19. El derecho de propiedad sobre los frutos generados por los fondos productivos es un principio de carácter absoluto, exclusivo y perpetuo para J.-B. Say. Dedica el capítulo xiv de su Catéchisme d’économie politique a explicar un concepto de propiedad que va mucho más allá del código civil napoleónico. Véase Laget (2002).

20. Say (1821), vol. ii, p. 139. 

21. Say (1840), p. 329. 

22. Say (1821), vol. ii, pp. 72-73. 

23. Say (1819), p. 183. 

24. Para una comparación sobre el papel del legislador en la armonía de intereses en Adam Smith y Jean-Baptiste Say, véase Forget (2001).

25. Say (1821), vol. ii, p. 147. 

26. Say (1821), vol. ii, p. 71.

27. Say (1819), vol. ii, p. 161. 

28. «He dicho que el agricultor, el fabricante y el negociante se aprovechan de los conocimientos adquiridos, y los aplican a las necesidades de los hombres; pero debo añadir que les son indispensables algunos otros conocimientos que apenas podrán adquirir sino con la práctica de su industria, y que pudieran llamarse la ciencia de su profesión. Es probable que si el más hábil naturalista quisiese abonar por sí mismo su tierra, no lo haría tan bien como su arrendador, a pesar de saber mucho más que este. Un mecánico muy distinguido, aunque conociese bien el mecanismo de las máquinas de hilar el algodón, sacaría probablemente un hilo bastante malo, si no se ejercitaba antes en esta labor» (Say, 1821, vol. i, p. 31). 

29. Say (1821), vol. ii, p. 73. 

30. Todas las cualidades morales proceden de la educación industrial. Tan solo el espíritu de dirección requiere una natural firmeza de carácter. Véase Say (1840), p. 17. 

31. Say (1821), vol. ii, p. 72. 

32. Véase Goglio (2002).

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