La Teoría General de Keynes y la macroeconomía moderna
Jaime Ross
INTRODUCCIÓN
La crisis económica mundial de los últimos años es una crisis de gran envergadura que tendrá probablemente importantes repercusiones en años por venir en la teoría macroeconómica y su enseñanza, especialmente a nivel de posgrado. Durante esta crisis, los debates de política macroeconómica de los años 1930, cuando la macroeconomía nació como disciplina con la publicación de la Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero (1936) de Keynes, se han repetido nuevamente. Ello se debe, en parte, a la vigencia de la obra de Keynes que tiene por lo menos dos razones de ser. La primera es que la Teoría General es una obra muy moderna en el terreno de los hechos debido a que la actual crisis económica y financiera mundial ha vuelto a poner a los mercados financieros en el epicentro del mal funcionamiento del sistema económico en su conjunto. Y este es precisamente uno de los temas centrales de la Teoría General. La segunda es que esta obra es muy relevante en el terreno de las ideas, tanto para el presente como para el futuro, debido a la vigencia de la crítica de Keynes a lo que llamó la economía clásica. Y lo es, como argumentaré en este artículo, porque si sus críticas a los clásicos son válidas, éstas son igualmente aplicables a la moderna nueva economía clásica.
Este artículo contrasta precisamente las dos visiones de la macroeconomía que se han enfrentado entre sí desde la publicación de la Teoría General y los debates entre su autor y sus críticos de esos años (los clásicos).1 Esta comparación hace hincapié en los dos principales temas que separan a estas dos visiones. Las dos primeras secciones del artículo abordan esos temas: la crítica de Keynes a los supuestos de la economía clásica sobre el equilibrio continuo en los mercados y su crítica a los supuestos que esa economía hace sobre el conocimiento que los agentes económicos tienen del futuro.2
1 En mi opinión, la interpretación de la Teoría General que más ilumina las diferencias entre Keynes y sus críticos es la que ofreció, hace ya muchos años, Axel Leijonhufvud en On Keynesian Economics and the Economics of Keynes, publicado en 1968, un libro basado en su tesis de doctorado y que, junto con las contribuciones asociadas de Clower y Bénassy, es seguramente una de las bases necesarias para reconstruir la macroeconomía después de la debacle producida por la contrarrevolución.
2 En la visión clásica que Keynes criticó –representada hoy en día por la nueva economía clásica– los mercados están en equilibrio continuo y los agentes económicos, además de optimizar intertemporalmente, tienen ya sea previsión perfecta o bien, con algunas adecuaciones y en terminología moderna, ‘expectativas racionales’. El modelo subyacente, sin formalizar aún cuando Keynes escribió, tiene su origen en un modelo walrasiano dinámico, tal y como fue ampliado y elaborado por Arrow y Debreu. Es interesante observar que ni Arrow ni Debreu pensaban que ese modelo fuera una descripción de la realidad, como muchos en las siguientes generaciones de walrasianos parecen haber creído. Frank Hahn, que hizo importantes contribuciones a la teoría del equilibrio general competitivo, ofrece la mejor descripción que conozco de la función que puede cumplir ese modelo: “[…] el modelo de Arrow y Debreu […] mostró que es lógicamente posible describir un mundo en el que individuos egoístas y racionales respondiendo sólo a señales de precios toman acciones que son mutualmente compatibles. La teoría no describe a la mano invisible en movimiento sino con la tarea cumplida. La importancia de este logro intelectual es que provee un punto de referencia. Por ello, quiero decir que realiza una función similar a la que un cuerpo ideal y perfectamente saludable realiza para un patólogo clínico cuando mira a un cuerpo real” (Hahn, 1984, p. 308).
La tercera sección junta estos dos temas y resume lo que me parecen los mensajes de la Teoría General más relevantes para la situación que vive la economía mundial hoy en día: la idea que el desempleo involuntario tiene su origen en una falla de coordinación en los mercados financieros y la idea que la flexibilidad salarial no es una solución a esa falla de coordinación. Las dos últimas secciones comentan brevemente sobre cómo evolucionó la macroeconomía después de la Teoría General, contrastando la economía de Keynes con la de la síntesis neoclásica, la nueva economía clásica y la nueva economía keynesiana.
EL EQUILIBRIO CONTÍNUO EN LOS MERCADOS, EL RECHAZO DEL SEGUNDO POSTULADO DE LA ECONOMÍA CLÁSICA Y EL DERRUMBE DE LA LEY DE SAY
¿Cuáles fueron las críticas de Keynes a los clásicos? En primer lugar, Keynes consideraba que la economía clásica descansaba en dos postulados: 1) la igualdad entre el salario real y el producto marginal del trabajo, y 2) la igualdad entre el salario real y la desutilidad marginal del trabajo.
Keynes aceptó el primer postulado. Este proviene simplemente de la condición de primer orden de la maximización de beneficios por parte de empresas que operan en competencia atomística y que, en consecuencia, toman como dados precios y salarios y maximizan, sujetas a una restricción tecnológica (dada por la función de producción). Esta historia de empresas atomísticas que toman los precios como dados, claramente no es cierta, al menos en la gran mayoría de los mercados. Pero Keynes, por razones que creo entender, decidió no meterse con este postulado aunque con seguridad sabía muy bien que la competencia perfecta no era una buena descripción de la situación que prevalece en los mercados de bienes, con excepción de algunos de ellos. El artículo de Sraffa de 1926, la tesis de licenciatura de Kahn a principios de los años 1930 y el libro de Joan Robinson de 1933 versaban sobre la teoría de la competencia imperfecta. Creo por ello, que la decisión de Keynes de aceptar el primer postulado fue una decisión estratégica: le permitió concentrarse en el segundo postulado, su rechazo y las consecuencias de ese rechazo.
¿De dónde proviene el segundo postulado de la economía clásica? Proviene de las condiciones de primer orden del programa de maximización de la utilidad por parte de hogares trabajadores. Estos hogares maximizan su utilidad, que depende positivamente del consumo y negativamente del trabajo, y, sujetos a una restricción de presupuesto y nada más, maximizan tomando precios y salarios como dados (ya que también son atomísticos). Así, el hogar decide trabajar hasta el punto en que el salario que el trabajador recibe (medido en términos de los bienes que consume) le compensa exactamente por la desutilidad marginal del trabajo. Ni una hora más ni una menos. El resto del tiempo lo dedica al ocio.3
Keynes, en los años veinte y treinta del siglo pasado, observaba que, con mucha frecuencia y a veces masivamente, los hogares trabajadores no podían decidir cuánto trabajar, sobre todo cuando estaban desempleados. Es por ello que rechazó el segundo postulado de la economía clásica y en su lugar supuso que el hogar, además de la restricción de presupuesto, enfrentaba una restricción de cantidad respecto al monto de trabajo que podía vender en el mercado.4 En suma, lo que Keynes supuso es que los trabajadores no están siempre en sus curvas de oferta de trabajo deseadas; es decir, no siempre pueden vender la cantidad de trabajo que desean.
3 El segundo postulado puede ilustrarse con los ejemplos de los pequeños agricultores, carpinteros, artesanos o pescadores que, como Robinson Crusoe, poseen sus medios de producción. ¿Pero puede aplicarse también a los asalariados que no tienen posesión de los medios de producción con que trabajan? Es en la respuesta negativa a esta pregunta, es decir en el rechazo al segundo postulado de la economía clásica, que la economía de Keynes y la de Marx se intersectan. Ello explica, creo, porque se intersectan también en el rechazo a la ley de Say. Recuérdese, a este respecto, el “problema de la realización” en Marx y el reconocimiento por parte de Keynes, en el capítulo 3 de la Teoría General, de la contribución de Marx a la teoría de la demanda efectiva junto con las de Malthus, Silvio Gesell y Major Douglas.
4 Una contribución de Clower (1965), Leijonhufvud (1968) y Bénassy (1975) es haber aclarado precisamente esto.
Al rechazar el segundo postulado de la economía clásica, la ley de Say se derrumba y la demanda agregada pasa a desempeñar un papel clave en la determinación del producto. En efecto, la restricción de cantidad que enfrentan los hogares está dada, para el conjunto de ellos, por la demanda de trabajo de las empresas, que puede resultar inferior a la oferta de trabajo deseada por los hogares. Así, ante una caída en el nivel de empleo, de tal magnitud como para generar un exceso de oferta de trabajo, los hogares trabajadores ajustan a la baja su demanda de consumo y el producto total queda determinado por la demanda efectiva. Por cierto, demostrar que al ajustarse a la baja la demanda de consumo, el producto converge de todos modos a un equilibrio estable en el mercado de bienes –con exceso de oferta en el mercado de trabajo– en lugar de continuar descendiendo hasta llegar a cero, debe haber sido un verdadero vía crucis, en el que participó decisivamente Richard Kahn.5 Afortunadamente, la condición crucial para la estabilidad de ese equilibrio a menos de pleno empleo es que la propensión marginal a consumir sea menor a la unidad.
Don Patinkin tuvo razón, creo, cuando argumentó que demostrar la estabilidad del equilibrio de menos de pleno empleo es la característica distintiva de la teoría de la demanda efectiva de Keynes. Refiriéndose al famoso diagrama de Paul Samuelson con la recta de 45 grados que intersecta desde abajo una línea de gasto agregado con un intercepto positivo y una pendiente positiva y menor a la unidad,6 Patinkin dice: “Lo que llamo la teoría de la demanda efectiva es no sólo que la intersección de la curva de demanda agregada E = F(Y) con la línea de 45 grados determina el producto real de equilibrio Yo a un nivel que puede ser inferior al de pleno empleo […] sino también (y ésta es la característica distintiva nueva) que el cambio en el producto (y por lo tanto en el ingreso) actúa como una fuerza equilibradora […]
5 Richard Kahn es el economista al que Keynes más agradece, por sus conversaciones, en el prólogo de la Teoría General.
6 El diagrama de Paul Samuelson es el primer intento por formalizar de una manera sencilla y clara el capítulo 3 de la Teoría General. El modelo IS-LM de Hicks formaliza el modelo de Keynes suponiendo la existencia de dos activos financieros (bonos y dinero) y es en cierta forma más comprehensivo que el diagrama de Samuelson porque contiene un lado real (la curva IS) y un lado financiero (la curva LM). Pero no tiene un mercado de trabajo explícito. El modelo completo de Keynes, con mercado de trabajo y salarios nominales flexibles, se encuentra en el capítulo 19 de la Teoría General. Este modelo completo es muy difícil de formalizar debido a la posible inexistencia de un equilibrio (para una discusión del tema, véase Hahn, 1965).
La teoría de la demanda efectiva se refiere no sólo a la solución matemática de la ecuación de equilibrio F(Y) = Y, sino a demostrar la estabilidad de este equilibrio tal y como está determinado por la ecuación de ajuste dinámico dY/dt = θ[F(Y) – Y], donde θ’ > 0” (1982, p. 9-10).
Esto es lo que explica en qué sentido la teoría propuesta por Keynes se refiere al caso general. En efecto, ¿por qué dice Keynes que su teoría se refiere al caso general del cual la economía clásica es un caso especial? y ¿qué tiene esto que ver con el abandono del segundo postulado de la economía clásica? El caso analizado es el caso general precisamente porque en presencia de un exceso de oferta en el mercado de trabajo, Keynes introduce el supuesto –que debería ser evidente para todo mundo– de que los trabajadores no van a formular sus planes de consumo de la misma forma en que lo hacen cuando el mercado de trabajo está en equilibrio. Si hay exceso de oferta en el mercado de trabajo, los trabajadores enfrentan una restricción de cantidad al monto de trabajo que pueden vender en el mercado, y toman en cuenta esta restricción a la hora de formular su demanda de consumo. Como lo dice Edmond Malinvaud, en un texto que sintetiza las contribuciones de Clower y Bénassy a la comprensión de la economía de Keynes: “Al decidir su demanda de consumo por un bien particular, un individuo desempleado recuerda que está desempleado.” (Malinvaud, 1985, p. 23).
En la economía clásica, y en particular en su expresión más acabada –el modelo walrasiano de equilibrio general–, el trabajador no considera la posibilidad de quedar desempleado a la hora de formular su plan de consumo. La restricción de cantidad no se toma en cuenta en el programa de maximización de su utilidad. Por el contrario, en el plan óptimo que los hogares formulan al maximizar su utilidad, se determinan simultáneamente la demanda de consumo, la cantidad de trabajo y el ocio, suponiendo que no hay restricciones a la cantidad de trabajo que los hogares pueden vender en el mercado. Esto es precisamente lo que dice el segundo postulado de la economía clásica. Pero esto sólo es cierto si el mercado de trabajo despeja porque, si no lo hace, el plan de consumo de los hogares tiene que tomar en cuenta que esos hogares no logran vender la cantidad de trabajo que desean (al salario y precio de los bienes de consumo vigentes).
¿Por qué, desde Walras, los modelos de equilibrio general walrasiano, estáticos o dinámicos hacen caso omiso de la restricción de cantidad, un supuesto a todas luces tan extraño? Porque implícitamente o explícitamente, como lo hizo Walras mismo, suponen la existencia de un subastador que tiene, entre otras tareas, la de prohibir que se lleven a cabo transacciones mientras no se haya encontrado el vector de precios de equilibrio que despeja todos los mercados. Y como el trabajador desempleado sabe que el subastador walrasiano no permitirá las transacciones hasta que el mercado de trabajo despeje, con una pureza lógica impecable, formula su plan de consumo suponiendo que puede vender la cantidad de trabajo que desea, sin más restricciones que la de presupuesto, estática o intertemporal, dados los precios y salarios vigentes en el mercado.7
EXPECTATIVAS SOBRE EL FUTURO PREVISIÓN PERFECTA, E INCERTIDUMBRE
Keynes también rechazó los supuestos de la economía clásica sobre información y previsión del futuro. Como lo dice en su artículo del Quarterly Journal of Economics de 1937 (p. 222): “La teoría ortodoxa supone que tenemos un conocimiento del futuro de una naturaleza muy distinta a la que en realidad poseemos […] La hipótesis de un futuro calculable conduce a una interpretación incorrecta de los principios de comportamiento que la necesidad de la acción nos obliga a adoptar, y a una subestimación de los factores escondidos de la duda absoluta, la precariedad, la esperanza y el miedo”.
En lugar del supuesto de previsión perfecta, Keynes tomó, con frecuencia, las expectativas sobre periodos futuros (o lo que llamó el “estado de las expectativas de largo plazo”) como dadas. Las conclusiones del análisis dependen entonces de que las expectativas no cambien ante un cambio supuesto en otras variables: dado el estado de las expectativas (o de las noticias), tal o cual cosa puede suceder como resultado de un cambio en tal o cual variable. En este caso, Keynes sustituyó el supuesto de previsión perfecta por el supuesto de expectativas exógenas que puede atribuirse, como lo plantea Phelps (1990, cap. 1), a la existencia de una comunicación intertemporal incompleta entre participantes del mercado y el problema consiguiente de coordinación de las decisiones intertemporales de ahorro e inversión.8
7 Porqué Walras hizo ese supuesto es un tema que está fuera del alcance de este artículo pero tiene que ver con la necesidad de no hacer su tarea imposible ya que el consideró un modelo con n bienes y m factores de producción, modelo que se vuelve analíticamente muy difícil si se suponen transacciones fuera del equilibrio.
8 Estas decisiones de inversión y ahorro son intertemporales en el sentido preciso de que dependen crucialmente de las expectativas sobre el futuro. Las empresas invierten hoy, no para producir hoy, sino para producir en el futuro. El ahorro también es una decisión intertemporal en el sentido de que los hogares ahorran hoy para consumir en el futuro (o simplemente para acumular riqueza futura). En ambos casos, las expectativas sobre las condiciones futuras cumplen un papel crucial en esas decisiones.
En otras ocasiones, Keynes endogeneiza las expectativas, pero de una manera que toma en cuenta el hecho de que los agentes ignoran el futuro (véase en particular su artículo en el Quarterly Journal of Economics ya citado). El hecho de que el futuro es desconocido tiene varias consecuencias. La primera es que en nuestras decisiones le damos poco peso a lo que puede suceder en el futuro lejano. Ello se debe a que entre más lejano es el periodo futuro considerado, menos sabemos sobre él y menos podemos aplicar cálculos probabilísticos. Podemos tener una noción (subjetiva) de la distribución de probabilidades de los eventos en el futuro cercano. Entre más lejano el futuro, menos pensamos que sabemos sobre la distribución de probabilidades. Además, sabemos que sabremos más acerca de este periodo futuro a medida que pase el tiempo, de manera que podemos posponer nuestra decisión. Una segunda consecuencia es que tendemos a usar el presente y el pasado reciente como una guía para adivinar el futuro (a menos que tengamos buenas razones para no hacerlo), a pesar de lo endeble que, como dice Keynes (1936), resulta este procedimiento. Un tercer efecto de la incertidumbre es que dependemos de las opiniones de otros (de la opinión promedio) para formular nuestra mejor opinión sobre el futuro. El llamado “concurso de belleza” al que se refiere Keynes es el mejor ejemplo de este comportamiento.
Otra observación aguda que aparece en la Teoría General de múltiples maneras –en la discusión de la función consumo, los efectos de cambios en los salarios, etcétera– es que el efecto en las expectativas sobre el futuro de un cambio en una variable económica depende de cómo este cambio es percibido por los agentes económicos. Cambios que son percibidos como de corto plazo, reversibles (temporales, en terminología moderna) tendrán poco efecto sobre el valor esperado en el futuro de la variable en cuestión, mientras que cambios que son percibidos como de naturaleza más permanente tendrán un mayor efecto en los valores futuros esperados. La elasticidad de las expectativas depende de estas percepciones y éstas varían de acuerdo con las circunstancias.
LA TEORIA DEL DESEMPLEO INVOLUNTARIO
Poner estos dos temas juntos, el del equilibrio en los mercados y el de las expectativas sobre el futuro, conduce a una distinción sutil entre la eficiencia de un mercado en el sentido de si despeja o no y que tan rápido lo hace, y el papel de un mercado como fuente de mal funcionamiento del sistema económico. Por ejemplo, para Keynes el mercado de trabajo no despeja tan rápido como los mercados financieros. Sin embargo, lo que Keynes llama desempleo involuntario tiene su origen en el hecho de que los mercados financieros, aunque despejan todo el tiempo, pueden hacerlo a “precios erróneos”: son capaces de despejar a una tasa de interés que es inconsistente con el pleno empleo en el mercado de trabajo. Dicho a la vieja usanza, la tasa de interés de equilibrio puede ser demasiado alta para que la inversión deseada por las empresas a esa tasa de interés logre absorber los ahorros correspondientes al nivel de ingreso de pleno empleo. El nivel de ingreso, y no la tasa de interés, se ajusta entonces a la baja y con ello el nivel de ahorro queda por debajo del nivel de pleno empleo.
En esta visión los mercados financieros son los principales candidatos para caer en fallas de información (especulación mal informada) precisamente porque están encargados de la coordinación de las decisiones de producción y consumo en el futuro. El desempleo generado por estas fallas de información sobre el futuro, y de las resultantes fallas de coordinación de las decisiones de ahorro e inversión, es involuntario precisamente en el sentido de que no tiene su origen en el funcionamiento del mercado de trabajo sino en el mal funcionamiento de los mercados financieros. Y ello no es culpa de nadie. Es el resultado de que la coordinación de las decisiones intertemporales se lleva a cabo en condiciones de incertidumbre (o, si se prefiere, de ignorancia) sobre el futuro. Como lo dice Leijonhufvud: “En el mundo keynesiano, los mercados financieros son manifiestamente incapaces de proveer la consistencia de los planes de producción y consumo de largo plazo” (Leijonhufvud, 1968, p. 276).
El desempleo es involuntario también en el sentido de que la flexibilidad a la baja de los salarios nominales no es una solución a este problema de coordinación entre decisiones de ahorro e inversión, como Keynes lo argumenta en el capítulo 19 de la Teoría General. Volveremos a este tema en la siguiente sección pero vale la pena enfatizar que varios keynesianos, de Kalecki (1944) a Leijonhufvud (1968), pasando por Patinkin (1965) y Tobin (1980), y otros artículos y conferencias), entendieron muy claramente el argumento de Keynes y sus implicaciones de política económica. Creo que Tobin es quien lo dijo mejor: “(Keynes) reta a la ortodoxia en terreno sagrado, su fe en que la competencia ajustará los precios de los bienes y factores de manera a eliminar excesos de oferta, o de demanda, en todos los mercados. No dice meramente que este proceso puede tomar un tiempo muy largo; dice que simplemente no funciona […] la moraleja práctica es que una política activa, junto con respuestas de mercado, es parte del mecanismo social para el mantenimiento o restablecimiento del equilibrio” (Tobin, 1980, p. 2).
Hay aquí un gran contraste con la macroeconomía moderna. En la nueva economía clásica, la explicación de los ciclos económicos también considera la existencia de información incompleta (como en el caso del modelo Lucas-Phelps) pero ubica las fallas de información en el mercado de trabajo (trabajadores que confunden aumentos en los salarios nominales con aumentos en los salarios reales) o en los mercados de bienes (agentes que confunden cambios en el nivel general de precios con cambios en precios relativos). De manera similar, en la nueva economía keynesiana de las últimas décadas, el desempleo se explica, en algunas versiones, como resultado de imperfecciones o fallas de información en el mercado de trabajo.
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