En el siglo VII, el comercio en el Mediterráneo es gravemente perturbado y los reinos bárbaros se dirigen a una crisis. La expansión musulmana en el Mediterráneo y la guerra de trayectos que sigue perturban las vías de comercio a larga distancia que abastecían a Europa del Norte a través del corredor del Ródano (es la tesis defendida por Henri Pirenne).9 Además, se sintieron los efectos de la Peste de Justiniano10 que los cronistas de la época describen como verdaderas epidemias en la cuenca mediterránea en los siglos VI y VII. Estas epidemias de peste y de viruela recurrentes desorganizaron el trabajo agrícola y acarreaban hambrunas, lo que agravaba el impacto demográfico.10 Es imposible cuantificar el balance, pero ciertos historiadores lo comparan con aquel de la Gran Peste de 1347-1348: Jacques le Goff y Jean-Noël Biraben ven en ella la causa de un importante debilitamiento demográfico del sur de Europa que explica en parte el traslado del centro de gravedad de Occidente hacia el norte.11
Los merovingios ya no contaban con los medios necesarios para mantener a sus vasallos. La seguridad ya no estaba garantizada por un Estado decadente y es tomada a cargo de la aristocracia.12 Los poderosos acogían a hombres libres que educaban, protegían y alimentaban. El ingreso a estos grupos se realizaba por la ceremonia de recomendación: estos hombres se convertirían en guerreros domésticos (vasallos) vinculados a la persona del "señor"13 El señor debía mantener a esta clientela por medio de dádivas para mantener su fidelidad.12 14 Como las monedas de oro se volvieron raras debido a la distensión de los vínculos comerciales con Bizancio que perdió el control del Mediterráneo occidental en beneficio de los musulmanes), la riqueza solo podía provenir de la guerra: botín o tierras conquistadas para redistribuir. En ausencia de expansión territorial, los lazos de vasallaje se distendieron, pues para perennizarse una potencia debía extenderse.
Con la presencia musulmana en el Mediterráneo occidental las vías comerciales bizantinas no pudieron pasar más que por el mar Adriático. Desde entonces, el eje Ródano-Saona-Rin (o Sena) fue suplantado por el eje Po-Rin-Mosa.6 Una familia austrasiana, cuya origen se situaba en el Mosa, los Pipínidas, adquirió una ventaja económica que le permitió alinear ejércitos bastante más numerosos que sus rivales.15 El traslado al Este de las vías comerciales reactivó las regiones ricas en minerales de hierro que habían sido ya el origen de la potencia agrícola y militar de los celtas. Esto permitió a los Pipínidas beneficiarse de las armas y las corazas de acero de buena calidad, lo que aumentó su superioridad militar. Las herramientas agrícolas mejoraron y la producción aumentó: los Pipínidas controlaron más de 90 latifundios en ambos lados del Mosa y su poder no tenía igual.6 16 Así, Pipino de Heristal se convirtió en mayordomo de palacio de Austrasia en el año 679, controló Neustria en el 687 y tomó el título de príncipe de los francos. Para conservar sus conquistas, sus descendientes debían mantener esta política expansiva para evitar la disolución de su imperio naciente. Así, su hijo bastardo, Carlos Martel, debía reducir las revueltas neustrianas, luego someter a los frisones, los alamanes, los burgundios y los provenzales.6 Para mantener a su imponente clientela, no dudó en embargar y redistribuir los bienes del clero secular, lo que acrecentó aún más su poder.16
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