El Nobel de Economía indio duda del boom que vive su país. Dice que hasta los "vecinos" pobres de Asia crecieron más y mejor, y que el hambre está arruinando la vida de millones de compatriotas.
POR MADELEINE BUNTING
La mitad de los indios no tienen baño. Es una de las numerosas deficiencias gigantescas que llevaron al académico ganador del premio Nobel Amartya Sean a escribir una crítica devastadora del boom económico en la India.
Las rosas en la ventana de los jardines inmaculados de Trinity College, Cambridge, están en flor y Amartya Sen está cómodamente instalado en un sillón color crema frente a una estantería con sus escritos prolijamente catalogados. Tiene sobrados motivos de satisfacción al acercarse a sus 80 años (nació el 3 de noviembre de 1933). Pocos intelectuales han podido combinar el respeto académico y una influencia comparable sobre la política global. Pocos han reunido una cosecha tan amplia de honores: además de su premio Nobel y más de 100 doctorados honoris causa, el año pasado se convirtió en el primer ciudadano no estadounidense que recibió la Medalla Nacional de las Humanidades.
Pero Sen no exhibe ninguna satisfacción. Exhibe una indignación expresada en los términos más razonables que puede haber. Lo que quiere saber es adónde van a defecar más de 600 millones de indios.
“La mitad de los indios no tienen baño. En Delhi, cuando se construye un nuevo edificio de departamentos hay montones de requisitos de planeamiento pero ninguno referido a que el personal de servicio tenga baños. Es una combinación de discriminación de clase, de casta y de género. Es absolutamente escandaloso. Los pobres deben utilizar su ingenio y para las mujeres eso significa poder orinar solamente después del atardecer con todos los problemas de seguridad que eso trae aparejados”, dice Sen, agregando que Bangladesh es mucho más pobre que India y sin embargo solamente 8% de la población no tiene acceso a un baño. “Tiene que ver con el desarrollo anormal de India”. Pese a la comodidad y el prestigio que lo rodean en el Reino Unido y EE.UU. –enseña en Harvard– no ha olvidado la situación apremiante de los pobres en la India, de la que fue testigo de niño en medio de la hambruna de 1943 en Bengala. Su nuevo libro, An Uncertain Glory , coescrito con su colega desde hace muchos años Jean Dreze, es una crítica discretamente severa del boom en la India.
La cifra que vuelve, recurrente –de manera impactante– es 50%. Cincuenta por ciento de los niños experimentan un retraso en el crecimiento, en su gran mayoría debido a la desnutrición. Cincuenta por ciento de las mujeres tienen anemia por la misma razón. En un sondeo, no hay pruebas de ninguna actividad docente en el 50% de las escuelas en siete grandes provincias del norte, lo cual explica la terrible ausencia de logros académicos.
Pese al considerable crecimiento económico y a la creciente confianza del país en sí mismo como actor global importante, India es hoy en día una zona de desastre donde millones de vidas se ven arruinadas por el hambre y por una lamentable inversión en servicios de salud y educación. Sen y Dreze lo resumen como: bolsones de California en plena Africa Subsahariana.
Vecinos y rivales
Los detalles son atroces pero los contornos de esta historia son conocidos y Sen y Dreze están perdiendo la paciencia (han colaborado en varios libros anteriores) y por eso su último capítulo se titula La necesidad de impaciencia . Quieren atención, sobre todo de la amplia franja de las clases medias indias que parecen indiferentes a las vidas desgraciadas de sus vecinos. De ahí que hayan apuntado su crítica al amor propio nacional de la India trazando comparaciones desfavorables, primero con China, el gran rival, pero de manera más bochornosa, con una sucesión de vecinos del sur de Asia.
“Hay motivos para que la India se sienta avergonzada. Junto con el éxito, ha habido fracasos enormes”, dice Sen. Está expresando esta crítica en voz bien alta y clara en los medios a ambos lados del Atlántico anticipándose al lanzamiento del libro en la India. “la India parará la oreja al oír las comparaciones con la China, pero la comparación no es solamente táctica. China invirtió en una expansión generalizada de la educación y la salud en los años 1970 o sea que para 1979, la expectativa de vida era de 68 años mientras que en India era de sólo 54 años”.
El argumento de Sen y Dreze es que estas inversiones sociales inmensas resultaron fundamentales para sostener el impresionante crecimiento económico de China. Sin bases comparables, el muy elogiado crecimiento económico de la India es deficiente. Sostienen, además, que la preocupación avasallante de la India por el crecimiento económico no tiene ninguna lógica si no se reconoce que el desarrollo humano depende de cómo se utiliza y distribuye esa riqueza. Cuál es el objetivo de un modelo de desarrollo que produce centros comerciales de lujo en vez de sistemas sanitarios que garanticen millones de vidas saludables, se preguntan Dreze y Sen, acusando a la India de una “opulencia arbitraria”. La India está atrapada en la paradoja absurda de que la gente tiene teléfonos móviles pero no baños.
Más fuerte todavía es la comparación con Bangladesh. “Esperamos que los diseñadores de las políticas públicas de India se sientan avergonzados por la comparación con Bangladesh. En un rango de indicadores de desarrollo como la expectativa de vida, la inmunización infantil y la mortalidad infantil, Bangladesh aventajó a India pese a ser más pobre”.
Lo que da contundencia a esta comparación es que Bangladesh abordó la posición de las mujeres no sólo a través de la política gubernamental sino también a través del trabajo de organizaciones no gubernamentales como BRAC y el Banco Grameen. De esa forma, ha habido éxitos sorprendentes, dice Sen, como una fuerte caída de la tasa de fertilidad y ahora las chicas superan a los varones en la educación. Todo esto se logró pese a tener la mitad del ingreso per cápita de India.
Otros vecinos pobres como Nepal han dado grandes pasos, en tanto hasta Sri Lanka se ha mantenido muy por delante de India en indicadores clave pese a una amarga guerra civil durante gran parte de los últimos 30 años. Dreze y Sen llegan en su libro a la conclusión de que India presenta “algunos de los peores indicadores de desarrollo humano del mundo” y se ubica entre los 15 países del segmento inferior, junto con Afganistán, Yemen y Pakistán. Siete de las provincias más pobres de India representan la mayor concentración de carencia en el planeta.
Después de semejante tormenta de datos y cifras –y hay montones– el lector podría sucumbir a la desesperanza, pero sucede todo lo contrario. El libro se refiere a lo que India podría –y debería– hacer. Kerala, Tamil Nadu e Himachal Pradesh son tomados como buenos ejemplos que ilustran de qué manera las inversiones de los Sesentas hasta los Ochentas han dado dividendos en crecimiento económico. Lo que atrasa a India no es la falta de recursos sino la falta de políticas de visión clara a largo plazo y la voluntad política de implementarlas. Sen (que sigue siendo ciudadano indio) es optimista y señala la movilización política que tuvo lugar luego de la violación de una joven estudiante en un autobús en Delhi en diciembre pasado, que llevó a la rápida adopción de nuevas medidas para combatir la violencia contra las mujeres. Sacudir las conciencias de las clases medias indias es posible y a continuación vendrá la acción política.
Pero confiesa su “asombro intelectual” ante al hecho de que no sea mayor el número de personas que ven que un crecimiento económico sin inversión en desarrollo humano es insostenible –y falto de ética. Lo que recorre el libro es una profunda fe en la razón humana, cuyas raíces remonta a la larga tradición argumentativa de India. Si pueden aportarse suficientes pruebas y un análisis cuidadoso sobre este tema, se puede ganar la discusión, y esta fe lo ha sostenido en los más de cinco decenios que lleva escribiendo sobre desarrollo humano. Precisamente, su trabajo fue el que llevó al desarrollo del muy citado Indice de Desarrollo Humano de la ONU.
Ha sido ciertamente influyente, pero reconoce que todavía no ganó la discusión. Para su gran desolación, hay montones de ejemplos donde la gente parece decidida a ignorar el tipo de pruebas que se acumulan; al pasar, pregunta: “¿Cómo puede alguien creer que la austeridad con niveles altos de desempleo es una política inteligente para el Reino Unido?” Comenta risueñamente que sus colegas le dicen que su pensamiento no ha evolucionado demasiado, pero él rechaza la idea de sentirse frustrado. Lo único que admite, sorprendentemente, es que le habría gustado que otro escribiera este libro sobre la India. “Hay una serie de problemas en filosofía que preferiría haber abordado –como los problemas relativos a la objetividad. Pero este libro tenía que ser escrito. Quiero que se escuchen estos temas”.
Dice que el Premio Nobel y la Medalla Nacional de Obama quizá sean “exagerados” pero le dan una plataforma y la usa sin ninguna vergüenza –concediendo tiempo para entrevistas a los medios y viajes por el mundo para dar charlas. Eso le ha significado hacer concesiones respecto de proyectos intelectuales que le habría gustado llevar adelante, pero la vida ha estado llena de concesiones desde que sobrevivió por un pelo al cáncer cuando tenía 18 años: por esa razón hay una serie de alimentos que no puede comer.
Intelectual activo
Es un académico fuera de serie en todos los sentidos –miembro de los cuerpos docentes de filosofía y economía en Harvard– y está ayudando a desarrollar un nuevo curso sobre matemática supervisando a la vez doctorados en derecho y salud pública. Tiene muchos planes de escribir varios libros más y ninguno de bajar el ritmo. El dominio de múltiples disciplinas académicas es de por sí poco frecuente pero lo realmente asombroso es la obstinada preocupación ética que recorre todo su trabajo. Esa erudición en ningún momento es utilizada para intimidar; siempre es el profesor.
Hay quienes afirman que Sen es el último heredero de una distinguida tradición intelectual bengalí que debe tanto a los poetas como a los científicos, los políticos y los filósofos. Sen es el verdadero continuador de Rabindranath Tagore, el gran poeta y pensador de las primeras décadas del siglo XX. Amigo de la familia, fue quien eligió el nombre de Sen; la única foto en el estudio de Sen en Cambridge es la de un sorprendente Tagore con su fluida barba blanca.
Hay, sin embargo, una cuestión en la que ahora se separa de Tagore, admite Sen, quien cita en cambio a Kazi Nazrul Islam, el otro gran poeta de Bengala que se convirtió en una figura emblemática para el país de Bangladesh. Tagore era demasiado paciente; Nazrul era un rebelde que impulsaba a la acción. Y repite una cita que usa en su libro: “La paciencia es una forma menor de la desesperación, disfrazada de virtud”. Quiere cambiar y eso significa que está a punto de embarcarse en una gira difícil por ciudades indias para promocionar el libro. Los médicos le han dicho que si baja el ritmo será irrevocable, por eso está decidido a no hacerlo. Retirarse no es una opción.
© The Guardian Traduccion de Cristina Sardoy
Fuente: Revista Ñ (Argentina). 09 de septiembre del 2013.
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