LA  ÉTICA UTILITARISTA de   John Stuart Mill (Londres 1806-   Avignon 1873).(por Simón Royo Hernández. Madrid, junio de 2000)       
Su  educación hasta la adolescencia estuvo a cargo de su padre, James Mill, quien  le sometió a un rígido programa de estudio, ya que pensaba que todo lo que  pudiera ser un hombre se debía a la educación. Se pasaban el día en el  despacho paterno, el niño estudiando a su lado y con la licencia de preguntar  cuantas cosas no comprendiese. John Stuart nos cuenta en su Autobiografía  como se desarrolló su educación primaria y secundaria, bajo la supervisión  y la dirección paterna: empezó a estudiar griego a los tres años “aprendiéndome  de memoria lo que mi padre llamaba vocablos, que eran una lista de palabras  griegas con su significado en inglés y las cuales él me escribía en  tarjetas”. El estudio del latín no lo comenzó hasta los siete años, edad  a la que leyó seis diálogos de Platón, aunque afirma que no comprendió  bien el Teeteto; al mismo tiempo,  aprendía aritmética y una gran cantidad de historia. Pocas veces se le  consentía la lectura de libros de entretenimiento, como Robinson  Crusoe, del que dice que le deleitó toda la infancia. Después de los  ocho años John no solo tenía que aprender sino que enseñar también a sus  hermanos menores. En esa época se dedicaba ya a la lectura de la Ilíada  y la Odisea, de tragedias de  Esquilo, Sófocles y Eurípides, de los mejores autores latinos, de una gran  cantidad de historia y del estudio minucioso del gobierno romano. Antes de los  doce años llegó a dominar el algebra, la geometría, el cálculo diferencial  y algunas otras ramas de las matemáticas superiores. Su mayor entretenimiento  por entonces era leer libros donde se relataban ejercicios de ciencia  experimental. A los doce años comenzó a estudiar lógica. Leyó todo lo que  Aristóteles había escrito sobre el tema, a varios escolásticos y a Hobbes.  Todo ello con un único profesor, su padre, y en contacto con los eminentes  amigos de éste, como era J.Bentham. En las horas de descanso paseaba con su  padre y discutían. Al cumplir los catorce años se juzgó que el muchacho había  llegado al momento de ver algo del mundo y se le envió al extranjero durante  un año. A su regreso comenzaría sus estudios fuera de casa.       
John  Stuart Mill cursó estudios superiores, científicos en Francia y jurídicos  en Inglaterra. Durante tres años (1865-68) fue miembro de la Cámara de los  Comunes de Inglaterra, desde donde apoyó, entre otras cosas, la inclusión de  las mujeres en el derecho al voto (el sufragismo femenino), escribiendo además  un libro titulado: Sobre la esclavitud  de las mujeres (1869), todo lo cual le ha hecho ganar un lugar de honor  dentro del feminismo moderno.  Representante filosófico-científico del empirismo inglés y del liberalismo  político, escribió libros científicos, filosóficos y de economía que  fueron decisivos en la evolución y desarrollo de todas esas disciplinas[i].  Expuso su teoría ética por  primera vez en su libro Sistema  de la Lógica (1834) cuyo libro VI, capítulo XII y último, se    titulaba Sobre  la lógica de la práctica o del arte, incluyendo la moralidad y la prudencia,  teoría desarrollada en su libro  El utilitarismo, que sería publicado en 1863, antes de emprender su  actividad política, que quedaría subordinada a los principios éticos  expuestos en dicha obra. Como precedentes en el utilitarismo tuvo a su padre, James  Mill y al también jurista, filósofo y político Jeremy  Bentham[ii],  de quien pronto superaría la estrecha concepción del liberalismo-mercantilista  en la actualidad vigente como neoliberalismo,  orientándose hacia un  liberalismo-emancipatorio cercano al socialismo.  Su intención como pensador, político y escritor era la de reformar  el mundo y hacer mejor la Humanidad, en la línea progresista abierta por  el positivismo de Augusto Comte.       
En  la ética sostuvo el criterio utilitarista  de buscar el máximo bienestar del  mayor número de individuos, la felicidad general (General Happiness) como  criterio y fin de la moralidad, apelando al sentido  común de los seres humanos para ser tenido como principio y guía de la  acción. Esta doctrina ética sostiene que la felicidad de los individuos, de  cada uno, depende de la de los demás. En la medida en que logro la felicidad  de los demás consigo también la propia, de manera que para un individuo  resulta útil lograr la felicidad  del conjunto en el que se encuentra inmerso. Buscar lo  útil consiste en ser práctico,   valorar las cosas de manera  distinta según el uso que se haga  de ellas. Un cuchillo en sí mismo no es ni bueno ni malo, resultará bueno si  le sirve al conjunto de los individuos para cortar pan o tallar madera y malo  si lo utilizan para matarse. Por tanto, lo  malo es lo inútil para conseguir  la felicidad y lo bueno es lo útil   para lograrla. No es correcto decir  que un cuchillo puede ser útil  para matar, ya que el utilitarista, reserva el calificativo de útil, tan sólo  para aquello que, manejado de determinada manera, proporciona bienestar al  mayor número.       
El  utilitarismo obliga a repetir constantemente los juicios éticos, que seran  relativos al uso que se haga de las cosas, es decir, a las prácticas o  conductas que se desarrollen con ellas. La religión o la energía atómica no  son ni buenas ni malas, no puede establecerse para siempre la bondad o maldad  de algo, sino que depende, en cada caso, de los resultados  prácticos. Resultará, las más de las veces, que el utilitaristas  calificará a las cosas, vinculadas siempre a conductas, de buenas si resultan  beneficiosas y malas si resultan perjudiciales; resultando algunas de ellas  buenas y malas a un mismo tiempo, al depender de la utilización que se haga  de ellas. Así, la energía atómica es buena (útil, benéfica) en la medida  en que proporciona iluminación a las grandes ciudades y mala (perjudicial) en  la medida en que permite fabricar bómbas atómicas o desechar residuos  radiactivos al mar. Esta consideración ética perdura en nuestros días con  el nombre de pragmatismo el cual se  caracteriza por hacer depender el juicio ético de los resultados prácticos y  así medir la conducta bajo el criterio de su eficacia social.       
Lo  útil, lo bueno y lo placentero se identifican, estando el utilitarismo  emparentado con el hedonismo antiguo,  pero mientras que el hedonismo clásico busca el placer individual el  utilitarismo persigue el bienestar colectivo, bajo la idea de que del  bienestar colectivo es del que se puede derivar el individual. El utilitarista  piensa que el individuo es fundamentalmente egoísta, pero intenta hacerle ver  que la mejor dirección que puede tomar su búsqueda de lo que le es útil  para alcanzar la felicidad, individualmente, pasa por alcanzar el bienestar de  los que le rodean; supeditando el bienestar individual al logro del bienestar  colectivo. Lo útil para el hombre, como ser social, es la mejora de la  Sociedad. De ahí que la mejora de la Sociedad sea el camino que debe  emprender quien sea egoísta y busque lo que le resulta más útil y  placentero, es decir, lo que le pueda aportar la felicidad. La tesis de fondo  es que yo no puedo ser realmente feliz si no lo son también todos los que me  rodean. De todas formas, como lo bueno o malo no dependen de los motivos de la  acción, sino de sus consecuencias, poco importa para los utilitaristas que se  obre por egoísmo o altruísmo, siempre que el resultado sea socialmente  beneficioso para la mayoría. Hay que distinguir entre lo que se desea y lo  deseable, se desean muchas cosas que reportan dolor o más dolor que  placer, todo lo cual quedaría fuera del ámbito de lo que Mill considera como  esfera de lo deseable. En Mill la visión social no es un atomismo  de los individuos sino un organicismo,  si el hombre es un ser social para ser feliz tiene que lograr la felicidad de  la Sociedad, porque mi brazo no  puede ser feliz independientemente de la infelicidad de mis manos o del resto  de mi organismo, ni una celula social con independencia de la Sociedad.
Para  los utilitaristas el Todo es mayor que  la suma de las partes, el resultado de las relaciones sociales, que forman  la Sociedad, hacen de ésta algo  superior y distinto a los elementos simples que la constituyen. De ahí que un  elemento simple no podrá lograr sus propósitos con independencia del Todo y  si sus propósitos son alcanzar la felicidad a través de lo útil, habrá de  perseguir lo útil social como  aquello de lo que puede derivarse su placer individual. Ningún otro sentido  encuentra el utilitarismo a la vida en Sociedad que el relativo al beneficio  que de ella pueda derivarse para todos sus integrantes. Considera que ese es  el motivo por el cual los hombres comenzaron a convivir, la utilidad común, y  que esa es la finalidad de este tipo de vida, sin la cual no tendría sentido  mantenerla.       
Según  los utilitaristas no hay leyes eternas e inmutables, el mundo cambia y las  leyes deben cambiar también para colaborar en promover la utilidad individual  y colectiva. Los derechos derivan del mismo principio de la primacía de la  Sociedad: los derechos de los individuos tienen que ser aquellos que  contribuyan a la utilidad social.       
Las  ideas utilitaristas han sido malinterpretadas por el neoliberalismo  que considera que del egoísmo  particular se derivará el bienestar colectivo, porque se han olvidado de  que sólo del egoísmo particular  orientado hacia el bienestar general y sancionado por los resultados  socialmente benéficos de sus acciones en la práctica, puede  derivarse el bienestar colectivo que postula el utilitarismo.       
Respecto  a la religión en Mill pueden  encontrarse a la vez un cierto deísmo  positivista e ilustrado y también un cierto agnosticismo.  Frente al dogmatismo de las verdades reveladas ofrece Mill una serie de  inferencias acerca de lo deseable, una ética,  obtenida mediante la introspección y la observación de hechos relativos a la  conducta humana. Así, la ética  utilitarista puede decirse que engloba a la religión  de la humanidad cuyos principios de sentido común plantea.       
De  acuerdo con S.Mill, la razón está inextricablemente unida con el deseo, de  manera que la razón sólo se justifica cuando los deseos coinciden con los  preceptos. El deseo de ser feliz por encima de todos los demás deseos (eudemonismo)  se presenta en todo ser humano, en coherencia con el deseo mayor surge la máxima  racional del máximo bienestar para la mayoría. ¿Por qué para la mayoría?  Ya dijimos que debido a que el hombre  además de ser un ser racional y deseante, es un ser social. Razón,  Deseo y Sociedad, han de encontrar su equlibrio para que pueda darse la  Felicidad. El debe de Mill está  ligado al es del hombre. La ética  es el arte de vivir y de convivir conjuntamente. Mill rescata de la  subjetividad relativista el mundo de los sentimientos, pasiones o deseos al  ensartarlos dentro de un entrelazamiento con lo razonable del que se derive la  felicidad. Buscar el hedonismo  universal es lo mejor que puede hacer un ser dotado de racionalidad,  sociabilidad y capacidad de desear, si quiere procurarse la felicidad profunda  y duradera, más allá de la mera satisfacción momentánea de deseos  particulares y superficiales; pues la felicidad sólo será duradera en un  mundo donde sea mayoritaria. Los lemas de la Ilustración francesa resuenan  contínuamente en la ética de Mill, libertad, igualdad y fraternidad, ninguno  de esos conceptos sociales puede realizarse en solitario. Tanto la Ciencia  como la Justicia adquieren sentido en la búsqueda de la felicidad general, no  serían consideradas como algo imprescindible para la humanidad sin esa  finalidad, sin esa respuesta a la pregunta ¿para qué?. La dignidad de las  acciones humanas reside en su objetivo último, gozar, disfrutar de la vida,  amar, ser libre...       
En  sus Consideraciones sobre el gobierno  representativo Mill nos explicará la no utilidad del dictador benévolo,  dispuesto a promover la felicidad de la mayoría, porque su cometido sería  inalcanzable. No puede un hombre lograr la felicidad de los demás ya que la  Felicidad es una conquista humana que requiere el concurso de, al menos, una  mayoría de la humanidad; siendo asimismo un fruto del desarrollo de las  capacidades de autogobierno y de participación en la vida pública. La  Sociedad es tanto más feliz cuanto mayor es el número de individuos  involucrados en el gobierno de sí mismos y orientados hacia el bienestar  general, cuanto mayor es el número de sujetos activos que despliegan y  desarrollan sus capacidades aportándose satisfacciones mútuamente, y  viceversa, el hombre individdual será tanto más feliz cuanto mayor bienestar  haya en la sociedad en la que vive. Huelga decir que el bienestar   del utilitarismo stuartmilleano no se identifica con la cortedad de miras  del neoliberalismo actual, que  entiende por tal exclusivamente el bienestar  material, considerando que los esclavos lobotomizados que produzcan en  abundancia serán felices por el mero hecho de estar rodeados de riquezas.       
La  defensa de la libertad individual resulta indispensable para lograr una  sociedad libre, no la supuesta ventaja personal o salvación individual. La  libertad no entra aquí en contradicción con la solidaridad compartida, también  el grado de la individual depende de la general y viceversa, equilibrándose y  limitándose ambas. Los individuos al defender su libertad individual, cosa  que no pueden hacer sin defender también la de los demás, participan en la  creación de la libertad colectiva. Este utilitarismo es una doctrina intervencionista,  no concibe la libertad exclusivamente de manera individual, atomística,  autista, sino de forma organicista. El hombre sin medios, sin cultura, sin  sanidad, nunca podrá ser libre y feliz, estará abocado a la infelicidad,  incapacitado, imposibilitado, esclavizado, el bien social quedará en  entredicho por el mero hecho de que se consienta su desgracia y los demás no  podrán sentir verdadero goce mientras subsista la miserable condición de un  semejante, que repercutirá en el malestar  social y será finalmente experimentada como malestar propio. Rodeado de  la peste, la pobreza, la violencia, la superstición y la intolerancia, del  malestar de la mayoría, el príncipe de la Edad Media sólo podía ser  falsamente feliz, tanto más falsamente feliz cuanto mayor fuese su  inhumanidad, su ceguera, su embrutecimienton y su ignorancia.       
La  suerte de los otros no puede sernos indiferente, es más, en ella nos jugamos  también la nuestra. Aquél que sólo piensa en su felicidad individual tira  piedras contra su propio tejado, porque al obstaculizar o no promocionar la  felicidad general limita y pervierte su felicidad particular. La obra de John  Stuart Mill denuncia que la libertad individualista es un fraude no sólo a la  comunidad, sino un fraude que comete también hacia sí mismo el propio  individuo, que se condena al aislamiento y la incomunicación, condenando a la  sociedad a la violencia.       
La  ética de Mill depende, desde luego, de su concepción antimaniquea de la  naturaleza humana y de sus ideas respecto al tipo de relaciones que producen  bienestar entre los hombres. Si tiene algún fallo quizá sea el de situarse  tan sólo frente a lo mejor que hay en el ser humano, hablar de ello y de la  forma de potenciarlo, omitiendo los rincones más oscuros de la naturaleza  humana, su ansia de esclavitud, de infelicidad, su capacidad de degradación y  de procurar violencia y daño a los demás, su egoísmo, pero es que para el  filósofo del que hablamos eso no es un Hombre, con mayúsculas, sino un ser  racional degradado y vejado hasta situaciones infrahumanas. Desde luego, la ética  de Mill es optimista antropológicamente, piensa, como Rousseau, que el hombre  es por naturaleza bueno, libre y social, que esas son las características  fundamentales e inalienables que le caracterizan como ser humano, pudiendo  degenerar estas capacidades humanas, degradándose hasta sus opuestas, o  desarrollarse sin límite. Quienes piensan que la naturaleza humana es  monstruosa y el homicidio, el incesto y el canibalismo son sus instintos básicos,  como Freud, terminan desarrollando  una ética de la represión en  lugar de una ética del desarrollo  vital. Quizá la naturaleza humana no sea tan monstruosa como la concibe  Freud ni tan amable a como la concibe Rousseau y halla que ser más sutil y  menos unilateral a la hora de calificar moralmente a la Naturaleza y a la  Cultura. Desde una postura constructivista  habría que corregir a todas estas posturas, el hombre nace como tabula  rasa y se hace a sí mismo, dentro del    amplísimo márgen de maniobra que permite su constitución fisiológica,  la naturaleza no es nada acabado,  ni la cultura, sino que van siendo  lo que nosotros construimos en cada momento. Hay un cierto constructivismo ya  en el hedonismo de la antiguedad, como cuando  Epicuro decía a Meneceo:   “Hay  que rememorar que el porvenir ni es nuestro ni totalmente no nuestro para que  no aguardemos que lo sea totalmente ni desesperemos de que totalmente no lo  sea”. Un cierto constructivismo que puede percibirse también en Stuart  Mill: Las ideas que tengamos acerca del hombre y la cultura incidirán en la  constitución y transformación constantes de eso que es el ser humano y eso  que es la sociedad o la cultura.       
Sobre  las relaciones genéticas entre el utilitarismo de S.Mill y el neoliberalismo  es necesario matizar: “La crítica del utilitarismo... debe hacerse hoy, no  pensando en su formulación histórico-filosófica sino fieles a su norma, por  sus consecuencias, por sus frutos, que hoy tenemos a la vista en la  concepción de la vida, en el ideal individual y colectivo de la llamada sociedad  del bienestar. Es evidente que la promoción del bienestar, la elevación  del nivel de vida de todos, la satisfacción completa de sus necesidades, etc,  constituyen el fin primario de toda ética razonable. Pero el fin último  prescrito por una ética, por muy intramundana que sea, ¿puede consistir en  que cada ciudadano posea en propiedad, aunque adquiridos a plazos, una casa,  un automóvil, un aparato de televisión, varios de radio, un frigorífico,  una lavadora de ropa, otra de platos, etc; y junto a esto todos los derechos  de seguridad social, accidentes, jubilación, vida y todas las pólizas de  seguros imaginables?... Si los sobrios utilitaristas J.Bentham y J.S.Mill  levantasen la cabeza y viesen en qué ha desembocado la prolongación práctica  del utilitarismo, es seguro que denunciarían nuestra sociedad, con razón,  como materialista... Si todos ellos, empeñados en la lucha política para la  implantación de una auténtica democracia, viesen cómo nuestros contemporáneos,  con tal de que se les garantice una confortable vida, aceptan de buen grado la  total privación de su existencia, y se someten a cualquier dictadura, mejor o  peor disfrazada de tecnocracia, es seguro que considerarían completamente  traicionado su utilitarismo. Sin embargo, la actual moral vivida del bienestar  como único bien intrínseco tiene  derecho a considerarse heredera de la doctrina de aquellos austeros  utilitaristas...”. (José Luis López  Aranguren: Lo que sabemos de moral).       
[i]      Otras obras importantes de J.S.Mill: Sobre    la libertad (1859); Consideraciones    sobre el gobierno representativo (1861); Comte y el positivismo (1865); La    utilidad de la religión (1874). Y, sus Principios    de economía-política (1848), donde por influencia de los sainsimonianos    descubrió el muy limitado y pasajero valor de la vieja economía que acepta    como hechos inevitables la propiedad privada y la herencia y la libertad de    producción y cambio como el dernier    mot de la mejora social; llegando a la conclusión de que la sustitución    de la propiedad privada por la propiedad en común habría de ser algo que    la experiencia tendría que decidir, pero dejando claro que, en cualquiera    de las dos fórmulas, se tenía que llegar a garantizar fuese el sistema que    fuese “la completa participación de todos los miembros de la sociedad en    las ganancias que del mismo se deriven” (FCE, México 1978, p.206). Idea    reafirmada en su obra póstuma Capítulos    sobre el socialismo (1879), cuyo capítulo V se titulaba:    La idea de propiedad privada no fija, sino variable. Al final de su vida    Stuart Mill estuvo cada vez más cerca del llamado    socialismo utópico. Ahora bien, comparado con su padre y con Bentham,    con los economistas clásicos y con los modernos defensores del capitalismo    S.Mill era un socialista, pero comparado con los socialistas contemporáneos    suyos, esto es, con los marxistas clásicos, era un capitalista moderado;    aunque él mismo terminó autocalificándose como    socialista cualificado. Ya en su Autobiografía     (1873) se pronunció con claridad en este punto, al referirse a los    ideales que mantenían él y su esposa, Harriet Taylor, “Nuestro ideal del    definitivo progreso iba mucho más allá de la democracia y nos clasificaba    decididamente bajo la denominación general de socialistas... Considerábamos    que el problema social del futuro sería como unir la mayor libertad de acción    con la propiedad común de todas las materias primas del globo, y una igual    participación en todos los beneficios producidos por el trabajo conjunto”     (Alianza, Madrid 1986, pág.221- 222).
[ii]    Aunque en capítulo primero de El    utilitarismo, dira Stuart Mill que fue Sócrates    el verdadero fundador de la Teoría    del utilitarismo hace más de dos mil años, en su combate dialéctico    contra el sofista Protágoras (Cfr. Platón Protágoras    351c-360a, y también,  Menón    87d-e ss).
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