Leibniz: la armonía preestablecida 2
Figuraos dos relojes en perfecta correspondencia. Pues bien, esta correspondencia puede tener lugar de tres maneras. La primera consiste en la influencia mutua de un reloj sobre otro; la segunda, en el cuidado de un hombre que se ocupa de ellos; la tercera, en su propia precisión. La primera manera -la de la influencia- ha sido experimentada por el difunto Sr. Huygens, con gran asombro por su parte. Fijó dos péndulos a una misma pieza de madera. Los golpes continuos de los péndulos comunicaban vibraciones semejantes a las partículas de madera; pero estas distintas vibraciones no podían subsistir armónicamente y sin interferirse, a menos que los péndulos se concertaran. Y he aquí que, por una suerte de maravilla sucedía que aun cuando se alterara adrede el ritmo de sus golpes, los péndulos volvían enseguida a golpear a la vez como dos cuerdas al unísono.
La segunda manera de hacer que dos relojes, por malos que sean, estén continuamente concertados, podría consistir en hacer que se ocupe de ellos constantemente un artesano habilidoso que los ponga de acuerdo en cada momento: ésta es la que denomino «vía de la asistencia».
La tercera manera, en fin, consistirá en construir desde un principio estos dos péndulos con tal arte y precisión que permita asegurar su concierto posterior. Ésta es la vía del concierto preestablecido.
Póngase ahora el alma y el cuerpo en el lugar de estos dos relojes. Su concierto o simpatía tendrá también lugar de una de estas tres maneras. La vía de la influencia es la de la filosofía vulgar; pero como no es posible concebir ni partículas materiales ni especies o cualidades inmateriales capaces de pasar de una de estas sustancias a la otra, nos vemos obligados a abandonar esta opinión. La vía de la asistencia es la propia del sistema de causas ocasionales; pero sostengo que esto es traer a Dios ex machina para una cosa natural y ordinaria cuando, según la razón, no debe intervenir de otro modo que como ocurre a todas las otras cosas de la naturaleza. Así, pues, no queda sino mi Hipótesis, es decir, la vía de la armonía preestablecida por un artífice divino previsor que desde el principio ha formado cada una de estas sustancias de un modo tan perfecto y las ha regulado con tal precisión que, siguiendo solamente sus propias leyes recibidas con su ser, se halla, sin embargo, concertada con la otra: como si hubiera entre ellas una influencia mutua o como si Dios interviniera continuamente más allá de su concurso general.
Carta a M.D.L; Edición de Gerhardt, Olms, Hildesheim 1965, vol. IV, p.500-501 (citado por J. Manuel Navarro Cordón y T. Calvo Martínez, Textos filosóficos. Antología, Anaya, Madrid 1982, p. 225-226). |
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